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sábado, 15 de febrero de 2025

Reseña de la biografía de Julián Casanova sobre Franco, por José Andrés Rojo

 Julián Casanova, historiador: “Lo bueno que hizo Franco lo hicieron las democracias sin tortura ni pena de muerte”, José Andrés Rojo, en El País, suplemento Babelia, 14-II-2025:

El catedrático de Historia Contemporánea publica una nueva biografía del dictador, un sólido retrato que muestra desde su paso por África y la ayuda de Hitler al inicio de la Guerra Civil hasta el esencial papel de la Iglesia en el régimen

Dice Julián Casanova (Zaragoza, 1956) que la historia conduce “por muchas calles y direcciones” y que solo se entiende a través de una “indagación profunda” en los hechos del pasado. En Franco, Casanova construye un retrato del dictador para el siglo XXI en casi 400 páginas con 30 capítulos breves y muy ágiles, que ha completado con un álbum fotográfico que da cuenta de los personajes que lo rodearon, una rigurosa cronología y un amplio comentario bibliográfico. Hay algo en Casanova, catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza, que lo convierte en una rara avis dentro de su oficio: los largos periodos de tiempo que ha enseñado fuera de España, en Estados Unidos pero sobre todo en Budapest y Viena en la Central European University, y su afán por intervenir en la discusión pública, ya sea en las redes o en los medios de comunicación tradicionales. Ha estudiado y escrito sobre el anarquismo, la República o la Guerra Civil, pero también sobre Europa rota tras la Gran Guerra, la Revolución Rusa o la violencia que ha marcado el siglo XX. Dice que “es posible explorar el pasado sin buscar una condena o una absolución”: “No se puede poner a nadie en una sala de juicio porque la bondad o la maldad de los personajes no es un concepto histórico”. De Francisco Franco comenta que “no fue un personaje carismático”, pero que frente a otros, que sí lo fueron, murió en su cama y tuvo un entierro faraónico, “y habrá que explicar por qué”.

Pregunta. ¿De dónde viene Franco?

Respuesta. Nace en 1892 en una familia gallega que estuvo largo tiempo vinculada a la Armada en un momento en que España ha perdido las colonias y en la que pertenecer a la Armada ya no supone ninguna gloria. Su padre, que abandona a la familia justo cuando él inicia sus estudios en Infantería, no es nunca una referencia en su vida; su madre es para él la bondad. Su formación es la típica que hubiera tenido en la Galicia de finales y principios de siglo un hijo de militares, una mezcla de tradición castrense y catolicismo. Nada extraordinario hubiera sucedido si Franco no pasa por África.

P. ¿Es entonces África una de las claves?

R. Me di cuenta de que todos los dictadores de su época habían pasado por la I Guerra Mundial, y él no. Y África fue para él algo muy similar a aquella experiencia. Franco ha dicho que la Academia Militar de Toledo, a la que entró en 1907, hizo de él un hombre, y su hija ha recordado que allí sufrió humillaciones. A África llega en 1912, tras salir de la Academia con un expediente poco prometedor, y está hasta 1926, y le deja una huella indeleble.

P. ¿En qué sentido?

R. Entendió que allí se estaban partiendo el pecho por la patria y los políticos los tenían abandonados, y empezó a inventarse un personaje que se sostenía en el heroísmo, en el “todo lo hago por mi patria”. Ascendió de manera rapidísima por méritos de guerra.

P. Llegó a ser general con 33 años.

R. El ascenso rápido por méritos de guerra es importante para entender el odio que le tuvo a Azaña cuando en su reforma militar echó abajo este tipo de promoción. También lo odió por cerrar la Academia General Militar, que creó la dictadura de Primo de Rivera y de la que Franco fue director. Ahí entramos ya en la zona de los agravios. Los fue acumulando y los irá soltando a lo largo de su vida, y puede hacerlo porque llega a tener un poder con el que nunca había soñado.

P. ¿En qué momento lo obtiene?

R. Sin el golpe de Estado, tal como le salió, porque él no era el principal de los implicados, y sin la guerra, tal como le empezó a ir a partir de octubre, cuando fue elegido por los suyos jefe del Gobierno del Estado español, Franco no hubiera sido tan importante. Antes de 1936, solo era un héroe de guerra más, el general de división más joven de Europa.

P. ¿Qué importancia tuvo que al inicio de la guerra fuera quien contactó con Hitler?

R. Sin estar en Marruecos, la carta que le envía a Hitler nunca hubiera existido. Tuvo acceso a algunos alemanes allí que le permitieron llegar a él. Cuando su emisario llega a ver al Führer con la carta no le dice que se la envía Franco, sino un general español que está en dificultades tras dar un golpe de Estado contra la revolución. Y es entonces cuando Hitler muestra interés. Ya lo había explicado Preston: el ascenso a la cúspide del poder de un nadie más que nadie se produce porque sabe jugar la carta de la internacionalización y consigue pasar las tropas por el Estrecho y la ayuda de Hitler. Dos semanas después de empezar todo, alemanes e italianos ya se han puesto de acuerdo para que todas las armas pasen por Franco. Mola, Queipo de Llano y los demás quedan descartados. Tras la toma del Alcázar, que le da fama, empieza otro Franco.

P. ¿El Franco político?

R. En Zaragoza, en la Academia, con los múltiples agasajos que recibe, empieza a ver la miel del poder político. Que, claro, tiene que estar subordinado al poder militar. Y ya no piensa en otra cosa.

P. ¿Qué significa su victoria?

R. Que no tiene que demostrar nada. A él lo quieren porque ha ganado la guerra y librado a España de los comunistas.

P. ¿Qué tipo de régimen y de personaje construye durante la guerra?

R. Cuando se convierte en el jefe se da cuenta de que los militares rebeldes no tienen ningún plan. Serrano Suñer le dice que gobierna un Estado campamental y que necesita un Estado moderno: nazi, fascista, con un partido único. Franco tiene que conjugar la tradición militar de la que viene con el muy importante peso del catolicismo que lo apoya y con una fuerza nueva, la de Falange, que no ha llegado a ser un partido de masas. Franco fue construyendo su régimen mientras guerreaba.

P. ¿Y eso qué importancia tuvo?

R. Le permitió darse cuenta de la importancia de la religión y de los ritos. No solo sirve la propaganda, hacen falta los rituales. Y los ritos se realizan en torno a los mártires. Es lo que Gentile llama la religión política del fascismo. Los mártires empiezan a aparecer por todas partes, y los lugares de memoria.

P. Tras el final de la II Guerra Mundial, Franco se reinventa de nuevo.

R. El fascismo y la Iglesia, esa combinación para mí es la clave, y repartir juego, sin olvidar a los militares que estuvieron con él. Sabe que, por mucho fascismo y por mucha Iglesia, sin los militares que están a su lado no va a durar nada. Son los tres grandes ejes que van a marcar la historia de España. Cuando uno de ellos tiene que desa­parecer, con la derrota del fascismo en la guerra, Franco recibe de Carrero Blanco un informe en el que le dice que desde fuera no los van a echar, así que de lo que se trata es de mantener el orden y aguantar.

P. ¿Qué ha ocurrido mientras tanto dentro del país?

R. Franco se ha dedicado seis años a limpiar España y ha liquidado al enemigo interno, que está en el cementerio o en el exilio. Franco consigue en la posguerra, en medio del hambre y la represión, explicarle a la gente que él no tiene nada que ver en todo eso. Y consigue también transmitir que la monarquía que don Juan representa es la monarquía liberal que ha llevado a España a un fracaso rotundo, así que hace bien en saltarse la línea dinástica. Y conservar el poder.

P. ¿Cómo lo consigue?

R. La parte más sucia de las dictaduras no la llevan los dictadores. Kershaw, en su biografía de Hitler, inventó un término que yo lo aplico a Franco: “En la dirección del Führer”. El Führer no tenía que recordarle a nadie lo que tenía que hacer. Y lo mismo pasa con Franco.

P. Dice que los años cincuenta son la edad dorada de la tiranía.

R. Le doy mucha importancia a la guerra de Corea. Es el punto de inflexión que les permite a los poderes occidentales darse cuenta de que la Unión Soviética fue un aliado contra el fascismo pero que en ese momento es el enemigo. Franco lo capta de inmediato. Ese cambio es clave; el otro es el amigo americano. Que entiende que Franco más Salazar más lo que ocurre en Grecia son decisivos para controlar el Mediterráneo. El año 1953 es clave: se firma el concordato con el Vaticano y los acuerdos con Estados Unidos. Sabe que ya nadie lo va a tocar y, a partir ahí, ancha es Castilla. Para la corrupción y para todo.

P. ¿Qué ocurre con la llegada del Opus Dei al poder a finales de los cincuenta?

R. El Opus, desde un enfoque weberiano, hizo en un país sin protestantismo lo que produjo la ética protestante: racionalizar la Administración y el Estado para modernizar el capitalismo, y lo hizo sin abandonar el autoritarismo.

P. ¿Y los sesenta?

R. Conseguir aguantar con los grandes cambios que se producen entonces tiene mucho mérito. Además de recurrir a la represión, deja trabajar a la gente del Opus y, además, se produce una edad dorada del falangismo con gente del Movimiento tipo Fraga. Hasta que en 1969 sale a la luz Matesa, y se airea un caso de corrupción que toca a la Falange: el régimen se parte por arriba. Todos los estudios de las dictaduras muestran que estas solo caen por las luchas internas entre los que mandan. De la dictadura saco una conclusión clara: todos los personajes que rodean a Franco son masculinos, y tienen una doble moral. De los 119 ministros que tuvo, no hubo ninguna mujer, pero tampoco en la vida personal tenían relevancia: en las cacerías se sentaban en otro sitio, no comían con los hombres. Era una mentalidad cuartelera, pero pasada por África. Había misoginia en la forma de gobernar, en las leyes, en el desprecio y la subordinación de la mujer.

P. ¿Y la oposición?

R. Antes de la aparición de Comisiones Obreras, la oposición está en la catacumba. El sindicalismo clásico de la UGT y la CNT y los partidos políticos están desmontados, tienen un miedo terrorífico. Lo que surge es una nueva mentalidad que ya no va a luchar para echar a Franco y hacer la revolución. Esto lo captó Santos Juliá, lo captó Javier Pradera. Los nuevos eran gente de izquierda, pero ya no peleaban por la conquista de la Bastilla. Con un ejército unido, eso no se puede hacer. La verdadera oposición estaba en las asociaciones vecinales de barrio, en los curas obreros que por primera vez hablan de socialismo, en CC OO y en una decena de grupúsculos revolucionarios maoístas que aún creían que se podía hacer algo. Pero se veía que no iba a poder ser.

P. A Franco se lo defiende diciendo que fue un modernizador.

R. Que haya hoy quienes desde la ultraderecha quieren revitalizar a alguien que ya la mayoría de la gente sabía que no había hecho ningún bien a la historia de España, me permite creer que una biografía como esta pueda servir para hacer pensar. Hacer pensar, no adoctrinar. La gran peculiaridad de nuestra historia es que durante las tres décadas en las que en la Europa occidental se consolida la democracia y el Estado social de derecho, España está fuera de eso. Si Franco hubiera muerto en 1945, hoy sería recordado como un fascista.

P. ¿Hasta cuándo se mantuvo la represión?

R. Hasta el final. El Tribunal de Orden Público, el TOP, se crea en 1963 y se disuelve en enero de 1977. Todas las cosas buenas que hizo Franco las hicieron las democracias occidentales sin necesidad de torturas, de cárcel, de políticas de exclusión, de penas de muerte. Si la democracia no sabe explicar estas cosas, eso es otro problema: la historia sí lo hace.

P. Su biografía de Franco aparece en el contexto de una ácida polémica sobre los actos programados para celebrar su muerte.

R. Creo que 50 años después de la muerte de una persona que estuvo 40 años en el poder y que marcó la vida de España es un buen momento para explicarles a los ciudadanos muchísimas cosas. La fecha merece una conmemoración y que la gente pueda saber qué fue la dictadura de Franco. Un Gobierno, socialista o no, democrático no debe tener en 2025 ninguna duda sobre esto. Tenemos una peculiaridad, y no está en Sánchez, sino en un PP que nunca va a participar en esto, en una derecha que no ha sabido abordar nunca con libertad un pasado que también perteneció a la derecha de otros países europeos. Podría mirarse en Adenauer, en la democracia cristiana, para entender que a estas alturas todo lo que sea fascismo o autoritarismo no vale.

Franco, Julián Casanova, Barcelona: Crítica, 2025, 528 páginas. 22,90 euros.

sábado, 8 de febrero de 2025

El gran corruptor Juan March y sus negocios criminales, por David Cot.

 “Nuestra Cruzada es la única lucha en la que  los ricos que fueron a la guerra salieron más ricos.” Franco pronunciaba estas palabras tan  sorprendentemente honestas en un discurso de 1942 en Lugo. La historia de la guerra civil y de la dictadura franquista representa muchas cosas, pero entre otras, es la historia de un reducido número de personajes y familias que amasaron una fortuna al estar en los círculos de poder del nuevo estado que construyó el general Francisco Franco. 

Soy David Cot, presentador de Memorias Hispánicas,  y esta es la última entrega de la serie dedicada a Juan March Ordinas, el mallorquín que fue  el hombre más rico de España. En esta ocasión veremos algunos de sus negocios de posguerra, su  época de oposición al régimen franquista que él mismo había aupado, cómo surgió la Fundación Juan March, y su muerte y herencia. Veamos los últimos años de vida de uno de los hombres más  importantes de la historia de España del siglo XX. 

Negocios de posguerra

Ya vimos que Juan March tuvo un rol crítico en la  guerra civil española y que hizo un gran negocio con ella, gracias a sus préstamos, el tráfico de  armas y el control del comercio exterior. March hizo una apuesta arriesgada con los sublevados,  pero le salió bien y reforzó su papel como hombre más rico de España, eso sí, como un gran patriota  tenía el dinero principalmente en Suiza y Reino Unido. Se convirtió en el séptimo hombre más rico  del mundo según estimaba un diario londinense en 1943 gracias a los beneficios extraordinarios  de guerras. Mientras millones de personas habían muerto, estaban refugiadas, o pasaban toda  clase de penurias, el mercader de la muerte se construyó un palacio en Palma de Mallorca. En los primeros meses de 1939 fundó Aucona para centralizar sus actividades de exportación e  importación, en unos años en los que prácticamente monopolizaba el comercio exterior de España.  También poco antes de terminar la guerra civil fundó en Londres la Juan March & Co. con el  objetivo de controlar el mercado de divisas de España y el comercio con Reino Unido. Servía  de agencia financiera, de bolsa y de cambio de divisas, y entre los directores de esta sociedad  estaba un agente del servicio secreto británico, lo que remarca las buenas conexiones  de March con el gobierno británico. 

En España el capitalista mallorquín ganó mucho  dinero con el estraperlo, la venta de artículos eludiendo el control estatal, aprovechándose  del contexto de miseria de la posguerra. Nunca dejó el contrabando. En los años 50 seguía  traficando con tabaco, e incluso sacerdotes de Estados Unidos le pasaban cigarrillos de  forma ilegal. Eso pese a que, cuando se fundó Tabacalera en 1945 para monopolizar la venta de  tabaco, la familia March poseía en torno al 10%  de las participaciones. Ya vimos en el episodio  sobre los sobornos británicos que Juan March hizo negocios con los dos bandos de la Segunda Guerra  Mundial, aunque principalmente con los aliados, y ganó mucho dinero con el tráfico de armas.

 En este contexto, el hombre más rico de España aumentó las exportaciones de bienes de primera  necesidad. Esto ocurrió entre 1939 y 1942, cuando se produjo en España la hambruna más brutal  de su historia, que provocó la muerte de más de 200.000 españoles. Pero al cerdo capitalista y  traidor de Juan March esto le daba igual. España se había convertido en un estado totalitario, así  que ya no se tuvo que enfrentar a protestas por falta de alimentos como ocurrió cuando había  mallorquines que sufrían de hambre por sus exportaciones durante la Primera Guerra Mundial. Arturo Dixon recogió una anécdota que retrataba perfectamente a Juan March: “Desde Checoslovaquia  llegó a un puerto español un barco con un cargamento de zapatos. Cuando se examinó la carga,  se vio que todos eran del pie izquierdo y que, por lo tanto, no servían. La única persona que  pujó para quedárselos — naturalmente a un precio enormemente bajo— fue Juan March. Poco después  llegó otro barco con un cargamento de zapatos. Esta vez todos eran del pie derecho. Y de nuevo  March los compró a un precio verdaderamente irrisorio. Solo él sabía que los zapatos del  segundo envío hacían juego con los del primero. Además, ambas entregas fueron declaradas por la aduana como «mercancías inacabadas», y por lo tanto, libres de impuestos.” Otra anécdota que refleja el carácter de March viene del que había sido confesor  de Alfonso XIII. En 1945 era un hombre mayor en apuros económicos, y decidió reclamarle  a March todas las promesas económicas que le había hecho por sus favores. Este confesor fue clave en convencer a la empresa francesa, quien tenía el monopolio de venta de tabaco en el  Marruecos español, para que renovasen el contrato de subarrendamiento a March en los años 20. Pero  March nunca le pagó ni se dignó a contestar a la carta. Así de desagradecido era con quienes ya veía que no podía sacar ningún provecho. 

March contra el régimen franquista

Pero las relaciones de Juan March con la dictadura  franquista no siempre fueron buenas. Conforme se consolidaba en su puesto, Franco se irritó cada vez más por las deudas contraídas en la guerra con el mallorquín y no quería permitir que su  pretensión de monopolizar el comercio exterior pusiera en peligro la estabilidad de las finanzas  estatales. March chocó sobre todo con el ministro de Comercio e Industria, Demetrio Carceller, un  falangista favorable al intervencionismo estatal extremo que se enriqueció con comisiones obtenidas del mercado negro y el comercio  exterior, como el tráfico de wolframio y petróleo. Era por tanto un competidor directo de Juan March, y así debe entenderse estos choques dentro de la  dictadura franquista, que era una cleptocracia como ya vimos en el episodio anterior de esta  serie. En 1941 Carceller acusó a March de masón y de provocar escasez de materias en España, y  el ministro de Trabajo José Antonio Girón exigió que lo fusilaran por alta traición. A Valentín  Galarza, ministro de Gobernación, le ordenaron que retirase el pasaporte a Juan March y que lo  pusiera bajo arresto domiciliario. Sin embargo, Galarza era uno de los que recibían los sobornos  británicos directamente de March, y le trasladó la información para que pudiera abandonar el país. March envió una carta a Franco negando las acusaciones y pidiendo ir al Consejo de Ministros  para defenderse, donde podría denunciar la corrupción de dos o tres ministros. El fascismo falangista odiaba a March por representar el arquetipo de capitalista insaciable sin  patria, pero March no había financiado una rebelión militar para instaurar un gobierno que le  pusiera trabas a sus negocios. En julio de 1942, Juan March fue detenido durante unas horas porque  los servicios secretos españoles tenían indicios  de que participaba en una  conspiración monárquica contra Franco. Cuando fue liberado, no se la jugó y huyó  de España para fijar residencia en Lisboa, centro de conspiraciones monárquicas. Otros  monárquicos, como Pedro Sainz Rodríguez y Eugenio Vegas Latapié, quienes ya desde  el día de la proclamación de la República conspiraban contra ella, tuvieron que  trasladarse a Portugal debido a las amenazas de detención por parte de la dictadura  de Franco. Allí también residía José Gil Robles. 

Tras la operación Torch en el norte de  África en noviembre de 1943, la presión privada y pública para restaurar la monarquía en  España aumentó. Juan de Borbón expresó que había llegado el momento de sustituir la dictadura  de Franco, vista como un régimen de transición, y generales monárquicos como Orgaz y Kindelán  pidieron a Franco que abandonase el poder y dejase las formas de gobierno a imitación de  otras extranjeras, en referencia al fascismo, y volviese a formas genuinamente  españolas, la de la monarquía católica. 

March gastó al menos un millón de francos suizos a  favor de Juan de Borbón durante la Segunda Guerra  Mundial. El capitalista creía que lo mejor sería  que la dictadura franquista fuese sustituida por una monarquía aceptada por la izquierda y capaz  de cohesionar España. Básicamente se adelantó a lo que sería luego la Transición. En 1944 la  victoria ya se veía a favor de los aliados, y se formó la Alianza de Fuerzas Democráticas  entre socialistas, anarquistas y republicanos, excluyendo a comunistas. Franco y todo su  régimen temían que, pese a haber ganado la guerra civil, ahora perdiesen el poder. March celebró una reunión con las fuerzas opositoras en el piso de su amante Matilde  Reig. El mallorquín ofreció un cheque y le dijo a Régulo Martínez, presidente de la Alianza,  que pusiera la cantidad que quisiera. Lo que querían los opositores era hacer propaganda para  difundir las corrupciones de Franco y su régimen, pero Juan March se negó porque temía que eso le  costara la vida. Al final, esto quedó en nada, pero Franco se enteró de la reunión. March volvió a Portugal, porque le llegó el soplo de que Franco había expresado  que quería matarlo, y al terminar la Segunda Guerra Mundial fijó su residencia  en Ginebra, Suiza, aunque siguió visitando España muy frecuentemente. En 1946, viendo que el  régimen de Franco estaba para quedarse y que las victoriosas potencias aliadas no se estaban  moviendo para cambiarlo, Juan March comunicó que no iba a dar más dinero a la oposición  monárquica encabezada por Juan de Borbón. 

Juan March no mantuvo una relación estrecha con  Franco al finalizar la guerra civil. Bartolomé March, hijo del banquero, visitaba asiduamente el  palacio de El Prado e implicaba en los negocios familiares al entorno del dictador. Por tanto,  se puede describir la relación entre Franco y March como unmatrimonio de conveniencia. No había  amor ni confianza mutua, sino intereses comunes.   

 Pese a que tuvieron roces importantes, Barcelona Traction, uno de los mayores robos de la historia. Así nació FECSA Francisco Franco supo recompensar bien a Juan  March por su apoyo. El mallorquín se aprovechó de la coyuntura de la Segunda Guerra Mundial  para tomar medidas hostiles contra empresas extranjeras en suelo español y comprarlas a precio  de saldo. Así lo hizo con la filial mallorquina de General Electric, que a base de hostigamiento  los propietarios vendieron a March en 1942. 

Pero el mayor regalo de la dictadura franquista  a Juan March fue la Barcelona Traction. Estamos hablando de la compañía eléctrica de Cataluña,  conocida popularmente como La Canadiense, que por activos era la tercera empresa más grande  de España y producía el 20% de la electricidad del país. Era un holding con un entramado  empresarial muy complejo y opaco, constituido con capital extranjero que se aprovechaba de esta  estructura para no pagar sus impuestos en España. 

Su accionista principal y dirigente era Dannie  Heineman, un judío de nacionalidad estadounidense y belga que no pudo ejercer un control efectivo  sobre la compañía desde la guerra civil, primero por haber sido colectivizada y después  porque Franco prohibió la compra de divisas a  sociedades extranjeras. El ministerio de Industria  no permitía subir precios en las tarifas,  ni tampoco llevar a cabo nuevas inversiones.  Entre esto y que la compañía cobraba en pesetas que no paraban de devaluarse y debía  pagar a los acreedores en libras esterlinas, el negocio estaba en una situación complicada. Desde 1945 March fue comprando obligaciones de la Barcelona Traction hasta convertirse en  su mayor acreedor. Tras la constitución de la ONU y la exclusión de España de este organismo  internacional, existía un clima muy contrario a las empresas extranjeras del que March se  aprovechó, presentándose como un patriota  español dispuesto a poner su fortuna contra las  oligarquías financieras internacionales de las que él mismo pertenecía. Por ideología y como  recompensa por su contribución en la guerra, a Franco ya le interesaba que una gran empresa  pasase a estar en manos de un capitalista español. 

El 12 de febrero de 1948 un juez de la  localidad tarraconense de Reus declaró en quiebra La Canadiense, después de que hombres  de March presentasen una demanda para reclamar el pago de las obligaciones. Con eso, los intereses  de los acreedores pasaban a ponerse por delante de los accionistas, y el mayor acreedor era  March. Que el mallorquín untó al juez para que fallara a su favor con una medida tan  desproporcionada ni cotiza, porque muchas otras empresas no eran declaradas en quiebra  por simple falta de disponibilidad de divisas. 

Además, a los pocos días de la sentencia,  sin que los accionistas y directivos de la Barcelona Traction pudieran reaccionar  porque no les notificaron a tiempo, un hombre presentó un recurso de apelación. Este  era un secuaz de March, que hizo este movimiento para evitar que los propietarios de la Barcelona  Traction pudieran presentar su propio recurso.  

Inmediatamente hombres de March tomaron el  control de la Barcelona Traction, y hubo negociaciones en vano con Heineman y protestas  de los gobiernos de Bélgica, Reino Unido, Canadá y Estados Unidos, aunque finalmente los  británicos actuaron a favor de su antiguo aliado. 

En enero de 1952 se procedió a la subasta  pública de la compañía. Solo pujó Fuerzas Eléctricas de Cataluña, conocida por sus  siglas FECSA, una empresa creada por Juan March expresamente para la ocasión y que contaba  también con la participación de diversos bancos, como el Santander y Pastor. El precio de compra  de las acciones fue de 10 millones de pesetas, cuando su valoración estimada estaba entre  los 1.000 y 3.000 millones de pesetas. Un robo en toda regla revestido de legalidad. Esta es solo una de las muchísimas pruebas que demuestran que la dictadura franquista fue  una cleptocracia, un gobierno donde primaba el enriquecimiento personal de algunos cercanos al  régimen. El magnate judío podría haber presentado una oferta por el mismo valor o superior  para evitar la venta. Se recurrió en vano la sentencia y los accionistas presentaron distintas  demandas en juzgados de España. Pero en la España de Franco no había independencia judicial, y  nadie podía ir contra el gobierno y contra March. 

El gobierno estadounidense, cuando se negoció  normalizar relaciones diplomáticas con la España franquista, presionó sobre esta cuestión  y advirtió de las consecuencias negativas en la imagen de España entre inversores internacionales,  pero Franco dijo que era una cuestión privada y que no podía hacer nada. Al final, Estados Unidos  proporcionó un crédito de cien millones de dólares a España, y así empezó su proceso de reapertura,  sin que afectase negativamente el caso Barcelona Traction a la atracción de inversiones  extranjeras. El caso terminó en el tribunal internacional de La Haya con una resolución  favorable para los March en 1970, cuando ya Juan March y Dannie Heineman habían muerto. En los años 50, ya en su vejez, Juan March Fundación Juan March, o cómo lavar la imagen de un capitalista corruptor con las manos manchadas de sangre quiso crearse la imagen de benefactor. En  consonancia con ser el más rico de España, era el que más aportaba en campañas benéficas  organizadas por la dictadura, como contra la tuberculosis o para viudas y huérfanos de familias  de militares. Con su dinero manchado de sangre y corrupción, March, sobre todo a través de su  esposa, financió algunas obras caritativas y religiosas, como la construcción del  colegio de los franciscanos en Palma. 

Sin embargo, su mayor acción en este sentido  filántropo fue en 1955. El capitalista mallorquín copió el modo de hacer de los ricos anglosajones  y creó la Fundación Juan March para que su nombre se recordara por generaciones, para lavar su  imagen y para pagar menos impuestos. La Fundación Juan March promueve la formación con becas e  intercambios de estudiantes e investigadores, la elevación y difusión de la cultura, así como  la investigación científica. La constituyó con 300 millones de pesetas y 1.200.000 dólares, siendo la  fundación con más recursos de Europa y equiparable a las grandes fundaciones estadounidenses. En  los años siguientes los March fueron ampliando su capital hasta los 1.000 millones de pesetas. La decisión de formar la fundación vino por sugerencia del catalanista Joan Mascaró,  nacido también en Santa Margalida y que fue trabajador de March, pero que, al acompañar  al hijo de este a estudiar en el extranjero, se licenció en lenguas y se convirtió en uno de los mayores especialistas en sánscrito. Este le envió una carta en 1951 sugiriéndole  imitar el ejemplo de otros millonarios en obras sociales o culturales para que su  nombre se perpetuase en la historia. Juan March quería morir sabiendo que la gente le  lloraría y honraría, y hay que decir que lo consiguió. A su muerte fue recordado por  su fundación y hoy en día mucha gente ni siquiera sabe quién fue realmente Juan March.  

Muerte de Juan March Ordinas

Hablando de su muerte, el 25 de febrero de 1962, su chófer conducía un Cadillac para  llevar a March a una reunión por Madrid, pero un vehículo circulaba en dirección contraria  y chocó violentamente con el coche del hombre más rico de España. El millonario de 81 años se llevó  la peor parte y sufrió numerosas fracturas y un shock traumático, aunque permaneció consciente.  El prestigioso médico catalán Josep Trueta se desplazó expresamente desde Londres para  examinarlo, y también se desplazó desde Barcelona el doctor Puigvert, pero era difícil que  sobreviviera con 81 años y varios traumatismos. 

Modificó el testamento para elevar hasta los  2.000 millones de pesetas el capital de la Fundación Juan March. Mostró algunos signos  de mejoría, pero nadie se atrevía a hacer un pronóstico optimista. Su amante Matilde Reig,  familiares, y ministros de Franco lo visitaron,  y un padre lo confesó y administró los sacramentos  el 4 de marzo. Juan March nunca fue religioso,  pero debió pensar que más valía ser pragmático  y asegurarse una plaza en el cielo por si  existía. En sus últimos días las mejorías  desaparecieron y entró en un estado delirante. 

Finalmente, el 10 de marzo de 1962 falleció  Juan March Ordinas. Se oficiaron misas en Madrid y Palma de Mallorca en las que asistieron  todas las grandes personalidades del momento. La Banca March y FECSA suspendieron sus actividades,  y los barcos de la Transmediterránea ondearon las banderas a media asta. Fue enterrado en el panteón  familiar en Palma de Mallorca, junto a su esposa que ya había muerto unos años antes. La noticia  de su muerte llegó a ocupar primeras páginas en diarios de todo el mundo, que tildaban a March del  hombre más misterioso del mundo y el Rockefeller español. Un becario envió esta carta: “No conocí  a don Juan. Pero difícilmente olvidaré su nombre. Sin su ayuda nunca habría pisado la Universidad.  Le ruego acepte esta pequeña nota de condolencia.” 

Así fue Juan March, en pocas palabras ¿Quién fue, por tanto, Juan March Ordinas? Después  de haber estudiado su biografía, describiría al  mallorquín como un capitalista que no tuvo ningún  escrúpulo para conseguir sus objetivos. Siempre que podía buscaba la colaboración voluntaria de otros o inducirlos a ello mediante sobornos, se valió de la corrupción empresarial y política  para hacerse el hombre más rico de España, pero aquellos que no se sometían a su  voluntad se aseguraba que lo pagasen caro.  

No tenía ninguna moral más que el dinero. March era un hombre que tenía como objetivo y obsesión hacerse siempre más y más rico e  influyente, no llegó un momento en que dijo, vale, estoy feliz con la riqueza que he acumulado  y ahora voy a disfrutar. Azaña lo describía en 1932 como un hombre intrépido, inteligente,  y lleno de rabia. Juan March no era el típico mafioso italiano que actuaba de patriarca de un  clan familiar extenso. Era un hombre solitario, con muchos lacayos a sueldo, y que sabía hacerse  imprescindible y moverse en la política para que sus negocios triunfasen. Se rodeaba de  un equipo de técnicos competentes que le fuesen fieles. Era un mafioso a la española. Era un hombre muy individualista y egocéntrico que solo velaba por sus propios intereses. Por  eso tampoco tuvo inconveniente en proporcionar suministros a dos bandos en guerra, porque lo importante era ganar dinero. Cuando le convenía,  se presentaba al público como alguien preocupado por el patriotismo, la religión, o como un mecenas de artes y ciencias, pero eso no eran más que  maneras de justificar sus acciones y lavar su imagen. Juan March Ordinas fue sin duda uno de  los hombres más listos, ambiciosos, amorales  y más importantes de la España del siglo XX. 

Juan March y la legitimidad de las herencias

El testamento de Juan March declaraba heredero único a su hijo mayor Juan March Servera. Este se  quedó en pleno dominio con el 60% de los bienes, y el usufructo del 40% restante para dos  nietos del patriarca familiar. En cambio,  excluyó de la herencia y solo dejó la legítima  que le correspondía a su hijo menor Bartolomé. 

Juan apenas se relacionó con este hijo, que  las malas lenguas decían que ni era hijo suyo, y en cambio fue el mimado de su madre Eleonor y  recibió todos sus bienes en herencia. Bartolomé era un mecenas y coleccionista, un vividor  alejado del espíritu capitalista de su padre. Quizás por eso Juan March lo repudiaba  y no quiso fragmentar el patrimonio familiar. 

Pero esto no es lo importante. Lo importante es  preguntarse qué legitimidad tiene la herencia de Juan March y que hoy los March sigan siendo una  de las familias más ricas de España. La memoria histórica sobre la Segunda República, guerra  civil y dictadura franquista sigue siendo un campo de batalla ideológico muy importante  porque los beneficiarios del franquismo saben que el reconocimiento de la ilegitimidad del  franquismo y de todas sus acciones criminales es solo un primer paso que luego puede derivar en  la exigencia de políticas de reparación económica y devolución del patrimonio robado, como se  hizo en Alemania a las víctimas del nazismo. 

En el caso de los March, no es solo que  se lucrasen en la dictadura franquista, sino que sus chanchullos ya venían de antes.  Hemos visto a lo largo de la serie de episodios sobre Juan March que la riqueza de los March se  formó a base de la corrupción, el contrabando, el tráfico de armas, la especulación  inmobiliaria, las actividades bancarias, los monopolios ilegales, la exportación de  alimentos mientras se provocaba hambre en España, los asesinatos y la financiación de los golpistas  en la guerra civil, aparte de por supuesto las relaciones laborales propias del capitalismo. Desde mi posicionamiento anarquista, la propiedad privada es en sí misma ilegítima,  porque se basa en desigualdades y las reproduce, en términos tanto de poder como de riqueza  material. No es aceptable que la riqueza, que es el resultado de esfuerzos colectivos  acumulados durante siglos, sea monopolizada por unos pocos y que estos vivan del trabajo de otros.  Pero incluso si no cuestionas la legitimidad de la propiedad privada y con ella las herencias,  creo que si tienes un mínimo de moralidad verás que no puede justificarse la concentración y  perpetuación de la riqueza en una familia que cometió tantas actividades ilegales y muchas  de ellas en contra de la mayoría de españoles. 

El sistema de leyes y gobiernos protege a los  grandes ladrones como Juan March, mientras que  cae todo el peso de la ley sobre los que cometen  pequeños hurtos. ¿Cómo se puede defender esta injusticia? ¿Cómo alguien puede decir sin  que se le caiga la cara de vergüenza que no, que Juan March fue un gran empresario y que su  familia está donde está gracias a que era un genio y trabajó más que nadie, y que si eres pobre será  porque eres un vago? ¿Cómo alguien aún puede caer en el discurso meritocrático del capitalismo? Es indecente que no se aplicase la Ley de Memoria Democrática a la Fundación Juan  March, que lleva el nombre del principal, y más indispensable, financiador del golpe y de  los sublevados en la guerra civil. Pero claro, es más fácil atacar a las élites políticas  y militares que ya no están en el poder que a las élites económicas beneficiarias del  franquismo, que siguen perpetuándose hoy en día. 

La abolición del capitalismo y propiedad  privada creo que es la forma más simple de hacer tabula rasa, porque además pueden  haberse cometido todo clase de atropellos en la formación de la riqueza familiar de cada  uno de nosotros, pero ahora te pregunto a ti qué opinas sobre el debate de la legitimidad  de la herencia de Juan March y blanqueamiento de su figura a través de su fundación, y  sobre el debate de las herencias en general.  

Espero tus reflexiones en los comentarios. En cualquier caso, espero que si te has visto la serie completa sobre Juan March Ordinas  hayas aprendido mucho sobre este personaje tan importante de la historia de España y del que se  habla poco para no enfadar a los March, y espero que te lleve a reflexiones más profundas sobre el sistema en que vivimos que recompensa a tipos sin escrúpulos como Juan March. Si es así, por favor  dale a me gusta y compártelo para ayudar en su  difusión, y suscríbete al programa si eres nuevo. Puedes apoyarme en patreon.com/lahistoriaespana a cambio de beneficios exclusivos, también  en YouTube y Spotify con membresías, o con una donación en la página web del programa, donde  también encontrarás los guiones y fuentes de mis  episodios. Muchas gracias por cierto a Juan Carlos  Traversi por haberse hecho miembro del canal. 

Hacer esta serie ha sido gratificante por todo  lo aprendido, pero también me ha recordado porqué ya no hacía series, por el compromiso de  dedicación y tiempo que suponen. Lo próximo de Memorias Hispánicas quizás serán ya entrevistas a historiadores, que tengo muchas ganas de hacer, así que permanece atento por ello y  mantén las notificaciones activadas o sigue el Discord o canal de WhatsApp.  ¡Gracias por escucharme y hasta la próxima!

lunes, 27 de enero de 2025

Lutero

 ¿Porqué la mayoría de enemigos o negacionistas de la ciencia como terraplanistas y antievolucionistas son religiosos?, contestación de Antonio García en Quora:

Pregúntale a Lutero:

La razón es contraria a la fe [1] repetirá fiel a sus principios; pero no solo es contraria, sino que es la culpable de impedirnos tener una fe perfecta, ya que «durante esta vida no está completamente aniquilada la razón» [2].

«A la inteligencia Dios nos la ha concedido para que gobierne en el mundo, es decir, a ella corresponde el poder de dictar leyes y de ordenar principalmente lo que respecta a esta vida, como el beber, el comer, el vestir, así como lo referente a la disciplina exterior y a una vida honesta» [3]. Pero en lo espiritual es «ciega y anda en tinieblas» [4].

«La razón se opone directamente a la fe, y deberían dejarla que se vaya; en los creyentes hay que matarla y enterrarla [5] (…). Es imposible poner de acuerdo a la fe con la razón [6] (…). Has de abandonar tu razón, ignorarla, aniquilarla por completo, de lo contrario no entrarás en el Cielo (…) [7]. Es menester dejar a la razón en su casa, porque es la enemiga nata de la fe… Nada hay tan contrario a la fe como la ley y la razón, hay que vencerlas si se quiere alcanzar la bienaventuranza» [8].

«La razón es la puta del diablo. Solo es capaz de blasfemar y de deshonrar cuanto Dios ha dicho o ha hecho» [9] (…) “La más feroz enemiga de Dios» [10] (…). «Es la mayor puta del diablo; por su naturaleza y manera de ser es una puta dañina; la puta titular del diablo, una puta carcomida por la roña y la lepra, a quien habría que pisotear y destruir junto con la sabiduría… Arrójale inmundicia al rostro para afearla… La abominable merecería ser relegada a la más sucia habitación de la casa, a las letrinas» [11].

Pero no solo contra la razón despotricaba el autor de la ruptura, sino también contra aquellos que habían intentado utilizarla a lo largo de la historia y a quienes la Iglesia respeta y sigue con veneración:

«Aristóteles es el reducto impío de los papistas (católicos). Es para la teología lo que las tinieblas son para la luz. Su ética es la mayor enemiga de la gracia» [12]. “Es un filósofo rancio» [13]. «Un pillo digno de ser encerrado en el chiquero o en el establo de los asnos» [14]. «Un calumniador desvergonzado, un comediante, el más astuto corruptor de los espíritus. Si no hubiera existido en carne y hueso, no sentiría el menor escrúpulo en tenerlo por un verdadero diablo» [15].

El Estagirita no es más que un «ciego gentil», «una bestia pagana»; «un devastador de la pía doctrina», «un mero diccionario», «impiísimo», «sicofante», «burro ocioso», «monstruo de tres cabezas» [16].

Tanto era el odio de Lutero por Aristóteles que hasta se dedicaba a atacarlo por medio de sus discípulos:

«Estoy preparando a seis o siete doctorandos, entre ellos Adriano (de Amberes), para el futuro examen, que redundará en ignominia de Aristóteles, contra quien desearía que se alzasen pronto muchísimos enemigos» [17].

Hasta aquí sobre Aristóteles. ¿Y de Santo Tomás de Aquino, que diría? Sencillo: «Me duele que este insigne varón haya intentado probar las cosas de la fe valiéndose de Aristóteles» [18].

«Nunca comprendió un capítulo del Evangelio o de Aristóteles» [19]. «Es la fuente y la cloaca de todas las herejías y de todos los errores y el destructor del Evangelio, como lo prueban sus libros» [20]. «Tomás escribió muchas herejías y es el autor del rey Aristóteles, el devastador de la pía doctrina» [21]. «Dudo vehementemente si está condenado o salvado» [22]. «Ha sido seducido por la metafísica [23] (y) su autoridad ha encarnado a Aristóteles sobre un pedestal y le ha hecho rey efectivo de las universidades» [24]. «Jamás cita a la Escritura, ni a los Padres, ni los cánones, y ¡jamás da una prueba para un remedio! Por lo cual en la plenitud de mi derecho, es decir, con la li­bertad propia de un cristiano, recuso y reniego de Sto. Tomás» [25]. «En resumen es imposible reformar la Iglesia si la teología y la filosofía escolástica no se arrancan de raíz» [26].

Y al final lo consiguió. Ya está erradicada la escolástica oficialmente de los deshabitados seminarios católicos. Lutero triunfó y el Papa Paco le homenajea poniendo una estatua suya en el Vaticano. Señor, llévame pronto…

Húngaros y "marcianos"

 I

"Los Marcianos" era un término usado para referirse informalmente a un grupo de prominentes científicos húngaros (en su mayoría, aunque no exclusivamente, físicos y matemáticos) que emigraron a los Estados Unidos en la primera mitad del siglo XX.

Leó Szilárd, quien en broma sugirió que Hungría era un escondite para los extraterrestres de Marte, fue quien dio origen a este término. En respuesta a la pregunta de por qué no hay evidencia de vida inteligente más allá de la Tierra a pesar de la alta probabilidad de que exista, Szilárd respondió: "Ya están aquí entre nosotros  – simplemente se llaman húngaros". Esta anécdota aparece en el libro de György Marx titulado The Martians.

Paul Erdős, Paul Halmos, Theodore von Kármán, John G. Kemeny, John von Neumann, George Pólya, Leó Szilárd, Edward Teller y Eugene Wigner están incluidos en este grupo.

Dennis Gabor, Ervin Bauer, Róbert Bárány, George de Hevesy, Nicholas Kurti, George Klein, Eva Klein, Michael Polanyi y Marcel Riesz también a veces se nombran como parte del grupo, aunque no emigraron a los Estados Unidos.

Loránd Eötvös, Kálmán Tihanyi, Zoltán Lajos Bay, Victor Szebehely, Albert Szent-Györgyi, Georg von Békésy y Maria Telkes igualmente son a menudo mencionados en conexión con el grupo.

Por el contrario, Elizabeth Róna, una química nuclear húngara que emigró a los Estados Unidos en 1941 para trabajar en el Proyecto Manhattan y que descubrió el inicialmente denominado uranio-Y (Torio 231), a menudo no se incluye en la lista.

Origen del nombre

Como todos ellos hablaban inglés con un fuerte acento (un tipo de acento previamente hecho famoso por el actor de terror Béla Lugosi), fueron considerados extraños en la sociedad estadounidense. Los científicos húngaros eran aparentemente sobrehumanos en intelecto, hablaban un idioma nativo incomprensible y provenían de un desconocido y pequeño país. Esto los llevó a ser llamados marcianos, un nombre que adoptaron jocosamente.

La broma tomó forma de historia, según la cual, los científicos húngaros eran en realidad descendientes de una fuerza de exploración marciana que aterrizó en Budapest alrededor del año 1900, y luego partió después de que el planeta fuera encontrado inadecuado, pero dejando atrás a los niños de varias mujeres de la Tierra, niños que se convirtieron en científicos famosos. John von Neumann utilizó varios hechos como evidencia simulada para respaldar esta afirmación, como la proximidad geográfica cercana de los lugares de nacimiento de los marcianos; su trayectoria profesional bien trazable, que comenzó con el interés por la química, que los llevó a las universidades alemanas, donde se sintieron atraídos por la física; y el momento en el que los marcianos abandonaron Europa para irse a los Estados Unidos.

Esta es la historia original, tomada del libro de György Marx, The Martians:

El universo es vasto, contiene miríadas de estrellas ... es probable que tengan planetas dando vueltas alrededor de ellas ... Los seres vivos más simples se multiplicarán, evolucionarán por selección natural y se volverán más complicados hasta que finalmente se activen, criaturas pensantes surgirán ... Anhelando mundos frescos ... deberían extenderse por toda la Galaxia. Estas personas tan excepcionales y talentosas difícilmente podrían pasar por alto en un lugar tan hermoso como nuestra Tierra.  – "Y así," Fermi llegó a su pregunta abrumadora, "Si todo esto ha estado sucediendo, ya deberían haber llegado aquí. Entonces, ¿dónde están? " – Fue Leo Szilard, un hombre con un sentido del humor pícaro, quien proporcionó la respuesta perfecta a la paradoja de Fermi: "Están entre nosotros" dijo, "pero se llaman húngaros".

Cuando se hizo la pregunta a Edward Teller  – quien estaba particularmente orgulloso de su monograma, ET (coincidente con la abreviatura de extraterrestre)​ – simuló parecer preocupado, y dijo: "Von Karman debe haber estado hablando".

Siguiendo la broma, según György Marx, el origen extraterrestre de los científicos húngaros se demuestra por el hecho de que los nombres de Leó Szilárd, John von Neumann y Theodore von Kármán no se pueden encontrar en el mapa de Budapest, pero en la Luna hay cráteres con sus nombres:

Szilard (cráter)

Von Neumann (cráter)

Von Kármán (cráter lunar)

También hay un cráter en Marte que lleva el nombre de Von Kármán.

Científicos centroeuropeos que emigraron a los Estados Unidos

Durante y después de la Segunda Guerra Mundial, muchos científicos de Europa Central emigraron a los Estados Unidos, en su mayoría judíos refugiados que huían del nazismo o del comunismo. Varios eran de Budapest, y fueron fundamentales en el progreso científico estadounidense (por ejemplo, el desarrollo de la bomba atómica).

Pero en junio de 1948, tuve que renunciar al Instituto porque la situación política ya no les permitía emplear a un antimarxista abierto como había sido yo. Sin embargo, Anne [la esposa posterior de Harsanyi] continuó con sus estudios. Pero sus compañeros de clase comunistas la acosaban continuamente para que rompiese conmigo debido a mis opiniones políticas, pero ella no lo hizo. Esto le hizo darse cuenta, antes que yo, de que Hungría se estaba convirtiendo en un país completamente estalinista, y que el único curso de acción sensato para nosotros era abandonar Hungría.

John Harsanyi

En octubre de 1956, Hungría se rebeló contra el dominio soviético, pero el levantamiento pronto fue aplastado por medios drásticos que se cobraron muchas vidas. Budapest fue demolida nuevamente y el futuro aparecía nublado. En noviembre y diciembre de 1956, unos 200.000 húngaros, principalmente jóvenes, huyeron del país. Con mi familia y con la mayoría de mi grupo, también hemos decidido emprender este viaje y buscar una nueva vida en Occidente.

II

Quiénes eran los "marcianos" húngaros que ayudaron a Estados Unidos a convertirse en una potencia científica, Norberto Paredes, BBC News Mundo, 26 enero 2020

"¿Cómo es posible que muchos de los genios del Proyecto Manhattan vengan de un país que la mayoría ni siquiera puede ubicar en un mapa?", preguntó una noche uno de los integrantes del proyecto en un bar provincial en Estados Unidos.

"Bueno, la verdad es que no son humanos: son marcianos", respondió uno de sus compañeros a modo de broma.

Así es como Marina von Neumann Whitman, hija de uno de esos "marcianos", relata la historia que habría dado origen al nombre.

Qué es la quinta fuerza que dicen haber descubierto científicos húngaros

"Y para disimular el hecho de que no son humanos hablan húngaro entre ellos mismos, una lengua que nadie puede entender", prosigue el relato la prominente escritora, autora del libro "The Martians' Daughter: A Memoir" (La hija del marciano: una autobiografía).

La historia se volvió viral y en la actualidad son muchos los intelectuales que han escrito obras en honor a estos genios cuya contribución al mundo de la ciencia y de la física fue inconmensurable.

Pero ¿quienes fueron estos "marcianos" y cómo ayudaron a Estados Unidos a convertirse en una potencia científica?

5 genios con mucho en común

Se trata de un grupo de científicos que, escapando de los nazis alemanes y de los comunistas soviéticos, emigraron a Estados Unidos antes o durante la II Guerra Mundial. "Eran cinco principalmente. Cuatro que trabajaban en el Proyecto Manhattan y un experto en misiles balísticos" le dice von Marina von Neumann Whitman a BBC Mundo.

Efectivamente, en el libro The Martians of Science, ("Los marcianos de la ciencia") el autor István Hargittai, también originario de Hungría, cuenta la historia de este grupo conformado por John von Neumann -padre de la autora del libro-, Theodore von Kármán,Edward Teller, Leó Szilárd y Eugene Wigner.

Eran 5 hombres provenientes de la élite de Budapest, capital del país europeo, criados en familias judías de clase media-alta, todos habían realizado al menos una parte de sus estudios en Alemania, eran políticamente activos y se oponían a todas las formas de totalitarismo.

Un legado incalculable

Hargittai cuenta que todos se hicieron amigos, trabajaron juntos y se influenciaron los unos a los otros hasta la muerte.Y esta unión impulsó algunos de los desarrollos científicos más importantes del siglo XX.

John von Neumann, considerado como el matemático más destacado del grupo y uno de los más grandes de la historia, fue uno de los impulsores de la computadora moderna con el llamado modelo de von Neumann: una arquitectura de diseño para un computador digital electrónico que hasta el día de hoy es utilizada en casi todos los aparatos.

Eugene Paul Wigner recibió el Premio Nobel de Física en 1963 por "su contribución a la teoría del núcleo atómico y de las partículas elementales, en especial por el descubrimiento y aplicación de los importantes principios de simetría", explica la organización.

Nacido en 1881, Theodore von Kármán realizó importantes aportes en el campo de la aeronáutica y astronáutica y se convirtió en el primer director del Laboratorio de Propulsión a Reacción de la NASA, dándole una base científica a la Fuerza Aérea de los Estados Unidos (USAF, por sus siglas en inglés).

Leó Szilard, por su parte, contribuyó ampliamente en el campo de la física nuclear y la biología molecular y fue el autor de la famosa carta dirigida al expresidente Franklin D. Roosevelt en agosto de 1939 que impulsó el desarrollo de las bombas nucleares lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki seis años más tarde.

Por último, Edward Teller es considerado por muchos como el padre de la bomba de hidrógeno, también conocida como bomba termonuclear, que se ha convertido en una de las armas más destructivas de la historia.

Muchos marcianos, pero solo un gran beneficiado

Si bien las definiciones más estrictas solamente mencionan a 5 "marcianos húngaros", algunas incluyen en el grupo a otros genios como Paul Halmos, un destacado matemático que trabajó un par de años como asistente de John von Neumann, así como a George Pólya, Paul Erdős, el Premio Nobel de Física Dennis Gabory, John George Kemeny, entre otros.

Toda esta emigración tuvo un gran beneficiado: Estados Unidos.

El país logró atraer y nacionalizar a este grupo de genios y les dio herramientas para que desarrollaran al máximo sus capacidades en instituciones como la NASA. Con esto, el pueblo estadounidense pudo atribuirse grandes desarrollos y descubrimientos físicos y científicos a mediados del siglo XX que ayudaron a la nación a convertirse en la potencia científica que es actualmente. Von Neumann Whitman es de las que cree que, sin esa inmigración, "a EE.UU. le habría llevado mucho más tiempo desarrollarse científicamente y algunos descubrimientos tal vez no hubieran sucedido en lo absoluto".

La hija del marciano

Aunque Marina von Neumann Whitman no es considerada una "marciana", pues nació y se crió en EE.UU., tiene mucho en común con su padre y los amigos de este. En diálogo con BBC Mundo, la también economista y profesora de la Universidad de Míchigan, califica su carrera como "pionera". Y lo es: se trata de la primera mujer que sirvió en el Consejo de Asesores Económicos de la Casa Blanca, también trabajó como directora del Council on Foreign Relations (Consejo de Relaciones Exteriores en español) y ha recibido una larga lista de doctorados honoris causa.

"Una de las cosas de las que hablo en mi libro The Martian's Daughter es cómo cambió la actitud hacia las mujeres profesionales a lo largo de mi carrera, desde mediados de los 70 hasta finales del siglo XX".

Al hablar de su padre, la autora es modesta "creo que no estoy cualificada para hablar sobre sus logros más importantes, pero puedo decir que lo que más me marcó a mí fue su convicción de que todo el mundo tiene la obligación moral de hacer un uso completo de sus facultades intelectuales. Eso me inspiró".

La autora recalca que si EE.UU. hubiera tenido una política anti-inmigratoria en el siglo pasado, nada de esto habría sido posible. También asegura que sin estas importaciones "no es muy seguro" que su país hubiera ganado la II Guerra Mundial y la Guerra Fría.

"Estos talentosos inmigrantes contribuyeron enormemente en el desarrollo de estrategias y armas para que EE.UU. se convirtiera también en una potencia militar".

Pero advierte que el enfoque de la política migratoria del actual presidente estadounidense Donald Trump pone en peligro la privilegiada posición de su país como una potencia científica.

"Si Trump es reelegido para un segundo mandato y mantiene esta actitud, pienso que esto podría tener un impacto negativo en el liderazgo científico estadounidense. Los chinos están trabajando duro para ponerse al día y a EE.UU. se le va a hacer muy difícil mantenerse a la vanguardia en este campo sin inmigración", concluye la hija del marciano.

jueves, 23 de enero de 2025

El desdén de la mujer de rojo, por Alfonso Ussía

 Alfonso Ussía, en Hola, 20 de mayo de 2021:

Bella dama de rojo

‘Nada más cruzar el umbral que se abre al jardín posterior, Wilson se quedó pasmado ante la belleza y la perfección de un trasero. El trasero era propiedad de una mujer que lucía un apretado vestido carmesí’

Era Primer Ministro del Gobierno de S. M. británica el laborista Harold Wilson. Un político sagaz e inteligente, esclavo de dos tentaciones. La ginebra y las mujeres. Dos tentaciones magníficas y llevaderas, por otra parte. Los ingleses son muy hábiles negociando, y Wilson había alcanzado un acuerdo petrolífero con Venezuela muy favorable para el Reino Unido.

Según Stephen Leacock, los ingleses siempre consiguen los mejores contratos internacionales porque tienen cara de pez. Los hay con perfil de besugo, de merluza y de ciprino dorado, esos de escamas naranjas y amarillas que viven en los estanques de los grandes parques de Europa. Un caribeño, extralimitado en los gestos, las voces y los hablares, nada tiene que hacer cuando negocia con un pez. El pez no mueve un músculo de la cara, no comenta, no interrumpe y al final, por cansancio del contrario, alcanza su objetivo. Que el adversario firme en el papel lo que el pez desea. El inglés con más cara de pez de los últimos cincuenta años es el Duque de Kent, cuya fundamental obligación institucional es la de entregar, en nombre de su prima la Reina, los trofeos a los campeones y finalistas de Wimbledon. Harold Wilson, sorprendentemente, no tenía cara de pez. Parecía un oso blanco.

Viajó de Londres a Caracas para sellar con su firma el contrato energético. Y durante el vuelo, martini va, martini viene, se bebió una botella de ginebra. Al llegar a las cercanías del aeropuerto de Maiquetía de Caracas, el avión sobrevoló la zona durante una hora para escapar de una tormenta. Esa hora la superó con un nuevo martini. Ya en tierra, le aguardaba a pie del avión el embajador del Reino Unido en Venezuela. 

–Rápido, Excelencia, que se tiene que poner el smoking para asistir a la cena-baile que le ofrece el Presidente de Venezuela en el Palacio de Miraflores-. 

Y, mientras se ajustaba el smoking en la embajada, cayó un nuevo lingotazo de ginebra.

Entre el cambio de horas y la botella y media de ginebra, Wilson llegó algo confuso a la residencia presidencial. Erguido y digno, pero confuso. Y nada más cruzar el umbral que se abre al jardín posterior, con anterioridad al saludo a su anfitrión, se quedó pasmado ante la belleza y la perfección de un trasero. El trasero era propiedad de una mujer que lucía un apretado vestido carmesí. Wilson, que chapurreaba el español, no vaciló. Se oían los acordes de una composición musical, y Sir Harold se atrevió a adelantar el curso de los acontecimientos. Se acercó a ella y le susurró.

-Bella dama de rojo. ¿Me concede este vals?

La bella dama, en aquel momento, no estaba para mover el esqueleto con un desconocido. Es más. Se negó en rotundo, con firmeza, pureza herida y pudorosa resistencia. La voz de la bella dama de rojo nada tenía de melódica y romántica. Y sin volver su rostro respondió con seca contundencia.

-No le concedo este baile por tres razones. La primera, que no me considero una bella dama. La segunda, que lo que se oye no es un vals, sino el Himno Nacional de Venezuela. Y la tercera, porque soy el arzobispo de Caracas.

Harold Wilson encajó con dolor las palabras que le había dirigido su capricho fallido. Acudió a saludar al Presidente, en cuyo honor se interpretó el Himno Nacional que sir Harold tomó por un romántico vals.

Charló con el Presidente, se excusó por el cansancio del viaje, y durmió la moña con envidiable serenidad en la Embajada.

A primeras horas de la mañana siguiente, se levantó, se bañó, se puso el traje y la corbata de los grandes contratos, firmó y voló de retorno a Londres.

Pero firmó, lo cual no carece de valor.

Y sin cara de pez.

martes, 3 de diciembre de 2024

Exilio republicano en México

 Dossier en dos partes:

I

FIL Guadalajara. Los supervivientes del exilio español: “Ningún país del mundo nos acogió como lo hizo México”

Un documental y una mesa de debate en la FIL organizados por EL PAÍS con miembros del exilio republicano profundiza sobre sus vidas en el país de acogida

David Marcial Pérez

Guadalajara, El País, 1 DIC 2024:

Conchita Michavila volvió a España en los años sesenta, casi tres décadas después de haber salido rumbo a México siendo una niña de cuatro años como otros miles de exiliados republicanos. En Madrid pasó mucho tiempo con un tío suyo que le contó cosas duras de aquella España de la que huyó su familia. Su padre era un abogado socialista y su tío, un militante falangista, que le dijo a su sobrina: “Si tu padre no se llega a marchar, yo mismo lo hubiera matado. Pero no te angusties, si le veo ahora, lo que voy a hacer es darle un abrazo”. La anécdota la contó este sábado la propia Michavila, de 86 años, en la mesa Los supervivientes del exilio español en México, organizada por EL PAÍS en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, FIL, cuya edición de este año tiene a España como país invitado.

El episodio retrata bien la crueldad homicida del golpe militar de 1936 que acabó derrocando al gobierno democrático de la Segunda República española después de tres largos años de Guerra Civil. Unas penurias que contrastan con la infancia de aquellos niños que llegaron a México. “Tuvieron una infancia gozosa y una juventud libre en el país que los acogió”, explicó Carmen Morán Breña, la periodista de El PAÍS que moderó el evento, que arrancó con un documental producido por el diario que profundiza, con entrevistas y una detallada investigación de archivo, en las vidas de los exiliados en México. Además, El País Semanal publica hoy un número especial dedicado al exilio mexicano.

“Fuimos niños felices, aunque es cierto que vivíamos un poco en una burbuja”, contó otra de las ponentes, Aída Pérez, de 86 años. Ella, como casi todo el resto de hijos de exiliados, estudio en el Colegio Madrid, junto al Vives, los dos centros educativos fundados por refugiados republicanos. “Desde los choferes al jardinero, todos eran exiliados”, recordó Pérez, que considera que todos ellos llegaron verdaderamente a México cuando entraron en la UNAM, la gran universidad mexicana. Otro contraste más, casi todos y todas estudiaron una carrera. El padre de Pérez era telegrafista, su madre, ama de casa. Ella estudió arquitectura. “No se concebía otra cosa que no fuera ir a la universidad”. En gran medida, la República trasladó a México los ideales truncados por el golpe militar, como por ejemplo la educación como herramienta de progreso y libertad. Michavila recuerda por ejemplo lo que le decían sus amigas en España cuando les contaba que había estudiado biología: “¿Para qué? Si tú vas a cuidar a tu marido”.

México ayudó con armas y comida al bando republicano español durante la Guerra Civil. Condenó antes que ningún otro país en la arena internacional la dictadura franquista. Fue el principal destino americano de los exiliados y sede del Gobierno durante los años cuarenta. El repaso al contexto histórico y político corrió a cargo de Fernando Serrano Migallón, 79 años, hijo del fiscal que acompañó al Gobierno republicano durante su salida y al que su padre le puso de tercer nombre Lázaro, por el presidente mexicano Lázaro Cárdenas, quien abrió la puerta a los refugiados. Economista además de historiador, Serrano Migallón enfatizó la identidad tan particular que constituyó para ellos el hecho de ser exiliados: “La migración es esperanza, pero el exilio es abandono y tristeza. Nosotros llegamos a México con una idea de temporalidad. ‘Cuando esto pase vamos a dejar de estar aquí y vamos a volver”. Siguiendo con esa idea, citó también una frase de uno de los grandes escritores de la novela de la Revolución, Mariano Azuela: “Los exiliados llegaron a México dispuestos a todo menos a quedarse, que es lo que finalmente hicieron”.

Muchos de los que llegaron de niños sí volvieron, pero a pocos de los padres, que se juraron no volver a su país hasta que muriera el dictador Franco, les dio tiempo a regresar. Los que sí lo consiguieron, en 1987, fueron los de Conchita Michavila. Recordó que en el avión iban todo el viaje exultantes cantando canciones republicanas. Pero cuando el piloto anunció por megafonía que estaban entrando en territorio español, todo fue silencio y suspiros. “Cumplieron el sueño de volver a España, pero fue muy fuerte para ellos. Tanto que a los tres meses se murieron los dos”.

Michavila recordó también el agradecimiento a México, donde se casó, formó su familia y ha vivido gran parte de su vida. Pérez fue más allá y contó que ha participado en muchos foros con exiliados que llegaron a otros países, como Suecia o Noruega. “Ningún país del mundo nos acogió como lo hizo México. No solo el Gobierno, el pueblo también”.

II

Los últimos exiliados en México de la guerra civil española

Eran unos niños cuando llegaron a un país desconocido. No sabían por qué estaban allí. Las razones se llamaban guerra y exilio. Sus abuelos y sus padres cuidaron de ellos, y ellos se convirtieron en mexicanos de alma española que devolvieron con creces el cariño recibido al país que los acogió. Hoy, en el otoño de una vida que no eligieron, miran sin nostalgia y con cierto orgullo por el retrovisor de la historia.

Carmen Morán Breña / Elena San José

1 DIC 2024

Regina Díaz y Aída Pérez pasean tomadas del brazo por Veracruz. Charlan como solo pueden hacerlo dos amigas que se conocen desde hace más de 80 años, y la brisa marina las devuelve a un pasado que se hace presente en cada aniversario. A ese puerto mexicano llegaron hace 85 años miles de exiliados españoles en buques fletados por el Gobierno republicano al final de la Guerra Civil. En 1939 arribó el primero, el Sinaia, en el que viajaba Regina con tan solo seis meses. Tres años después, el Nyassa dejó en la costa a Aída, con cuatro añitos cumplidos a bordo.

Ambas vienen de familia asturiana, pero vieron la luz en Barcelona, algo más que una feliz coincidencia. Los niños que subieron a esos buques huyendo de la guerra y del franquismo nacieron en cualquier parte, allá donde los fue dejando el peregrinaje de sus padres. Las mujeres se ponían de parto en el Madrid atrapado por la guerra, en Barcelona, de camino a la frontera, o ya en Francia. Aquellos niños solo encontraron tierra firme en México, donde cientos de veracruzanos los saludaban desde el puerto sin que ellos entendieran bien qué ocurría. Esos niños, hoy ancianos, son los últimos testigos del penoso éxodo español, aunque nunca tuvieron nostalgia propia y su memoria de aquello es heredada, pero qué otra cosa es la memoria, más que un legado de generación en generación.

Se criaron bajo los mismos volcanes que causaban extrañeza a sus mayores; pasaron la infancia escuchando que la paella no salía igual en México por culpa del agua, y todavía hoy tienen que responder la impertinente pregunta de si quieren más a papá o a mamá: “Yo quiero a los dos. Quiero a España porque es la tierra de mis padres, es donde nací. Pero quiero a México porque aquí crecí, me casé y tuve a mis hijos. Pero sí, hay veces que pienso: ¿a quién quiero más? No lo sé”, dice Conchita Michavila, un bebé de nueve meses en aquel barco de bandera francesa, el Sinaia.

Regina Díaz. Nació en Barcelona y llegó con apenas seis meses a bordo del 'Sinaia', el primer barco fletado por la República. Se licenció en Química y ejerció como profesora en la UNAM durante 30 años. Hoy tiene 86 y está jubilada, pero el último jueves de cada mes sigue juntándose con sus compañeros de clase del colegio Madrid. “Una amistad de 80 años no la tiene cualquiera”, dice orgullosa.

Regina Díaz. Nació en Barcelona y llegó con apenas seis meses a bordo del 'Sinaia', el primer barco fletado por la República. Se licenció en Química y ejerció como profesora en la UNAM durante 30 años. Hoy tiene 86 y está jubilada, pero el último jueves de cada mes sigue juntándose con sus compañeros de clase del colegio Madrid. “Una amistad de 80 años no la tiene cualquiera”, dice orgullosa.

Daniel Ochoa de Olza

Cierto es que fueron españoles mucho tiempo, porque los exiliados, alrededor de 20.000, se apiñaron en los mismos colegios, iban al mismo club, vivían en edificios donde el olor a sardinas en la escalera no sorprendía a nadie y esperaban con ansiedad la muerte de Franco cada tarde en la misma cafetería. En la capital mexicana, donde se asentó la mayoría, los más pequeños se criaron felices en su burbuja hispana. Pero un día llegaron a la Universidad y descubrieron que su acento les convertía en extraños para los demás.

Entonces, ¿qué eran ellos? En ese limbo navega todavía la mente de los ancianos que son hoy. La última generación de seres híbridos que conservan la bandera republicana y aprendieron las calles de Madrid leyendo a Pérez Galdós, que disfrutan con el mole y toleran el picante como el que más. Votan en las elecciones mexicanas, pero también en las españolas y hasta en las europeas. Politizados y laicos con un solo dios que les inculcaron en casa: Lázaro Cárdenas, el presidente que abrió las puertas de México, el país en el que han nacido sus hijos y donde han enterrado a sus padres.

Si algún exilio fuera ideal, ese fue el de aquellos niños: el de Conchita y Regina, que llegaron en el Sinaia; el de Aída, Carmen y los hermanos Alejandro y Vicente, que las sucedieron en el Nyassa, y el de Víctor Daniel, que se adelantó a todos a bordo del Flandre. Ellos no tuvieron que llorar el desarraigo que atormentó a sus padres, sino recrearse en un país recién salido de una revolución que sentó las bases de la sociedad moderna. Los pocos que acabaron en otros Estados, como Josefina, que vivió en Veracruz, no siempre corrieron la misma suerte. Y de esa diferencia habla consciente Juan Bonilla Rius, presidente del Ateneo Español de México: “Por supuesto que hubo víctimas del exilio, pero no fuimos nosotros”.

El encuentro entre una República y una Revolución

Cuando los exiliados se echaron al mar, poco o nada sabían sobre el país que los iba a acoger. Sus pensamientos estaban fijos en el retrovisor: la familia, la tierra, la infancia azul y un sueño arrasado por tres años de Guerra Civil. Pero el desembarco en el puerto de Veracruz, donde los esperaban el presidente Cárdenas y un pueblo abierto y entusiasta, fue mucho más que un encuentro feliz. Podrían haber huido a cualquier país y cualquiera habría sido mejor que el destino que les deparaba España, pero lo que hallaron allí se ajustó como un guante a sus necesidades y expectativas, y también a la inversa. La sintonía que se produjo fue tan singular y fructífera que definió la forma en la que hoy se ven a sí mismos ambos países.

Aída Pérez. Asturiana nacida en Barcelona camino del exilio, llegó con sus padres, Eva Flores Valdés y Manuel Pérez, a México en el barco 'Nyassa' en 1942. Es licenciada en Arquitectura y trabajó en una constructora y dando clases de dibujo en el colegio Luis Vives, en Ciudad de México. Está jubilada y tiene 86 años. Ferviente republicana, sigue la actualidad española como si nunca hubiera dejado el país.

En otro momento quizá la simbiosis habría sido menor, pero el pueblo al que llegaron entonces era un terreno fértil para las ideas que la truncada democracia había sembrado en España. “La República española encontró en la Revolución Mexicana un proyecto similar, republicano, demócrata, progresista en el más amplio sentido de la palabra, de valores laicos, públicos, de respeto por la cultura…”, enumera Francisco Mejía, investigador de la UNAM especializado en el exilio: “España estaba pasando un momento de esplendor justo antes de la Guerra Civil, pero México también: el México cardenista de la expropiación petrolera que creó institutos tan importantes como el Politécnico Nacional”. En ese caldo de cultivo, los españoles alcanzaron en América lo que no lograron en su país: educar por primera vez a toda una generación en los valores republicanos.

La familia de Aída Pérez lo comprobó enseguida. “Lo primero que hizo mi papá fue comprar una Constitución mexicana. La leyó y dijo: ‘Estupendo país”, recuerda la hija del telegrafista. “Era un México que despegaba”, cuenta, y el Gobierno les hizo partícipes de ese ascenso. El agradecimiento es tal que todavía hoy enciende las pasiones. “Cuando hacíamos reuniones, si alguien decía algo [malo] de Cárdenas, nos lo comíamos vivo”, incide con humor Carmen Hernández, que llegó con dos años en el mismo buque. Un espacio ajardinado, con piscina climatizada y control en el acceso conduce al apartamento que Carmen tiene en Ciudad de México. Su padre era mecánico y diputado del PSOE; su madre, taquimecanógrafa. “La vida mejoró, mis padres no podían creer que aquí había libertad para pensar y hablar”, recuerda.

La única condición que puso el mandatario para recibirlos fue que no intervinieran en la política mexicana. Y lo cumplieron a rajatabla, aunque andando el tiempo los hijos del exilio terminaron nutriendo las élites políticas. Salvado aquel requisito, todo fueron facilidades.

Conchita Michavila. Nació en Barcelona y llegó a México a bordo del 'Sinaia' en 1939, con nueve meses. Ahora tiene 86 años. Dice que siempre le gustaron “los animalitos” y por eso estudió Biología. Dio clases en el colegio Madrid y en el Instituto Escuela y se casó con otro refugiado español. Sus hijas, ya mexicanas, fantasean con vivir en España, de la que se enamoraron en su último viaje familiar.

Cárdenas ordenó que los refugiados entraran en las universidades pagando solo 200 pesos, como los mexicanos, y no 5.000, el precio para los extranjeros, una medida de gracia sin la que muchos no serían lo que son hoy.

Al calor de instituciones como los colegios Luis Vives y Madrid, la Casa de España o el Ateneo, todas ellas fundadas por españoles, aquellos muchachos saltaron con éxito a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde muchos pasaron de ser alumnos a profesores. También los hijos de obreros y campesinos, cuya falta de preparación se compensaba con una profunda formación política que inculcaron a su prole.

“Cuando se proclamó la República, más del 50% de los españoles eran analfabetos. ¿Cuántos podrían ser intelectuales? No llegaría al 1%. Sin embargo, representan el 10% de los exiliados”, explica el historiador mexicano Fernando Serrano Migallón, hijo del último fiscal de la República española. La cultura fue un eje vertebrador de la comunidad republicana, y los estudios, la prioridad, lo que contribuyó a extender la imagen intelectual que se tiene del exilio.

“Estaba decidido. No se te ocurría otra cosa más que estudiar una carrera”, abunda Aída Pérez, arquitecta de profesión, una mañana de julio en la casona porfiriana que alberga ahora el Ateneo. Allí se encuentra con los hermanos Alejandro y Vicente Rodríguez, que llegan agarrados del brazo y sosteniendo un bastón que afianza sus pasos entre la niebla que les ha dejado una ceguera congénita. Los hermanos rememoran los productos que enviaban a España, azúcar y café, sobre todo, para paliar las carencias de los que se quedaron allí, práctica común entre los refugiados. Ambos son ingenieros, uno en Mecánica, el otro en Electrónica.

Las compañeras de Aída también optaron por carreras de ciencias, una elección que sorprende todavía hoy, ante la presencia mayoritaria de hombres en esas materias. Conchita Michavila es bióloga, y Carmen Hernández, química, como Regina Díaz. “El exilio fue una oportunidad”, reconoce Hernández, “mi padre decía: ‘En España no habrías sido licenciada en Química”. La brecha entre aquellas mujeres y las que se quedaron era abismal. “Cuando me carteaba con mis primas, me llamaban la atención sus faltas de ortografía”, recuerda. El exilio mostró su mejor rostro a una generación que lo vivió con la alegría de quien se siente parte de una identidad común: la que habla con la ce española y la ese mexicana, o las cambia en función de quién contesta al teléfono.

Alejandro y Vicente Rodríguez. Son hermanos. Alejandro (a la derecha) tiene 89 años, y Vicente, dos menos. Llegaron a México con sus padres a bordo del 'Nyassa' en 1942. Los dos son ingenieros: el primero en Mecánica, y el segundo, en Electrónica. Ambos padecen una ceguera congénita y aseguran no sentir ninguna nostalgia por España, aunque siguen votando cada vez que hay elecciones en un país que también sienten como propio y del que hablan con pasión.

Alejandro y Vicente Rodríguez. Son hermanos. Alejandro (a la derecha) tiene 89 años, y Vicente, dos menos. Llegaron a México con sus padres a bordo del 'Nyassa' en 1942. Los dos son ingenieros: el primero en Mecánica, y el segundo, en Electrónica. Ambos padecen una ceguera congénita y aseguran no sentir ninguna nostalgia por España, aunque siguen votando cada vez que hay elecciones en un país que también sienten como propio y del que hablan con pasión.

Si el país americano les brindó un campo de posibilidades para explorar, ellos lo devolvieron con una explosión de desarrollo. Fundaron editoriales, construyeron edificios, hoteles y casinos, triunfaron en las letras y en las ciencias y, muy especialmente, revirtieron lo aprendido en el terreno educativo. Los maestros más aguerridos llevaron el sueño republicano a otros Estados. Allí abrieron los grupos escolares Cervantes, todavía vigentes, con un alumnado más mexicano que el de los centros capitalinos.

La endogámica burbuja española se rompió en la Universidad al mezclarse unos y otros. Sin embargo, en la calle, las dos Españas chocaban a veces con ferocidad. Cuando el numeroso contingente de republicanos arribó a la capital se encontró con otros 20.000 españoles que les habían precedido décadas atrás, aquellos que buscaban hacer las Américas y montaron negocios fructíferos. Los llamaban gachupines y eran ideológicamente diferentes, cuando no contrarios, y las peleas entre ambos bandos se reprodujeron en México. “El Luis Vives, que era mi escuela, estaba junto al Cristóbal Colón, un centro de gente bien, de derechas, nada que ver con nosotros”, relata Hernández. “Un 15 de septiembre [Día de la Independencia de México], alguien llevó una bandera franquista y se armó una guerra, como en las películas”, rememora risueña. El enfrentamiento entre unos y otros era tal que el Luis Vives se cambió de barrio.

En los puestos callejeros, sin embargo, junto a las banderas mexicanas, el Día de la Independencia se vendían también las de la República española, recuerda la escritora Angelina Muñiz-Huberman —nacida en Hyères, Francia, y con 87 años—, una muestra de cómo los dos proyectos se anudaron con fuerza. “Era un orgullo decir: yo soy exiliada”, sostiene la autora, última superviviente de una generación de escritores que se sirvió del destierro como fuente de inspiración. “El exilio quejoso no es el que me atrae. Me atrae el exilio de toda persona que está fuera de la corriente, te da muchos puntos de vista, entiendes al otro porque tú eres el otro para el otro”, reflexiona. “El exilio / en el centro / el exilio”, recita la autora. Es uno de sus poemas.

“La imagen de prestigio del país en política exterior se empieza a labrar con la guerra de España”, explica David Jorge, historiador del Colmex: “México llevó la voz [de la República] al primer foro internacional de la época, la Sociedad de Naciones y, a mediados de los años treinta, hace valer una posición internacional de respeto a las soberanías y de profundo antifascismo”.

La veta humanitaria inherente al recibimiento de los españoles se extendió a los que huyeron de la Segunda Guerra Mundial y, más tarde, de las dictaduras del Cono Sur. Ese eje de la política exterior mexicana, que se mantiene hoy como una pieza central, surgió entonces, como tantas otras cosas, producto de aquella simbiosis.

Carmen Hernández. Madrileña, llegó a México con sus padres en el 'Nyassa' cuando tenía dos años. Ahora tiene 84. Se licenció en Química porque pensó que su formación iba a ser “mucho más amplia” estudiando algo de ciencias y, como sus compañeras, siente que entró realmente en México cuando llegó a la Universidad. Sus padres sintieron nostalgia por España toda la vida, dice, y para ella fue “emocionantísimo” conocer el país del que tanto le habían hablado.

Exilio se escribe en plural

El éxodo que llegó y encontró un México moderno y prometedor no fue el único en un fenómeno que reclama hablar siempre en plural: no es el exilio, son los exilios. Hay otro menos conocido, más minoritario y no tan afortunado como aquel que se quedó en la gran ciudad, fundó instituciones y se mudó a los mismos vecindarios. Es el que se diseminó por los Estados, sin el abrigo de la comunidad ni la calidez del acento común. No eran un núcleo compacto, por eso es tan difícil rastrearlos, apunta Cuauhtémoc Cárdenas, hijo del histórico presidente. Recalaron en Puebla, Veracruz, Chihuahua, allá donde encontraron una posibilidad para labrar la tierra o rehacer su vida. Unos porque no tuvieron la misma suerte que sus compañeros de viaje; otros pocos marcharon por “salud mental”, para alejarse del valle de lágrimas en que se convirtió la comunidad refugiada cuando se evidenció que no podrían volver, explica David Jorge: “Ese exilio quedó al margen del relato. Se desconoce casi todo de él”.

En ese pequeño hueco de la historia creció Josefina Ibars Lonca, nacida en Seròs, un pueblito de Lleida, y embarcada en 1939 en el Sinaia, a los 13 años: ni tan pequeña para evitar el desarraigo ni tan mayor para entender del todo lo que ocurría. “Estuve dos días llorando en mi camarote, pero un día amaneció y mi mamá me fue a buscar: ‘Sube a la cubierta que están cantando’. “Entonces subí, me sumé a cantar y empecé a adaptarme”, recuerda la catalana.

Josefina pasea sus 99 años por Veracruz con alegría vital. La fragilidad de su cuerpo no le impide moverse a donde quiere, se agarra a donde haga falta. Es posiblemente la única superviviente que vivió aquella travesía con conciencia de lo que dejaba atrás. Solo cuando tuvo 70 años y había enterrado a su marido volvió por primera vez a una España donde todavía la esperaban algunos de sus primos y sus amigas de la infancia.

Pero hasta llegar al feliz reencuentro pasaron casi 60 años de altibajos. “En México no padecimos hambre, pero sí muchas carencias. No había dinero”, cuenta. Su padre era albañil, y su madre, costurera. Tras la llegada a Veracruz —”había una valla de pura gente que nos aplaudía. Se abrió la gloria”—, acabaron en un pueblo de Hidalgo. “Nos dieron un alojamiento y 100 pesos, y nos prometieron tierras para trabajar. Pero nos dejaron allá y se olvidaron de nosotros”, recuerda. De ahí marcharon a la capital y finalmente a otro pueblo de Oaxaca, donde conocieron al comerciante con el que se casó Josefina. “Entonces era muy amable, luego cambian…”, dice irónica. Ella tenía 18 años; él, 28. Se mudaron a Veracruz y ahí empezó el aislamiento.

—¿No siguió en contacto con el resto de los españoles?

—Mi esposo nunca lo permitió. Si llegaba alguna paisana a verme, la corría. Y ahí empezaron a llegar los hijos.

Tuvo nueve, pero fallecieron tres. Hoy la rodea un enjambre de nietos. Ella dice que su labor en la vida fue tener hijos, a quienes les dio lo que ella no disfrutó. Cuando su madre les decía a las nietas: “Niñas, hay trastos sucios, párense a lavar”, Josefina replicaba: “No, esa no es su obligación. Su obligación es hacer sus tareas”. Y ella se las revisaba y las ayudaba a dibujar. “Yo les decía: ustedes, prepárense, porque si se casan y les va bien, qué bueno. Pero si encuentran un marido que las maltrate, déjenlo, tienen con qué trabajar”.

Josefina Ibars Lonca. Nació en Seròs, Lleida, y viajó a México con 13 años, junto a su familia, a bordo del 'Sinaia'. Ahora tiene 99 años y vive en Veracruz, donde tuvo a sus nueve hijos. Le gusta mucho cantar en catalán, como cuando era niña, aunque ahora ya no tiene con quién hablar el idioma. Recuerda la fruta de su pueblo con nostalgia intacta, pero hace tiempo que no vuelve. “La banderita republicana la cuido como a la niña de mis ojos”, sostiene todavía hoy.

Josefina evita hablar de sus años de casada, su memoria salta de la infancia a una vejez mucho más libre que la de décadas atrás, pero nunca perdió sus convicciones. Quizá no participó del progreso general que sus compatriotas disfrutaron en la capital —para ella llegó una generación después—, pero las enseñanzas republicanas permearon y se encargó de que fluyeran hacia abajo. Hoy acude a los aniversarios del desembarco en Veracruz y reconecta con unas raíces que durante décadas sobrevivieron ancladas solo en su cabeza.

La gente la recibe hoy como a una verdadera estrella y ella charla, canturrea sardanas y disfruta como la niña que cantaba en el coro de Seròs, adonde ha vuelto en cuatro ocasiones. Ella no viajaba para descubrir una España que conocía de oídas, sino para volver a su casa, a su pueblo, a sus duraznos “suavecitos” y sus melones “dulces y sabrosos”. “Yo ya no sé si me siento mexicana, pero nunca he dejado de ser española. Mi tierra es mi tierra”, dice con un toque de orgullo, y se golpea el pecho con el puño. Hoy su nieto aprende catalán, el idioma que su abuela tenía prohibido hablar en casa, porque el exilio es un viaje de ida que encuentra siempre la forma de volver.

La política, un puente sobre el Atlántico

Cada cinco años, los pocos exiliados que van quedando vuelven a las costas de Veracruz a honrar el mar que los llevó a México y al que entregan las cenizas de sus mayores. Frente a esas olas depositan su memoria, comen, bailan y todavía hoy participan de asombrosos reencuentros. Regina Díaz, de 86 años, y Josefa Ibars, de 99, se conocieron el pasado junio aunque habían viajado en el mismo barco. Aquellos niños de entonces se sienten hoy satisfechos de que el recuerdo que en México se mantiene vivo empiece a conocerse en España. Para todos, más mujeres ya que hombres, llegaron este año los reconocimientos oficiales.

El ministro español de Memoria Democrática, Ángel Víctor Torres, apretó en junio una agenda imposible en México: visitas a los colegios que nacieron con el exilio o a los cementerios donde reposan los grandes nombres expulsados de su patria: Luis Cernuda, León Felipe, Concha Méndez, Max Aub, Carmen Parga y tantos otros. Un día antes, el Ateneo Español de México había sido declarado “lugar de memoria democrática”, la primera vez que se otorgaba esta distinción fuera de España.

España se asoma ahora a su exilio mexicano. En cambio, la segunda generación del destierro, como la primera, nunca ha dejado de interesarse por lo que sucedía al otro lado del Atlántico. La política es quizá el mayor vínculo con la patria perdida. Casi todos están muy pendientes de los informativos, lo mismo si exhuman a Franco de su tumba en Cuelgamuros que del resultado electoral. “Nostalgia de España, ninguna”, dicen los hermanos Alejandro y Vicente. Pero la actualidad es otra cosa: “La política española ahora es una vergüenza, el nivel de bajeza al que han llegado…”, comentan encendidos refiriéndose a la ultraderecha.

Ellos, como el resto de su generación, sí han viajado a la patria lejana, aunque la nostalgia no era su timón. Más bien la curiosidad por conocer un lugar en el que solo habían nacido y del que tanto hablaban sus padres. Ahora que la violencia se ceba con México, ven una España de promisión. Muchos de sus nietos estudian y viven allí, merced a la nacionalidad adquirida por su ascendencia, y otros viajan con dinero y por placer para descubrir un país muy distinto del que se consumía bajo la dictadura franquista. “El año pasado mis hijas se quedaron enamoradas de España, incluso dijeron: ‘Aquí se vive muy bien, mamá, qué bárbaro, cómo comen, y todos tan felices, nos quedamos a vivir aquí”, cuenta Conchita Michavila. “Ahora en España nos están ganando, tenemos que apresurarnos aquí”, se ríe su amiga Aída. “Alguna vez nos planteamos irnos a vivir allá”, dirá también Carmen Hernández, “pero al final te vuelves, porque México es México”.

Con débiles pasos se dirige Víctor Daniel Rivera Grijalba hacia su estudio en la planta alta de una fenomenal casa que él mismo, arquitecto por la UNAM, diseñó. Él llegó en 1939 en el primer barco que salió de Francia con republicanos hacia México, el Flandre. Quienes allí viajaban se habían pagado sus pasajes, eran gente con posibles. El arquitecto, ya retirado, es un hombre crítico con el gran exilio, del que se ha apartado. Y de España solo le interesa el fútbol. “Obviamente, el Real Madrid”, ríe.

La comunidad republicana es más heterogénea de lo que se piensa, a decir del historiador David Jorge. Eran de procedencias sociales muy distintas y reunían diversas ideologías que, andando el tiempo, se han agudizado en la segunda generación. Se dicen republicanos y progresistas si se les pregunta por España, pero la alta posición social que han alcanzado algunos les inclina hacia otras tendencias en México.

En lo que quizá coinciden todos es en su rechazo a la Monarquía, que ven como un arcaísmo. A muchos de ellos, sin embargo, tampoco les estorba ya esa figura coronada y no les hace ni pizca de gracia que los gobiernos mexicano y español entren en peleas diplomáticas, a cuenta del Rey o de lo que sea. El rifirrafe suscitado por la exclusión de Felipe VI en la investidura de la presidenta Claudia Sheinbaum les trae de cabeza. “Eso estuvo muy mal y me parece muy bien la contestación que ha dado Pedro Sánchez”, dice Regina Díaz. Ella eliminaría todas las monarquías. “Todas, pero si en España ha funcionado… Total, en México no hay monarquía y la política tampoco funciona”, afirma.

Víctor Daniel Rivera Grijalba. Nació en Santander y es hijo de un militar. Arquitecto retirado, llegó a México en el 'Flandre', el primer buque de todos. Quienes iban en él habían pagado su billete, a diferencia de los que vendrían después bajo el paraguas de la República. Él recuerda jugar con otros niños en la cubierta, y divertirse cuando el barco se inclinaba y parecía quedarse “en punta”. También se acuerda de la presencia de un cuentacuentos, Antonio Robles, que les leía durante la travesía. 

Los viejos republicanos están acostumbrados a los antiguos lazos entre ambas naciones, aquellos tiempos en los que el 14 de abril se celebraba en México con una gran cena a la que acudía la plana mayor del Partido Revolucionario Institucional (PRI). “Después de lo que pasó, lo que importa es que haya libertad. Además, en España no manda el Rey”, zanja Aída Pérez. “Aznar decidió entrar en la guerra de Irak, Zapatero decidió retirar las tropas, nunca supimos qué pensó el rey Juan Carlos”.

Y a los hermanos Alejandro y Vicente Rodríguez, ¿qué les parece que Felipe VI no fuera invitado a la investidura de Sheinbaum, a la que votaron?

—Una solemne tontería, vamos a dejarlo ahí —dice Alejandro.

—Algo más que una tontería —le secunda su hermano.

—¡Dilo en mexicano, hombre!

—Bueno, pues una pendejada —ríe Vicente al otro lado del sofá, en el Ateneo.

Así discurren ahora las conversaciones en ese Ateneo donde antaño se desgañitaban socialistas y comunistas por ver quién se llevaba el gato al agua. La institución se esfuerza hoy por sumarse a la conversación actual: “Tenemos que entrar en la discusión de lo que quiere decir ser migrante y exiliado ahora”, dice Juan Bonilla, el presidente.

De buena mañana, los niños del colegio Luis Vives se alinean a las órdenes de sus maestras para entonar un par de canciones españolas, con letras adaptadas a la actualidad. Acompañados de una guitarra y un cajón, los escolares cantan La Tarara y Si me quieres escribir, una tonada del frente de guerra republicano. Buganvillas estrelladas cuelgan sobre sus cabezas.

Aggi Garduño

El que fuera un centro con maestros y niños españoles es ahora plenamente mexicano, pero conserva una reputación de valores emanados de la Institución Libre de Enseñanza, emblema de la Segunda República. “Igualdad, solidaridad, lealtad, laicismo, amor por la enseñanza”, enumera la exdirectora del centro privado, María Luisa Gally Companys, nieta de Lluís Companys, ministro en la República y presidente de la Generalitat catalana, fusilado por los franquistas.

Los niños que acuden cada día a estos colegios continúan la “hermandad” que surgió hace 80 años, en palabras de Regina Díaz, que estudió en el colegio Madrid y sigue reuniéndose el último jueves de cada mes con sus antiguos compañeros: “Es una amistad que no tiene cualquiera. Son las mismas aspiraciones, los mismos traumas y los mismos dolores. Es un bien común y es un mal común que compartimos con alegría”.

Con idéntica solidez y prestigio se mantienen hoy algunas de las instituciones fundadas entonces, como el Colegio de México, un reputado centro universitario de investigación, o el Fondo de Cultura Económica (FCE), la gran editorial latinoamericana. Aquella hornada de muchachos bien formados ocupan también hoy puestos en la alta política mexicana. Es el caso de la excanciller Alicia Bárcena, descendiente de exiliados, secretaria hoy de Medio Ambiente en el Gobierno de Sheinbaum, o del que fue subsecretario de Salud y comandó la lucha contra el coronavirus, Hugo López-Gatell, nieto de republicanos españoles. La semilla echó raíces.

Un vínculo de acero fiel

“Atravesamos la frontera a pie. Mamá llevaba una maleta con el ajuar de casada, sábanas y todo eso con el nombre de uno y de otro. No podía con la maleta y la dejó en los Pirineos. Yo también llevaba una maleta con una tortilla española. Pero me quedó la idea de que cargaba con dos botellas de vino, hasta que hice el comentario y mamá me dijo: ‘¡Qué botellas ni qué narices!, tenías cinco años, solo llevabas la tortilla”, cuenta Víctor Daniel Rivera Grijalba. Así son ya los recuerdos implantados de aquellos niños del exilio, nebulosas evocaciones de la infancia. Esta generación que ahora se extingue como una vela creció en la esquizofrenia de una doble vida: la juventud gozosa en un país vibrante contrastaba en la calle con la desazón que se vivía en casa. La consciencia de que ellos eran mexicanos se instaló también en la mente de sus padres. España ya solo sería un país de vacaciones, quizá una urna al otro lado del Atlántico para seguir votando y una bandera roja, amarilla y morada siempre en la biblioteca. “Porque un día ya no se puede más”, dice el poema de Angelina Muñiz-Huberman, “Y ese día, ese día aceptas el paisaje”.

La memoria incompleta de aquellos niños fue, finalmente, un ancla poderosa para mantener vivo el legado español en México, pero también propició una integración que entreteje las vidas de ambos países, porque no tuvo su origen en sangrientas conquistas ni en explotaciones empresariales. Es un vínculo “de acero fiel”. Palabra de poeta.

sábado, 30 de noviembre de 2024

El mito anglosajón de la coexistencia feliz el día de Acción de Gracias

Alonso Martínez, "Día de Acción de Gracias, ‘Thanksgiving’ y los nativos americanos: una historia complicada", en El País, 28-XI-2024.

Para muchos nativos, Acción de Gracias es un día de luto y protesta, por lo que han desarrollado sus propios eventos para esa fecha

Hay un cuento común que los estudiantes estadounidenses escuchan sobre la primera celebración de Thanksgiving: un grupo de nativos americanos amistosos dio la bienvenida a los peregrinos al continente, les enseñó cómo vivir y se sentó a cenar con ellos. Sin embargo, David Silverman, experto en la historia de esta población, afirma que esta historia de Acción de Gracias es un mito. En primer lugar, casi nunca se identifica a la tribu implicada y, según el mito, “entregan América a los blancos para que puedan crear una gran nación dedicada a la libertad, las oportunidades y el cristianismo para que el resto del mundo se beneficie. Se trata de nativos que ceden al colonialismo”, sostiene Silverman en su libro This Land Is Their Land, o Esta tierra es su tierra. La verdad es otra.

Los colonos, conocidos como peregrinos, llegaron en 1620 a lo que hoy es Plymouth, Massachussets, que había sido abandonado por la mayoría de los nativos Patuxet debido a un brote de enfermedad. Tras un duro invierno que cobró la vida de la mitad de los colonos —que no pudieron adaptarse a la tierra—, el último Patuxet superviviente, Tisquantum (también conocido como Squanto), ayudó a los peregrinos enseñándoles a pescar anguilas y a cultivar maíz. Sirvió de intérprete hasta que sucumbió a la misma enfermedad que acabó con su tribu. El líder de la tribu de los Wampanoag, Massasoit, que también vivía en los alrededores, proporcionó alimentos a los colonos durante el difícil primer invierno.

Los peregrinos celebraron su primera cosecha en 1621, probablemente entre el 21 de septiembre y el 11 de noviembre, con 50 pasajeros del Mayflower (el barco en el que llegaron a América desde Inglaterra) y 90 nativos americanos. Este banquete —que fue preparado por las mujeres peregrinas y los sirvientes— inicialmente no se identificó como Acción de Gracias, pero inspiro la celebración que hoy día se lleva a cabo el cuarto jueves del mes de noviembre.

Según algunos relatos, aquella primera cosecha estaba destinada a los peregrinos, pero los nativos americanos se unieron a la fiesta tras oír los disparos de celebración y aportaron sus propios alimentos. Sin embargo, Paula Peters, historiadora de los Mashpee Wampanoag de Cape Cod (Massachusetts), sostuvo lo siguiente en una entrevista con The Guardian: “Los Wampanoag no estaban invitados”. Señala relatos de colonos que dicen que los peregrinos (también llamados separatistas) celebraban su primera cosecha mientras disparaban sus mosquetes, lo que provocó que “90 Wampanoag llegaran para la guerra”. Sin embargo, tras saber que no iban a enfrentarse en una batalla, “se quedaron para una comida tensa y diplomática que pudo o no incluir pavo”.

A pesar de la festividad, la relación entre ambas sociedades se deterioró más tarde y culminó en una de las guerras “más horribles de las que se tiene registro”, la Guerra del Rey Felipe, según Silverman. En los años siguientes, los colonos cometieron masacres contra tribus nativas como los Pequot, y también asaltaron tumbas Wampanoag y les robaron comida para sobrevivir durante sus primeros años en el continente. Esta es la razón por la que los nativos americanos no ven Thanksgiving como una celebración, sino como un día de luto, para recordar lo que algunos llaman el genocidio de las tribus nativas en América.

Día Nacional de Luto

El Día Nacional de Luto es una manifestación anual que pretende educar al público sobre los nativos americanos en Estados Unidos y disipar los mitos que rodean la historia de Acción de Gracias en Estados Unidos, así como concienciar sobre las luchas a las que se enfrentan las tribus nativas americanas.

En 1970, la Commonwealth de Massachusetts organizó una celebración conmemorativa de Acción de Gracias con motivo del 350 aniversario del desembarco del Mayflower. Los organizadores invitaron a Frank “Wamsutta” James, líder de la tribu Wampanoag de Gay Head y presidente de la Liga India Oriental Federada, a hablar en el acto. Sin embargo, tras revisar su discurso, le informaron de que no le permitirían pronunciarlo tal y como estaba escrito, y le proporcionaron otro redactado por su equipo de relaciones públicas.

James, en cambio, dio su discurso en Cole’s Hill, en Plymouth, Massachusetts, junto a una estatua de Massasoit Sachem (también conocido como Ousamequin), que era el líder de los Wampanoag a la llegada de los peregrinos y que formó una alianza con los colonos en la colonia de Plymouth. Allí describió la perspectiva de los nativos americanos sobre las celebraciones de Acción de Gracias. El discurso incluía la siguiente declaración: 

Hemos perdido nuestro país. Nuestras tierras han caído en manos del agresor. Hemos permitido que el hombre blanco nos mantenga de rodillas. Lo que ha ocurrido no puede cambiarse, pero hoy debemos trabajar por una América más humana, una América más india, donde los hombres y la naturaleza vuelvan a ser importantes; donde prevalezcan los valores indios del honor, la verdad y la fraternidad (...) Ahora, 350 años después es el comienzo de una nueva determinación para el americano original: el indio americano”.

National Day Of Mourning

Tras el acontecimiento, se colocó una placa en Cole’s Hill, en Plymouth, con el siguiente mensaje:

 “Desde 1970, los nativos americanos se reúnen a mediodía en Cole’s Hill, en Plymouth, para conmemorar un Día Nacional de Luto en la festividad estadounidense de Acción de Gracias. Muchos nativos americanos no celebran la llegada de los peregrinos y otros colonos europeos. Para ellos, el Día de Acción de Gracias es un recordatorio del genocidio de millones de su pueblo, el robo de sus tierras y el asalto implacable a su cultura. Los participantes en el Día Nacional de Luto rinden homenaje a los antepasados nativos y a la lucha de los pueblos indígenas por sobrevivir en la actualidad. Es un día de recuerdo y conexión espiritual, así como de protesta contra el racismo y la opresión que siguen sufriendo los indígenas estadounidenses”.

Este acontecimiento anual está organizado por los Indios Americanos Unidos de Nueva Inglaterra.

Unthanksgiving Day (Día de No Acción de Gracias)

La Ceremonia del Amanecer de los Pueblos Indígenas, también conocida como Unthanksgiving Day, es un acto que se celebra en la isla de Alcatraz, en la bahía de San Francisco. Se conmemora el mismo día que Acción de Gracias y el Día Nacional de Luto desde 1975 para recordar un acto de protesta celebrado en 1969, en el que el Alcatraz-Red Power Movement, un movimiento social liderado por jóvenes nativos americanos, ocupó la isla.

En 1969, los miembros nativos americanos del Movimiento Alcatraz-Red Power, que formaban parte del grupo Indios de Todas las Tribus (IAT, por sus siglas en inglés), ocuparon la isla de Alcatraz basándose en el Tratado de Fort Laramie de 1868, que asignaba tierras excedentes del Gobierno a los nativos americanos. La ocupación duró 19 meses, desde el 20 de noviembre de 1969 hasta el 11 de junio de 1971, cuando el Gobierno puso fin a la misma por la fuerza. Esto inspiró las protestas del Movimiento Indio Americano (AIM). Miembros del AIM pintaron de rojo Plymouth Rock durante una protesta por Acción de Gracias en 1970, lo que llevó a la instauración del Día Nacional de Luto. El acto está organizado por el Consejo Internacional de Tratados Indios.