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jueves, 4 de diciembre de 2025

La inmigración en España para The New York Times

 España apuesta por la inmigración para crecer, a pesar de las críticas, en The New York Times, por Jason Horowitz, Reportando desde Valencia, Madrid y Paiporta, España, 4 de diciembre de 2025

El gobierno presenta su política migratoria como una alternativa a las medidas represivas del gobierno de Trump, acogiendo a muchas personas procedentes de antiguas colonias. Pero los activistas promigrantes afirman que esa política de brazos abiertos no se extiende a quienes llegan desde África.

En el restaurante Raíces de mi Pueblo, en la costa este de España, Luz Fanny Arce Campiño, de 53 años, removía un rico guiso y describía cómo su hogar europeo de adopción había eclipsado a Estados Unidos como el destino más deseado por amigos y familiares en su ciudad natal colombiana.

Campiño dijo que, tras llegar a Madrid en avión y convertirse en “otra migrante ilegal” por sobrepasar la duración de su visa, estableció su residencia en la pequeña ciudad de Paiporta donde consiguió trabajo en el restaurante de su hermano y fue salvada por “ángeles de la guarda” que la rescataron durante las desastrosas inundaciones del año pasado. Ahora el gobierno le ha concedido un estatus legal y una vía hacia la ciudadanía española. “Estoy contenta”, dijo.

A diferencia de Estados Unidos y de algunos vecinos europeos, definidos por sus duras posturas en políticas de inmigración, el gobierno de izquierda español ha proyectado una imagen de sí mismo como el nuevo crisol de Occidente. Ha acogido a los migrantes, especialmente a los latinoamericanos que hablan la lengua de España, comparten su religión y comprenden su cultura. Incluso los activistas que afirman que esa cálida acogida no se extiende a muchos africanos reconocen que España es un caso atípico en un continente que cierra sus puertas.

El gobierno afirma que ha estado motivado en parte por valores progresistas y por el recuerdo de la emigración española a Latinoamérica, especialmente durante la dictadura de Francisco Franco. Pero el gobierno afirma que su aceptación de los migrantes también refleja la realidad de unas tasas de natalidad cada vez más bajas y la escasez de trabajadores autóctonos para mantener las enormes prestaciones sociales.

Los más de 3 millones de trabajadores españoles nacidos en el extranjero —más de un millón de los cuales han llegado desde que el presidente Pedro Sánchez asumió el poder en 2018— han contribuido a que el país sea, según algunas mediciones, la gran economía de más rápido crecimiento de la eurozona. “O abres y creces”, dijo Sánchez en una entrevista reciente con The New York Times. “O cierras y te hundes”.

Los activistas de la migración sostienen que todavía hay mucha distancia entre la retórica altisonante de Sánchez y la realidad sobre el terreno.

Muchos latinoamericanos se quejan de una mirada colonial persistente y esnob. Y aunque el gobierno reconoce que tiene una rara habilidad, envidiada por algunos líderes de la derecha dura europea, para atraer a una población que puede asimilarse más fácilmente, los activistas afirman que el gobierno le está dando largas a una petición en el Parlamento para declarar una amnistía y conceder el estatus legal a unos 500.000 migrantes indocumentados, en su mayoría latinoamericanos.

Los críticos también acusan al gobierno de un evidente doble rasero. Muchos latinoamericanos llegan en avión con visas de turista, se quedan más tiempo del permitido y esperan encontrar un camino hacia la legalización. A menudo lo consiguen. Muchos africanos, por el contrario, llegan en barco y sin papeles, y se encuentran con controles fronterizos, puertas cerradas o un purgatorio de burocracia. Sánchez rechaza la crítica, afirmando en la entrevista con el Times que el gobierno no está incentivando a un grupo frente a otro.

Su gobierno ha señalado que un gran porcentaje de los migrantes legales del país proceden de Marruecos y dice que es el partido Vox, antinmigrante, antimusulmán y en auge, el que prefiere a los latinoamericanos en comparación con los africanos.

Elma Saiz, ministra española de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, añadió en una entrevista reciente que todo el ruido antinmigración de la derecha equivalía a una distracción desesperada de lo que era una clara historia de éxito. “España es un faro”, dijo.

Cecilia Estrada Villaseñor, investigadora sobre inmigración en España, quien es oriunda de México, está de acuerdo. “Para los latinoamericanos, España no existía. Era Europa, al otro lado del océano”. Pero a medida que Estados Unidos se vuelve menos atractivo, con las medidas represivas del gobierno de Donald Trump, “la gente empieza a ver a España como el país”. Para España, dejar entrar a migrantes tiene innumerables ventajas.

Aunque el país sigue teniendo una tasa de desempleo superior al 10 por ciento, la peor de la Unión Europea, la falta de trabajo es la mitad que hace una década, y los partidarios de la inmigración afirman que los recién llegados ocupan puestos de trabajo mal pagados o físicamente exigentes que los españoles son reacios a aceptar en restaurantes, como niñeras o como trabajadores agrícolas y de la construcción. Sin migrantes, dijo Saiz, España “se pararía”.

También existe una motivación política para tratar bien a los nuevos migrantes. Muchos constituyen una base potencial de votantes en un país profundamente polarizado, y la oposición conservadora, que incluye a Vox, ha cortejado vigorosamente a los latinoamericanos, especialmente a los procedentes de Venezuela, escépticos ante las políticas socialistas de su país.

Carlos Flores, diputado de Vox por Valencia, dijo que no tendría ningún problema en que los dirigentes dieran prioridad a determinados grupos de migrantes porque, en su opinión, un jubilado noruego, un expatriado estadounidense o un venezolano adinerado plantean “cero problemas”. Dijo que lo mismo ocurre con los “migrantes trabajadores” de América Latina, en quienes confía para que cuiden de sus ancianos padres.

Sin embargo, argumenta que la ideología progresista del gobierno lo ciega ante lo que considera la incompatibilidad cultural de los migrantes procedentes de países africanos y los riesgos para la seguridad que, según dijo, pueden acarrear.

El gobierno rebate esa postura, señalando que la delincuencia ha disminuido en comparación con hace 20 años, antes de la última oleada de inmigración. Y aunque los migrantes constituyen un porcentaje desorbitado de las personas condenadas en los tribunales españoles, los expertos afirman que la pobreza es el principal motor, y que los delitos suelen ser no violentos. El año pasado, el jefe de la policía nacional dijo que era “desinformación” que los extranjeros estuvieran aumentando la delincuencia. Sin embargo, las encuestas sugieren que el mensaje de Vox tiene cada vez más alcance.

El día de la fiesta anual de Moros y Cristianos de Valencia —que refleja los siglos de califato árabe en gran parte de España y luego los siglos de esfuerzo cristiano por reconquistar la península—, Ana Mostazo, de 40 años, lucía la camiseta de la comparsa cristiana “Guerreros del Cid”. Miraba en su teléfono un video de inteligencia artificial sobre caballeros cristianos que reconquistaban ciudades españolas durante la Edad Media y hablaba con orgullo de sus amigos migrantes de América Latina. Decía que mantenían la economía a flote, pero añadía: “Los marroquíes son un problema”.

El gobierno español califica estas declaraciones de engañosas. El Ministerio del Interior afirma que la inmigración ilegal procedente del norte de África hacia las Islas Canarias y otras zonas de la costa española descendió un 40 por ciento este año. A pesar de ello, los conservadores del país querían adoptar una mentalidad de fortaleza común en los vecinos del sur de Europa con gobiernos de derecha, dijo Fernando Grande-Marlaska, ministro del Interior español, en una entrevista. “Dicen que deberíamos imitar las políticas de Italia y Grecia”, dijo. “Estamos teniendo mejores resultados que ellos”.

Dijo que el gobierno está buscando un equilibrio entre la promoción de los beneficios de la inmigración legal y los esfuerzos para combatir la inmigración ilegal. Dijo que el problema de la petición de amnistía, apoyada por la Iglesia católica, era que podía actuar como “efecto llamada” para que los traficantes trajeran más migrantes.

También habló de que para España “lo importante no es cerrar fronteras, lo importante es adelantar fronteras” en naciones africanas y dijo que funcionarios españoles trabajaban ahora en Senegal, Níger y Gambia. Rechazó las preocupaciones sobre la colaboración de España con gobiernos africanos no democráticos para atrapar a migrantes indocumentados —proporcionando a algunos de ellos drones y dispositivos biométricos—, tachándolas de eurocéntricas y paternalistas.

Los defensores de los migrantes afirman que aquellos que logran entrar al país suelen vivir en condiciones miserables, lejos del sueño español.

Tras llegar ilegalmente a España desde Ghana en 2018, Ali Maiga, de 31 años, ha vivido con otros migrantes africanos en un edificio en ruinas e infestado de ratas junto a un cementerio. Hizo cursos para conducir carretillas elevadoras, pero no pudo conseguir un contrato de trabajo para obtener un permiso de residencia que le permitiera trabajar legalmente. Ha aceptado trabajos informales en un desguace para salir adelante. Dijo que ha visto cómo los amigos que tiene en su país publican sobre su éxito allí, pero “no quiero contarles mi situación aquí”.

Algunos latinoamericanos también se enfrentan a obstáculos, especialmente en la tensa atmósfera política actual.

Silvana Cabrera, cuyo abuelo se trasladó de España a Bolivia durante la Guerra Civil española, dirige una organización que intenta ayudar a los migrantes indocumentados a conseguir sus papeles.

Desde que se convirtió en una democracia, España había efectuado nueve amnistías, tanto por gobiernos de centro-izquierda como de centro-derecha. El último impulso contó en su día con el apoyo del Partido Popular, conservador y proempresarial, antes de que Vox ejerciera presión desde la derecha. Cabrera argumentó que Sánchez también sentía la presión política y se había resistido a promulgar un decreto porque “tiene miedo de perder el poder”. Pero muchos migrantes, especialmente los latinoamericanos, cuentan una historia más feliz.

Campiño, la cocinera, dijo que España no solo le ha dado una comunidad y trabajo, sino que los españoles también le han salvado literalmente la vida. Durante las mortales inundaciones del año pasado, se aferró a un árbol en medio de las aguas embravecidas hasta que un español le hizo una cuerda con ropa y tiró de ella para ponerla a salvo. Una mujer española a la que ahora llama “abuelita” le dio cobijo en un apartamento. Debido a su aterradora experiencia, se aceleró su solicitud de legalización. Afirmó que ahora no puede esperar a obtener el pasaporte español. Piensa utilizarlo para ir a Estados Unidos, pero solo para ver a su hijo y a su nieto. “Y entonces”, dijo, “volveré y viviré aquí”.

José Bautista colaboró con reportería desde Madrid y Valencia. Jason Horowitz es el jefe de la oficina de Madrid del Times, que cubre España, Portugal y la forma de vida de la gente en toda Europa.

lunes, 1 de septiembre de 2025

Entrevista a la filósofa Victoria Camps, viuda de Francisco Rico

 Victoria Camps (filósofa): “La libertad reducida a puro egoísmo no es libertad”, en El País, Josep Catà Figuls, Barcelona - 31 AGO 2025:

Los ciudadanos han perdido la confianza en las instituciones, en los bancos, en las compañías telefónicas, en los demás. La filósofa barcelonesa, una de las pensadoras españolas más influyentes, desentraña este fenómeno en su nuevo libro, ‘La sociedad de la desconfianza’. Sostiene que plantearse la propia libertad es plantearse el bien de los demás

El calor por fin ha aflojado a finales de agosto, y el camino que va de la estación de Sant Cugat del Vallès a la casa de Victoria Camps (Barcelona, 84 años) se abre propicio para vagar y preguntarse sobre el bien y el mal, pero sin mucho ahínco. Al fin y al cabo, uno espera que al llegar a la casa encuentre algo de claridad y alguna respuesta: Camps es una de las mayores especialistas en Ética de nuestro país. Catedrática emérita de Filosofía Moral y Política de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), es autora de decenas de libros, entre los que destacan Virtudes públicas (Premio Espasa de Ensayo en 1990), El siglo de las mujeres (1998), Breve historia de la ética (2013) o El gobierno de las emociones (Premio Nacional de Ensayo en 2012). Desde su posición de académica ha participado en todos los debates, desde el feminismo y la educación hasta el federalismo y la bioética. Y también ha tenido contacto directo con la política, como senadora independiente para el PSC de 1993 a 1996, y como miembro del Consejo de Estado entre 2018 y 2022.

Lo primero que aparece en la casa son las bicis y juguetes de los nietos de la profesora, esparcidos por el patio, una estampa del verano que ella ha pasado intentando huir del calor, y leyendo, en su e-book —“es mejor para la vista, y además tenemos ya tantos libros”, dice—, la última novela de su amigo Javier Cercas, o el ensayo Universalismo radical, del filósofo israelí Omri Boehm, una crítica al pensamiento identitario en pleno horror en Gaza. Camps también reflexiona sobre el individualismo y la crisis de la ética en su próximo libro, La sociedad de la desconfianza (Arpa), que se publica el próximo 3 de septiembre. Ante un mundo que da señales de desmoronarse, apuesta por la formación en virtudes éticas y por hacerse la pregunta ética por excelencia: “¿Qué debo hacer?”

Pregunta. ¿Por qué esta pregunta?

Respuesta. Según Kant, esta es la pregunta del ser racional, del ser humano. Pero hoy no nos la planteamos, y eso tiene mucho que ver con este concepto actual de libertad al que me refiero en el libro, un concepto muy reduccionista: ser libre es hacer lo que uno desea sin preguntarse para qué. Si entendemos que la libertad no tiene nada que ver con esa pregunta, la sociedad pierde cohesión, y esto explica por qué hemos dejado de confiar los unos en los otros o en las instituciones.

P. Hacerse esta pregunta puede dar vértigo. ¿Cómo se evita el pesimismo o el nihilismo?

R. Lo que motiva la ética es la insatisfacción acerca de lo que ocurre: vemos que hay cosas que están mal y tenemos la esperanza de cambiarlas, lo que nos lleva a preguntarnos qué hacer. Sin esperanza no se puede vivir.

P. El libro es una crítica feroz contra el individualismo. ¿Cómo vivimos nuestra libertad?

R. La afirmación del individuo como el centro de todo, muy propia de la filosofía occidental, es un progreso. Es afirmar que el ser humano es capaz de hacerse un plan de vida, y esa libertad hay que protegerla y hay que luchar por ella. Pero el ser humano no es solo pura autonomía: es un ser relacionado, vive con otros. Plantearse la propia libertad es al mismo tiempo plantearse el bien de los demás. La libertad reducida a puro egoísmo no es libertad.

“Decir que uno puede decidir si es hombre o mujer a los 14 años es pasarse de rosca, la personalidad no está formada”

P: La sociedad de la desconfianza recuerda a La sociedad del cansancio, de Byung Chul Han, al que cita a menudo. ¿De qué están alertando los filósofos?

R. La ética ha estado en crisis siempre. Siempre hemos necesitado hablar de esa tendencia al mal y de la necesidad de corregirla. Por eso el discurso ético de las virtudes me parece muy importante hoy. Los griegos se planteaban la corrección de la tendencia al mal como la construcción del carácter en el seno de una sociedad. Es decir, hay que construir un ethos individual que sea coherente en la colectividad.. La moral se aprende, lo decía Aristóteles, a través de los modelos, alguien debe inculcar eso. Los líderes buenos son aquellos que tienen esa autoridad. Eso es lo que hoy se ha destruido y se ha desmoronado.

P. ¿Cómo se puede restaurar la confianza en la política?

R. El problema es que siempre hay bronca política. Confrontación, bulos, controversia, y ahí la discusión ética es inexistente. Los medios de comunicación también tienen un papel, siempre se interesan más por lo que está mal. Decía Chesterton que lo que está mal en el mundo es que no nos preguntamos qué es lo que está bien. Es más complicado responder a qué es lo que está bien, pero hay ejemplos.

P. Dígame algunos.

R. No todos los políticos son corruptos, los hay que intentan hacer bien su trabajo. Y cuando falla el Estado de bienestar o hay catástrofes, la gente se moviliza y hay sectores muy caritativos que hacen una función importante. Los hombres buenos no desaparecen.

P: ¿Qué aprendió de su paso por la política institucional?

R. Te das cuenta de la dificultad que tiene una institución tan básica para la democracia, como es el Parlamento, de discutir los temas con una visión de Estado, más responsable, y no desde un partidismo que nadie es capaz de abandonar. Uno de los grandes problemas de la política es el cortoplacismo. La política no puede ser un seminario filosófico sin fin, pero los grandes problemas no se solucionan en dos días. Otro gran tema de la política es la falta de control. La corrupción que ha aparecido ahora, del PP o del PSOE, ¿no se podía controlar? ¿No funcionan los mecanismos? La ley de transparencia fue un gran avance teórico, pero no sirve ni en casos tan ridículos como los de los currículos. Es lo que Aristóteles llamaba acracia, una sociedad que tiene muy buenas leyes, pero que no sirven de nada porque nadie las cumple.

“Es más simple hablar de los inmigrantes diciendo que son delincuentes, que plantearse lo necesarios que son”

P. Hace 35 años publicó Virtudes públicas, ¿cómo ha evolucionado este libro a la luz de lo que comenta?

R. Es quizá el problema más grave que tenemos hoy: la formación de un carácter virtuoso. Los códigos de conducta o éticos son el procedimiento moderno de plasmar la ética en unas normas, pero esto la hace demasiado similar al derecho. Los principios éticos se cumplen porque te los crees. Eso ocurre cuando la persona es virtuosa, y ha asimilado la justicia, la equidad, la valentía de hacer las cosas bien.

P. ¿La falta de confianza afecta a todas las instituciones?

R. Sí, a todo. A las instituciones, pero también a las grandes empresas, los bancos, las eléctricas, las telefónicas, etcétera. Nos fiamos poco. Entre otras cosas porque el contacto personal también ha dejado de existir, y nos sentimos muy desprotegidos frente a posibles fraudes, frente al lenguaje críptico de las administraciones. Para generar confianza tienes que hacer cosas que generen confianza. Pasar a los hechos. Un ejemplo muy reciente: el presidente del Gobierno ha dicho que quiere un pacto de Estado contra la emergencia climática. La primera crítica que se le hace es lógica: sea concreto. A veces la política parece más abstracta que la filosofía.

Sentada en su butaca, Camps despliega en su mirada cierta severidad —no en vano ha pasado buena parte de su vida preguntándose cómo corregir lo que está mal en el mundo— con una sonrisa optimista. Está rodeada de la biblioteca que compartía hasta hace poco con su marido, el académico Francisco Rico, uno de los mayores expertos en el Quijote, fallecido el año pasado. Decenas de retratos de Don Quijote y Sancho, que algo saben también sobre la locura y la razón, asisten a la conversación, que ahora da vueltas sobre cómo deseamos.

P. Cita una frase de Sartre: “La libertad no consiste en hacer lo que uno quiere, sino en querer lo que uno hace”.

R. Querer lo que uno hace es reflexionar sobre ese querer, más allá del deseo inmediato. Y ahí entra la voluntad, que es distinta del deseo. La voluntad es querer desde la conciencia.

P. Entregarse al deseo sin control también abre horizontes que no imaginamos. El Quijote se entrega del todo a la pasión.

R. Claro, es esa canción de Non, je ne regrette rien (no me arrepiento de nada). En un cierto sentido yo asumiría ese lema, pero eso no es incompatible con reconocer equivocaciones. Se trata de tomar responsabilidad.

P. En el libro reflexiona mucho sobre hacerse mayor y la soledad. ¿Estamos más solos?

R. La soledad se ha convertido en un problema endémico de la sociedad. Se habla de una soledad no deseada. Es un problema de una sociedad egoísta, atomizada, donde las relaciones sociales tienen muchos flancos débiles y donde las familias se desestructuran. Pero es importante plantearse el aprender a vivir en soledad, a sacarle fruto. Hay que enfocarlo desde uno mismo: a mí me ayuda mucho a leer, pero claro el gusto por la lectura no se improvisa, hay que cultivarlo, como la música, el teatro, el cine…

P. Hace 30 años que publicó El siglo de las mujeres. ¿Cómo ve el feminismo hoy?

R. Hoy está enredado, porque ha caído demasiado en este problema de la identidad secundaria, de la identidad sexual y de su reconocimiento, de esa confusión entre el sexo y el género, se ha llegado a confundir todo. Y en cambio, hay grandes problemas que ponen de manifiesto que la emancipación de la mujer no se ha realizado del todo: la violencia de género, la desigualdad en el ámbito más doméstico, en la conciliación, en los cuidados… La izquierda, sobre todo la extrema izquierda, ha puesto el énfasis en el reconocimiento de las identidades, que es importante, incluso pasándose de rosca, y ha dejado al margen la igualdad económica.

“No sabemos si la gente se enteraba de lo que ocurría en el Holocausto. Hoy [con Gaza y Ucrania] no se puede ocultar”

P: Dice que se han pasado de rosca con las identidades. ¿Se puede ir demasiado lejos con algo que afecta tanto a la dignidad de las personas?

R. ¿Reconocer la dignidad de las personas es darles libertad para que decidan lo que quieran sobre sus vidas en todos los sentidos? Yo siempre pongo a Stuart Mill como el filósofo al que hay que leer para entender qué es la libertad liberal, en el mejor sentido de la palabra liberal: poder hacer todo aquello que las leyes me permiten hacer y que no dañe a los demás, y, al mismo tiempo, crear una individualidad propia. Pero decir que uno puede decidir si es hombre o mujer a los 14 años es pasarse de rosca, porque la personalidad no está formada todavía. No parece muy pensado ni muy bien decidido.

P. Usted ha reflexionado mucho sobre la educación. ¿Qué le falta hoy a la escuela?

R. Las reformas pedagógicas han querido corregir unos errores del pasado que tenían que ver con la excesiva disciplina, la homogeneidad, la represión… Pero todo eso, en parte, es inevitable, porque educar a un niño es ponerle límites desde una autoridad que hoy tampoco se quiere reconocer. Las reformas tampoco han logrado mejorar los resultados de la educación. Quizá lo que habría que plantearse es si no hay que educar desigualmente para obtener resultados mejores. Rawls tiene el principio de la diferencia: favorecer más a los que están peor. A lo mejor enseñar otras cosas. Apenas se habla de la formación profesional. No hay gente que haga los trabajos necesarios. Para eso también necesitamos la inmigración, porque a la gente se le ha metido en la cabeza que esos trabajos no son buenos. Michael Sandel, en La tiranía del mérito, dice que la meritocracia es una de las razones del triunfo de Trump.

P. ¿Por qué cree que la gente busca cobijo en las propuestas ultras?

R. Porque son más sencillas de entender. Es más simple hablar de los inmigrantes diciendo que no caben y que son delincuentes, que plantearse lo necesarios que son y cómo aprovecharlo. Normalmente son respuestas simples a preguntas complejas.

P. En Gaza, en Ucrania, ¿cómo miraremos al otro cuando todo pase?

R. ¿Y cómo nos mirarán a nosotros? En el Holocausto no sabemos si la gente se enteraba de lo que ocurría. Hoy nos enteramos, no se puede ocultar. Y reaccionamos poco. Burke decía que lo único que hace que el mal prospere en el mundo es que los hombres buenos dejen de actuar. Hombres buenos hay muchos, ¿no? Y la mayoría de la gente está en contra de la guerra. Tenemos que volver a la pregunta fundamental, qué debemos hacer. El primer paso es tomar conciencia de que hay muchas cosas que funcionan mal. Si nos sentimos impotentes es porque todo el mundo puede hacer algo.

domingo, 10 de agosto de 2025

Estadounidenses refugiados en España del trumpismo

 Los ‘refugiados’ de Trump se instalan en España: “No vamos a volver a Estados Unidos”, en El País, por Jesús García Bueno  / Álvaro Ruiz / Nacho Sánchez, Barcelona / Madrid / Málaga - 10 AGO 2025:

EL PAÍS recoge las historias de varias familias norteamericanas llegadas ante la deriva del país y la pérdida de libertades: “Las cosas se están poniendo feas”

España se ha convertido en un refugio para los norteamericanos que escapan de la deriva autoritaria de Donald Trump. Familias que, sin mirar atrás, han aterrizado con la intención de quedarse. Por ahora no son demasiadas. No se trata de un éxodo ni de una crisis migratoria. Pero los estadounidenses con los que ha conversado EL PAÍS se ven, en parte, como refugiados políticos. En un viaje inverso al que hace cuatro siglos emprendieron los primeros colonos, cruzan el Atlántico para sentirse más seguros y libres, lejos de un país donde el imperio de la ley se desvanece ante un presidente desatado.

Benjamin Gorman: “Mi país se ha convertido en una fuente de bochorno”

Esa sensación de que cada vez más ciudadanos desean salir de EE UU la percibe Benjamin Gorman, escritor y profesor de instituto de 48 años que se ha instalado con su pareja y su “hije” (y sus tres perros y sus dos gatos) en un piso del barrio Gótico de Barcelona. “Cuando Trump ganó, sabía que teníamos que escapar. La familia y los amigos pensaron que exagerábamos. Ahora me llaman para pedirme consejo. La Historia nos enseña que los primeros en irse parecen locos, pero los últimos no salen”.

Gorman, que se crio en Independence (Oregon) y ha vivido en Cincinatti (Ohio) se siente un “refugiado político”. Activista por la justicia racial, sus críticas a la enseñanza de Historia en Estados Unidos le valieron, dice, “amenazas de muerte de seguidores de Trump”, las mismas que sufrió su mujer, Chrys, que es queer y neurodivergente. Frankie, descendiente de ambos, es transexual y no binario. “Si hubiéramos esperado más para salir, su pasaporte habría sido invalidado”, dice a propósito de la orden de Trump de no emitir documentos con el género “x” o uno diferente al del nacimiento.

Han recalado en España por dos razones: Gorman habla castellano y han podido tramitar un visado para nómadas digitales. En Barcelona, ciudad que el profesor ya conocía, se sienten “bienvenidos”. Gorman comprende, no obstante, que expatriados como ellos pueden ayudar a incrementar el precio de la vivienda, pero él y su familia, dice, quieren ser “miembros positivos” de la ciudad.

“Mi país se ha convertido en una fuente de bochorno. Las cosas se están poniendo feas con más rapidez de lo que esperaba. En España puedo hablar sin miedo a la censura”, dice. “Lo más peligroso”, agrega, “es el ataque contra los inmigrantes”, y cómo las decisiones del líder republicano están generando “una gran cantidad de sufrimiento” y “miedo” en determinados sectores de población. Cree que el estatus de refugiados para norteamericanos acabará siendo una realidad.

El viaje a España es, de momento, solo de ida. “Mientras Trump sea presidente, no voy a regresar”, dice Gorman, que opina que su efecto van a durar más allá del mandato. “No voy a sentirme seguro en EE UU por muchos años. Trump es un síntoma de un cáncer más grande”.

Fred Guerrier: “Estaba harto, en Madrid tengo espacio mental”

Fred Guerrier estaba “harto” de que todo a su alrededor girara en torno a Trump. “Creo que va a pasar mucho tiempo hasta que se deshagan todas las cosas que ha hecho. Probablemente, no estaré vivo cuando vuelvan a la normalidad”, dice. El hombre, de 43 años, llegó con su familia a Nueva York desde Haití a los siete. Tiene con unos amigos una productora de campañas y anuncios para políticos y oenegés, pero decidió mudarse a Madrid, aterrizó hace apenas una semana, para despejar su mente de la política: “Si voy a pasar las horas de trabajo tratando con la política, la quiero completamente fuera de mi vida real”. Vivió en la capital hace 14 años, un año trabajando como profesor de inglés. Ha vuelto para quedarse “a largo plazo” y cree que fuera de EE UU dejará de estar tan estresado por la situación y tendrá “tiempo y espacio mental para escribir y desarrollar proyectos”.

Las medidas de Trump han afectado directamente a su empresa. Es la primera vez en seis años que su compañía ha tenido que promocionarse para conseguir contratos. Conocen a “mucha gente en política” y siempre “habían saltado de un trabajo a otro” a través de contactos. Los motivos pasan por los recortes en la financiación de organizaciones sociales, que ya no se pueden permitir pagar por sus vídeos, y el desconcierto político general en la órbita demócrata. “La gente todavía está intentando averiguar qué pasó en las últimas elecciones, y en qué dirección ir ahora”, dice.

Con el regreso de Trump a la Casa Blanca se sentía “impotente” porque había “muchas cosas pasando a la vez”. “Quizás ese sea el acierto de su equipo”, dice, “hacer tantas cosas a la vez que resulte abrumador para los rivales políticos”. “Está quemando el edificio entero”, dice el cineasta, “solo se salvarán los pocos ricos que estén en la cima, los políticos y los multimillonarios tecnológicos”.

Chris Kelly: “Mi hija notaba mucho racismo”

A Chris Kelly, californiana de melena rubia y ojos azules, la animó a dar el paso su hija, que tiene 17 años y es mulata. Ambas habían salido a la calle durante el movimiento Black Lives Matter (desencadenado por la muerte de George Floyd a manos de la policía) y la adolescente empezó a sentirse incómoda por su color de piel. “Notaba mucho racismo. Me dijo que, si Trump volvía a ganar, no quería seguir allí. Le pregunté si estaba segura, porque tenía que dejar sus clases de danza y le faltaba solo un año para acabar el instituto. No le importaba”, explica Kelly en la terraza de una elegante cafetería del Eixample que ha impuesto una moda muy americana: dejar propinas del 10 o el 20%.

Kelly y su hija viven en un “apartamento perfecto” del Eixample (más de 2.000 euros de alquiler al mes) desde hace cuatro meses. Escogieron España porque era uno de los países, con Portugal, que “permitía conseguir los visados de forma más rápida”. Y Barcelona porque localizaron una escuela americana en Gràcia. Están aquí con un visado de estudios, que permite a Kelly recibir clases de castellano. La mujer ha dejado su “casita” de San Diego (California) y ha vendido su coche. Solo ha conservado “diez cajas de recuerdos” que están en manos de un amigo, señal de que esto no son unas vacaciones.

“No vamos a volver a EE UU. El país está muy dividido y eso no se va a arreglar con un nuevo presidente. El daño que ha hecho Trump va a durar al menos una generación”, cuenta Kelly, que denuncia la progresiva pérdida de derechos y libertades bajo un presidente que “se siente por encima de la ley”. A Kelly le han horrorizado el despliegue de tropas de la Guardia Nacional en Los Ángeles y las redadas contra inmigrantes indocumentados. “A mi hija podrían confundirla con una extranjera y someterla a un proceso que ya no tiene garantías. Aquí está segura, va sola en transporte público y no teme que haya un tiroteo en la escuela”, afirma la mujer, que ha recibido el respaldo de los suyos. “Todos me dicen: ¿Puedes llevarme contigo?"

Deborah Harkness: “En EE UU la crueldad se ha vuelto normal”

Deborah Harkness, de 56 años, pisó España por primera vez en 1993. Viajó a Sevilla para estudiar el idioma, la literatura y la historia del país. Fue “un despertar”, relata esta norteamericana nacida en Boston. “Sentí algo antiguo y vivo en las calles, en las voces, en la luz... La vida aquí no te pide que actúes. Te pide que estés presente”. Tras décadas soñando con mudarse a Andalucía ha dado el paso este año tras la llegada al poder de Trump. “No podía seguir sobreviviendo en un sistema que valora más las ganancias que a las personas”, explica, apuntando que el presidente es “casi una figura religiosa para sus seguidores”. Recuerda a las “etapas iniciales del franquismo y el fascismo de Mussolini” dice: “Consolidar el poder, borrar la oposición y hacer que todo parezca legal”.

Dedicada a los Recursos Humanos en la industria tecnológica, Harkness residía en San José, California, donde el precio de la vivienda no paraba de subir: pagaba 3.200 dólares mensuales por un apartamento de una sola habitación. También subía la comida, el seguro de salud... “Me sentía atrapada, siempre a una crisis de perderlo todo. Al mismo tiempo, veía cómo se recortaban derechos, aumentaba la vigilancia y la crueldad se volvía normal”. “El privilegio blanco determinaba quién recibía atención real y quién no”, dice. La puntilla fueron las políticas impuestas por el presidente, dice, pasando a enumerar: “Personas indocumentadas y ciudadanos estadounidenses desaparecen sin registros ni rendición de cuentas, el sistema legal está saturado de demandas malintencionadas, se prohiben libros, se desmantelan programas de diversidad, equidad e inclusión… El caos y la desinformación es la forma en que se arraiga el autoritarismo”. Para ella, el “agotamiento público” forma parte de la estrategia: “Generar tanto caos que la gente deje de reaccionar”.

Hizo las maletas en junio y se va adaptando, con la ventaja de dominar bien el español, a su nuevo hogar malagueño, donde echa una mano en la organización Democrats Abroad. “Málaga tenía todo lo que buscaba: raíces profundas, energía creativa, acceso a la naturaleza, buena atención médica y un costo de vida más bajo”, celebra.

Leia Anderson: “Queremos un lugar seguro para nuestra familia”

Leia Anderson, de 41 años, lo está preparando todo con su familia para abandonar Kansas City (Misuri), donde regenta una cafetería, Second Best Coffee, que va a traspasar a sus empleados. “Estoy contenta, sé que queda en buenas manos y que están implicados en la comunidad”. La intención de Leia, su pareja, Nathan, y sus dos hijos (de diez y seis años) es instalarse en Barcelona en octubre, tras haber pasado unas semanas en primavera explorando el terreno. “Me enamoré de esta ciudad, es muy acogedora y puedes moverte en transporte público”.

La familia ha contratado a un abogado experto en extranjería para que tramite un visado no lucrativo. La vida que imagina pasa por aprender el idioma, conocer las cafeterías y el arte, unirse a comunidades de runners y “ayudar a que los niños se aclimaten”. Para conseguir una cita en el consulado necesitan alquilar una vivienda, aunque su objetivo es comprar. “Nos vamos a Barcelona con intención de que sea permanente. Queremos un lugar seguro para nuestra familia”.

Leia es transexual y no binaria, por lo que las primeras órdenes ejecutivas de Trump contra el colectivo encendieron sus alarmas. “Parecía que estábamos progresando en derechos LGTBI+”, cuenta Leia, que corre ultratrails y ha luchado para que se acepte a atletas trans en pruebas de atletismo. “Pero Trump llegó y declaró que solo había dos géneros. Su administración ha dejado claro que no quiere que los trans existamos. La retórica antitrans es tan violenta que ya no me siento segura”.

El caso de Kilmar Abrego García, deportado a El Salvador, y en general el trato dado a los migrantes dejó a la pareja en shock. “Hemos visto a gente secuestrada en las calles y deportada a países que no han visto nunca”. Leia constata que cada vez más gente huye. “No solo al extranjero, sino también a zonas más progresistas de EE UU”. En Barcelona sus hijos “no tendrán que hacer más simulacros contra tiradores”, y la gente, o eso piensa, no se fijará en las cicatrices de su cirugía. “Estoy feliz. Voy a dejar de preocuparme por que la gente sepa que soy trans”.

Musa Farah: “Es muy duro vivir con un presidente en tu contra”

A los 25 años Musa Farah se ha convertido en inmigrante por segunda vez. Su familia viajó desde Kenia hasta Lewiston, en el Estado de Maine, cuando tenía 10 años. “Es difícil ser un estudiante negro en cualquier lado”, dice, pero que desde el regreso de Trump a la Casa Blanca, “todo se volvió loco”. Fue entonces cuando empezó a plantearse vivir en otro país: “Es muy duro vivir con un presidente que está en contra de tu persona, de tus creencias, tu raza, tu clase… Son muchas cosas en tu contra”.

El joven, nacionalizado estadounidense, decidió hace seis meses que se mudaría a Madrid, donde lleva algo más de una semana, para terminar sus estudios en Marketing. Planea quedarse dos o tres años y regresar a su país cuando mejore la situación económica y social.

El 4 de noviembre de 2024, el día de las elecciones presidenciales, fue “muy triste”, dice, ya que su entorno, que, con sus más y sus menos, “siempre había sido seguro” dejó de serlo. En su coche llevaba una pegatina de la candidata demócrata Kamala Harris. El día 5 la quitó: “En mi casa siempre hemos sido demócratas, pero nunca nos hemos implicado mucho”. Siete meses después, expresa más abiertamente sus ideales. “Me he metido más en política porque todo esto me ha afectado directamente, también a las personas que conozco y a las que quiero”.

Ahora tiene la vista puesta en las midterm elections, los comicios que se realizan dos años después de las presidenciales, a mitad de legislatura. Los esfuerzos de Farah se centrarán en que la gente vote a congresistas que consigan “sacudir el tablero”. Cree que cuando finalmente Trump salga del Gobierno, los estadounidenses se preguntarán: “¿Eso qué coño fue?”.

Richard Cope: “Soy judío, tengo un hijo gay, sé bien lo que puede suceder”

El último servicio que Richard Cope ofreció a su país fue trabajar como supervisor electoral para asegurarse de que sus vecinos pudieran votar libremente en las presidenciales de 2024. “Quién sabe si ese concepto siquiera existirá dentro de dos años”, afirma. Al día siguiente se subió a un avión con su pareja, Susan, para dejar atrás Rhode Island y mudarse a Nerja (Málaga). Viendo cómo “el clima político estaba yendo peligrosamente en la dirección equivocada” decidieron vender su casa y mudarse para sentirse más seguros. “Estamos en España debido a la MAGA-ficación de Estados Unidos”, subraya la pareja, que ronda los 60 años.

La elección por el municipio malagueño no fue casualidad. Lo conocieron en 2018 durante una escapada en invierno, ya que habían visto que muchos europeos lo elegían para pasar los meses fríos. También porque la diferencia horaria con la costa este americana es de seis horas, lo que permitía a Cope seguir trabajando a distancia como analista de datos médicos (ella está jubilada). Volvieron en los años siguientes y, aunque probaron también con Malta, Nerja les pareció ideal para pasar el invierno. En 2024 ya pasaron tres meses. “Fue el momento del resurgimiento de Donald Trump y la constatación de que nadie tenía el valor de enfrentársele”.

“Siendo judío y teniendo un hijo gay, sé demasiado bien lo que sucede cuando una sociedad crea grupos marginados. Pasan de no ser bienvenidos a ser odiados y, luego, atacados”, señala Cope recordando que tanto sus abuelos como los de su mujer huyeron hace más de un siglo a EE UU buscando seguridad y tranquilidad. Los Cope viajaron por ellos, pero también por sus hijos y “las generaciones futuras”. Gracias a las propiedades que adquirieron en Nerja, obtuvieron unas de las últimas Golden Visa antes de que el Gobierno de Pedro Sánchez las retirase.

“En su momento pensamos que volveríamos a EE UU cada verano, que incluso compraríamos una casa de vacaciones, pero ahora puede que todos nuestros familiares vengan a España cada año y nosotros nos quedemos donde el clima es cálido, la gente amable y la vida, una aventura”, concluye Cope.