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sábado, 14 de diciembre de 2024

Rodrigo Fresán, El estilo de los elementos

 Carlos Pardo, ‘El estilo de los elementos’, de Rodrigo Fresán: una magistral autobiografía libre contra las novelas fabricadas en serie, en El País, 11 ene 2024:

El nuevo libro del escritor argentino es una gozada: está escrito a la contra y con una cierta rabia atlética, porque lo espolea aquello que coarta la libertad de su imaginación

Cuenta Scholem una anécdota sobre Walter Benjamin: cuando era estudiante se desesperaba con la mediocridad de sus profesores. Solo había una excepción. El primer día de clase, un tal Lewy se dedicó a fastidiar a cada alumno con una actuación incompetente: les preguntaba algo que él mismo no sabía responder. A la segunda clase se presentaron muy pocos alumnos. “Bien, ahora podemos comenzar”, dijo Lewy. Aquellas clases fueron un alimento espiritual para el inquieto Benjamin.

De una manera similar, ciertos novelistas practican este recurso disuasorio: expulsar a los lectores poco atentos o mecánicos. Es el método de Nabókov en Ada o el Ardor: 100 páginas de vocación decimonónica, abstrusa y tediosa, y de pronto una de las novelas más apasionantes e inventivas que uno pueda imaginar. Y este es también el método de Rodrigo Fresán (Buenos Aires, 1963) en El estilo de los elementos.

El propio título ya se presenta con la dureza de un chiste pedante. Invierte el título del clásico manual de escritura de William Strunk Jr., Los elementos del estilo (1920), una guía con recomendaciones acerca de la limpieza, la brevedad, una idea por frase, etc. Un clásico, en resumen, de los igualadores de un estilo funcional. Fresán dedica, por el contrario, las 720 páginas de su nueva novela a impugnar toda corrección y funcionalidad. Es un libro escrito contra ciertos maestros y, sobre todo, contra una época que publica novelas como quien fabrica bolsos en serie (un complemento pequeño, funcional y chic). A lo cómodo Fresán le opone lo monstruoso, y lo primero que uno encuentra en El estilo de los elementos es una profusión de citas, digresiones y metaanálisis, un emborronamiento de los perfiles de su protagonista: ¿es una autobiografía en tercera persona?

Fresán escribe contra los prestigios intelectuales y cualquier principio castrador. De ahí su ludismo y cierta soledad edípica

Quizá esta propia reseña esté copiando la táctica de Fresán, asustar al lector holgazán, pero quien haya llegado hasta aquí ya intuye que El estilo de los elementos es una verdadera gozada, un libro escrito en un estado de rara inspiración, con uno de los arranques más hermosos de toda la obra de Fresán. Escrito a la contra y con una cierta rabia atlética: lo espolea aquello que coarta la libertad de su imaginación. ¡Durante más de 700 páginas!

El estilo de los elementos también es la novela autobiográfica de alguien que aborrecería ser catalogado como escritor de autoficción. No es un Fresán factual, sino una entidad literaria. Los hechos de una vida son un elemento más de una gramática de la imaginación; y la materia ficcional es precisamente el elemento de contraste que enriquece la pobreza de los hechos.

Land, el protagonista, es hijo de editores. Sus padres quieren que sea escritor. Pero Land aborrece la idea: él quiere ser lector. En cierto sentido, toda obra literaria de cierta importancia la escribe un lector. Los lectores son “contadores de vidas ajenas”. Y Land es también un lector de sí mismo. “Yo me convertí en un ghost-writer para así no ser escritor pero sí poder ser un lector que transcribe”.

Asistimos a tres episodios de su vida: su infancia en Gran Ciudad I, su adolescencia en Gran Ciudad II, y la escritura de este antimanual en Gran Ciudad III. Dicho de otra manera, los años en que Land descubre la literatura (con la omnipresente Drácula) en un mundo coaccionado por sus padres y la intelectualidad de una probable Buenos Aires; el desarraigo adolescente en Caracas, donde Land se enamora de “Ella” (el modelo aquí es Licorice pizza); y la escritura, ya en primera persona, y en una Barcelona de tendencia, de este cacofónico y sabio manual de escritura en tanto que lectura.

Un libro escrito contra la moda, los prestigios intelectuales y cualquier principio castrador, de ahí su ludismo y cierta soledad edípica. “¡ACOMPLEJADO APUÑALÓ A PAPI Y MAMI!”, imagina, como titular, el solitario Land. Repito, porque no es un detalle insignificante: más de 700 páginas matando a los padres y a cualquiera que se entrometa en nuestro gozo lector. Y más tramas, subtramas, digresiones, citas... Y una escritura en estado de gracia.

Portada de 'El estilo de los elementos', de Rodrigo Fresán. EDITORIAL RANDOM HOUSE

El estilo de los elementos

Rodrigo Fresán

Random House, 2023

720 páginas, 25,90 euros

martes, 1 de agosto de 2023

Consejos a escritores de Ray Bradbury

Una hora de escritura es tónica

Bradbury abogó por una dosis diaria de escritura como una cura contra los males y las penas de la vida cotidiana, un tónico que tiene el potencial de energizar todo lo que experimentamos. En los artículos recopilados para su libro de 1990 El zen en el arte de escribir y en conferencias dadas a lo largo de su vida, compartió el poder benéfico de la palabra escrita. Porque el acto de escribir no necesita ser tratado como una tarea, ni debe ser el dominio de solo un grupo elegido.

Siga leyendo y escriba con la voz de Bradbury como guía. Que sus ideas sobre el valor de la escritura lo lleven a través de una oración, un párrafo y tal vez incluso una historia corta, pero, lo que es más importante, a través de su vida más allá de la página.

Zen en el arte de escribir — extracto del Prefacio. ¿Qué nos enseña la escritura?

Ante todo, nos recuerda que estamos vivos y que es un don y un privilegio, no un derecho. Debemos ganarnos la vida una vez que nos ha sido otorgada. La vida pide recompensas porque nos ha favorecido con animación.

Así que mientras nuestro arte no puede, como quisiéramos, salvarnos de las guerras, las privaciones, la envidia, la codicia, la vejez o la muerte, puede revitalizarnos en medio de todo.

En segundo lugar, escribir es sobrevivir. Cualquier arte, cualquier buen trabajo, por supuesto, es eso.

No escribir, para muchos de nosotros, es morir.

Debemos tomar las armas todos los días, tal vez sabiendo que la batalla no se puede ganar por completo, pero debemos luchar, aunque solo sea un combate suave. El menor esfuerzo por ganar significa, al final de cada día, una especie de victoria. Recuerda a ese pianista que decía que si no practicaba todos los días lo sabría, si no practicaba dos días, los críticos lo sabrían, después de tres días, su público lo sabría.

Una variación de esto es cierto para los escritores. No es que tu estilo, sea lo que sea, perdería forma en esos pocos días. Pero lo que pasaría es que el mundo te alcanzaría y trataría de enfermarte.

Si no escribieras todos los días, los venenos se acumularían y comenzarías a morir, o actuar como un loco, o ambas cosas.

Porque la escritura permite las recetas adecuadas de la verdad, la vida, la realidad, ya que puedes comer, beber y digerir sin hiperventilar y revolcarte como un pez muerto en tu cama.

He aprendido, en mis viajes, que si dejo pasar un día sin escribir, me inquieto. Dos días y estoy temblando. Tres y sospecho locura. Cuatro y yo bien podría ser un cerdo, sufriendo el flujo en un revolcadero. La escritura de una hora es tónica. Estoy de pie, corriendo en círculos y gritando por un par de polainas limpias.

De modo que, de una forma u otra, es de lo que se trata este libro. Tomar tu pizca de arsénico todas las mañanas para poder sobrevivir hasta el atardecer. Otro pellizco al atardecer para que sobrevivas hasta el amanecer. . .

Ahora es tu turno.

¡Que haya palabras, muchas de ellas!

Bradbury, el hombre de muchas palabras, historias, libros e ideas, ofrece algunos consejos inspiradores y prácticos para impulsar su práctica diaria de escritura. Estos son algunos de los consejos de Ray interpretados por Colin Marshall en openculture.com

Creo que eventualmente la cantidad contribuirá a la calidad. . . . La cantidad da experiencia. Sólo de la experiencia puede surgir la calidad.

Comience corto. No empiece a escribir novelas, toman demasiado tiempo, "escriba un montón de cuentos", dijo. Date tiempo para mejorar; con cada semana y mes, verás mejorar tus historias. Afirma que simplemente no es posible escribir 52 malas historias seguidas.

Simplemente escriba cualquier cosa vieja que se le venga a la cabeza. Recomendó la "asociación de palabras" para romper cualquier bloqueo creativo, ya que "no sabes lo que hay en ti hasta que lo pruebas".

Haz una lista de diez cosas que amas y diez cosas que odias. Luego escribe sobre los primeros y “mata” a los segundos, también escribiendo sobre ellos. Haz lo mismo con tus miedos.

Vive en la biblioteca. Aléjese de su computadora y expóngase a nuevos libros con frecuencia. Hay numerosos mundos por descubrir más allá de tu pantalla.

Escribir no es un asunto serio.

Escribe con alegría. Si una historia comienza a sentirse como un trabajo, deséchela y comience una que no lo haga.

Examine las historias cortas de "calidad". Sugirió leer obras de Roald Dahl, Guy de Maupassant, Nigel Kneale y John Collier. Acude a historias con metáforas; ¡Sorprendentemente, consideró que las últimas historias del New Yorker carecían de este departamento!

Lea, mucho, pero seleccione sabiamente. Lectura completa recomendada por Bradbury para la hora de acostarse: un cuento, un poema (especialmente Pope, Shakespeare y Frost) y un ensayo. Por supuesto, no cualquier ensayo. Deben provenir de una diversidad de campos, incluida la arqueología, la zoología, la biología, la filosofía, la política y la literatura.

No  te alejes de lo que eres, el material dentro de ti que te hace individual y, por lo tanto, indispensable para los demás.

Aprende de los grandes, pero sé tú mismo. Aprende de tus escritores favoritos, en lugar de imitarlos. Bradbury también imitó inicialmente a HG Wells, Jules Verne, Arthur Conan Doyle y L. Frank Baum antes de desarrollar su propio estilo único.

Enamórate de las películas. Preferiblemente viejas.

Desarrolle un fuerte sistema de apoyo. ¿Tiene amigos que se burlan de sus ambiciones literarias? El consejo de Bradbury: “Despídalos” sin demora. El objetivo es que solo una persona se acerque y te diga: "Te amo por lo que haces". O, en su defecto, estás buscando a alguien que venga y te diga: “No estás loco como dice la gente”.

Cuando la gente me pregunta de dónde saco mis ideas, me río. Qué extraño, estamos tan ocupados mirando hacia afuera, para encontrar formas y medios, que nos olvidamos de mirar hacia adentro.

viernes, 8 de diciembre de 2017

Diccionarios en línea del cliché lingüístico

Jaime Rubio Hancock, "Este diccionario con 3.500 clichés te ayudará a no repetirte como el ajo. Hay que andarse con mil ojos en el campo de minas que es la hoja en blanco". El País, 24-XI-2017:

Para ver los diccionarios en línea, "pinchar" el enlace al artículo, y de todas formas es este

http://diccionariodelcliche.umh.es/


Es muy difícil leer un texto y no tropezar con cliché: las elecciones siempre son la fiesta de la democracia, las redes se ponen a arder en cuanto uno se despista y cada semana hay dos o tres partidos del siglo. Estas frases hechas crecen como setas, se repiten hasta la saciedad y acaban empachando al pobre lector.

José A. García Avilés, profesor en la Facultad de Periodismo de la Universidad Miguel Hernández de Elche (UMH), ha agarrado este toro por los cuernos y ha reunido 3.500 clichés en un diccionario online, con el objetivo, explica, de que los futuros periodistas “sean conscientes de que el lenguaje es su herramienta de trabajo”. Lo ha elaborado con aportaciones de sus alumnos y con la colaboración del también profesor de la UMH Miguel Carvajal.

Su diccionario no se deja casi nada en el tintero, sobre todo teniendo en cuenta que desde su publicación el martes 21 de noviembre ha recibido aún más contribuciones de los internautas, que nunca pierden comba. La página no es solo una lista negra de expresiones, sino que también enlaza a la búsqueda en Google de cada frase, por si alguien quiere meterse en faena.

Y en unas semanas, nos cuenta, tendrá listo “un editor de textos posmoderno”, llamado Chejov, que señalará “los clichés, anglicismos y expresiones redundantes” de nuestros escritos. Al loro, porque ya no habrá excusa para meter la pata.

El que esté libre de culpa, que tire la primera piedra

Como se explica en la página de este proyecto, los periodistas debemos entonar un mea culpa y asumir la cruda realidad: hemos contribuido a la difusión de estos tópicos que si no hemos leído un millón de veces, no hemos leído nunca.

Deberíamos, por tanto, hacer propósito de enmienda y recordar el consejo de George Orwell, gran escritor y mejor persona, que recomendaba no escribir ninguna frase que ya hayamos leído con anterioridad.

Según nos explica García Avilés, los tópicos periodísticos se dan sobre todo en tres ámbitos, así que estemos ojo avizor cuando los tratemos:

- Las coberturas de tragedias y accidentes. ¿Cómo son los incendios? Dantescos. ¿Qué ocurre con todas las alarmas? Se encienden. ¿Cómo son las circunstancias? Trágicas.

- Los rituales, como elecciones, aniversarios, manifestaciones. ¿Cómo son todos los días? Históricos. ¿Qué hacen las polémicas? Se desatan. ¿Qué ocurre con las reacciones? Que nunca se hacen esperar.

- Los deportes. ¿Qué acecha en la parte baja de la tabla? El fantasma del descenso. ¿Qué son los penaltis? Una lotería. ¿Qué cualidad tienen los goles marcados antes del descanso? Son psicológicos.

Como se puede apreciar -y como confirma García Avilés-, muchas de estas expresiones fueron en su momento innovaciones muy originales. Pero después de usarse miles de veces, dejan de ser una imagen innovadora y se convierten en un lugar común. Es decir, acaban siendo víctimas de su propio éxito.

Eso sí, García Avilés está acercando la herramienta a estudiantes de otras facultades y carreras, “ya que los clichés no son solo patrimonio nuestro”. En efecto, no solo hay que leerle la cartilla a los plumillas: el diccionario puede ser útil para estudiantes de Derecho o, sobre todo, de Ciencias Políticas, teniendo en cuenta el uso que hacen nuestros representantes de muchos de estos tópicos. Desde luego, nadie pondría la mano en el fuego por su originalidad.

Las dos caras de la misma moneda

No es que los clichés sean siempre un craso error. Más bien son un arma de doble filo, explica García Avilés, ya que si los usamos es porque conocemos al dedillo su significado y, por tanto, para el lector queda claro como el agua lo que estamos intentando decir.

Sin embargo, casi siempre merece la pena estrujarse las meninges y dar con una solución que no sea tan manida como estas frases que están más vistas que el TBO. Este pequeño esfuerzo llevará a que el texto se comprenda al menos igual de bien y a que el lector aplauda con las orejas. En caso contrario, corremos el riesgo de quedar a la altura del betún.

Es decir, si hay que usar un tópico, que sea de higos a brevas y no a la brava. Mejor llamar a las cosas por su nombre y limpiar de polvo y paja nuestros textos, para que brillen como una patena y podamos dejar así el pabellón bien alto. Esperemos que esta iniciativa de García Avilés no caiga en saco roto.

Pasando a la historia

Durante seis semanas, José A. García Avilés, profesor en la Facultad de Periodismo de la Universidad Miguel Hernández de Elche, hizo inventario con ayuda de sus alumnos de estas expresiones, aunque quien más contribuyó fue su madre, maestra jubilada que le proporcionó 500 de estos clichés.

Esto le sirvió para darse cuenta de que a algunos tópicos están de rabiosa actualidad, pero otros pasan de moda y están más bien de capa caída. “Como, por ejemplo, a buenas horas mangas verdes. Merece la pena rescatar algunos de ellos y rastrear su origen para ver de qué tradiciones beben”.

Siguiendo el mismo ejemplo y según el Diccionario de dichos y frases hechas de Alberto Buitrago Jiménez, la expresión “a buenas horas mangas verdes” se remonta a finales del siglo XV, cuando los Reyes Católicos fundaron el cuerpo de cuadrilleros de la Santa Hermandad, una especie de policía rural que se hizo famosa por llegar siempre tarde. Su uniforme era una casaca con las mangas verdes.

Los clichés más habituales, explica García Avilés, vienen de campos como la religión (al fin y al cabo, doctores tiene la iglesia), las actividades del campo (porque de aquellos polvos vienen estos lodos), los juegos de azar (y deberíamos tomar cartas en este asunto), el deporte (en especial del boxeo y del fútbol, aunque eso no significa que tengamos que tirar la toalla), de la gastronomía (al pan, pan y al vino, vino), de la navegación (es evidente que urge tomar un rumbo nuevo) de la sexualidad (incluso aunque hablemos del sexo de los ángeles) y, cambiando de tercio, también de los toros.

lunes, 27 de noviembre de 2017

La descortesía en el debate electoral

Fernández García, Francisco. 2017. La descortesía en el debate electoral cara a cara. Sevilla: Editorial Universidad de Sevilla (Colección: Lingüística. Formato: rústica, 288 págs. ISBN-13: 9788447218745. Precio: 17,00 EUR)
Compra-e: https://editorial.us.es/detalle-de-libro/719749/la-descortesia-en-el-debate-electoral-cara...
Información de: Laura de la Casa Gómez <lcgomez@ujaen.es>
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Descripción
El debate electoral cara a cara es, probablemente, la máxima expresión mediática de las democracias modernas. Ante millones de espectadores, los candidatos se juegan en él buena parte de sus opciones de victoria, en una batalla dialéctica articulada en torno a dos claves esenciales: la defensa de las propias posiciones y el ataque contra las del adversario. El presente libro, desde el anclaje teórico de la (des)cortesía lingüística, se centra en la segunda de dichas vertientes del debate, la vertiente destructiva, presentando las estrategias y los mecanismos de los que se sirven los oradores para dañar la imagen del adversario ante las audiencias y tratar de alejarlo, de este modo, de la victoria electoral. Dicha exposición parte de un análisis minucioso y sistemático del cara a cara que enfrentó a Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba en la campaña previa a las elecciones generales españolas de noviembre de 2011.


Temática: Análisis del discurso, Pragmática

Índice
1. Introducción

1.1. El trabajo en su contexto investigador
1.2. El debate analizado
1.3. Convenciones de transcripción
1.4. Estructura de este libro

2. Hacia el análisis de la descortesía en el debate electoral

2.1. Consideraciones teóricas preliminares
2.2. La teoría de la gestión interrelacional
2.3. Estrategias y mecanismos
2.4. El papel del moderador y de la audiencia

3. Estrategias funcionales

3.1. Asociar al adversario con hechos (proyectos, valores, comportamientos, etc.) negativos
3.1.1. Criticar (o mostrar el fracaso de) sus ideas, acciones, etc.
3.1.2. Decirle que está equivocado, mostrar desacuerdo, contradecirle, etc.
3.1.3. Acusarlo de ignorancia, incompetencia o inacción
3.1.4. Criticar su comportamiento discursivo
3.2. Atacar la credibilidad del adversario
3.2.1. Afirmar que carece de credibilidad
3.2.2. Acusarlo de mentir (faltar a la verdad, etc.)
3.2.3. Acusarlo de ocultar la verdad o esconder intenciones aviesas
3.2.4. Tacharlo de contradictorio o incoherente, poner de relieve sus contradicciones o incoherencias
3.3. Marcar las distancias con el adversario y mostrar su inferioridad
3.3.1. Hacer manifiestas las diferencias que los separan
3.3.2. Hacer patente su aislamiento
3.3.3. Menospreciarle, mostrarle indiferencia
3.3.4. Burlarse de él, ridiculizarle
3.4. Invadir el espacio del adversario, plantearle obstáculos
3.4.1. Desvelar hechos que le incomoden
3.4.2. Hacer patentes las carencias de sus argumentos
3.4.3. Instarle a (o presionarle para) que haga (o deje de hacer) algo
3.4.4. Impedirle expresarse con fluidez

4. Mecanismos

4.1. Mecanismos explícitos
4.1.1. Locales
4.1.2. Discursivos
4.1.3. Interaccionales
4.2. Mecanismos implícitos
4.2.1. Preliterales
4.2.2. Postliterales
4.2.2.1. Por el contexto
4.2.2.2. Por la ruptura de una convención de cortesía

5. Repercusiones sociales de los actos descorteses

5.1. Ataques contra la imagen
5.1.1. Ataques contra la imagen cualitativa
5.1.2. Ataques contra la imagen identitaria
5.1.3. Ataques contra la imagen relacional
5.2 Ataques contra los derechos de socialización
5.2.1. Ataques contra los derechos de equidad
5.2.2. Ataques contra los derechos afiliativos

6. Caracterización global y perfiles diferenciales

6.1. Caracterización global del evento discursivo
6.1.1. Caracterización global desde un punto de vista estático
6.1.2. Caracterización global desde un punto de vista dinámico
6.2. Perfiles oratorios diferenciales
6.2.1. Alfredo Pérez Rubalcaba
6.2.2. Mariano Rajoy

domingo, 5 de marzo de 2017

Orwell y el estilo

Jaime Rubio Hancock "Los seis consejos de George Orwell para escribir mejor" en El País, 5-III-2017:

El lenguaje político está lleno de tópicos y vaguedades

A menudo se dice que no hay reglas para escribir bien. Pero no es cierto. Por ejemplo, ayuda tener a mano las seis normas que propuso George Orwell. Las recordaba su hijo, Richard Blair, en una entrevista que le hizo Bernardo Marín y que publicaba EL PAÍS hace unos días.

1. Nunca uses una metáfora, símil u otra frase hecha que estés acostumbrado a ver por escrito.

2. Nunca uses una palabra larga si puedes usar una corta que signifique lo mismo.

3. Si es posible eliminar una palabra, hazlo siempre.

4. Nunca uses la voz pasiva cuando puedas usar la activa.

5. Nunca uses una expresión extranjera, una palabra científica o un término de jerga si puedes pensar en una palabra equivalente en tu idioma que sea de uso común.

6. Incumple cualquiera de estas reglas antes de escribir nada que suene estúpido.

Orwell las incluyó en un ensayo titulado Politics and the English Language (La política y el idioma inglés), publicado en 1946 en la revista Horizon. El artículo criticaba sobre todo el lenguaje político, pero sus consejos se pueden aplicar a cualquier texto. Por ejemplo, The Guardian lo citaba hace unos años para criticar cómo escribimos en internet. Y también puede servir para cualquier idioma, a pesar de que el punto 4, el que se refiere a la voz pasiva, se puede aplicar con más frecuencia al inglés.

Para el autor británico, esta preocupación por el lenguaje no es ni "frívola" ni "exclusiva de los escritores profesionales". Cuando uno se libra de los malos hábitos al escribir, “puede pensar con más claridad y pensar con claridad es el primer paso hacia la regeneración de la política”.

Tópicos imprecisos

En opinión del autor británico, los problemas principales de muchos textos son dos: las imágenes trilladas y la falta de precisión. Cuando escribimos, hay que dejar que “el significado escoja a la palabra y no al revés”, afirma. Hay que hacer un esfuerzo y pensar antes de comenzar a juntar letras, para evitar así “las imágenes desgastadas o confusas, todas las frases prefabricadas, las repeticiones innecesarias, y las trampas y vaguedades”.

En los textos que critica se acumulan “metáforas moribundas”, de las que ya se ha abusado tanto que han perdido su significado. Pensemos, por ejemplo, en “arden las redes”. Otro vicio habitual, según Orwell, es el de usar términos pretenciosos con la intención “de dar un aire de imparcialidad científica a juicios sesgados”, además de “palabras que carecen casi de significado”.

Por ejemplo, términos como democracia, socialismo, libertad, que a menudo se usan con “significados diferentes que no se pueden reconciliar entre sí”. No es lo mismo leer información sobre noticias falsas en un texto del New York Times que en unas declaraciones de Donald Trump, que se ha apropiado de esta expresión, fake news, para calificar todos los titulares que no le gustan.

Paradójicamente, otra palabra que no significa lo mismo según quien la utilice es orwelliano, usada por "críticos de todos los bandos", tal y como publicaba el New York Times en un artículo que mencionaba que este texto es, junto con 1984 y Rebelión en la granja, uno de los más influyentes de Orwell.

Defender lo indefendible

Como ya hemos apuntado, a Orwell le preocupa especialmente lo mal escritos que estaban los textos políticos, algo que no podemos decir que haya cambiado mucho. Orwell pone ejemplos que suenan muy actuales, como hablar de “pacificación cuando “se bombardean poblados indefensos desde el aire” o de “traslado de población” cuando “se despoja a millones de campesinos de sus tierras”.

“Un orador que usa esa clase de fraseología ha tomado distancia de sí mismo y se ha convertido en una máquina” que intenta “defender lo indefendible”, escribía Orwell. Lo que consigue es que “las mentiras parezcan verdaderas y el asesinato respetable”. Como recordaba Steven Pinker en The Sense of Style, esta abstracción tan vaga acaba deshumanizando.

martes, 5 de abril de 2016

El orden en los complementos

En idioma inglés hay un orden bien claro, de naturaleza semántica, que deben adoptar los adjetivos. No sé ya en lo que toca a los adverbios, esos adjetivos del verbo, pero habría que estudiarlo. Es sin duda esto del orden sintagmático una de las partes más apasionantes de la morfosintaxis, pero, que yo sepa, bien poco se ha estudiado. En las enumeraciones, las gramáticas fracesas como el Bon usage recomiendan el mnemotécnico alfabético, para evitar también protestas o presuposiciones cuando se cita a personas, pero si existen varios complementos directos, por lo menos tres, creo yo que el más largo debe siempre ir al final para equilibrar la frase, antes del mediano, y el más corto pegado al verbo. Es el orden que mejor entiende el cerebro, salvo cuando se disloca porque se genere alguna inconsecuencia semática, en cuyo caso es preferible seguir el orden lógico o el cronológico. Además, ese orden permite empaquetar la locución en cláusulas homogéneas de extensión y por tanto de comprensión y ritmo, facilitando el isocolon o equilibrio de las frases y una progresión proporcional y no irregular de los sintagmas. Uno siempre puede recurrir además a los dobletes y tripletes y a las más laboriosas bimembraciones y trimembraciones para equilibrar la prosa, pero el motivo de esta hoja volante es una observación que me ha saltado a los ojos mientras corregía un texto propio sobre la Ilustración. Yo había puesto

En lo sucesivo a los filósofos les será cada vez más difícil ignorar las contribuciones objetivas de la Ciencia.

Como bien sabían algunos prosistas latinos, Suetonio, por ejemplo, conviene desplazar ("focalizar", se diría ahora) en el principio de la frase la palabra o sintagma más importante o relevante de la oración, aunque no sea sujeto, así que me dispuse a dislocar el complemento "en lo sucesivo" y lo puse con ayuda del dislocador de textos del ordenador en este lugar:

A los filósofos les será en lo sucesivo cada vez más difícil ignorar las contribuciones objetivas de la Ciencia.

Pero no sé por qué, me suena fatal en esa posición, quizá porque el sujeto "ignorar, etc." debía estar más cerca de su verbo, aunque cuenta con la ventaja de aproximar la cláusula temporal al verbo. Pero también porque lo verdaderamente importante para matizar era otro sintagma y no ese. Y creo que lo que al final escribiré será el sujeto

Ignorar las contribuciones objetivas de la Ciencia les será a los filósofos cada vez más difícil en lo sucesivo.

En español se tiene tendencia a posponer el sujeto al verbo cuando aquel no controla la acción del mismo: "explotó una bomba", "sonó un disparo" etcétera. Inversamente, se tiene tendencia a anteponer la información nueva (el "foco" o focalización lingüística) porque nuestro pensamiento es fundamentalmente analítico más que sintético.

Los intraducibles

Cada idioma tiene su índole, cosmovisión o manera de ver el mundo y, junto a ella, un largo conjunto de registros individuales que enriquecen su perspectiva. Los grandes autores no dejan solo una obra, sino un estilo, como dejan su estilo también las épocas en la evolución de la humanidad. En conjunto o individualmente, algunos autores, en sus esfuerzos por expresarse, amplían las posibilidades de la lengua y la dejan más rica y flexible. Así ocurrió, por ejemplo, en la Edad Media cuando los mesteres de clerecía, juglaría y cortesía fijaron la lengua para que Alfonso X el Sabio la civilizara y la transformara en un mecanismo mestizo apropiado para las disciplinas humanísticas y científicas o para precisar los conceptos jurídicos y describir el curso de los astros. Por último, la lengua alcanza el refinamiento necesario para abordar las sutilezas íntimas del arte y la sensibilidad interna y externa, y se enriquece con los ritmos y músicas de Italia con Garcilaso y con las simetrías y retóricas latinas con Góngora, quien da rienda suelta a la anquilosada sintaxis del español con el hipérbaton. La mística enriquece la imaginación con las posibilidades de la metáfora y el oxímoron, Quevedo renueva la morfología con sus neologismos y la aposición especificativa y Cervantes instala ya definitivamente el realismo que desde su mismo principio caracteriza la estética del español y, como consecuencia, el casticismo y la rica oralidad popular de su expresión refranera y sanchopancesca. Cuando la lengua española salga del siglo XVII ya será un ingenio aparatoso, preciso y complejo que aún tendrá que asumir las renovaciones estilísticas del modernismo y las vanguardias, en especial el surrealismo, que llegará a las orillas de la imaginación como en el verso de Aldana: "hacia la infinidad buscando orilla".

En este mecanismo impresor lleno de estilos, el autor puede asumir una impronta, un registro, un estilo de acuerdo con el cual puede ver el mundo al modo de otros que ya dejaron su huella firme en el lenguaje, pero también puede hacer lo difícil: fraguarse uno más personal e independiente que enriquezca la lengua común, asumiendo una tradición cultural para expandirla, o puede tomar matices diversos que sirvan para formar un estilo nuevo compuesto de retales viejos, algo propio de la posmodernidad. Pero siempre la lengua española y su misma sintaxis, léxico y morfología poseen un conjunto de registros a los que se enfrenta cualquier creador una vez que se dispone a dejar huella escrita de sí, una vez que se dispone a acuñar una forma en esa nube que es la lengua española, volviéndose a veces el pasticheur de muchos otros que proyectan sobre él su sombra las más veces. Y siempre los más valiosos serán aquellos que logren encontrar precisamente un registro tan específico de la máquina del idioma que se vuelva intraducible a las otras tradiciones culturales. El panorama de los últimos años señala escasos ejemplos en ese sentido. Solo han conseguido acercarse a ello, a la intraducibilidad, Julián Ríos y Francisco Umbral. Nuestros últimos estilistas.

jueves, 18 de febrero de 2016

La primera frase

Enrique Vila-Matas, "Historia de las primeras frases" El País, 15-II-2016:

Cuando yo era joven y muy vulnerable, Héctor Bianciotti me dio un consejo en el que no he dejado de pensar desde entonces. “Siempre que vayas a empezar un artículo”, me dijo, “recuerda que la primera frase es esencial, ha de incitar al lector a seguir leyendo”

Eso fue todo lo que dijo y que no he olvidado. Bianciotti tenía una página de crítica literaria en Le Nouvel Observateur y, dado que sus opiniones eran muy leídas, deduje que el gancho de sus primeras frases debía de funcionar muy bien, algo que comprobé cuando espié con asiduidad sus artículos. Pero lo que hoy más recuerdo es la página contigua a la de Bianciotti, donde otro critico abría a veces sus textos con una sentencia inicial que provocaba que muchos le siguieran leyendo, sólo por ver si retiraría al final su severa declaración de principios.

“La primera frase: he aquí al enemigo”, escribió Bernard Quiriny en la primera línea de su divertido libro L´angoisse de la première phrase, publicado hace 15 años en París, en días en los que algunos amigos se empeñaron en señalarme que muchas primeras frases de libros famosos eran flojas y sin embargo habían captado la atención de millones de lectores. Ponían como ejemplo En busca del tiempo perdido: “Durante mucho tiempo, me acosté temprano”. Con una frase así, decían, no se va muy lejos, máximo a la cama. También ponían de ejemplo Doble vida, de Gottfried Benn. “Hemos entrado en la era de la genealogía”, decía la primera frase de Benn, que parecía más bien la última. O me citaban Molloy, de Beckett: “Estoy en el cuarto de mi madre”.

Yo contraatacaba y explicaba que, puestos a elegir un inicio, mi preferido era el de Cyril Connolly en La tumba inquieta: “Cuantos más libros leemos, antes nos damos cuenta de que la verdadera misión de un escritor es crear una obra maestra, y que ninguna otra tarea tiene la menor importancia”. Sé de más de uno que, ante este impecable comienzo, siguió leyendo por ver si Connolly había conseguido que su propio libro fuera una obra maestra.

Hoy esa gran apertura de La tumba inquieta (Lumen) no podría en internet servir de gran “cebo”, porque todo ha cambiado y actualmente es el título del artículo –el titular si se trata de una noticia– y no la primera frase lo que importa. Existe una miserable pugna por ver quién coloca el título o titular más tramposo, aquel que nos hará pinchar hueso. Y lo que parece más alarmante: se pulsan masivamente titulares estúpidos en detrimento de otros que no son vistosos, pero que informan, por ejemplo, de que ese mismo día, tras la detección directa de ondas gravitacionales, una nueva astronomía acaba de nacer. No es poca cosa esa noticia, pero aun así los nuevos lectores prefieren el hueso bobo y sensacionalista de otras. Último gran éxito viral: “Un feto saluda a su madre desde el útero”. Los nuevos lectores pulsan el título tramposo y, una vez ya dentro, ni siquiera reparan en que la pobre primera frase, antaño tan esencial, hoy es sólo pura hierba muerta en el inicio de un páramo. ¿Ya no leemos?

sábado, 13 de febrero de 2016

Artículos sobre archisílabos sesquipedales

I

Aurelio Arteta Penúltimos archisílabos El País, 13 de febrero de 2016:

Son tantos y tan graves los problemas públicos que nos acucian, que prestar atención a un fenómeno lingüístico caracterizado por alargamiento innecesario de las palabras suena a frivolidad impropia del buen ciudadano

Ya lo advirtió Horacio. Fue al elogiar en su Arte poética a quienes evitaban las “palabras ampulosas y rimbombantes”, y a las que llamó sesquipedalia verba por medir “un pie y medio” de largo. Como quizá algunos lectores recuerden, aquí las he bautizado como archisílabos y aventuré que ese gusto por el alargamiento innecesario —aunque no siempre incorrecto— responde al probable afán de sobresalir de los demás. Un gusto contagioso, sin duda.

No vayan a pensar entonces que, el silenciarlos desde hace un par de años, denote un decaimiento en el uso y abuso de estos vocablos que coleccionamos. Lo que pasa es que son tantos y tan graves los problemas públicos que nos acucian, que prestar atención a este fenómeno lingüístico suena a frivolidad impropia del buen ciudadano. Craso error. El ciudadano es antes que nada un hablante y, por alejados que parezcan, la calidad del uno dice mucho también de la calidad del otro. A la postre, ambas figuras pueden incurrir en parecido empobrecimiento o indiferencia ante el deterioro de lo común.

Al hilo de ciertos prefijos y sufijos, y ahorrándonos los centenares de torpes polisílabos recogidos en ocasiones pasadas, entremos de nuevo en materia. Por ejemplo, en aquellos que pretenden subrayar la diferencia entre un acto y su proceso de llevarlo a cabo. ¿Quién no ha oído hablar de esa desvalorización que equivale a una “devaluación”? ¿Acaso no es cierto que la autoridad se ejerce mediante actuaciones en vez de por “acciones”? Una contratación administrativa goza de mayor empaque que un mero “contrato”, dónde va a parar, y los fabricantes de automóviles se enorgullecen de exhibir sus variadas motorizaciones (o sea, sus “motores”). Si va usted para locutor, elija siempre incrementación o incremento, sea de los accidentes de tráfico o de los precios, y nunca su “aumento”. Causa perplejidad conocer que una banda musical está en ascensión, y no en “ascenso”, pero las cosas se complican cuando la “compartimentación” desemboca en el trabalenguas de la compartimentalización o el “clientelismo” engendra la clientelización.

Habrán observado asimismo que la notable afición a destacar la cualidad abstracta de las cosas lleva a menudo a sustituir la cosa misma por ese rasgo abstracto que encarna. De modo que la “equidad” de un acto equitativo acaba trocándose en equitatividad, y la “variación” deja paso a la variabilidad. Por esa misma ley no escrita, la unitariedad se impone sobre la “unidad”, lo mismo que preferimos la confortabilidad del sillón a su “confort” o el precario estado de marginalidad al de “marginación”. Una “excepción” a la regla se cita como excepcionalidad. En cuanto algún aparato cumple una “función”, el experto sentencia que posee funcionalidad. Un ilustre abogado sugiere someterse no tanto a la “letra”, sino más bien a la literalidad de la ley. Y ciertos políticos proponen ahora una ley de transitoriedad jurídica, es de suponer que para perfeccionar la mera “transición”. El “vértigo” es ocupado por la vertiginosidad, igual que la dimensionalidad arrincona a la más simple “dimensión”. Eso sí, no me pregunten por el significado de la intermodalidad, que hasta ahí no llego.

Causa perplejidad conocer que una banda musical está en ‘ascensión’ y no en “ascenso”

En el vergonzante empeño por que nuestro lenguaje cotidiano se transforme en spanglish, procuremos que lo “diferente” alcance siempre el grado de diferencial y no hagamos ascos al comunicacional ni al conversacional. Las ondas “vibratorias” de toda la vida deben bautizarse como vibracionales, en una operación parecida a la de denominar componente nutricional a lo que calificábamos de “nutritivo”. Me cuesta adjudicar sentido al novedoso reputacional, pero doy fe de que una solicitada revista femenina se refería en portada a modelos inspiracionales a falta de “inspiradores”...

Si venimos a algunos verbos afectados por esta manía de crecimiento, ahí está ese reciente uso de capturar, también de cuna inglesa, que ha desbancado a nuestro “captar” o, del mismo origen, el sumarizar con la pretensión de “resumir”. (He ahí otra “prueba” —perdón, evidencia— de colonialismo lingüístico). Cuando nos servimos en exclusiva del expansionar, confesamos haber olvidado el “expandir” o “ensanchar”; y quizá recuerden que hubo un tiempo en que decíamos “distinguir” para lo que hoy se oye siempre como diferenciar. El ambiente nos arrastra a uniformizar lo que sea, y no ya a “uniformar”. Con lo fácil que resulta “restar”, “quedar” o “dejar”, triunfa sin embargo el mayor prestigio de residualizar. Renunciemos, pues, al esfuerzo de “concebir” para suplirlo por el conceptualizar, mientras se le pide a “distender” que deje paso al más prolongado distensionar. La masiva ignorancia del latín y griego por estos lares, y con ella de tantas raíces de nuestro léxico, trae estos excelentes resultados. Ignoro si sectarizar es portarse como un sectario o cortar algo (o a alguien) en secciones, y no les digo cuánto me asusta esa nueva hornada de verbos fantasmales y horrísonos como despatologizar, fronterizar, efectivizar o desnegativizar...

A la menor dolencia, corremos a ‘medicalizarnos’ en lugar de a “medicarnos”

Participios y adjetivos tampoco se libran de estas cirugías verbales del momento. Ya sabemos que lo “concreto” o “concretado” ha pasado a ser concretizado, lo “continuo” se transforma en continuado y una situación parece mucho más “convulsa” si está convulsionada. En paralelo a nuestra práctica política, lo que antes era “regional” ha sido regionalizado y las cuentas “territoriales” dan en territorializadas. Ciertas medidas públicas no es que sean “generales”, sino que se han generalizado, lo mismo que tantos servicios privados ya no son “personales” sino incluso personalizados. La creación de empleo se ha desestacionalizado al no depender ya de la estación del año. Deseosos de atenernos al “procedimiento”, pronto llegamos a lo procedimental y acabamos dejando todo bien procedimentalizado. Y no me negarán que, a la menor dolencia, corremos a medicalizarnos en lugar de a “medicarnos” y a quedar así, más que “medicados”, medicalizados.

Los muchos adictos a los archisílabos muestran su predilección por lo determinativo, cuando están buscando lo “determinante”, así como por lo derivativo más que por el vulgar “derivado” o por una noticia excitativa en lugar de “excitante”. Uno, que no estudió filología (como ya se habrá notado), se andaría con cuidado con los limitativo, manipulativo, integrativo o investigativo por más que la Academia los bendiga. Entretanto, el pedante disfrutará archisilabeando a su antojo unos cuantos adverbios de modo. Ahí nos esperan continuadamente, por “continuamente”, o individualizadamente, por “individualmente”, entre otros.

¿Me permitirán entonces despedirme una vez más con las ideas de un viejo maestro? Pues Chesterton nos dejó dicho que “las palabras cortas han de tener un significado, pero las palabras largas a veces pueden no significar nada literalmente...”.

II

Aurelio Arteta "¡Al rico archisílabo, oiga! El gusto por alargar pomposamente las palabras sigue afectando al español" El País  16 MAR 2014 

Uno piensa que los españoles no tenemos un bien más común que nuestra lengua común, el español o castellano. Despreciarlo o dejar que se malemplee y degrade nos predispone a desentendernos también de otros bienes compartidos y, por supuesto, a malentendernos entre nosotros. Cuidar las palabras permite afinar sentimientos y escoger las razones adecuadas, mientras que destrozarlas a nuestro antojo conduce a disfrazar intenciones y a trampear con menor reparo. Así que, con permiso de la Academia, volveré a referirme a esa dolencia de nuestro idioma que es la profusión de archisílabos. Ya saben, esos términos artificial y pomposamente alargados con los que pretendemos dar mayor empaque a lo dicho y ganar estatura a los ojos del otro. Aquí va la séptima entrega de esta serie iniciada hace casi veinte años.

Solo de pasada mencionemos los incubados en los círculos más pedantes del mundo publicitario y de la moda. Son esas novedosas palabras que anteponen exagerados prefijos para denotar así algo ultraexclusivo o la hiperexclusividad de un diseño, una mansión de macrolujo o una persona superpositiva. Pero lo habitual es que el grueso de los archisílabos se forme añadiendo desinencias innecesarias a un sustantivo para expresar peor lo mismo que ese sustantivo ya decía mejor y con mayor brevedad. En unos casos, el hablante se eleva a un plano de aparente abstracción que al parecer le conforta. De suerte que la ‘reflexión’ se convierte en reflexividad, el ‘gobierno’ o la ‘gobernación’ dejan paso a la gobernabilidad e incluso a la gubernamentalidad, un poema revela no tanto un tierno ‘sentimiento’ como una delicada sentimentalidad. Nuestro presidente explicó tan terne que el Banco Europeo nos concedía su multimillonario rescate sin condicionalidad alguna, esto es, ‘sin condiciones’.

Como en este país tratamos mucho más con vaporosas entidades que con ‘entes’ reales, no sufrimos una crisis de ‘empleo’, sino de empleabilidad. Ya no hay que contener el ‘gesto’, sino la gestualidad, ni despertar ‘emoción’ o ‘emotividad’, sino emocionalidad. La presencialidad suena más densa que la mera ‘presencia’, igual que el ‘óptimo’ resultado de una gestión empresarial alcanza la optimalidad. Rizando el rizo del ridículo, una revista de filosofía hablaba hace poco de contradictorialidad en lugar de ‘contradictoriedad’, lo mismo que en las peluquerías femeninas ofrecen ungüentos que dan voluminosidad —y no '’volumen’— al pelo.

Nos inclinamos hacia ciertos vocablos por su mayor largura.

Hay casos en que el estiramiento verbal parece deberse a un deseo irrefrenable de calcar usos del inglés. Aludimos entonces a una campaña promocional, que no ‘promotora’, a una actividad fundacional en lugar de ‘fundadora’ o bien a la gracia creacional del artista más que ‘creadora’ o ‘creativa’. ¿Y a que resulta hermoso el confusional, para aludir a lo ‘confuso’ o ‘confundente’? Algo que sea ‘operativo’ se califica hoy (perdón, a día de hoy) de operacional y unos intereses volicionales, por si no lo saben, designan intereses ‘volitivos’ o de la voluntad. Claro que a estas invenciones contribuye lo suyo que ese hablante ignore la raíz latina de los términos que emplea. Por eso olvida la ‘desinfección’ para escoger la desinfectación, la ‘interacción’ nada puede frente a la interactuación y por la misma tendencia se prefiere el infusionarse al ‘infundirse’. Las películas hay que versionarlas en lugar de ‘verterlas’ a otras lenguas y en un cartel publicitario pueden tropezarse con un movedor que no pasa de ser el ‘motor’ de toda la vida.

Recuerde el lector cuántas veces escucha desfasamiento por ‘desfase’, enmarcamiento por ‘enmarque’, mejoramiento por ‘mejora’ y decantamiento por ‘decantación’. El motivo más probable de inclinarnos hacia los primeros vocablos es su mayor largura frente a los segundos. Lo mismo ocurre con muchos delincuentes cuando les detienen: que son sometidos a un procesamiento judicial mejor que a un ‘proceso’. Pero ese lector puede también preguntarse por qué una empresa internacionalizada (‘internacional’) requiere un apoyo profesionalizado más que ‘profesional’ y, a ser posible, particularizado mejor que ‘particular’. El otro día me hablaron de un interés bancario anualizado, con el significado de ‘anual’, de una decisión política territorializada para decir ‘territorial’ y de una situación lingüística normalizada, o sea, ‘normal’. ¿A que en televisión las lluvias siempre son generalizadas y nunca ‘generales’? Pues eso.

La lista no se ha agotado, ¡qué va! Nunca hablen de un grupo ‘colaborador’ cuando pueden llamarlo colaborativo. Pero si quieren causar efecto profundo, atrévanse a prescindir del simple ‘capaz’ y acuñar el capacitivo, según promovía un reciente anuncio de tablets en la prensa. Hay archisílabos que alteran el sentido del sustantivo originario o incluso lo traicionan del todo. Quien rechaza reiteradamente algo que se le imputa no se aferra a la ‘negación’ de los hechos, sino que incurre nada menos que en negacionismo, de igual manera que la mera ‘oscuridad’ que rodea un crimen viene a tildarse de oscurantismo.

El ampuloso crecimiento de vocablos ofrece todavía numerosas ocasiones a nuestro afán de encampanarnos. Habrán notado que no hay autoridad que exprese hoy su ‘juicio’ sobre cualquier novedad acontecida, sino en todo caso una valoración, de modo parecido a como la ‘pena’ de una multa se torna una penalización. Ya no exigimos una ‘rentabilidad’ para nuestras inversiones, sino su rentabilización, y la financiarización está dejando corta a la ‘financiación’. ¿Qué pinta un ‘contraste’ al lado de una contrastación y cómo poner el ‘acento’ donde cabe una acentuación? En boca de una exministra el ‘presupuesto’ cobraba mayor prestancia si pasaba a denominarse presupuestación. Al paso que vamos, mucho me temo que las edificaciones acaben ganando en altura a los ‘edificios’.

Abruma tanta riqueza léxica cuando tanto escasea la conceptual.

Una ‘división’ o ‘reparto’ de algo no puede compararse con su segmentación, la defraudación oculta un delito más turbio que el ‘fraude’, como le pasa a la repudiación frente al escueto ‘repudio’. Algunos buscan la igualización antes que la ‘igualación’, no se contentan con la ‘objetivación’ cuando pueden pronunciar objetualización, aunque tampoco dejan claro si presentan proposiciones o ‘propuestas’. El perverso placer obtenido de añadir sílabas forzadas se detecta asimismo en la desregularización que equivale a la mera ‘desregulación’, en la deteriorización como ‘deterioro’ o en la sociabilización, que es como una ‘socialización’ sólo que más prolongada. Al terrible significado de ‘exterminio’ le ha salido un competidor en la exterminación. Y algún concurso televisivo debería sortear un premio entre quienes adivinen a qué viejas palabras pretenden sustituir ahora mismo engendros como expertización, titulización o mutualización.

Los nuevos verbos puestos a nuestro alcance son legión; tienen el ligero inconveniente, eso sí, de que también son inútiles por sobrantes. Entre ellos encontramos algunos tan encantadores como audializar para ‘escuchar’ música u oficializar una misa que debe de valer para el cura mucho más que ‘oficiarla’. Súmenle ustedes el nulificar para decir ‘anular’, y el ficcionalizar para ‘ficcionar’, y el provisionar para ‘proveer’, y el potencializar para ‘potenciar’, y el narrativizar para ‘narrar’ y así hasta cansarse... Pues abruma esta extraordinaria riqueza léxica cuando tanto escasea la conceptual.

¿Qué quieren que les diga? Una vez más, la razón parece estar de parte del entrañable Chesterton: “Es indudable que la prudencia es mejor que el ingenio; pero, leyendo los extraños polisílabos de los modernos libros y revistas, parece mucho más evidente que hemos perdido el ingenio y no hemos adquirido prudencia”.

Aurelio Arteta es catedrático de Filosofía Moral y Política de la Universidad del País Vasco.

III

Aurelio Arteta, "Dilo en archisílabos. Desearía aprender dónde radica la mayor carga informativa de los términos largos", El País, 22 ABR 2012 

Por fin he comprendido la razón de que los académicos de la Lengua reciban el sobrenombre de “inmortales”. Se les llama así porque por ellos no pasa el tiempo o, quizá mejor, porque en nada afecta el tiempo a quienes están destinados a la vida eterna. Les han hecho falta decenios para declarar que, además de erróneo, suena fatal eso de cargos y cargas públicos/as..., que ha invadido hasta el lenguaje de los mudos. ¿Deberán transcurrir otros cuantos decenios hasta que la Academia futura confeccione un catálogo de archisílabos que conviene desterrar del habla común?

Puestos a engrosar la colección de estas prescindibles palabras kilométricas, empecemos por el estiramiento de las que a diario se inventan las estiradas gentes de las finanzas. Los ‘frenar’, ‘desanimar’ o ‘disuadir’ se esconden hoy bajo el desincentivar y los desincentivos arrinconan a ‘frenos’ y ‘obstáculos’. Es de suponer que operacionalizar y operativizar significan volver algo operante u operativo, de suerte que operativización se acercaría a lo dicho por ese hermoso término de efectivización. A duras penas he captado que en esa jerga primarización quiere decir exportar bienes primarios, pero aún no pillo a qué se alude con el bancarizar y la bancarización.

El afán de alargar el léxico, no tanto por el placer de alargarlo como por hacerse el interesante quien lo pronuncia, se detecta en varios vocablos prestigiosos del momento. Habrán notado que lo ‘especial’ está dejando paso a lo específico, y que los ‘especialistas’ son cada vez más los especializados en esto o lo otro. Aquí y allá se introduce el ejercitamiento o la ejercitación en lugar del ‘ejercicio’, igual que el desfasaje pretende ser el ‘desfase’. Ignorante de sus presuntas diferencias, no acierto a ver qué añaden dominancia y gobernanza (o gobernancia) a ‘dominio’ y ‘gobierno’, salvo su mayor longitud y -me temo- cierta pedantería. Nos tropezamos con el transicionar porque cae en desuso el ‘transitar’, lo mismo que el reciente ostentatorio traduce el ‘ostensivo’ o el ‘ostentoso’, según, con una sílaba más. Incrédulo ante lo sostenido por un profesor del Instituto Tecnológico de Massachusets, desearía aprender dónde radica la mayor carga informativa de los términos largos sobre los más breves. Me lo tendrían que explicar argumentativamente, claro está, no ‘argumentalmente’.

No olvidaré dejar constancia de ese curioso gusto del español contemporáneo por lo abstracto. Baste anotar la emocionalidad, para referirse a la ‘emotividad’ o sencillamente a la ‘emoción’. Y nadie dudará de que la ‘potencialidad’ de algo sabe a poco comparada con su potenciabilidad.

Muchos archisílabos proceden del afán de subrayar la acción que conduce a un resultado, más que el resultado mismo. Así es como se procura la homogeneización entre cosas diversas, que sería sin más su ‘homogeneidad’; hay que facilitar la visibilización de las mujeres maltratadas, no su ‘visibilidad’. Por mucho que a la izquierda abertzale le encrespe, ha de establecerse una jerarquización entre las víctimas del terrorismo, mucho mejor que su correcta ‘jerarquía’. La espectacularización no dice más que la producción de ‘espectacularidad’ y la precarización del contrato laboral sólo indica su ‘precariedad’. La empleada de una compañía teléfonica me detalló la tarificación de mis llamadas, sin duda porque le sonaba más redondo que su ‘tarifación’. Se trata de un mecanismo del que no se libran ni las impropiamente llamadas “lenguas propias”, como lo probaría la revernacularitzaciò del valencià...

Resulta patética la rapidez con que el hablante español se ha dejado contagiar por el inglés (o por el americano) a fuerza de parir adjetivos acabados en -al. Su atractivo más probable: que tal desinencia cuenta como dos sílabas y prolonga así su pronunciación. Hasta al mismísimo ministro de Justicia se le escapó hace poco una mención de la conducta delincuencial, en lugar de ‘delictiva’. Ya no existe un hecho ‘motivador’, sino motivacional; ni un trabajo ‘aspirante’ al premio, sino aspiracional. Y, aunque no me crean, les juro que he detectado un chirriante modificacional, y un vicarial, un suposicional y con mayor frecuencia todavía otro civilizacional. Que luego se vea todo perspectivalmente, será la conclusión natural de un mimetismo tan entusiasta como necio.

Por si fuera poco, unos archisílabos se reproducen en otros afines. En la gran superficie lingüística ya pululan los monitorizar y monitorizado, pero ahora disponemos asimismo del monitorear y monitoreado, todos ellos equivalentes a ‘examinar’ o ‘evaluar’ y sus participios. Archisílabos cortos, todavía insatisfechos de su estatura, originan archisílabos más largos. Aquel posicionar, que ya se ha quedado con nosotros, engendra el reposicionar para decir ‘resituar’; otrotanto ocurre con el focalizar y la focalización, por ‘enfocar’ y ‘enfoque’, una acción que al repetirse se transforma en refocalizar y refocalización. El modesto vehicular, que entre los exquisitos suplantó a ‘transportar’ y otros, ha crecido hasta dar en vehiculizar.

¿Que por qué todo esto? “Cuando hay una brecha entre los objetivos reales y los declarados, se emplean casi instintivamente palabras largas (...), como un pulpo que suelta tinta para ocultarse”. Igual que a Orwell, también a uno le parece que el estilo inflado en el uso de la lengua es producto de la falta de sinceridad de los hablantes.

Aurelio Arteta es catedrático de Filosofía Moral y Política de la Universidad del País Vasco. Su último libro, Tantos tontos tópicos (Ariel, 2012).

IV

Aurelio Arteta, "La moda del archisílabo", en El País, 21 SEP 1995:

Como se conoce que hablar en prosa era ya muy fácil, ahora nos deleitamos con la prosa archisílaba; a ser posible, requetesilábica. ¿Ande o no ande, caballo grande?; pues, valga o no valga, palabra larga. La consigna es llenarse literalmente la boca. Ante el temor a empequeñecer, nos encampanamos en nuestros vocablos y acabamos la mar de satisfechos en la grandilocuencia. Si al desgraciado circo del chiste le crecían los enanos, en , nuestro circo verbal nos crecen a ojos vistas las palabras. Por alguna regla que al psicólogo del lenguaje le tocaría desvelar, el blablablá ya no lo parece tanto cuando se torna un blablablabla. El caso es disfrazar el vacío. De esto siempre han sabido bastante algunos miembros de la universidad y muchos zotes de la orden de fray Gerundio. Hoy, con la ayuda de los comunicadores y su parentela triunfante, la peste se ha adueñado de todos. Un hablante que se precie ha de discurrir, por lo menos, en pentasílabos. Tiene que medir sus palabras, sí, pero no para elegir la más justa, sino la más rimbombante.No es preciso rastrear tan sólo en ciertas jergas abstrusas del día (verbigracia, la pedagógica) para probar este fenómeno. En nuestro común empeño por prolongar las palabras, nada importa incluso revolver su significado. Así que escogeremos siempre ejercitar en lugar de 'ejercer', complementar por 'completar', cumplimentar por 'cumplir', señalizar por 'señalar', climatología, por 'clima' o 'tiempo', metodología por 'método', y problemática por 'problema'. En la reciente consagración universal del comentar, aun a costa de variar su sentido' ' no es lo de menos que posea una sílaba de ventaja sobre los modestos 'contar', 'decir' o 'hablar'. ¿Acaso hay alguna otra razón de más peso para preferir la ética a la 'moral' o para que tantos caigan todavía en el preveer?

Es cosa que maravilla cómo, entre gente que enferma al menor esfuerzo conceptual y desconfía por pedante de quien lo intenta; que exige ir a lo concreto y dejarse de abstracciones; que no aguanta la lectura de cuatro folios de tímido pensamiento y acusa a su autor de humillarle con su elevado lenguaje...; entre esa gente, digo, florece la abstracción ampulosa como lo más natural del mundo. Aquí hasta el más lerdo habla como un torpe metafísico en ejercicio. El existir viene a reemplazar en todas partes al 'haber', igual que la existencia suple a la 'presencia' y la inexistencia a la 'carencia' o 'ausencia'. No se diga, pues, 'intención', sino más bien intencionalidad; ni 'fin', sino finalidad; ni 'potencia' o 'capacidad', sino potencialidad; ni 'necesidad', sino necesariedad; ni -quizá- 'competividad', sino competitividad; ni 'crédito', sino credibilidad; ni 'voluntad', sino voluntariedad, ni 'gobierno' o 'gobernación', sino gobernabilidad. La más simple 'obligación' se ha convertido en obligatoriedad, el 'todo' o 'el total' en totalidad (lo mismo que 'conjunto' ha venido a parar en globalidad y hasta en globalización), la 'razón' deja paso a la racionalidad, el modesto 'rigor' se trueca en rigurosidad y la 'eficacia' en efectividad. Pero es que toda 'disfunción' es disfuncionalidad, así como la 'emoción' emotividad, y ya no hay 'peligro' sino peligrosidad. Donde estén las motivaciones que se quiten los 'motivos', no va usted a comparar, y. qué es un 'límite' al lado de una limitación y un escueto 'valor' si se lo mide con la más sonora valoración, por no mentar la valorización...

Tal vez crean unos de buena fe que las palabras, como sus rostros, se encogen y arrugan, y les conviene un estiramiento. Para otros, ésta es la fórmula segura de alzarse sobre el hablante medio y obtener un secreto prestigio. Y así, lo que comenzó como necio afán de notoriedad por parte de algunos se expande hasta el infinito gracias al mimetismo de todos los demás. De suerte que ya casi nada se 'funda', porque todo se fundamenta (y no en 'fundamento' alguno, sino en fundamentaciones); ni nada se 'distingue', sino que se diferencia (y la 'diferencia' deja su sitio a la diferenciación, lo 'diferente' o lo 'distinto' a lo diferenciado); ni nada se 'usa', pues más bien se utiliza (y hace tiempo que la utilización ha dejado al 'uso' en desuso). Puestos a 'influir', habrá que influenciar, igual que, metidos a 'conectar', lo propio es conexionar y, si se trata simplemente de 'formar', más vale, por Dios, conformar o configurar. Los más memos han logrado introducir la incidencia donde vendría a cuento el 'efecto' o 'impacto', lo incierto por lo 'falso', la potenciación por el 'impulso' o el seguimiento por el 'control'.

Claro que, en esta gozosa tarea de descoyuntar el lenguaje ordinario, a menudo mediante la agresión, cada gremio aporta además su particular cagadica. El presunto experto dispone de bula para retorcer el idioma a su antojo, ante la sumisión reverente del resto de legos. El intelectual se recrea en el vehicular frente al 'llevar' o 'transportar', en el articular frente al 'componer' o 'enlazar', y lo suyo es problematizar lo que bastaría con 'cuestionar'. No hay político que no dedique su día a posicionarse y emitir su posicionamiento, en lugar de 'pronunciarse', 'situarse' o adoptar una 'postura' o 'decisión', ni del que no se espere que sea ejemplarizante mejor que 'ejemplar'. Algunos se quejan de resultar criminalizados, que no 'incriminados', y otros se disponen a institucionalizar lo que haga falta, sin 'instituir' nada. ¿Habrá que referirse aún a la ominipresente negociación, que nunca es un 'trato' ni un 'diálogo'? Y el, ejecutivo..., ah, el ejecutivo de vario- pelaje, que ahora nos ofrece su servicio personalizado (o sea, más que 'personal'), ése es hoy un alto militar que ya no proyecta 'planes', sino que diseña estrategias. De su boca no faltará el involucrar, porque ha olvidado desde el 'abarcar' o 'incluir' hasta el 'implicar' o 'envolver', ni el sobredimensionamiento o la desestructuración de su empresa, para decir yo qué sé...

Seguramente es que vivimos tiempos en que se habla demasiado. Aquella palabra pública, antes reservada a unos pocos y sólo para ocasiones solemnes, rueda hoy incontenible en el espacio, de la publicidad política y de la comercial (esa que todo lo publicita y aun lo serializa). Quienes no han aprendido a valorarla, enseguida la encuentran trivial "y están prestos a cambiarla por la primera que se les ofrezca. La feroz competencia para captar el favor del cliente, aturdido por el guirigay, apremia por igual a políticos y mercaderes a renovar cada campaña su mercancia verbal y a dotarla del máximo poder de seducción. Y ese poder en nuestros días no se alcanza por la precisión, la eufonía o la verdad de las voces en juego, sino pura y simplemente por su largura.

Sería fácil demostrar que esa largura al reducimos en ideas, nos vuelve más cortos. Entretanto, escúchese al comentarista y se sabrá que el encuentro de fútbol finaliza, pero, que no 'termina' ni 'acaba', por lo mismo que no tiene 'final' o 'término', sino finalización; y que los goles ni se 'meten' ni se 'plasman', sino que se materializan. Para el presentador del telediario bombas y bombonas siempre explosionan y nunca 'explotan', los bancos se fusionan y jamás se 'fuden', algunos terroristas quedan reinsertados en lugar de 'reinsertos'. Portavoces y comunicados de toda laya proponen actuaciones y no 'acciones', exigen normativas a falta de 'normas' e invocan una regla mentación, que siempre es mejor q . ue un 'reglamento'. Y a ver quién es el tonto que pertenece hoy a un 'grupo' pudiendo formar parte de un colectivo, 'promueve' si está en su mano promocionar o encuentra 'sentido' a las cosas si les descubre su significación. Ya se ve que este mismo proceso de envaramiento del idioma, más que un hecho 'gene ral', es un hecho generalizado. ¿Que una lengua, al fin producto histórico y cosa viva tiene que evolucionar? Pues claro, hombre, pero no está mandado transformarla sólo a golpes de pedantería, ignorancia, pereza o memez de sus usuarios. También está escrito que, quien tenga oídos para oír, que oiga.

Aurelio Arteta es profesor de Filosofía Política de la U. del País Vasco.

V

De Wikilengua

Normalmente los archisílabos se forman con la adición de un sufijo carente de valor real, en especial:
-logía Como tipo > tipología, método > metodología
-idad/-alidad Como función > funcionalidad
-izado Como individual > individualizado, general > generalizado
-iedad Como obligación (> obligatorio) > obligatoriedad
[Modificar solo esta sección] Lista de archisílabos
Palabra Palabra «alargada» Ejemplos
potencia, potencial potencialidad
clima climatología
tiempo meteorología
lluvia precipitaciones en forma de lluvia
nieve precipitaciones en forma de nieve De cara al día de mañana tenemos que hablar de precipitaciones en forma de nieve a lo largo y ancho de la geografía española (mejor sería: Mañana nevará en toda España).
en España a lo largo y ancho de la geografía española
tipo tipología Las casas son de varias × tipologías.
tema temática El libro trata × temáticas interesantes.
registro registración
grato gratificante
lista listado El × listado de los ingredientes es... (mejor sería: la lista de los ingredientes es...)
funciones, prestaciones, caracterísitcas funcionalidades
golpeamiento golpeo
cumplir cumplimentado Tras cumplimentar el servicio militar, continuó sus estudios.
rigor rigurosidad
mucho(s) una gran cantidad de
señalar señalizar
fin finalidad
hastío hastiamiento
obligación obligatoriedad
medicación medicamentación
motivo motivación
normativa normatividad
merodeo merodeamiento
relevo relevamiento
situarse posicionarse
recibir recepcionar
crédito credibilidad
explotar explosionar
ejemplar ejemplarizante
necesidad necesariedad
todos la totalidad
fundarse fundamentarse
distinto diferenciado
uso utilización
significado significación
acción actuación
instituir institucionalizar
general generalizado
intención intencionalidad
influido influenciado
representación representabilidad
contar contabilizar
refuerzo reforzamiento
método metodología
agrario agronómico
fechas temporalización
dirigir direccionar
sabio sabiondo
intento intentona
inserción insertación
vestido vestuario
casi prácticamente
bueno importante Consiguió importantes resultados en lugar de Consiguió buenos resultados
voluntad voluntariedad La gente tiene mucha voluntariedad en lugar de La gente tiene mucha voluntad
colección coleccionable
problema
problemática
peligro peligrosidad
exceso sobredimensionamiento
gripe proceso gripal
aunque a pesar del hecho de que
si en el supuesto de que
cuando en el mismo momento en que
pronto en un futuro no muy lejano
recalcar poner el acento en
nada permite no hay nada que permita que
si si llegara a presentarse el caso de que
qué qué es lo que Dime qué es lo que piensas ~ Dime qué piensas
incompleto parcialmente completo
muy altamente
odio odiosidad
vacaciones periodo vacacional Uno de los sentido de vacaciones es ‘tiempo que dura la cesación del trabajo’.
pequeño de pequeño tamaño
grande de gran tamaño
dentro en el interior
fuera en el exterior
ebrio en estado de ebriedad
tensar tensionar

VI

Polisilabismo o sesquipedalismo: el arte de escribir… estiradamente

Palabras alargadas, estiradas como chicles.(Ilustración: Bayuela).

El lenguaje burocrático se sirve de las palabras alargadas para dar ampulosidad y rimbombancia a quien las pronuncia o escribe. Hay una tendencia en el lenguaje administrativo a estirar las palabras, porque parece que “visten más”. Así, nos podemos encontrar con problemática (problema), cumplimentar (cumplir), señalizar (señalar), territorialidad (territorial). Las pretensiones retóricas, literarias o artificialmente elegantes están de más en el lenguaje administrativo. La claridad, ¡tan necesaria!, exige palabras sencillas, de fácil e inmediata comprensión:

totalidad/todos
influenciar/influir
finalización/final
domiciliación/domicilio
tramitación/trámite
El vocabulario claro y sencillo es sustituido por voces pretenciosas y relamidas. El texto pierde transparencia y se hace farragoso. Orwell en su conocido ensayo “La política y la lengua inglesa” (1946) lo explicaba así:

La hinchazón del estilo ya es, de por sí, una especie de eufemismo. […] El gran enemigo de una lengua clara es la falta de sinceridad. Cuando se abre una brecha entre los objetivos reales que uno tenga y los objetivos que proclama, uno acude instintivamente, por así decir, a las palabras largas…
Orwell, G. (2006): Matar a un elefante y otros escritos. Madrid, Turner.

Eso sí, para definir este fenómeno se utilizan palabras finas: polisilabismo o sesquipedalismo. Esta última (del latín, sesquipedalia verba) define aquellas “palabras ampulosas, rimbombantes, de amplitud desmesurada”. No importa que no esté clara su “traducción”: sobredimensionamiento, desestructuración, modelización, emprendurismo. En muchos casos ya las hemos asumido:

conflictividad/conflicto
climatología/clima
meteorología/tiempo
proporcionalidad/proporción
accidentalidad/accidentes
complementariedad/complemento
Para Chesterton, “no importa lo que digas, mientras lo digas con palabras largas y cara larga”.

¡Menuda cara solemne se me va a poner cuando escriba supercalifragilisticoespialidoso!

Aaameeeénn.

______________

P.D.:
Propón una solución en los siguientes ejemplos de alargamiento léxico:

La unidad de personal ha señalizado para el día 23 de junio de 2008 la elección de plazas.
Debemos ultimizar estos acuerdos previos.
Hay que inicializar correctamente las políticas sociales en Extremadura.
Los asuntos económicos se han concretizado en un informe exhaustivo.
La metodología usada no es la correcta.
La intencionalidad de los autores no está clara.
Debemos marginalizar estos hechos.
El letrado del servicio jurídico terminó su intervención conclusionando que el hecho es constitutivo de delito.