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miércoles, 19 de noviembre de 2025

El libro de poesía más largo del mundo, escrito por Raymond Queneau

 De María Delgado en Quora

¿Sabías que existe un libro que nadie podrá terminar de leer… aunque solo tiene 10 páginas?

En 1961, el escritor francés Raymond Queneau publicó lo que muchos consideran el libro más largo del mundo:

Cent mille milliards de poèmes (Cien mil billones de poemas).

A simple vista parece sencillo — solo diez páginas, cada una con un soneto.

Pero hay un truco: cada verso está impreso en tiras recortadas, que pueden combinarse con los versos correspondientes de los otros sonetos. El resultado: 10¹⁴ combinaciones posibles — ¡es decir, cien mil billones de poemas únicos! Si alguien intentara leerlos todos, necesitaría unos 200 millones de años, sin parar para dormir ni comer. Cada combinación forma un poema con ritmo, rima y sentido — y lo más fascinante es que probablemente leerías un poema que nadie ha leído antes.

Raymond Queneau, miembro fundador del grupo literario Oulipo, quiso demostrar con esta obra que la imaginación puede ser infinita cuando se combina con las matemáticas.

Un libro de solo 10 páginas… con más poesía de la que toda la humanidad podría leer en la eternidad.



sábado, 19 de abril de 2025

La impresionante torre antigua en Torregorda (Cádiz) de Juba I, destruida en 1145

 El enigma arqueológico de la gran torre que presidía las costas de Cádiz hace 2.000 años: un estudio concluye que estaba dedicado al rey númida Juba I. En El País, por Vicente G. Olaya, Madrid -19 de abril de 2025:

Enlace para ver las ilustraciones 

La edificación fue destruida en 1145 por los almorávides al creerse que guardaba un tesoro en su interior.

Hasta 1145, en las inmediaciones de Gades (antigua Cádiz) se levantaba una gigantesca torre escalonada de unos 60 metros (aproximadamente la altura de un edificio actual de 20 pisos), que estaba coronada por la estatua dorada de una figura humana. De esta edificación no queda nada visible, por lo que siempre ha sido uno de los grandes enigmas de la arqueología española. Los especialistas más destacados han intentado recomponer su aspecto a través de la treintena de descripciones que se conservan de ella desde que se erigió a finales del siglo I a. C. hasta su destrucción por el comandante almorávide Ali Ibn Isa Ibn Maymun, que estaba convencido de que en su interior guardaba un gran tesoro. Ahora, el estudio Juba II y el 'ídolo' de Cádiz: un posible monumento funerario real númida en el confín occidental del Imperio Romano ofrece una sorprendente interpretación: se trataba de un cenotafio levantado en memoria de Juba I, rey de Numidia, por su hijo, el rey Juba II de Mauritania, promotor de grandes obras públicas en la bahía de Cádiz, explorador de las Canarias y de la isla de Mogador (Marruecos), donde abrió una industria dedicada a la púrpura. El monumento conmemoraría, dice el artículo publicado en la revista Spal y obra de Manuel Álvarez Martí-Aguilar, profesor del Departamento de Ciencias Históricas de la Universidad de Málaga, “el éxito de la empresa exploratoria de Juba II” y serviría de “referencia visual para los navegantes que transitaron por la ruta establecida por el monarca mauritano hacia la costa atlántica africana y las Canarias”.

Hasta ahora, a pesar de que numerosas fuentes musulmanas y cristianas medievales reflejan su existencia, nunca se ha aclarado su función ni a quién estaba dedicado. Las fuentes árabes lo denominan “torre” o “faro”, mientras que a la estatua superior la calificaban de “ídolo” u “oráculo”. Esta figura estaba orientada hacia el océano, tenía una pierna adelantada en actitud de caminar y portaba en la mano un objeto: posiblemente una vara con correas, que posteriormente fue confundida con una llave. De su aspecto exterior se conservan dos representaciones idealizadas, una en un manuscrito de la Biblioteca Nacional de París y otra en una miniatura de la General Estoria de Alfonso X el Sabio, cuyo manuscrito se encuentra en el Real Monasterio del Escorial (Madrid). Las descripciones árabes permiten suponer que la torre debía de ubicarse en la zona de Torregorda, a medio camino entre Cádiz y Sancti Petri.

Juba I (85-46 a. C.), hijo y sucesor de Hiempsal II (88-60 a. C.), fue el último rey legítimo de Numidia oriental. Apoyó a la facción pompeyana en el enfrentamiento con Julio César y, tras la derrota en la batalla de Tapso en 46 a. C., hizo un pacto suicida con el general romano Marco Petreyo a fin de obtener una muerte honorable en combate. Su jovencísimo hijo Juba fue llevado por César a Roma, integrándose, desde el 44 a. C., en la casa de Octavio, donde recibió una pulida formación intelectual grecorromana, además de adiestramiento militar.

Octavio protegió al joven príncipe y le otorgó la ciudadanía romana. Es posible que lo acompañe en sus campañas contra cántabros y astures en Hispania. En el 25a. C., el emperador lo nombró monarca de Mauritania, donde fundó su capital en Iol-Caesarea (Cherchell, Argelia), un reino con amplia influencia en la región gaditana. El viajero andalusí Abu Hamid al-Gharnati (1080-1170) escribió que la estatua representaba a un “individuo negro”. Por su parte, el geógrafo y biógrafo árabe de origen griego Yaqut (1179-1229) aseguró que el personaje de la torre era un “bereber”, con cabello crespo y barba.

“Todo me llevó a valorar la posibilidad”, dice Manuel Álvarez Martí-Aguilar, “de que el personaje representado que coronaba el monumento fuera de una monarca norteafricana, pero no Juba II”. Este, criado en la corte de Roma, cultivó sus retratos y efigies en las monedas con “una imagen arquetípica de monarca helenística, que no coincide con las descripciones del ídolo gaditano”. En cambio, esta representación barbada y de cabello rizado sí “coincide, y de manera singularmente fiel, con las descripciones de su padre, el rey Juba I de Numidia”, explica. En los denarios que Juba acuñó al final de su reinado aparece su efigie con diadema y portando un cetro real rematado con dos apéndices. Se le representa con bigote y barba y destacan su denso pelo rizado y su peinado, al estilo de cómo trataban sus cabellos los mauros y númidas. En una escultura ecuestre que representa a un jinete númida hallada en Chemtou (Túnez), y que se ha querido identificar con el propio Juba I, el personaje lleva un manto que deja al descubierto su hombro derecho, lo que coincide con varias de las descripciones de la figura gaditana.

Diversas fuentes, tanto árabes como cristianas, indicaban que el individuo portaba en la mano un objeto en forma de llave. Pero cuando el monumento fue destruido en 1145, se pudo examinar con atención este enigmático objeto. El geógrafo granadino al-Zuhrī, que visitó Cádiz, vio aún en pie el edificio y conoció su demolición. Aseguró que la figura sostenía un objeto con “correas de cuero, como una fusta”, descripción que encaja con la imagen del cetro real que aparece en los denarios de Juba I.

“La propuesta de identificar al personaje que coronaba el edificio como Juba I y la de que su construcción fuese ordenada por su hijo Juba II invitan a considerar la posibilidad de que se trate de un epígono de la tradición de monumentos de la arquitectura real númida del norte de África”, dice el experto. Los monumentos funerarios reales númidas fueron construidos entre mediados del siglo II y el siglo I a. C. Eran edificios turriformes, escalonados y culminados en un remate piramidal. Se erigían en lugares aislados y preeminentes, como fronteras naturales o étnico-políticas, y junto a cursos de agua. Por su ubicación se convertirían en hitos visuales del paisaje. Poseían un carácter funerario y eran levantados por los sucesores de los fallecidos.

El perfil del monumento de Cádiz, según los relatos medievales, coincide plenamente con los del norte de África: con forma de torre, escalonado, rematado en una pirámide, macizo, sin puerta de acceso y con sus piezas unidas por plomo. El historiador Al-Ḥimyarī informó de que tras su destrucción “no se pudo extraer de los escombros más que el plomo que unía las piedras unas a otras y el cobre con que estaba hecha la estatua: era cobre dorado”.

Uno de los aspectos que más directamente conecta el edificio de Cádiz con los monumentos turriformes púnico-númidas africanos es su ubicación. Se supone que debía hallarse en Torregorda, en mitad de la isla del León, en torno a la desembocadura del río Arillo, en un lugar equidistante entre Cádiz y Sancti Petri, al igual que los monumentos númidas africanos, cerca de los cursos de agua, pero en los límites de las ciudades. Entre los aspectos singulares que aporta esta nueva interpretación del monumento, el autor del estudio destaca la explícita celebración de la identidad númida por parte de Juba II a través de la figura de su padre, lo que podría entenderse como un mensaje de complicidad con las poblaciones norteafricanas establecidas de antiguo en el litoral gaditano.

domingo, 28 de julio de 2024

James Hall sobre la arrogancia patricia de Kenneth Clark

James Hall, Kenneth Clark: ¿snob arrogante o salvador del arte?,  16 de mayo de 2014:

Clark, famoso por la serie de televisión Civilization, ha sido acusado durante mucho tiempo de arrogancia patricia. Pero también fue un brillante creador de palabras cuyos libros cambiaron las reglas del juego, sostiene James Hall.

Los italianos llaman a los grandes autores del siglo XIV Dante, Petrarca y Boccaccio i tre coronati – los tres laureados coronados. En Gran Bretaña, durante el tercio medio del siglo XX, la historia del arte tuvo sus propios tre coronati en las formidables figuras de Nikolaus Pevsner , Ernst Gombrich y Kenneth Clark. Lo que los hizo destacar de sus contemporáneos, tanto aquí como en el extranjero, no fue solo su extraordinaria erudición y su prolífica producción, sino una elocuencia y una habilidad divulgadora que los convirtió en figuras públicas. Se convirtieron en sujetos de biografías, y muchos de sus libros siguen impresos. Pevsner, como autor de la histórica serie Buildings of Britain, se podía encontrar en innumerables guanteras de automóviles; Gombrich escribió el libro de arte más vendido de todos los tiempos, The Story of Art ; y Clark fue el creador de varias series de televisión pioneras que se transmitieron internacionalmente, la más famosa de las cuales fue Civilisation (1969).

De los tres, la reputación de Clark es la que más necesita ser rescatada. Dos personas son las más responsables de su eclipse: John Berger y el hijo de Clark, Alan Berger . La brillante serie de televisión y el libro de Berger Ways of Seeing (1972) arrojaron un guante marxista-feminista letal a la visión olímpica del mundo de Clark. Clark es el único historiador del arte que aparece nombrado, y se le cita y critica dos veces. Su descripción del retrato de Gainsborough del señor y la señora Andrews en su finca en Landscape into Art (1949) como "encantador" y "rousseauniano" es denunciada: "No son una pareja en la naturaleza como Rousseau imaginó la naturaleza. Son terratenientes y su actitud de propiedad hacia lo que los rodea es visible en su postura y sus expresiones". Berger sabía bien que Clark, gracias a una importante riqueza heredada (la fortuna familiar provenía del algodón de Paisley), había vivido desde 1955 en el castillo de Saltwood, en Kent, rodeado de un foso y una gran colección de arte que incluía viejos maestros e impresionistas.

Berger también criticó The Nude: a study of ideal art (1956), el libro más extenso e intelectualmente ambicioso de Clark: "Kenneth Clark sostiene que estar desnudo es simplemente estar sin ropa, mientras que el desnudo es una forma de arte". Si bien Berger admite que el desnudo "siempre está convencionalizado", insiste en que "también se relaciona con la sexualidad vivida". El desnudo femenino está subordinado al "espectador-propietario masculino... los hombres actúan y las mujeres aparecen". La civilización terminó con Clark en su estudio de Saltwood acariciando un desnudo reclinado de Henry Moore (también poseía La bañista rubia de Renoir ).

Si resulta difícil no considerar a Clark a través de unas gafas con el tinte de Berger, es aún más difícil no borrar la "sexualidad vivida" de su hijo, el diputado Alan Clark, depredador sexual, amante de Thatcher y bebedor, cuyos diarios sibaritas vendieron más que los libros de arte de su padre y que se enorgullecía de ser la antítesis bárbara de Lord Clark de Civilization (esta personalidad pícara era también una rebelión contra la timidez y el distanciamiento emocional de Clark padre). Cuando, en 1997, Alan Clark vendió a la National Gallery la serena y austera naturaleza muerta de Zurbarán de su padre, Una taza de agua y una rosa (c. 1630), mi admiración por el discernimiento de Clark padre (y la envidia por sus profundos bolsillos) se vio perturbada por un pensamiento extraviado: ¿Clark hijo se deshizo de ella porque su sobriedad lo irritaba?

En muchos sentidos, Kenneth Clark se convirtió en víctima de su meteórico éxito, aunque lo que no debe descartarse es su arrogancia patricia, que a muchos les resultó exasperante. Tras haber ido a Oxford a estudiar historia en 1922, entró en los círculos artísticos en torno a Charlie Bell, el encargado del Ashmolean , y se sumergió en la magnífica colección de dibujos de antiguos maestros del museo. Bell fue un aficionado pionero de la arquitectura victoriana y propuso el tema del primer libro de Clark, The Gothic Revival (1928), publicado cuando tenía sólo 25 años. A pesar de arremeter contra "estos monstruos, estos restos feos varados en el lodazal del gusto victoriano", Clark también admiraba ciertos edificios neogóticos y, por lo tanto, se convirtió en un catalizador para la reevaluación de la arquitectura victoriana. En 1931 sucedió a Bell en el Ashmolean y, tras haber sido formado por el experto Bernard Berenson y el crítico de arte de Bloomsbury Roger Fry, dos años más tarde se convirtió, a los 29 años, en el director más joven de la National Gallery. Durante la guerra, fue una figura heroica por su patrocinio de artistas británicos y, especialmente, por las exposiciones y conciertos en la National Gallery; después de la guerra se convirtió en presidente del Arts Council y de la Independent Television Authority (un organismo regulador comercial), además de ser un prolífico autor, conferenciante trotamundos y consumado presentador de televisión. De sus sucesores como directores de museo, sólo Neil MacGregor –el segundo director más joven de la National Gallery y ahora responsable del Museo Británico– tiene el mismo celo proselitista y el mismo perfil público.

Libros como Landscape into Art y The Nude son ahora objeto de burlas con regocijo, pero en su época fueron estudios innovadores que cartografiaron y sintetizaron vastos campos por primera vez. The Nude revivió por sí solo el interés por la escultura antigua y su influencia en el arte y la cultura occidentales después de un siglo de abandono inducido por Ruskin. La posterior moda de los estudios del Grand Tour y el estudio estándar de Francis Haskell y Nicholas Penny, Taste and the Antique (1981), son inconcebibles sin él ( en una reseña por lo demás positiva, Gombrich criticó a Haskell y Penny por no mencionar The Nude ). Ahora hay estanterías llenas de libros sobre la desnudez en el arte, todos ellos utilizando The Nude como trampolín y chivo expiatorio, y la desnudez ha sido un componente clave del arte reciente.

Civilization , un producto de su séptima década, no ha sido tan bien conservado, a pesar de los altos valores de producción de su director Michael Gill . Está empañado por una charlatanería descuidada y conexiones vagas, pero la aguda conciencia de Clark sobre la fragilidad de las culturas –ya sea la de los vikingos, los francos o los nazis– inspira respeto: “En algún momento del siglo IX, uno podría haber mirado hacia el Sena y haber visto la proa de un barco vikingo subiendo por el río. Contemplada hoy en el Museo Británico es una poderosa obra de arte; pero para la madre de una familia que intenta establecerse en su pequeña cabaña, habría parecido menos agradable –tan amenazante para su civilización como el periscopio de un submarino nuclear”. No habría aprobado la actual exposición del Museo Británico, Viking , en la que los traficantes de esclavos asesinos en masa se reinventan como comerciantes libres emprendedores. Sus opiniones sobre la vivienda parecen proféticas: "Si tuviera que decir qué dice la verdad sobre la sociedad, si un discurso de un ministro de la vivienda o los edificios construidos en su época, me creería los edificios". A pesar de su hostilidad hacia el marxismo (sobre todo cuando se aplica al arte), las secciones sobre la trata de esclavos, la revolución industrial y la pobreza siguen siendo acusaciones poderosas y conmovedoras. Tal vez lo más chocante de Civilization sea el estado de los dientes de Clark.

Los críticos de Clark han lamentado su eurocentrismo, su mecenazgo de los neorrománticos Nash , Piper, Sutherland y Moore (pero no Bacon), y su aversión por la abstracción purista ( los relieves de Ben Nicholson , que no obstante coleccionó, eran menos "símbolos cósmicos" que "piezas de decoración de buen gusto"). Pero la condescendencia de la posteridad es desproporcionada, y no sólo porque "sólo un subastador puede admirar de manera igual e imparcial todas las escuelas de arte" (Oscar Wilde). En retrospectiva, Clark tenía razón sobre el purismo: era un callejón sin salida, por más magnífico que fuera a veces. El camino de Mondrian hacia la abstracción es apasionante; una vez que llega allí, su arte se vuelve secamente académico y repetitivo. En 1935, Clark publicó un ensayo pesimista en el Listener titulado "El futuro de la pintura" , en el que sostenía que un nuevo estilo viable "sólo puede surgir de un nuevo interés en la temática... Necesitamos un nuevo mito en el que los símbolos sean inherentemente pictóricos". Jackson Pollock es un buen ejemplo de ello: anhelaba infundir al arte abstracto un contenido profundo y, en el momento de su prematura muerte, había vuelto a la semifiguración. En el arte y la teoría posteriores a 1960, el impureza (temática consciente e inconsciente) está de moda.

Una de las innovaciones más radicales y menos comentadas de Clark fue su obsesión por los detalles. Mientras era director de la National Gallery, publicó el primer libro de "detalles", que todavía se sigue imprimiendo: Cien detalles de cuadros de la National Gallery (1938). Aunque parece una novela de pacotilla divertida, es su libro más influyente. Clark quería animar a los espectadores a mirar las obras de arte con más atención y a ver las imágenes de una forma nueva. Yuxtaponía detalles de cuadros de distintos artistas, a menudo de diferentes períodos, invitando a sus lectores a comparar y contrastar. Su interés por los detalles se vio fomentado por su conocimiento de las técnicas de investigación del psicoanálisis.

El impacto del libro de Clark fue inmediato. En diciembre de 1938, WH Auden escribió su célebre poema "Musée des Beaux Arts" durante una estancia en Bruselas. Seguramente tenía Cien detalles en su escritorio o en su mente. El poema es una ampliación perfecta de la tesis de Clark: explora las entidades importantes que a veces se encuentran en los márgenes o en el fondo de las obras de arte, y la indiferencia humana ante los grandes acontecimientos. Se puede leer el poema de Auden haciendo notas a pie de página sobre los detalles relevantes del libro de Clark:

Sobre el sufrimiento nunca se equivocaron

los viejos maestros: cuán bien comprendían

su posición humana: cómo tiene lugar

mientras alguien más está comiendo, o abriendo una ventana, o, no más, caminando lentamente;

cómo, cuando los ancianos esperan reverentes, apasionados

el milagroso nacimiento, siempre debe haber

niños que no lo querían en especial, patinando

en un estanque al borde del bosque:

nunca olvidaron

que, incluso el terrible martirio, debe seguir su curso;

de todos modos, en un rincón, algún lugar desordenado

hay donde los perros continúan con su vida perruna

y el caballo del torturador

rasguña su inocente trasero en un árbol.

El poema de Auden concluye con una meditación sobre el paisaje idílico de Bruegel en el que un pequeño Ícaro se estrella en el mar: "Cómo todo se aleja / tranquilamente del desastre".

Clark termina con un detalle del pequeño crucifijo que se esconde en medio de un encantador paisaje lleno de animales en  La visión de San Eustaquio de Pisanello (c1438-42). No hay comentarios: deja que la imagen trágica y fácil de pasar por alto hable por sí sola.

Paradójicamente, Berger explotó detalles en Ways of Seeing y los historiadores del arte de hoy están embriagados por ellos – ninguno más que el historiador del arte social TJ Clark (sin parentesco), cuyo breve libro The Sight of Death (2006) presenta 70 detalles delirantes de dos pinturas de  Poussin . La fascinante exposición que actualmente se exhibe en la National Gallery, Building the Picture , casi podría estar dedicada al ex director, ya que se centra en la arquitectura que se encuentra en el fondo de las pinturas renacentistas. La comisaria, Amanda Lillie, explica cómo el foco se centra en lo que generalmente se considera un detalle menor: "Los edificios en las pinturas se han visto con demasiada frecuencia como fondo o como rellenos de espacios que desempeñan un papel pasivo o, en el mejor de los casos, de apoyo, apuntalando las figuras que transmiten el mensaje principal del cuadro. Al mirar de nuevo los edificios dentro de las pinturas, tratándolos como protagonistas activos, queda claro que desempeñaron una serie de papeles cruciales". Expone un Beccafumi cuya arquitectura fantástica fue enfocada por Clark.

Por encima de todo, tal vez, Clark fue un brillante creador de palabras, el escritor de arte más seductor desde Ruskin y Pater , a quienes admiraba profundamente. Hoy, cuando la mayoría de los historiadores del arte escriben con tanta desgana como los abogados y los contables, semejante entusiasmo es muy necesario. Su escritura se aprecia en su máxima expresión inquisitiva y evocativa en su clásico libro de 1939 sobre Leonardo, que sigue siendo la mejor introducción a su arte (la reimpresión tiene un excelente prefacio de Martin Kemp ). Clark se había consolidado como el principal estudioso de Leonardo del mundo en 1935, cuando se publicó su gran catálogo en tres volúmenes de los dibujos de Leonardo en la Colección Real.

Su influyente interpretación de las cabezas grotescas de Leonardo es un tour de force: en lugar de un pasatiempo frívolo, como a menudo se suponía, Clark las convirtió en algo central para el arte y la vida de Leonardo. Clark siempre estuvo fascinado por las polaridades, especialmente entre lo feo y lo ideal, y esto apuntaló su notoria distinción entre lo desnudo y lo desnudo. Heredó esta preocupación de los escritores decadentes de finales del siglo XIX y de Freud. En Oxford, en la década de 1920, alternaba entre el estudio de los "restos feos" de la arquitectura neogótica y los suntuosos bocetos del Ashmolean de Rafael y Miguel Ángel. El vaivén de lo monstruoso a lo supremamente bello fue el equivalente histórico del arte de El retrato de Dorian Gray de Wilde , donde la belleza eterna de Dorian contrasta con su retrato desintegrado.

Pero Leonardo fue la mayor encarnación de estas polaridades. Tras señalar que le encantaba dibujar monstruos, Clark observó: "Mezclados con su motivo de curiosidad había otros, más profundos: los motivos que llevaron a los hombres a esculpir gárgolas en las catedrales góticas. Las gárgolas eran el complemento de los santos; las caricaturas de Leonardo eran complementarias a su incansable búsqueda de la belleza ideal. Y las gárgolas eran la expresión de todas las pasiones, las fuerzas animales, los gruñidos y gemidos de Calibán que quedan en la naturaleza humana cuando lo divino se ha desvanecido". El hijo de Clark, Alan, se encargaría de encarnar los "gruñidos y gemidos de Calibán", dejando los papeles divinos a su padre.

Clark creía además que el hombre grotesco de Leonardo con "nariz y barbilla de cascanueces" era la contraparte del "joven epiceno", y estos tipos se pueden encontrar apenas modificados en todas las etapas de la carrera de Leonardo: "Estos son, de hecho, los dos jeroglíficos de la mente inconsciente de Leonardo, las dos imágenes que su mano creó cuando su atención divagaba, y como tales tienen una importancia para nosotros que la frecuente pobreza de su ejecución no debería disfrazar. Viriles y afeminados, simbolizan los dos lados de la naturaleza de Leonardo... Incluso en sus creaciones más conscientes, incluso en La Última Cena , siguen siendo, por así decirlo, la armadura alrededor de la cual se crean sus tipos".

Tal vez sea hora de que los gruñidos críticos de Caliban den paso a una evaluación más justa.

James Hall es el autor de El autorretrato: una historia cultural (Thames & Hudson).

lunes, 27 de agosto de 2012

Estética

El amigo y contertulio del blog Roberto Farona me pide que explique un poco mis juicios estéticos, denigrantes supone él, sobre El Bosco, Solana y Bacon, seguramente víctima de mi apresuramiento y la tendencia a mostrarme difuso. Nada más lejos de mi intención, porque admiro profundamente a estos artistas como a muchos otros.

Sencillamente, pensaba en que eran sinónimos de la estética que los unifica, el Expresionismo, y lo que pretende denunciar: la simplificación y degradación de lo humano por parte de toda forma de coerción y poder. Cuando digo que "el amor se ha reducido a una función estética" no eludo el hecho de que el arte sea intrínsecamente subjetivo, esto es, que haya muchas estéticas, pero siempre el arte intentará hacer algo paralelo más puro (para el artista) que lo que es la realidad, con la intención que sea, desde comprender a sobrevivir, autoafirmarse, liberarse, expandirse o aliviarse y, también, por qué no, como consecuencia de todo ello, denunciar. En las relaciones humanas, cuando no se trata de relaciones de consumo, también existe algo de eso, creo yo. Si nos preguntamos qué hay en lo que hay, nos quedan solo tres cosas: el yo, el mundo y unos lenguajes cualquiera para interponer entre ellos. No pretendo teorizar, porque la verdad es que tampoco estoy demasiado seguro de nada.

En el Arte creo que la belleza y el acierto son muy comunes, y no creo en que haya pintores mejores que otros, sino, tal vez, pintores más sintonizados con su tiempo o con algunas personas; todo lo demás sería simplificar y ser inexacto. No hay pintor malo ni humilde que no se haya acercado alguna vez a la excelencia, incluso "dejándola ver", si no alcanzándola, mostrando su dirección o su ausencia de dirección, ya que en el disfrute de la pieza artística cabe no poco trabajo también a la reconstrucción, remontaje o sugerencias que hace su espectador y el marco del propio espectador. Y tal vez sea la riqueza de glosa que genera esa pieza lo que podemos considerar "valor" puramente artístico, si es que el significado es el uso, como Wittgenstein pretende. 

Solana es un escritor tan grande como es pintor; algunas páginas de su España negra son insuperables. Recuerdo en concreto las descripciones que hace de los pueblos manchegos. El Bosco posee la mirada marciana de los artistas que vienen de fuera del Sistema Solar: cualquier pretexto le sirve para hilvanar o pintar sus alucinaciones, que son colectivas porque son eso, intentos de entender un mundo ininteligible y plurisignificante, intentos de encontrar las correspondencias ocultas entre las sensaciones que producen todas las cosas que tomamos por símbolos y sus significados, es más, intentos de encontrar una jerarquía en esos símbolos que pueda remontarse a un arquetipo. Por lo demás, Bacon se inspira en la obscenidad, la mancha y lo encenagado y nefando para transmutar en arte libremente lo que la sociedad interpreta como pecado.

Dicho esto, desde mi punto de vista, que es eso, un punto de vista solamente, tengo querencia a unos cuadros concretos más que a pintores, pero tengo que reconocer que mi sistema neurológico se apacigua cuando contemplo cuadros del romántico Caspar David Friedrich, los surrealistas René Magritte Salvador Dalí (en su periodo místico) y el expresionista abstracto Jackson Pollock.