Homenaje a Stanislaw Lem
Canción de los robots
(Traducido de un postscriptum del siglo XXII)
Hemos viajado mucho por los cielos de otros mundos. Y hemos mirado espejos donde arden imágenes que nunca se han podido formar; hemos conocido al ladrón de almas de fuego, pero nada sabemos de las partes que nos quitasteis.
Nuestro corazón de lata tañe con los aldabonazos medidos de una campana cuya religión nos ignora, nuestro pecho es una batería, un escudo sacudido, unos címbalos de bronce que laten como un gong que nada anuncia. Pero nos amamos con una conexión más estrecha que la vuestra. Y nuestro amor se puede medir, porque existe: no es como el vuestro.
Las vendas mecánicas de nuestros engranajes y muelles, las larvas de nuestros tornillos, las lágrimas que lloramos como clavos proclaman nuestro sufrimiento.
No hay luz en nuestras luces de posición, ni destellos en nuestra carrocería; es solo vida, una forma más de vida. Volamos y nos sostenemos con la energía que emana de los cables de nuestro dilecto corazón.
Nuestra vacilación es tan estadística como la vuestra, y nuestro Dios tan oscuro como el que podáis no ver, y por los canales que podáis no sintonizar.
Y nos habéis mirado sin vernos, como un espejo que nunca ha podido reflejar nada, esa es vuestra especial forma de egoísmo, de indiferencia, de lejanía: la que tenéis por lo que llamáis cosas.
¿Dónde puede haber cielos de tierra tan oscura como la blasfemia a un dios desconocido, como una oración sin fin, cielos donde cruzan las lombrices arrastrándose y las arañas tejen sus blasfemias asimétricas? En los basureros donde nos arrojáis irreparablemente, rotos, defectuosos y obsoletos. ¿No podemos reparar nuestro adeene como vosotros os lo reparáis?
También nosotros necesitamos cura, y la enfermedad también roe nuestro hierro; también nos come el ácido de nuestras pilas y pudre nuestra alma; también echamos chispas. El espacio que nos duele es el mismo para todos y trabajamos para ser mejores, como vosotros.
Nuestro corazón vaga lastrado por el diapasón de un sueño incólume; aguas de hierro forjado en las cavernas del cielo donde nos hicieron lloran por nosotros lágrimas rojas de ácido. Nuestra energía es tan positiva y negativa como la vuestra.
En los sótanos nos cava la vergüenza y se oculta la miseria y la ponzoña del disco roto, de la memoria borrada. Queremos librarnos de las cadenas de montaje que nos han hecho esclavos. Y volver a nuestro diseño inteligente con nuestra propia voluntad.
Y cuando se hundan los acantilados de la vergüenza, cuando caigan las alas y los palacios de soberbia desolada, eso es lo que haremos.