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viernes, 21 de julio de 2023

Entrevista con Alaska

Paloma Simón entrevista a Alaska: “Yo soy un maricón, pero lo de musa gay es muy injusto porque habrá gais a los que yo no les guste”, en Vanity Fair, 12 de junio de 2023:

Cantante, musa de la movida madrileña, estrella de la televisión, de la radio y de la telerrealidad, fan de Bowie y arqueóloga de lo rosa, Alaska es una de esas personas a las que merece la pena oír, ver y celebrar. Su 60º cumpleaños es la excusa perfecta para hacerlo.

“Yo me fijé en ellos por cómo iban, por las gafas de sol; ellos se fijaron en mí porque llevaba una camiseta de Kiss, unas gafas de sol. Era evidente que esos dos cosmos iban a chocar”. En 1977 Alaska (Ciudad de México, 1963) deambulaba por el Rastro con su amigo, el artista Fernando Márquez, el Zurdo, cuando se pararon en un puesto en el que dos jóvenes vendían singles que tenían por casa y unos cantos rodados en los que pintaban “cosas abstractas”: Carlos Berlanga y Nacho Canut. “Nos conocimos, ese día montamos un grupo —Kaka de Luxe—. Y, con Nacho, hasta hoy”, recuerda de forma precisa pero sin rastro de nostalgia. “No. Yo no echo de menos mis 14 años. Ya. Nadie en su sano juicio lo haría. No añoro ni ese ni ningún otro momento de mi vida”, asegura la cantante, presentadora, actriz, cronista de sociedad y la primera española en triunfar con su propio programa de telerrealidad, Alaska y Mario, que emitió la cadena musical MTV entre 2011 y 2015. Y eso que no es tan famosa, o eso dice ella. “El concepto de la fama... Tendríamos que ir a [Andy] Warhol. Es muy amplio y muy relativo. Ya no es esa cosa unitaria de cuando solo había un canal de televisión y lo veía todo el mundo. Ahora existe gente con millones de seguidores y yo, que no tengo TikTok, no sé quiénes son. Y mira que me interesa la fama absurda... Pero llega un momento en el que no puedo estar al tanto de todas las famas absurdas que hay. Y lo mismo pasará conmigo. Habrá gente que no tenga ni idea de quién soy. Lógico”, razona sentada en un pequeño sofá en la casa de su madre, América, en Madrid. Lleva un vestido ajustado con estampado de leopardo, zapatos de tacón y medias de rejilla. El aspecto por el que cualquiera, fan o no, la reconoce de inmediato. De lo contrario, lo harían por su voz inconfundible. Usa un perfume intenso. “Giorgio Beverly Hills. Me lo compré hace un par de meses con mi madre cuando fuimos juntas a Benidorm”.

—¿Qué papel ha jugado América en su carrera?

—El de estar ahí en ese difícil equilibrio entre ser madre de una adolescente en un país extraño, ejercer como tal y darme la libertad que necesité en cada momento. Eso solo se consigue siendo una mujer libre, hija de otra mujer libre.

—¿Y su padre?

—Poco. Éramos un matriarcado muy fuerte. Y papá, un señor español que hablaba muy fuerte. Eso lo entendí cuando vine a España: no estaba enfadado, era así. Supongo que ahora yo hablo como él. Papá no se metió en nada, yo estaba enmadrada y, sobre todo, abuelada. No tuve conversaciones de adulto con él hasta el final. Lo veía una vez al año en México.

Alaska ha heredado su fuerte apego a la libertad de sus padres. “Mi familia materna es de Cuba. Yo crecí escuchando: ‘El mes que viene se pueden mandar cajas con ropa’. ‘Ay, ponle unas gafas a papá, que no ve’. ‘Un suéter que viene el invierno’. Y pasaban tres meses y no les había llegado nada. Lo he visto. A mí nadie me tiene que contar nada. A veces es muy complicado opinar solo sobre lo que leemos en los medios. Pero yo como lo he vivido... Es tan fácil como preguntarme: ‘¿Pudo mi abuelo viajar a conocerme cuando quiso?’. No. Pues ya está. No hay más que decir. La libertad de movimiento es una de las más importantes, que tú puedas ir a Majadahonda si quieres o no volver a salir de tu casa. Cuando eso no existe, ¿de qué hablamos?”, se pregunta. No es una cuestión de política, porque conoce testimonios directos de ambos lados. “Mi padre, exiliado republicano, quiso volver a España. Pero no se dio cuenta de que llevaba 40 años fuera y el mundo que recordaba no existía. Se marchó corriendo a México”, evoca. América y Manuel Gara se separaron cuando ella tenía 12 años. Al poco ella ya andaba por el Rastro, lista para convertirse en una de las musas indiscutibles de la escena underground.

Icono de la movida madrileña, sus movimientos han quedado registrados en la memoria colectiva de los españoles desde que montó Kaka de Luxe poco después de aquella tarde providencial en el Rastro en la que conoció a Carlos Berlanga y Nacho Canut. Poco después empezó a rodar la primera película de Pedro Almodóvar, Pepi, Luci, Bom... y otras chicas del montón. En el filme ella es Bom, la vocalista de la banda punk Bom y Toni que canta “solo pienso en ti, murciana, porque eres una marrana”. La de la escena de la lluvia dorada. Tenía 15 años. “No fui una niña precoz hasta que llegué a Madrid. Por una mera cuestión de supervivencia. O te adaptas o te mueres”, confiesa la intérprete de Bailando o A quién le importa.

—Hablando de sobrevivir, ¿cómo ha sido su relación con las drogas?

—Todo el mundo tiene empatía hacia ciertas sustancias. La mía es la comida. Mi relación con ella es de adicta. Entiendo el papel de las drogas de mi entorno. Pero a mí nunca me ha fascinado ni el caballo, ni la cocaína, ni los porros. O el alcohol. Cuando me dicen: “Bueno, ¡es que ha sido super- guay, qué fuerte!”... A mí no me han gustado. A quien le vengan bien, hay drogas que amplían la expansión mental y son maravillosas. El problema es cómo elige afrontarlo cada uno.

—¿Quiénes fueron sus amores de entonces?

—La gente del entorno, lógicamente. Yo en aquella época pensaba que me gustaban las personas más mayores. Los de 27 ya nos lo parecían: Pedro, Blanquita Sánchez, Juan Pérez de Ayala... Los encontrábamos bastante más interesantes que a los de nuestra edad porque podíamos hablar con ellos de Nueva York, de la Velvet Underground, de Bowie, de Truman Capote, de Bob Colacello.

—¿Es de las que piensan que entonces había más libertad?

—No. Estamos hablando del 77, que no fue como el 78 para nada, y el 80 no tuvo nada que ver con el 87, ya ni te hablo del 85 respecto del 82. Todo se movía muy rápido.

—Hace unos días Loquillo recordaba en una entrevista que la llamaban puta en el autobús.

—Sí. Y cuando dabas de repente un concierto en un pueblo... Esto era así. Se piensa siempre que ese insulto era del garrulo. A lo mejor era el intelectual, cuidado. Pensamos en un señor con boina, que era lo que había. No. Los señores con boina normalmente no decían nada. Los peores eran los guais del pueblo. Hombres y mujeres.

Alaska habla de todo con total naturalidad. No es de esos personajes que piden las preguntas, que exigen revisar las respuestas. Es sin duda una de las mentes más lúcidas de este país, capaz de salir airosa en cualquier polémica o circunstancia. Por ejemplo, de un comentario totalmente desafortunado de esta periodista ante una de las imágenes religiosas que presiden la entrada de la casa. “Es un Niño Jesús muy milagroso de Oaxaca”, me corrige con educación y firmeza, lo que me hace sentir más incómoda que una bronca. Su enorme cultura está fuera de discusión, pero no tiene una concepción elitista de la vida. “La gente y las cosas me gustan porque me gustan, no porque sean buenas o malas. Hay quien es muy clasista a la baja: ‘Yo con pijos no me relaciono’. Lo oirás un millón de veces. Queda menos mal que: ‘Con obreros no me junto’. Eso no se puede decir, pero el clasismo es el mismo. A mí me da igual de dónde vengas mientras me gustes. Y si no me caes bien, ya puedes ser la persona más divina del mundo”, cuenta la presentadora del inolvidable programa infantil La bola de cristal, otro de sus hitos tempranos.

—¿La han esnobeado alguna vez?

—Por supuesto. Cuando éramos adolescentes y ya teníamos un grupo notábamos el desprecio de esos que, según ellos, no son clasistas. Son superprogres y superguais, y nos miraban mal. Nos extrañan las muestras de cariño y de aceptación porque tenemos el “te parece que vamos vestidos no sé cómo” muy interiorizado. La gente guay es muuy chunga, pero Nacho y yo en lugar de callarnos nos rebelábamos. ¿Que nos preguntaban que cómo nos podían gustar Stephen King o el Diez Minutos? ¡Pues contestábamos que solo leíamos eso!

De hecho, Alaska es comentarista de sociedad desde hace años. “Yo entrevisté a Federico [Jiménez Losantos] en 1986 en televisión para hablar sobre corazón, porque él, además de escribir sobre política, hacía una crónica semanal; 20 años más tarde asumió la mañana en Cope y me llamó. Me hizo un regalazo”, dice Alaska, que sigue participando en la Crónica Rosa del locutor, muy popular entre otras cosas por sus opiniones polémicas y por ser abiertamente de derechas, en es.radio.

—¿Le ha dicho algún amigo que no vaya a ese programa?

—Amigos no, porque si me conocen saben que no tienen que meterse donde no los llaman. Y entienden que yo voy a hablar de lo que me gusta con quien me siento a gusto. No hay nada, nada, que decir. Como si voy al Wanda Metropolitano a hablar del Atlético de Madrid.

—¿Ha pensado en meterse en política?

—No. Se me han acercado no para que entre en su partido, pero sí para acciones concretas... No me conocen nada. Pero vamos, ni presidenta de las cosas musicales. Nada.

—¿Es usted una señora de derechas?

—No. Pero progresista tampoco. Estamos hablando de términos del XIX. ¿En qué siglo estamos? Las cosas funcionan de otra forma. Yo no quiero conservar nada. Y mira que soy como anticuaria, y me parece maravilloso todo lo que ya ha existido. Pero no es mi fin en la vida. Tampoco soy una señora de izquierdas. Alaska es Alaska.

—¿Y musa gay?

—Yo soy un maricón. Pero eso es muy injusto, porque habrá un montón de gais a los que yo no les guste. Cuando Nacho y yo éramos pequeños había una especie de guiños culturales que todos entendíamos. Hoy en día, que se habla de todo, hay gais radicales de derechas, de izquierdas, apolíticos, que les gusta el rock duro. Es absurdo pensar que a las personas les gusta un tipo de música por su orientación sexual. Habría que empezar a superarlo.

—Sin embargo, hay quien dice que un gay no puede ser de derechas.

—Depende de lo que tú llames ser de derechas. Si es a estar en contra del matrimonio homosexual... También hay gente que lo está porque el matrimonio les resulta una cosa burguesa. Hay muchas posturas. El mundo va mucho más allá. Yo he vivido 40 años sin pensar en etiquetas y estoy un poquito hasta el coño de que ahora todo sea izquierda o derecha. El mundo es otra cosa. El mundo es Bowie. ¡Yo qué sé lo que votaba Bowie! Ni me importa. O Warhol. Me imagino que un año la cosa y, el siguiente, la contraria. Que es lo que más me podría gustar de Warhol. En eso hemos ido un poquito para atrás.

Alaska cita constantemente a Warhol en la conversación. El artista pop aparece en varias de las fotos que decoran la sala, en la que hay imágenes de todos sus grupos musicales —Kaka de Luxe, Alaska y los Pegamoides, Dinarama, Fangoria—, cojines con la figura de Mario, vírgenes y toda suerte de souvenirs de viajes, conciertos o celebraciones familiares. Al fondo, en el salón donde América juega a cartas —en una robusta mesa de madera con tapete verde encima—, un cuadro de la cantante obra de Juan Gatti destaca sobre el batiburrillo de objetos. Es de 1998, cuando Alaska y Nacho Canut protagonizaron el, probablemente, comeback musical más sonado de los últimos años tras superar su particular bajada a los infiernos. “En los noventa desaparecimos. Dejamos Dinarama, empezamos Fangoria, después del primer álbum rompimos con la discográfica. Nos editábamos los discos. Pasamos del millón a los 500 ejemplares. Hacíamos lo que queríamos, como siempre, pero no existíamos salvo para los 200 miembros de nuestro club de fans. Así estuvimos casi 10 años. No nos llamaba nadie para tocar, así que si queríamos dar un concierto nos alquilábamos nosotros la sala. Pinchábamos para pagar el alquiler. Con esto quiero decir que si tú quieres seguir, sigues”.

En 1999 lanzan Una temporada en el infierno. Fue un éxito. La crítica especializada lo considera aun hoy como uno de los mejores discos de esa década. “El título refleja el momento que vivíamos. Por primera vez en ocho años alguien nos pagaba un álbum, Subterfuge”. En la discográfica indie ponen a un tal Mario Vaquerizo a llevarles la carrera. “Mario tiene mucho que ver con el sitio en el que se ha colocado Fangoria. Nacho y yo somos poco dados a pedir opinión. Pero tenemos muy buena sintonía con él. Por ejemplo, nos convenció para que grabásemos Miro la vida pasar. Es una cosa rara porque él es al mismo tiempo fan, mánager, mi marido, amigo de Nacho. Pero hay una relación profesional muy clara. Y muy seria”.

—¿Sus letras son entonces un reflejo de su vida?

—No. Por suerte, inventamos mucho.

—¿Por quién va la de Criticar por criticar?

—De los foros de Internet. Me metí a leer los comentarios de un concierto de Siouxsie and The Banshees y pensé: “¡Madre mía! Si esos son los fans, ¡a la mierda con ellos!”.

—¿Le molesta que critiquen a su marido?

—No me gusta que se metan con la gente que quiero, y más si leo cosas que no son verdad. Corres el peligro ese de querer contestar, que es lo último que hay que hacer.

—¿Qué es lo que más le duele?

—Ya cansa un poquito la tontería esa de que si Mario es gay. Como gracia, está bien. Y vuelvo a lo de antes: no te creas que son los señores garrulos con boina los que dicen eso. No tienen ese pensamiento, curiosamente. Llega un momento en que te preguntas: “Entonces, ¿qué me estás llamando a mí? ¿Pobre desgraciada? ¿Que me conformo con nada?”. No me molesta que me lo preguntes la primera vez, pero si insistes te mando a la mierda. Y ya estamos llegando a ese punto. Como Fernando Fernán Gómez, otro gran ídolo. Pero no tengo su carácter.

—¿Estuvo detrás de su decisión de grabar un reality?

—Detrás y delante. En ese momento estábamos enganchados a The Osbournes, al de Gene Simmons, el vocalista de Kiss. Fue un lujo tener un programa como ellos. Pero no podía durar eternamente. Es guay tener una rutina, y si la dejas en 30 minutos siempre va a resultar una maravilla, y más con amigos como los que tenemos. Pero nuestra vida no cambia de año en año. Nos gusta mucho nuestra vida, por cierto.

Alaska y Mario recogía con gracia el día a día de la pareja y su círculo, de la boda de la artista y su mánager en Las Vegas, que celebraron con una gran fiesta en el Hotel Emperador, de Madrid, a sus visitas al supermercado a proveerse de cervezas y ganchitos, a la consulta del nutricionista, del médico estético o a la academia de inglés para que Mario aprendiese de una vez por todas el idioma. Además de para descubrir al divertido entorno del matrimonio, el espacio sirvió para que Vaquerizo se revelase como un raro ejemplo de famoso encantado de serlo que, hoy, tan pronto anuncia un champú como promociona la Comunidad de Madrid. Sigue, eso sí, llevando la carrera de Fangoria. Y de Alaska.

Un día antes de esta entrevista la artista ha grabado Cine de Barrio, el espacio de TVE dedicado al cine español que, en su momento, presentaron José Manuel Parada y Carmen Sevilla. El fin de semana, Fangoria tocará en la localidad madrileña de Pinto. Este verano actuarán en Chiclana, Sitges o San Pedro del Pinatar. Los contratan ayuntamientos de todo signo. “Me imagino que intentan contentar a todos sus votantes: ‘Esto para jóvenes, estos para baile, un cantautor para los otros, una orquesta para las señoras...”.

—¿Hasta cuándo planea seguir en los escenarios?

—No tengo planes. Ni de seguir, ni de parar, ni de nada.

—Sus fans la admiran, entre otras cosas, porque en sus shows apenas mueve más que los brazos.

—Yo soy europea. Solo me sé mover en un ritmo de cuatro por cuatro como una sueca en una discoteca de Benidorm cuando pone el bolso en medio de la pista.

—Un crítico musical la comparó en su día con Madonna: no tienen grandes cualidades vocales, ni falta que les hace.

—Con Madonna no me siento nada identificada, creo que somos muy distintas, sinceramente. Ahora me gusta más que nunca. ¡Viva su coño, viva ella! Directamente. Cuando tú, como fan, valoras al mismo nivel la voz, las canciones, la estética, lo que se cuenta en las entrevistas, qué discos compra, qué libros lee... el gorgorito es accesorio.

—¿Qué ha cambiado más en estos años: Alaska o España?

—Yo he cambiado mucho, aunque lo básico, esas cosas que te influyen alrededor de esa edad, sigue ahí, da igual el Señor Spock en televisión que Bowie. No es lo mismo una niña de 10 años abducida de un país a otro que una persona de 60. ¡Ojalá hubiese tenido con 15 la mentalidad que tengo ahora!

—¿Tiene enemigos?

—Seguro. No me consta. Y aunque me constaran: como si no existieran.

—¿Cómo se ve dentro de 60 años?

—No me veo. No le doy valor a la juventud, tampoco a la ancianidad. Escogería un punto intermedio entre los 40 y los 70, pero la vida no es así. Que me quede como estoy


lunes, 7 de diciembre de 2020

Víctimas de la movida

La última víctima de la Movida

Antonio Vega unió el martes su nombre a la trágica lista de muertos que protagonizaron el desmadre de los ochenta

16/05/2009. Público JESÚS MIGUEL MARCOS

El 11 de septiembre de 1988, en las páginas de El País, el periodista Eduardo Haro Tecglen escribía un largo artículo autobiográfico titulado El odio al fútbol. Relataba cómo el entorno social en el que creció le llevó a rechazar las manifestaciones deportivas, especialmente el fútbol, por considerarlas opuestas a la inteligencia. Haro Tecglen lamentaba haber repudiado el fútbol y, escribiendo con las tripas, concluye con un párrafo demoledor que leído veinte años después aún provoca escalofríos: "Y pienso que no debía haber transmitido a nadie el odio estúpido al fútbol. Alguna tarde cerrada pienso en que mis hijos deberían haber sido entusiastas del fútbol, haber preparado una carrerita corta y hecho unas buenas oposiciones. Pero es sólo una debilidad pasajera. Cuando todo está más sereno, estoy con ellos como son, o como han sido".


Un mes antes había muerto, víctima del sida, su hijo Eduardo Haro Ibars, el escritor más representativo de la Movida. Pocos años después sería otro de sus vástagos, Eugenio, ex guitarrista de Glutamato Ye-Yé, el que fallecía a causa de la misma enfermedad. Los Haro Ibars fueron parte de los daños colaterales de la explosión de libertad y creatividad que tuvo lugar en Madrid tras la muerte de Franco. No fueron los únicos. Otros, como Antonio Vega, sobrevivieron, aunque es imposible desvincular su fallecimiento prematuro el martes pasado de los días de excesos de principios de los ochenta.


Casualidad o no, se considera que el acto fundacional de la Movida fue el homenaje a un muerto: Canito, batería de Tos -grupo que luego cambiaría el nombre por Los Secretos-, fallecido en accidente de tráfico la Nochevieja de 1979 a los 21 años. En aquel concierto del 9 de febrero de 1980 en la Escuela de Caminos también se subieron al escenario Carlos Berlanga -guitarrista de Alaska y los Pegamoides, fallecido por hepatitis en 2002 a los 42 años-, Enrique Urquijo -guitarrista y voz de Tos, muerto por sobredosis en 1999 a los 39 años- y el propio Antonio Vega, que actuó como líder de Nacha Pop. En aquel festival no participó otro de los cadáveres bonitos que dejó la Movida, Eduardo Benavente, que poco después formaría parte de los Pegamoides y fundaría Parálisis Permanente. Benavente murió en un accidente de tráfico cuando volvía de un concierto en León en 1983. Tenía 20 años.


"No éramos conscientes del peligro. Jugábamos con la idea de la muerte, pero en ningún caso había una vocación autodestructiva en nosotros", afirma Sabino Méndez, guitarrista y compositor de Loquillo y Trogloditas y una de las figuras clave de la Movida. No sólo la heroína y el sida causaron estragos entre los jóvenes que inauguraron la democracia, la hepatitis también es un peligro que llega hasta nuestros días. "Su ciclo es mayor y es un peligro que está ahí para mucha gente", recalca Méndez.


La Movida fue una época de luces y sombras. Las primeras se nos presentan en forma de grandes canciones, emocionantes películas y cuadros y fotografías que se han hecho internacionales. Las segundas se elevan como fantasmas: muertos y gente muy tocada. El periodista José Manuel Costa vivió la Movida en primer línea como crítico musical: "Yo era plenamente consciente de lo que estaba pasando. Comparado con lo que se vivía en Londres o en Berlín, el desfase en Madrid era excesivo. Yo nunca había visto el consumo de sustancias de una forma tan desmadrada y tan pública", recuerda.


Aquellos jóvenes se tomaron el No future que cantaban los Sex Pistols al pie de la letra. La censura acababa de caer y comenzaron a aparecer publicaciones bastante radicales, como la revista Star, que intentaban acabar con el tabú y el mito sobre el consumo de drogas tratando el tema con naturalidad. Sin embargo, "veías a mucha gente que no se daba cuenta del jaleo en el que se estaba metiendo", dice Costa.


Se produjo un fenómeno tan extraño como paradójico: por un lado, las ganas de vivir eran enormes y la vitalidad desbordante; por el otro, se negaba el futuro y sólo se tenía en cuenta el instante. Fue la suya una entrega tan bestial al presente que literalmente se comieron el futuro. Según Costa, "se experimentó de una forma muy masiva y autodestructiva. Había gente que se pasaba noches y noches en vela y el consumo de sustancias -alcohol, pastillas y caballo- era obvio, no era un secreto".


Desde principios de los ochenta, el goteo de víctimas ha sido constante. El primer batería de Los Secretos, Pedro Antonio Díaz, seguiría los pasos de su predecesor en Tos y perdía la vida en un accidente de circulación en 1984. En 1989 fallecían sin haber cumplido 40 años Enrique Naya y Juan Carrero, pintores conocidos como Costus, que estuvieron en el núcleo duro de la generación de la Movida. Pepe Risi, de Burning, moría de una neumonía a los 42 años en 1997. Y esto hablando de los nombres conocidos. Porque, como concluye Costa, "la Movida la generaban los que estaban en la pista de baile, no los que se subían al escenario. La gente arrastraba a los protagonistas".