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viernes, 18 de junio de 2021

Dónde se ha conservado la sabiduría ancestral y en qué consiste

De María Salvadora Barceló y Marcelo Pena, Corresponsales de la revista Esfinge en Palma de Mallorca, en Quora:

Historia del pueblo aborigen australiano

Dentro de Oceanía, un continente dominado por el agua, emerge como la única isla, Australia, con sus más de 7,6 millones de km2, cuya extensión nos hace olvidar su carácter insular. Para facilitar el estudio del resto de las islas de este continente, fue necesario agruparlas bajo unos términos más amplios como son los de Micronesia, Melanesia y Polinesia. La población aborigen llegó a Australia hace unos 40.000 años, aunque hay estudiosos que atrasan su llegada hasta los 60.000 años. Utilizando canoas y toscas embarcaciones, estos primitivos viajeros arribaron a las costas australianas en varias oleadas, desde distintos lugares de la vecina Asia. Tal vez uno de estos lugares de partida, pudo ser la India, ya que con la población india comparten ciertos rasgos como su nariz ancha y algo aplastada o tez oscura. Su increíble capacidad de adaptación al medio les permitió alcanzar una población aproximada de un millón de habitantes a la llegada de los europeos a principios del siglo XVII, en la actualidad sólo quedan unos 200.000 primitivos australianos.

Durante siglos Australia permaneció aislada, evolucionando y cultivando una rica cultura, respetuosa con la Naturaleza y con la Tierra, alejada de cualquier influjo exterior. Parece ser que pudo haber algún contacto con Nueva Guinea, con China y con Malasia y que hasta las costas del norte de Australia llegaron navegantes árabes en torno al siglo XV. Los primeros europeos en llegar a la isla fueron navegantes tan avezados como Magallanes o Saavedra. Sin embargo, fueron los holandeses los primeros en establecer recaladas definitivas en estas latitudes. Les siguieron luego ingleses y franceses. Pero Australia permaneció inexplorada hasta el siglo XVIII. Y en 1829, Gran Bretaña se anexionó toda Australia. El impacto que supuso para la cultura aborigen la llegada y el asentamiento de estas gentes extranjeras fue enorme. Los europeos importaban unas costumbres que escapaban a la comprensión de los aborígenes y que chocaban con su concepción del mundo, desde la explotación de la tierra y de los animales, mediante la agricultura, la ganadería o la minería, hasta la construcción de grandes edificios, fábricas y casas, pasando por el uso de ropa que tapaba todo el cuerpo y de extraños utensilios.

En Australia, los aborígenes sufrieron la enfermedad, la violencia, la desposesión y el desarraigo, principalmente desde el siglo XIX; su población descendió desde el millón de habitantes a la llegada de los europeos, hasta los 200.000 de hoy en día, en torno al 1,5% de la población de Australia. A mediados del siglo XX consiguieron que la ley les concediera derechos sobre la tierra, sin embargo esto no fue suficiente. Para solventar la situación desastrosa en que se hallaba esta población, durante los años 80 y 90 del siglo XX, los distintos gobiernos australianos desarrollaron una serie de medidas destinadas a la mejora de las condiciones de vida de la población aborigen. En la actualidad la población aborigen australiana, más integrada ya en el modo de vida occidental, mantiene viva su tradición y su cultura, mediante la práctica de sus rituales y la producción artística, tanto literaria como pictórica, que deja bien patente la fuerza y la recuperación de esta rica civilización.

Desde la entrada de los europeos en Australia, muchas tribus aborígenes han desaparecido y otras han perdido todo vestigio de su vida tradicional. Pero algunos grupos del norte, oeste y centro han mantenido sus valores, sus creencias y sus ritos tradicionales.

Ritos, tradiciones y religión

Los primeros europeos que observaron a los aborígenes australianos pensaban que no tenían religión alguna. Sin embargo, las creencias espirituales son fundamentales en su vida cotidiana y en sus relaciones sociales. Los mitos pasaban de un área a otra, y todos los grupos participaban de una visión común del mundo, aunque fueran diferentes sus prácticas y sus creencias. Hay una gran diversidad de ritos y cultos.

Más que mirar hacia adelante a una vida después de la muerte, los aborígenes miran hacia atrás, a una era conocida como la edad del sueño, “Dreamtime”. En este período se formo el paisaje tal y como lo conocemos hoy. Seres ancestrales como hombres-canguros, hombres-pájaros (emu), mujeres-pájaro jardineras y hombres-higuera se movían sobre la faz de la tierra cazando, combatiendo, casándose, riendo y realizando ceremonias. Las huellas de sus pies y sus acciones se convirtieron en las montañas, los lagos, los árboles, las cuevas, las estrellas y otras conformaciones del paisaje. Los puntos centrales de estas historias son las localidades totémicas vinculadas a clanes particulares. Estos clanes son considerados como descendientes de seres ancestrales. Un anciano puede señalar a una roca considerada el hombre-higuera y decir: “Este es mi abuelo”.

Los aborígenes no tenían sacerdotes y todos desempeñaban un papel en las ceremonias, los ancianos eran muy respetados. Estos hombres guardaban las tablillas o piedras especiales en las que estaban grabados los modelos que representaban las historias. Estas tablillas estaban ocultas en las cuevas y se sacaban en ocasiones rituales para recordar y enseñar las historias.

El aborigen cree que el mismo espíritu que vive en él, vive también en los animales y en las plantas, en las rocas, en los lagos, en las historias y en los ritos. En el momento de la muerte el espíritu abandona el cuerpo y retorna a una existencia espiritual. Así el aborigen está relacionado con su entorno, con todos los miembros de su parentela y con otros grupos de la vecindad, así como con las generaciones pasadas y futuras. Sus creencias le ayudan a aceptar las circunstancias de la vida y a conocer que, a pesar de las actividades de los espíritus del mal que traen la muerte, la enfermedad y los desastres naturales, hay quien piensa y se cuida de él.

Uno de los elementos que destaca en esta cultura es la fuerte conexión que los aborígenes sienten con la Naturaleza. Esa intensa unión sienta las bases de su visión particular del mundo y del papel que cumple el ser humano en la Tierra y también impregna todos los aspectos de su vida diaria. Creen que el ser humano forma parte de una esencia superior que es la Naturaleza, de la cual forman parte los seres vivos y los muertos, desde la roca, la lluvia, la lombriz, o los árboles, hasta los canguros y los hombres. De acuerdo con esta concepción, el hombre no es un ser superior, sino que comparte el medio ambiente con el resto de los seres de la Tierra, y tan necesaria es la existencia de los lagartos como la suya propia. Para comprender mejor este gran aprecio y respeto que sienten por la Naturaleza, debemos de considerar que estamos ante una sociedad de recolectores y cazadores, cuya supervivencia dependía exclusivamente de los bienes que obtuviesen de la Naturaleza, de ahí la necesidad de preservarla y de mantener su equilibrio. Para preservar ese equilibrio, todos los elementos de la Naturaleza debían ser tenidos en cuenta y todos tenían su función.

Por ello al referirnos a los aborígenes australianos, destacaremos más concretamente a la tribu de los Auténticos, y resulta casi imposible saber si es conveniente hacerlo en pasado o bien en presente, aunque si aún queda alguno vivo serán en escaso número. Toda la información que sigue a continuación, proviene en parte, directamente, y en parte, de forma interpretada, del libro de Noa Gordon “Las Voces del Desierto”, escrito hace unos veinte años. Entonces la tribu ya había decidido no tener más hijos, o sea desaparecer, y sólo quedaba un adolescente entre ellos.

La autora fue elegida por su labor consciente con los jóvenes aborígenes, por no tratarlos como ciudadanos de segunda condenados a realizar únicamente los trabajos que los blancos no querían llevar a cabo. Ésta es una de las causas pero hay otra que tiene si cabe más relevancia; el encuentro con el anciano de la tribu con Noa ya estaba predestinado desde el momento en que nacieron. Así lo sabían los miembros de la tribu, de forma certera pues ellos no ven la intuición y la telepatía como una posibilidad sino como un hecho que forma parte de su realidad.

Como decía fue escogida para ser el testimonio de este pueblo decidido a extinguirse. No dejaron ningún documento escrito que permita saber a ciencia cierta cuáles eran sus creencias, valores, estructuras sociales, etc, ya que como es muy normal entre los aborígenes, no utilizan el lenguaje escrito por considerar que entorpece o deteriora la capacidad memorística de la gente.

Características del pueblo aborigen

Hay una serie de características que les han permitido su desarrollo espiritual:

-Se comunican entre ellos telepáticamente y utilizan la voz para cantar esencialmente.

-Viven una relación muy estrecha con la Naturaleza. Todas las mañanas empiezan el día con una ceremonia donde dan gracias al Universo por ellos mismos, por los amigos y por el mundo global. “Es por mi supremo bien y el supremo bien de la vida en todas partes…”, así comienzan la ceremonia matutina donde también agradecen a plantas y animales que se pongan en su camino, si esto es lo que conviene. Los vegetales estan para alimentar a hombres y animales y para mantener la tierra firme, proporcionar belleza y equilibrar la atmósfera. Los animales para acompañarnos, darnos ejemplo y si fuera necesario alimentarnos. Nunca se quedan sin comida, es como si vegetales y animales atendieran se plegaria matutina.

-El alimento no es evidente, por eso hay que pedirlo y agradecerlo diariamente.

-Son auténticos zahoríes; descubren agua en el desierto incluso a grandes profundidades. Por el olor del aire si no está muy profunda y por las vibraciones que captan a través de las manos si está muy honda.

-Desarrollo sobrehumano del olfato, oído y vista. Captan también las vibraciones, por ejemplo de las pisadas o huellas.

-Reconocen si una planta está a punto para ser consumida por el calor o el magnetismo que desprende.

-Miden los territorios con canciones interpretadas en el ritmo correspondiente y estrofas correctas.

-Siempre habían sido vegetarianos, no comen nada que tenga cara, pero siempre sujetos a la ley de agradecer y aprovechar lo que el destino les pone en el camino. Pero al estar mermados los recursos territoriales y el clima haberse vuelto más y más seco dando menos vegetación, han tenido que comer carne y pescado.

-No celebran aniversarios sino que cuando alguien siente que se ha vuelto mejor por su propio esfuerzo y en beneficio de su alma inmortal, entonces el mismo propone una celebración.

-Conocen el simbolismo de todos los animales de su entorno. Del canguro aprenden a ir siempre hacia adelante ya que no sabe retroceder y la necesidad de equilibrio que el realiza con la cola, así como a no reproducirse cuando las circunstancias no son favorables. De la serpiente su capacidad para ir cambiando la piel que ellos interpretan como una necesidad que tiene el hombre de ir cambiando sus puntos de vista o pensamientos a medida que va creciendo.

Nuestra intención era hablar de ritos iniciáticos pero resulta casi absurda esta pretensión, en primer lugar porque sería excepcional que se detallaran tan íntimos detalles, sería muy posible que no fueran ciertos, por no pensar en el mal uso que de ellos se pudiera derivar. Además en vista de los poderes que esta gente tenía despiertos bien podría decirse se movían en otro plano de conciencia, bastante superior al que nos  movemos el resto de mortales que habitamos la Tierra, y es por esto mismo que considero oportuno enumerar algunas características de este admirable pueblo que si tomásemos como referente tan beneficiosa influencia sería para los problemas que acechan al mundo en nuestros días.

Como ejemplo ellos aconsejan tomar lo mínimo necesario de la Madre Tierra, pues cuanto menos tomemos menos tendremos que devolverle.

Por supuesto también ven como algo muy normal y aconsejable hacerle ofrendas, como señal de lo que algún día le devolveremos en su totalidad (sangre, flores,…).

Vamos a intentar seguir unos pasos que son los que la protagonista recorre a lo largo de su Outback por el desierto australiano:

1-El único modo de superar una prueba es realizarla.

2-Liberación del apego a los objetos y a ciertas creencias  (apariencias, falsos valores, prestigio.)

3-Un fuego central rodeado de piedras alrededor del cual se coloca la gente de pié o sentada.

4-Los hombres van adornados con plumas en brazos y tobillos y dibujos de animales hechos en color blanco en brazos, piernas, espalda y cara. También llevan cintas de colores alrededor de la cabeza. Las mujeres llevan dibujos muy bien detallados de motivos florales y vegetales y collares hechos de pequeños objetos de especial significado.

5-Entonces empieza el “corroboree” o ceremonia de despertar la Naturaleza o mejor dicho de entrar en contacto con ella. Una mujer comienza a hacer chocar unos palos, otros la siguen con más palos y palmadas. Los hombres,  llevan unas afiladas lanzas  con las que golpean el suelo, y todo este ritmo está acompañado de canciones y melodías.

6-El Viejo de la tribu no es el más viejo en edad sino el que más madurez y sabiduría alberga.

7-El ritmo pasa de ser muy rápido y acelerado, con semillas secas a modo de maracas, a volverse pausado hasta que la persona para quien se hace la ceremonia percibe que el ritmo de fuera coincide con el batir de su propio corazón.

8-Cuando se para la música debe escoger una piedra de entre muchas que le parecen todas iguales y conservarla, sin saber por qué pues escapa a toda lógica, durante el largo Outback.

9-Ahora se le comunica al elegido que la Divina Unidad ha intercedido para que sus deseos sean escuchados. La prueba empieza, ha sido aceptado.

10-Entonces se pide confianza total en el grupo donde se realiza la prueba. Su vida está en sus manos.

11-En este momento uno se siente prisionero de las circunstancias. No está atado pero su mente le dice que están jugando con él, que no es libre ni tiene derechos como todos los hombres que conoce. Al mismo tiempo reconoce que no está obligado a nada y que si no quisiera , no lo haría en el fondo. Sentimiento de víctima.

12-Aguantar el dolor físico. Aprender a resistir constatando que si uno fija la atención en otra cosa es más fácil y llega incluso a no sentirlo.

13-Vivir la sensación de Eternidad, como si la prueba fuera tan larga, desmesurada y difícil que a uno le parece que cielo y tierra se juntaran o fueran uno en la inmensidad del desierto. La mente busca poner límites.

14-Ahora el tormento de la mente son los lazos familiares y las responsabilidades que se tienen con hijos, familiares, amigos, compromisos materiales, etc…

15-El físico se sigue quejando. Piensa que ya no puede más, pero de repente una pequeña distracción le hace extender sus propios límites hasta donde nunca pensó que podría.

16-La mente busca como ha empezado todo y sí, encuentra cómo y por qué empezó la aventura. Te das cuenta de que por un momento en tu vida o mejor dicho en muchas ocasiones habías deseado cosas que te encuentras en el camino que acabas de empezar. Conexión. Sabes de siempre que habías deseado aquello, de una manera oculta y anhelada.

17-Reconocer que la oportunidad llega en un momento en que sí es posible llevarla a cabo, quiero decir que las circunstancias lo permiten.

18-El miedo de no poder aguantar y las ganas de huir te acompañan más o menos tiempo según la confianza o capacidad de entrever las intenciones de los maestros que guían el camino físico, en el Outback, y personal, expresado en la obediencia.

19-El premio llega y uno deja de sentir la pulsión o ganas de abandonar. Como consecuencia se experimenta un profundo agradecimiento por la oportunidad que el destino le ha brindado.

20-Al estar la mente más relajada y entregado el corazón, uno se siente conectado con el entorno; descubre belleza y armonía en todas partes, incluso en un nido de serpientes.

21-¿Como desarrollar la telepatía? Tras observar que los aborígenes  nunca mienten ni dicen verdades a medias, incluso que no hablan de cosas banales para no cargar la atmósfera con vibraciones inútiles y molestas, uno entiende que antes de conquistar esta facultad se tiene que perdonar a sí mismo y aprender de lo que ha vivido. Aceptarse, ser sincero con uno mismo y quererse con todo es el paso previo e ineludible para poder actuar del mismo modo con los demás. Sólo con un corazón y una mente así de clara y bondadosa puedes llegar a percibir qué sienten o qué se dicen mentalmente los de fuera de ti. Hay que ir sin reservas, ser  un libro abierto donde no se pueda leer, ni siquiera entrelíneas, rencores, envidias, competitividad, complejos de  todo tipo, etc. Entonces sí que uno se convierte en canal o caña hueca, capaz de filtrar lo más sutil de los pensamientos humanos, las más finas vibraciones de una flor en medio del desierto y, por qué no, el lamento más consentido de un animal a punto de ser sacrificado para servir de alimento.

22-También se aprende que es más sabio y coherente entender las cosas desagradables de la vida que eliminarlas, por que dentro de la Unidad todo tiene un propósito: “No hay monstruos, inadaptados ni accidentes. Sólo hay ignorancia o seres humanos que no lo entienden”.

Ellos parten del concepto de que en la vida toda acción vuelve hacia esa persona que la ha creado. Es el principio del boomerang, como el karma en la India. Todo regresa, lo bueno, lo malo y lo regular. Tarde o temprano el boomerang de nuestros actos regresa para devolvernos lo que hemos dado generosamente o para recordarnos que lo compartido o lo repartido fueron acciones que perjudicaron a nuestros semejantes o al planeta. Todo regresa.

Unión con la Naturaleza

Esa veneración y esa unión que sienten con la Naturaleza la manifiestan materialmente mediante los tótems, que están vinculados con algún elemento o algún aspecto de la Naturaleza, al que una tribu, una casa o un individuo aborigen rinde culto. Además, los aborígenes realizaron una clasificación de tótems desde los que eran de culto individual, hasta los de índole local, pasando por los vinculados con el sexo o con la familia.

Este orden fundamentado en tótems favoreció el desarrollo de una organización social basada en clanes, que a su vez se dividieron en casas, con lo cual se difundió una gran variedad de relatos, mitos, héroes y creencias particulares, que nos son imposibles conocer en su totalidad. Sin embargo, a pesar de esa enorme diversidad, la mayoría de los aborígenes australianos comparten un conjunto de creencias a cerca del Universo, su origen, la Naturaleza o el papel del ser humano. Así, la mayoría de su mitología está relacionada con la Naturaleza y con la Tierra, mostrada como antítesis al cielo y al océano.

La creación y la ordenación del Mundo, en la mitología de los pueblos nativos australianos, se explica mediante relatos mitológicos que tienen como protagonistas a seres legendarios, dioses y héroes ancestrales. Del mismo modo que ocurría con los mitos africanos o con la cosmogonía clásica, el origen del mundo y su forma, tal y como la conocemos, se debe a la intervención de seres mágicos y dioses primitivos, cuya actuación permite, no sólo que exista nuestro mundo, sino también la vida en él. De igual modo, estos relatos mitológicos ayudan a comprender el origen de ciertos fenómenos naturales o el origen de ciertas costumbres y normas sociales, justificándolas. De forma que estos mitos, acompañados de los correspondientes rituales, ayudaban a conservar este orden establecido, tanto desde el punto de vista natural como desde el punto de vista social.

En la mayoría de estos mitos, la Tierra surgió de la materia preexistente y el paisaje fue paulatinamente transformado por la acción de unas criaturas con forma parecida a la de gigantes serpientes. Estas serpientes fueron levantando, horadando y retorciendo, el terreno existente, y a medida que lo hacían iban configurando el paisaje actual. Estos seres ancestrales, que dieron forma a la Tierra, surgieron de la propia Tierra.

“Es muy importante decir siempre la verdad y evitar decir mentiras en todo momento. Así podremos aprender a utilizar y administrar nuestra energía. Cada palabra que decimos, cada pensamiento que tenemos o cada acto que hacemos, tiene energía.  Debemos ser muy conscientes de cada palabra, cada pensamiento y cada acto que hacemos. La auto-disciplina nos puede ayudar a mantener a raya las emociones negativas y alcanzar la sabiduría. Es necesario controlar las emociones para poder escuchar la comunicación entre el cuerpo y alma”.

“Todo en la vida forma círculos. Todos los encuentros con otras personas son experiencias y todas las experiencias son relaciones para siempre. Hay que cerrar el círculo de cada experiencia, no dejar cabos sueltos. Si te alejas con malos sentimientos de corazón hacia otra persona y ese círculo no se cierra, se repetirá más adelante. No lo sufrirás una vez, sino una y otra hasta que aprendas. Es bueno observar y aprender para ser más sabios. Dar las gracias y alejarse en paz”.

“Para que conozcas tu casa, la Tierra, todos los niveles de la vida y tu relación con todo lo visible e invisible, tienes que guiar. Está bien caminar durante un tiempo a remolque de un grupo, y es aceptable pasar un tiempo mezclado en el medio, pero al final todo el mundo ha de guiar durante un tiempo. No podrás comprender el papel  del liderazgo a menos que asumas esa responsabilidad, hemos de conducir a los demás si queremos ser responsables de nosotros mismos. El único modo de superar una prueba es realizarla. Todas las pruebas a todos los niveles se repiten siempre de un modo u otro hasta que las superas”.

Tenemos que volver a descubrir el contacto con la Naturaleza y, al igual que las serpientes dejan atrás la antigua piel, nosotros debemos alejar nuestras malas ideas y nuestras malas costumbres. Aprendamos de estas antiguas culturas a mantener la unión con los demás, manteniendo la armonía con la Naturaleza.

Para saber mas:

LAS VOCES DEL DESIERTO. Marlo Morgan

INITIATION RITES OF ABORIGINAL PEOPLE. Guner Orucu

ASTRONOMIC AND ASTROLOGICAL MYTHS OF ABORIGINES. Guner Orucu

https://www.revistaesfinge.com/culturas/culturas-del-mundo/item/791-aborigenes-australianos

domingo, 2 de octubre de 2016

Anatomía del infeliz


Mientras algunos parecen ser la alegría de la huerta, otros de la huerta solo tienen la cara de acelga. Son esas personas tristes y atormentadas para las que la vida solo es cuesta arriba, y que cambian el cascabel por la banda sonora de las lamentaciones. ¿Sesgo perceptivo? ¿Procesamiento cerebral? Diferentes teorías explican la génesis de una personalidad gris, apática o depresiva. Lo cierto es que estos perfiles tienen mucho en común.

Más allá de la psicología clínica y de la psiquiatría, existe todo un mundo de personalidades que en ocasiones rayarán la sospecha patológica. Pero no están enfermos: son así. De este modo lo explica Ramón Oria de Rueda, psicoterapeuta: “Descartando lo que los manuales diagnósticos llaman trastornos del estado de ánimo, que tienen como característica principal una alteración del humor, y los trastornos de la personalidad, quedan algunas personas de las que podemos decir que son, simplemente, negativas”. Ahondar en el origen de este mal quizá sea estéril, porque en realidad solo habrá una manera de combatir la lacra de la negatividad, según añade Oria: “No sabemos cuánto hay de herencia genética y cuánto de aprendizaje, y no pudiendo influir sobre lo primero, trataremos de facilitar el aprendizaje de un estilo positivo”.

“La felicidad, al igual que el éxito, tiene una definición subjetiva”, nos recuerda, por su parte, Dafne Cataluña, psicóloga y coach del Instituto Europeo de Psicología Positiva. Para la experta serán fundamentales las expectativas que vertamos sobre nosotros mismos, y la forma en que respondamos a algunos interrogantes acerca de nuestros objetivos y su causa. “¿Son realmente nuestros, o están motivados por nuestra necesidad de aprobación de los demás?”, invita a considerar. Si se trata de esto último, nos llenará de frustración, algo de lo que precisamente pueden presumir los caracteres amargados. Son individuos frustrados.

Pero además de objetivos distorsionados, las personas infelices (esas que siempre están amargadas sin motivo aparente que lo justifique) tienen en común otra serie de cosas.

1. “Son tendentes a hacer una atribución interna de incapacidad y una atribución externa de mala suerte”, asegura el clínico. Es decir: piensan, por un lado, que no son capaces, y por otro, que cuando les va mal, no es culpa suya.

2. Presentan un déficit en las habilidades metacognitivas. "No se permiten reflexionar sobre los propios estados mentales ni reconocer las emociones que surgen”, según explica el psiquiatra y psicoterapeuta italiano Antonio Semerari, autor de varios libros de esta materia. Aprender a relacionarse con lo que uno siente, observando los pensamientos desde la no identificación con ellos, ha demostrado ser muy eficaz para los perfiles con depresión y ansiedad, según contempla un reciente estudio realizado por la doctora en Psicología Leticia Linares, de la Universidad de Deusto.

3. "La queja es el centro de su vida. Lo ven todo como una profecía auto-cumplida”, describe Oria. Un patrón sano conllevaría, por el contrario, “perder el miedo a pedir ayuda y comunicar las necesidades personales con empatía”, recuerda Dafne Cataluña, defendiendo los preceptos del profesor de Harvard Tal Ben-Shahar, quien aconseja huir del perfeccionismo para ser feliz en su libro La búsqueda de la felicidad.

4. "Sienten envidia y dificultad para admirar al otro”, advierte el psicoterapeuta: “Son personalidades centradas en sí mismas y en ocasiones con una visión paranoide que les hace difícil mirar más allá”. Superar la envidia pasará por autoaceptarse a uno mismo tal cual es, con sus fortalezas y debilidades, como opina Cataluña. Con este proceso, “se llegará a la madurez psicológica”.

5. “El egoísmo es la base de su personalidad”, refiere el psicólogo. “La gente negativa es egoísta: habla de sus problemas, de sus dificultades, de sí misma y de su mala fortuna, y esa misma forma de pensar hace que se cumplan sus expectativas”. Además, “aunque encuentren a quien cargue con su desgracia, los egoístas son más enfermizos, más pobres y están más solos”. Justo lo contrario que los más alegres, que derrochan generosidad. “Manejando la gratitud, sentiremos que lo conseguido es valioso y merecedor de elogio”, dice la psicóloga positivista.

6. Su pensamiento está distorsionado y lleno de ideas falaces. Frases como “me lo merezco” (y por ello debería tener ese ascenso), “tengo que caer bien”, o “si valgo, he de conseguir lo que me proponga”, no son certezas, sino etiquetas mentales poco realistas. El psicólogo americano Albert Ellis, pionero en el uso de la psicología cognitiva allá por los años 50, inventó la Terapia Racional Emotiva, todavía en vigor, cuyos principios postulan que “no son los hechos lo que nos altera, sino la interpretación que les damos”.

LA VIDA NO ES 'CHULI', POR MUCHO QUE LO DIGA MR WONDERFUL


Aunque las expectativas de fracaso suelen precipitarlo y conllevan desilusión y amargura, no conviene dejarse engañar por esos cantos de sirena, eco de las corrientes de autoayuda de las redes sociales. Oria alerta de un tipo de pensamiento mágico que nos dota de fantasías de omnipotencia: “No paramos de escuchar que podemos hacer aquello que nos propongamos, y no es verdad. Frases como si quieres volar despliega las alas, o aquello de que el universo conspira a nuestro favor, nos incitan a creer que somos todopoderosos”. Esto, a la larga, puede ser peor: “No podemos dejarnos llevar por la industria de la autoayuda, que acaba generando una mayor frustración y solo conviene a sus propios autores”. En vez de alinearse en un pensamiento mágico como el de los supuestos astros que velan por nuestros intereses, los psicólogos recomiendan “ser objetivos respecto a las propias capacidades y ponerse manos a la obra”. Al fin y al cabo, las cosas no saldrán solas, ni siquiera cuando uno las merezca.

lunes, 21 de marzo de 2016

Una frase para pensar.

"La verdad puede ser dulce o amarga, pero no puede ser mala. La mentira puede ser dulce o amarga, pero no puede ser buena" Constancio C. Vigil

miércoles, 15 de julio de 2015

El estudio de la muerte

Me interesa la muerte, porque no hay misterio más hondo ni soslayado que ese; nadie habla de ello si lo puede evitar. Al menos eso parece, porque Freud descubrió en 1920 que existe en nosotros una pulsión de muerte que hace a muchos buscar una serenidad anterior a la vida rondando la autodestrucción o, secundariamente, haciéndola caer sobre los demás, al estilo Hítler; mucha gente no quiere ser feliz sino estar definitivamente tranquila. Esa es su felicidad: una regresión.

Pero quien mejor ha rondado la muerte y sus consecuencias humanas creo que ha sido la psiquiatra suiza Elisabeth Kübler-Ross. Su profundo estudio ha ayudado a mucha gente a llegar en buenas condiciones a este trance e incluso con alguna curiosidad, como don Rodrigo Manrique. En 1969 describió las cinco etapas que afronta cualquier persona cuando tiene que aceptar lo inaceptable: el fin de todo lo que conoce, incluso su yo:

1. Negación (pero la palabra que mejor lo define es incredulidad o rechazo): "Esto no está pasando". "Se confunde, esto no me pasa a mí, debe referirse a otro". Es un muro temporal y no contendrá el tsunami emocional. De ahí se pasa al asombro: "¿Cómo es posible?"

2. Y a la ira: ¿Por qué a mí? ¡No es justo! El afectado reconoce que la negación no puede continuar y siente ira, envidia, resentimiento y hosquedad por los que no están en su caso, gozan de la vida o tienen un futuro.

3. Negociación. Hay que "vivir" con "eso" como sea. La víctima hace planes para demorar lo inevitable y lograr conseguir al menos algunos de los objetivos que tenía: ver a sus hijos "colocados" o "casados", y busca maneras de aplazar un tiempo lo inevitable. En esta etapa se busca a un poder superior, Dios o como se llame, en que poner esperanzas para conseguir alguna transacción que reporte mutuo beneficio: "Cambiaré de vida", "dejaré de fumar", "me uniré a ese tratamiento tan prometedor..."

4. Depresión. Nada tiene sentido ya ni objetivo: fui un tonto si no me di cuenta antes, cuando andaba en persecución de cosas que si lograba luego sustituía por otras. ¿Para qué ya nada? Se plantean ideas de suicidio, ¿por qué seguir?, acelerando la venida de lo inevitable. En esta etapa se empieza a conocer verdaderamente el significado insoslayable que tiene la muerte. El individuo pierde todo interés en hablar y relacionarse y lo observa todo con abandono; pasa mucho tiempo llorando y lamentándose. La persona moribunda experimenta la soledad con mayúsculas. Y desconecta todo sentimiento de amor y afecto. Por esta etapa se debe pasar: hay que sufrir... pretender alegrar a una persona que se encuentra en este trance es contraproducente: proporciona más sinsentido y angustia.

5. Aceptación. El más noble de los sentimientos, la resignación. Y, después, prepararse para lo inevitable como hacían los estoicos. No hay solución, no hay remedio, o, como dice Manrique "Y consiento en mi morir / con voluntad placentera / clara y pura, / que querer hombre vivir / cuando Dios quiere que muera / es locura" Contra la realidad no se puede luchar: esto tiene que ocurrir. Se depone todo sentimiento y dolor... Pero, en el caso de don Rodrigo Manrique, se siente incluso una cierta curiosidad...

No todos atraviesan por todas estas fases ni en este orden; algunos, incluso, ni se enteran porque no quieren enterarse: son típicamente infantiles e inmaduros, como esos políticos que entierran repetidamente su cabeza de avestruz. La película Empieza el espectáculo de Bob Fosse expone muy bien estas fases terminales, bordeando en muchos aspectos Ocho y medio de Fellini; ¿qué diré también de esas dos obras maestras de Ingmar Bergman, El séptimo sello, con todas esas diversas posturas ante la muerte, y Fresas salvajes, con ese profesor de medicina que no puede curarse a sí mismo? "Escriba usted el primer deber de un médico". En otra película, Sin perdón, el guionista hace un trabajo magnífico cuando hace hablar a William Munny cuando se enfrenta a la pérdida de su único amigo: atraviesa las bien definidas fases de Kübler Ross. En realidad, se atraviesan ante cualquier idea inaceptable. Y hacen madurar: quienes han estudiado la muerte han averiguado que tras pasar por ese trance... y sobrevivir por cualquier chiripa, se es mejor persona. Quizá los políticos tendrían que pasar por el trance; igual hasta nos gobernaban mejor... aunque lo que recomendaba John Lennon era que les dieran un chute de LSD. Un viaje (bueno o malo) a la tierra de la plena consciencia ofrecía, según él, unos resultados muy parecidos. En realidad, todo esto es muy antiguo: los libros de los muertos tibetanos y egipcios, el poeta roano Lucrecio, las consolationes de los estoicos, el Ars moriendi medieval y los doctores Raymond J. Moody y Eben Alexander ya han hablado mucho y muy bien de todo esto, por no hablar de todas las mitologías y religiones: sería cuento de nunca acabar.

Pero sí añadiré que hay una venganza póstuma contra la muerte; tiene que ver con lo que los budistas descubrieron: que no puede morir lo que no existe, pues no hay un yo, al menos un yo único. Se encuentra en el tópico literario opuesto a toda la siniestra ringlera del ubi sunt?, vanitas vanitatum, omnia mors aequat, memento mori, quotidie morimur, tempus fugit... Es Non omnis moriar: "No todo morirá", ni el arte, ni los buenos hechos perecerán nunca. Los hijos que uno deja y conservan su recuerdo y sus virtudes, porque amaron y respetaron a sus padres; las buenas acciones que liberaron del sufrimiento a la gente... todos esos actos condenan a muerte a la Muerte. ¿A que en vuestra memoria hay gente a la que gusta recordar y que nunca olvidaréis? ¡Qué digo! ¿No perdura el nombre de don Rodrigo Manrique no ya en el poema con que salvó su memoria de héroe al par que la suya como artista su hijo Jorge, sino en la localidad que fundó y repobló: Villamanrique? Es significativo el final de las Coplas, cuando el maestre Rodrigo muere rodeado de toda la gente que le quiere y aprecia: "Dejonos harto consuelo / su memoria". Fundar Villamanrique fue algo bueno: "Murió el hombre, más no murió el su nombre". Y unos versos de su honorabilísimo tío Gómez Manrique, alcalde de Toledo, todavía permanecen indelebles en un pilar del Ayuntamiento de Toledo, proponiendo lo correcto por encima de cualquier otra consideración (otra cosa es que le hicieran caso):

Nobles discretos varones
que gobernáis a Toledo,
en aquestos escalones
desechad las aficiones,
codicias, amor y miedo.
Por los comunes provechos
dexad los particulares.
Pues vos fizo Dios pilares
de tan riquísimos techos,
estad firmes y derechos.

En una época de nihilismo y sinvergonzonería donde lo único que importa es el ego y sus poco variadas variedades, conviene recordar lo que los castellanos antiguos llamaban honor, hidalguía, nobleza, dignidad. Es lo único que puede hacernos llegar a la muerte tranquilos. Lo único que puede transformar a la muerte en una plenitud. Lo único que puede hacernos vivir después. Dixi.

viernes, 6 de junio de 2014

Lo que debería importar

Solo debería prestarse una atención especial a lo que dice la gente cuando sale del mundo. Eso le ha pasado a una niña muy inteligente llamada Athena Orchard, que murió de cáncer. Dejo escritos tras un espejo de su cuarto algunos de sus pensamientos, que son estos:

«El propósito de la vida es una vida con propósito»

«Cada día es especial, al menos la mayor parte de él»

«La vida solo es mala si lo haces mal»

«La felicidad depende de nosotros mismos»

«Tal vez no se trata de un final feliz , tal vez se trata de la historia».

«El propósito de la vida es una vida con propósito»

«La diferencia entre ordinario y extraordinario es ese pequeño extra. La felicidad es una dirección no un destino»

«Recuerda que la vida está llena de altibajos, sin las bajadas las subidas no significan nada»

«La vida es un juego para todos, pero el amor es el único premio»

domingo, 18 de noviembre de 2012

No hacer


De Kapov:

Me gustaría entresacar fragmentos de la obra Guerra y Paz que me han impresionado especialmente y para comenzar he elegido este que trata sobre la ociosidad. No tiene desperdicio:

Nos enseña la Biblia que la ociosidad, la ausencia de todo trabajo, era condición de la beatitud del primer hombre antes de su caída. El amor a la ociosidad sigue siendo el mismo en el hombre caído aunque la maldición pesa siempre sobre él, no tanto porque tengamos que ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente, sino porque nuestras cualidades morales no nos permiten ser felices en el ocio. Una voz misteriosa nos acusa siempre de que estamos ociosos. Si el hombre pudiera verse en un estado en el que, permaneciendo ocioso, se sintiera útil y cumpliendo con su deber en el ocio, encontraría una buena parte de su felicidad primitiva”.

Hoy os propongo meditar y comentar sobre el curativo “no hacer” que tanto bien haría a nuestras vidas.

martes, 31 de mayo de 2011

Desgracias

Jerónimo Anaya ha tenido un derrame cerebral este jueves, y ahora está en la UVI muy sedado. Carmen Molinero, que fue a verlo, dice que le están quitando los somníferos poco a poco y ha tenido convulsiones. Tenía la tensión alta, como muchos de nosotros, yo mismo incluido, que esperamos poderlo ir a ver cuando esté mejor y despierto. No ha dejado de sorprendernos, ya que cuidaba mucho lo que bebía y comía, pese a lo cual se quejaba de que la tensión se le subía sin motivo; yo lo achaco al estrés escolar y al jaleo de la edición del libro sobre el vino. Esta triste novedad nos hace considerar, como decía la propia Molinero, "que no somos más que una mierda". Por eso, o algo parecido a eso, tendremos que pasar todos. Es de esperar sin embargo que pueda superar esa prueba, lo deseable es que con un mínimo de rehabilitación o ninguna, y volver de nuevo con todos nosotros, con su familia y con sus alumnos.


Ando corrigiendo exámenes y preparando la edición, ya, por fin, de mi tesis doctoral, que tengo que tener lista para junio; trabajos inútiles pero que nos ocupan la vida. Hace mucho calor y yo a ratos me siento eufórico y a ratos empedernido como el granito y a ratos entristecido por cosas como la anterior o semejantes. Me he vuelto tan invariable como una relojera costumbre y añoro estar más vivo y multiforme. Las rutinas hacen presa de uno y lo convierten en un mueble más de la casa; la imaginación se dispersa como una nube y desaparece y todo queda igual en el lugar de su sitio. Y no quiero ser un mueble más de la casa. Eso es como estar muerto en vida, como esos zombis que ejemplifican más que nunca un mito de la modernidad, porque el tiempo se pierde como si no valiera nada y como si tuviesemos minas enteras llenas de él y nos limitásemos sólo a comer y a nocturnar. Aunque también hay que dar gracias a Dios por las rutinas, porque si las novedades han de ser como las que acometen al pobre Jerónimo, habría para echarse a temblar.


Uno ha pasado ya por algunas desgracias, incluso la de creerse tocado por alguna enfermedad fatal; por eso sabe lo sólos que se sienten los enfermos, esos casi muertos. Las desgracias aíslan mucho, nos ponen como una escafandra o una línea alrededor, porque, como dijo el general francés en Verdún y luego repitió Kennedy, "el éxito tiene muchos padres, pero la derrota es huérfana". Y no hay nadie más derrotado que un enfermo, salvo un muerto. Mi hija estudia enfermería y ha tenido que lidiar con asignaturas que hablan sobre todo eso: psicología del enfermo, dar malas noticias... Las cinco fases conocidas del duelo o afrontación de la desgracia son estrategias que proporcionan armas para tolerar lo intolerable, hasta que los sentimientos se desecan y sólo permanece la cruda realidad de los hechos, para la cual ya no vale reiki ni poliorcética alguna; Don Quijote, por ejemplo, recorrió todo ese camino y en el último capítulo se le ve claramente instalado en la última: negación o rechazo, odio o ira, regateo o negociación, depresión y, por último aceptación. El más noble y terrible de los sentimientos: la resignación. Algunos no atraviesan todo el camino, se quedan estancados en uno de esos pasos o no los afrontan en ese mismo orden. A veces echo de menos no haber tenido la mano de mi padre en la mía cuando murió; tener la mano de un ser querido es, a veces, el único consuelo que le queda a un moribundo. Porque a veces puede no haber ni siquiera alguno, y esa es quizá la más terrible de las desgracias: haber pasado por la vida en vano, o con deudas morales que uno tendría que pagar, quién sabe, en este mundo, o quizá, como decía Shakespeare, en un lejano país desconocido.

lunes, 21 de junio de 2010

Digresión

Ingiero siete pastillas al día (y un sobrecito) y duermo (mal) con un ruidoso cepac o respirador, y aún así estoy hecho polvo. Dentro del pesado saco de mí mismo mi yo se siente alienado por su cuerpo y enterrado en su vida y sus rutinas de saco que se vacía una y otra vez. Y todo por adoptar la posición erguida, por mantenerse en pie, por consistir todos los días. Seguramente me van a operar a fin de año; uno quisiera sobrevivir más por la gente que lo necesita (consistir y persistir y asistir, incluso resistir, no existir), esto es, por la familia, que por lo que Shakespeare decía, por el temor a algo peor o a una completa ignorancia, porque, si cuando estamos vivos sabemos al menos algo, cuando no lo más probable será que no sepamos nada, ni siquiera si tenemos familia (aunque el familión muerto es mucho mayor que el vivo). La reencarnación sería espeluznante, sobrellevar otra vez las fatigas, dolores, injurias, desvíos, agravios, desilusiones, esfuerzos e injusticias que depara la vida; no en vano sólo se podría soportar con una buena dosis de olvido de todo lo anterior (¿quién o qué sería capaz de algo así? ¿Quién o qué nos da el olvido?) El alma inmortal sería una cerilla eterna, que nunca se gasta: es un castigo insufrible, pues, si somos de verdad inmortales ¿qué sentido tendría portarse bien o mal? No llega ni a idea, sino lo más a superstición de beata, y para los científicos pecar contra el segundo principio de la termodinámica. Menos absurda parece la vida miserable e infinitesimal de los sumerios, o la que los indostánicos dan a sus espectros, la vida de lo descompuesto, una vida de sombras debiluchas que se alimentan de polvo y de sueños y que la demencial mitología cinematográfica se figura en forma de zombis dolientes y tontainas. Nuestra vida la heredan los gusanos que nos meriendan, las larvas que nos pudren y los enlaces químicos que nos corrompen. Pero están los que lo necesitan a uno, los que no son conscientes de todas esas miserias, y eso es lo que, como bien sabía el Unamuno del San Manuel, nos hace a todos, a usted y a mí, dejar la noche para luego y levantarnos con el sol y con la cruz todas las mañanas; ese es el único fermento de la voluntad. Trabajamos con la esperanza de que algunos de nosotros puedan morir con esperanza.

Pero siempre hay alguno (y alguna) que insiste en jorobarnos la esperanza.

sábado, 25 de octubre de 2008

El brindis castellano

- ¿Estamos todos?
+ Estamos.
- ¿Cual caballeros?
+ Cumplimos.
- Y ¿a las mujeres?.
+ Amamos.
- Pero... ¿ante todo?
+ Bebamos, bebamos, bebamos.
- Bebió nuestro padre Adán...
+ Bebió.
- Bebió nuestra madre Eva...
+ Nada buena era.
- ¿El que bebe...?
+ Se emborracha.
- ¿El que se emborracha...?
+ Duerme.
- ¿El que duerme...?
+ Sueña.
- ¿El que sueña?.
+ No peca.
- ¿El que no peca...?
+ Va al cielo.
- Y puesto que al cielo vamos...
+ Bebamos, bebamos, bebamos.
- ¡Ah, líquido infernal...
+ que te criaste entre verdes matas...
- y hasta al hombre más cabal...
+ lo haces andar a gatas!
- ¡Por ellas!
+ ¡Por las más bellas!
- ¡Por las de culo ancho!
+ ¡Por las de cuello estrecho!
- ¡Por las que ofrecen sus labios desinteresadamente!
+ ¡Aunque estén llenas de telarañas!
- ¿Por las mujeres?
+ ¡No! ¡Por las botellas!
- ¿Vino Dios al mundo?
+ ¡Vino!
- Y ¿para quién vino?
+ ¡Para todos, vino!
- Y ¿cómo vino?
+ ¡En bota!
- ¿Y la mujer...?
+ ¡En pelota!
- Si Dios borrachos nos tiene...
+ será porque nos conviene.
- Antes que no nos conocíamos...
+ bebíamos.
- Y ahora que nos conocemos...
+ bebemos.
- Pues bebamos, bebamos, bebamos,

hasta que no nos conozcamos.
- Cuando Dios llamó a Gabino, no dijo "Gabino ven"...
+ Sino: ¡Venga vino!.
-Arriba, abajo, al centro y a dentro.

domingo, 20 de abril de 2008

Locura cotidiana

El País, Hoy:

¿Estamos todos locos?

LUZ SÁNCHEZ-MELLADO 20/04/2008

Necesitamos hablar. Más que nunca. Psicólogos y psiquiatras están desbordados. Cada vez más gente pide ayuda para soportar el estrés, la incomunicación y el dolor de vivir.

Ángel lo tiene todo. Un matrimonio feliz, dos niños de anuncio, un piso con la hipoteca pagada y un sueldo de funcionario de por vida. Aún es joven, tiene 40 años y dos meses contados, y, aparte de unos triglicéridos rebeldes, está razonablemente sano. Pero el día de su último cumpleaños se sintió morir. El corazón se le salía. Le faltaba el aire. Le dolía el pecho. Sudaba. Tiritaba. Le iba a dar un infarto. Su mujer le llevó a urgencias. Dos horas después, Ángel salía cabizbajo con el alta en la mano. No la firmaba ningún cardiólogo, sino la psiquiatra de guardia. El diagnóstico es concreto: crisis aguda de ansiedad compatible con trastorno ansioso depresivo.

La doctora prescribe ansiolíticos y antidepresivos, y recomienda asistencia psicológica complementaria. Deriva al médico de familia para que siga al paciente y valore la pertinencia de una baja laboral. “Nada más verme llamaron a la psiquiatra, que me dio un tranquilizante y me metió en un cuarto a que me calmara. Fue después cuando me preguntó qué me pasaba. Le dije que me daba miedo morirme, que me sentía incapaz de cuidar de mis hijos, que no podía con mi vida. Estuvo correcta, profesional, rutinaria. Me pareció que veía casos así todos los días”, dice Ángel. En efecto, es uno de tantos.

Los saturados servicios de urgencias de los hospitales llevan tiempo prestando cada día los primeros auxilios a personas con otro tipo de sufrimiento. Un dolor no exactamente o no del todo carnal. Un sinvivir que no da la cara en los análisis, ni en las radiografías, ni en el más sofisticado escáner. Los esquivos, inasibles padecimientos del alma.

La psiquiatra que atendió a Ángel, sus colegas de los centros de salud mental públicos y privados y los psicólogos de los centenares de gabinetes que han proliferado hasta en el barrio más humilde de la ciudad no dan abasto. Están a rebosar. Todo el mundo tiene un pariente, un amigo o un conocido que está de baja por depresión o estrés, alguien cercano que se “ha quebrado” o está “mal de los nervios”. No es un asunto para pregonar, pero tampoco un secreto de Estado.

El goteo de noticias es constante. Un vistazo a algunos titulares de las últimas semanas resulta demoledor. La Encuesta Nacional de Salud certificaba en marzo que el 20% de los españoles tiene propensión a sufrir trastornos relacionados con la salud mental. En plata: uno de cada cinco encuestados confiesa que se siente habitualmente triste, nervioso, atemorizado, en vilo. Fatal. El Ministerio de Sanidad alerta sobre el desaforado consumo de psicofármacos, que se ha multiplicado por tres en la última década. La Organización Mundial de la Salud pronostica que la depresión será en 2020 la segunda causa de discapacidad en el mundo desarrollado.

Pero es que a día de hoy el 15% de los trabajadores –tres millones en España– consume alcohol, hachís y/o cocaína hasta la adicción para soportar el estrés y la ansiedad que les provoca su jornada laboral, según la Organización Internacional del Trabajo. Y hasta el mismísimo Consejo General del Poder Judicial se ha planteado la posibilidad de evaluar la aptitud psicológica de los jueces al constatar que algunos sufren padecimientos psíquicos –ansiedad, depresión o patologías mayores– que pueden interferir en su trabajo. ¿Nos hemos vuelto locos?

“En absoluto”, ataja Enrique Echeburúa, catedrático de Psicología Clínica de la Universidad del País Vasco. Echeburúa estima que “más allá de algunas patologías emergentes, relacionadas con el envejecimiento de la población y la eclosión de ciertas adicciones”, los trastornos mentales siguen siendo los mismos. “Lo que sí ha habido”, matiza, “es un incremento en la demanda de servicios de salud mental. Antes sólo acudían a los profesionales los casos más serios, pero hoy mucha más gente que sufre pide ayuda y la pide antes. Tenemos mayor nivel económico y cultural, hay un mayor grado de exigencia y expectativa respecto al bienestar emocional, y ha bajado el umbral de tolerancia al sufrimiento. No sabemos manejarlo. La vida conlleva dolor, pero ha calado la idea, propagada por los medios, de que tenemos derecho a la felicidad, y hay quien acaba de pasar por la pérdida de un ser querido, una ruptura amorosa o un revés laboral y pide un remedio rápido, una pastilla para superar ese malestar. Se está psicopatologizando la vida cotidiana”, dice el catedrático Echeburúa desde la Facultad.

Los psiquiatras Antonio Espino y María Luisa Zamarro llevan décadas a pie de calle. Ambos soportan mucha angustia y dolor durante su jornada laboral. Las cajas de pañuelos de papel que presiden sus consultas se reponen a diario. Espino y Zamarro son jefes de los servicios públicos de salud mental de las localidades madrileñas de Majadahonda y Alcobendas-San Sebastián de los Reyes, respectivamente. Dirigen sendos equipos de psicólogos y psiquiatras a cuyas abarrotadas consultas acuden –derivados por sus médicos de cabecera– millonarios de La Moraleja, amas de casa de barrio, operarios de cadena de montaje, ejecutivos internacionales y aldeanos de la sierra pobre de Madrid. Dejando aparte a los enfermos mentales graves o crónicos –pacientes tradicionales de la llamada “psiquiatría pesada”–, más de la mitad de ellos sufren lo que los expertos denominan “patología menor del sufrimiento” o “malestares de la vida diaria”.

“No hay que restarle importancia, nadie va al psiquiatra por deporte”, opina Luisa Zamarro. “Todos vienen con un sufrimiento físico y mental importante, pero atendemos cada vez a más gente con dificultades para encajar y gestionar crisis vitales comunes. Contrariedades que antes se afrontaban y superaban con los propios recursos y el apoyo familiar y social. Parece que esa red está fallando. Aquí vienen chicos de 19 años hundidos porque les ha dejado la novia”.

Su colega de Majadahonda apunta otra concurridísima vía de acceso a su consulta. “La organización del trabajo está apretando las tuercas a la gente de forma brutal, y esa presión se traduce en problemas de ansiedad y trastornos depresivos”. Antonio Espino, un histórico involucrado desde hace 30 años en la reforma y gestión de los servicios de salud mental, realiza un programa de investigación del estrés para el Ministerio de Sanidad.


Según sus conclusiones, las patologías psicológicas más emergentes están relacionadas con el trabajo. “El porcentaje de pacientes de este centro con trastornos derivados del estrés laboral es igual a la suma de los que sufren trastornos alimentarios y alcoholismo juntos”, atestigua. “Es un problema serio que afecta a la sociedad mundial, pero son los políticos, empresarios y sindicatos los que tendrían que involucrarse y previnirlos. No deberían psiquiatrizarse y medicalizarse asuntos que son puramente sociales”.

Ángel lleva ya dos semanas de baja. Su médico de familia firmó el parte sin más y le derivó a los servicios públicos de salud mental. A pesar del sello de “preferente” que luce su historial, le han dado cita para dentro de dos meses, así que Ángel ha optado por acudir a un gabinete psicológico privado. Una consulta de 45 minutos a la semana, a 65 euros la sesión. Por ahora, lo que le dice la psicóloga le entra por un oído y le sale por el otro. “No sé de qué habla”, confiesa. Sigue con la medicación prescrita por la psiquiatra, pero no mejora. Se encuentra casi siempre “ansioso”, y soporta alguna crisis puntual con las pautas de respiración que le dio la doctora. “Un día, después de un ataque horrible, me pasé la tarde en la cama, llorando. Estallas, te rompes, te desprecias por lo que te pasa. Todos te dicen que te animes, que eres tú quien tiene que salir de esto. Mi hermana me dijo que le daban ganas de darme un guantazo a ver si me espabilaba, y la verdad es que yo también quería que me lo dieran”.

Hoy hace un año que murió su padre. Han sido tiempos duros para Ángel. Primero fue una operación por un problema de esófago cuya posible evolución no se le quita de la cabeza. Luego, el embarazo y nacimiento de su segundo hijo con el terremoto del primogénito todavía en pañales. Las oposiciones para hacerse con la plaza sin dejar de trabajar. La angustiosa enfermedad de su adorado padre, condenado a muerte al poco de jubilarse. Ley de vida. Vale. Pero la vida, a veces, puede hacerse muy cuesta arriba.

Los médicos de familia suelen ser los primeros en ver de frente el dolor del alma. Uno de cada tres pacientes que entran a su consulta sufre padecimientos relacionados con la esfera psíquica, según Luis Aguilera, presidente de la Sociedad Española de Medicina de Familia. “Muchos dolores de cabeza, de estómago o malestar general enmascaran problemas psicológicos. Es importante que los profesionales estemos alerta y tengamos las gafas puestas para poder detectarlo de forma precoz, diagnosticar y poner en marcha la cadena del tratamiento. Por muchas causas, no siempre ocurre así”. La reciente huelga de los médicos de familia de Madrid, reivindicando diez minutos para atender a cada paciente, da alguna pista sobre los motivos a los que alude el doctor Aguilera.

Falta tiempo, apoyos, palabras. Los españoles, con una media de nueve amigos por cabeza, ocupamos los primeros puestos en empatía y habilidades sociales en una encuesta europea. Salimos mucho, tomamos muchos cafés y copas, charlamos por los codos, pero ¿hablamos de lo que nos duele?

El psiquiatra Antonio Espino no lo cree. “A la mitad de los que vienen a consulta les doy el alta en dos entrevistas”, afirma. “Están mal porque no aguantan a su pareja, o su jefe les putea, o se ha muerto su madre. Les escucho y les digo que tienen un problema, claro que lo tienen, pero yo no soy la persona que les puede ayudar a superarlo. Su familia, su entorno, sí, pero yo soy su psiquiatra, no su amigo. ‘Esto es como la DGT’, les digo, ‘yo no puedo afrontar sus problemas por usted”.

María Luisa Zamarro siempre se sorprende cuando les pregunta a sus pacientes a quién les cuentan sus penas. “Muchos dicen que a nadie, que no quieren preocupar a la familia o dar la lata a los amigos, que bastantes problemas tienen todos para irle uno con los suyos. Será por el estilo de vida, las prisas, el trabajo, pero falta ese apoyo básico”.

La mejor película española de 2007 según los miembros de la Academia de Cine que le otorgaron el Goya se titula La soledad. Habla de gente de aquí y de ahora. Personas integradas, con familia, amigos y compañeros de trabajo, que sufren en silencio los reveses de la vida. Adela, la protagonista, pierde a un hijo, y a las pocas semanas sus amigos pretenden que se vaya de vacaciones para animarse. “Estar con alguien triste es incómodo, y el que sufre lo sabe, por eso se traga su dolor”, dice el director del filme, Jaime Rosales.

Su colega Daniel Sánchez Arévalo ganó el Goya al mejor director novel en 2006. La cinta galardonada, Azuloscurocasinegro, tiene una dedicatoria expresa: “A Mario, mi psicólogo”. Sánchez ha pasado 18 años de su vida –desde los 16– acudiendo dos y hasta tres veces por semana a la consulta del psicoanalista Mario Sobreviela. “Gracias a él me convertí en narrador”, sostiene el cineasta. “Ya que no era capaz de solucionar mis traumas y mis miserias, ya que me mantenían preso y no me dejaban vivir, decidí usarlas como material de ficción”. Daniel se rebela cuando escucha decir de alguien aquello de “bah, ya se le pasará, está depre” o “bueno, tiene sus cosas, pero está bien, le han hecho pruebas y no tiene nada”. Sabe lo que es estar mal, fatal, en las últimas, y que nadie acabe de creérselo. “Vivimos en una sociedad donde no se tratan igual las enfermedades mentales que las físicas, y lo que no se ve en un TAC, no existe”.

El artilugio más sofisticado en el despacho de José Carrión es el reloj con el que controla el tiempo de consulta. Carrión, psicólogo clínico especializado en adolescentes, forma parte del equipo del Centro de Investigación en Terapias de Conducta (Cinteco), un gabinete que lleva 20 años abierto en un elegante barrio de Madrid. Sus salas están llenas de chavales con el uniforme del colegio o la ropa interior asomando por el vaquero. También hay tipos trajeados, cuarentonas de mechas perfectas, y damas y caballeros de edad. “Tenemos trabajo”, admite Carrión, que atribuye al “boca a boca y a una sólida trayectoria” sus mil pacientes al año.


Cada caso es un mundo, pero una intervención media viene a durar “de tres a seis meses”, con una consulta semanal a razón de 85 euros la sesión con los psicólogos y 125 euros si se trata con el psiquiatra.


El abordaje multidisciplinar psiquiátrico y psicológico de los trastornos mentales es, según los profesionales consultados, el más eficaz. Los psiquiatras, médicos, pueden recetar psicofármacos. “El psicólogo”, explica Carrión, “es un profesional sanitario que comprende qué te ocurre y te dice qué has de hacer. Tú no tienes por qué comprender qué te pasa, y por eso, entre otras cosas, no sabes ni qué hacer ni cómo. El psicólogo identifica el problema, propone estrategias de intervención e insta a conseguir objetivos”. Pero para eso hay que conectar con el paciente.

¡Zas! Ángel se acaba de soltar un gomazo con la banda elástica que lleva de pulsera. La autoagresión forma parte de los deberes que le ha puesto su psicóloga. “Cada vez que me asalta un pensamiento negativo, me tengo que dar un latigazo y reflexionar sobre ello”.


–¿Cuál ha sido ese pensamiento?

–Hoy me duele el estómago, y se me ha pasado por la cabeza que el reflujo gástrico me está provocando un cáncer, y voy a morir, y no voy a poder criar a mis hijos.

–¿Y su reflexión?

–Que si un problema tiene solución, hay que ponerse a solucionarlo. Y que si algo es inevitable, no merece la pena obsesionarse.

Parece que Ángel empieza a conectar.

No hace tanto, ir al psicólogo, y no digamos al psiquiatra, era lo último. A uno le llevaban atado. A no ser que se tratara de un niño: por los críos, lo que haga falta. “En los noventa, la gente empezó a llevar a sus hijos rebeldes, tímidos o con problemas de aprendizaje al psicólogo. Eso naturalizó la relación y fue la puerta de entrada de muchos adultos. Si al niño le funcionaba, ¿por qué no a los padres?”, dice Fernando Chacón, decano del Colegio de Psicólogos de Madrid.

Chacón es miembro de la primera promoción de la carrera de psicología en España. Una profesión que, como tal, tiene sólo unos treinta años de historia y que cuenta hoy con casi 50.000 ejercientes en todo el país. Sobre todo mujeres, en una proporción de un 70%-30% en las consultas y un abrumador 80%-20% en las atestadas facultades de la especialidad. Ya se ha visto que trabajo no les falta.


Pero el antes y el después de la profesión tienen una fecha concreta: el 11 de marzo de 2004. Ese día, 900 mujeres y hombres se pusieron una bata blanca y un letrero de “psicólogo” sobre el pecho, y se presentaron voluntarios en el Instituto Ferial de Madrid, donde miles de personas desquiciadas esperaban noticias de sus seres queridos masacrados en el peor atentado terrorista de España.

Teresa Pacheco, que entonces tenía 28 años, era una de ellas. Acudió como miembro del recién creado equipo de atención psicológica de emergencia del Samur de Madrid. “Creo que aquella intervención, asistiendo a las víctimas, fue positiva. Se hizo bien, se evitó el contagio emocional a la población y se cambió la percepción social de la profesión. Se vio gráficamente la utilidad del psicólogo”, comenta hoy Pacheco.

Estamos en la base del Samur, donde Teresa cumple 24 horas de guardia. En cualquier momento puede salir pitando requerida por una “urgencia psicológica”. Las crisis de ansiedad como la de Ángel ya no merecen esa consideración en Madrid. “Hay muchas. En bares, en tiendas, en la calle. Las atienden técnicos sanitarios; si fuéramos los psicólogos, no haríamos otra cosa”, dice Pacheco. Sus pacientes son víctimas de accidentes, violencia o agresiones sexuales, familiares de fallecidos. Su misión, sostenerlos en su peor momento. “No se trata de aliviar su dolor, eso es imposible, sino de hacerles comprender que, aunque lo que les ha pasado no es normal, su reacción sí lo es. Claro que gritan y lloran. Tienen que permitirse estar mal. Me preocupo más si se reprimen”.

“No sé qué guardas ahí dentro. Seguro que nada bueno. Y si no te escucho, ¡grita!”. En enero de 2005, Pau Donés cantaba estos versos en aquel anuncio de Sanitas que preguntaba a los telespectadores: “¿Qué haces cuando te duele el alma?”. Por primera vez, una mutua sanitaria privada incluía la atención psicológica en su catálogo básico. “Ese año, la psicología se convirtió en la tercera especialidad más demandada, después de medicina familiar y pediatría”, constata Rosa Berlanas, directora de marketing de Sanitas.

La psicología vende. También libros, revistas y programas de televisión. Los manuales de autoayuda arrasan. Una publicación mensual como Psychologies despacha 180.000 ejemplares en plena crisis del papel. Y Supernanny, un programa en el que la psicóloga Rocío Ramos-Paúl orienta a los padres para bregar con sus criaturas, es una de las joyas de la corona de Cuatro. “Eso está muy bien”, opina el catedrático Echeburúa. “El peligro está en frivolizar la profesión, en psicopatologizar todo lo que nos ocurre –cuando oigo lo del síndrome posvacacional me entra vergënza ajena–, y vender que todo tiene remedio con una píldora”.

Ni Echeburúa, ni Espino, ni Zamarro se sorprenden demasiado por el reciente estudio que pone en tela de juicio la eficacia del Prozac –que toman 40 millones de personas en el mundo– y otros antidepresivos en el tratamiento de las depresiones leves y moderadas. La doctora Zamarro estima que sus herramientas fundamentales de trabajo no se venden en la farmacia. “Los psicofármacos son buenos aliados si son necesarios, pero no lo son siempre. Tenemos que hacerle ver al paciente que el remedio a sus problemas no es una pastilla, sino que se requiere un esfuerzo por su parte. Las personas con trastornos mentales son enfermos, se han resentido o perdido alguno de sus recursos emocionales, y necesitan rehabilitación. Cuando te rompes una pierna precisas muletas un tiempo, pero tienes que hacer ejercicios, trabajar para volver a andar bien. Esto es lo mismo”.

Echeburúa y Espino son más radicales. “La industria farmacéutica quiere vender, y presiona a los facultativos para que prescriban. Los nuevos psicofármacos tienen menos efectos secundarios, son menos peligrosos, y cada vez más médicos se atreven a recetarlos. Además, el paciente ve la tele, curiosea en Internet y pide algo que le ayude. Así, todos contentos, pero se está sobrerrecetando”.

“El incremento del consumo de psicofármacos es escandaloso y no vemos una mejoría en la salud mental general de la gente”, opina Espino. El psiquiatra entona además un mea culpa profesional. “Tengo una guerra con algunos colegas jóvenes. Si dedicamos diez minutos de consulta a un paciente sólo para recetarle pastillas, ¿por qué no ponemos una máquina expendedora en la puerta? Éste es un oficio como otro, como el de barbero; pero hay que ejercerlo bien, y eso requiere tiempo, atención y dedicación”.

Ángel ha vuelto a trabajar. Ha estado casi dos meses de baja. Ya no tiene crisis. Sigue medicándose. “Me da más miedo dejarlo que engancharme, tengo muchas responsabilidades y me aterra no ser capaz de afrontarlas”. Su vida es exactamente la misma que cuando empezó el sinvivir. “Pero ahora soy yo. Ni más contento, ni más triste. Yo”.

miércoles, 13 de febrero de 2008

Fatiga espiritual


Algunos no tienen nada que decir y/o hacer; los que sufren el problema contrario están anonadados: su vista abarca hasta el infinito y más allá, como decía el capitán de Disney. La tarea entonces les desborda y les parece el cuento de nunca acabar. La satisfacción se hace esperar o nunca llega. Y el desaliento prende como el fuego en pasto seco. Entonces, la reacción instintiva es la de apelotonarse o enrollarse como un caracol y sacar una espina de cada herida: "El resultado fue como en los erizos", que decía Luis Cernuda. Mi problema es ese; sólo un entusiasmo titánico es capaz de sacarme de mis casillas y de mi malhumor y echarme a andar, y cuando ando soy capaz de dar más vueltas al planeta que el Judío Errante; pero ¿dónde encontrar ese entusiasmo titánico? En la autobiografía de Bergman se dice que en los jóvenes. Pero es que la juventud de ahora, al menos la mayoría, no vale un duro. No es su culpa: han sido triturados por el Consumismo, el Capitalismo y ese sucedáneo suyo, un poco más hipócrita, llamado Socialismo. Es el defecto del Capitalismo: produce demasiada basura, y no sólo basura material, sino gente que en sí mismo es basura, desperdicio, superfluidad. Supongo que el problema es el que decía Wilde: todas las demás virtudes no sirven de nada sin una principal: esa virtud principal es el encanto. Y uno no encanta, todo lo más desalienta. Si la educación es una seducción casta, la verdad es que los niños de ahora quieren que los seduzca un Casanova, no un donjuán de pueblo ni mucho menos un gordo como el menda. La gente no quiere literatura, sino el envoltorio de la literatura. No quiere el Quijote, sino la primera frase del Quijote; ni siquiera recuerdan, porque no han llegado a ella, la última. Y siguen si darse cuenta de la distancia que hay entre lo que ellos creen que son y lo que son realmente, algo que tampoco soy capaz de hacer yo mismo: compararme con los que son mejores que yo. Les falta humildad y miseria. La tristeza esencial que hace conectar con los más profundos niveles anímicos.

Profe:

¿Cómo empieza el Quijote?

Niños:

¡En un lugar de la Mancha...!

Profe:

Error. "Desocupado lector...". Mal empezáis el Quijote si ya desde el principio os saltáis el prólogo y los versos preliminares. Y resulta revelador que la pregunta tópica sea "Cómo empieza el Quijote", porque nadie se ha preguntado jamás de cómo termina. De ello se deduce algo esencial: muy pocos se han terminado El Quijote; muy pocos han tenido la paciencia, o el heroísmo, verdaderamente quijotesco, la voluntad, la resistencia, de aguantar hasta el final y sufrir las somantas y las palizas en que consiste la vida de un cualquiera, y también de un Quijote. Para aguantar el maratón de lectura de un Quijote hace falta ser un Quijote. Y eso es algo que no todos pueden hacer. Bueno, sí, si lo que se pretende es desanimar a los otros y no hacer buenas acciones. Eso es más cómodo. Eso es lo que hizo el Bachiller Sansón Carrasco.


La solución es siempre la misma. Caminar, como Machado. El movimiento se demuestra andando, que es gerundio, además. Levántate y anda. Que es pa hoy. Vete rodando. En pie, hombre. Vamos pallá. Que se te pegan las sábanas. Despierta.