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miércoles, 18 de diciembre de 2024

Dossier sobre el principio valla de Chesterton

 Dossier sobre el principio valla de Chesterton, valioso en política y en la toma de decisiones de cualquier tipo en cualquier área (en la pedagogía, magisterio o educación española, por ejemplo, no se ha tenido en cuenta). Consta de cinco artículos seleccionados.

I

Alberto Losada Gamst, "La innovación ante la Valla de Chesterton", en AvantIdeas, Inteligencia & Acción:

Innovar es necesario para evolucionar. Pero cuidado con eso de innovar por innovar, o de empezar a cambiar las cosas porque nos parecen anticuadas o no terminamos de entender por qué alguien, en un momento dado, las hizo así.

Hay muchos ejecutivos recién nombrados que deciden hacer algo de impacto en sus primeros días o semanas. ¿Y qué mejor que empezar borrando proyectos e iniciativas del profesional al que sucede? Esto fuera, aquello fuera, el proyecto que estaba casi listo se congela, despedida o trasladada la gente más cercana al de antes, y así. Fuera fuera que aquí llego yo que soy más listo y estoy más al día que nadie.

LA PARADOJA DE LA VALLA DE CHESTERTON

En 1929, en su libro “The Thing: por qué soy católico” el escritor, filósofo y periodista británico G. K. Chesterton  publicó su famosa Paradoja de la Valla.

Y lo hace en estos términos:

"En lo que se refiere a la reforma de las cosas hay un principio que probablemente será calificado como una paradoja. Se da en casos como en las instituciones o en las leyes; imaginemos, por ejemplo y para simplificar, dos paseantes que se encuentran una valla o una puerta en medio de un camino.

De ambos, el  tipo más moderno de reformador se acerca alegre a la valla y dice: «No veo el uso que pueda tener esto; vamos a deshacernos de ella». El tipo más inteligente de reformador hará bien en responder diciendo: «Si no ves su uso, de ninguna manera te dejaré que lo deshagas. Vete de aquí y reflexiona. Luego, cuando vuelvas y me digas que ya has visto el uso que tiene, tal vez te permita que la destruyas».

Qué nos quiere decir esta parábola? Pues que el que tú no entiendas algo no significa que ese algo sea inútil. Lo único que realmente significa es eso: que eres tú quien no sabe, no que aquello que no entiendes carezca de utilidad. Quien tiene que hacer un esfuerzo previo de comprensión eres tú.

A lo mejor, efectivamente, lo que quieres quitar ya está obsoleto y la razón por la que se creó o instauró ya no tiene sentido. Por ejemplo, las reuniones en una empresa son todos los martes a las 11:30 desde hace 15 años. ¿Por qué es así? A lo mejor había un sistema de información totalmente manual y nada automatizado que exigía mucho trabajo humano para ordenar los datos y presentarlos de una forma útil. Hoy, con todos los recursos informáticos y ofimáticos a nuestro alcance, lo más probable es que la disponibilidad sea inmediata y a tiempo real.

LA VALLA DE CHESTERTON PARA EVITAR LAS CONSECUENCIAS INDESEADAS

Sé de una persona que vivía hace muchos años enfrente de un parque que quitaron para poner un aparcamiento subterráneo. Cuando lo terminaron de construir lo taparon con algo de tierra y, durante un fin de semana, lo estuvieron regando día y noche. Pensó que algún operario habría olvidado cerrar el grifo y que menuda tontería mojar una tierra estéril, así que se acercó y ella misma cerró el grifo para evitar que se siguiera malgastando agua.

Pues bien: más tarde supo que ese “riego” era para mejorar el fraguado del hormigón en la cubierta del nuevo aparcamiento y que su acción supuso una alteración en las fechas de apertura del nuevo aparcamiento.

¿Por qué este error? Porque alguien decidió cambiar una situación que no entendía bien… sin molestarse en averiguar por qué era así antes de hacer nada .

En España tenemos el ejemplo real de las consecuencias indeseadas con la llamada “Ley del Sólo Sí es Sí” (Ley Orgánica 10/2022, de 6 de septiembre, de garantía integral de la libertad sexual). Puesta en marcha para prevenir y perseguir con más contundencia los acosos y delitos sexuales, de momento (septiembre 2023) ha conseguido que más de 1.200 agresores sexuales ya condenados hayan visto reducidas sus penas. El mismo Presidente del Gobierno Pedro Sánchez lo admitía sin rodeos: “ha tenido efectos indeseados. Y me quedo corto."

Moraleja: antes de cambiar algo, entérate de por qué está ahí y estudia bien las consecuencias del cambio que quieres hacer.

II

Binny Sosa D' Meza, "El pensamiento de segundo orden y la valla de G. K. Chesterton", en Acento, 7/06/2023:

Comprender la paradoja de la valla de Chesterton no debe convertirse en una justificación para el castigo, hostigamiento o aislamiento hacia las personas que intentan realizar mejoras continuas en cualquier ámbito del quehacer humano.

En estos tiempos de infantilismo nihilista-posmoderno, donde las convenciones intelectuales, políticas y cotidianas se empeñan en el absoluto de la deconstrucción social e histórica, la disonancia, el negacionismo, el inmediatismo, la sensorialidad y la relativización moral; vivimos en esta obsesión contemporánea, profundizada por los medios de comunicación y las redes sociales, cuyos riesgos y consecuencias para la sociedad actual pueden empeorar situaciones psicosociales, económicas e institucionales de las que G.K. Chesterton en su libro de ensayo The Thing, publicado a principios del siglo XX (1929) ya nos hacía referencia de tales temas en la paradoja de la valla: “En el asunto de reformar las cosas, a diferencia de deformarlas, hay un principio claro y simple; un principio que probablemente puede llamarse una paradoja. Existe en tal caso una cierta institución o ley; digamos en aras de la simplicidad, una valla o puerta erigida a través de un camino. El tipo más moderno de reformador se acerca alegremente a él y dice: "No veo el uso de esto; eliminémoslo". A lo que el tipo más inteligente de reformador hará bien en responder: "Si no ves el uso de eso, ciertamente no dejaré que lo elimines. Vete y piensa. Entonces, cuando puedas volver y decirme que tú ves el uso de esto, puedo permitirte destruirlo. Esta paradoja se basa en el sentido común más elemental. La puerta o cerca no creció allí. No fue montado por sonámbulos que lo construyeron en su sueño. Es muy improbable que se haya puesto allí por lunáticos fugados que por alguna razón andaban sueltos en la calle. Alguna persona tenía alguna razón para pensar que sería una buena cosa para alguien. Y hasta que sepamos cuál fue la razón, realmente no podemos juzgar si la razón era razonable".

Uno de los aspectos más importantes en la toma de decisiones no se circunscribe a gestionar el riesgo, criticar o anular lo que se considera el establishment o status quo; también es importante comprender la lógica de un comportamiento determinado y cuáles son las razones subyacentes en torno a las decisiones que previamente se han tomado, cuál es el origen de determinados acontecimientos y las consecuencias de las consecuencias de esas decisiones.

Comprender la paradoja de la valla de Chesterton no debe convertirse en una justificación para el castigo, hostigamiento o aislamiento hacia las personas que intentan realizar mejoras continuas en cualquier ámbito del quehacer humano; más bien es una alerta para que repensemos y gestionemos el pensamiento de segundo orden, antes de intervenir en cualquier sistema o proceso. Nos prepara para reconsiderar y evaluar las decisiones que otros tomaron antes que nosotros.

Cuando necesitamos intervenir las organizaciones, sistemas, procesos o políticas públicas debemos usar el pensamiento de segundo orden y evaluar las consecuencias a largo plazo de las decisiones que se llevarán a cabo. Aunque, más complejo y profundo el pensamiento de segundo orden nos permitirá analizar las hipotéticas consecuencias de las consecuencias de alguna situación personal u organizacional; permitiéndonos reflexionar y comprender mejor la realidad, resolver conflictos y problemas, tomar decisiones efectivas y generar nuevas ideas. A pesar de su utilidad, es un proceso cognitivo al parecer muy escaso en esta época.

Sin embargo, no podemos menospreciar lo actual y vigente de esta paradoja; muy útil en nuestros días, ya que nos explica la manera en que actúa el pensamiento de segundo orden, y cómo consciente o inconscientemente podemos destruir lo bueno en aras de eliminar lo malo, o de anteponer una razón simplista a través del pensamiento superfluo para solucionar un problema determinado. Veamos un ejemplo: considere un país que, queriendo promover un cambio hacia un régimen democrático en otro país, financia y proporciona armas a un grupo de “rebeldes moderados”, y resulta que esos rebeldes moderados se vuelven poderosos y luego instauran un gobierno de dictadura totalitaria e intentan desestabilizar durante décadas al país que financió al grupo de “rebeldes moderados”.

Para Chesterton, este tipo de perogrullada es propia de “un loco que debe regar cuidadosamente su jardín con una regadera, mientras sostiene un paraguas para protegerse de la lluvia”.

A lo largo de la historia de la humanidad, ha sido una acción repetitiva que políticos e intelectuales converjan en el hecho de no visualizar los efectos e impactos de sus tomas de decisiones, muchas veces con consecuencias negativas a corto, mediano y largo plazo; afectando los cimientos de instituciones históricas, educativas y científicas; incluyendo la desestabilización del tejido económico y social, normas éticas y morales, culturas y tradiciones; con la intención de modificar la sociedad en nombre del desatino, la anarquía universal, el fanatismo y la egolatría.

III

 Dr. Horacio Castellini, "Principio de la Valla de Chesterton" en Big Data and Data Science, 29 mayo 2023:

Los intelectuales contemporáneos están obsesionados con la "deconstrucción". Su mayor pasatiempo es criticar y abolir cualquier cosa que consideren "status quo". Pasan mucho menos tiempo haciendo lo que se supone que deben hacer los intelectuales; que es tratar de entender por qué las cosas son como son y qué consecuencias puede traer a la sociedad cualquier cambio repentino en el orden actual de las cosas.

Pero un componente central para la buena toma de decisiones es comprender la lógica detrás de las decisiones anteriores. Si no entendemos cómo llegamos "aquí", corremos el riesgo de empeorar las cosas. Cuando buscamos intervenir en cualquier sistema creado por alguien, no es suficiente ver sus decisiones y elecciones simplemente como las consecuencias del pensamiento de primer orden porque, sin darnos cuenta, podemos crear problemas graves. Antes de cambiar algo, deberíamos preguntarnos si estaban usando un pensamiento de segundo orden. Sus razones para tomar ciertas decisiones pueden ser más complejas de lo que parecen al principio. Es mejor asumir que sabían cosas que nosotros no sabemos o que tenían experiencias que no podemos entender, por lo que no buscamos soluciones rápidas y terminamos empeorando las cosas.

El pensamiento de segundo orden es la práctica de no solo considerar las consecuencias de nuestras decisiones, sino también las consecuencias de esas consecuencias. Todo el mundo puede gestionar el pensamiento de primer orden, que consiste simplemente en considerar el resultado inmediato previsto de una acción. Es simple y rápido, por lo general requiere poco esfuerzo. En comparación, el pensamiento de segundo orden es más complejo y requiere más tiempo. El hecho de que sea difícil e inusual es lo que hace que la capacidad de hacerlo sea una ventaja tan poderosa. Para entender exactamente por qué este es el caso, consideremos la Valla de Chesterton, descrita por G. K. Chesterton en su libro de 1929 "The Thing: por qué soy católico": Existe en tal caso cierta institución o ley; digamos, en aras de la sencillez, una valla o puerta erigida a través de un camino. El tipo más moderno de reformador se acerca alegremente y dice: “No veo el uso de esto". A lo que el tipo de reformador más inteligente hará bien en responder: “Si no ves el uso de esto, ciertamente no dejaré que lo elimines. Piensa. Entonces, cuando puedas volver y decirme que ves el uso de eso, puedo permitirte destruirlo".

Chesterton continuó explicando por qué este principio es cierto, escribiendo que las cercas no crecen del suelo, ni las personas las construyen mientras duermen o durante un ataque de locura. Explicó que las cercas las construyen personas que las planearon cuidadosamente y “tenían alguna razón para pensar que [la valla] sería algo bueno para alguien”. Hasta que establezcamos esa razón, no tenemos nada que hacer con un hacha. La razón puede no ser buena o relevante; solo tenemos que ser conscientes de cuál es la razón. De lo contrario, podemos terminar con consecuencias no deseadas: efectos de segundo y tercer orden que no queremos, extendiéndose como ondas en un estanque y causando daños durante años.

Chesterton también aludió a la creencia demasiado común de que las generaciones anteriores eran tontos torpes, tropezando, construyendo vallas donde les apetecía. Si no respetamos su juicio y no tratamos de entenderlo, corremos el riesgo de crear nuevos problemas inesperados. En general, la gente no hace las cosas sin motivo y pierden el tiempo y recursos en vallas inútiles. No entender algo no significa que deba ser inútil. La Valla de Chesterton no es una amonestación para cualquiera que intente hacer mejoras; es un llamado a tomar conciencia del pensamiento de segundo orden antes de intervenir. Nos recuerda que no siempre sabemos mejor que quienes tomaron decisiones antes que nosotros, y no podemos ver todos los matices de una situación hasta que nos familiarizamos con ella. A menos que sepamos por qué alguien tomó una decisión, no podemos cambiarla con seguridad ni concluir que se equivocó.

Pero a muchos intelectuales de hoy les importan poco los efectos de la destrucción de las instituciones sociales históricas, normas y tradiciones en su intento de remodelar la sociedad de acuerdo con sus ideales, en su intento de rehacer al hombre a su propia imagen. Si, el cambio es importante pero la estabilidad es crucial. Es primordial no echar a perder lo bueno en el intento de deshacernos de lo malo y para ello es importante seguir el principio de la Valla de Chesterton.

IV

"La cerca de Chesterton, el principio que te obliga a pensar dos veces antes de hacer cambios", en BBC News Mundo, 1 enero 2024:

¡No destruyas lo que no entiendes!

Eso es, en resumen, lo que aconseja una simple regla general llamada la cerca de Chesterton, que sugiere que nunca se debe destruir algo, cambiar una regla o alterar una tradición si no se comprende porqué se creó en primer lugar.

Es, de cierta manera, un llamado a la humildad al criticar y querer reformar desde políticas o instituciones, hasta costumbres familiares, protocolos laborales o líneas de código en programas informáticos.

Señala que sin comprender bien qué está pasando, las consecuencias de una acción apresurada podrían terminar siendo mucho peores que las de lo que se pretende reparar.

Aquello de la cerca quizás suene extraño, pero se llama así por la manera en la que ilustró la idea quien la hizo famosa: el escritor y filósofo inglés Gilbert Keith Chesterton (1874–1936).

Chesterton era un "obeso gigante", como lo describió Jorge Luis Borges en el prólogo de "El ojo de Apolo" de "La Biblioteca de Babel".

El escritor argentino afirmó que era "un hombre bondadoso y afable" que "pudo haber sido Kafka o Poe pero valerosamente optó por la felicidad o fingió haberla hallado".

Calificó de encantadores y penetrantes los escritos críticos de Chesterton, y contó que sus primeras novelas aunaban "lo místico a lo fantástico".

Pero las obras que más hicieron mella fueron unos 50 cuentos cortos sobre un detective que era un sacerdote aparentemente ingenuo pero psicológicamente agudo llamado Padre Brown.

"La literatura es una de las formas de la felicidad; quizá ningún escritor me haya deparado tantas horas felices como Chesterton", escribió Borges.

Cuando no estaba escribiendo o, más tarde, dando charlas por la BBC, le encantaba debatir, y a menudo participaba en disputas públicas amistosas con intelectuales como George Bernard Shaw, H. G. Wells o Bertrand Russell.

O bromeaba con ellos.

En una ocasión le dijo a Shaw: "Al verte, cualquiera pensaría que una hambruna asoló Inglaterra", a lo que Shaw respondió: "Al verte, cualquiera pensaría que tú causaste la hambruna".

Pero algo que se tomaba muy en serio era la religión.

"De la fe anglicana pasó a la católica, que, según él, está basada en el sentido común", contó Borges.

"Arguyó que la rareza de esa fe se ajusta a la rareza del universo, como la extraña forma de una llave se ajusta exactamente a la extraña forma de la cerradura".

Precisa y curiosamente fue de un libro titulado "El asunto: por qué soy católico" (1929) en el que habló de esa cerca que lleva su nombre.

Reformar sin deformar

Declaró que "en materia de reformar cosas, a diferencia de deformarlas, hay un principio claro y simple".

Sugirió imaginar "en aras de la simplicidad, una cerca o puerta erigida a través de un camino".

"El tipo más moderno de reformador se acerca alegremente y dice: 'No veo la utilidad de esto; tumbémosla'.

"A lo que el tipo más inteligente de reformador haría bien en responder: 'Si no le ves la utilidad, ciertamente no dejaré que lo elimines. Vete y piensa. Luego, cuando puedas regresar y decirme que ves su utilidad, puedo permitirte que lo destruyas'.

La idea es que sólo cuando sabes cuál era el propósito de algo, puedes decidir si aún es necesario, si se debe modificar o sencillamente omitir.

Según Chesterton, ese principio se basa en el sentido común más elemental.

"La cerca no creció allí. No fue creada por sonámbulos que la construyeron mientras dormían.

"Alguna persona tuvo alguna razón para pensar que sería algo bueno para alguien. Y hasta que sepamos cuál fue el motivo, realmente no podremos juzgar si fue razonable".

Y advirtió que, de no asegurarnos, "es muy probable que pasemos por alto algún aspecto completo de la cuestión".

La cerca, por ejemplo, así estuviera en mal estado y fuera pequeña, quizás separaba a las vacas de las ovejas, imaginó el filósofo Jonny Thomson en Big Think.

Las ovejas, al comer, arrancan el pasto casi de raíz, mientras que las vacas necesitan pasto alto para comer con sus lenguas prensiles. Poco después de retirar la cerca, las vacas estarían desnutridas y hambrientas.

De refrescos a gorriones

Ahora, a pesar de que Chesterton abogaba por examinar así las decisiones que implicaban cambio pues tendía a ser conservador, el principio sigue haciendo eco en varios campos, desde el personal al político.

Al intentar cambiar malos hábitos, por ejemplo, a menudo fracasamos al no tener en cuenta que no aparecen de la nada: generalmente evolucionan para saciar una necesidad insatisfecha.

Si no se tiene en cuenta ese aspecto, aunque se logre eliminar un hábito, quizás sea reemplazado por otro más nocivo.

A nivel empresarial, en un post considerado clásico, el emprendedor en serie Steve Blank dio un ejemplo que ha visto en las startups cuando crecen y contratan a directores financieros.

Estos, tratando de reducir costos -y de lucirse-, a menudo deciden acabar con detalles de la empresa para los empleados, como los refrescos y pasabocas gratis, pues les parece un gasto inútil.

Según la experiencia de Blank, el resultado es siempre el mismo: a los empleados que ayudaron a la empresa a crecer, aunque se puedan dar el lujo de pagar por sus refrescos, les parece una señal de cambio de cultura de la empresa.

Y eso puede llevar a las personas más talentosas a abandonarla porque, de repente, todo se siente muy coorporativo, ya no es como antes.

Como estos, muchos ejemplos, incluido uno tremendamente trágico: el exterminio de gorriones en China, parte de la Campaña de las cuatro plagas del proyecto Gran Salto Adelante (1958 a 1962) de Mao Zedong.

Se sospechaba que los gorriones robaban granos de los campos así que millones de chinos hicieron todo lo posible para eliminarlos, con éxito: la población de gorriones llegó al borde de la extinción.

La de langostas, en cambio, sin gorriones que la controlara, se disparó y se convirtió en uno de los detonantes de la Gran Hambruna China, uno de los mayores desastres provocados por el hombre en la historia.

Visto así, la cerca de Chesterton parece un mecanismo para evitar la ley de las consecuencias no deseadas. El principio invoca el excesivo entusiasmo de los reformadores y busca frenarlo. Pero puede aprovecharse para lo contrario.

Las reformas, grandes y pequeñas, de por sí siempre suelen tener una fuerza trabajando en su contra: la resistencia al cambio.

Una organización, por ejemplo, puede fácilmente convertirse en un aparato innecesariamente complejo que ya no es adecuado para su propósito. Pero cuanto más sobreviva, menos probable será que sea reformada o abolida.

En esos casos, conviene comportarse como ese "reformador inteligente", y así contar con argumentos firmes para demostrar exactamente por qué se ha vuelto inútil.

Pero a veces, por más que quieras, no te puedes dar el lujo de examinar cada decisión. Entonces, quizás vale más la pena invocar a Alejandro Magno que a Chesterton.

Según la leyenda, cuando Alejandro conquistó Frigia lo retaron a que desatara el nudo gordiano, tan complicado que un oráculo había declarado que quien pudiera deshacerlo estaba destinado a gobernar toda Asia.

Alejandro lo intentó un rato hasta que se hartó. Declaró que no importaba cómo se lograba, sacó su espada y lo cortó de un solo golpe. Lo importante es saber si estás ante una cerca o un nudo. Pero a veces sí, a veces no. Hay ciertas estrategias que pueden usarse como guías.

Quienes trabajan en informática, a lo Alejandro Magno, a veces usan lo que llaman la Prueba del Grito, que aplican a productos, servicios o capacidades que están activos pero nadie usa.

Es sencilla: retíralo y espera a ver si alguien grita. Si sucede, reinstalalo.

Es un caso que se podría encajar en las decisiones de tipo 2 descritas por el fundador de Amazon, Jeff Bezos, en una carta a los accionistas que muchos usan como referencia para discernir entre las opciones cerca o nudo. Sólo que él habló de puertas.

Una es de un sólo sentido: una vez la cruzas, se cierra a tus espaldas para no abrirse más. Otra es de dos sentidos: puedes entrar y salir por ella.

"Algunas decisiones tienen consecuencias y son irreversibles o casi irreversibles (puertas de un solo sentido) y estas decisiones deben tomarse de manera metódica, cuidadosa y lenta, con gran deliberación y consulta. "Si pasas por allí y no te gusta lo que ves al otro lado, no podrás volver a donde estabas antes. Podemos llamar a estas decisiones Tipo 1. "Pero la mayoría de las decisiones no son así: son cambiables, reversibles, son puertas de doble sentido. "Si has tomado una decisión subóptima, no tienes que vivir con las consecuencias por tanto tiempo. Puedes volver a abrir la puerta y volver a cruzar. "Las decisiones de tipo 2 pueden y deben ser tomadas rápidamente por individuos o grupos pequeños con buen juicio".

¿Es la reforma que vas a hacer o la solución que le vas a dar a un problema fácilmente reversible?

Entonces podrías hacer cambios rápidamente con información imperfecta y ver qué pasa.

Si es irreversible, conviene recopilar información, aunque el proceso se ralentice y conlleve un costo.

Chesterton habría estado de acuerdo.

V

 Marco Chavarría, "La valla con la que Chesterton te hará pensar dos veces antes de hacer un cambio", La Razón, 2 de enero de 2024:

El filósofo inglés defendió la necesidad de entender el propósito de una tradición o costumbre antes de adaptarla o abolirla

La regla de la valla del escritor y filósofo británico Gilbert Keith Chesterton plantea una premisa simple: nunca hay que alterar, destruir o modificar una tradición, regla o estructura sin entender el propósito original con el que apareció.

Se trata de una premisa que reivindica la necesidad de tener presente la humildad cuando se cuestiona o plantea la reforma de políticas hasta costumbres familiares, legislaciones o hábitos de la vida diaria del hombre.

Según esta regla, sin que uno comprenda plenamente todas las implicaciones de un acto tradicional, las consecuencias de su modificación o abolición precipitada podrían acabar siendo peores que el supuesto problema que se intenta resolver.

El propio concepto filosófico toma su nombre del intelectual inglés G. K. Chesterton (1874 -1936), quien popularizó esta idea como parte de su sistema filosófico. Se le llegó a llamar cariñosamente el "gigante obeso" y fue descrito por otros autores, como Jorge Luis Borges, como un hombre de carácter afable y bondadoso.

De hecho, el poeta argentino alabó la capacidad crítica que reflejaba Chesterton en sus escritos, particularmente en unas novelas que, consideró, combinaban lo místico y lo fantástico. De entre toda la biblioteca, destacó especialmente la cincuentena de cuentos que dejó escritos sobre un detective sacerdote llamado Padre Brown.

Chesterton era un ferviente creyente que transicionó de la fe anglicana a la católica, algo que siempre defendió como acto de sentido común y que, según él, encajaba perfectamente en la rareza que entraña el universo.

Chesterton defendía lo imprescindible de comprender el propósito detrás de cualquier proyecto de cambio y del elemento a cambiar, antes de llevarlo a cabo y siguiendo el raciocinio más elemental.

Una premisa conservadora, que influye en distintos ámbitos de la realidad, desde el más personal del individuo hasta el político del común de la sociedad. El intelectual, últimamente reivindicado por la derecha como nunca antes, señala que al intentar cambiar hábitos es crucial entender su origen, ya que a menudo evolucionan para satisfacer necesidades específicas.

El principio destaca la importancia de examinar detenidamente decisiones o cambios irreversibles, diferenciándolos de aquellos que no lo son y pueden ser tomados con mayor celeridad teniendo en cuenta una información limitada.

La regla de Chesterton sirve como una estrategia para evitar consecuencias no deseadas al realizar reformas, más en la propia vida, recordando la importancia de entender si una situación requiere un cambio definitivo o uno que puede ser reversible

lunes, 11 de enero de 2016

Cómo se generan los factoides, las leyendas urbanas y las teorías conspirativas según el filósofo Karl Hepfer

Patricio Pron, "No fue Lee Harvey Oswald. El filósofo alemán Karl Hepfer plantea un estudio crítico del auge y popularidad de las versiones que persiguen manipular la realidad", en El País,  10-I-2016:

Todo el mundo sabe que los atentados en Nueva York, el 11 de septiembre de 2001, fueron perpetrados por los servicios secretos estadounidenses, pero resulta difícil averiguar quién es ese “todo el mundo” y, más aún, a qué se denomina aquí “saber”. En un libro publicado recientemente, el filósofo alemán Karl Hepfer se pregunta ambas cosas en relación al auge de las teorías conspirativas en Europa, y responde que se trata de “modelos de interpretación de la realidad simplificados”, intentos de regresar a un estadio anterior de nuestra cultura en el que la realidad supuestamente era sencilla de comprender, y los actores, buenos o malos. Así, el presidente norteamericano John F. Kennedy (bueno) no habría sido asesinado por un paranoico llamado Lee Harvey Oswald, sino en realidad por la mafia, por el Gobierno cubano o por el vicepresidente Lyndon B. Johnson (malos), según las versiones.

Para el historiador alemán Dieter Groh las teorías conspirativas son una “constante antropológica” a lo largo de la Historia.

El libro de Hepfer, Teorías conspirativas: Una crítica filosófica de la sinrazón (Transcript), presenta, sin embargo, algunos problemas. Uno es que soslaya el hecho de que la nostalgia de un mundo más “simple” de comprender y el consiguiente auge de las teorías conspirativas, no son algo reciente. En el año 64, por ejemplo, un gran incendio en Roma fue atribuido a los cristianos para justificar su persecución. En 1312, el rey francés Felipe IV acusó de prácticas heréticas y sodomía a los templarios para eximirse del pago de una importante deuda económica que había contraído con ellos. Durante la Edad Media, se acusó a los judíos de beber la sangre de niños cristianos y de envenenar las fuentes para desatar la peste. Más adelante casi todo acontecimiento político de relevancia fue atribuido a una conspiración de alguna índole. Así, la disolución de la orden jesuitica habría sido la respuesta a un supuesto intento de asesinato de la reina de Inglaterra para reinstaurar el catolicismo y convertir a un Habsburgo en rey de Estados Unidos; detrás de la Revolución Francesa y el auge de los nacionalismos habrían estado masones e Illuminati; y la derrota alemana en la I Guerra Mundial habría sido producto una conspiración de socialdemócratas y judíos. También la Revolución Rusa, la propagación del VIH-Sida y la crisis de los refugiados tendrían una trama secreta. Para el historiador alemán Dieter Groh las teorías conspirativas serían, en ese sentido, una “constante antropológica” a lo largo de la Historia.

El otro problema del libro de Hepfer es que sostiene que las teorías conspirativas serían un modelo simplificado de interpretación de la realidad, un argumento que la complejidad de ciertas teorías parece desmentir. Piénsese, por ejemplo, en las del británico David Icke, quien afirma que el mundo estaría siendo controlado por una alianza de judíos e Illuminati, los cuales serían extraterrestres “reptiloides” dirigidos por la familia Rothschild. Esta teoría no sólo es absurda —una afirmación que se enfrenta a la popularidad de su autor y de los foros dedicados a su trabajo—, sino también extremadamente complicada. ¿No es más sencillo pensar que son la desigualdad económica y política y la concentración de poder los responsables de las catástrofes del presente?

Naturalmente, la respuesta es que no. Las teorías conspirativas proponen (a pesar de su complejidad) un modelo de interpretación más simple y más atractivo de la realidad para ciertas personas porque articulan procesos económicos, políticos y demográficos simultáneos y de gran complejidad en un relato coherente. Vivimos, sostiene Hepfner, en el mundo del “Logos destruido”. Y esto equivale a decir, como hace el británico John Higgs en su excelente Historia alternativa del siglo XX: Más extraño de lo que cabe imaginar (Taurus), que vivimos en una realidad desasosegante en la que —al menos desde la Teoría de la Relatividad— debemos aceptar que estamos imposibilitados para ofrecer una explicación racional, absoluta y libre de paradojas de cómo funciona el mundo.

En ese sentido, el auge de las teorías conspirativas no sólo se apoyaría en una intencionalidad deliberada —como la que llevó recientemente a que, en el marco de las elecciones españolas, regresasen las teorías conspirativas acerca de los hechos trágicos del 11 de marzo de 2004 en ciertas televisiones—, sino en la necesidad humana —la “constante antropológica” de Groh— de articular los hechos en series y estas series en relatos, como pondría también de manifiesto la popularidad de las ucronías literarias en las que se especula con la pregunta acerca de qué habría pasado si, por ejemplo, Alemania hubiese ganado la II Guerra Mundial.

Existe, por supuesto, una diferencia entre especular literariamente con la posibilidad de un triunfo nacionalsocialista en 1945 —lo hicieron Philip K. Dick y Philip Roth, entre muchos otros— y creer que ese triunfo tuvo lugar, efectivamente y de forma secreta, por ejemplo, a través de la influencia que las empresas alemanas ejercen en la economía mundial. Pero esa diferencia sólo existe en relación con lo que hacemos con ambos tipos de relatos. Los dos comparten, sin embargo, un fondo de miedo y de perplejidad. Si las teorías conspirativas funcionan, lo hacen debido a ese fondo común, como prueban la popularización tímida pero constante en la Red de versiones conspirativas de lo sucedido en París el 13 de noviembre de este año. Son la dificultad de comprender que alguien pueda desplazarse armado por una ciudad como París y el miedo a que todo ello se repita, en la capital francesa o en cualquier otra parte, los que impulsan la creación anónima de explicaciones que a muchos no les parecen más implausibles que las que ofrecen la prensa y el Gobierno.

 David Icke afirma que el mundo estaría siendo controlado por una alianza de judíos e Illuminati, los cuales serían extraterrestres “reptiloides” dirigidos por la familia Rothschild
Bajo la impresión de hechos conmovedores —el asesinato de un presidente, por ejemplo— es más fácil creer en una conspiración antes que en la acción individual. Lo que las teorías de este tipo evidencian es que lo primero que se pierde bajo esa impresión es la capacidad del individuo de formarse un juicio crítico: es bueno pensar que ese juicio podría ser estimulado con más y mejor educación. Pero esto también es discutible, como pone de manifiesto la proliferación de teorías conspirativas durante el siglo XX. A ese siglo, nos recuerda Higgs, le debemos dos neologismos que lo describen bien, “racismo” y “genocidio”, y es nuestra responsabilidad individual en relación con ambos lo que explica el auge de la teoría conspirativa, que permite que los “malos” sean, por una vez, los otros.

martes, 8 de diciembre de 2015

El creativo es un enfermo en una sociedad como la actual

La creatividad en una sociedad como esta es una patología. El contexto de una repetición constante provoca la emigración de sus neuronas hacia la locura. Así que, cuando se trata de reconocer a los creativos, más que de rasgos de creatividad hay que hablar de "síntomas" de creatividad, pues la gente considera locos de atar a los creativos y piensa que deben curarse a base de sopas de adocenamiento.

Los síntomas son a la vez cognitivos y emocionales.

*Soñar despiertos. Comportamientos nubosos y habituales paseos por los cerros de Úbeda; son incapaces de mear en el tiesto. Largoplacismo. Imaginación muy activa y calenturienta. Se aproximan a los asuntos en espiral, dándoles vueltas y más vueltas y cada vez más cerca, pero nunca directamente.
*Gran ancho de banda. Los creativos son capaces de encontrar formas de abordar problemas abstrusos dividiéndolos con el cuchillo de sus multiformes puntos de vista en problemas más pequeños. 
*Constante búsqueda de nuevas experiencias. No les gusta para nada la rutina; sufren por lo que algunos identifican como placentera comodidad o tranquilidad. Cualquiera que cambie su propia rutina verá incrementar su creatividad.
*Son incapaces de soltar un problema hasta que han encontrado la manera de solventarlo. Son alérgicos a la desmotivación y muy tenaces, incluso obsesivos, alérgicos al desánimo. No huyen de los problemas, los buscan: prefieren lo complejo a lo simple, no se ponen límites como hace la gente común. Consideran que la equivocación es un camino hacia el acierto por pura eliminación de los errores que han cometido. Así se acercan a la solución por puro descarte. La consecuencia: sus muchos errores los hacen parecer como pintorescos o negativos para los demás, volviéndose solitarios, raros o frikis no porque rehúyan, sino porque los rehúyen. 
*Aunque parecen vivir en otro mundo, en realidad ven las dimensiones de este mundo que no vemos. Son muy curiosos y observadores con lo que sucede alrededor porque en ese contexto que no observamos perciben el elemento que a todos se les ha escapado.
*Al tener todos los sentidos abiertos, sufren mucho. Sus energías y su tiempo se dispersan y terminan por darse cuenta de que el absurdo es el ingrediente que más abunda en el mundo, se angustian y mueren jóvenes, solos, entregándose a algún vicio o droga o enloqueciendo. Para evitarlo tienden a aislarse, ocultar su don y no darlo a conocer con facilidad.
*Soledad. Como la originalidad, según escribe Edgar Allan Poe, es cuestión no de creación, sino de negación (y a él bien que le funcionó esa máxima) su tendencia a criticarlo todo los va aislando sin que ellos se den cuenta y enajenándolos de toda cuestión que no sea la resolución del problema. Ese es uno de los motivos de su escasa sociabilidad.

Una posible solución para los creativos es juntarlos con otros creativos. Eso siempre da beneficios para la sociedad; pero la sociedad actual lo que hace es marginarlos, no reunirlos ni apoyarlos.

lunes, 30 de noviembre de 2015

Empleo y casta

Ana Torres Menárquez, "Universitarios de segunda clase. El origen social de las familias influye en las posibilidades de acceso al mercado laboral de los jóvenes", en El País, 30-XI-2015:

Toda la vida estudiando para saber más que sus padres y al final, un trabajo de camarero. Esa venía a ser la conclusión del proyecto Nos quartiers ont des talents (en castellano, nuestros barrios tienen talento), una iniciativa de la patronal francesa lanzada en 2005 para facilitar la inserción laboral y la igualdad de oportunidades de los licenciados menores de 30 años de los barrios más desfavorecidos.

Subir en el escalón social no sirve de mucho si los que contratan tienen en cuenta otras habilidades que no se aprenden en la Universidad. “Una vez que una gran parte de la población es titulada, los empleadores se vuelven más exigentes. Se valora a los que proceden de buena familia, como ocurría en la Edad Media”, denuncia Ildefonso Iglesias, profesor de Sociología de la Universidad de Sevilla y autor del estudio Origen social y sobreeducación en los universitarios españoles, elaborado a partir de los datos de la encuesta Reflex 2005 de la Comisión Europea.

En los procesos de selección de las empresas ya no solo cuenta tener una titulación universitaria. Ahora se valora hablar bien en público, tener actitudes de liderazgo y saber trabajar en equipo. Una serie de habilidades que no están incluidas en los programas académicos de las universidades españolas y, según algunos expertos, dejan en desventaja a los titulados que provienen de familias obreras, aquellas en las que los padres no tienen estudios superiores.

El estudio de Iglesias, en el que se tomó como muestra las respuestas de 3.916 universitarios españoles licenciados en el año 2000, destaca tres factores familiares que influyen a la hora de encontrar un buen empleo: el capital social, el cultural y el económico. “Las familias mejor posicionadas establecen vínculos con personas que ocupan cargos influyentes y conocen las necesidades del mercado. Acceden a información privilegiada no disponible por otras vías”, señala Iglesias.

“Los hijos de las familias burguesas cuentan con un capital cultural heredado. Las universidades no refuerzan la trayectoria de los estudiantes de las clases más bajas y cuando salen al mercado laboral, son los primeros candidatos al subempleo”, asegura Xavier Martínez Celorrio, profesor de Sociología de la Educación de la Universitat de Barcelona.


El grado en el que el origen social influye en los procesos de selección no ha sido estudiado en profundidad por los sociólogos en los países mediterráneos. En España, Julio Carabaña, ex catedrático de Sociología de la Universidad Complutense, concluyó en el año 2004 que hasta 1991 la Universidad había sido un vehículo que ofrecía a todos por igual la posibilidad de ascender, pero este estudio se basó en datos obtenidos durante las décadas de los ochenta y los noventa. Entre 1992 y 2009 el porcentaje de titulados universitarios pasó del 17,6% al 33,8%.

“Las nuevas líneas de investigación muestran que se dan inferencias de los empleadores a la hora de escoger a los candidatos. La movilidad social ya no existe para todos”, apunta Ildefonso Iglesias, que añade que las afinidades compartidas y los gustos por determinados productos o formas de vida también influyen.

Hace tres años, la Fundación Princesa de Girona puso en marcha el proyecto Apadrinando el talento, creado específicamente para los universitarios de primera generación, aquellos cuyos padres no tienen estudios superiores. “En una familia acomodada los chicos disfrutan desde pequeños de más viajes, que les permiten una apertura mayor de miras; de clases particulares de idiomas o estancias en el extranjero, o incluso de libros en casa. Todo esto es a la larga objeto de desigualdad”, considera Mónica Margarit, presidente de la fundación.

El programa, inspirado en la experiencia de los franceses, por el que ya han pasado 413 graduados y universitarios en el último año de la carrera, permite a los jóvenes contar durante seis meses con el asesoramiento de un directivo o un alto cargo de alguna de las 40 empresas implicadas en el proyecto (el 90% del IBEX 35). “En este país el 80% de los trabajos se consiguen a través de contactos. Pese a que acaben la carrera en las mismas condiciones, estos chicos no tienen esas redes”, añade Margarit, para quien uno de los retos es conseguir que las empresas se conciencien de la importancia de incluir en sus plantillas perfiles de diferentes entornos socio económicos.

“Existe una tendencia a trabajar con tus iguales y un equipo diverso es mucho más innovador”. Este programa no asegura un empleo, sino la igualdad de oportunidades en los procesos de selección.

Josep Lluis Santfeliu, cofundador del fondo de capital riesgo Ysios Capital, dedicado a invertir en startups biomédicas, ha sido mentor de dos jóvenes a través de este programa. “Necesitan que alguien les conecte con el mundo, tienen talento pero pocas relaciones. No saben por dónde empezar ni a quién acudir”. Sanfeliu aconsejó a dos graduados, uno en Derecho y otro en Económicas, sobre la forma de comportarse en una entrevista, sobre qué se podría esperar de ellos o qué prendas de vestir encajarían con cada empresa. “Esto no consiste en hacer cartas de recomendación, no es un programa para fomentar el enchufe. Lo que se busca es que aprendan y se desenvuelvan por sí solos”. Hoy, esos dos chicos están trabajando. Según datos de la Fundación, el 48% de los participantes ha conseguido un empleo o aumentar el número de entrevistas.

Además de los mentores, se organizan talleres en Cataluña, Galicia, Madrid, Andalucía y País Vasco -autonomías donde la fundación está desarrollando el proyecto- para perfeccionar algunas de sus habilidades. Verónica Thavonat, responsable de una de las unidades de recursos humanos de la consultora KMPG, ha impartido varios sobre entrevistas con el formato de dinámicas de grupo.

“Les enseño que no hay respuestas correctas, que se miran sus aptitudes y su capacidad de improvisar para predecir sus comportamientos en el futuro. Mi consejo es que se muestren auténticos y que no intenten destacar en exceso”. Tras su contacto con estos universitarios de primera generación, asegura que sí econtró algunas diferencias con respecto a los candidatos que suelen seleccionar para entrevistas en KMPG. La visión global, el conocimiento del mundo, las estancias en el extranjero y los idiomas son algunas de las carencias que ella ha observado. “Cuando vives experiencias en otros países, ganas confianza en ti mismo, ves que eres capaz. Tal vez la principal diferencia es que no han perdido esos miedos”, relata. En KMPG uno de los primeros requisitos para hacer la primera criba entre candidatos son los idiomas.

Hay excepciones, asegura Thavonat. “Tratamos de no discriminar. Si, por ejemplo, vemos que la persona ha tardado ocho años en graduarse y el motivo es que ha tenido que cuidar de un familiar o trabajar para hacer frente a los gastos, lo valoramos positivamente”, explica.

Francisca García, graduada en Publicidad de 28 años, es la primera de su familia con una titulación universitaria. Pasó por el programa y durante seis meses tuvo una mentora de Acciona. Gracias a su asesoramiento, ha conseguido un empleo. Sabe que las empresas valoran las estancias en el extranjero, pero ella renunció a la beca Erasmus porque con la cantidad que le ofrecía el Ministerio no le llegaba a final de mes. “Las universidades no están a la altura de lo que luego te pide el mercado, ni en idiomas ni en aprender a buscarte la vida”, denuncia. Su mentora le enseñó a redactar el currículum con precisión y a describir competencias específicas. Nada de venta de humo. “Me ha ayudado más en seis meses que la universidad en toda la carrera. Algo está fallando”.

sábado, 12 de septiembre de 2015

Entrevista al matemático Javier Fresán

Entrevista de Ángel L. Fernández Recuero a Javier Fresán: «Las metáforas están condenadas a desvirtuar teorías cuya comprensión requiere años de aprendizaje», en Jot Down, septiembre de 2015:

Javier Fresán (Pamplona, 1987) es un joven matemático, inquieto, sagaz. Ha publicado varios libros de divulgación y recibido premios y distinciones que no vamos a enumerar aquí; él tampoco le da mayor importancia. De trato fácil y cercano, se muestra presto y generoso con la curiosidad de la gente, dispuesto siempre a hablar de matemáticas —y de lo que no son matemáticas—. Nos contará, entre otras, por qué es más sencillo resolver un problema matemático que amoroso o qué es lógica matemática y qué no lo es, si acaso podemos llegar a saberlo todo o por qué se ha dicho que una máquina no puede alcanzar al hombre. Desmenuzando mitos y dimes y diretes relacionados con la ciencia y sus alrededores se nos pasó la mañana volando, como debe ser. Y ahora vamos a contárselo.

Leibniz anticipó la aritmética binaria en 1679 en un ensayo póstumo titulado Demostración matemática de la creación y ordenación del mundo. El lema de la cubierta rezaba Omnibus ex nihilo ducendis sufficit unum (para generar el todo de la nada basta el uno). ¿Cuánto hay de matemático en esta frase y cuánto de metafísico?

Lo que hay de metafísico es la forma de enunciarlo; un matemático actual nunca lo plantearía en esos términos. Es curioso, porque los matemáticos del siglo XVIII utilizaban la palabra «metafísica» para referirse a una serie de ideas y analogías vagas que, a pesar de su formulación imprecisa, representaban un papel importante en sus investigaciones: eran su guía. Por ejemplo, leyendo sus obras podemos encontrarnos con una expresión como «la metafísica del cálculo infinitesimal». Lo explica André Weil en una nota de un par de páginas, que se titula precisamente De la metafísica a las matemáticas. La frase de Leibniz podría ser metafísica en este sentido. Convertirla en matemáticas es una tarea delicada; de hecho, si no supiera que habla de la aritmética binaria, mi primer reflejo habría sido interpretarla como una construcción, muy avant la lettre, de los números naturales a partir del cero, que es el cardinal del conjunto vacío. Leibniz diseñó un medallón con ese lema, que hace unos años se transformó en otro en homenaje a Gregory Chaitin y su constante Ω.

Te voy a contar algo sobre Leibniz que a mí me gusta mucho, tenía una idea que nunca pudo llevar a cabo: la de crear una lengua universal. Uno de los milagros de las lenguas —habría que decir del cerebro— es que, a partir de unos materiales relativamente pobres, seguimos produciendo combinaciones nuevas después de que millones de hablantes hayan usando las mismas palabras durante siglos. ¿Quién no ha tenido esa sensación al leer a un gran poeta? Aun así, Leibniz soñaba con un catálogo de ideas básicas que permitiera producir todas las demás. La idea de lago, por simplificar mucho, podría ser un compuesto de agua y de quietud, que formarían parte del catálogo. Lo que me más interesa es que el sueño de Leibniz sirvió probablemente de inspiración a Gödel para lo que hoy se conoce como gödelización, un modo de codificar los enunciados de la aritmética. Gödel había estudiado con fervor a Leibniz en sus años de formación, pero es una hipótesis difícil de demostrar.

Si llamamos autológico a un adjetivo que se aplica a sí mismo (por ejemplo «corto», que es corto) y heterológico a un adjetivo que no se aplica así mismo (por ejemplo «largo», que es corto), ¿de cuál de los dos tipos sería el adjetivo «heterológico»?

(risas) ¡Quieres que caiga en la paradoja de Russell! Fíjate qué historia: principios del siglo XX, Bertrand Russell está en su casa tranquilamente estudiando la obra de Frege y encuentra una paradoja de una simplicidad incontestable que da al traste con todo el proyecto de reducir las matemáticas a la lógica: es lo que él llama «el final de las mañanas alegres y felices». Lo cuenta Russell en su biografía: se pasó semanas, meses, sentado frente a un papel en blanco intentando resolver el problema. Cuando al fin se decide a escribir a Frege, el lógico alemán está corrigiendo las pruebas del segundo volumen de Los principios de la aritmética. En lugar de derrumbarse o de odiar a Russell, reconoce el error con la honestidad intelectual que debería caracterizar a cualquier científico. Y añade una nota a pie de página explicándolo. Su historia aún tiene mucho que enseñarnos. A menudo se ve en las paradojas el desencadenante directo de una crisis de fundamentos, pero la realidad suele ser más compleja: muchas veces las paradojas surgen porque alguien ya está removiendo los fundamentos. Gracias a la paradoja de Russell, se comprendió que no se podía basar una teoría rigurosa de conjuntos en la definición intuitiva de conjunto como una colección de cosas. Si así fuera, se podría construir el conjunto de todas las cosas que verifican una cierta propiedad y, cuando esa propiedad es «no ser miembros de sí mismos», surge una contradicción (otra respuesta consistirá en decir que «ser miembros de sí mismos» no es una propiedad bien definida, porque solo se puede aplicar la pertenencia a elementos de distinto tipo). Me pregunto qué conceptos hoy en día están en la misma situación que los conjuntos a principios del siglo XX.

El fenómeno de la paradoja no solo es fascinante en las matemáticas; en el ámbito comunicativo es el fundamento de las patologías psíquicas más graves. ¿La racionalidad del pensamiento impone un límite al concepto que una persona puede tener de su relación con el cosmos?

No me veo capacitado para responder a esta pregunta. Solo puedo decirte que la experiencia nos enseña que quienes no ponen límites viven en la irracionalidad más absoluta. El día a día de un matemático despierta mucha curiosidad. Una pregunta típica de sobremesa es si es más fácil resolver un problema de matemáticas o un problema de la vida, por ejemplo, una relación amorosa complicada. ¡No hay duda! Los problemas matemáticos sabrás resolverlos o no, pero al menos están bien formulados. Darse cuenta de que hay cuestiones que escapan a este tipo de formulación forma parte de esos límites…

Gregory Bateson decía que la lógica ordinaria no encaja con el ser humano porque para las personas estar en contradicción es una regla, no una excepción. ¿Existen otros tipos de lógica que puedan explicar los procesos cognitivos que no son puramente racionales?

Me gusta la cita. A menudo, de forma coloquial, utilizamos la palabra «lógica» como sinónimo de «sentido común», por ejemplo, cuando decimos que alguien actuó «con lógica». Eso no tiene nada que ver con la lógica matemática, que se ocupa más —por llevar las cosas a un extremo— de cómo «piensa» una máquina que de cómo piensa un ser humano; esa línea de pensamiento dio lugar precisamente a las máquinas de Turing. Un obstáculo fundamental para explicar los procesos cognitivos es que esta lógica clásica admite solo dos valores de verdad: verdadero o falso. Y eso es muy restringido, sobre todo cuando se trata de tomar decisiones. En 1917 Łukasiewicz propuso una lógica trivaluada, en la que un enunciado puede ser verdadero, falso o posible. Ese primer paso se radicalizó más tarde con la lógica borrosa, en la que los valores de verdad posibles son los números reales entre 0 y 1. Hace pensar en la probabilidad, pero es muy distinta: cuando tiras una moneda al aire, el resultado no deja de ser cara o cruz, aunque no podamos predecirlo; en la lógica borrosa, sin embargo, hay que imaginar monedas que caen 25% cara y 75% cruz, por decir algo. Esta idea ha tenido aplicaciones sorprendentes: hay, por ejemplo, «lavadoras borrosas» que deciden la duración del lavado o cuánto detergente hace falta en función de un valor de suciedad. De hecho, la publicidad de una de esas lavadoras nos prevenía de que la era borrosa había llegado. Hay todavía propuestas más radicales, como la lógica cuántica, pero eso nos llevaría demasiado lejos… 

Además de escribir libros has colaborado con varios medios de comunicación como El País, Público o la revista de literatura Clarín. ¿Sientes la crisis del periodismo desde donde escribes?

No puedo no sentirla, porque fui testigo directo del hundimiento de Público. No entremos en la penosa historia de un señor que juega a ser dueño de un periódico de izquierdas y un día despide a todos sus empleados porque no puede pagarles y al día siguiente compra el periódico que él mismo ha vendido, pero esta vez sin periodistas. Yo desde luego no he vuelto a visitar la edición digital desde entonces. Quedémonos con lo bueno: era la mejor sección de ciencias que ha tenido un periódico en español en los últimos años. Yo aprendí mucho de esas colaboraciones. Sobre todo de mis rifirrafes -siempre cariñosos- con la jefa, Patricia Fernández de Lis, a propósito de si un tema tenía «percha» o no, o de si mis artículos sobre los números primos eran más difíciles de leer que los que hablaban de aceleradores de partículas; le estoy muy agradecido. Y era un placer ir al quiosco y encontrarse con artículos de Lucas Sánchez o de José María Mateos, que tantas cosas me han enseñado. No sé qué paso: ¿nunca se recuperaron de aquella gran apuesta publicitaria de los 50 céntimos? Por suerte, la web Materia está llenando ese vacío.

¿Te atreves a decir hacia dónde se dirige la prensa escrita con los nuevos cambios de paradigma?

No. Si lo supiera ¡ya estaría haciendo la prensa del futuro! (risas)

Cuando entrevistaste a Pierre Cartier para Público, él reconoció que le gustaba ser un «matemático sin fronteras para contribuir a la paz o para ayudar a los matemáticos que luchan contra los regímenes dictatoriales». ¿Cómo puede la ciencia, en este caso las matemáticas, ayudar políticamente a un país?

Esa es una muy buena pregunta. Pierre Cartier es un personaje fascinante, al que tengo la suerte de tratar a menudo. La cita procede de una conferencia que dio en la Residencia de Estudiantes de Madrid, y que yo he traducido al español: son las memorias de un matemático comprometido. Tienes que pensar que el científico ya no es ese genio solitario que, tras meses de aislamiento en su laboratorio, da al mundo una obra magnífica. El contacto con otros colegas es continuo, ya sea a través de congresos o simplemente del correo electrónico, y eso crea unas redes muy potentes. La idea de Cartier es que se pueden utilizar esas redes para ayudar a países menos desarrollados o que viven bajo dictaduras, por ejemplo ofreciendo a los estudiantes la posibilidad de hacer el doctorado en Europa. Es una pequeña ayuda, pero cambiar una vida ya es mucho.

Otro aspecto interesante de la cuestión es la impenetrabilidad del trabajo matemático. Un día de enero de 1936, Shostakovich descubre, al leer Pravda, que ha caído en desgracia: su música es «intelectualista» y el hermetismo es «un juego que podría terminar mal»; parece que el artículo lo escribió el propio Stalin. Es difícil que eso le ocurra a un matemático, aunque haya matemáticas más «intelectualistas» que otras. No es una casualidad que, en la antigua URSS, muchas personas, que en otras circunstancias se habrían dedicado a la literatura o la filosofía, encontraran un refugio en las matemáticas. Es imposible que un régimen ataque a un matemático sin la colaboración de otros matemáticos: si permanecen unidos, son invencibles. Lo cual tampoco es un gran consuelo porque, como en cualquier otra profesión, siempre habrá diez personas dispuestas a denunciarte…

¿El caso contrario fue el de André Weil?

De esa historia no sabemos mucho más que lo que él mismo nos cuenta en Memorias de aprendizaje, su espléndida biografía. Weil había decidido desertar si lo llamaban a filas. Cuando estalló la guerra estaba de vacaciones al borde de un lago en Finlandia, cerca de la frontera rusa, junto a su mujer, Éveline. Todos los días trabajaban varias horas en una barca: él en un informe para Bourbaki, ella en unas prácticas de estenotipia. No es de extrañar que los dueños del hotel en el que se alojaban los tomaran por espías (algo que, por cierto, también le ocurrió a Gödel en un pueblecito del estado de Maine). Se abrió un dossier sobre Weil en la comisaría de Helsinki y lo detuvieron. Siempre según su versión, un matemático con simpatías nazis le salvó la vida y, tras toda una serie de vicisitudes, regresó a Francia para cumplir condena por deserción. Nunca se lo perdonarían. Weil se vio obligado a hacer carrera en los Estados Unidos: primero en Chicago, luego en Princeton. Es muy triste leer ese capítulo de su correspondencia con Henri Cartan, en el que se ve cómo, pese a los esfuerzos de su fiel amigo y colaborador, una y otra vez candidatos infinitamente menos valiosos que Weil obtienen las plazas a las que él se presenta. 

Ganaste el premio Arquímedes de introducción a la ciencia cuando cursabas la carrera, lo que te permitió hacer una estancia en el CSIC. Sin embargo, has decidido desarrollar tu carrera de investigador en Francia. ¿Qué ventajas tiene la investigación matemática con respecto a España?

Creo que la idea de una «ciencia nacional» pertenece al pasado. En un mundo como el nuestro, ¿a qué país pertenecen los descubrimientos? ¿Al que los paga? ¿Al del laboratorio en el que se realizan? ¿Al que, por un azar completo, vio nacer a los científicos que los realizan? Skype o arXiv tienen muchos más derechos que cualquier país sobre un teorema escrito en colaboración. Yo cuando me pongo a pensar en un problema, no me siento español ni francés: pienso en el problema. Pero no creas que estoy esquivando la pregunta: me fui a París en un momento en el que me apetecía irme a París y pensaba que la ciudad tenía cosas que ofrecerme. Después de cinco años, todavía me sigue sorprendiendo que, en un curso sobre la Divina Comedia en el Collège de France, haya que llegar media hora antes porque, si no, te quedas sin sitio en el inmenso anfiteatro, o que cien personas hagan cola bajo la lluvia para ver la nueva copia de Il Gattopardo. Volviendo a las matemáticas, hay que decir que en geometría algebraica y teoría de números París es invencible. No solo por una tradición de más de doscientos años, sino porque es un aglomerado de universidades y centros de investigación; apenas exagero si te digo que, si te apetece hablar con alguien, solo tienes que esperar un poco: antes o después pasará por allí. Y eso no es que no ocurra en España, ¡es que no ocurre en casi ningún sitio! Dentro de poco cambiaré París por el Max Planck Institute de Bonn, y no lo hago con melancolía: es una nueva aventura. La matemática española ha avanzado espectacularmente en los últimos años: hay excelentes matemáticos trabajando en áreas muy variadas: ecuaciones en derivadas parciales, teoría de Hodge, geometría aritmética, sistemas dinámicos. Antonio y Diego Córdoba, José Ignacio Burgos, Vicente Muñoz, Ricardo Pérez Marco… Que nadie se enfade: te digo solo los primeros nombres que me vienen a la cabeza. Me da miedo que las barbaridades políticas que estamos sufriendo frenen esa evolución. Ya casi es imposible conseguir una beca de doctorado en España. ¿Qué va a pasar con la generación siguiente?

Victoria Ley nos decía cuando la entrevistamos que en España a los matemáticos les cuesta bastante participar en programas de transferencia tecnológica. ¿En Francia cuál es la situación?

Pues creo que para un matemático puro la situación es la misma.

En El sueño de la razón comentas que Kurt Gödel aparece en varias ocasiones en la tira cómica Xkcd autodenominado «un cómic web de romance, sarcasmo, matemáticas e idioma». ¿Existe una versión del Teorema de Gödel para dummies o por su naturaleza ello es imposible?

Hace un par de años, Guillermo Martínez y Gustavo Piñeiro publicaron Gödel para todos, que es uno de los mejores libros de divulgación sobre el tema que conozco. En el prólogo mencionan un ensayo de Ernesto Sábato, en el que un físico trata de explicar a un amigo qué es la relatividad. Empieza hablando de curvatura, tensores y geodésicas, pero se ve obligado a rebajar poco a poco el nivel del discurso para que su interlocutor entienda; al final solo quedan trenes y cronómetros. «¡Ahora sí entiendo la relatividad!», exclama, entusiasmado, el amigo. «Sí, pero ahora ya no es la relatividad». Lo mismo ocurre con muchas otras ramas de la física y la matemática moderna: solo gracias a las metáforas pueden llegar al gran público. Y, por bellas que sean, aunque conecten áreas distintas del cerebro, como decía Platón, las metáforas están condenadas a desvirtuar teorías cuya comprensión requiere años y años de aprendizaje. Esa es la soledad del matemático.

El teorema de Gödel constituye una feliz excepción a esta regla. Su contenido se puede explicar como un problema de equilibrio en los sistemas axiomáticos y basta un poco de paciencia para dar una idea de las grandes líneas de la demostración. Supongamos que queremos fundar una teoría partir de una serie de principios básicos: necesitamos saber cómo escogerlos, de modo que podamos demostrar el mayor número posible de enunciados. El objetivo último sería demostrar todos los enunciados verdaderos para crear una teoría completa. Podríamos pensar que más axiomas conllevan más teoremas pero no nos conviene elegir demasiados porque, si lo hacemos, corremos el riesgo de demostrar una afirmación y su negación, y eso daría lugar a una teoría llena de contradicciones; en lenguaje técnico, decimos que no es consistente. Otra de las propiedades deseadas es la recursividad, algo más difícil de explicar que la consistencia, pero que consiste esencialmente en ser capaces de distinguir, mediante un número finito de operaciones, si un enunciado cualquiera de nuestra teoría es un axioma o no. Así que consistencia, recursividad y completitud. El teorema de Gödel dice simplemente que es imposible tener las tres cosas a la vez: si una teoría es consistente y recursiva, entonces no es completa. Es decir, siempre existirán enunciados sobre cuya validad nuestros axiomas no puedan pronunciarse. 

El teorema de Gödel ha sido utilizado conceptualmente por diferentes disciplinas sociales. En sus Imposturas intelectuales Sokal y Bricmont desmontan las teorías al respecto de varios intelectuales como Kristeva, Deluze o Lacan. ¿Tiene sentido aplicar el teorema de Gödel fuera del ámbito de las matemáticas, en el ámbito de las ciencias sociales?

A mí la historia de las impostura sociales es un tema que me encanta. Es una de esas cosas que me hubiera gustado hacer a mí. La historia es que el físico Alan Sokal, cansado de ver cómo algunos popes de ciertas corrientes de las ciencias sociales utilizaban conceptos científicos con el único objetivo de apabullar al lector, decide escribir una parodia de ese tipo de literatura y enviarla a la revista de mayor impacto del área. El artículo, con un título tan improbable como Transgrediendo las fronteras: hacia una hermenéutica transformativa de la gravedad cuántica es aceptado, y cuando, poco después, su autor revela que se trataba de una broma, estalla un gran escándalo que llega a ser portada del New York Times. El libro Imposturas intelectuales, escrito en colaboración con el también físico Jean Bricmont, es una especie de versión ampliada, que explora sistemáticamente el abuso de una serie de ideas matemáticas y físicas por parte de los filósofos que has citado.

El teorema de Gödel, tal y como es, es un enunciado que habla de las matemáticas, de la aritmética, de las teorías axiomáticas, etc. Eso hace que sea prácticamente imposible aplicarlo a cualquier cosa de forma rigurosa que no sean las propias matemáticas; nada realmente es axiomático fuera de las matemáticas, ni siquiera la física, que sería lo más cercano. Sobre él se han dicho cosas como que explica «por qué hay que momificar a Lenin y exhibirlo a los camaradas en un mausoleo». Y 15 años después del caso Sokal aun me encuentro con un crítico literario capaz de escribir «si usamos un método científico para medir poemas, parece más interesante la estratigrafía que la topología, cuyas limitaciones, incluso en el propio campo matemático, quedaron demostradas por Gödel». Esto hay que verlo de forma positiva. Es decir, es un teorema que tiene tanto éxito, es tan fuerte, lo que dice es tan interesante que gente de lo más variopinta intenta aplicarlo. Por supuesto, es muy tentador preguntarse cuáles serían sus consecuencias para las realidades que nos rodean: a mí mismo me divierte imaginar una novela como un pequeño mundo axiomático, en el que siempre habrá alguna información sobre el protagonista que seré incapaz de conocer. ¿Llegaremos a saber algún día por qué se llama Quirke el detective de Benjamin Black? Pero sé que es solo un juego.

Sin embargo, en Hasta que el álgebra nos separe narras mediante un fascinante diálogo entre Lévi-Strauss y André Weil cómo las matemáticas pueden echar un cable a la observación participante. ¿De qué manera colaboraron estos dos grandes científicos del siglo pasado?

Esta es una historia distinta, realmente apasionante. Cada uno de ellos por sí solo lo es, de hecho. El mismo André Weil, casi fusilado en la frontera, era un tipo que había viajado muchísimo, durante toda su vida, dominaba bastantes lenguas, leía a los clásicos hindúes en sánscrito y en matemáticas hizo unas contribuciones increíbles.

Durante su estancia en Brasil, Lévi-Strauss se dio cuenta de que todas las tribus que estudiaba prohibían de algún modo el incesto, aunque el grado de permisividad fuese muy variable. Eso le lleva a formular la hipótesis de que la prohibición del incesto es una especie de eslabón entre la naturaleza, con sus leyes universales, y la cultura, en la que las reglas cambian de una sociedad a otra. Para respaldar su hipótesis, se lanza a un estudio exhaustivo de las relaciones de parentesco en las tribus que conoce y en otras muchas documentadas en la literatura. Hasta que se topa con los Murngin, unos aborígenes del norte de Australia, cuyas reglas de matrimonio no consigue explicar con los métodos que había usado hasta entonces (basados esencialmente en la enumeración de todos los casos posibles). Decide pedir ayuda a un matemático, pero el primero al que lo hace, Jacques Hadamard, le responde que «en matemáticas solo hay cuatro operaciones, y el matrimonio no es una de ellas». Fin de la colaboración. Por suerte, Lévi-Strauss conoce a Weil en el exilio neoyorquino. Weil, un hombre de una curiosidad insaciable, que había viajado mucho, que lo había leído todo; enseguida se interesa por el problema, y lo resuelve usando la teoría de grupos. El resultado será un apéndice a Las estructuras elementales del parentesco, la tesis doctoral de Lévi-Strauss.

Pero date cuenta que, al contrario del uso que hacen de la matemática Lacan y compañía, la colaboración de Weil y Lévi-Strauss se produce en un marco en el que sí que es posible crear modelos axiomáticos simplificados (de ahí el «elemental» del título). Si establecemos como hipótesis, pongamos, que todos los miembros de una tribu pueden casarse y que a cada uno de ellos le corresponde un único tipo de matrimonio que depende solo de su sexo y del tipo de matrimonio de sus padres, hemos reducido el estudio a un problema de teoría de grupos. Esa fue la intuición genial de Weil. Como él mismo explica en los comentarios a sus obras completas, el reto más difícil al que se enfrenta un matemático, al abordar un problema de matemática aplicada, consiste en traducirlo a su propio lenguaje. Me pareció que una historia tan atractiva como esta era la excusa perfecta para explicar al gran público algunas ideas de la teoría de grupos. Y como me divierte explorar nuevas formas de divulgación, decidí hacerlo mediante un diálogo entre sus protagonistas.

¿El estructuralismo ha matado definitivamente en matemáticas al intuicionismo?

Yo creo que no. Quiero decir, el estructuralismo suele ser, salvo en raras excepciones, un proceso posterior al descubrimiento matemático, un modo de dar forma y de adecuar a los estándares de rigor modernos el resultado de un fenómeno inexplicable en el que se mezclan la intuición, la analogía y el análisis de ejemplos. La propia historia de Bourbaki lo confirma: históricamente, el movimiento surge tras una serie de avances extraordinarios a finales del siglo XIX y en el primer tercio del XX (la teoría de conjuntos, la topología algebraica, los espacios de Hilbert, el álgebra moderna…). Por supuesto, la disección minuciosa de estas teorías dio lugar a nuevas propiedades, pero, de algún modo, lo esencial ya estaba allí. La gran contribución de Bourbaki fue crear un lenguaje matemático universal que sirviera lo mismo para la lógica que para la geometría algebraica o la probabilidad. Cada matemático tiene su método: hay quienes abordan los problemas situándose en estructuras lo más generales posibles y quienes prefieren una solución elemental para estar seguros de que es correcta. Pero hoy en día todos somos hijos de Bourbaki.

André Weil, como tú ya has comentado, fue uno de los fundadores del grupo Bourbaki, responsables entre otras cosas de hacer que los que empezamos en la EGB en los 70 odiásemos las matemáticas (aquello de los conjuntos, los cardinales…). Cuál es la pedagogía matemática más efectiva, ¿la de la abstracción o la contextualizada históricamente?

No creo que los miembros de Bourbaki fueran responsables de esa deriva pedagógica, sino una serie de conversos que, por normal general, no eran matemáticos. Y ya se sabe que los conversos son siempre los más fanáticos. Yo tuve la suerte de que me enseñaran 2+3=5 y no que «el cardinal de la unión disjunta de un conjunto de cardinal dos y de un conjunto de cardinal tres es cinco» (risas). Los excesos de aquella época no solo tuvieron consecuencias negativas para la generación que los sufrió, sino también para todas las posteriores porque, para paliarlos, se decidió eliminar toda abstracción de la enseñanza de las matemáticas. Se prohibieron las demostraciones, y este extremo es igual de malo que el otro. Eso no quiere decir que haya que volver a una pedagogía axiomática: lo ideal sería un método casi experimental en el que los conceptos vayan apareciendo poco a poco.

En un texto muy iluminador sobre la educación matemática, Vladimir Arnold explica que, en los años 60, dio un curso de teoría de grupos a alumnos de instituto; alejándose de los detalles técnicos y sin perder nunca de vista la física, en un semestre llegó a explicar la insolubilidad por radicales de la ecuación de quinto grado. También John Conway cuenta en una entrevista reciente que no decide el tema de una charla en función de la formación del público, sino solo la forma de tratarlo: si los estudiantes son jóvenes, insiste más en las ideas que en los detalles. Sin ser tan ambiciosos, ¿cómo es posible no explicar por qué hay infinitos números primos o por qué la raíz cuadrada de dos es irracional? Son dos ejemplos de demostraciones accesibles a todo el mundo, que además permiten enseñar una técnica muy útil en el razonamiento matemático: la reducción al absurdo. Eso es lo que echo de menos en la enseñanza de las matemáticas. Te confesaré que nunca me han interesado los juegos de mesa, y creo que es porque no tengo ninguna motivación para ganar. Con las matemáticas pasa lo mismo: es difícil interesarse por un problema si lo único que te enseñan son los pasos para resolverlo, sin saber por qué ese problema es interesante o dónde surge o quién lo ha estudiado antes que tú.

Clara Grima nos decía en una entrevista que en Japón, por ejemplo, hay programas matemáticos en la televisión con audiencias muy altas. ¿A qué se debe?

No veo ninguna razón por la que un programa similar no funcionara en España. De hecho, el balance de todas mis experiencias divulgadoras es siempre el mismo: las matemáticas interesan a la gente. Si lo haces bien, puedes tener en vilo durante una hora a un público de lo más variado hablándoles de números primos o de topología. Para promocionar la colección El mundo es matemático, El País tuvo la brillante idea, que luego copió Le Monde, de colgar en su web un vídeo con un problema matemático y dar una semana a los lectores para resolverlo. Fue un éxito increíble, nadie se lo esperaba. Yo mismo participé presentando uno de los desafíos, relacionado con las matemáticas de los procesos electorales. Recibimos unas 600 soluciones, y muchos de los que nos escribían nos contaban que esperaban con ansia cada nuevo vídeo; recuerdo un lector que me escribió: «Estoy resolviendo el problema en el hospital, con mi hijo recién nacido en brazos. A ver si así se aficiona a las matemáticas». Si eso no es interés…

Pero son raros los casos en los que realmente se aprovechan todos los medios de los que disponemos. El telediario, sin ir más lejos. Tienes delante a una audiencia de millones de personas y pierdes cinco minutos con partos en autobuses, explosiones de gas y otros sucesos sin interés alguno: ¡haz que aprendan algo!, háblales de ciencia, cuéntales la Odisea. El problema es que quienes están en condiciones de poner en marcha iniciativas como esta son los mismos que han conseguido que sea posible terminar 20 años de educación con una cultura lamentable y sin haber leído un solo libro. 

En Italia son muy de jugar con las palabras, en Francia está el Oulipo… Y en España no tenemos nada…

Bueno, nos gustan los juegos de palabras también. Sí que es cierto que visto desde fuera, claro, pensamos que el Oulipo es un fenómeno de masas, y son cuatro. Lo fueron en su momento y lo siguen siendo ahora.

Arquímedes aplicó el método Diagonal para calcular El Arenario (el número de granos de arena necesarios para llenar el Universo). Ahora hay matemáticos que intentan demostrar que cualquier número puede aparecer en las cifras decimales del número Pi. ¿Qué se esconde tras estos divertimentos? ¿Son solo un juego?

Es una cuestión de gusto. Yo creo que hay problemas más interesantes que ese, porque el hecho de que π contenga, pongamos, todas las cifras del 0 al 9 con igual frecuencia no es sorprendente: lo sería que el 3 apareciese mucho más que el 7. Pero todo depende de cómo presentemos el problema. La cuestión subyacente es de una simplicidad casi provocadora: ¿qué es un número? Empecemos por un ejemplo fácil: ¿cómo definimos la raíz cuadrada de 2? Es un número que, multiplicado por sí mismo, da 2; si lo llamamos x, cumple la relación x2=2. Los números de este tipo, que son solución de ecuaciones polinomiales, se llaman algebraicos. En cuanto a π, la forma más sencilla de definirlo es como el área de un círculo de radio uno; fíjate que no tiene nada que ver. Así que podemos preguntarnos: ¿es π solución de alguna ecuación polinomial? Y la respuesta es no; esos números se llaman trascendentes. Mi amigo Juanjo Rué y yo acabamos de escribir un librito sobre ellos para la colección ¿Qué sabemos de?, editada conjuntamente por el CSIC y por Los Libros de la Catarata. En cierta medida, los números trascendentes contienen una cantidad infinita de información, en contraste con los algebraicos. Si pensamos que cualquier texto se puede codificar mediante una secuencia numérica y π las contiene todas, significa que dentro de π está el Quijote. No hay duda de que eso hace más atractivo el problema, pero no es una razón matemática para interesarse en él… 

¿Existe algún método para generar números trascendentes cuyos decimales tengan una estructura determinada?

Sabemos que tienen que existir números trascendentes porque el infinito de los números reales es mayor que el de los algebraicos. Ese mismo argumento demuestra que casi todos los números son trascendentes: en un sentido técnico, la probabilidad de que un número elegido al azar sea algebraico es cero. Sin embargo, resulta extremadamente difícil decidir si un número dado es trascendente o no, y eso tiene que ver con la pregunta «¿qué es un número?» de la que hablábamos antes. El número π es trascendente, pero hubo que esperar hasta 1882 para tener una demostración. Cuarenta años antes, Liouville había construido los primeros números trascendentes: por ejemplo, 10-1+10-2+10-6+10-24+… es un número trascendente (los exponentes son los factoriales de los números naturales). En general, cualquier sucesión acotada de enteros positivos da lugar a un número trascendente con una cierta estructura. Pero se podría decir que esos números trascendente lo son por una razón tonta: admiten muy buenas aproximaciones por números racionales y eso contradice un teorema del propio Liouville sobre los números algebraicos. Mucho más interesante sería demostrar que un número como 1+1/8+1/27+1/64+… (la suma de los inversos de los cubos de los números naturales) es trascendente. Y de eso no tenemos la menor idea.

En la conferencia que diste en la UMP comentabas que el único problema común entre los famosos 23 que propuso Hilbert y los 7 del milenio es la demostración de la hipótesis de Riemann, de la que Marcus du Santoy ha hecho un libro alucinante titulado La música de los números primos. ¿Serviría un conocimiento avanzado de la distribución de los números primos para facilitar la ingeniería inversa de los métodos criptográficos basados en RSA y curvas elípticas o no tiene nada que ver?

Ambos sistemas criptográficos están basados en la existencia de operaciones irreversibles en tiempo polinomial. Déjame que te lo explique. En el caso de RSA, se trata de la multiplicación y la factorización: es muy fácil para un ordenador multiplicar dos números primos de entre 300 y 400 dígitos cada uno, pero, conociendo solo el producto, incluso la máquina más potente del mundo tardaría millones de años en encontrar los dos factores. La criptografía de curvas elípticas es más difícil de explicar, pero el principio es el mismo: cierta operación es fácil de realizar en un sentido, pero no en sentido contrario. Como la clave pública es el resultado de esa operación, aunque alguien la intercepte, para desencriptar el mensaje tendría que revertirla. De modo que la pregunta es si existen algoritmos rápidos de factorización, y yo no conozco ningún enunciado que los relacione con la hipótesis de Riemann. Sí que existe un procedimiento de computación cuántica, el algoritmo de Schor: el día en que se construya un ordenador cuántico con suficientes qubits, el método RSA dejará de ser seguro. Pero por ahora podemos estar tranquilos: el mayor número que se ha conseguido factorizar con ese método es 21 (risas). Con eso no quiero decir que no sea un avance de extraordinaria importancia. Una vez le escuché a Juan Ignacio Cirac compararlo con el paso de las cartas al correo electrónico: por mucho que mejore el correo postal, nunca será como un e-mail; es otra dimensión.  

¿Se ha abordado la indecibilidad de encontrar la existencia de un patrón en los números primos o no ha lugar?

De hecho, existen fórmulas que generan todos los números primos. Es una consecuencia del teorema de Davis-Putnam-Robinson-Matiyasevich que establece que un subconjunto de los números naturales es recursivamente enumerable si y solo si es diofántico. «Recursivamente enumerable» significa que existe un algoritmo que imprime, suponiendo que se le deje actuar indefinidamente, todos los valores del conjunto. Los números primos lo son porque, dado un número cualquiera, se puede decidir en un número finito de pasos si es primo o no, así que lo único que tiene que hacer la máquina es ir examinando los números naturales uno a uno e imprimiendo solo aquellos que sean primos: 2, 3, 5, 7, 11… «Diofántico», por su parte, quiere decir más o menos que existe una ecuación con coeficientes enteros cuyas soluciones son exactamente los elementos del conjunto. Por ejemplo, los números pares son diofánticos, pues son las coordenadas x de las soluciones de la ecuación x-2y=0. Gracias al teorema que he mencionado, sabemos que los números primos son diofánticos, de modo que existe una fórmula que los genera todos. En los años 70 se encontró un tal polinomio, en 26 variables.

Pero eso no permite predecir cuál es el siguiente número primo a uno dado: su distribución sigue siendo un misterio. Usando otra vez los factoriales, podemos ver que existen intervalos tan grandes como queramos sin números primos. En efecto, n!+2, n!+3, …, n!+n es un intervalo de longitud n-1 sin ningún número primo, porque n!+2 es divisible por 2, n!+3 por 3, y así sucesivamente, hasta n!+n, que es divisible por n. Aun así, el matemático Yitang Zhang acaba de demostrar que existen infinitos pares de números primos separados por una cantidad menor que una cierta constante. En su artículo, Zhang establece el valor de esa constante en 70.000.000. Gracias a un proyecto de colaboración masiva online, Polymath, en un par de meses se ha conseguido reducirla a 14.950. El objetivo es llegar a 2, lo cual daría una respuesta positiva al problema de los primos gemelos. 

En psicología el modelo más utilizado de explicación de la mente humana es el que asimila los procesos cognitivos como los procesos de computación. Por otro lado, en base a la lógica difusa y las redes neuronales estamos avanzando en I.A.. En tu opinión, ¿buscamos replicar al ser humano a través de modelos o ponemos de manifiesto nuestra naturaleza con la búsqueda de los mismos?

El intento de comprender el cerebro y, en última instancia, de reproducirlo es un producto del cerebro. Virgilio llama afortunado al que conoce las causas de las cosas: no hay nada más humano que la voluntad de comprender. Y la inteligencia sigue siendo un misterio en una época que ha desvelado los secretos de tantas cosas. Por desgracia, mi conocimiento de las redes neuronales y los algoritmos genéticos es solo el de un lector interesado. Hay argumentos muy famosos contra la inteligencia artificial, pero ninguno de ellos se sostiene. Podríamos pasar horas hablando del test de Turing o de la habitación china de Searle; también el teorema de Gödel tiene reservado su papel. Los detractores de la inteligencia artificial explican, a grandes rasgos, que ninguna máquina puede emular al cerebro porque si le diéramos uno de los enunciados indecidibles cuya existencia predice el teorema, la máquina se pasaría toda la eternidad intentando demostrarlo o refutarlo, mientras que un ser humano sería capaz de ver que es indecidible. El problema es que, entre las hipótesis del teorema de Gödel, está la consistencia. y no está nada claro que demostrar la consistencia sea más fácil para un ser humano que para una máquina. De hecho, lo que a menudo se conoce como segundo teorema de Gödel afirma que la consistencia de la aritmética no se puede demostrar «sin salirse» de la aritmética.

lunes, 8 de junio de 2015

Se demuestra que la creatividad y la psicosis están asociadas genéticamente.

Nuño Domínguez, "Creatividad y psicosis comparten las mismas raíces genéticas. Un estudio de más de 150.000 europeos relaciona la creatividad con genes que aumentan el riesgo de esquizofrenia y trastorno bipolar", en El País, 8-VI-2015:

Algunas enfermedades psiquiátricas pueden ser entendidas como una forma diferente de pensar. Eso mismo caracterizaba a Miguel Ángel, Charlie Parker, Beethoven, Virginia Woolf, Van Gogh y muchos otros. De ellos se ha dicho que su arte se debía en parte a trastornos psiquiátricos, lo que ha contribuido a reforzar la idea de que ningún genio ha existido sin una mezcla de locura, como dijo Aristóteles. Ahora, un estudio que ha analizado a decenas de miles de personas desvela que hay una conexión genética entre enfermedades como la esquizofrenia o el trastorno bipolar y la creatividad.

Como en cualquier otra rama de la biología, la gran pregunta es cuánto le debe la creatividad a factores ambientales, como la educación o estar rodeado de otros artistas, y cuánto a la genética heredada de padres y otros parientes.

El nuevo estudio, publicado hoy en Nature Neuroscience, intenta responder analizando el genoma de 86.000 personas en Islandia. Sus autores, liderados por la empresa de análisis genéticos deCODE, buscaron pequeñas variaciones en el orden de las 3.000 millones de letras de ADN que componen el genoma humano. Algunas de esas erratas pueden duplicar el riesgo medio de una persona de sufrir esquizofrenia o elevar un tercio sus probabilidades de padecer trastorno bipolar. Una vez detectadas esas variantes, y ante la inmensa complicación de definir qué es la creatividad y medirla, los expertos analizaron el genoma de 1.000 personas del mismo país que forman parte de asociaciones nacionales de artistas visuales, bailarines, actores, músicos y escritores. Este último grupo de profesionales, señala el trabajo, tenían un 17% más de posibilidades que el resto de la población de llevar alguna de las variantes de riesgo, aunque ninguno sufría las dos dolencias analizadas.

Las mismas variantes genéticas también estaban más presentes en las profesiones citadas cuando el equipo analizó los genes de más de 8.000 suecos y 18.452 holandeses. Los creadores tenían un 25% más de probabilidades de tener algún gen de riesgo. Los resultados no se explican por el cociente intelectual, el historial familiar de enfermedades psiquiátricas o el nivel educativo. Por eso sus autores concluyen que la creatividad se debe en parte a variantes genéticas que son las mismas que aumentan el riesgo de sufrir las dos enfermedades estudiadas.

“Estos resultados no deberían sorprendernos porque para ser creativo tienes que pensar de forma diferente al resto de la gente y nuestro equipo ya había demostrado en un estudio anterior que las personas portadoras de variantes que predisponen a la esquizofrenia lo hacen”, explica Kari Stefansson, director general de deCODE y coautor del trabajo, en el que también han participado centros de investigación de Islandia, Suecia, Reino Unido, Holanda y EE UU.

La esquizofrenia es un enigma evolutivo. La enfermedad tiende a reducir las capacidades reproductivas de los pacientes, pero su prevalencia parece muy estable, afectando en torno al 1% de la población general. Es posible que la enfermedad tenga ventajas asociadas, lo que podría explicar la paradoja. Pero según el nuevo estudio las personas creativas analizadas tenían menos hijos que la población general, lo que descarta en principio que los beneficios creativos asociados a la esquizofrenia expliquen el enigma.

Mezcla complicada

Miguel Bernardo, psiquiatra del Hospital Clínic (Barcelona) y presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría Biológica, ofrece una opinión independiente sobre el trabajo liderado por Stefansson. “Es la primera vez que se realiza un estudio genético en busca de marcadores de esquizofrenia y creatividad en una población tan grande”, resalta. El hecho de que la mayoría de los participantes sean islandeses, una población muy homogénea desde el punto de vista genético, aporta mayor fiabilidad, destaca.

Pero el trabajo presenta también problemas que muestran lo difícil que es investigar este campo. “El marcador de creatividad era pertenecer a una sociedad profesional, lo que es muy relativo pues en ellas también habrá muchas personas que carezcan de ella”, advierte Bernardo.

Hasta el momento se han descubierto entre 100 y 110 variantes genéticas relacionadas con esta enfermedad, pero esta solo aparece “cuando se tienen varios genes asociados a ella y estos interactúan entre sí”, resalta el experto. Por lo tanto, las variantes de riesgo destapadas por el estudio pueden ser solo la punta del iceberg y que haya muchos otros condicionantes genéticos que predisponen a ser creativo y no estén relacionados con enfermedades psiquiátricas.

Un ejemplo metafórico sirve para explicarlo. Si la distancia total entre la persona menos creativa del mundo y un artista fuese de un kilómetro, dice David Cutler, del departamento de Genética humana de la Universidad Emory (EE UU), las variantes genéticas detectadas solo explicarían 3,9 metros de esa separación. “Los efectos observados” son “reales”, dice, pero también “pequeños y repartidos entre cientos o miles de genes”, resalta este experto en declaraciones recogidas por Science Media Centre. En otras palabras, aún queda mucho trabajo científico que hacer para conocer cuál es la mezcla exacta de locura que hay en la mente de un genio o de cualquier persona creativa.