EL CUENTO DE LOS CARROS.
ROMANCE.
A contarte empecé ayer,
Mendo, el cuento de los carros,
y entró aquel destripacuentos
que es un insigne pelmazo.
Hoy, que nadie nos joroba,
te le ensartaré en dos trancos
antes que el tal martagón
se nos venga a destriparlo.
"Quedamos en que salí
de Madrid el dos de mayo
huyendo del cañoneo...."
—¿Cenamos, o no cenamos?
¿Dónde andará el tal Belín?
¡Si habrá ido a picos pardos!
¡Belín! —Señor... —Pon la mesa,
que ya está cantando el gallo.—
"Sin más que levita y gorro,
corbata y sombrero gacho,
sin guía ni pasaporte,
salí medio turulato".
—Seis perdices nos ha puesto.
—¡Belín es un perdulario!
—¡Toma! Y ocho codornices
y medio jamón y un pavo.
—¿Crees que somos de Jauja,
o que estamos ayunando
un siglo para sacar
hoy la tripa de mal año?
"Llegué, pues, a Villaverde
molido, como si a palos
me hubieran hecho una alheña
los nervios del espinazo.... "
—¡Hola, el vinillo, ahí es nada,
cuatro botellas y un frasco
del puro de Cariñena!
¡Bien podemos beber largo!
Di, Belín, ¿este clarete
ha venido de regalo?
¿No respondes? ¿Estás lelo?
"Pues..., como iba relatando,
de Villaverde a Toledo
a lomo me llevó un asno
y yo fui más asno que él,
pues, por no sufrir su paso,
enfadado eché pie a tierra".
—Trincha ese pájaro asado,
mientras de las perdicillas
doy yo cuenta al escribano—.
"Llegué al fin a Talavera,
mas ¿cómo? pisando barros,
y dejé en un chapatal
las medias y los zapatos...."
—¿Sabes qué digo? Mejor
será que echemos dos tragos,
que, de tanto hablar, se pone
la lengua como un esparto.
¡Un bálsamo es el tintillo!
¡Echa y no cuentes los vasos!
¿No probamos el jamón?
"Como digo, un puro charco
era el pago de Cebolla
y yo... hecho un fraile descalzo.
Dirás tal vez: —Alcornoque,
¿y cuándo vienen los carros?—
Los carros aún están lejos
porque tardé en alcanzarlos
y he dicho mal: están cerca,
porque voy a dar un salto:
te pintaré al carretero,
que bien merece un retrato:
¡si vieras qué mozancón!
Si digo que era más alto
que la torre de Tavira
no le marraría un palmo.
Montera piramidal
que se iba cogote abajo,
pelo que a los pasajeros
pedía un peine prestado,
pecho asomado al balcón
en invierno y en verano..."
—Tres pepinos te has comido:
¿piensas tú que soy cegato
y que no observo la acucia
con que zampas a destajo?
¡De los pepinos, ni el tufo!
¡Mejor te sentara el apio!
El pepino es indigesto:
a él le debí un entripado.
¡Con el apio digirieras
aun cuando comieses clavos!
Pero vuélvome a mi historia:
"Tenía el carro dos machos,
el uno tuerto de un ojo
(que de los dos fuera chasco)
el segundo fue rabón
desde que quedó sin rabo,
por cuya regla pelones
llamamos hoy a los calvos
(mas esto es de la Academia:
metime en el excusado).
De Toledo atravesé
los cerros y los barrancos
y a dar vine a Miguelturra,
do dicen que nació Sancho.
Esta exótica anecdota
no la saben más de cuatro:
revelómela a mí un ciego
al venderme un calendario."
—Ya estamos en la palestra,
lindamente hemos cenado.
¿De dónde saldrá este gas
que se me sube a los cascos?
El hilo perdí del cuento,
no sé de qué estaba hablando.
¿He salido de la Mancha?
Pero, pregunto, ¿y he entrado?
¡Oh, Mancha, Mancha! En ti fue
mi tremebundo fracaso.
No me olvidare de ti,
venterillo desalmado,
que me hiciste pagar liebre
y me diste a comer gato.
Estas lúgubres memorias,
aun después de tantos años,
me apestan, me vuelven loco;
pero mejor es no hurgarlo.
"Cata, al salir de la venta,
el primer carro atestado
de sacas de lana churra
que llegaban a los aros.
¿Y mi asiento? —Sobre el toldo
podéis a placer sentaros".
Aquí perdí los estribos,
y aún no he podido encontrallos.
¡Mucho desatino, Mendo,
y no es por culpa del jarro,
que un azumbre no es beber
y menos si el vino es rancio!
Pero a bien que, de esta fiebre,
quedaré limpio roncando,
que así se limpiaban de ella
persas, sirios y tebanos:
¡hazme mañana memoria
del toldo de mis pecados
y, acabada esta aventura,
iremos al otro carro!