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miércoles, 26 de noviembre de 2025

Byung-Chul Han explica por qué el capitalismo necesita líderes idiotas en el poder

¿Por qué el capitalismo siempre coloca líderes idiotas en el poder?  Byung-Chul Han

 [Transcrito y corregido de Youtube]

 El mundo está dirigido por personas que en cualquier otra profesión habrían sido despedidas en su primera semana. Para operar en un quirófano necesitas una década de formación. Para pilotar un avión comercial, miles de horas de práctica supervisada. Para reparar un sistema eléctrico, certificaciones que demuestren que no matarás a nadie por negligencia. Pero, para controlar arsenales nucleares, firmar órdenes de movilización que envían a miles de personas a morir, o decidir qué industrias quiebran y cuáles reciben rescates multimillonarios, solo necesitas una cosa, saber aparecer en una pantalla. 

Un comediante ucraniano que interpretaba a un presidente en una serie de televisión ahora firma decretos que determinan si habrá guerra o paz. Un magnate estadounidense cuya única experiencia administrativa real fue despedir participantes en un reality show controló durante cuatro años los códigos nucleares de la mayor potencia militar del planeta.

No son anomalías, son el estándar. Y lo más inquietante no es que hayan llegado, es que mientras estaban ahí, el mundo siguió funcionando. Las bolsas subieron, los bancos operaron, las corporaciones se expandieron como si la figura en la pantalla fuera completamente prescindible para el funcionamiento real del poder. Hay un sentimiento que recorre las sociedades contemporáneas, una angustia que no siempre se nombra, pero que todos reconocemos.

La sensación de que no hay ningún adulto en la sala; de que las decisiones que determinan si viviremos en paz o en crisis están en manos de personajes que parecen protagonistas de una sátira, no estadistas capacitados para gobernar... ¿Cómo llegamos hasta aquí? Esa es la pregunta equivocada. La pregunta correcta es, ¿para qué los necesitan?

La narrativa oficial es tranquilizadora. Los idiotas llegaron al poder porque las masas fueron manipuladas. Las redes sociales envenenaron el debate público. Los algoritmos crearon burbujas de desinformación. El populismo explotó el resentimiento de los perdedores de la globalización. La democracia, ese experimento frágil, finalmente mostró su defecto fatal: confiar en el criterio de personas no preparadas para tomar decisiones complejas. 

Esta explicación tiene la virtud de ser coherente y la desgracia de ser completamente insuficiente, porque trata el fenómeno como una anomalía, como un virus que infectó un sistema previamente sano, como si antes de Trump, antes de Zelenski, antes del desfile de bufones mediáticos que ocupan los más altos cargos, el poder hubiera estado en manos de mentes brillantes tomando decisiones racionales en favor del bien común, como si este fuera el desvío y no la consolidación de algo que llevaba décadas gestándose. La teoría de la manipulación de masas tiene un problema estructural. Asume que existe un votante ideal, racional, informado, que fue corrompido por fuerzas externas. Pero ese votante nunca existió. Nunca votamos por competencia técnica.

Siempre votamos por narrativa, por identidad, por el líder que nos hace sentir algo. Lo que cambió no fue el electorado, fue que el sistema dejó de necesitar disimular.

Antes, los actores del poder necesitaban mantener la ilusión de que la política importaba. Necesitaban líderes que al menos aparentaran entender economía, geopolítica, administración pública.

Hoy esa pantalla cayó y lo que quedó expuesto no es el caos. Es una máquina funcionando con perfecta eficiencia, pero sin conductor. Estos líderes no son errores del sistema, son el producto final, no son la enfermedad, son el síntoma de un cuerpo que ya aprendió a funcionar sin cerebro. Y la pregunta que deberíamos hacernos no es cómo detener la invasión de los incompetentes, sino por qué un sistema que se jacta de ser meritocrático, eficiente y racional los prefiere exactamente así: visibles, ruidosos y completamente prescindibles para las decisiones que realmente importan. Para entender por qué los prefiere así, necesitamos nombrar lo que está ocurriendo. Los griegos tenían una palabra para esto, caquistocracia, el gobierno de los peores, de los menos calificados, de aquellos cuya única virtud es no tener vergüenza suficiente para rechazar el cargo. Pero caquistocracia suena a decadencia, a colapso, a final de ciclo.

Y lo que estamos presenciando no es el final de nada, es la culminación de un diseño. El capitalismo financiero contemporáneo operó una escisión que pocos advierten. Separó la autoridad escénica del poder administrativo. El líder que aparece en la pantalla y el poder que toma las decisiones reales ya no son la misma entidad. El presidente gesticula, twitea, genera controversia, ocupa todos los titulares. Mientras tanto, la burocracia permanente, los bancos centrales, las corporaciones multinacionales, los fondos de inversión que controlan infraestructuras críticas operan en un silencio absoluto, sin cámaras, sin escrutinio, sin resistencia. El líder mediático funciona como un pararrayos. Atrae toda la electricidad de la indignación popular hacia su figura.

Las marchas, los hashtags, las columnas de opinión, los memes, los debates familiares, todo se consume discutiendo su último escándalo, su última declaración aberrante, su incompetencia evidente. Y mientras esa tormenta descarga su furia sobre él, la estructura de la casa permanece intacta.

Nadie está cuestionando quién redacta las leyes de desregulación financiera. Nadie está vigilando qué corporación acaba de comprar el sistema de agua potable de tu ciudad. Nadie está siguiendo el dinero. Guy Debord escribió en 1967 que, en la sociedad del espectáculo, todo lo que era vivido directamente se ha convertido en representación.

No estaba prediciendo el futuro, estaba describiendo el mecanismo que haría inevitable esta realidad. La política dejó de ser el ejercicio del poder y se convirtió en la representación del poder. El líder dejó de ser quien gobierna y se convirtió en quien aparenta gobernar. El voto dejó de ser un acto cívico y se convirtió en un acto de consumo de imagen. Por eso Trump y Zelenski no son anomalías, son la lógica llevada a su conclusión natural. Trump transformó la Casa Blanca en un plató de televisión porque entendió que eso era exactamente lo que se esperaba de él. No llegó a Washington para cambiar el sistema, llegó para ser su entertainer en jefe. Su función no era gobernar, era mantener el show. Cada tweet polémico, cada declaración escandalosa, cada controversia fabricada cumplía el mismo propósito. Mantener todas las miradas fijas en él, mientras detrás del escenario quienes realmente importaban hacían su trabajo sin interferencias. Desmontó regulaciones ambientales, firmó recortes fiscales para corporaciones, nombró jueces que alterarían leyes por décadas. Pero lo que el público recuerda son sus peleas con celebridades y sus errores ortográficos en redes sociales.

Zelenski es aún más revelador. Interpretaba a un profesor de historia que, harto de la corrupción política, se convertía en presidente de Ucrania en una serie de televisión llamada Servidor del Pueblo.

La serie tuvo tanto éxito que creó un partido político con el mismo nombre y ganó las elecciones. El pueblo no votó por un programa de gobierno; votó por la ficción, esperando que se hiciera realidad. Jean Baudrillard llamó a esto el simulacro, el momento en que la copia sustituye al original, en que la imagen importa más que la sustancia. Zelenski no fue elegido a pesar de ser actor. Fue elegido precisamente porque ya había interpretado el papel. La realidad política había muerto. Lo que quedó fue el casting. Pero aquí está la parte que incomoda: esto funciona. Funciona porque el sistema económico global ya no necesita líderes competentes. Necesita gestores de emociones colectivas.

Necesita a alguien que sepa leer un prompter, que genere engagement, que mantenga a la audiencia entretenida; mientras la economía sigue operando en piloto automático. Los bancos centrales ya tienen sus fórmulas. Las corporaciones ya tienen sus lobbies. Los tratados comerciales ya están negociados por tecnócratas que nunca aparecerán en un debate televisado. El presidente es la mascota del sistema, no su cerebro. Y lo más aterrador es que el mercado financiero no solo tolera esta dinámica, la prefiere. Un líder que gasta toda su energía política en guerras culturales y polémicas de redes sociales es un líder que no está interfiriendo con lo que realmente importa. La acumulación de capital.

Ladra mucho, muerde poco, o mejor dicho, ladra tanto que la audiencia no nota que ya no tiene dientes. La consecuencia de esta dinámica no es el caos, es algo peor, la normalización. Nos acostumbramos a que la política sea entretenimiento, a consumir noticias como quien consume una serie de televisión, esperando el próximo giro argumental, el próximo escándalo, la próxima temporada.

El electorado, entrenado por algoritmos que premian la novedad y el shock, ya no vota por programas de gobierno, vota por arcos narrativos, por el candidato que ofrece la historia más emocionante, no el plan más coherente. Esto ha reconfigurado por completo lo que significa ganar en política. Ya no ganas por tener las mejores ideas, ganas por tener la mejor presencia escénica, por saber cuándo gritar, cuándo susurrar. ¿Cuándo generar indignación y cuándo fingir empatía? La campaña electoral dejó de ser un debate de propuestas y se convirtió en una audición para protagonista de un drama colectivo. Y cuando el líder finalmente llega al poder, el guion sigue escribiéndose con la misma lógica. Cada decisión se mide por su impacto mediático, no por su efectividad administrativa.

Cada crisis se gestiona pensando en cómo se verá en los titulares, no en cómo se resolverá en la práctica. Gobernar se volvió indistinguible de actuar. Frente a esto emergen las soluciones de siempre. Necesitamos líderes más educados, dicen algunos. Debemos regular las redes sociales, proponen otros. La respuesta es más democracia directa, más participación ciudadana, insisten los optimistas.

Todas estas propuestas tienen algo en común: son completamente inútiles, no porque sean malintencionadas, sino porque no atacan la raíz. Puedes exigir que los candidatos tengan doctorados, pero, si el sistema sigue premiando la capacidad de generar titulares por encima de la capacidad de gobernar, solo conseguirás idiotas con diplomas. Puedes regular las redes sociales hasta el autoritarismo, pero, si la televisión, la radio y los periódicos ya llevan décadas convirtiendo la política en espectáculo, solo estarás cerrando una ventana mientras todas las puertas permanecen abiertas.

Puedes multiplicar los referendums y las consultas populares, pero, si el votante sigue consumiendo política como entretenimiento, solo estarás democratizando el circo, no desmontándolo. El problema no es quién está en el escenario, el problema es que exista un escenario. El problema no es que el actor sea malo, es que estemos buscando actores cuando necesitaríamos ingenieros. Y, sobre todo, el problema es que hemos dejado de preguntarnos si acaso necesitamos ese escenario, si el protagonista que tanto miramos tiene algún poder real o si lo que llamamos democracia no es más que el derecho a elegir qué máscara usará el siguiente decorado de un sistema que ya decidió hacia dónde va. Ahora podemos ver lo que estaba oculto a plena luz. La idiotez no es estupidez, es camuflaje. La incompetencia del líder no es un defecto que el sistema tolera, es una funcionalidad que el sistema necesita.

Porque un líder que parece ridículo desarma cualquier crítica seria antes de que llegue a las estructuras reales. Nos pasamos años riéndonos de los errores ortográficos de Trump, de sus exabruptos, de su estética de millonario de telenovela. Mientras tanto, ¿quién estaba revisando los contratos de reconstrucción? ¿Quién seguía el dinero de los rescates bancarios? ¿Quién vigilaba las leyes que permitieron la mayor transferencia de riqueza hacia arriba en décadas? 

Nadie, porque estábamos ocupados compartiendo memes. La futilidad es la armadura perfecta para la impunidad. Cada escándalo del líder histriónico drena toda la energía crítica del público hacia su figura. Mientras nadie pregunta quién escribió la legislación que desreguló las finanzas, qué corporación privatizó un servicio público o dónde están las cuentas offshore de quienes realmente deciden, Zelenski llegó como el outsider que enfrentaría a las élites, pero los oligarcas que controlaban Ucrania antes de su elección siguieron controlándola después. Las mismas redes de poder, los mismos intereses. Solo cambió la cara en la pantalla, solo cambió el actor encargado de absorber la frustración popular mientras el guion permanecíai ntacto. El sistema no necesita líderes brillantes porque los líderes brillantes son peligrosos. Un estadista con visión real puede cuestionar el orden establecido, pero un comediante, un magnate de reality shows, un personaje que solo entiende de trending topics, es perfectamente inofensivo. No puede amenazar lo que no comprende, no puede desmantelar lo que ni siquiera sabe que existe. Por eso, el capitalismo financiero prefiere gobernantes que provengan del entretenimiento, no a pesar de su falta de experiencia política, sino exactamente gracias a ella. Su única función es mantener el espectáculo en marcha, absorber la insatisfacción colectiva y renovar cada 4 años la ilusión de que algo puede cambiar. El sistema no colocó a un payaso en el trono por equivocación: necesitaba un circo para que nadie notara que el trono en realidad está vacío. Entonces, ¿qué hacemos con esta revelación?

La primera respuesta instintiva es buscar un líder mejor, alguien más preparado, más honesto, más capaz. Pero ya vimos que esa solución no toca la raíz. El problema no es la calidad del actor, es la existencia del teatro. La alternativa real no es política en el sentido tradicional, es perceptiva. Es un cambio radical en donde colocamos nuestra atención, llamémoslo el asetismo de la atención; retirar deliberadamente nuestra mirada del escenario y dirigirla hacia los bastidores. Dejar de consumir política como si fuera entretenimiento. Dejar de reaccionar a cada declaración escandalosa, a cada tweet polémico, a cada controversia fabricada. Porque cada segundo que invertimos discutiendo al payaso es un segundo que no estamos vigilando quién está moviendo los hilos, quién financia realmente las campañas, qué corporaciones redactan los proyectos de ley que los legisladores solo firman.

¿Qué fondos de inversión controlan la infraestructura crítica de tu ciudad? ¿Quién se benefició del último rescate financiero? Esas preguntas no generan memes, no se vuelven virales, no alimentan el ciclo del espectáculo y precisamente por eso son las únicas que importan. La solución no es cambiar al líder, es dejar de mirarlo. Tal vez lo más revolucionario que podemos hacer en este momento no sea marchar ni votar diferente, ni compartir el próximo hashtag indignado. Tal vez sea algo mucho más simple y más difícil, negarnos a seguir el guion. Negarnos a consumir el escándalo del día, negarnos a alimentar con nuestra atención el único recurso que el espectáculo necesita para perpetuarse.

Porque, si hay algo que este sistema no soporta, es el silencio. Y nada aterra más al circo que una audiencia que se levanta y se va. Si este análisis cambió tu forma de ver el poder, si ahora puedes nombrar lo que antes solo sentías como malestar difuso, escribe en los comentarios.

Ya no miro el escenario. Es una marca de lucidez compartida, una forma de reconocernos entre quienes dejamos de aplaudir el circo para empezar a vigilar la caja fuerte. 

Volvamos al inicio, pero con otros ojos. El mundo está dirigido por personas que, en cualquier otra profesión, habrían sido despedidas en su primera semana. Esa frase, que al principio sonaba como denuncia, ahora revela su verdadera naturaleza. No es una falla: es el diseño perfecto para un sistema que ya no necesita conductores, porque lo que llamamos incompetencia es, en realidad, la cualificación exacta para el cargo. El líder idiota no está ahí para tomar decisiones, está ahí para simular que alguien las está tomando. No está ahí para gobernar, está ahí para que creamos que todavía existe algo llamado gobierno. Su función no es dirigir la máquina, es distraernos del hecho de que la máquina ya no tiene volante. Esta es la orfandad política que mencionamos, ese terror existencial de descubrir que no hay ningún adulto en la sala. Pero ahora podemos reformular esa angustia. No es que no haya adultos, es que dejamos de necesitarlos.

El capitalismo financiero llegó a un punto de automatización tan completo que el liderazgo humano se volvió decorativo. Los algoritmos de trading mueven mercados. Los bancos centrales aplican fórmulas predeterminadas. Las corporaciones ejecutan planes estratégicos diseñados por consultoras que nadie eligió. El sistema opera en piloto automático, y el líder es simplemente la interfaz humana de un mecanismo que ya decidió su propio rumbo. Trump nunca tuvo el poder que aparentaba tener. Zelenski nunca controló lo que decía controlar, no porque fueran débiles, sino porque elpoder ya no reside donde solía residir.

igró, se dispersó, se volvió difuso, técnico, administrativo, se escondió en cláusulas de tratados comerciales, en decisiones de juntas directivas, en algoritmos que determinan qué ves, qué compras, qué piensas. Y aquí está la gran ironía. Mientras nos obsesionamos con el idiota en el trono, con su incompetencia evidente, con sus declaraciones absurdas, el verdadero poder celebra. Porque cada minuto que dedicamos a indignarnos por lo que el líder dijo, es un minuto que no dedicamos a cuestionar por qué las grandes corporaciones no pagan impuestos. ¿Por qué los salarios no crecen mientras las ganancias corporativas explotan? ¿Por qué cada crisis financiera termina con rescates para los bancos y austeridad para el resto? El idiota es el escudo perfecto.

Mientras exista, mientras ocupe la pantalla, mientras monopolice nuestra atención y nuestra rabia, el sistema real puede operar sin resistencia, sin cuestionamientos, sin amenaza de transformación, pero ahora lo sabemos. Y saber cambia todo, porque una vez que ves el mecanismo, no puedes dejar de verlo.

Una vez que entiendes que el escándalo del día es una cortina de humo, que ell íder ruidoso es una distracción funcional, que tu indignación está siendo administrada como un recurso más, ya no puedes participar del juego con la misma inocencia.

El poder no está donde nos dijeron que estaba. Y esa revelación, por más incómoda que sea, es también liberadora. Porque si el trono está vacío, si el líder es un decorado, entonces nuestra energía política no debería gastarse en cambiar la decoración, debería invertirse en desmantelar el teatro completo. ¿Has sentido esa transformación? ¿Ese momento en que dejas de discutir lo que dijo el político y empiezas a preguntar quién le escribió el discurso? Comparte en los comentarios en qué momento dejaste de mirar el escenario y empezaste a buscar los cables. Esas experiencias de despertar colectivo construyen el mapa que todos necesitamos. Hay una verdad que atraviesa todo lo que hemos analizado. Una verdad tan simple que resulta obscena.

El sistema no se equivocó al colocar a un payaso en el trono. El sistema necesitaba un circo para que nadie notara que el trono en realidad está vacío. Durante décadas nos vendieron la idea de que la democracia era el gobierno del pueblo, que nuestro voto importaba y quizás alguna vez fue verdad. Pero ese tiempo terminó. Lo que tenemos ahora es una simulación tan perfecta que nos cuesta aceptar que es simulación. Un teatro tan bien montado que seguimos comprando entradas, aunque ya sepamos que los actores no escriben el guion, que el decorado es cartón pintado, que la obra se representa para mantenernos en la butaca, mientras en otro edificio, sin cámaras ni audiencia, se toman las decisiones reales. El verdadero poder no necesita aplausos, necesita silencio, y nada genera más ruido que un idiota al mando. Mientras discutimos si el líder es fascista o incompetente, mientras compartimos indignados su última barbaridad, el sistema que lo colocó ahí sigue acumulando,  concentrando, extrayendo, sin freno, sin oposición, sin que siquiera sepamos sus nombres, pero ahora tú lo sabes y eso te convierte en un problema para el espectáculo, porque el espectáculo solo funciona si la audiencia cree en él. El día que dejemos de aplaudir, el día que dejemos de consumir el escándalo del día, el día que dirijamos nuestra atención hacia donde realmente duele, el circo colapsa. Desaprender eso es un acto de resistencia. Negarse a seguir el guion, a consumir la indignación programada, a invertir energía emocional en peleas diseñadas para agotarnos es sabotear el único recurso que el sistema necesita: nuestra atención. Tal vez la revolución no sea tomar el poder. Tal vez sea dejar de mirarlo donde nos dijeron que estaba y empezar a buscarlo donde realmente opera. Tal vez sea entender que el enemigo no es el idiota en el trono, sino el mecanismo que hace que el trono no importe. Tal vez sea aprender a vivir sin esperar al líder correcto, al partido correcto, a la elección correcta. Asumir que, si queremos transformar algo, tendremos que hacerlo sin pedir permiso al espectáculo, porque el espectáculo nunca dará permiso para su propia abolición. Esta no es una conclusión, es una apertura, un punto de partida para mirar de otra forma, para dejar de ser audiencia y empezar a hacer otra cosa. Algo que se reconoce en la lucidez compartida de quienes ya no aplauden. El circo seguirá, pero no necesitas quedarte en la función.

lunes, 17 de noviembre de 2025

Conferencia inédita de Philip K. Dick sobre la recomposición de la realidad

 Me gustaría confesar que me han pedido recortar aproximadamente dos tercios de mi discurso y dar un discurso lo más breve posible. Son libres de creerme o no, pero por favor créanme cuando les digo que no estoy bromeando. Esto es muy serio, un asunto de importancia.

Esta es la grabación que algunos creen que le costó la vida.

En septiembre de 1977, el escritor Philip Dick habló ante unaaudiencia en Francia. Esperaban escuchar ciencia ficción, pero lo que dijo reveló demasiado sobre la realidad, atrayendo la atención de la CIA y el FBI y cambiando su vida para siempre.

El tema de este discurso es un asunto que se ha descubierto recientemente. Se había producido una ruptura, una manipulación, un cambio, pero no en nuestro presente, sino en nuestro pasado. Se cambió una variable, por así decirlo, se reprogramó y que debido a esto, un mundo alternativo se ramificó y se actualizó en lugar del anterior y que de hecho literalmente estamos viviendo nuevamente este segmento particular de tiempo lineal.

Dijo que la CIA y el FBI habían tomado su trabajo años atrás. Fue entonces cuando al parecer habló más de la cuenta.

En marzo del 74, la CIA abrió mi correo. El FBI tenía un archivo sobre mí. He visto ambos, pero los policías estaban observando todo lo que hacía y tenía razón. Y me dijeron que la casa estaba vigilada y que eventualmente mi casa sería asaltada, mis archivos serían abiertos, mis papeles serían confiscados. Y así sucedió cuando llegué a casa y encontré que mi casa no era más que escombros, ruinas, caos, ventanas rotas, pomos de puertas destrozados y archivos abiertos.

Unos años más tarde murió repentinamente, justo antes del estreno de Blade Runner en junio de 1982, la adaptación cinematográfica de su novela Sueñan los androides con ovejas eléctricas. Sus seguidores decían que era extraño que el autor, quien había predicho tantos temas modernos sobre la inteligencia artificial, la identidad y la realidad, nunca llegara a ver la película que finalmente lo haría mundialmente famoso. Pero lo verdaderamente extraño es que él solo escribía ciencia ficción y aún así el FBI y la CIA comenzaron a vigilarlo. Para mí eso significa que estaba tocando información que nunca debió llegar al público. Eso fue lo que llamó mi atención, así que escucha con atención lo que viene a continuación. Sé que hoy la atención dura poco, pero confía en mí. Este video te pondrá la piel de gallina.

Estamos acostumbrados a suponer que todo cambio ocurre a lo largo del eje lineal del tiempo, del pasado al presente y al futuro. El presente es una acumulación del pasado y es diferente de él. El futuro se acumulará a partir del presente y será diferente también, que pudiera existir un eje temporal ortogonal o perpendicular, un dominio lateral en el que ocurre el cambio, procesos que suceden de forma lateral en la realidad, por así decirlo. Esto es casi imposible de imaginar. ¿Cómo percibiríamos esos cambios laterales? ¿Qué experimentaríamos? ¿Qué pistas? Si intentamos poner a prueba esta extraña teoría, deberíamos estar atentos a encontrar, en otras palabras, ¿cómo puede ocurrir un cambio fuera del tiempo lineal en cualquier sentido, en cualquier grado?

Philip trató de hacer comprensible esta idea con una imagen sencilla. 

Imaginemos un cuadro colgado en una pared. En lugar de reemplazar toda la pintura, los sirvientes cambian pequeños detalles en el mismo lienzo. Eliminan un árbol, añaden una figura, mueven ciertos elementos. Cuando el propietario la observa, ve algo nuevo, aunque familiar.

Su mente lucha por entender. Es el mismo cuadro, pero también no lo es. Dick utiliza este ejemplo para sugerir que la realidad podría ser alterada de formas sutiles sin ser completamente reemplazada.

Contemplando esta posibilidad de disposición lateral de mundos, una pluralidad de tierras superpuestas cuyo eje de conexión permite a una persona moverse y viajar misteriosamente de lo peor a lo bueno, a lo excelente.

Contemplando esto teológicamente, quizás podríamos decir que así desciframos de repente las expresiones elípticas que Cristo pronunció sobre el reino de Dios, específicamente dónde se encuentra.

Él conectó su teoría de los mundos paralelos con las palabras de Jesús, quien dijo, "Mi reino no es de este mundo, pero también el reino está dentro de ti o entre vosotros." Dick sugiere que esas afirmaciones no pretendían confundir, sino describir algo más profundo. Tal vez Jesús hablaba de esos reinos superpuestos, de esas múltiples realidades a las que los seres humanos pueden acceder en vida, algunas oscuras, otras luminosas y en el nivel más alto, el reino justo de Dios. ["Hay muchas moradas en el reino de mi Padre", dijo Jesús]

Yo en mis relatos y novelas a menudo escribo sobre mundos falsificados, mundos semirreales, así como mundos privados trastornados, habitados a menudo por una sola persona, mientras que los demás personajes, o bien permanecen en sus propios mundos todo el tiempo, o de alguna manera son atraídos a uno de los peculiares. Este tema aparece en el corpus de mis 27 años de escritura. Nunca tuve una explicación teórica o consciente para mi preocupación por estos mundos pseudopluriformes, pero ahora entiendo. Lo que percibía era el conjunto de realidades parcialmente actualizadas. Fue en febrero de 1974 cuando regresaron mis recuerdos bloqueados de la pista A y fue en febrero de 1974 cuando mi novela Flow My Bears: The Policeman Seed fue finalmente publicada después de 2 años de retraso. Era casi como si la publicación de la novela que había sido retrasada tanto tiempo significara que, en cierto sentido, estaba bien que yo recordara, es decir, recordar que el libro no era ficción, el libro estaba basado en recuerdos subliminales que yo tenía de un mundo así. Después de conectar su libro con esos recuerdos subliminales, profundizó más en lo que le ocurrió a comienzos de ese año. Contó que todo comenzó tras una cirugía dental mientras se recuperaba en casa. Una tarde, una joven repartidora llamó a su puerta. Llevaba un collar con el símbolo cristiano del pez. Cuando la luz del sol se reflejó en el colgante, Dick vio un destello repentino de luz rosada. Desde ese momento comenzó a experimentar una serie de visiones abrumadoras.

Aseguraba que aquel rayo rosado transportaba información directamente a su mente. No imágenes imaginadas, sino conocimiento estructurado. De pronto supo que su hijo pequeño padecía una peligrosa afección médica no diagnosticada.

Cuando los médicos lo examinaron, lo confirmaron y le salvaron la vida. Para Dick, aquello demostraba que su experiencia no era una fantasía. En las semanas siguientes las visiones se intensificaron. Decía vivir en dos realidades superpuestas, California en1974 y la Roma antigua del primer siglo. A veces creía ser él mismo y, al mismo tiempo, un esclavo cristiano bajo el dominio romano. Lo describía como si el tiempo se hubiera plegado con dos líneas de historia corriendo en paralelo y su conciencia pudiera desplazarse entre ambas. Philip también contó que comenzó a recibir enormes cantidades de información, descargas completas de filosofía, teología y ciencia, tan complejas que resultaban imposibles de inventar. Decía que era como si una inteligencia externa, a la que más tarde llamó BALIS, sistema de inteligencia viva y activa, transmitiera conocimiento directamente a su cerebro. Para él, eso explicaba por qué muchas de sus novelas ya contenían temas de realidades falsas, poderes ocultos y mundos superpuestos.

Creía que esas historias eran recuerdos subliminales que emergían mucho antes de que pudiera entenderlos conscientemente.

Las realidades corales sí existían superpuestas unas sobre otras, como tantas transparencias de película. Sin embargo, lo que aún no comprendo es cómo una realidad entre muchas llega a materializarse en contraposición a las demás. Es más probable que el mundo matriz, aquel con el verdadero núcleo del ser, sea determinado por el programador. Él o eso articula, imprime, por así decirlo, la elección de la matriz y la fusiona con la sustancia real.

El núcleo o la esencia de la realidad, aquello que la recibe o la alcanza y en qué grado, está dentro del ámbito del programador.

Esta selección y reselección es parte de la creatividad general, una construcción de mundos que parece ser su tarea. Como puedes imaginar, algunas personas del público se rieron mientras hablaba.

Recuerda, esto fue en 1977. En aquella época, las ideas sobre realidades múltiples o programadores ocultos sonaban completamente insensatas. Hoy hablar de simulaciones, mundos paralelos o líneas de tiempo alternas ya no es algo nuevo.

Científicos y filósofos lo discuten abiertamente, pero lo que aún me inquieta no es la teoría en sí, sino el hecho de que la CIA y el FBI realmente abrieron su correo, guardaron archivos sobre él, allanaron su casa y confiscaron sus documentos. Esa parte sigue levantando preguntas. Si solo era un escritor de ciencia ficción que inventaba historias, ¿por qué llegar tan lejos? Tal vez había dicho demasiado. Y para hacer su concepto más fácil de entender, dio un último ejemplo. Comparó la realidad misma con una partida de ajedrez. 

Imagina a dos jugadores. Uno representa una fuerza oscura y destructiva y el otro la inteligencia guía detrás de la realidad. En la superficie puede parecer que el jugador oscuro está ganando movimientos, capturando piezas y tomando el control del tablero, pero en realidad el juego ya está estructurado de tal forma que la victoria final pertenece al jugador superior. Según esta visión, la inteligencia que guía todo, lo que Philip Dick a veces llamaba el programador, ya ha elegido las variables de antemano.

Cada pérdida aparente es solo una parte de una secuencia mayor que conduce a la victoria final. Las personas perciben esto instintivamente, por eso rezan para ser incluidas en ese camino ganador, pidiendo no quedarse atrás en el juego. Quedarse fuera significa permanecer bajo la influencia de la fuerza destructiva, atrapado en una versión más oscura de la realidad. Pero incluso cuando esa fuerza parece astuta, incluso cuando aparenta ganar a corto plazo, ya está derrotada.

Es ciega ante el patrón completo del juego. El jugador superior ve todo el tablero, ve cada movimiento posible y por eso el resultado ya está decidido.

La fuerza constructiva siempre prevalecerá y la única pregunta es si seremos movidos junto con ella o quedaremos atrapados en el lado perdedor de la partida. Les propongo que tales alteraciones, la creación o selección de esa llamada presencia alternativa están ocurriendo continuamente.

El simple hecho de que podamos tratar conceptualmente esta noción, es decir, considerarla como una idea, es el primer paso para discernir estos procesos en sí mismos.

Dick dio algunos ejemplos muy simples de cómo estos desplazamientos podrían manifestarse en la vida cotidiana.

Podrías, por ejemplo, extender la mano para encender la luz del baño y de pronto darte cuenta de que siempre había estado en otro lugar.

O podrías intentar ajustar la rejilla del aire acondicionado en tu coche solo para descubrir que nunca existió allí.

Estos son reflejos residuales de otra versión del presente, hábitos de una línea temporal que ya no existe, pero que aún persiste en tu memoria a un nivel subconsciente. A veces incluso soñamos con personas o lugares que nunca hemos visto y, sin embargo, se sienten familiares y vívidos como si realmente los hubiéramos conocido. La mayoría de las veces lo descartamos y seguimos con nuestra vida. Pero una de las sensaciones más poderosas que muchos experimentan es el déjà vu. Esa extraña e innegable sensación de estar reviviendo el momento presente exactamente como ya ocurrió antes.

Escuchamos las mismas palabras, decimos las mismas palabras y estamos seguros de haber estado aquí antes. Dick sostenía que esto no era un simple truco de la mente. Para él, el déjà vu era una evidencia. Creía que era una pista de que en algún punto del pasado una variable había sido cambiada, como si la realidad hubiera sido reprogramada y una nueva línea temporal se hubiese ramificado de la anterior. En otras palabras, no lo estamos imaginando.

Estamos literalmente reviviendo el mismo segmento de tiempo nuevamente, solo que en una versión ligeramente alterada de la realidad. Se había producido una brecha, una manipulación, un cambio, pero no en nuestro presente, sino en nuestro pasado. Evidentemente, tal alteración tendría un efecto peculiar en las personas involucradas. Ellos serían movidos hacia atrás una o varias casillas en el tablero de juego que constituye nuestra realidad. Es concebible que esto pudiera ocurrir cualquier cantidad de veces, afectando a cualquier número de personas a medida que se reprogramaban variables alternativas. Tendríamos que vivir cada reprogramación a lo largo del eje de tiempo lineal subsiguiente.

Pero para el programador, a quien llamamos Dios, para Él los resultados de la programación serían evidentes de inmediato.

Nosotros estamos dentro del tiempo y Él no.Vivimos en una realidad programada por computadora y la única pista que tenemos de ello es cuando alguna variable cambia y ocurre alguna alteración en nuestra realidad.

Dick creía que cada vez que la realidad se desplazaba, un nuevo mundo lateral era generado, y, con cada cambio, la inteligencia guía, el programador alcanzaba una especie de victoria. Cada nueva versión de la realidad no es perfecta, pero es ligeramente mejor que la anterior. En su visión, el universo está siendo constantemente refinado etapa por etapa a través de este proceso.

Según lo describía, el viejo universo no desaparece, se convierte en materia prima, una especie de reserva utilizada para construir el nuevo.

Lo que parece caos, o fragmentos rotos en una línea temporal, podría en realidad ser la base de la siguiente. Esto significa que la realidad no se está moviendo hacia el colapso, sino hacia la mejora. Incluso si no siempre podemos ver cómo el proceso continúa avanzando, generando mundos alternativos uno tras otro, cada uno impregnado con un poco más de orden y estructura que el anterior. En este punto, lo que necesitamos ahora es localizar, presentar como evidencia a alguien que haya logrado conservar recuerdos de un presente diferente, impresiones latentes de un mundo alternativo, diferente en algún aspecto significativo de este, el que en esta etapa se ha actualizado.

Según mi perspectiva teórica, casi con toda seguridad serían recuerdos de un mundo peor que este, ya que no es razonable pensar que Dios, el programador y reprogramador, sustituiría un mundo por otro peor en términos de libertad, belleza, amor, orden o salud, según cualquier estándar que conozcamos.

Si lo que Philip Dick describía es cierto, que la realidad puede desplazarse lateralmente y que versiones alternativas del mundo aparecen una y otra vez, entonces tal vez ya hemos visto señales de ello sin darnos cuenta.

Uno de los ejemplos más claros es lo que ahora llamamos el efecto Mandela.

Millones de personas alrededor del mundo comparten el mismo recuerdo de algo que no coincide con la versión oficial actual de los hechos. El nombre proviene de personas que recuerdan que Nelson Mandela murió en prisión durante la década de los 80. Recuerdan los informes de noticias, las reacciones públicas, incluso las lecciones escolares sobre su muerte. Sin embargo, en esta línea temporal, Mandela fue liberado, se convirtió en presidente de Sudáfrica y vivió hasta el año 2013

Para quienes tienen la memoria anterior, es como si la historia hubiera sido reescrita. Y no termina allí. La gente recuerda a los Berenstein Bear, escritos como Berenstein con e. Recuerdan al hombre del Monopoly con un monóculo cuando en realidad nunca lo tuvo. ¿Recuerdan la famosa frase de la película El imperio contraataca, "Luke, yo soy tu padre", cuando la línea real es "No, yo soy tu padre". No se trata de un simple puñado de errores. Son recuerdos compartidos, consistentes entre millones de personas, como si realmente hubiéramos vivido en una versión ligeramente diferente de la realidad. 

La teoría de Philip Dick ofrece una posible explicación. Si las variables pueden ser cambiadas, si un programador puede desplazarnos lateralmente de una línea a otra, entonces el recuerdo ilusorio, los falsos recuerdos o el efecto Mandela podrían ser errores en absoluto. Podrían ser huellas de presentes anteriores, fragmentos de líneas temporales que una vez habitamos pero que ya no ocupamos. Y aquí es donde las cosas se vuelven aún más extrañas, porque no se trata solo de recuerdos personales. La propia cultura popular a veces parece revelar conocimiento de eventos mucho antes de que ocurran. Uno de los ejemplos más famosos es Los Simpson. Durante más de tres décadas, la serie animada ha hecho bromas que luego resultan reflejar eventos reales con una precisión inquietante. Años antes de que se inventaran los relojes inteligentes, Los Simpson mostraron personajes usando dispositivos de muñeca para hacer llamadas telefónicas.

Bromeaban sobre una función defectuosa de autocorrección en un dispositivo portátil, mucho antes de que los teléfonos inteligentes hicieran de esa frustración una realidad cotidiana. Incluso representaron que Disney acabaría comprando 20th Century Fox, una fusión que en su momento parecía absurda, pero que se concretó en el año 2019. En otro episodio mostraron un rascacielos con un diseño casi idéntico al Shar de Londres, dibujado más de una década antes de que comenzara su construcción. También incluyeron una pizarra de predicciones del Premio Nobel que coincidió con el ganador real anunciado años después. Y en otra historia presentaron un pez de tres ojos que vivía cerca de una planta nuclear, seguido años más tarde por noticias de un pez de tres ojos descubierto en Argentina, en aguas contaminadas por una instalación nuclear. En algún punto, la lista se vuelve demasiado larga para ignorarla. Ya no son simples casualidades ni coincidencias disfrazadas de humor, son señales, fragmentos de un rompecabezas que parecen hablarnos desde el otro lado del tiempo. Detalles tan precisos, tan imposibles de prever, que hacen que uno se detenga y se pregunte, ¿de verdad todo esto es solo una serie animada o algo o alguien nos está tratando de decir algo más? Algunos se ríen y lo descartan como pura coincidencia, pero otros sienten algo distinto, una vibración en el fondo del alma, una intuición que susurra que nada ocurre al azar, que quizá los guionistas, sin saberlo, tocaron las mismas cuerdas invisibles que conectan todas las realidades, las mismas que Philip K. Dick describió hace tantas décadas cuando habló de mundos paralelos, de capas del tiempo superpuestas, de una realidad que se desdobla y se vuelve a escribir una y otra vez. Y entonces lo entiendes. Tal vez no estamos viendo el futuro predecirse, sino recordándose. Tal vez estamos presenciando cómo las líneas del tiempo se rozan, cómo la historia se repite con ligeros ecos, como si alguien o algo nos invitara a despertar.

Porque cuando empiezas a mirar con el corazón, ves que la realidad no es tan sólida como parece. Es un sueño compartido, una película que todos proyectamos juntos y al notarlo surge la gran pregunta, ¿cuántas veces ya hemos vivido este momento sin darnos cuenta?

Gracias por quedarte hasta aquí. Que la luz te acompañe y que Dios te bendiga siempre.

sábado, 15 de noviembre de 2025

La crítica contra la partitocracia de Simone Weil, por Enric Gel

 Los conflictos entre la filosofía y la política, por Enric Gel, en su programa de YouTube Adictos a la filosofía, que recomiendo:

Desde sus inicios, ha habido grandes conflictos entre la filosofía y el poder político. Sócrates fue asesinado por la democracia ateniense básicamente por animar a la gente a pensar por sí misma. Platón propuso que el único remedio a los males de las ciudades era derrocar al político y que el filósofo fuera  el rey. Aristóteles tuvo que huir de Atenas cuando la masa enfurecida empezó a conspirar contra él por el papel que había tenido en la  educación de Alejandro Magno.Y desde entonces, el número de filósofos que, de un modo u otro, han sido silenciados o perseguidos por aquellos que ostentan el poder político no ha hecho más que crecer. En línea con este conflicto sistemático, en el siglo XX hubo una filósofa que propuso una crítica radicalmente destructiva de la principal estructura política moderna: los partidos. Y lo hizo sobre la base de que los partidos políticos, por su propia naturaleza, tienden a apagar la llama del espíritu filosófico: el pensamiento crítico. Esa filósofa fue Simone Weil, y en  este vídeo te lo cuento. Soy Enric, bienvenido  de vuelta a Adictos a la Filosofía, ¡empecemos!  

Breve biografía de Simone Weil

Simone Weil fue una filósofa francesa con un corazón desbordante que vivió una vida que no se puede sino admirar. Comprometió su pensamiento a la causa de los oprimidos y solamente con escuchar hablar del sufrimiento del otro la conmovía la compasión y la movía a las lágrimas. Falleció a la joven edad de 34 años al contraer tuberculosis y complicársele la enfermedad por su negativa a alimentarse adecuadamente, debido a que quería compartir las condiciones de vida de los prisioneros en la Alemania nazi. De ella dijo  Albert Camus que fue el único gran espíritu de su  tiempo. Y aunque tiene obras muy interesantes (y al final de este vídeo te diré dónde puedes aprender más acerca de su pensamiento), hoy te quiero hablar de un pequeño textito suyo de 1940: "Nota sobre la supresión general de los partidos  políticos". Como podéis adivinar por el título, en este ensayo defiende la necesidad de erradicar por completo los partidos políticos con el fin de que se pueda perseguir verdaderamente el bien común. El simple hecho de que los partidos existan y nos hayamos acostumbrado a ellos, dice Weil, no es un motivo para conservarlos. El único motivo suficiente sería el bien, es decir, que fueran  realmente buenos o útiles para la vida pública.  

Pero, ¿acaso es así? Weil, desde luego, pensaba que no, que los partidos eran un mal casi en  estado puro, dice, y que en ellos no había ningún bien con peso suficiente como para contrarrestar este mal y hacer deseable su conservación. Ahora, ¿cuál es el criterio del bien, se pregunta Weil, con el que juzgar a los partidos? "No puede ser  otro", escribe, "que la verdad y la justicia, y, en segundo lugar, la utilidad pública". Ni la democracia ni el poder de la mayoría son bienes en sí mismos, sino más bien medios con vistas al bien: solo preferimos la democracia porque sirve al bien común de un modo más eficaz que el  resto de regímenes. Si no lo hiciera, habría que desecharla y cambiarla por algo distinto. como uno en el que gobierne yo solito. Ese estaría bien. 

Primera crítica de Weil a los partidos políticos

En este punto, Weil está siguiendo las ideas de Rousseau, según el cual la mayoría de las veces, y dadas unas ciertas condiciones, la voluntad de la mayoría tiene mayores probabilidades de acertar con lo bueno y lo justo que cualquier otra, por motivos similares a los que daba Aristóteles: muchos ojos ven más y mejor que uno solo. El inconveniente está en que, para que esto se cumpla bien, para que la voluntad de la mayoría tenga realmente mayor probabilidad de acertar con lo bueno, tiene que cumplirse al menos una condición: que en el momento en el que se expresa la voluntad de la mayoría no haya ninguna pasión colectiva que distorsione la percepción que tiene la gente de la realidad. Y aquí es donde empiezan los problemas para Weil, y esta es su primera crítica, porque para ella los partidos son una máquina de fabricar pasión colectiva, con lo cual la dinámica natural del partido no ayuda para nada a adquirir una comprensión real, tranquila y ponderada de la propia situación y los dilemas y problemas en los que nos encontramos. Al contrario, dice, el partido exalta a las masas con tal de acaparar para sí el mayor número de apoyos. Esto nos lleva a la segunda crítica que Weil hace:  

Segunda crítica de Simone Weil a los partidos

Que el primer y último fin de todo partido es su propio crecimiento, para el que no se pone ningún límite. ¿Cuál parece ser siempre el objetivo que  persiguen los partidos? La mayoría absoluta y, así, lo bien o lo mal que hayan ido unas ciertas votaciones suele medirse con respecto a cómo de lejos ha quedado el partido de ese resultado. La mayoría absoluta es la gran victoria para el partido: es lo que le permite no depender de nadie más y poder aplicar inalterado, sin debatirlo ni negociarlo, su propio programa electoral. La deliberación y negociación con el otro suelen verse, en cambio, como un fastidio, como lo que me toca hacer cuando no tengo los apoyos suficientes. Pero si me lo puedo saltar por los números que tengo, me lo salto. Lo que plantea Weil es que en esta búsqueda del poder completo hay un germen totalitario peligroso. Pero eso no está mal. Si lo hago yo, claro, quiero decir. 

 Nadie se plantea que su partido pueda tener demasiados votos, demasiados miembros, demasiados diputados: más es siempre mejor. Pero, en este caso, ¿se está entendiendo el partido como un medio para el bien común o más bien como un fin en sí mismo? ¿Se ordena el partido al bien público o se ordena todo al crecimiento del partido? 

Tercera crítica de Simone Weil a los partidos

Alguien podría responderle a Weil que el partido busca su propio crecimiento con la intención precisamente de hacer realidad su propia idea particular del bien común. Pero aquí es donde entra su tercera crítica: que el hecho de que exista esa idea particular del bien común, que es la doctrina central del partido, y que se aplica de modo disciplinar sobre sus miembros, los convierte en organismos "constituidos para matar en las almas el sentido de la verdad y de  la justicia". El argumento es como sigue. Cuando uno entra en un partido, se le pide que asuma un cierto sistema de ideas, una doctrina. Puede que de ella conozca de entrada solamente una pequeña parte, pero aún así se le pide que la abrace toda. Si una persona prometiera enfrentarse a cada problema olvidándose de su condición de miembro de ese partido y preocupándose solo por discernir lo que le parece justo, sería mal visto. Y no te digo ya si encima rompe las directrices del partido y vota de manera contraria en alguna materia particular: sería aleccionado de inmediato. El problema, entonces, es que entrar en un partido, dice Weil, implica aceptar de manera más o menos acrítica toda una serie de postulados de los cuales conozco en principio solamente una parte. Weil lo asemeja al converso que a medida que va aprendiendo los dogmas de la iglesia en la que se ha metido, los va aceptando sin rechistar ni cuestionar. Así dice que cada partido es "como una pequeña Iglesia profana armada con la amenaza de la excomunión". En ambos casos se somete el pensamiento propio a una autoridad, sea la del partido o la de la iglesia. Así, el deseo de  buscar la verdad queda sustituido por la tendencia a acomodarse a un discurso preestablecido. De esta  manera, dice Weil, uno deja de pensar como tal y pasa a pensar como monárquico, como socialista,  como persona de izquierdas, de derechas, etcétera, cosa que, para ella, es lo mismo que no pensar. Y lo que es peor, los intentos de pensar dentro del partido se castigan a la mínima que se aparte uno de la doctrina oficial. Eso, escribe Weil, equivale a castigar a los que se atrevan a pensar por sí mismos, e implica que un diputado está obligado a atenerse a lo que decida el partido y no a lo que la luz natural de su razón le indique que es bueno, justo y verdadero.  

"Los partidos son un maravilloso mecanismo en virtud del cual, en toda la extensión de un país, no hay nadie que preste su atención al esfuerzo de discernir, en los asuntos públicos, el bien, la justicia y la verdad. [...] Si se confiara al diablo la organización de la vida pública, no podría imaginar nada más ingenioso". 

Uno cede su capacidad de pensar al partido y ya no es él el que piensa lo que le parece bien o lo que le parece mal: es el partido, son otras personas en las esferas altas del partido las que piensan y deciden por él. Así, los partidos persiguen solamente su propio crecimiento y la  búsqueda de un poder total. Y con ese fin buscan avivar la pasión colectiva polarizando las masas e imponer un fuerte control disciplinario sobre el pensamiento de sus miembros. De esta manera nublan por un lado el juicio del pueblo y castigan por el otro el pensamiento crítico. Por estos motivos, los partidos "son malos en su principio y en la  práctica sus efectos son malos. La supresión de los partidos sería un bien casi puro". 

Pero, ¿cuál  es la alternativa, Simone Weil? Pues una forma de política mucho más libre, nos dice, sin partidos ni doctrinas, en la que los distintos diputados se presentarían a elecciones no con la etiqueta de yo soy de este partido, sino con una descripción detallada de sus valores y su pensamiento y la promesa primero de seguir pensando en diálogo con los demás elegidos y de hacer siempre solo aquello que honestamente le pareciera correcto. De esta manera, imagina Weil, las relaciones entre diputados serían mucho más libres y fluidas y se asociarían o disociarían según las afinidades que tuvieran en cada problema o tema particular. El  planteamiento de Weil, como os podéis imaginar, ha sido criticado desde todos los puntos de vista.  

Objeciones al pensamiento de Weil

De hecho, todo este tema ya lo expliqué como en los orígenes del canal, hace casi ya 10 años, y muchos de vosotros mismos planteasteis muchas objeciones en comentarios. Por ejemplo, no hay que olvidar que Weil está escribiendo este texto en un momento histórico muy concreto: apenas empezada la Segunda Guerra Mundial. Por mucho que sus críticas tal vez se puedan trasladar de algún modo a los partidos actuales, tal vez su radicalidad se deba más bien al contexto político de ese momento y no se pueda traducir tal cual día de hoy. De hecho, incluso si aceptamos las críticas como interesantes, es bastante controvertido que la alternativa que propone sea viable. 

¿Acaso no terminarían surgiendo otra vez los partidos de una manera o de otra cuando esos diputados libres se vayan asociando repetidamente entre los que tienen más afinidades? Al final, los problemas que  identifica con los partidos como institución los podemos tal vez encontrar también en cualquier otra organización humana lo suficientemente compleja por la que pase algo de poder. Y esto es importante, porque en política no basta simplemente con señalar un problema: uno tiene que ser capaz de poner sobre la mesa una alternativa mejor, porque si no la hay, a veces es preferible malo conocido que bueno por conocer. Los partidos puede que tengan muchas cosas malas, pero es que tal vez no lo podemos hacer mejor. Al final, en política no hay que perseguir la mejor solución ideal en abstracto sobre el papel, sino la mejor solución posible para nuestro caso, dadas nuestras circunstancias. Sin ir más lejos, la disciplina de voto, OK, tiene sus inconvenientes, pero tampoco hay que olvidar que se planteó precisamente para abordar otro problema igual de gordo, el transfuguismo, la compra del voto de un diputado. Al final, en política hay poco que sea un bien o un mal casi puro, como dice Weil, sino que prácticamente todo tiene sus pros y sus contras y da la impresión de que Weil eso lo pierde de vista (de nuevo, posiblemente por la situación histórica en la que se encontraba). Puede ser simplemente que esos problemas que identifica sean nuestros, de la condición humana en general, y no de los partidos en específico. 

Sea como sea, ahí está este texto, "Nota sobre la supresión general de los partidos políticos", y sigue valiendo la pena muchísimo leerlo porque es un recordatorio, primero, de  los peligros de un sistema que a menudo damos por supuesto y, segundo, de la necesidad de proteger el pensamiento crítico dentro de la política.  

Y ahora, si lo que quieres es descubrir lo fascinante que fue su vida y las claves de su pensamiento filosófico, no te puedes perder este otro vídeo de aquí en el que, encima, conecto su filosofía con el último disco de Rosalía, LUX, en el que aparece una cita suya: "El amor no es consuelo, es luz". ¿Qué  significa eso? Pues en este vídeo te lo cuento. Así que venga, dale un buen clic, ahí te veo y, sobre todo... no dejes de pensar.

viernes, 7 de noviembre de 2025

La filosofía de la religión de Gustavo Bueno

  El filósofo Gustavo Bueno en su obra El animal divino se refiere al numen como el núcleo básico de toda expresión religiosa, desde las más simples a las más complejas. Entiende que hay dos tipos de númenes: los equívocos que poseen una naturaleza distinta a la humana o a la animal y que, a su vez, se subdivide en dos grupos (divinos y demoníacos) y los análogos, aquellos cuya naturaleza se concibe ligada a la humana o animal. Este tipo también se subdivide en dos grupos: los humanos (héroes o semidioses y santos, entre otros) y los zoomorfos (que toman la apariencia de animales totémicos y sagrados). En efecto, muchos dioses antiguos de distintas culturas tienen asociado un animal o toman partes de animal (la lechuza Atenea, el águila Zeus... Los centauros, la Quimera, la Esfinge... El dios egipcio Horus tiene cabeza de halcón; Anubis tiene cabeza de chacal; Bastet tiene cabeza de gato... Algo parecido sucede con el panteón de los dioses hindúes y japoneses del sintoísmo).

De la Fundación Gustavo Bueno:

Entrevista a Gustavo Bueno. Hacia una teoría materialista de la religión , Lorenzo y Mariano Arias, en Argumentos, Madrid, septiembre de 1981, nº 46, páginas 46-50:

Gustavo Bueno está considerado, desde hace ya bastantes años, como uno de los máximos representantes de lo que podría denominarse un «materialismo filosófico abierto, heterodoxo y crítico». Nacido en Santo Domingo de la Calzada en 1924, doctor en filosofía por la Universidad de Madrid en 1948 con su tesis sobre «Fundamento material y formal de la moderna filosofía de la religión», catedrático del Instituto «Lucía Medrano», de Salamanca, de 1949 a 1960 Gustavo Bueno es, desde ese año, catedrático de la Universidad de Oviedo, en donde ha desarrollado una intensa actividad como docente, conferenciante e introductor del pensamiento marxista.

Autor de numerosos trabajos filosóficos, entre sus obras se encuentran «El papel de la filosofía en el conjunto del saber» (1970), polémica réplica a la posición sustentada por otro de los grandes iconoclastas de la filosofía española, el profesor Manuel Sacristán en su breve ensayo «Sobre el papel de la filosofía en los estudios superiores»; «Etnología y utopía» (1971); «Ensayos materialistas» (1972 ), la exposición más acabada de su materialismo filosófico, que huye tanto de la posición simplista y dogmática del «Diamat» como de las posiciones cientistas de un Robert Havemann; «Ensayo sobre las categorías de la Economía Política» (1972); o, en fin, «Estatuto gnoseológico» (1976), publicada solamente de forma parcial en las páginas de «El Basilisco» y en donde trata de articular una teoría de la ciencia materialista, concebida en un principio como una crítica-alternativa al concepto de «corte epistemológico» de Gaston Bachelard empleado por Louis Althusser y en los últimos trabajos como una alternativa global a las concepciones postpopperianas y metacientíficas, planteada desde posiciones abiertamente antiidealistas.

Impulsor de diversos proyectos intelectuales, como la revista «Theoria» (1953-1955), al lado de Miguel Sánchez-Mazas y Carlos París, entre otros, o la sociedad editorial «Amigos de Asturias», Gustavo Bueno dirige desde 1978 «El Basilisco», «revista de Filosofía, Ciencias Humanas, Teoría de la Ciencia y de la Cultura», nacida al calor de los estudios y reuniones desarrolladas en su cátedra de la Universidad ovetense.

Actualmente, Gustavo Bueno se encuentra trabajando en la preparación de un libro cuyo contenido desarrolla su ponencia «Hacia una teoría materialista de la religión», que presentó en el último verano en el curso sobre «Filosofía y Teología en el siglo XX», organizado en La Granda (Avilés) por la «Escuela Asturiana de Estudios Hispánicos» y que no dejó de provocar una viva polémica.

Pensamos que su ponencia no ofreció respuesta a un interrogante presente en el ambiente clerical de los asistentes a las jornadas de Avilés: la existencia o inexistencia de Dios. Realmente, la ausencia en su discurso de argumentos sobre este «dilema», ¿en qué medida sería consustancial con su tesis?

La cuestión sobre la naturaleza de la religión en cuanto filosofía de la religión no exige tratar la cuestión de Dios, puesto que esa exigencia sería pertinente desde el punto de vista de una. filosofía de la religión teológica no materialista. La cuestión es siguiente: ¿Tiene sentido hablar de una filosofía de la religión sin Dios? Mi tesis es que la religión no constituye el campo de una disciplina filosófica hasta el siglo XVII. El tratado de Dios no es el tratado de la religión. Los escolásticos, grosso modo, rompen la religión en dos partes: la religión natural, la cual pertenecería a la ética; y la religión positiva que no pertenecería ni a la ciencia ni a la filosofía, al ser revelación. Para los escolásticos la religión natural es un capítulo de la justicia, de la filosofía moral, lo cual supone que Dios ha sido demostrado por la metafísica. Es el caso de Aristóteles, el cual demuestra a Dios dentro de su sistema y, no obstante, niega la religión. Porque la religión sería amor y el amor según Aristóteles exige una proporción entre el amante y el amado y como la proporción es infinita no cabe amor ni del hombre a Dios ni de Dios al hombre. Pero la parte principal de la religión, que es la religión positiva (dogmas, símbolos, mitos) ésa, según los escolásticos no puede ser objeto de ciencia porque al ser revelación es sobrenatural y queda fuera del horizonte filosófico; no cabe hablar, pues, de filosofía de la religión.

Usted presentó a Espinosa como el primer pensador que dio forma a una cierta filosofía de la religión. En este sentido, hizo referencia a su quinta parte de la Etica, la cual constituiría una filosofía de la religión íntegra...

Yo presentaba a Espinosa como la primera figura que partiendo de esa distinción de religión natural y positiva había establecido una disciplina que, a mi juicio, es fundamental en su sistema, que sería precisamente la quinta parte de su Etica. La concepción de Espinosa prefigura enteramente la de Hegel. Es una filosofía de la religión de carácter humanista, en el fondo, porque el hombre es Dios, pero no un Dios transcendente; Dios es el hombre y no en el sentido de Feuerbach, en el sentido de que Dios sea el hombre, sino que el hombre es Dios. Esta es la doctrina de Espinosa.

En su opinión, ¿una Filosofía de la Religión debe sustentarse en principios de la misma religión únicamente o, por el contrario, debe ir más allá?

Una Filosofía de la Religión debe comprometerse enteramente en la cuestión de la verdad de la religión como condición sine qua non, a la vez que en su fundamentación. Sin embargo, no puede tomar sus principios exclusivamente de la propia religión, de los fenómenos o hechos religiosos; por contra debe buscarlos en la Ontología y la Antropología. Es así cómo la Filosofía de la Religión no se aleja mucho del terreno de los hechos o fenómenos religiosos, manteniéndose en el centro o núcleo de los mismos. Porque es un hecho que todas las religiones pretenden mantener una relación real, Re-ligación, y no ilusoria, entre los hombres y otros seres también reales. Hablando en términos psicológicos se podría decir que los sentimientos religiosos son «sentimientos de realidad»; y expresado en términos de análisis lingüístico: la proposiciones religiosas no son simplemente emocionales, u optativas, sino apofánticas, por cuanto pretenden referirse a una realidad a la vez que ser verdaderas. El ejemplo es elocuente: el que reza no quiere decir: «¡Oh, Dios mío, si existes, salva mi alma, si es que ésta existe!», lo que quiere decir: «¡Dios mío, tú que estás ahí presente, sálvame!»

Usted. se presentó haciendo un esquema antropológico...

Sí, sí, evidentemente...

Y ellos estaban situados en el otro extremo. Como deseando que se hablara de lo que a ellos les interesaba...

Claro, de la religión terciaria... Ellos, no querían considerarse como clase terciaria de la religión, que, además, es el prólogo del ateísmo...

En esta línea, ¿cuáles son las fases que usted distingue en el desarrollo de la religión?

Tres a mi juicio son las fases que se observan en el desarrollo de la religión: la fase de la religión primaria, la religión del «hombre-cazador», desde el final del musteriense hasta el neolítico, y en el que a consecuencia del desarrollo de las relaciones sociales y tecnológicas puede hablarse ya de una relación «normalizada» del hombre con los animales. La fase de la religión secundaria o mitológica (que se hace necesaria tras la liquidación física de los «númenes del paleolítico» por un lado y por la domesticación de los animales por otro), y la fase de las religiones terciarias o metafísicas (cuyos primeros indicios históricos se darían en el segundo milenio antes de Cristo, los Vedas, Amenofis IV, Moisés). Las religiones terciarias en cuanto se instituyen (en gran medida, a consecuencia del desarrollo de la Astronomía y después de la filosofía), como crítica del error mitológico y de la superstición, pueden considerarse como dialécticamente verdaderas y, por tanto, como antesala del ateísmo.

Según parece, el concepto de experiencia religiosa fue uno de los capítulos de su tesis más sujeto o controversia ¿En qué se fundaba tal discrepancia?

Este concepto es sumamente confuso y equívoco porque está deliberadamente hecho así. Resulta que como quiera que une experiencia con religión, parece entenderse en el sentido de experiencia íntima cuando, en realidad, son conceptos sumamente contradictorios. Si la experiencia debe ser intercomunicable, intersubjetiva, repetible, &c. ... y si Ia experiencia religiosa es la experiencia que procede de la gracia de Dios, al ser Dios, según los teólogos, quien da esa experiencia religiosa, este razonamiento sobre si hay una causa primera, no puede constituir una forma de experiencia y sí una serie de razonamientos de carácter general que todo el mundo tiene que tener alguna vez, claro. Pero, en realidad, lo que llamamos experiencia religiosa es, al parecer, una serie de vivencias características donde aparece la presencia de la divinidad en el sentido terciario, &c. Ahora bien, ocurre que según los propios terciarios esa experiencia está posibilitada por la gracia divina que es libre, resultando que la experiencia por definición deja de ser controlable por el hombre para depender de la gracia de Dios. Ello guarda estrecha relación con la famosa frase de la Biblia «el espíritu sopla donde quiere». Así, el que tiene experiencia religiosa, pues la tiene y muy bien. Y si Dios le ha tocado con su mano... pero, en realidad, eso no es experiencia; es otra cosa distinta... Por eso decía que si por experiencia entendemos lo que se entiende gnoseológicamente entonces invocar la experiencia religiosa como aquello que alguien puede tener en virtud de una elección hecha por Dios ciertamente que le interesaría a Dios pero nunca a los demás. Por otra parte se me imputaba que estaba tratando de reducir todo tipo de experiencia a mi concepto particular de entender la misma, cuando es falso, porque el concepto de experiencia es, precisamente, el concepto de experiencia comunitaria. Es, esencialmente, una objeción de tipo puramente verbal.

Usted mencionaba expresamente a San Juan de la Cruz en relación con la experiencia religiosa...

En efecto, cité un texto de San Juan de la Cruz donde aparece una descripción de la experiencia religiosa en el cual Dios se presenta como un monstruo que te digiere y te traga. Desde el punto de vista de la teoría zoológica de la religión eso es un símbolo. Muy bien, pero en San Juan de la Cruz ¡y nada menos que en él! que representa un prototipo de experiencia religiosa mucho más refinada, aparecen ya los símbolos más primitivos de Dios, como un monstruo que te traga y te devora, como aparece también en Lutero, por ejemplo, queriendo, naturalmente significar que la intensidad de la experiencia religiosa nos remite de nuevo, siempre, como en los delirios de tipo alucinatorio, a animales que son los que aparecen siempre. Cualquiera sabe la causa que lo origina, pero son siempre animales que nadie ha visto, extraños monstruos con formas de tipo animal...

Planteadas así las cosas, ¿cuáles son las dos grandes alternativas abiertas a la filosofía materialista de la religión?

Por una parte, está la humanista, la que considera «los númenes como hombres, o el hombre mismo», que es quien «hizo a Dios a su imagen y semejanza», en la fórmula de Feuerbach; por otra, la zoológica, que dice que los démones son los animales. La filosofía humanista de la religión es la que mayor tradición tiene en filosofía desde Evehmero hasta Augusto Comte. Por otra parte, es preciso distinguir al humanismo reductivista, sociologista y psicologista que identifica a los númenes con los hombres, del humanismo filosófico que admite que «Ios hombres son númenes». Para mí, hay que rechazar el humanismo como alternativa de una filosofía de la religión, si se tienen presentes los principios de la antropología filosófica materialista, en concreto el principio de la racionalidad, el principio de la igualdad «moral» entre los hombres, por cuanto que si los hombres son iguales no es posible pensar que alguno de ellos sea considerado realmente como numinoso. El hombre, por tanto, debe respetar al hombre pero no puede temerlo ni adorarlo, como si fuese un númen. Si los hombres han adorado y divinizado a otros hombres lo habrán hecho sub specie animalitatis, como cuando Homero percibe a Diomedes como un león. De este modo, el zoologismo es la única alternativa a una filosofía de la religión materialista y racionalista: los hombres hicieron a los dioses, no a su imagen y semejanza, sino a imagen y semejanza de los animales. Paradójicamente, esta tesis es nueva en filosofía, porque, aunque ha sido sostenida muchas veces por los científicos de la religión como tesis empírica, sin embargo ha sido acompañada normalmente del supuesto de que por ello mismo «la religión de los animales» es falsa («concepto de fetichismo, de antropomorfismo»). Esta tesis, en filosofía de la religión difícilmente podría haber sido defendida hace unos pocos años, en los cuales aún dominaba el mecanicismo (la «impía» concepción de los animales como máquinas, propuesta en España por Gómez Pereira, y extendida por Descartes). Aunque hoy, cuando el darwinismo por un lado y la Etología por otro han mostrado no sólo las diferencias sino también la continuidad entre los hombres y los animales, algunos de los cuales están dotados de inteligencia, incluso de lenguaje «doblemente articulado», la posibilidad de una religación de los hombres respecto de los animales aparece como científicamente fundamentada.

Gnoseológicamente, las teorías totemistas podían considerarse como opuestas al humanismo...

Sí, efectivamente, pero el totemismo no está pensado como una filosofía de la religión sino como una teoría positiva de ciertas religiones. Y, generalmente, las ideas totemistas de la religión primitiva son teorías de la religión primitiva y se agotan... Es decir, son teorías positivas, mientras que en la fase primaria tiene la pretensión de ser filosofía de la religión; por lo tanto la perspectiva es diferente. Dicho de otro modo: no es, simplemente, una aplicación de las teorías totemistas a esto sino que es una perspectiva filosófica general, en donde el hecho de llegar a los animales no es a través de un método deductivo o empírico como la única condición para que la filosofía de la religión sea posible. Es, ciertamente, una cuestión gnoseológica. Es decir, que el hecho de llegar a la teoría zoomórfica, tal como yo la exponía, es una conclusión deductiva, como condición única, hoy día, para que pueda hablarse de filosofía de la religión. Esta es mi tesis. Cabe hablar de teología, de etnología, de psicología. ¿Por qué? porque no cabe atribuir verdad a la religión. Y examinado entonces el conjunto de entidades numinosas existentes se va, por exclusión, quedándose con los animales, encontrándose, por razones gnoseológicas, con un conjunto de doctrinas afines cuyos límites se pueden comprobar precisamente por la perspectiva desde la que se ha partido...

En cierta medida el «dialogo» que Vd. mantuvo en La Granda posibilitó el afloramiento de viejas polémicas que recordaban los famosos «diálogos» de Salzburgo entre cristianos y marxistas. ¿Cree usted que se puede hablar de algún tipo de conexión con aquellas discusiones?

Eso es muy interesante. Aquellos diálogos se habrían intentado hacer mediante la siguiente aproximación: por una parte, se habría efectuado una concesión por parte de los cristianos de los componentes propiamente terciarios a los componentes morales o humanos de la religión en el sentido ofrecido por Espinosa, como generosidad, caridad, justicia, &c. ... Es decir, tomando de la religión aquellos componentes que tienen una incidencia más directamente política y dejando entre paréntesis todos los problemas llamados metafísicos o teológicos. Concesión ya importantísima porque, desde el punto de vista interno, a la religión cristiana esto es imposible. San Agustín sentencia: «Las virtudes de los paganos son vicios.» Pero en fin, a mi juicio representa una concesión en sí misma contradictoria;. de ahí que no hayan podido en el fondo establecer concesiones de hecho. Referente a los marxistas la aproximación se produciría inversamente, como un subrayado de los problemas prácticos, político morales, considerando como cuestión metafísica indiferente las cuestiones teológicas. Con ello estas concesiones serían, en cierto, modo antisimétricas, al considerar, por lo menos algunos marxistas, la cuestión metafísica como una forma secundaria. Cuestión que, a mi juicio, no puede ser en absoluto secundaria. Lo cierto es que al considerar secundaria estas discusiones propias de metafísicos o de filósofos , se entraba en coincidencia negativa con los cristianos que decían que también era secundario hablar de cuestiones teológicas puras, bizantinas, con la importancia de los problemas inmediatos de la caridad, de la pastoral como dicen ellos, de la política... Así, mediante esas dos concesiones se desvirtúa por razones distintas, a mi juicio, el diálogo. Y ello porque en sí el cristianismo no podía en absoluto prescindir de sus premisas teológicas, mientras que el marxismo jamás podría prescindir de sus premisas filosóficas de carácter materialista. Así, al decapitar de ese modo toda cúpula de tipo ideológico, filosófico o teológico, entonces era posible el diálogo, si bien, eso sí, quedaba trivializado completamente al ser relegado al plano académico, eclesiástico, que era donde tenían lugar las discusiones, entre curas e intelectuales marxistas... En fin, en estos diálogos si alguna vez se planteaba la cuestión central de la existencia de Dios, en seguida quedaba como sobre ascuas, como «cuestiones demasiado generales», o «esto es para filósofos, aquí lo. importante es lo práctico» dirían...

Al margen de interés con que se recogió su tesis, ¿no cree que su argumentación fue interpretada incorrectamente?

Estoy absolutamente de acuerdo. Es más, creo que no habían seguido la argumentación. El esquema de mi argumentación era enteramente escolástico. No podrían entrar por aquí, porque si entraban en seguida quedaban envueltos en la religión terciaria. La teoría de la religión que yo les propuse a mi me parecía que tenía una gran fuerza absorbente...

Sin embargo, es cierto que esa argumentación está fundamentada por la Lógica de la Ciencias humanas, como es habitual denominar al trabajo de investigación filosófica que usted realiza. El eje sobre el cual está centrada su filosofía es precisamente la construcción de una crítica filosófica de las ciencias humanas, por ello: ¿qué lugar ocuparía la teoría de la religión dentro de la gnoseología de las ciencias humanas?...

Yo he sintetizado todo un infinito material que tengo escrito. Intenté pues, organizar ese material en una exposición que fuera coherente, aunque la argumentación fuese ciertamente esquemática... Mi exposición tenía como objetivo la exploración de las condiciones necesarias que habría que presuponer para poder hablar hoy de una filosofía materialista de la religión. Ciertamente pretenden hacer sus veces las llamadas «Teorías de la Religión», pero el concepto de «Teoría de la Religión» (por ejemplo «Teoría marxista de la Religión») es ambiguo y gnoseológicamente irresponsable, pues lo que se llama teoría debe especificarse de inmediato como teoría científica de la religión, o como teoría filosófica, o como teoría teológica. Una teoría científica de la Religión podrá ser Sociología de la Religión, Psicología de la Religión, Etnología o Ciencia comparada de las Religiones. En cuanto científicas, las teorías de la Religión quieren ser neutrales, no quieren comprometerse acerca de la verdad de las religiones (Evans Pritchard). Pero la Filosofía de la Religión no puede mantenerse neutral ante la cuestión de la verdad; debe, además, ofrecer una fundamentación en virtud de la cual pueda afirmarse que la religión es verdadera, porque si una doctrina concluyera que la religión es falsa, esta doctrina no podría propiamente llamarse Filosofía de la Religión, sino Psicología o Sociología de la Religión. Así pues, dentro de las Ciencias humanas la filosofía de la religión sería, a mi juicio, importante en la medida que conlleva una crítica a las ciencias de la religión. Por otra parte mi preocupación casi obsesiva y de la cual partía fue la preocupación gnoseológica. Yo, en cada línea que estaba haciendo me preguntaba por qué esta línea es filosófica o en qué condiciones puede hablarse de filosofía, es decir, por qué no es sociológica o psicológica y no etnológica o teológica. Y ello porque son todas las cosa a la vez; es decir, que la religión me parece que es uno de los puntos en donde todas estas perspectivas están más imbricadas. Seguramente es un campo totalmente privilegiado para explorar el alcance de las diferentes opiniones que uno tenga de tipo gnoseológico. Lo cierto es que esta teoría de la religión ha estado siempre presente, ya desde mi tesis doctoral en 1948.

Gustavo Bueno, El animal divino. Ensayo de una filosofía materialista de la religión

Segunda edición, corregida y aumentada con catorce escolios, Pentalfa, Oviedo 1996

ISBN 84-7848-490-6 · 230×145 mm · 438 pgs

Primera edición: Pentalfa Ediciones, Oviedo 1985

ISBN 84-85422-56-2 · 150×215 mm · 309 págs.

El animal divino. Tercera edición (2023)

La religión es algo común en la vida ordinaria, acerca de la cual todo el mundo, creyentes o no creyentes, tiene alguna opinión. En nuestra sociedad actual, educada en el cristianismo (pero lo mismo se podría decir en sociedades educadas en el islamismo, judaísmo o budismo, es decir, en las llamadas religiones superiores), podría afirmarse que la mayor parte de sus miembros «saben» perfectamente en qué lugar hay que situar la religión: las religiones tienen que ver con Dios, con las relaciones entre el hombre y Dios. Cuando los hombres son creyentes (sea practicando una confesión determinada o, sin practicar ninguna religión positiva, manteniendo la fe en un ser superior) dirán que la religión es verdadera o que las religiones tienen algún tipo de verdad. Cuando los hombres no creen en la existencia de algún Dios dirán simplemente que las religiones son falsas (acaso las justificarán o explicarán por motivos psicológicos –la esperanza que la religión ofrece– o sociológicos –el «opio del pueblo», engaños de la casta sacerdotal para defender su estatus de poder...–). Pero, sin embargo, seguirán sabiendo lo que es la religión, como algo que, en todo caso, tiene que ver con Dios (sea éste real o imaginario).

En todas estos casos se sobreentiende que la religión es algo que tiene que ser definido en relación con Dios, de forma que el concepto que en los países avanzados se tiene de religión gira en torno a conceptos teológicos, y que hablar de religión es algo que queda reservado a los teólogos o, si se quiere, a los especialistas religiosos. Situados en esta perspectiva, toda otra manifestación que de algún modo suele llamarse religiosa, por ejemplo, el animismo, el politeísmo, el chamanismo, el vudú, candomblé o incluso el espiritismo, suele sistemáticamente considerarse como cosa de pueblos primitivos, salvajes o incultos.

Entre los que no creen en Dios lo más frecuente es, sin embargo, pensar que Dios (o los dioses) no son otra cosa sino proyección de la propia naturaleza humana, y desde este humanismo llega a justificarse la religión como una exaltación del hombre en tanto que éste llega a elevarse a sí mismo a la condición de Dios. Según como sean los dioses, así los hombres que los han ideado. «El hombre hizo a los dioses a su imagen y semejanza.»

Como vemos, la opinión generalizada en nuestra sociedad es que, en todos las casos, la religión tiene que ver con los dioses.

En este sentido, en El animal divino, el filósofo Gustavo Bueno ofrece una revolucionaria interpretación de lo que sean las religiones, tratando de descubrir cuál pueda ser el fondo de verdad que las anima, considerando, desde luego, a las religiones como un fenómeno social y cultural incontestable, cuya importancia nadie puede subestimar. La tesis fundamental de este libro tiende a desvincular el lazo que las religiones superiores establecen entre Dios y la religión, para tratar de demostrar que la fuente de la religión no hay que ponerla en Dios o en los dioses, ni tampoco, por supuesto, en los hombres.

El libro ofrece una interpretación histórica de la religión: no tiene sentido decir qué es la religión, como si fuera algo permanente, sino cómo se desarrolla. La nueva teoría que se ofrece en este libro consiste, en efecto, en establecer tres fases históricas del desarrollo de la religión, fases que son sucesivas, sin que ello quiera decir que las anteriores queden borradas por las posteriores, puesto que una fase determinada puede reaparecer, o subsistir con otras. La idea principal es que la vida religiosa del hombre comenzó precisamente a raíz del trato con los animales –con cierto tipo de animales, en el paleolítico–. Estos animales representaron para el hombre paleolítico, y lo encarnaban realmente, el papel de númenes, es decir, de entidades que, sin ser humanas, eran sin embargo centros de voluntad y de entendimiento, entidades a las que había que engañar, rogar, obedecer o matar. Estos númenes corresponden a las figuras representadas en las cuevas prehistóricas. Esta fase primaria de la religión se acaba con la domesticación de los animales. Las figuras animales representadas en la bóveda de las cavernas se proyectan ahora en la bóveda celeste: es la fase de la religión secundaria, religión de los dioses, religión mitológica. «El hombre –se dice en el libro– hizo a sus dioses a imagen y semejanza de los animales» –no a imagen y semejanza del hombre, como decía Feuerbach. La fase de la religión mitológica es una fase de transición esencialmente falsa, un delirio de la imaginación, que se irá descomponiendo lentamente ante la crítica racional de las llamadas «religiones superiores» –la fase terciaria, las religiones filosóficas–, en donde los dioses animales son sustituidos por dioses antropomorfos y, eminentemente, por un Dios único e incorpóreo. Pero justamente en la fase terciaria, la fuente de la religiosidad ya se ha extinguido: ese Dios incorpóreo, el «dios de los filósofos», es un ser al que no se puede rezar, ni puede hablarnos; es decir, la religión terciaria, por paradójico que parezca, es la antesala del ateísmo.

Particular interés ofrecen las referencias que en el libro se documentan sobre la pervivencia en nuestra sociedad de las fases primaria y secundaria, y los indicios de un renacimiento, que se abre camino al mismo tiempo que retrocede la religión terciaria, de las fases anteriores, en la forma de los sentimientos de interés por los animales (la Etología es presentada como la Teología de nuestros días) que se manifiesta, por ejemplo, desde el hecho de la constitución de frentes de liberación animal, sociedades protectoras de animales, buena parte de movimientos ecologistas, hasta la visión demoniaca de los animales en la literatura o el cine («Los pájaros», «V»). Se interpreta el creciente interés por los extraterrestres, ovnis... como un renacimiento de la religión secundaria, pues los extraterrestres tienen los mismos caracteres que los démones del helenismo.

El libro contiene una serie de ilustraciones que van exponiendo, de un modo relativamente autónomo, las tesis principales del libro y dan pie para comentarios puntuales. En su segunda edición se ha enriquecido con catorce escolios.

 Índice de El animal divino

Prólogo a la segunda edición

A manera de Prólogo

Introducción

Parte I. Proyecto de una filosofía de la religión en su fase gnoseológica

Capítulo 1. El concepto de una «verdadera filosofía»

Capítulo 2. La teoría de la religión corno filosofía

Capítulo 3. Filosofía de la religión y ciencias de la religión

Capítulo 4. Sobre la necesidad de una perspectiva gnoseológica y crítica en filosofía de la religión .

Capítulo 5. La fase ontológica: teoría de la esencia

Capítulo 6. Una ilustración histórica: la filosofía de la religión de Espinosa

Parte II. Proyecto de una filosofía de la religión en su fase ontológica

Capítulo 1. La perspectiva ontológica

Capítulo 2. La pregunta por el núcleo

Capítulo 3. El númen, núcleo de la religión

Capítulo 4. Premisas antropológicas

Capítulo 5. El curso de la religión y sus tres fases esenciales

Capítulo 6. El cuerpo de la religión

Conclusión

Escolio 1. Nematología, ciencia y filosofía de la religión

Escolio 2. El evemerismo como nematología, como ciencia y como filosofía de la religión

Escolio 3. Sobre la naturaleza filosófica de la concepción zoomórfica de la religión

Escolio 4. La filosofía de la religión como disciplina insertable en el marco de una antropología filosófica

Escolio 5. Religión y religación

Escolio 6. Religión y espiritismo

Escolio 7. Sobre las ideas de existencia, posibilidad y necesidad

Escolio 8. Precisiones relativas al proceso de transformación de las religiones primarias en secundarias

Escolio 9. Sobre el cuerpo de las religiones

Escolio 10. ¿Una vía judía al monoteísmo creacionista?

Escolio 11. Reconstrucciones positivas del argumento ontológico

Escolio 12. Las líneas maestras de la teología de la liberación

Escolio 13. Atributos diaméricos de las religiones: dogmatismo y represión

Escolio 14. Religiones y animismo. Respuesta a Gonzalo Puente Ojea.

Tercera edición:

Ofrece Gustavo Bueno en El animal divino la exposición de la Filosofía de la religión propuesta desde el «materialismo filosófico», con la que se pretende, más allá de su horizonte académico, impulsar en los lectores el pensamiento de que no hay que ir a buscar el núcleo de la religiosidad entre las superestructuras culturales, o entre los llamados «fenómenos alucinatorios» –sin perjuicio de su funcionalismo sociológico o etológico–, ni tampoco entre los lugares que se encuentran en la vecindad del Dios de las «religiones superiores» (tanto si ese Dios se sobrentiende como una realidad, como si se le interpreta como un ente de razón). El lugar en donde mana el núcleo de la religiosidad –tal es la tesis de este libro– es el lugar en el que habitan aquellos seres vivientes, no humanos, pero sí inteligentes, que son capaces de «envolver» efectivamente a los hombres, bien sea enfrentándose a ellos, como terribles enemigos numinosos, bien sea ayudándolos a título de númenes bienhechores. El núcleo de la religión se encuentra en el mundo de los númenes, en tanto estos envuelvan efectivamente a los hombres, porque sólo de este modo la experiencia religiosa nuclear podrá ser, no solamente una verdadera experiencia religiosa, sino también una experiencia religiosa verdadera.

La segunda edición del presente libro, respecto de la primera (Pentalfa 1985), incorpora –además de la corrección de algunas errores materiales de detalle, el paso a nota a pie de página de aquellas referencias bibliográficas que, en la primera edición, figuraban en el texto y el renumerado correlativo de todas las notas del libro (que en la primera edición llevaban numeraciones independientes)– una serie de añadidos y algunas notas aclaratorias que están oportunamente señaladas por signos a fin de que queden bien claras las diferencias entre las dos ediciones. Además, los añadidos más importantes, que hacen referencia a algunas puntualizaciones que permiten precisar el alcance de ciertas tesis mantenidas en la obra, han sido introducidos fuera del texto en forma de «Escolios».

Al final del prólogo de esta segunda edición escribe Gustavo Bueno:

«Debo decir que en mis Cuestiones cuodlibetales sobre Dios y la religión (Mondadori, Madrid 1989) he tratado de algunos asuntos colaterales, pero estrechamente relacionados con los problemas suscitados por El animal divino; en especial la «Cuestión 12: El animal divino ante sus críticos», traté de sistematizar y responder a las críticas que, hasta aquella fecha, se habían dirigido contra el libro. Posteriormente han sido publicados comentarios de diverso alcance pero que, por mantenerse en alguna de las líneas de los críticos anteriores, pueden considerarse como ya contestados. Debo exceptuar los importantes análisis críticos de El animal divino que Gonzalo Puente Ojea ha expuesto en su libro Elogio del ateísmo (Siglo XXI, Madrid 1995, págs. 84-187), a los cuales respondo en el Escolio 14 de esta edición (más materiales en relación con esta polémica, con contrarrespuestas de Puente Ojea en El Basilisco, n° 20, enero-marzo 1996). Conozco también algunas obras de mayor importancia que, de algún modo, 'dialogan' con El animal divino: el libro de Alfonso Fernández Tresguerres, Los dioses olvidados (Pentalfa, Oviedo 1993), en donde se ofrece una interpretación penetrante de la fiesta de los toros; y, aunque independientemente de El animal divino, la reciente obra de Desmond Morris, El contrato animal (Emecé, Barcelona 1991), cuya conexión con las tesis del libro ha puesto de manifiesto Tresguerres («Desmond Morris: Teólogo», en El Basilisco, 2ª Epoca, n° 8, 1991, págs. 96-97).»

 Índice

Prólogo a la segunda edición, 9

A manera de Prólogo, 11

Introducción, 13

Parte I. Proyecto de una filosofía de la religión en su fase gnoseológica

Capítulo 1. El concepto de una «verdadera filosofía», 31

Capítulo 2. La teoría de la religión como filosofía, 35

Capítulo 3. Filosofía de la religión y ciencias de la religión, 53

Capítulo 4. Sobre la necesidad de una perspectiva gnoseológica y crítica en filosofía de la religión, 85

Capítulo 5. La fase ontológica: teoría de la esencia, 107

Capítulo 6. Una ilustración histórica: la filosofía de la religión de Espinosa, 115

Parte II. Proyecto de una filosofía de la religión en su fase ontológica

Capítulo 1. La perspectiva ontológica, 141

Capítulo 2. La pregunta por el núcleo, 143

Capítulo 3. El númen, núcleo de la religión, 151

Capítulo 4. Premisas antropológicas, 189

Capítulo 5. El curso de la religión y sus tres fases esenciales, 229

Capítulo 6. El cuerpo de la religión, 295

Conclusión, 309

Escolios

Escolio 1. Nematología, ciencia y filosofía de la religión, 319

Escolio 2. El evemerismo como nematología, como ciencia y como filosofía de la religión, 337

Escolio 3. Sobre la naturaleza filosófica de la concepción zoomórfica de la religión, 341

Escolio 4. La filosofía de la religión como disciplina insertable en el marco de una antropología filosófica, 343

Escolio 5. Religión y religación, 349

Escolio 6. Religión y espiritismo, 359

Escolio 7. Sobre las ideas de existencia, posibilidad y necesidad, 365

Escolio 8. Precisiones relativas al proceso de transformación de las religiones primarias en secundarias, 381

Escolio 9. Sobre el cuerpo de las religiones, 383

Escolio 10. ¿Una vía judía al monoteísmo creacionista?, 385

Escolio 11. Reconstrucciones positivas del argumento ontológico, 387

Escolio 12. Las líneas maestras de la teología de la liberación, 395

Escolio 13. Atributos diaméricos de las religiones: dogmatismo y represión, 401

Escolio 14. Religiones y animismo. Respuesta a Gonzalo Puente Ojea

Apéndice. Alfonso Tresguerres. El animal divino y Los dioses olvidados, 413

miércoles, 5 de noviembre de 2025

Errores que evitar en filosofía

 ¿Qué se requiere para ser filósofo? 10 errores a evitar. Por Enric Gel. [Transcrito y corregido de YouTube]

 Hay 10 hábitos comunes en los que es súper sencillo caer sin darte cuenta y que pueden sabotear por  completo tu progreso como filósofo. Llevo casi 15 años estudiando filosofía y he caído y sigo cayendo en estos errores mil y una veces. Algunos son tan escurridizos que me ha costado años detectarlos y, ahora que soy consciente de  ellos, los veo continuamente tanto en gente que acaba de empezar en filosofía como en veteranos que llevan tiempo dedicados a esta disciplina. Hoy quiero destaparte de modo claro y sencillo estos 10 vicios del filósofo para que puedas identificarlos y corregirlos a tiempo antes de que sea demasiado tarde. Me llamo Enric, bienvenido de vuelta a Adictos a la filosofía, ¡empecemos!  

 Error 1 que te sabotea como filósofo

 Imagina que te despiertas en un bosque con un grupo numeroso de personas. Ninguno de vosotros sabe qué hace ahí, de dónde vienen ni hacia dónde hay que ir, y os ponéis a discutir con el objetivo de idear un plan conjunto de acción. Rápidamente os dais cuenta de que hay una persona que no para de rechazarlo todo de manera sistemática: "Eso es una pésima idea", "Así no iremos a ninguna  parte", "Es evidente que ese no es el camino"... Hacéis silencio para escuchar su plan, y empieza a contaros su propuesta en el tono más confiado que hayas escuchado nunca. Solo hay un pequeño problema: no tiene pies ni cabeza, es un plan temerario, que podría poneros a todos en peligro, y encima, en este punto, no hay nada siquiera que sugiera, no digamos ya asegure, que de esa manera daréis con el camino correcto.

 Se lo intentáis hacer ver, pero esa persona sigue en sus trece, repitiendo su plan con la confianza de un profeta inspirado por Dios. Y entonces te das cuenta: está tan perdido como el resto de vosotros, solo que no lo sabe. 

 En filosofía suele pasar algo similar en distintos grados de intensidad. A veces nos creemos que algo está clarísimo, que la respuesta a tal pregunta es obviamente esta, y lo único claro es que no estamos reconociendo nuestra propia ignorancia. Esto es común cuando empezamos: creemos que ya lo sabemos todo porque hemos leído un libro o porque hemos visto un vídeo de Adictos a la Filosofía, por ejemplo, pero, objetivamente hablando, el estudio que le hemos dedicado a ese tema no justifica nuestra seguridad.Y este es el primer hábito que nos sabotea como filósofos: la soberbia intelectual de creernos que ya lo sabemos todo. No hace falta irse al otro extremo de "No sé ni se puede saber absolutamente nada",  pero sí que el aprendizaje filosófico necesita, ante todo, un poco de humildad. 

 Error 2 que te sabotea como filósofo

 Supón que no conseguís poneros todos de acuerdo y os rompéis en diferentes grupos y cada uno va por su lado. Pasan los días y, de tanto en cuando, tu grupo se cruza con personas que, o bien siguen otro camino diferente, o directamente van en dirección opuesta a la vuestra. A veces os intentan convencer de que cambiéis de camino; algunos incluso os dicen que hace tiempo iban por esta vía y que no os espera nada bueno. Empiezas a preguntarte si acaso tendrán razón y si no sería mejor revisar un poco el plan; pero a tu alrededor notas que se solidifica la siguiente actitud: "Esta gente que no va por nuestro camino, no hay que escucharla. No saben lo que hacen". Pues esto lo veo en filosofía cada vez más y más y, honestamente, me preocupa: el tribalismo de negarse a escuchar a quien piensa distinto, llegando incluso a veces al extremo de excluirlo de la discusión. Los que no piensan como yo son malos, tontos, poco rigurosos, deshonestos, pseudofilósofos, charlatanes, no saben pensar... Cuando la realidad es que llevamos siglos y siglos de filosofía y la inmensa mayoría de discusiones siguen abiertas: nadie ha conseguido demostrar su posición de manera apodíctica e indiscutible. ¿El remedio? Grábate esto a fuego: "En filosofía, casi todo es controvertido". Y, ojo, no me malinterpretes: está bien tener convicciones, está bien pensar que la respuesta correcta probablemente es esta. El problema es actuar como si solamente hubiera un camino racional posible (curiosamente, el tuyo), ignorando que, en filosofía, gente igual de  inteligente, razonable y honesta puede discrepar acerca de prácticamente cualquier cosa. El peligro  aquí está en terminar con una visión inflada y acrítica de tu propia filosofía, cegándote a los problemas que tiene por acabar considerándola como la respuesta autoevidente.

 Error 3 que te sabotea como filósofo

 El tercer error está relacionado con el segundo; de hecho, probablemente sea su núcleo básico, el hábito  que tienes que abandonar para poder resolverlo. Imagínate ahora que empieza a acumularse evidencia  de que tu grupo efectivamente va por el mal camino y ya estás planteándote seriamente probar algo  distinto. Pero ves que, entre vosotros, cada vez que alguien propone desviarse un poco, hay un buen número de personas que se lo toman como un ataque personal. Han puesto su identidad en el camino elegido y, por tanto, toda objeción es un  cuestionamiento de su persona y no la quieren ni escuchar. Es difícil, pero en filosofía lo ideal es que te dé igual que te refuten. ¿Recibes objeciones? ¡Genial, vamos a verlas! En filosofía, necesitamos objeciones para seguir pensando a fondo. ¿Esas objeciones te refutan? ¡Pues perfecto, te han sacado del error! Es lo mejor que  te podría pasar. Pero este proceso de aprendizaje se dificulta cuando caemos en este tercer hábito: identificarnos demasiado con nuestras ideas, cosa que nos lleva a no estar dispuestos a cambiar  ni a matizar. ¿Quieres arreglarlo? Pues sepárate todo lo posible de tus ideas para que dejes de ver toda objeción, toda crítica, como un ataque o una amenaza existencial. Tú no eres tus ideas: si  tus ideas caen, tú estás a salvo.

 Error 4 que te sabotea como filósofo 

  Pero ojo, porque tampoco es plan de caer en el error o en el hábito opuesto, que es igual de desastroso. ¡Veamos cuál es! Imagínate ahora que tú y unos pocos decidís al fin cambiar de camino y al cabo de unos días os encontráis con una persona que, al veros, se une a vosotros sin siquiera dudarlo. El nuevo empieza a explicaros sus aventuras por el bosque y enseguida notáis un patrón: cada vez que se ha encontrado con gente que iba en una dirección diferente de la suya, se ha cambiado y se ha ido con ellos. Como era de esperar, al día siguiente os encontráis con un grupo que iba en una dirección ligeramente  diferente y vuestro nuevo compañero se les une sin siquiera deciros adiós. Si antes el problema era identificarse demasiado con las propias ideas, aquí lo malo está en apegarse a ellas demasiado poco. Tienes que separarte de lo que piensas, pero tampoco tanto que estés continuamente cambiando de ideas a la primera de cambio, porque así lo único que lograrás es dar vueltas y vueltas y más vueltas. Confía un poco en lo que ya has pensado e intenta darle la mejor oportunidad antes de cambiarlo por algo distinto. Si cambias, que sea por buenos motivos. 

 Error 5 que te sabotea como filósofo 

 Nos hemos topado ya con los que se unen a cualquiera sin siquiera pensarlo. Supón ahora que te encuentras con gente todavía más rara: personas que, a la que ven que otros van por el mismo camino que ellas, cambian directamente sin pensarlo. Unos pocos siguen igual, pero empiezan a hacer cosas diferentes, como, por ejemplo, caminar con las manos o dar volteretas todo el rato. Son los que, por encima de todo, pase lo que pase, quieren ser diferentes. En  filosofía, esto se traduce en amar la originalidad por encima de la verdad. Es un hábito común porque todos, sobre todo al empezar, queremos ser los más novedosos y originales, y encima el sistema de publicación académica premia desproporcionadamente la originalidad, pero eso no quita que sea un error y de los graves. Y es que después de prácticamente 26 siglos de filosofía, está ya todo inventado, y si eres la primera persona en toda la historia a la que se le ocurre la idea X, lo más probable es que sea un disparate. De nuevo, está  bien querer ser original, pero somos filósofos: amamos y buscamos la verdad, no la originalidad.  

 Error 6 que te sabotea como filósofo 

 Imagínate ahora que después de días y días de camino os topáis con una biblioteca en la que, según parece, están conservados los diarios de los más grandes exploradores que en los últimos siglos han transitado ese bosque maldito. ¿No querrías parar a leerlo, saber qué caminos exploraron y a dónde los condujeron? Pues, en filosofía, esa gran biblioteca existe: es la propia historia de la filosofía. Y, sorprendentemente, hay muchos que no quieren entrar en ella o que incluso lo consideran una pérdida de tiempo y un ejercicio antifilosófico. Pero, ¿cómo va a ser una pérdida de tiempo o algo antifilosófico indagar en lo que mentes mucho más penetrantes que la nuestra han pensado sobre esos mismos temas que nos preocupan? La historia de la filosofía no es un obstáculo a tu camino como filósofo: es tu aliada. Entenderla te va a permitir encontrar conexiones entre ideas que, si las hubieras tenido que descubrir por  ti mismo, habrías tardado 200 vidas. No cometas, por tanto, el error de ignorarla.

  Error 7 que te sabotea como filósofo 

 Vamos a detenernos un rato en esta biblioteca, porque hacerlo nos va a permitir destapar el resto de  los hábitos silenciosos que te sabotean como filósofo. Supón que entras y enseguida empiezas a observar una variedad de comportamientos curiosos. Primero están los que agarran un libro, lo ojean rápidamente, murmuran "¡Qué estupidez!" y lo tiran  al suelo, cosa que no voy a hacer porque yo amo los libros. Te agachas a recogerlo, empiezas a mirártelo y quedas sorprendido con la profundidad del pensamiento que está ahí escrito. Con curiosidad le preguntas a esa persona por qué lo ha descartado y enseguida, cuando te responde, te das cuenta de que lo ha malinterpretado de modo descomunal. Se lo intentas explicar,  pero ya es tarde, no te quiere escuchar y se ha puesto a hacer otra cosa distinta. El error aquí (y es un hábito más común de lo que piensas entre filósofos) es quedarse con la primera cosa que se te ocurre cuando escuchas por primera vez una teoría, una propuesta o un argumento nuevo. Si es la primera vez que oímos un cierto argumento o teoría filosófica, nuestro papel es escuchar, hacer un esfuerzo por entender, y, solo entonces, criticar. Lo primero que se nos ocurre como objeción a algo que escuchamos por primera vez suele estar mal o suele ser un malentendido ya respondido y aclarado múltiples veces en la literatura. No te quedes, por tanto, con lo primero que se te pasa por la cabeza. Antes bien, haz un esfuerzo por entender esa propuesta en su versión más fuerte. 

  Error 8 que te sabotea como filósofo 

 Probablemente, lo que está en la raíz del hábito erróneo anterior es lo siguiente. Hay quienes se ponen a correr nerviosos por toda la biblioteca, leyendo un montón de libros a toda prisa, sin darse nunca el  tiempo de descansar, sentarse y leer y entender y pensar algo a fondo. Son los impacientes, los que  quieren una respuesta definitiva ya y no pueden esperar. No seas como ellos: ten paciencia, confía en que las respuestas irán llegando poco a poco con el estudio, con la lectura. La filosofía se hace mejor despacio. 

 Llegamos por fin a los dos últimos hábitos silenciosos que te sabotean como filósofo, que son, en mi opinión, de los más comunes, pero también, por suerte, de los más sencillos de resolver. 

 Error 9 que te sabotea como filósofo

 Imagínate esto. Mientras estás inmerso en tu estudio en la biblioteca y vas perfilando tus planes para salir del bosque, ves a lo lejos a dos personas enzarzadas en una acalorada discusión. Día tras día, ahí están, peleándose a grito pelado, sin lograr convencerse el uno al otro de absolutamente nada. Llega el momento en el que tú estás ya preparado para reanudar tu viaje y ahí siguen esos dos, lanzándose libros a la cabeza, habiendo perdido completamente el tiempo sin haber progresado nada. El hábito erróneo aquí (y es una gran tentación para nosotros los filósofos) es ponerse a discutir con cualquiera, con el primero que pasa y con la  única intención de ganarlo. Mira, la vida es corta y eso es una pérdida de tiempo. Está bien discutir con otros, porque eso nos ayuda a afilar nuestras ideas y darnos cuenta de errores. Pero como nos anima Schopenhauer al final de su libro "El arte  de tener siempre la razón", tenemos que aprender a distinguir con quién vale la pena discutir y quién solo debate de mala fe y sin ningún ánimo de dejarse mover por buenas razones. A esos es mejor dejarlos que le hagan perder el tiempo a otro.

 Error 10 que te sabotea como filósofo

 Por último, están los que entran en la biblioteca, agarran el primer libro que ven y, después de una rápida ojeada, salen corriendo, habiéndolo convertido en su Biblia personal. El error aquí es ser de un solo autor o, peor aún, de un solo libro. Está bien tener un autor, libro, corriente favoritos, pero ninguno es perfecto y en filosofía hay que estar siempre abierto a múltiples opciones. Aunque, por supuesto, después de tantos siglos es complicado decidir qué libros leer y qué no, sobre todo cuando uno está empezando. Por suerte para ti, hice este otro vídeo en el que te hago una selección de los 5 libros imprescindibles para tu propio viaje filosófico por este bosque oscuro que es la vida.