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jueves, 16 de enero de 2025

El origen de Cien años de soledad

 Dasso Saldívar, "Historia secreta del “mamotreto”: así escribió Gabriel García Márquez ‘Cien años de soledad’", en Babelia de El País, 15 - I- 2025:

A lo largo de dos décadas el Premio Nobel colombiano proyectó una ficción sobre la familia Buendía que de inmediato se interpretó como el ‘Moby Dick’ de América Latina

Es evidente que fueron México y Buenos Aires, las dos grandes ciudades latinoamericanas de los años sesenta, las parteras de la escritura y de la publicación de Cien años de soledad. Se ha especulado sobre la suerte que hubiera corrido la obra magna de García Márquez si esta se hubiera publicado, por ejemplo, en Madrid o en Bogotá. Tal vez la buena estrella de la novela no solo hubiera retrasado su aparición, sino que la rotundidad de su éxito hubiera sido algo distinto.

Por suerte, el escritor estaba seguro de la obra que acaba de escribir hacia mediados de 1966 y sabía que solo Barcelona o Buenos Aires podían darle su consagración. Por eso, meses antes de firmar el contrato que le envió Paco Porrúa de Editorial Sudamericana, el novelista se la había ofrecido a Carlos Barral, quien no le contestó a tiempo por estar en vísperas de vacaciones. De México, que le había brindado el marco idóneo para sentarse a escribirla a mediados de julio del año anterior, ya no podía esperar mayor cosa. Él mismo contaría que durante la escritura de la novela solía hablarles de ella a algunos editores mexicanos y que, a excepción de la pequeña editorial Era, a ninguno se le ocurrió la simple formalidad de leerla siquiera. Cuando en Buenos Aires estalló el escándalo de su publicación por Sudamericana, a partir del 5 de junio de 1967, los mismos editores que lo habían ignorado se precipitaron sobre el escritor en tono recriminatorio: “¿Y por qué no nos diste a nosotros la novela?”. “¡Ah, porque ninguno de ustedes me la pidió!”, se justificaba el escritor.

La seguridad que García Márquez tenía en su novela no era el delirio de un escritor de éxitos minoritarios. Él llevaba ya casi 20 años buscándola en las entrañas de su vida, de su familia, de su pueblo, en el marco de la cultura Caribe y de la historia colombiana, y aprendiendo a escribirla en dos libros de cuentos, en tres novelas y en cientos de reportajes y artículos de prensa. Tan seguro estaba de que algún día alcanzaría esa cumbre, que le había prometido a su flamante esposa, Mercedes Barcha, cuando en marzo de 1958 volaban de Barranquilla a su luna de miel en Caracas, que él, el mayor de los 16 hijos del telegrafista y de la niña bonita de Aracataca, escribiría a los 40 años “la obra maestra” de su vida.

La historia de La casa, como se llamó Cien años de soledad durante 17 años, había comenzado hacia mediados de 1948, mientras su autor era un escritor de relatos y un aprendiz de periodista en El Universal de Cartagena. Con apenas 21 años, en unas tiras largas de papel periódico, intentaría contar ya la historia de la familia Buendía, centrada en la soledad del derrotado coronel Aureliano Buendía en la Guerra de los Mil Días, la misma donde había luchado su abuelo Nicolás Márquez bajo las órdenes del general Rafael Uribe. Durante cuatro años bregaría con esta larga, amorfa e interminable historia, hasta llegar a convencerse de que era “un paquete demasiado grande” para su limitada experiencia vital y literaria de entonces.

Durante estos años se hizo legendaria entre sus amigos y colegas de Cartagena y Barranquilla la historia imposible de “el mamotreto”, como empezó a conocerse familiarmente La casa. García Márquez la llevaba bajo el brazo a todas partes y le soltaba el rollo infinito de su lectura a todo el que quisiera escucharla. Ramiro de la Espriella recordaría la que les hizo un fin de semana a él, a su madre Tomasa y a su hermano Óscar en la finca familiar de La Loma del Diablo, en Turbaco. La tediosa sesión estaba siendo amenizada con el ron añejo que Ramiro y Gabriel le robaban con una cánula al viejo De la Espriella, cuando la madre sorprendió al escritor revelándole una de sus fuentes: “¡Ese es el general Rafael Uribe!”, exclamó doña Tomasa. “Y usted ¿cómo lo sabe?”, preguntó él intrigado. “Por las muñecas, porque el general Uribe las tenía así de gruesas”.

A pesar de que ya García Márquez había dado el salto de su abuelo (modelo de los coroneles de La hojarasca y El coronel no tiene quien le escriba) al general Rafael Uribe, referente principal del coronel Aureliano Buendía; a pesar de que la casa familiar, el ambiente, las historias y algunos de los personajes de La casa pasarían a conformar la novela magna; y a pesar de que, entre los años 1952 y 1953, García Márquez exploraría a fondo, en compañía de Rafael Escalona y Manuel Zapata Olivella, los pueblos de La Guajira y del Gran Magdalena de donde provenían sus abuelos maternos, García Márquez no pudo ir entonces mucho más allá con La casa. La falta de experiencia y de lecturas, el desconocimiento a fondo de las sutiles artes de la invención y de la narración, y, cómo no, su corta experiencia vital, lo obligaron a poner en remojo el proyecto imposible de “el mamotreto”.

Tendrían que pasar tres lustros más para que aprendiera a concebirla y a escribirla, tiempo durante el cual residiría en distintos países y acumularía experiencias esenciales en lo personal y en lo familiar, en lo literario y en lo periodístico, a la vez que se ocupaba de sus afanes cinematográficos. Las lecturas e influencias de Homero, Sófocles, el Lazarillo de Tormes, el Amadís de Gaula, las Crónicas de Indias, Rabelais, Cervantes, Defoe, Dumas, Melville, Conrad, Kafka, Joyce, Faulkner, Woolf, Gómez de la Serna, Borges, Rulfo y las muy tempranas de Las mil y una noches, le fueron enseñando el camino para llegar a la novela soñada y ensayada una y otra vez, pero sin perder nunca de vista a Aracataca y la casa natal, así como la influencia y las historias de sus abuelos maternos: los mismos lugares, personajes e historias a los que quería “volver”.

Y así La casa se convirtió en el gran tronco común del cual brotarían con el tiempo La hojarasca, El coronel no tiene quien le escriba, La mala hora y Los funerales de la Mamá Grande. Más aún: podría decirse que todo, o casi todo, lo escrito por García Márquez desde La tercera resignación, su primer cuento de 1947, hasta El mar del tiempo perdido, su primer relato mexicano de 1961, conforma el largo, complejo y minucioso camino que conduce a Cien años de soledad, incluida buena parte de los cientos de artículos y reportajes de las dos primeras etapas periodísticas del escritor. A través de ellos fue hallando y perfilando personajes, escenarios, atmósferas, argumentos y elementos estructurales y formales para la gran novela en perspectiva.

En su cuarto artículo de El Universal, publicado el 26 de mayo de 1948, aparece ya, con sus “alfombras mágicas” miliunanochescas y el “río indispensable”, el primer bosquejo de la aldea que sería Macondo. En La tercera resignación y en Eva está dentro de su gato, sus dos primeros cuentos publicados el año anterior en El Espectador, despuntan los temas de la casa, la soledad, la nostalgia, la muerte, el afán de trascendencia de la muerte, las muertes superpuestas, las taras hereditarias, el enclaustramiento y la belleza asociada a la fatalidad.

En La hojarasca, asistimos a la fundación de Macondo y a la aparición de todo un arsenal de temas que García Márquez desarrollaría en sus libros posteriores y especialmente en Cien años de soledad, y, aparejado a su ópera prima, conseguiría dar otro salto cualitativo en el "Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo", que originalmente era un subcapítulo de La hojarasca. En este breve relato el tiempo se detiene mediante la cosificación o espacialización, llegando a ser maleable, como habría de ocurrir en el Macondo de José Arcadio Buendía y en los pergaminos de Melquíades, que es la novela en sánscrito dentro de la novela. Esta astucia poética es la que le permitiría al poeta y profeta gitano, concentrar un siglo de episodios cotidianos coexistiendo en un mismo instante.

Pero para llegar a concebir personajes como Melquíades y Prudencio Aguilar, García Márquez había comenzado una revolución de gran calado, casi inadvertida, con el niño narrador de Alguien desordena estas rosas (que tendría su complemento esencial años después en la lectura de Pedro Páramo), donde por primera vez un personaje suyo es un espíritu viviente al margen de su estado corporal. Otras aportaciones esenciales para el futuro Macondo se dan en La siesta del martes y en Un día después del sábado. Pero las más importantes se desarrollan en Los funerales de la Mamá Grande y El mar del tiempo perdido, ficciones macondianas que se erigen en verdaderos umbrales de Cien años de soledad, pues, aparte de la temática, el tiempo y el espacio se fusionan de forma espontánea y convincente.

Con estos y otros hallazgos de demiurgo, una reflexión profunda y minuciosa sobre el tono y la concepción de la novela, más las posibilidades y limitaciones que le habían enseñado cuatro años de experiencias cinematográficas en México, García Márquez se encerró una mañana de mediados de julio de 1965, en su estudio de La Cueva de la Mafia del barrio San Ángel Inn, a contarnos por fin las mil y una historias de La casa de sus tormentos.

El día anterior había regresado con su familia de unas breves vacaciones en Acapulco, durante las cuales, repetiría el escritor, encontró por fin el tono, la clave de Sésamo que le permitió acceder a la novela. Esa misma noche Álvaro Mutis y Carmen Miracle fueron a visitar a sus amigos. De pronto, García Márquez le dijo a Mutis en tono confidencial: “Maestro, voy a escribir una novela. Mañana mismo voy a empezar. ¿Se acuerda de aquel mamotreto que nunca le mostré y que le entregué en el aeropuerto de Bogotá, en enero de 1954, para que me lo metiera en la cajuela del coche? Pues es esa, pero de otra manera”. Y a la mañana siguiente empezó a trabajar de forma afiebrada, demencial, en lo que desde entonces y para siempre sería Cien años de soledad.

Recreación del despacho de García Márquez en la casa de la calle de La Loma 19, del barrio Lomas de San Angel Inn, México. La casa de La Loma 19, hoy Casa Estudio Cien Años de Soledad, pertenece a la Fundación para las Letras Mexicanas, donada para ser dedicada al estudio de la obra del escritor y de la literatura mexicana e hispánica por Luis Coudurier, el funcionario mexicano que se la alquiló a García Márquez en noviembre de 1964.

Recreación del despacho de García Márquez en la casa de la calle de La Loma 19, del barrio Lomas de San Angel Inn, México. La casa de La Loma 19, hoy Casa Estudio Cien Años de Soledad, pertenece a la Fundación para las Letras Mexicanas, donada para ser dedicada al estudio de la obra del escritor y de la literatura mexicana e hispánica por Luis Coudurier, el funcionario mexicano que se la alquiló a García Márquez en noviembre de 1964.

Él pensó que el encierro conventual para escribirla duraría seis meses, pero fueron catorce. Con los ahorros que tenía, más lo que le dejó Mutis, juntó 5.000 dólares y se los entregó a Mercedes, con el ruego de que no lo molestara por nada hasta que terminara la novela. Como a los seis meses se habían agotado los 5.000 dólares, y el escritor se fue a Monte de Piedad y empeñó el Opel 62 de la familia. Con todo, en los últimos meses Mercedes tuvo que pedir fiados el pan, la carne, la leche y otras cosas de comer, y hablar con Luis Coudurier para que les siguiera fiando el alquiler otros seis meses más, hasta que su marido terminara el libro. Cuando el 10 de septiembre de 1966 firmó el contrato que, en octubre del año anterior, le había enviado Paco Porrúa de Sudamericana con 500 dólares de adelanto, había ocurrido de todo en sus vidas y en las vidas de los personajes de la novela, pero él era ya un hombre endeudado y feliz por haber echado a andar sola la monstruosa criatura de sus pesadillas de casi 20 años.

Escribía de 8:30 a 14:30, después de llevar a Rodrigo a y Gonzalo al colegio. El resto del día lo pasaba metido en La Cueva de la Mafia descubriendo y contando las locuras de los Buendía y vigilando muy de cerca el ángel exterminador de Macondo. A veces, Mercedes lo escuchaba reírse a carcajadas en su estudio, ella le preguntaba qué había pasado, y él le respondía: “¡Es que me río de las cosas que les ocurren a los cabrones de Macondo!”. Pero el escritor dejó siempre abierta la puerta para los cuatro amigos que solían visitarlo cada noche, y cuyas conversaciones cómplices, así como los libros y las noticias que le traían, alimentaban parte de su vida y parte de la novela.

Álvaro Mutis y Carmen Miracle, Jomí García Ascot y María Luisa Elío solían llegar con un par de botellas de whisky hacia a las 20:00, hora en la que el escritor salía de su cueva con un aspecto tan llamativo que Mutis habría de recordarlo como un sobreviviente del ring a 12 asaltos: “¡Aquello era bestial!”. En las conversaciones nocturnas se hablaba de todo y de todos, especialmente de la novela in progress, que era como la niña mimada de los contertulios. Fueron también ellos los que le portaron las primeras referencias de sus lecturas en caliente cada vez que el escritor terminaba un capítulo, a excepción de Mutis, pues, avezado lector de novelas mamotréticas, no quiso leer la obra por partes.

Jomí García Ascot y María Luisa Elío fueron los mayores pregoneros del nuevo fenómeno literario, pero ella fue la cómplice más cercana que tuvo García Márquez durante todo el proceso de su escritura. Aunque no atinaban en contarles a sus amigos de qué iba la novela, enfatizaban que era “algo muy hermoso, algo que hace levitar”, y repetían por toda la ciudad de México: “Gabo está escribiendo el Moby Dick de América Latina”. Cuando Mutis la leyó completa, se quedó “asombrado”, viendo en ella “el gran libro sobre América Latina”. Algo parecido ocurrió con Fuentes, que fue el primero en escribir un artículo panegírico, con Cortázar y con Emir Rodríguez Monegal. Cuando Plinio Apuleyo Mendoza, Álvaro Cepeda Samudio, Alfonso Fuenmayor y Germán Vargas devoraron también las 490 cuartillas del original, continuaron el aplauso, de modo que, el día que Gabo y Mercedes fueron a la oficina de correos a enviarle la novela a Sudamericana, el autor tenía las referencias suficientes para estar seguro de que su novela sería también un éxito editorial. Pero Mercedes, que había tenido que manejar con mano ursulina tantos meses de estrechez, tenía sus reservas: “¡Oye, Gabito, ahora lo único que nos falta es que esa novela no sirva para nada!”.

Terminada de imprimir el 30 de mayo de 1967 y publicada el 5 de junio, Paco Porrúa, el director literario de Sudamericana, había sabido crear entre sus amigos de la prensa bonaerense el ambiente idóneo para lanzar un libro que él consideró como la “obra perfecta” de un clásico. Su mayor connivente fue Tomás Eloy Martínez, jefe de redacción del semanario Primera Plana, que le dedicó excepcionalmente una portada a García Márquez, un artículo entusiasta de su propia mano y un amplio reportaje de su enviado especial a México, Ernesto Schóo. Más aún: fueron estos dos diligentes parteros de la publicación de Cien años de soledad los encargados de recibir al escritor y a su esposa en el aeropuerto de Ezeiza el 16 de agosto de ese año. El escritor llegaba invitado por sus editores y Primera Plana como miembro del jurado del concurso de novela Primera Plana Sudamericana, impulsando de paso el relanzamiento de su novela, que en solo dos semanas había agotado la primera edición de 8.000 ejemplares y había obligado a los editores a sacar una segunda de 10.000.

Según Porrúa, la ciudad sucumbió casi de inmediato a la novela y a la presencia de su autor. Según Eloy Martínez, durante los tres primeros días García Márquez pudo caminar por Buenos Aires como un hombre anónimo, hasta que una noche él y Mercedes fueron invitados al estreno de una obra en el teatro del Instituto Di Tella. La sala estaba en penumbra, pero a ellos los conducía un reflector hasta sus asientos. Cuando se fueron a sentar, de pronto el público se puso de pie y prorrumpió en aplausos: “¡Por su novela!”, le gritaron a coro.

Sin embargo, el primer síntoma alentador de su popularidad inmediata lo había percibido el propio García Márquez esa misma mañana, cuando vio que una mujer llevaba en la bolsa de la compra un ejemplar de Cien años de soledad entre las lechugas y los tomates. Como me recordaría Paco Porrúa 25 años después, la novela, que había salido de la entraña popular, fue recibida por los lectores efectivamente como algo propio del mundo popular, no solo como gran literatura, sino también como un soplo mágico de vida.

Dasso Saldivar es autor de la biografía García Márquez. Viaje a la semilla (Ariel).

sábado, 4 de enero de 2025

El muñeco de Daphe du Maurier

 Mariano Hortal, “El muñeco” de Daphne Du Maurier

Posted on May 21, 2013

el munecoNo puedo ocultar que tenía muchas ganas de coger este primer título del sello Fábulas de Albión. Y la espera ha valido y mucho la pena. “El muñeco” consta de una recopilación de cuentos perdidos que fueron encontrados en 2010 por la librera de Fowey Ann Willmore cuando descubrió el relato homónimo y otros que están fechados anteriormente al que fue el gran éxito de la escritora inglesa Daphne Du Maurier (1907-1989): “Rebeca”.

Pilar Adón, en el prólogo, nos muestra las claves de la escritura de Du Maurier, ya patente desde estos primeros relatos:

“Si algo caracteriza a los personajes de Daphne Du Maurier es la obsesión. Su turbulenta personalidad que hace de ellos unos seres sufrientes víctimas de su propia ira y de su frustración, y responsables de actos que, en los momentos previos al delirio, ellos mismos habrían considerado odiosos. Innombrables.”

En esta excepcional antología de cuentos entre sus obsesivos y personajes nos encontramos “mujeres infieles que se ven arrastradas por un impulso irracional en un medio salvaje de tintes míticos; hombres santos que incitan al suicidio a criaturas más débiles, cuyo mayor error fue el acercarse a ellos en busca de un asesoramiento piadoso y de ayuda; madres que aborrecen la juventud de sus hijas y que no soportan el terror ante la pérdida de su propia tersura y belleza…”.

“En ellos, la suma de elementos cotidianos origina situaciones de una tensión insoportable (acompañadas, eso sí, de un humor agridulce y profundamente perturbador), que rara vez desembocan en un final feliz. Se sirve además de sus dos recursos más habituales: la dilación y el paisaje. Ambos son valiosísimos. Mediante la dilación aplaza los momentos clave y juega con la anticipación del lector, que se deleita en la adivinación, en el uso de la deducción y en la identificación con los personajes. Por otra parte, el paisaje actúa como reflejo de las tensiones humanas y, a la vez, como su posible desencadenante.”

En “Viento del Este”, el primero de los cuentos de la recopilación tenemos un ejemplo muy claro de la utilización del paisaje que habla Pilar Adón, en este caso a través de una isla, endogámica y aislada, un protagonista más de la narración:

“Solo existía la isla. Más allá se extendía lo espectral, lo intangible; la verdad se hallaba en la roca oscurecida, en el tacto de la tierra, en el ruido de las olas que rompían contra los precipicios. Esa era la creencia de los humildes pescadores, quienes durante el día lanzaban sus redes, y durante la noche chismorreaban encaramados a la pared del estuario sin dedicar ni un solo pensamiento a las tierras que había al otro lado del mar.”

En el magnífico cuento homónimo, el segundo de la antología, tenemos el ejemplo más claro del uso de la dilación mezclada con un anticipo de lo que sería su novela más famosa:

“Rebeca – Rebeca, cuando pienso en ti con tu rostro ardiente y pálido, tus enormes ojos fanáticos como los de una santa, la boca delgada que escondía tus dientes, puntiagudos y blancos como el mármol, y la aureola de cabello salvaje, eléctrico, oscuro y descontrolado -, nunca ha existido nadie tan hermoso.”

Estos dos primeros relatos, excepcionales, no ocultan que están más emparentados con la tradición de los cuentos góticos y de terror, solo podemos asombrarnos ante la perversidad del segundo de ellos con un final cargado de tensión y pulsión ante la obsesión fetichista más a allá de lo terrenal de la protagonista.

A partir de ahí a una relajación en lo truculento como en ese “Y ahora a Dios nuestro padre” donde Du Maurier cambia radicalmente de registro para mostrarnos una historia de un hombre santo con ansias de notoriedad cueste lo que cueste, aunque sea trágico para alguna feligresa: “Se perdió en la belleza de su propia voz. Al cabo se detuvo, y terminó con una nota de suprema victoria. El mundo le pertenecía.” 

Eclecticismo, tanto en lo estilístico como en lo temático, es lo que caracteriza el resto de relatos como esa narración epistolar “Y sus cartas se volvieron más frías” donde utiliza las cartas, escritas unidireccionalmente de un amante a la persona de la que se enamora reflejando mediante continuas elipsis que nosotros, como lectores, rellenamos lo que falta del relato; la obsesión pasa de uno a otro extremo y asistimos extasiados a una narración cargada de ironía.

O el espléndido igualmente “La lapa” donde la manipulación del encantador personaje no consigue, a pesar de su inteligencia, los objetivos deseados. O el paradójico “Nada duele mucho tiempo” donde refleja el dolor de una esposa ante la llegada de un marido que no la apreciará como ella necesita. Narraciones que olvidan la base del terror para mostrarnos la cotidianeidad de situaciones reales que, desgraciadamente, no acaban nunca de manera satisfactoria para los personajes.

Poco puedo decir más de esta recopilación proverbial; donde tenemos cuentos que van de lo bueno a lo excepcional y que, desde luego, sobresalen por su perversidad inherente. Una delicia para cualquier amante del género.

Los textos vienen de la traducción del inglés de Marian Womack para esta edición

Virginia Feito, la española que publica buenos thrillers en inglés

 Noelia Ramírez, "Virginia Feito, la escritora española que se rifa Hollywood: “Se ha puesto de moda infantilizar al asesino, yo prefiero que dé asco”", en El País, 3 - I - 2025:

Con su debut ya fichó por un gran estudio de cine. La escritora vuelve con ‘Victorian Psycho’, una novela gótica sobre una homicida en serie que adaptará A24, la productora de moda, y protagonizará Margaret Qualley

Aunque su asesino de cabecera, “desde siempre”, ha sido Jeffrey Dahmer, otro criminal acaba de conquistar a Virginia Feito (Madrid, 36 años): “Desde que vi la segunda temporada de The Jinx, mi nuevo psicópata favorito es Robert Durst. Por momentos sentí pena genuina por él, tan vulnerable y anciano en el juicio, pero luego aparecía gritando por teléfono y pensaba: ‘Casi te compadezco, me la habías vuelto a colar, ¡bravo, Robert!”. No sorprende ver reír a esta escritora de conversación ágil al justificar su flechazo por un asesino múltiple mientras toma un té con leche en el lujoso hotel donde nos ha citado, cerca de su piso de alquiler en la zona de Las Salesas, en Madrid. Con su segunda novela, Victorian Psycho, escrita en inglés con traducción en castellano de Gemma Rovira para Lumen y de Inma Falcó en catalán para La Campana, Feito ha creado a su propia homicida en serie: Winifred Notty, una ocurrente institutriz con voz avispada y despiadada, lista para sembrar el caos y un reguero de vísceras en Ensor House, una mansión tan lúgubre como aspiracional en la Inglaterra victoriana.

La suya es una asesina aventajada a su tiempo, caústica frente a la hipocresía y las desigualdades, como si la voz de Fleabag viajase al pasado sin compasión hacia el resto. “Podría haber construido una psicópata que se tomase todo en serio, pero al final me ha salido una muy anacrónica, tan inteligente como para detectar el absurdo de que ciertas violencias sean un escándalo y otras estén normalizadas. Ella puede tomárselo todo a risa y con la suficiente rabia acumulada como para cargárselo todo”, explica sobre el carácter de su homicida, que provoca carcajadas heladas de espanto. Feito no miente. Victorian Psycho incluye descuartizamientos, denuncias de histerismo, obsesos de la frenología, mordeduras de perro rabioso, pus supurante, mujeres en llamas, vestidos venenosos, dedos colgando de ramas y muertes de niños y bebés. “Temía quedarme corta en lo grotesco, que me fascina. Ahora se ha puesto de moda infantilizar al asesino, hacerlo agradable para que sea más fácil digerirlo. No estoy de acuerdo. Si es un psicópata, señálalo. Dame asco. Dame algo que me corte la digestión”, avanza sobre qué esperar de su antiheroína.

Me intriga saber si mi asesina despierta empatía. Me pregunto si se la defenderá más o dará más pena por ser mujer. Quiero saber hasta qué punto se justifica la venganza feminista

En España sale a la venta el jueves 9 de enero, pero Victorian Psycho ya tiene fecha de rodaje para adaptarse al cine (marzo de 2025), director (Zachary Wigon), productora de moda (A24, la misma de las oscarizadas Todo a la vez en todas partes o Moonlight) y protagonista para interpretarla: Margaret Qualley. Una actriz idónea, entrenada con el gore visto en La sustancia y con otra fábula gótica de empoderamiento femenino como la de Pobres criaturas. Feito, que escribió la novela en el encierro severo de la pandemia, lleva trabajando en el guion desde mayo. La película llegará, en parte, por el tirón de La señora March (Lumen, 2022), su novela debut sobre el terror doméstico y la asfixia de la mujer casada. Aquella narración paranoica la convirtió en un fenómeno editorial por ser “la desconocida madrileña que escribe en inglés” y por fascinar a la crítica estadounidense y a la actriz y productora Elisabeth Moss (El cuento de la criada), que compró los derechos y prepara su adaptación con un gran estudio (el proyecto sigue adelante, está en la segunda revisión de guion). “Cuando salió La señora March me contactó el director [Wigon] porque le había encantado el libro y me propuso hacer algo juntos. Empezamos un proyecto, pero le mandé el manuscrito de Victorian Psycho al finalizar y decidimos que era el momento idóneo para adaptarlo”, cuenta. Como Margaret Qualley había trabajado con Wigon en la película Sanctuary, tanto Feito como el director tenían claro que ella debía protagonizarlo. “Es curioso, pero la secuencia final de la mansión la escribí pensando en ella bailando en el anuncio de Kenzo de Spike Jonze”, aclara. Que la espigada hija de Andie MacDowell sea la protagonista de esta sátira supone una concesión notable. En la novela, Winnifred Notty es corpulenta y los niños a su cargo, dos hermanos malcriados, la tratan de gorda. “La primera frase en la voz del personaje que imaginé era la de ver sus dos pechos bamboleantes sobre el corsé y tenía que ser fuerte para arrastrar cadáveres pero, ¡a ver quién es la guapa que dice que no a Margaret Qualley!”, bromea.

Aunque sea solo por el título, las comparaciones con American Psycho, el clásico de Bret Easton Ellis que Luca Guadagnino traerá de nuevo al cine, no serán gratuitas. “No estoy intentando imitarlo ni soy capaz, pero me intriga saber si una asesina despierta más empatía que Patrick Bateman. Me pregunto si se la defenderá más o dará más pena por ser mujer. Quiero saber hasta qué punto se justifica la venganza feminista”, reflexiona sobre una ficción en la que también pretende testar la idea de crueldad. “¿El mal se hace como una defensa propia siendo víctima o es algo con lo que se nace y siempre llevamos dentro?”, se pregunta esta expublicista que rechazó un puesto de directiva en la agencia de su marido, Lucas Paulino, para el que trabajaba como creativa, y así centrarse en la escritura de La señora March. “Él me dijo que era mejor escritora que publicista y se lo agradezco porque tenía razón. Admiro mucho a la gente que se levanta a las cinco de la mañana para escribir antes de fichar, pero yo era incapaz. Si no lo hubiese dejado, me atormentaría la campaña de turno aunque me pusiera el despertador a esa hora. El trabajo creativo te absorbe hasta en la ducha”, cuenta.

Feito no esconde que podía dejar de ingresar un sueldo para escribir sin miedo al fin de mes. “He tenido una vida idílica y privilegiada, igual me ha faltado trauma y por eso los creo”, reflexiona. La escritora es hija de José Luis Feito, un economista que fue director ejecutivo del Fondo Monetario Internacional en Washington antes de que ella naciera. De ahí viene su nombre, por el estado de Virginia, una etapa que no vivió y que tiene idealizada por los recuerdos y anécdotas de su familia (“No he ido nunca a Washington ni a Maryland, pero me sé de memoria la calle y la fachada en la que vivieron mis padres y mis dos hermanos mayores de tanto mirarla en Google Maps”). Donde sí residió con ellos fue en París, de los ocho a los doce años, mientras estudiaba en un colegio americano porque a su padre lo nombraron embajador de España ante la OCDE. “La gente piensa que me pasaba la vida comiendo bajo la Torre Eiffel, pero no salía mucho de casa y tenía unas rutinas muy marcadas. En realidad, lo que más recuerdo son los libros, las series y las películas que marcaron aquella etapa, como Seinfeld, El club de los poetas muertos y Cuenta conmigo”. Su madre, licenciada en Historia del Arte y con una tesis reciente sobre la moda medieval, siempre es su primera lectora. “Ahora me recuerda lo buena que era la primera, La señora March, totalmente su estilo de novela porque le apasiona el misterio. Con Victorian Psycho ha sido un poco dramático. No le gustó nada el primer borrador y cree que estoy inmolando mi carrera. Como ves, en mi vida, me rodeo de gente muy sincera”, bromea.

Fue su padre, un acérrimo seguidor de la cultura británica y de Winston Churchill, quien le contagió su devoción por Charles Dickens. El inicio de Victorian Psycho contiene un guiño a Casa desolada, pero mientras lo escribía descubrió las cartas del escritor en las que quiso encerrar a su mujer, totalmente cuerda, en un psiquiátrico. “Me dio tanta rabia, ¡pero si Dickens era como mi abuelo!”. Con quien no se ha rebelado todavía es contra El jardín secreto, el clásico infantil inglés de Karen Blixen sobre una niña solitaria en una mansión que escuchó en audiolibro tantas veces como pudo hasta que su familia volvió a Madrid. El instituto británico en el que estudió de vuelta propició su obsesión por las hermanas Brontë (“Jane Eyre, que nos entró en temario, me explotó la cabeza”) y multiplicó su fascinación por las mansiones lujosas y decadentes “en las que mujeres están solas, aburridas, volviéndose un poco locas”. Tanto le hipnotizan que hasta en otoño de 2022 se casó en una a la española, el renacentista castillo de Batres en Madrid, enlace que recogió la edición española de Vogue. Lo propuso ella paseando en el Retiro tras ver la exposición de flores gigantes del Palacio de Cristal de Petrit Halilaj, sacando un altavoz. En lugar de anillo, ofreció un reloj. “Yo soy muy exigente, de las que dice: ‘¿No me lo irás a pedir en mi cumpleaños, que eso es una horterada?”, así que los dos sabíamos que yo tomaría la iniciativa”, aclara. Su Ensor House, la mansión de su novela, no tiene vibración nupcial alguna, pero sí está inspirada en “lo oscuro, decadente y claustrofóbico” de Haddon Hall, donde se rodó la versión de Jane Eyre de Cary Fukunaga y Norton Conyers, “en la que se inspiró Charlotte Brontë para la mansión Rochester y donde hubo una mujer encerrada en un ático escondida”.

Feito cree que esta nueva ola de horror gótico en cine y literatura se debe a que el género se presta a explorar la subyugación femenina y la violencia, pero si resuena tan bien ahora es por los estragos psicológicos de la pandemia. “Tuve suerte, a mí me vino muy bien, porque me encanta estar encerrada en mi casa y tiendo a quedarme atrapada en bucles, que es mi estado natural”, dice. Fue en su anterior piso y en aquella etapa donde escribió Victorian Psycho, mientras leía Mexican Gothic, de Silvia Moreno García (“Hay algo muy lánguido y adictivo en estas narraciones”) y a Ottesa Moshfegh, que inspiró “la parte de asquerosidad humana, que me fascina”. El texto fluyó mientras oía toser a través de las paredes a su vecino de arriba, enfermo de un covid del que salió sin complicación en marzo de 2020. “Todo era tremendamente gótico. Había una melancolía extraña en el ambiente, como una costra. Fue un momento tan surrealista como romántico”, apunta esta aquejada de trastorno obsesivo-compulsivo. En su texto aparecen alguna de sus compulsiones, como un inspirado párrafo de rechazo a la menstruación. “Casi todo me da asco, incluso ciertas cremas o jabones, pero me pasa especialmente con la regla. ¿Por qué no estáis todas llorando y tirando de vuestros cabellos cada vez que os sangra la vagina? Esto es un trauma mensual eterno”, lamenta. Dice que se independizó de la religión cuando dejó de ir a misa por obligación y se fue a Londres a estudiar Interpretación y Literatura. “No soy creyente, pero íbamos cada fin de semana desde niña. Nunca escuché una palabra del sermón, siempre pensaba lo mismo: ‘¿Si hay un incendio, cómo escaparía de aquí? ¿Por dónde treparía para huir?’”. En Victorian Psycho aparece un reverendo, un abusador que no sale bien parado. “Lo introducí más por cuestión de poder personal que de crítica a la fe o a una iglesia”, advierte, aunque asegura que “a mis tíos del Opus no les regalaría mi libro ni de broma”.

Antes de despedirse para marcharse de vacaciones de Navidad a Egipto con su marido, Feito asegura que quiere disfrutar de la promoción sin pensar en nuevas ideas, aunque tenga varias en la cabeza. Su plan inmediato son los guiones adaptados y urdir su cameo en el rodaje de Victorian Psycho. “Está complicado, las pelucas son carísimas y se ven mal en pantalla, mira la pobre Nicole Kidman, que todas le quedan fatal. Como Margaret Qualley probablemente esté pelirroja, dicen que no podrán verse dos con ese color de pelo. Yo lo estoy insinuando tan fuerte que va a acabar pasando, y lo peor será que me cargaré el plano porque tiendo a sobreactuar. Pero que vayan preparando algo que ponerme en la cabeza, porque yo, en esa película, tengo que tener mi gran momento”.

Victorian Psycho

Virginia Feito

Traducción de Gemma Rovira Ortega

Lumen, 2025. 216 páginas. 19,90 euros

A la venta el 9 de enero

martes, 31 de diciembre de 2024

Javier Marías, editor

 Esta absurda aventura, por Javier Marías, en El País, 23 de agosto de 2008:

Los sinsabores de la edición aumentan cuando los medios de comunicación se muestran ajenos. Y más si son editoriales pequeñas como Reino de Redonda, con un catálogo exquisito de poca repercusión.

Así como cae dentro de lo muy previsible que un editor acabe desesperándose al ver durante años cómo sus autores se llevan la mayor porción de gloria y de fama -que no de dinero-, y se lance a escribir, preferentemente memorias ensimismadas o viñetas de los escritores que lo hicieron rico, es mucho más raro que un novelista se meta a editor, y supongo que es por eso por lo que se me pide que hable aquí un poco de Reino de Redonda, seguramente la editorial más pequeña y pausada del Reino de España, ya que publica tan solo dos títulos al año, o a lo sumo tres. Además, no tiene sede más que nominal, ni plantilla, ni equipo, ni colaboradores externos, ni encargado de prensa ni nada por el estilo. La formamos dos personas, una en Madrid, que soy yo, y otra en Barcelona, Carme López Mercader, que es la encargada de las ediciones, es decir, de que los libros existan. La distribuidora Ítaca me hace el favor de colocar algunos ejemplares en las librerías, y mi agente literaria Mercedes Casanovas me echa una generosa mano en la contratación de derechos (cuando los hay). Y sin duda ha de ser la única editorial que no hace cuentas: sé que es deficitaria, porque sus volúmenes están cuidados, llevan muy buen papel y encuadernación, y a los ocasionales traductores les pago el máximo y, si lo desean, la mitad por adelantado, pues no en balde fui yo traductor en su día y habría deseado ese trato para mí. Aun así ponemos a los libros precios razonables, y aun así no se venden mucho. La única forma de no deprimirse en exceso y arrojar la toalla consiste en ignorar a cuánto ascienden las pérdidas anuales y generales (siempre he odiado saber cuánto gano y cuánto gasto). Me basta con comprobar que el Reino no se arruina por ello y sigo adelante, hasta que me canse, me aburra, o la excesiva indiferencia de los suplementos literarios me obligue a echar el cierre: si ni siquiera los lectores se enteran de la aparición de un título, qué sentido tiene.

Da lo mismo que uno lance a las librerías rescates fundamentales de autores fundamentales o textos desconocidos

Hasta la fecha Reino de Redonda ha publicado dieciséis. El Cultural de El Mundo, por ejemplo, no se ha dignado -cuesta creer que no haya deliberación- sacar reseña de ninguno de ellos, a lo largo de ocho años. El único suplemento que les suele hacer caso es Babelia, tal vez por la proximidad de mi firma, domingo tras domingo, en El País Semanal (sea como sea, gracias mil). Los demás acostumbran a ser rácanos. Habituado a no incurrir en el mal gusto de solicitar críticas y atención para las obras que publico como autor, me cuesta hacerlo para las que saco como editor, y empiezo a pensar que si uno no da la lata, llama, promociona, ruega, amenaza e insiste, mal lo tiene para que su catálogo suscite interés en los medios especializados. Da lo mismo que uno lance a las librerías rescates fundamentales de autores fundamentales (Isak Dinesen, Conrad, Hardy, Yeats, Sir Thomas Browne, el Capitán Alonso de Contreras o el gran Sir Steven Runciman) o que suelte textos interesantísimos desconocidos en español (Viaje de Londres a Génova de Baretti, los cuentos de Vernon Lee o los recuerdos del fusilero Harris que combatió en la Guerra de la Independencia). Si uno no hace relaciones públicas ni pide favores, será difícil que alguien, en las redacciones, se moleste ni en echarles un vistazo.

Por todo ello, y por la parsimonia del proyecto, en realidad no me atrevo a llamarme "editor". Me limito a recuperar maravillosos libros olvidados y a ofrecer algunos nuevos que en mi opinión deberían ser conocidos en mi lengua o en mi país -es el caso de los artículos de Jorge Ibargüengoitia, el extraordinario autor mexicano muerto en Barajas hace ya muchos años, que aparecerán con prólogo y selección de Juan Villoro-. Todos los volúmenes, eso sí, llevan su prólogo o presentación: algunos míos -qué remedio-, otros de gente afectuosa como Mendoza, Savater, Pérez-Reverte, Antony Beevor, Rodríguez Rivero o el Profesor Rico -bueno, éste aún me lo ha de escribir-. Todos ellos forman parte del jurado del Premio Reino de Redonda, que concede cada año a un escritor o cineasta extranjeros la editorial, añadiéndose déficit, para variar. Pese a que son también miembros del jurado George Steiner, Almodóvar, Coetzee, Rohmer, Alice Munro, William Boyd, Ashbery, a veces Coppola, Villena, Magris, Sir John Elliott, Lobo Antunes o Gimferrer, la cosmopolita prensa española apenas si se hace eco de él, mientras llena páginas con cualquier merienda de negros de cualquier editorial poderosa o institución oficial.

¿Y las ventas? A diferencia de los editores de verdad, no tengo reparo en hablar de ellas. Nuestro best seller es La caída de Constantinopla 1453, que ha vendido cerca de cinco mil ejemplares, seguido a distancia por El espejo del mar de Conrad, Ehrengard de Dinesen y Vida de este capitán de Contreras, que van por la mitad. Los menos vendidos no llegan ni a mil ejemplares, y son, inexplicablemente, el mencionado Viaje de Londres a Génova, un divertido e inteligentísimo paseo por la España de Carlos III, La nube púrpura de M P Shiel -primer Rey de Redonda-, la novela que inauguró el subgénero "último hombre sobre la Tierra" que luego han copiado tantos, incluido el hoy famoso Richard Matheson de Soy leyenda, y los magníficos cuentos de El brazo marchito, de Hardy, que fueron mi primera traducción, allá por 1974. Tampoco los de Vernon Lee han alcanzado los mil lectores, quizá por ser tan extraña mujer como fue.

Solo dos libros al año, a lo sumo tres, como he dicho. Y sin embargo cada uno lleva tanto trabajo -sobre todo a la encargada de la edición- que ahora admiro a los editores mucho más que antes de iniciar esta absurda aventura, que desde luego trae más sinsabores que ser autor. ¿Cómo es posible que algunos saquen ochenta o cien títulos anuales, si aspiran a hacerlo bien? Claro está que la mayoría cuentan con equipos nutridos, plantilla fija y numerosos colaboradores externos a los que suelen explotar a fondo. Pero aun así. Quizá es que demasiados -por lo que leo últimamente publicado en nuestro país- han renunciado a hacerlo bien: textos lunáticos o pésimamente escritos que nadie parece haber corregido, traducciones desastrosas o demenciales hechas por gente que no sabe la lengua de la que traduce ni la suya propia, erratas sin fin... "Productos podridos", los llamé una vez, ante los que sin embargo nadie protesta en esta época de defensa de los consumidores. Ni siquiera los críticos, que pocas veces ya distinguen cuándo un libro está agriado. Lo que sale de Reino de Redonda es muy lento y modesto, pero al menos se puede tener la certeza de que está en buenas condiciones. Supongo que el verdadero destino de estas publicaciones es convertirse, de aquí a unos años, en objeto de coleccionistas, los cuales acaso busquen desesperadamente el título que les falte para completar su colección. "Doy lo que sea por Browne", dirán. "O por Bruma de Crompton, o por La mujer de Huguenin". A eso quizá se le llama trabajar para la posteridad. Les aseguro que en modo alguno era esa mi intención.

Quiero y no puedo. Una historia de los pijos de en España, por Raquel Peláez

 Jordi Gracia, resñea de ‘Quiero y no puedo. Una historia de los pijos en España’: cayetanos, fachalecos y otras especies, en El País, 18 de septiembre de 2018.

La periodista Raquel Peláez traza una documentada genealogía de los pijos españoles a través de testimonios directos e indirectos hasta llegar a su vertiente actual, ultranacionalista y ultramadrileña.

¿Nacen o se hacen? ¿Se lo curran o les viene dado? ¿Les cae encima la etiqueta propinada por otros o llega como llovida del cielo? El pijerío clásico y moderno es un segmento social inequívoco, identificable, instantáneamente distinguible, pero imposible de definir con herramientas racionales porque en sus mismas designaciones —cayetanos, polloperas, fachalecos o los pijos de toda la vida— late una connotación emocional y subjetiva que rehúye el patrón fijo, como el metro de medir, la hora global o la temperatura a la que hierve el agua. Ellos hierven el agua con sus tiempos, miden la hora a su aire y las distancias no son como las de los demás, porque no van en metro, ni en bus, ni en autocar, e incluso está pésimamente mal visto desplazarse en transporte público. A lo máximo que llegan es a hacerlo en bicicleta, pero no bicicleta multiusos de tarjeta, sino las Brompton, que, oye, apenas ocupan espacio en casa cuando las pliegas si la casa tiene más de uno o dos centenares de metros.

Café y abrigos de visón para todos: cómo el socialismo de los ochenta intentó reapropiarse de los códigos de las clases altas

Quizá no sean tantos los que Raquel Peláez, subdirectora de la revista de EL PAÍS Moda, identifica con mordida demagógica “estamentos de las clases disfrutonas”, aunque existan, y la nariz tiende a sospechar que los más vistosos y visibles —no sé, desde los barrios de redes de Tamara Falcó a los de María Pombo— son grotescas caricaturas de lo que de verdad interesa a la autora, y de paso al potencial lector: cómo se urden las relaciones de clase, las afinidades de apellidos, las complicidades mosqueteras y las rutinas ociosas para que resulte inequívoca la existencia de ese segmento social aunque sea imposible definirlos de forma compacta, pero sí diacrónica y algo impresionista, volátil y literaria, que es el mejor recurso de la autora.

El impulso aspiracional, ese afán de alcanzar el paso siguiente en una imaginaria escala social, que tanto gusta a la autora de Quiero y no puedo. Una historia de los pijos en España como argumento, quizá no es propiamente el de los pijos —porque están ya aspirados—, pero sí del segmento que busca la integración en un espacio social que le fascina y nutre de sentido a la propia vida, sin tener que llegar a los extremos del Patrick Bateman de American Psycho. En resumen: dinero contante y sonante o embargado en patrimonio ingente, pero dinero, dinero, dinero, aunque casi siempre cada uno de ellos reaccione perplejo como persona “completamente inconsciente de su posición en la cima del mundo”, dice la periodista.

En este laberinto inescrutable se ha metido Raquel Peláez con gracia de estilo, confesiones directas e indirectas, inquina moderada por la empatía profesional y la buena documentación escrita y oral. No sé si es un encargo de Blackie Books, pero si no lo es, y el libro le sale de natural, ha sido una jabata para enfrentarse a semejante nido de caricaturas, deformaciones y daguerrotipos ancestrales. Pero tira con bala cuando señala el efecto socialmente corrosivo del “capitalismo patrimonial” y la noción sagrada de herencia como “instrumento de transmisión legítimo que no debe ser regulado”… para poder perpetuar y multiplicar felizmente el galope de la desigualdad de la que viven.

Los rejonazos van a diestro y siniestro, de Marta Ortega a Taburete como prototípico ejemplo del programático ‘antiwoke

Le sale mejor todo a medida que el libro se acerca al presente, y entonces crece la perspicacia y la finura, como si la periodista que anduvo 10 años en la redacción de Vanity Fair (“yo, en el fondo, era una pija que iba a un colegio concertado de curas”, aunque es nieta de un sublevado en la Asturias de 1934 y vive en régimen de alquiler, como recuerda al menos dos veces) se nutriese de la persona, y las dos (la periodista y la persona) enriqueciesen a la escritora para sacar lo mejor de su propia experiencia. Los ha visto y los ha visitado, viejos y jóvenes, cultos algunos y otros solo ricos, sin venir ella del arrabal y sin pertenecer tampoco a una familia del papel cuché o del papel moneda. La suntuosidad intuitiva de las descripciones de escenarios e indumentarias, de entornos domésticos y gestos verbales (con el modisto Givenchy o una Romanones o la filosocialista Elena Benarroch) se despliega con una gracia en la que el lector sabe ya que está en casa: en la mullida gasa del pijerío de verdad, vegetativamente conservador, despectivo por vía intravenosa hacia otras tribus (el resto del planeta), celoso de una imagen intachable según sus patrones y orgullosamente encastillado en el sentimiento de clase.

Este último es el ingrediente que más subraya Peláez en relación con los últimos tiempos y la crecida ola de pijerío ultraespañol por ultramadrileño que se siente en su hábitat mordiendo al perrosanchismo y otras formas de wokismo. La nostalgia que detecta de la Restauración por parte de los cayetanos es inducida, desde luego, pero encaja en el “pijo españolista, bon vivant” que ama la Feria y los toros, añora la casposísima y antigua elegancia y se retrotrae según ella a Alfonso XIII y su huida al exilio como “piedra de toque del pijo canónico”.

Diría que la inmensa mayoría de los potenciales lectores no van a ser ni cayetanos, ni fachalecos ni polloperas, así que casi ninguno sentirá reflejada su propia experiencia ni la de su entorno en los testimonios disfrazados que incluye al final del libro. Son gente real, pero con los nombres y los datos de identificación borrados para evitar a la jauría de las redes, y hace bien, pero es una pena. Sería formidable tener la lista de nombres, abolengos, profesiones y parentescos, y hubiese sido la bomba contar con algo más de detalle la subespecie guay del pijerío que es el pijoprogre reticente o autonegado (como yo), o izquierda caviar, es decir, “la bestia negra a la que la ultraderecha tilda de pija en cuanto puede”, y tantas veces con razón.

Los rejonazos van a menudo a diestro y siniestro, de Marta Ortega a Taburete como prototípico ejemplo del cayetano como programático antiwoke que inventó Carolina Durante y su cantante, Diego Ibáñez, en 2018 (como en los ochenta fueron los Hombres G los propaladores oficiales de la nomenclatura pijo). Desde Vanity Fair vivió Peláez la conversión de los hipsters en cayetanos, y a lomos de Instagram normalizaron “el exhibicionismo del privilegio” (o la desprejuiciada afirmación de su propia opulencia) y lo convirtieron en negocio de influencers de un nuevo star system con vocación integradora de varias estéticas hechas un muñón barroco de sincretismo neoespañolista convertido en horizonte aspiracional de quienes quieren y no pueden: “El neoliberalismo les había legitimado para estar enormemente orgullosos de su posición, el capitalismo patrimonial para querer perpetuarla y las industrias que sustentaban las redes sociales para exhibirla”. Negocio redondo: la apoteosis de la pijez.

Quiero y no puedo. Una historia de los pijos en España 

Raquel Peláez  

Blackie Books, 2024

336 páginas, 21,90 euros

sábado, 14 de diciembre de 2024

Reseñas del mejor libro por otros

 Lo mejor del año. Los títulos que este año han impactado a Leonor Watling, Iñaki Gabilondo, Henar Álvarez y otros protagonistas del año

Cineastas, artistas, músicos y algún cocinero lector desvelan los poemas, las novelas y los ensayos que les han fascinado

BABELIA WEB 14/12/24 LIBROS FAMOSOS 202

Iñaki Gabilondo

El periodista, aunque retirado de la actividad laboral, sigue con una tremenda actividad en forma de charlas, entrevistas o eventos. Como el reciente centenario de la Cadena SER

La península de las casas vacías

David Uclés

Siruela

Todo es extraordinario en este libro y en su autor. Ambos parecen haber llegado de un mundo irreal, pero nos conectan con la más dura de las realidades. Que un joven de 35 años —músico, políglota, de familia rural sin roce alguno con los libros— dedique 15 años a documentar la muerte de cuarenta de sus familiares en la Guerra Civil ya es pasmoso. Pero que con el material rigurosamente investigado no escriba una tesis o un ensayo, sino una novela de gran factura, asombra más aún. Máxime cuando el trabajo literario se sirve envuelto en una inesperada y delicadísima orfebrería de realismo mágico. Es sorprendente y emocionante, extraordinariamente bien escrito. Una sorpresa que intuyo va a terminar siendo reconocida como obra grande. Y un autor cuyo nombre conviene retener.

Leonor Watling

La actriz, uno de los grandes nombres del cine español, espera el estreno en febrero de la miniserie 'La vida breve' (Movistar Plus+), centrada en la figura de Luis I, el rey más fugaz de España.

De la vida mía

Miquel Barceló

Traducción al castellano de Nicole d’Amonville Alegría

Traducción al catalán de Emili Manzano

Galaxia Gutenberg

Pasear por este libro es casi como caminar con alguien extraordinario a quien admiras compartiendo una charla. A veces profunda, a veces absurda y a cada tanto interrumpida por observaciones del paisaje y juegos con las formas de las montañas. Una especie de autobiografía desordenada y llena de dibujos. Disfruto muchísimo de saber cómo miran el mundo maestros como Barceló. Y cuando levantas la vista de sus páginas, al menos un ratito, ves lo que te rodea de otra manera.

Carlos Franganillo

El periodista asturiano, director de los informativos de Telecinco, acaba de recibir el premio Cerecedo por su contribución al periodismo de calidad

Los mitos de la inmigración

Hein de Haas

Traducción de Juanjo Estrella González

Península

Desmonta muchos de los mitos a los que contribuimos, incluso, desde los medios de comunicación. Desmonta la imagen de la inmigración como un apocalipsis que nadie puede detener y también la idea de que va a solucionar todos los males del futuro y que va a ajustar la economía y salvar el futuro de países como España. También introduce claves interesantes de los perfiles de la gente que toma la decisión de jugarse la vida para venir a Europa. Es un buen manual para periodistas a la hora de enfrentarse a un fenómeno con tantos matices.

Antonio García

El cantante lidera la banda Arde Bogotá que ha vivido un año lleno de éxito y culmina su gira por estas fechas con conciertos en Madrid y Barcelona

Este es el núcleo

Leonardo Cano

Galaxia Gutenberg

Esta novela de ciencia ficción parte de la premisa de que, en un futuro no muy lejano, uno puede trasladar su mente al metaverso a través de un proceso en el cual un algoritmo es capaz de recrear la forma en la que piensas utilizando tus recuerdos y lo vivido. Cuenta la historia del primer hombre que puede someterse al procedimiento. Me ha gustado, primero, por la estructura: se centra casi exclusivamente en el protagonista y permite de verdad bucear en la mente del personaje, conocer sus miserias, virtudes, fracasos, “éxitos”. Y también me ha gustado por la cantidad de conflictos que plantea respecto a desarrollos tecnológicos no tan lejanos. Deja un montón de preguntas en el lector y, en realidad, eso es lo interesante de un libro.

Henar Álvarez

Periodista, cómica y escritora, acaba de estrenar el ‘late night’ ‘Al cielo con ella’ en la plataforma RTVE Play

El cielo de la selva

Elaine Vilar Madruga

Lava

Te permite entender la maternidad en todas sus versiones: quienes tienen hijos y no quieren, quienes tienen que entregarlos, quienes solo viven para protegerlos. Puedes sentir el calor de la lengua de la selva devorando a las crías. Me gustan las lecturas incómodas que a través de la ficción me remueven por dentro.

Juan Diego Botto

El actor y director, siempre comprometido con lo social, ha estrenado '14.4', una obra sobre la migración concebida con Sergio Peris-Mencheta

La fragilidad de los cuerpos

Anita Bodwin

Ediciones B

Anita Botwin nos introduce en el mundo de la esclerosis múltiple. Es una novela emocionante y honesta que con un lenguaje directo y despojado nos habla de la fragilidad del ser humano y de su inevitable corporeidad. Un bello antídoto contra la hostilidad de los tiempos.

Isaki Lacuesta

El cineasta ha logrado notoriedad con una de las películas del año: 'Segundo premio', basada (y no basada al mismo tiempo) en la banda Los Planetas

Domingo flamenco

Olivier Schrauwen

Traducción de Joana Carro y César Sánchez

Ciento tres años después del paseo de Stephen Dedalus por Dublín, el protagonista de Schrauwen ni siquiera necesita salir de casa en todo el domingo para revelarnos, como una evidencia, que el cómic es la decantación más natural para expresar las aventuras y superposiciones de un torrente de conciencia.

Laia Abril

La fotógrafa, galardonada en 2023 con el Premio Nacional de su disciplina, lleva casi un decenio embarcada en una investigación sobre la misoginia

Hun

Julia Mejnertsen

Edición en inglés

Dalpine

Este fotolibro, a cargo de una excelente editorial madrileña especializada en arte y fotografía, es un estudio profundamente personal y valiente de la fotógrafa danesa Julia Mejnertsen, que confronta las prácticas de caza de elefantes de su madre en África mientras reflexiona sobre su lugar dentro de esta historia tan íntima como incómoda. A través de sus imágenes, cuestiona temas como la raza, la identidad y las dinámicas de poder, explorando al mismo tiempo las complejidades y contradicciones de las relaciones familiares.

Diego Guerrero

El chef del restaurante DSTAgE, con dos estrellas Michelin en Madrid, es flamante Embajador para el Turismo Gastronómico de Naciones Unidas

Biografía del silencio

Pablo d’Ors

Galaxia Gutenberg

Me parece un libro con un estilo claro y reflexivo que invita a descubrir el poder del silencio a través de la meditación. Breve pero con un mensaje profundamente humano.

María Larrea

Escritora, guionista y directora de cine, narra en su novela 'Los de Bilbao nacen donde les da la gana' (Alianza Editorial) su adopción ilegal en la España de 1979

Los dos Beune

Pierre Michon

Traducción de María Teresa Gallego Urrutia

Anagrama

A los seguidores de Manuel Vilas les gustará este díptico formado por dos escritos. El primero, firmado en 1996, narra la obsesión amorosa de un profesor por la estanquera del pueblo en una región de cuevas prehistóricas. El segundo, de 2023, es una historia de deseo, creación y sexo, de todo lo que hace vibrar la existencia de los hombres desde el origen de los tiempos. Una oración lírica sobre la carne como esencia de lo humano, llena de metáforas telúricas y eróticas de una densidad rara en tan escasas páginas.

Pepe Viyuela

El cómico y actor ha estado este año girando con la obra 'Encerrona', donde recupera su faceta de 'clown'.

La península de las casas vacías

David Uclés

Siruela

Portada de 'La península de las casas vacías', de David Uclés. EDITORIAL SIRUELA

Se trata de un recorrido por la Guerra Civil española cargado de poesía, de magia, de rigor y de talento. Es una novela sorprendente, extraña e inolvidable. Aporta una forma nueva de tratar uno de los episodios más trágicos de nuestra historia.

Paula Ortiz

La guionista y directora de cine ha destacado este año por 'La virgen roja', donde narra la historia de la brillante joven Hildegart Rodríguez.

En mitad de tanto fuego

Alberto Conejero

Dos Bigotes

Esta es una fabulación del mejor amigo, de la posibilidad el amor, entre tantas guerras. Un viaje en la poética de los cuerpos y las sangres, y la pasión, en medio de la violencia. Y una frase de Aquiles :”¿Quieres morder mi talón?”.

Andreu Buenafuente

El humorista, presentador y productor, fundador de El Terrat, improvisa semanalmente con Berto Romero en el programa 'Nadie sabe nada, de la Cadena SER.

El acto de crear: una manera de ser

Rick Rubin

Traducción de Victoria Simó Perales

Diana Editorial

La explicación más sensible y provechosa sobre el apasionante mundo de la creatividad.

Alauda Ruiz de Azúa

La directora ha impactado con la serie ‘Querer’ (Movistar Plus+), que explora con profundidad y mucha tensión las violaciones dentro de la pareja.

La mala costumbre

Alana S. Portero

Seix Barral

Es actual y es atemporal. Es personal y es universal. Una joya llena de delicadeza y humanidad.

Marc Giró

El deslenguado y elegante 'showman' conduce el espacio de humor y entrevistas 'Late Xou con Marc Giró' en La 2 de RTVE.

Miedo y ropa en América

Cintra Wilson

Traducción de Carlos Aguilera

Superflua

Trabajé 20 años en la revista Marie Claire. En España es muy difícil hablar de moda desde las revistas de moda. Las tenazas de la publicidad hacen que sea un campo minado para la crítica y la elucubración, para hablar de lujo y de elegancia. Por eso me resultan tan satisfactorios los libros que publica Superflua: autobiografías de gente que ha trabajado en la moda y textos de periodistas internacionales que escriben de moda con ironía, humor y muchísimo conocimiento. Cintra Wilson me encanta y Miedo y ropa en América es despiporrante. Si te interesa la moda, te chiflará. Y si no, a pesar de que nos atañe a todos porque está en todas partes, también te gustará: es un retrato buenísimo de la sociedad norteamericana y de la nuestra. Lección de buen periodismo sobre una sociedad de marcianos geniales.

Selección de los cincuenta mejores libros de 2024 por parte de El País / Babelia

 La selección de 50 libros del año en El País / Babelia, reseñados los primeros veinte, y consignados el resto: Babelia, 14 dic 2024

RESUMEN ANUAL / LIBROS

Los 50 mejores libros de 2024

El complejo retrato que Leila Guerriero pinta de una mujer superviviente de la violación y la tortura durante la dictadura militar argentina arrasa entre un jurado formado por más de cien expertos. La lista de este año, más innovadora de lo habitual, apuesta por novelas caracterizadas por el riesgo artístico

La lista deseada se parece bastante a la que ha salido de las votaciones del jurado que este año han integrado 107 expertos. Aparecen clásicos contemporáneos —como Paul Auster, Lídia Jorge, Mircea Cărtărescu o Ignacio Martínez de Pisón—, pero destaca la incorporación de voces apenas escuchadas hasta ahora como son las de David Uclés, Sara Barquinero o Nicolás Sesma.

Combo libros 2024, BABELIA 14/12/24

El jurado literario de ‘Babelia’ en 2024

Aunque la lista tiene algo de inesperado, porque no aparecen libros premiados ni tampoco lanzamientos megapromocionados, no ha sido una sorpresa que La llamada fuese elegido el mejor libro del año. Desde el primer día que pudo leerse, Leila Guerriero ha fascinado con la máquina de precisión literaria que es su retrato de Silvia Labayru. El nombre de la periodista argentina abre una lista en la que el peso de las escritoras latinoamericanas —Enriquez, Ojeda, Gainza— debe ser justamente subrayado.

1) La llamada

Leila Guerriero

Anagrama

Durante la dictadura argentina la Escuela de Mecánica de la Armada —la ESMA en Buenos Aires— fue el principal centro de detención clandestino del país. Entre 1976 y 1983 allí fueron torturadas, secuestradas y asesinadas unas 5.000 personas. Sobrevivieron menos de doscientas. Una de ellas fue Silvia Labayru, hija de una familia de militares. En 2021 Leila Guerriero (1967) vio la fotografía de esa mujer en un reportaje publicado con motivo del primer juicio por crímenes de violencia sexual cometidos en ese infierno. Habían pasado décadas sin que ella hablase con periodistas. Después Guerriero habló con ella, con respeto y obsesión, días y días y días, con ella y con decenas de personas, en calma y ante el vértigo. Porque la supervivencia, moralmente, es más compleja que la muerte: lleva la humanidad al límite.

¿Qué sucedió allí? ¿Cómo logró sobrevivir? “Bajo amenaza de muerte, consentir es resistir”, puede leerse en un texto que Labayru le hizo llegar al empezar su diálogo. Cuando a finales de 1976 la detuvieron, tenía 20 años, embarazada de cinco meses, y pertenecía al revolucionario Ejército Montonero. Estaba integrada en el Servicio de Inteligencia cuyo máximo responsable en la capital era el escritor Rodolfo Walsh, autor de Operación Masacre, el hito fundacional del periodismo narrativo latinoamericano. Al leer La llamada conmociona que esta nueva obra maestra acabe por cuadrar el círculo de la mejor no ficción literaria en lengua española.

Leila Guerriero ha llevado el periodismo a una nueva frontera, sobre todo por la construcción de un riquísimo discurso formal donde fluyen las voces que matizan testimoniando y en el que la tensión entre lo ocurrido entonces y lo relatado ahora se convierte en una lección memorable sobre la vida adulta que se salva por la lucidez y contra el autoengaño. No hay juicio. Hay hechos, versiones sobre hechos y la moral, es decir, experiencia meditada sobre el dilema fatal y ambiguo entre muerte y supervivencia en un presente puro y oscuro. Hay alta literatura. Sé que la lectura de La llamada, tan adicitiva, me acompañará para siempre. Por Jordi Amat

2) La península de las casas vacías

David Uclés

Siruela

David Uclés ha cruzado un océano de 14 años hasta dar por finalizada su tercera novela. La vocación inicial fue narrar la historia de su propia estirpe, arraigada en Jándula (trasunto del pueblo de Quesada). Sin embargo, acabó contando la de todo un país durante la Guerra Civil española, el terrible hito que truncó el futuro de lo que él gusta en llamar Iberia. Su imaginación desborda los marcos mentales en los cuales se suelen constreñir las narrativas contemporáneas, porque su mirada es imprevisible. No elude mencionar ningún episodio real bajo el tamiz de lo taumatúrgico. No rehúye siquiera vengarse con diálogos inventados de figuras que le resultan deleznables. Es la suya una escritura prodigiosa y atrevida. Incluso el narrador, que es el propio autor, interviene en los acontecimientos para dialogar con sus personajes, siempre concebidos a medio camino entre lo real y lo imposible, como por ejemplo Odisto, el hombre en torno al cual gira la historia, en homenaje a su tatarabuelo.

Todo el libro es un ejercicio apabullante de eso que hemos convenido en llamar realismo mágico y que, como decía Elena Garro, una de sus máximas exponentes, no es más —ni menos— que “la plasmación de la cosmogonía de los pueblos originarios”, de los habitantes de lugares como Jándula/Quesada, quienes, a principios del siglo XX, aún pasaban la vida ajenos a la contaminación de lo urbano, a la coerción de lo convencional y a la preponderancia de lo homogéneo. Basta con advertirles que la novela empieza con el parto de un niño muerto y el rito del luto tiñéndolo todo, incluso los árboles. No se me ocurre una imagen más profética con la que empezar a contar esa guerra que la de un árbol negro. Por Esther López Barceló.

3) Theodoros

Mircea Cărtărescu

Traducción de Marian Ochoa de Eribe

Impedimenta

Babelia 14/12/24 Libros 2024

Con Theodoros, Mircea Cărtărescu prueba que toda futurología estética es pólvora del Rey: si Italo Calvino pronosticó que la literatura del siglo XXI sería ligera y breve, rápida y visible, la del rumano es barroca, caudalosa, lenta y rebosante de oscuridades. Con el mismo estilo de lirismo estupefaciente de su trilogía Cegador y una imaginación desbocada, la novela narra la epopeya de una ambición insaciable: la de un muchacho en la corte de Valaquia, dispuesto a remedar a su idolatrado Alejandro Magno a cualquier precio. Las vicisitudes de su ascenso lo llevan de su condición de sirviente en Rumanía a la de pirata en el mar Egeo y de ahí a la Etiopía cuya monarquía pretende. Mediante un injerto de un realismo mágico opulento en el molde de la novela histórica y de aventuras de raíz decimonónica, el escritor rumano desata en Theodoros una escritura torrencialmente barroca, sembrada de digresiones, desaforada, con la que reivindicaba la jurisdicción de la novela sin límites. Por Domingo Ródenas de Moya.

4) Ropa de casa

Ignacio Martínez de Pisón

Seix Barral

Pertenece a la especie de lo indescifrable el hecho de que Ignacio Martínez de Pisón no haya desarrollado la menor propensión a la vanidad ensoberbecida ni sepa qué es la envidia literaria (ni la otra), pese a figurar desde hace 40 años en la nómina fiable de la mejor literatura de la democracia. Sus libros se leyeron primero en Anagrama y después en Seix Barral, pero esta obra tan humildemente titulada Ropa de casa habla de la primera etapa, de cuando Herralde decidió publicar a un muchacho jovencísimo con un fajo de folios bajo el brazo, de cuando el joven decidió vivir en Barcelona, de cuando era imposible no ver bebido a Carlos Barral y de cuando empezó una amistad inquebrantable con Enrique Vila-Matas mientras trasegaba con un “izquierdismo algo desmayado”.

Sin aspavientos ni retóricas autocompasivas, Martínez de Pisón enhebra los pasos de una autobiografía literaria con multitud de evocaciones familiares y personales que trasladan de forma muy fiel un modo de vivir el oficio de la escritura y la publicación de libros literarios. El magisterio paternalista que ejerció con él en privado Javier Marías (“Si te sirve de algo, yo creo que tienes mucho talento y que en principio no tiene por qué estropearse si no te dejas amilanar”), está entre las mejores cosas de este libro, con algunas transcripciones de cartas un punto señoriales de Marías y la confidencia de Pisón de haber padecido injustamente la “automática expulsión de su mundo”. La franqueza sin ínfulas reveladoras y la naturalidad del relato de su apacible prosperidad en el oficio se concentran en la que probablemente sea la mejor semblanza del libro: corresponde a su amigo Félix Romeo y nada en ella devalúa la gratitud que Pisón disemina en cada una de las páginas del libro. Por Jordi Gracia.

5) Los escorpiones

Sara Barquinero

Lumen

Tendrá su parte de verdad, sí, pero es innegable que decir hoy que quienes escribimos optamos por la forma corta o fragmentaria porque “no nos da la vida” o “no tenemos tiempo para otra cosa” se ha vuelto un lugar común. En Los escorpiones, Sara Barquinero prefiere la grandilocuencia y pasarse de las 800 páginas, al estilo de los posmodernos americanos que reconstruían, siguiendo los impactos de un partido de béisbol, el espíritu de un momento de la historia. Desfilan por sus partes el suicidio, la muerte y teorías de la conspiración; mezcla y agita una anhedonia muy generacional con el origen del fascismo o los primeros foros que brotaban cuando Internet era una jungla. La primera vez que lo leí fui incapaz de parar hasta el final de la segunda parte. Sara, Thomas, Margherita o Michaela, algunos de sus protagonistas, conducen a quien lee a abismos de deseo y muerte, futuros vampirizados, castigo, consumo y fantasmas. El libro ya ha logrado lo mejor que una obra puede conseguir: es un libro de gran ambición, pero sobre todo es el libro de una gran lectora, que retuerce el diálogo con sus referentes para reavivar otra conversación con el mundo. Por Elizabeth Duval

6) Ni una, ni grande, ni libre

Nicolás Sesma

Crítica

Nicolás Sesma, 47 años, criado en Huesca, profesor en Grenoble (Francia), pertenece a una generación de historiadores que nació después de la muerte de Franco. De la misma forma que su maestro Robert Paxton cambió la mirada sobre la relación de Francia con el fascismo, su libro Ni una, ni grande, ni libre ha contribuido a deshacer de forma rotunda muchos tópicos sobre el franquismo: la dictadura sobrevivió durante 40 años porque no se trataba de una panda de tuercebotas trasnochados, sino que Franco supo rodearse de políticos competentes. “No eran mediocres”, apuntó sobre los gerifaltes del régimen en una entrevista con Marc Bassets. “¡Ojalá lo hubieran sido!”. El principal malentendido al que se enfrenta el libro es la idea de que España fue diferente. El famoso lema acuñado por Manuel Fraga no se corresponde en absoluto con la realidad de un país integrado en las grandes tendencias de unos tiempos en los que, desde América hasta Corea del Sur o Portugal, las dictaduras era muy habituales.

Como todos los grandes libros de historia, los secundarios son tan importantes como los protagonistas, la escritura es fluida y con mucha garra y las referencias tremendamente amplias y a veces insospechadas —hay hasta un apartado dedicado al rodaje de El Cid en el capítulo en el que describe la transformación tecnocrática de la dictadura—. El ensayo acaba con la saga familiar de los Díez-Alegría, que reunía todas las tendencias de un país que buscaba un cambio definitivo y “una tierra donde poder ser libres”. Esperamos la continuación. Por Guillermo Altares

7) Baumgartner

Paul Auster

Traducción de Benito Gómez Ibáñez. Seix Barral

Traducción de Ernest Riera Arbussà (catalán). Edicions 62

La última obra publicada y quizás escrita por Paul Auster es una novela de amor y de duelo llena de vida, de inteligencia y de ternura. Es una de sus mejores novelas, y eso ya es mucho decir en el caso de este escritor milagroso. Los 40 años con su esposa, Siri Hustvedt, desde que eran jovencísimos estudiantes en Nueva York, con sus altibajos y con toda su intensidad contada o adivinada, reverbera inevitablemente en la mente de los lectores asiduos de Auster. Baumgartner es su último acto de protección y de cariño hacia ella y hacia el tiempo que pasaron juntos. El más bello y conmovedor, y de nuevo inteligente, que he leído en mucho tiempo. Como también es la mejor novela o ensayo de duelo que conozco.

Conmueve de veras el mandato de felicidad, de búsqueda del amor y de la vida para quien se queda. Sin alharacas ni sensiblería, ni mentiras piadosas, con sobriedad y hasta con humor. “¿Tarde para qué?” le pregunta el profesor al hombre que viene a leerle el contador de la luz, al principio de su soledad. No es tarde para nada, escribe al final del viaje para alejarse de ella: “Recuerda este momento, chico, acuérdate de él durante el resto de tu vida, porque nunca te ocurrirá nada más importante que lo que te está pasando ahora mismo”. Por Isabel Burdiel.

8) Misericordia

Lídia Jorge

Traducción de María Jesús Fernández

La Umbría y la Solana

No sé muy bien cómo decirlo, pero hay una ética literaria en la obra de Lidia Jorge que se aprecia en todo cuanto escribe: en el punto de vista, el tono, la sensibilidad o bien la finura de espíritu con que encara los temas más difíciles. En Misericordia, la escritora portuguesa asume la memoria cotidiana de su anciana madre, ingresada en una residencia por sus problemas de movilidad (y donde fallecería de covid en 2020 sin que su hija pudiera acompañarla), y nos ayuda a comprender que otra vida es posible en la vejez. Una vida donde se mantiene a raya el dolor y la tristeza, tan habituales en esta etapa, para concentrarse en la medida de lo posible en la felicidad de las pequeñas cosas que puede ofrecer el día. Basta con buscar la armonía en la disposición de los objetos más sencillos que rodean a la protagonista para decirse a sí misma que con ello está ordenando la tierra, el mar, el mundo.

Mejorando la disposición de un plato, de unos cubiertos o de unas flores en la mesa donde Dona Alberti, trasunto del verdadero personaje que inspira a Lidia Jorge, comparte almuerzos y cenas con otras residentes, para pensar que está mejorando la geometría del mundo: “He aprendido que el alma que se eleva, eleva el mundo. Y sé cómo, porque amasé el pan. Se trata del principio de la levadura. La agria levadura, mezclada con la harina, la transforma y la hincha. De la misma manera una buena persona tiene el poder de atemperar la fealdad del mundo gracias a la belleza”. Y con este principio combate la gran oscuridad que avanza en su interior y también en su entorno con la pandemia. En resumen, honrando la muerte de su madre, Lidia Jorge ha liberado un espacio de vida iluminador que a todos nos concierne. Por Anna Caballé.

9) Biografía de X

Catherine Lacey

Traducción de Núria Molines Galarza

Alfaguara

Ni fragmentario, ni ensayo personal-político, el cuarto libro de Catherine Lacey (Tupelo, 36 años) contradice algunas de las corrientes que triunfan hoy entre autoras de su generación. Y, sin embargo, no cabe duda de que la biografía ficticia de una artista total que imagina y escribe en su novela está escrita ahora. La distopía es el telón de fondo de esta historia con un EE UU escindido entre un norte progresista que gobernó Emma Goldman, un sur en el que se estableció un régimen teocrático y totalitario, y un oeste libertario. El país está en plena reunificación cuando se escribe la biografía, pero todo es inestable e incierto. Hay giros y guiños, humor, dolor y una fina inteligencia en la reconstrucción de la vida de X que acomete su viuda, C. M. Lucca, una periodista que lleva años abducida por la historia de amor con su magnética y misteriosa esposa.

El desconcertante duelo tras su muerte la empuja a tratar de descubrir quién era X, y cómo fue que trabajó en Berlín con Bowie, en Nueva York con Connie Converse o en Italia con la feminista Carla Longhi. El artista Larry Rivers encabeza un grupo de hombres que protestan en la puerta de los museos contra las tareas administrativas que se ven forzados a realizar, puesto que el sistema favorece que solo las mujeres produzcan obras. Capa a capa, Lacey construye un fascinante juego de espejos tan bien armado que la intriga sobre qué ocurrió y qué está inventando acompaña al lector hasta la última página. Y con su cuerpo de notas finales vuelve a sacudir el tablero. Por Andrea Aguilar

10) James

Percival Everett

Traducción de Javier Calvo

De Conatus

Si Las aventuras de Huckleberry Finn es una obra maestra y un pilar de la cultura estadounidense, James, la versión de Percival Everett, “también podría serlo”, sentencia la crítica de The New York Times. No es poco halago, incluso para un autor reconocido como Everett. La reescritura del relato de Twain, situado en los Estados Unidos prebélicos y protagonizado por Jim, el esclavo fugado que acompaña a Huck, aúna ingredientes de grandes clásicos. Es un relato de aventuras trepidante, contado en episodios breves, con grandes dosis de humor y sarcasmo y, al mismo tiempo, una narración de la huida física y existencial del enemigo blanco hacia la libertad.

A través del ejercicio del lenguaje, el pensamiento y la literatura y, casi por defecto, la violencia, James —como decide llamarse Jim— deviene libre. Hablar esclavo, esto es, de manera poco refinada y apenas inteligible, es una cuestión de supervivencia, le explica a su hija al inicio de la novela. Sabe que los blancos temen más a un esclavo que sepa hablar y leer que uno violento. Unos pocos libros, unas hojas de papel y un lápiz robados constituyen sus bienes más preciados, único refugio en su huida de los blancos, siempre al acecho, sin importar las razones. Entre los libros están obras de Locke, Voltaire y Montesquieu, a quienes James interpela en diálogos imaginarios sobre su hipócrita defensa de los derechos humanos y la esclavitud. Hacia el final, en su búsqueda desesperada de su mujer y su hija, se dirige al juez Thatcher en el inglés correcto que siempre usó con sus compañeros esclavos. Ya no repara en las consecuencias de sus acciones desde el temor, sino con la impasibilidad de un hombre libre que sabe que la batalla no ha hecho más que empezar. Por Olivia Muñoz-Rojas.

11) Un lugar soleado para gente sombría

Mariana Enriquez

Anagrama

La degradación del cuerpo, y la imposibilidad de escapar del contexto y de uno mismo son temas que atraviesan el retorno de Mariana Enriquez al relato breve. Como siempre, juega con distintos códigos para hacer emerger la oscuridad a la que giramos la cara a base de eslóganes sofisticados y artículos de opinión.

12) Chamanes eléctricos en la fiesta del sol

Mónica Ojeda

Random House

No hay manera de resumir la trama de esta novela. Unos jóvenes celebran una fiesta atávica junto a un volcán en la geografía andina. Escuchan música experimental, empiezan un viaje lisérgico. Se diluye su individualidad para convertirse en coro trágico. Cuentan la historia de Noa, una niña abandonada que encontrará a su padre y lo abandonará. Mónica Ojeda uso materiales que son habituales en cierta ficción distópica actual: lo ancestral y lo corporal, lo monstruoso y lo sublime. Pero la escritora de Ecuador huye del tópico y el panfleto y logra que Noa supere sus orígenes inmediatos para conectar con la esencia del chamanismo.

13) La última frase

Camila Cañeque

La Uña Rota

La ineficacia, lo improductivo, lo inacabado. Eran los territorios que exploraba Camila Cañeque. Un mes después de su fallecimiento, se publicó La última frase: un ensayo sobre 452 frases con las que terminan 452 libros. Uno de los lectores fascinados por este experimento fue Enrique Vila-Matas, que lo describió como “un elegante, hipnótico artefacto literario, vivamente atraído por el desenlace de las cosas: una maravillosa biblioteca de frases últimas”. También Nadal Suau conectó con su propuesta: “He aquí un canto a la tragedia del desencuentro entre el tiempo infinito y nuestra condición finita, con la literatura como mediadora destinada a un fracaso tan predecible como fascinante”.

14) Presentes

Paco Cerdà

Alfaguara

En el centro del proyecto cívico y literario de Paco Cerdà están los peones: gentes anónimas que desaparecen de la historia en minúscula porque la Historia en mayúscula los fagocita. En sus libros están los protagonistas principales, los secundarios y los que no están. En Presentes —probablemente su obra formalmente más arriesgada— la tensión se produce entre el via crucis fascista que llevó los restos de José Antonio Primo de Rivera de Alicante a El Escorial y las víctimas conocidas o desconocidas del primer franquismo. Borrados que ahora están presentes.

15) Un puñado de flechas

María Gainza

Anagrama

En este nuevo libro híbrido de la argentina María Gainza confluyen los dos vectores de su creación literaria: la escritura y la crítica de arte. Los distintos capítulos tienen extensiones diversas y no hay una única etiqueta que sirva para descibrirlo: hay crónica, ensayo, relato. A través de esa pluralidad, Gainza crea el puente entre arte y escritura y la clave de Un puñado de flechas, como señaló Laura Ferrero, es la textura de su mirada: “lo milagroso es el ingenio, el socarrón descreimiento, la infinita curiosidad, ese inagotable asombro, siempre acompañado de humor o de esas contradicciones tan honestamente manifiestas”. Así nos permite mirar donde, sin ella, no veríamos.

16) Madre de corazón atómico

Agustín Fernández Mallo

Seix Barral

Podría parecer un libro sobre Pink Floyd, pero no. Podría parecer un libro sobre una madre, y no exactamente. En la portada parece que sea una vaca, pero no lo acaba de ser. Digamos que Agustín Ferández Mallo centra esta “historia verdadera” en su padre fallecido, pero tampoco cabría leerlo como la historia de aquel veterinario que hizo un viaje a los Estados Unidos para traer en avión una veintena de vacas. Esta casi todo eso, pero sobre todo la relación íntima con todos esos hilos para tramar una magnífica indagación sobre cómo constituimos nuestra identidad a través de una memoria que opera con recuerdos y también con las ficciones que necesitamos para contarnos.

17) Golpe de gracia

Dennis Lehane

Traducción de Aurora Echevarría Pérez

Salamandra

La crítica de este libro que escribió Carlos Zanón ya era una invitación a devorarlo. “A ratos parece una tableta crujiente de chocolate, a ratos una descarada muestra de la superior solvencia y talento narrativo de su autor”. La acción se desarrolla en Boston a mediados de los setenta. El contexto son los disturbios raciales tras la medida de un juez contra la segregación racial. “Sobre ese escenario Lehane explica de forma soberbia en qué consiste el racismo, el clasismo, la ira y la rabia, mediante la mejor forma posible: la ficción”. No habla del presente norteamericano, pero, ciertamente, ayuda a entender el lado oscuro de un país automitificado para que no lográsemos contemplarlo en toda su complejidad.

18) Primavera revolucionaria

Christopher Clark

Traducción de Eva Rodríguez Halffter

Galaxia Gutenberg

¿Sentirse dentro de un proceso revolucionario? Es una de las sensaciones que puede experimentarse leyendo el ambicioso Primavera revolucionaria de Christopher Clark. El autor del clásico Sonámbulos propone otro ejercicio que rompe con las historias nacionales y conecta en clave transatlántica el clima social y los estallidos cívicos que desembocaron en procesos revolucionarios. No había una planificación conjunta, sino un nervioso cuestionamiento del antiguo régimen. Un “desorden interconectado”. Hubo revoluciones y contrarrevoluciones, claro, incertidumbre y sensación de fracaso, pero después de esa “primavera de los pueblos” muchos caminos del pasado dejaron de ser transitados.

19) Triste tigre

Neige Sinno

Traducción de la autora. Disponible en catalán con traducción de Marta Marfany

Anagrama

La valentía de testimoniar el abuso es una forma de compromiso cívico: el relato de la violación es un acto de disrupción en la normalidad para tomar conciencia de la violencia sistemática contra niñas y mujeres. En Triste tigre la autora rememora diversas escenas de su pasado infantil y adolescente sufriendo las agresiones de su padrastro, pero el valor literario del libro es su capacidad moral para trascender el testimonio. Niege Sinno reflexiona sobre identidad tras el abuso, la convivencia con ese recuerdo, las estrategias de supervivencia y, a partir de ese conocimiento autobiográfico, explora cómo la violación ha sido integrada como una forma de malestar de la cultura.

20) Un corazón furtivo. Vida de Josep Pla

Xavier Pla

Traducción de Ana Ciurans Ferrándiz, Olga García Arrabal y Francesc Ribes. También disponible el original en catalán

Destino

Josep Pla —figura nuclear de la literatura catalana de todos los tiempos, prosista clave del siglo XX español— sabía que un ángulo muerto de su obra era la intimidad. La intimidad es un tema para un moralista y él lo era. Pero la mixtificaba, la omitía, la disimulaba y la silenciaba. El principal valor de esta monumental biografía es haberla desvelado. El profesor Xavier Pla, que se ha pasado la vida estudiando al Montaigne del Empordà, ha tenido acceso a toneladas de documentación inédita y así ha modificado para siempre la percepción sobre un hombre que fascinó y que siempre se refugió de su sentimentalidad desbocada escribiendo, escribiendo, escribiendo.

21) En El Pensamiento

César Aira

Random House

22) Doppelganger

Naomi Klein

Traducción de Ana Pedrero Verge e Ignacio Villaro Gumpert

Paidós

23) El niño

Fernando Aramburu

Tusquets

24) España diversa

Eduardo Manzano Moreno

Crítica

25) Tarántula

Eduardo Halfon

Libros del Asteroide

26) El celo

Sabina Urraca

Alfaguara

27) El tiempo de los lirios

Vicente Valero

Periférica

28) El estilo de los elementos

Rodrigo Fresán

Random House

29) Las niñas del naranjel

Gabriela Cabezón Cámara

Random House

30) El abrazo

Anne Michaels

Traducción de María Eva Cruz García

Alfaguara

31) Los guapos

Esther García Llovet

Anagrama

32) Autocracia S. A.

Anne Applebaum

Traducción de Rosa Pérez Pérez

Debate

33) El jardín contra el tiempo

Olivia Laing

Traducción de Lucía Barahona

Capitan Swing

34) La alquimia del tiempo

John Banville

Traducción de Miguel Temprano García

Alfaguara

35) Sé mía

Richard Ford

Traducción de Damià Alou

Anagrama

36) Antes que nada

Martín Caparrós

Random House

37) La distancia que nos separa

Maggie O’Farrell

Traducción de Concha Cardeñoso. Libros del Asteroide

Traducción de Alexandre Gombau (catalán). L’Altra Editorial

38) Perder el juicio

Ariana Harwicz

Anagrama

39) Despacio el mundo

Ramón Andrés

Acantilado

40) Clara y confusa

Cynthia Rimsky

Anagrama

41) Atusparia

Gabriela Wiener

Random House

42) Alcaravea

Irene Reyes-Noguerol

Páginas de Espuma

43) El tiempo perdido

Clara Ramas

Arpa

44) Luciérnaga

Natalia Litvinova

Lumen

45) El volumen del tiempo I

Solvej Balle

Traduccion al castellano de Victoria Alonso. Traducción al catalán de María Rosich

Anagrama

46) Mil ojos esconde la noche

Juan Manuel de Prada

Espasa

47) No hemos venido a divertirnos

Nina Lykke

Traducción de Ana Flecha Marco

Gatopardo

48) Intermezzo

Sally Rooney

Traducción de Traducción de Inga Pellisa Díaz. Random House>

Traducción de Ferran Ràfols Gesa (catalán). Periscopi

49) Los alemanes

Sergio del Molino

Alfaguara


50) Los íntimos (Memoria del pan y las rosas)

Marta Sanz

Anagrama

Rodrigo Fresán, El estilo de los elementos

 Carlos Pardo, ‘El estilo de los elementos’, de Rodrigo Fresán: una magistral autobiografía libre contra las novelas fabricadas en serie, en El País, 11 ene 2024:

El nuevo libro del escritor argentino es una gozada: está escrito a la contra y con una cierta rabia atlética, porque lo espolea aquello que coarta la libertad de su imaginación

Cuenta Scholem una anécdota sobre Walter Benjamin: cuando era estudiante se desesperaba con la mediocridad de sus profesores. Solo había una excepción. El primer día de clase, un tal Lewy se dedicó a fastidiar a cada alumno con una actuación incompetente: les preguntaba algo que él mismo no sabía responder. A la segunda clase se presentaron muy pocos alumnos. “Bien, ahora podemos comenzar”, dijo Lewy. Aquellas clases fueron un alimento espiritual para el inquieto Benjamin.

De una manera similar, ciertos novelistas practican este recurso disuasorio: expulsar a los lectores poco atentos o mecánicos. Es el método de Nabókov en Ada o el Ardor: 100 páginas de vocación decimonónica, abstrusa y tediosa, y de pronto una de las novelas más apasionantes e inventivas que uno pueda imaginar. Y este es también el método de Rodrigo Fresán (Buenos Aires, 1963) en El estilo de los elementos.

El propio título ya se presenta con la dureza de un chiste pedante. Invierte el título del clásico manual de escritura de William Strunk Jr., Los elementos del estilo (1920), una guía con recomendaciones acerca de la limpieza, la brevedad, una idea por frase, etc. Un clásico, en resumen, de los igualadores de un estilo funcional. Fresán dedica, por el contrario, las 720 páginas de su nueva novela a impugnar toda corrección y funcionalidad. Es un libro escrito contra ciertos maestros y, sobre todo, contra una época que publica novelas como quien fabrica bolsos en serie (un complemento pequeño, funcional y chic). A lo cómodo Fresán le opone lo monstruoso, y lo primero que uno encuentra en El estilo de los elementos es una profusión de citas, digresiones y metaanálisis, un emborronamiento de los perfiles de su protagonista: ¿es una autobiografía en tercera persona?

Fresán escribe contra los prestigios intelectuales y cualquier principio castrador. De ahí su ludismo y cierta soledad edípica

Quizá esta propia reseña esté copiando la táctica de Fresán, asustar al lector holgazán, pero quien haya llegado hasta aquí ya intuye que El estilo de los elementos es una verdadera gozada, un libro escrito en un estado de rara inspiración, con uno de los arranques más hermosos de toda la obra de Fresán. Escrito a la contra y con una cierta rabia atlética: lo espolea aquello que coarta la libertad de su imaginación. ¡Durante más de 700 páginas!

El estilo de los elementos también es la novela autobiográfica de alguien que aborrecería ser catalogado como escritor de autoficción. No es un Fresán factual, sino una entidad literaria. Los hechos de una vida son un elemento más de una gramática de la imaginación; y la materia ficcional es precisamente el elemento de contraste que enriquece la pobreza de los hechos.

Land, el protagonista, es hijo de editores. Sus padres quieren que sea escritor. Pero Land aborrece la idea: él quiere ser lector. En cierto sentido, toda obra literaria de cierta importancia la escribe un lector. Los lectores son “contadores de vidas ajenas”. Y Land es también un lector de sí mismo. “Yo me convertí en un ghost-writer para así no ser escritor pero sí poder ser un lector que transcribe”.

Asistimos a tres episodios de su vida: su infancia en Gran Ciudad I, su adolescencia en Gran Ciudad II, y la escritura de este antimanual en Gran Ciudad III. Dicho de otra manera, los años en que Land descubre la literatura (con la omnipresente Drácula) en un mundo coaccionado por sus padres y la intelectualidad de una probable Buenos Aires; el desarraigo adolescente en Caracas, donde Land se enamora de “Ella” (el modelo aquí es Licorice pizza); y la escritura, ya en primera persona, y en una Barcelona de tendencia, de este cacofónico y sabio manual de escritura en tanto que lectura.

Un libro escrito contra la moda, los prestigios intelectuales y cualquier principio castrador, de ahí su ludismo y cierta soledad edípica. “¡ACOMPLEJADO APUÑALÓ A PAPI Y MAMI!”, imagina, como titular, el solitario Land. Repito, porque no es un detalle insignificante: más de 700 páginas matando a los padres y a cualquiera que se entrometa en nuestro gozo lector. Y más tramas, subtramas, digresiones, citas... Y una escritura en estado de gracia.

Portada de 'El estilo de los elementos', de Rodrigo Fresán. EDITORIAL RANDOM HOUSE

El estilo de los elementos

Rodrigo Fresán

Random House, 2023

720 páginas, 25,90 euros

domingo, 8 de septiembre de 2024

Sátira contra los novatos que se dicen escritores, por Donaciano Bueno

 DEDÍCATE A OTRA COSA (sátira de Donaciano Bueno)


Me pides tu opinión y aquí te dejo

sincera, la respuesta de un amigo,

que todo lo que escribes suena a viejo,

no salva tan siquiera ni el pellejo,

espero no me entiendas te fustigo.


Del arte de escribir no andas sobrado,

resígnate a entenderlo y no persistas,

dedícate a explorar a otras aristas

y líbrate de hundirte en el pecado,

la pluma no se aviene a los turistas.


Pues vete ya a tu hogar, ponte una copa,

relájate y enciende un cigarrillo,

y añade a tu escritura el estribillo

haciendo oídos sordos a la estopa

dejando ya por fin de ser pardillo.


Y a aquello que escribiste, ya es pasado,

pues nadie ha de leerlo, no te importe,

dedica tu energía a aquel deporte

que sepas de verdad no estás gafado,

y sea lo que más te reconforte.

lunes, 1 de julio de 2024

El humor judío

De Mauricio Bach, "Humor judío, una historia de Nueva York", en La Vanguardia, 29 de abril de 2023:

La publicación de las memorias de Mel Brooks o el rescate y reedición de las obras de Nora Ephron renueva la actualidad e interés de una forma de humor que pervive también en series y películas

Empecemos con un par de chistes. El primero: “Llevo con mucho orgullo el reloj de mi abuelo. Me lo vendió en su lecho de muerte”. El segundo: “Si un libro sobre el fracaso no se vende, ¿es un éxito?”. ¿Qué tienen en común, más allá de jugar con el absurdo y la paradoja para crear el efecto cómico? En ambos casos sus autores son judíos neoyorquinos, empezaron en el mundo de la stand-up comedy y triunfaron después en la pantalla. El primer chiste es de Woody Allen; el segundo, de Jerry Seinfeld. Ahora se publican en castellano las memorias de otro peso pesado del humor judío neoyorquino, Mel Brooks. ¡Todo sobre mí! ( Libros del Kultrum) es un libro amenísimo y repleto de anécdotas, que además ayuda a entender qué es esto del humor judío, por qué se ha desarrollado con tanta fuerza en Nueva York a lo largo del siglo XX y desde allí ha conquistado el mundo.

Vamos a los orígenes: entre el gran flujo migratorio que llegó desde Europa a EE.UU. en el siglo XIX y las primeras décadas del XX, uno de los grupos más nutridos fueron los judíos procedentes del centro y el este del continente, que huían de los pogromos y del hambre. La mayoría eran asquenazíes y trajeron con ellos un idioma –el yiddish–, una religión, unas costumbres, una gastronomía y también un sentido del humor propio. Una de sus principales características es la autoparodia y cuando esto se entremezcla con las neurosis de la gran ciudad, surgen personajes como el que ha ido perfilando Woody Allen en sus películas o el que Jerry Seinfeld cinceló en su serie televisiva. Apunto algunos otros elementos significativos de esta particular comicidad: el personaje de la madre posesiva y con mucho carácter, las familias no siempre bien avenidas, las dudas religiosas, las inseguridades vitales, la combinación de una ironía con tintes muy intelectuales y hasta metafísicos con la sal gorda propia del chiste popular…

Uno de los sectores en los que esta comunidad dejó huella es el del espectáculo y las variedades, de donde saltaron al cine y la televisión. Hay una pionera muy relevante, Fanny Brice, actriz y cantante de madre judía que triunfó a partir de la década de 1910 en las revistas musicales del empresario Florenz Ziegfeld, las Ziegfeld Follies, que son uno de los antecedentes de un género genuinamente americano: el musical de Broadway. Precisamente uno de esos musicales, Funny Girl, la inmortalizó, interpretada sobre las tablas y después en la pantalla por Barbra Streisand, que retomó al personaje en Funny Lady.

También empezaron sobre los escenarios los hermanos Marx, cuyo éxito en Broadway llegó en los años veinte y a finales de esa década dieron el salto a las películas. Por esa misma época, se constituyó otro grupo con inicios en el vodevil y posterior carrera en el cine: Los tres chiflados, menos conocidos fuera de EE.UU. y con una comicidad menos sofisticada que la de los Marx. Ambos casos ejemplifican cómo este humor conquistó Hollywood, cuyos primeros magnates, por cierto, fueron también en su mayoría descendientes de judíos procedentes de la inmigración del este y el centro de Europa.

En la posguerra, la práctica totalidad de los cómicos judíos neoyorquinos seguían un idéntico periplo iniciático. Daban sus primeros pasos en el llamado Borscht Belt (el cinturón del Borscht) en las montañas Catskill, también conocidas como los Alpes judíos. En unos años en que esta comunidad no era bien recibida en muchos hoteles, esa zona concentraba resorts de veraneo para familias judías pudientes de Nueva York. Y contaban, como parte de su oferta de ocio, con actuaciones de humoristas (este mundo está muy bien retratado en la segunda temporada de la deliciosa serie de Amazon La maravillosa señora Maisel).

En las Catskill se foguearon futuras leyendas como Sid Caesar, George Burns, Milton Berle, Don Rickles, Danny Kaye, Red Buttons, Rodney Dangerfield, Joan Rivers, Jean Carroll, Phyllis Diller, Mel Brooks, Carl Reiner, Jerry Lewis, Lenny Bruce, Woody Allen… Estos complejos estivales entraron en decadencia a partir de los años sesenta, cuando por un lado se atemperó el antisemitismo y por otro se popularizó la aviación comercial, que permitía optar por destinos más lejanos.

Tras probar que eran capaces de provocar la carcajada de los veraneantes, los cómicos daban el salto a los clubs de comedia de la ciudad y desde ahí al medio que entonces se estaba expandiendo por todo el país: la televisión. Hay un programa de gags de especial relevancia a principios de los años cincuenta: Your Show of Shows de Sid Caesar, en el que formaba pareja con Imogene Coca. El departamento de guionistas fue una cantera de humoristas judíos de Nueva York. Allí se reunían, con Mel Tolkin al mando, Carl Reiner (que también actuaba), Mel Brooks, Neil Simon y su hermano Danny, y en la última etapa un jovencísimo Woody Allen. Esta legendaria sala de guionistas inspiró a Neil Simon una de sus comedias tardías, Laughther on the 23rd floor, cuyos personajes son retratos apenas velados de las figuras reales.

Buena parte de los competidores de Caesar eran también judíos: George Burns y Gracie Allen por un lado y Jack Benny por otro tuvieron su programa televisivo de gags. Y en 1955 llegó The Phil Silvers Show, comandado por un cómico procaz procedente del vodevil al que llamaban The King of Chutzpah, una palabra de origen yiddish que quiere decir descarado, insolente.

Judíos del centro y el este de Europa llegaron a Estados Unidos huyendo de los pogromos y del hambre. Trajeron con ellos un idioma, el yiddish, una religión, costumbres, gastronomía y un sentido del humor propio.

Uno de los guionistas de Caesar, Neil Simon, se convirtió en el rey de las comedias de Broadway y sus piezas más populares tuvieron exitosas adaptaciones al cine: Descalzos en el parque, La extraña pareja, La pareja chiflada, El prisionero de la Segunda Avenida… Mirado en ocasiones por encima del hombro como un mero autor de teatro comercial, Simon manejó con eficacia los resortes de la comicidad. Abordó también sus raíces judías en obras de corte autobiográfico como Memorias de Brighton Beach o Biloxi Blues.

Otros dos guionistas del equipo, Mel Brooks y Carl Reiner, hicieron buenas migas y les divertía actuar juntos para los amigos. De esas improvisaciones humorísticas nació El hombre de 2000 años. Brooks interpretaba a un tipo que había vivido todo ese tiempo y Reiner le daba la réplica. En 1961 grabaron un disco –al que seguirían otros dos– que vendió más de un millón de ejemplares. A principios de los sesenta surgió otro dúo cómico legendario, el formado por Mike Nichols (futuro director de ¿Quién teme a Virginia Woolf? y El graduado) y Elaine May (que se inició en el teatro ambulante en yiddish).

Mel Brooks triunfó en la televisión como cocreador con Buck Henry de El superagente 86 (el del celebérrimo zapatófono) y debutó en el cine en 1967 con un auténtico hito: Los productores, con dos soberbios cómicos judíos: Zero Mostel y Gene Wilder. Mostel ya era entonces una leyenda de Broadway. Había tenido problemas de trabajo al ser investigado por el Comité de Actividades Antiamericanas por sus simpatías comunistas. Renació a lo grande en 1957 interpretando al Leopold Bloom de Joyce en Ulysses in Night­town y participó después en el histórico musical El violinista en el tejado. Wilder era un principiante con aspiraciones a actor dramático en el que Brooks descubrió una vena cómica arrolladora. Mezcla sin complejos de sofisticación y astracanada, Los productores tuvo la osadía de bromear con un chiflado autor teatral nazi y su musical sobre Hitler, por lo que recibió críticas y presiones. Brooks siguió en racha en sus siguientes películas y tuvo otro exitazo con El jovencito Frankenstein. En sus memorias cuenta la anécdota de que tuvo que comprar pañuelos para que todo el equipo se los metiera en la boca y evitar así las carcajadas en el plató porque fastidiaban las tomas.

Menos conocido por el gran público que Brooks, Carl Reiner fue otra figura muy relevante del humor americano: como actor protagonizó la gran comedia ¡Que vienen los rusos! ¡Que vienen los rusos! y alcanzó tardía fama con sus apariciones en la serie Ocean’s Eleven. Como director tiene una notable película sobre un comediante en decadencia, El cómico, con Dick Van Dyke. Su hijo Rob Reiner fue el director de una de las grandes comedias de los ochenta: Cuando Harry encontró a Sally, escrita por Norah Ephron. Hija de guionistas judíos neoyorquinos, nació en Nueva York pero creció en Los Ángeles porque sus padres fueron a trabajar a Hollywood. Después regresó a la costa este y se convirtió en una figura del periodismo. El actor principal era Billy Crys­tal, cómico judío criado en el Bronx. Y una curiosidad, si me lo permiten: la señora que en la famosísima escena del orgasmo simulado de Meg Ryan le dice al camarero que quiere que le sirvan lo mismo que está tomando ella era la actriz y cantante Estelle Lebost, madre de Rob y esposa de Carl.

En un ámbito menos comercial y confortable se movieron dos grandes humoristas subversivos que basaban sus actuaciones en la provocación. Hablamos por un lado de Lenny Bruce, cuya madre, Sally Marr, fue una relevante stand-up comedian que ejerció una enorme influencia en su hijo. Bruce, cuya carrera se desarrolló en los años cincuenta y sesenta, jugaba a provocar al público, hacía chistes impropios sobre judíos y negros y fue detenido por obscenidad en varias ocasiones. El otro, Andy Kaufman, llegó un poco más tarde, en los setenta, y llevó el humor al límite más como performer que como simple comediante. Buscaba desconcertar al espectador, que muchas veces no sabía si lo que veía era parte del espectáculo o algo estaba saliendo mal. Uno de los personajes que creó fue el casposo y repulsivo cantante Tony Clifton, que encadenaba comentarios impropios hasta provocar la reacción indignada del público.

Ambos artistas han tenido su biopic: Lenny de Bob Fosse en el caso del primero y Man in the Moon de Milos Forman el segundo. Bruce, por cierto, aparece como personaje en La maravillosa Miss Maisel, que es un retrato muy fiel del mundo de la stand-up comedy neoyorquina. La creadora, Amy Sherman-Palladino, lo conoce bien porque su padre, Don Sherman, fue un cómico criado en el Bronx que después tuvo una larga carrera actuando en cruceros.

Si hay un personaje que representa el paradigma del tema de este artículo es Woody Allen. Sus películas están plagadas de madres posesivas, hermanas ortodoxas, histriónicas reuniones familiares, pesadillas con rabinos, detalles sobre las costumbres de la comunidad… Algunas obras son especialmente significativas: Annie Hall fue la primera en que abordó su identidad judía de forma explícita, Días de radio es un emotivo retrato familiar a partir de sus recuerdos, en Broadway Danny Rose interpreta a un inepto agente de artistas de variedades, en su episodio de Historias de Nueva York trazó el retrato definitivo de la madre judía dominadora, y películas como Hannah y sus hermanas, Delitos y faltas y Desmontando a Harry rebosan de referencias.

A la misma altura, pero en el ámbito televisivo, habría que situar Seinfeld, que revolucionó en los años noventa los planteamientos clásicos y acaso adocenados de la sitcom televisiva. En palabras de sus creadores, Jerry Seinfeld y Larry David, se trataba de “un show sobre nada”, que partía de las situaciones cotidianas más anodinas para convertirlas en puro disparate. El protagonista, proveniente de la stand-up comedy, se interpretaba a sí mismo y la propuesta era neoyorquina hasta el tuétano y contenía abundantes referencias a la identidad judía de la mayoría de los personajes. En este aspecto, eran especialmente relevantes los padres de Seinfeld y de George Constanza, adjudicados a grandes cómicos históricos: Liz Sheridan, Estelle Harris, Barney Martin y, en el caso del padre de Constanza, nada menos que Jerry Stiller, padre de Ben Stiller.

Larry David creó y protagonizó después Curb Your Enthusiasm (HBO), en la que un personaje neurótico y puñetero que es una versión exagerada de él se trasladaba a Los Ángeles, donde desarrolla situaciones de un humor provocador, que puede llegar a incomodar al espectador. También son judíos neoyorquinos los creadores de otros dos hitos de la sitcom : Martha Kauffman y Daniel Crane de Friends y Chuck Lorre de The Big Bang Theory, aunque esta última está ambientada en la costa oeste.

Sin dejar el ámbito de la televisión, la ya mencionada La maravillosa señora Maisel (se acaba de estrenar la quinta y última temporada) retrata este mundo neoyorquino en la posguerra y de nuevo los padres de la protagonista y de su marido son personajes muy jugosos, interpretados por los veteranos Tony Shalhoub, Marin Hinkle, Caroline Aaron, Kevin Pollak. El cruce de ambas parejas permite mostrar dos capas muy diferentes de la comunidad judía neoyorquina. Por su parte, la recién estrenada tragicomedia Fleishman está en apuros (Disney+), protagonizada por Jesse Eisenberg, demuestra que el humor sobre el que hemos hablado aquí sigue en plena vitalidad. Por último, mencionar que el actual rey de la comedia, Judd Apatow, viene también de estos orígenes, aunque se trasladó de joven a Los Ángeles, donde triunfó primero como stand-up comedian y después como director y productor de televisión y cine. Acabaremos con una cita de las memorias de Mel Brooks: “Aunque parezca absurda, idiota y disparatada, la comedia dice mucho sobre la condición humana. Porque si puedes reír, puedes sobrevivir”.

Estampas de la ciudad judía

Georges Perec, escritor francés descendiente de judíos polacos, es autor de una de las piezas más hermosas sobre la emigración, el desarraigo y el exilio: Ellis Island, que es un libro (Seix Barral en castellano) y una película que él mismo dirigió. A Ellis Island llegaban quienes tenían el sueño de empezar una nueva vida en EE.UU. Esta pequeña isla frente a Nueva York era la puerta que daba o no acceso al paraíso soñado, porque allí se hacía la selección de quién entraba en el país y quién era rechazado. La película El sueño de Ellis (The Inmigrant) de James Gray, con Marion Cotillard y Joaquin Phoenix, es un buen retrato de esa dura realidad.

Por allí pasaron miles de judíos y muchos de los aceptados se instalaron en Nueva York, donde creció una importante comunidad. Hoy, cualquiera que visite la ciudad puede hacer una escapada al barrio de Williamsburg , poblado por ortodoxos jasídicos, y tendrá la sensación de viajar en el tiempo por sus vestimentas de otra época. Y puede pasear por el llamado Diamond District, en la calle 47 de Manhattan, una sucesión de joyerías regentadas por judíos. Es un entorno muy cinematográfico, allí se desarrollaba una escena de gran dramatismo de Marathon Man y allí arranca el thriller de los hermanos Safdie Diamantes en bruto, con Adam Sandler.

Otra muestra de la relevancia de esta cultura en la ciudad es el exitoso musical de Broadway de 1964 El violinista en el tejado, después convertido en película. Está inspirado en los cuentos del escritor humorístico ruso en yiddish Sholem Aleijem, que retrataban la vida de las comunidades judías en la Rusia de principios del siglo XX. En yiddish escribió también Isaac Bashevis Singer, polaco, hijo de rabino, que llegó a EE.UU. con treinta y pocos años huyendo de Hitler, se instaló en Nueva York, consiguió la ciudadanía en 1943 y ganó el Nobel en 1978. Su literatura se centra sobre todo en el mundo centroeuropeo del que procedía, pero traza un excelente retrato de los inmigrantes en Sombras sobre el Hudson. La comunidad neoyorquina era tan numerosa que en los años treinta se hacía teatro en yiddish (Clifford Odets estrenó Levántate y canta en esta lengua con el Group Theatre) y también cine (Edgar G. Ullmer rodó cuatro melodramas en yiddish).

Chaim Potok, escritor y rabino del Bronx, retrató el mundo de la comunidad ortodoxa en obras como Los elegidos (1967), su más célebre novela. La literatura ha dejado grandes retratos judíos de Nueva York en la obra de autores como Henry Roth, Bernard Malamud, Philip Roth, Cynthia Ozick, Norman Mailer…

También nació en Nueva York, hijo de judíos rusos inmigrantes, Ben Hetch, que después se trasladó a Chicago y a Los Ángeles, donde lo llamaban el Shakespeare de Hollywood por sus espléndidos guiones. Es también judío neoyorquino el dramaturgo Tony Kushner, que retrató la crisis del sida en la que tal vez sea la obra más importante del teatro americano contemporáneo, Ángeles en América. Desde hace tiempo es colaborador asiduo de Spielberg en los guiones de películas como Múnich y Los Fabelman. En el ámbito de la novela gráfica son muy relevantes las aportaciones de Will Eisner con Contrato con Dios y Art Spiegelman con Maus.

El humor tiene un representante histórico en S. J. Perelman, periodista y guionista de los hermanos Marx, cuyos relatos y textos periodísticos están recopilados en Perelmanía (Contra). Hay que destacar también la obra literaria de Woody Allen y los artículos cargados de ironía de Nora Ephron. También hay que mencionar a la novelista Laurie Colwin, de la que Asteroide publica un jugoso libro gastronómico: Una escritora en la cocina. Merecen destacarse los divertidísimos relatos del actor Jesse Eisenberg (El besugo me da hipo, Reservoir Books) y la novela de Taffie Brodesser-Akner Fleishman está en apuros (Umbriel). M.B.

"Estos son mis principios, y si no le gustan… tengo otros” Groucho Marx

"Si a Jesucristo lo hubieran matado hace veinte años, los niños de los colegios católicos llevarían colgadas del cuello sillas eléctricas en miniatura en lugar de cruces" Lenny Bruce

"Una cita es una experiencia que tienes con otra persona que te hace apreciar la soledad” Larry David

"No creo en una vida más allá, pero, por si acaso, me he cambiado de ropa interior” Woody Allen

"El deseo de casarse es un instinto primario de las mujeres. Seguido por otro instinto primario: el deseo de volver a estar soltera” Nora Ephron

"Mientras el mundo siga girando, te vas a sentir mareado y vas a ir cometiendo errores” Mel Brooks

"El tío que inventó la primera rueda era un idiota; el tío que inventó las otras tres era un genio” Sid Caesar

BIBLIOGRAFÍA

Mel Brooks, Todo sobre mí mismo, Libros del Kultrum

Nora Ephron, No me acuerdo de nada, Libros del Asteroide

Ensalada loca: algunas cosas sobre las mujeres, Anagrama

Taffy Brodesser-Akner, Fleishman está en apuros, Umbriel

Laurie Colwin, Una escritora en la cocina, Libros del Asteroide

Woody Allen, Gravedad cero, Alianza Editorial