Eric Storm: "Si la España de Franco hubiera entrado en la Segunda Guerra Mundial o sido un país comunista, Cataluña sería hoy un Estado independiente", entrevista en El Mundo por Andrés Seoane, 18 septiembre 2025:
Nacionalismo. Una historia mundial, Eric Storm, Traducción de Iván Barbeitos. Crítica. 688 páginas. 24,90 € Ebook: 12,99 €
El historiador holandés publica 'Nacionalismo', un recorrido integral por la historia de este concepto que aún hoy marca nuestras vidas y que está lleno de equívocos y falsos mitos. "La gente suele confundir el nacionalismo político y el cultural y de ahí viene muchas tensiones actuales"
No hace falta ser un experto como el historiador holandés Eric Storm para saber que, como advierte sin ambages desde el inicio de su nuevo ensayo: "el nacionalismo está hoy en día en una clara y preocupante tendencia ascendente". Sin embargo, sí sería más complejo escribir, sin tener la experiencia y el bagaje del Profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Leiden, un libro tan completo, apasionante y revelador como Nacionalismo. Una historia mundial (Crítica), un recorrido integral desde el siglo XVIII hasta hoy de este concepto triunfador y equívoco que, aunque determina en buena parte nuestro presente, está todavía lleno de malentendidos y confusiones.
Hispanista de vocación, desde sus años de estudiante pasados en la Universidad de Salamanca -también ha sido académico visitante en la Complutense de Madrid, la de Oxford y la Universidad Libre de Berlín-, Storm lleva décadas estudiando el nacionalismo y las identidades territoriales, y ha publicado importantes trabajos sobre regionalismo europeo. Fue una tesis sobre la historia de nuestro país, "que en Holanda se considera algo exótico", bromea, lo que lo convenció de la necesidad de abrir el foco y no centrarse en una sola nación. "Me di cuenta de que en el campo de la historia los estudios nacionales son dominantes: cada historiador estudia un país, una región o una ciudad", explica. "Al hacer esto, los historiadores sostenemos implícitamente una posición nacionalista ya desde el propio método de trabajo".
Por eso, Nacionalismo sostiene que, en contra de lo que pensamos, el homónimo concepto no es un invento europeo u occidental que llegó al mundo a través del colonialismo, sino que hubo regiones donde se dio de forma independiente, aunque siempre por motivos similares. "Estudiando casos diversos, de diferentes lugares y épocas, y comparándolos, veía que había muchísimas similitudes, y me propuse estudiar el nacionalismo desde una perspectiva comparada. Sí, hay estudios que analizan el nacionalismo en Europa, en América o en partes de Asia, pero una comparación global no existía. En este sentido ha sido un reto, pero he disfrutado mucho", reconoce.
Pero antes de entrar en materia, ¿cómo podemos definir el nacionalismo? Ya aquí empiezan los problemas. "La mayoría de la gente confunde dos tipos de nacionalismo", comienza para romper el hielo, desde su despacho en la facultad. "Por un lado está el Estado nación surgido de las llamadas Revoluciones Atlánticas, aunque no sólo en ellas, que fue un invento basado en un cambio en la soberanía nacional, que pasa de príncipes, reyes y otros líderes nobiliarios y religiosos, al conjunto de ciudadanos. Por otro, el Estado nacido durante el Romanticismo, que habla de una idea de homogeneidad cultural, de pueblos. Son dos conceptos distintos, muchas veces contemporáneos, que se mezclaron con el tiempo y cuya confusión ha generado muchos de los problemas pasados actuales generados por el nacionalismo", defiende.
Describe en el libro el origen en el siglo XVIII del Estado nación, ¿cuáles fueron las causas reales de este surgimiento y qué elementos acuñaron el nacionalismo tal y como lo conocemos hoy en día?
Es un proceso complejo. Durante la época de las revoluciones -la Revolución Francesa, la independencia de Estados Unidos, la época napoleónica, las independencias en América Latina- surge la invención del Estado nación como un ideal político. La nación se define no en términos culturales, sino como comunidad de ciudadanos. El poder ya no residía en el rey; emanaba de los ciudadanos, a través de sus representantes. La nación se volvía soberana, en lugar de una monarquía absoluta o un imperio autocrático. Era un nuevo modelo de Estado con ciudadanos iguales, derechos garantizados por una constitución, y un parlamento elegido por los ciudadanos. Algunos de estos Estados triunfaron ya entonces, como Estados Unidos, y otros vivieron procesos más complejos, como Francia, que tuvo regresiones absolutistas.
Y ya en el siglo XIX aparece otro concepto nacionalista, el romántico. ¿Cómo se mezcla con el otro y cuál fue su influencia?
En efecto, durante el Romanticismo, que afectó paulatinamente a todos los países, se inventa la idea de la nación como comunidad cultural, con una misma historia, tradiciones y un grupo étnico homogéneo. Fue importante para dar cohesión a muchos territorios divididos y fue clave para que nacieran países como Italia o Alemania, por ejemplo, sin embargo, el ideal romántico rara vez coincide con la realidad: pocos Estados son homogéneos lingüística o étnicamente. Se hablan unos 7.000 idiomas en el mundo y existen sólo unos 200 Estados, muchos compartiendo idioma oficial: español, árabe, inglés, francés… La idea romántica de que cada pueblo tenga derecho a su propio Estado se cumple en muy pocos casos.
Y, sin embargo, afirma con contundencia que el Estado nación es el modelo más exitoso de la historia...
Es que es así. Es un tipo de Estado reciente, tiene poco más de 200 años, pero tras la caída de los imperios coloniales, casi todo el mundo adoptó este modelo, inventado en la Revolución Francesa, con un éxito enorme. Actualmente, sólo Arabia Saudí y Brunéi son monarquías absolutas, y sólo el Vaticano y Afganistán se definen en términos religiosos y carecen de constitución o parlamento. La idea que tenemos del nacionalismo está marcada por los ideales románticos, pero en la práctica, lo adoptado es el modelo del Estado nación de la Ilustración. Hay, por tanto, una disyunción entre la realidad y lo que pensamos que es una nación o que debería ser un Estado nación.
Antes de entrar en esta confusión, su libro sostiene que, en contra de lo que pensamos, el nacionalismo no es un invento europeo occidental. ¿Qué formas tomó esa idea en otros contextos y cómo se produjo?
Lo que quería desmentir es esa idea tradicional, incuestionada, de que los procesos nacionalistas nacen en la descolonización: las colonias que se independizan y utilizan el nacionalismo para crear su propio país. Eso no fue así en muchos lugares. Yo doy más importancia a los Estados tradicionales existentes: el Imperio Otomano, el Imperio Chino, lo que hoy es Tailandia, e incluso reinos africanos como Etiopía. A lo largo del siglo XIX y XX, con mayor o menor éxito, estos países adoptan poco a poco el modelo del Estado nación europeo, no de golpe, sino por partes. Y se debe, sencillamente a la llegada de la Modernidad. Lo primero suele ser reorganizar el ejército: los países con ejércitos modernos ganan más guerras. Para ello necesitan más recursos, así que reforman también la Hacienda, es decir, la fiscalidad y los impuestos y, para ello, deben abolir privilegios y establecer una contribución igual para todos. Como consecuencia, aparece la igualdad legal entre ciudadanos y, finalmente, la constitución y las elecciones, que tardan más porque esto implica pérdida de poder del monarca. Es un proceso gradual, no impuesto, pero necesario para sobrevivir como Estado. Y el modelo de éxito a seguir era el Estado nación europeo.
"El nacionalismo cultural que muchos defienden es una utopía. Pocos Estados son homogéneos lingüística o étnicamente, se hablan unos 7.000 idiomas en el mundo y existen sólo 196 países"
Volviendo a la confusión de la que hablaba, ¿defender ese "nacionalismo romántico", Estado étnica y culturalmente homogéneo, es el origen de muchas de las tensiones actuales?
Desde luego. Mucha gente cree en esa utopía, y a esto ayuda también lo que yo llamo "nacionalismo banal". Desde hace más de un siglo, la historia se ha escrito en términos nacionales, y esto afecta a cualquier concepto: el pueblo, el fútbol, la cocina, el cine… Creo que lo más importante es el vocabulario que usamos. Hablamos de "los españoles", "los franceses", "los alemanes", como si todos fueran una unidad homogénea. Muchos vascos, bretones o bávaros no estarían de acuerdo, y tampoco se considera la inmigración, los matrimonios mixtos… La realidad es mucho más compleja. Es como en los mapas, donde cada país tiene un color, y al hablar de "los españoles" desaparece toda la diversidad interna. Entonces, la gente piensa que las naciones homogéneas son una realidad o que hay que aspirar a ellas, incluso realizarlas, ya sea combatiendo la inmigración o defendiendo las "verdaderas" costumbres nacionales. Como consecuencia, la idea nacional tiene hoy muchísima influencia en la vida diaria, y cada vez más.
Sin embargo no siempre fue así, ¿verdad?
Para nada. Al principio había mucha resistencia contra los nuevos Estados. El reclutamiento para el ejército no era popular, la gente intentaba huir del servicio militar. Además, el Estado nación traía más impuestos, más presencia en la vida diaria: los campesinos tenían que trabajar más, perdieron terrenos comunales, tuvieron que producir para el mercado y pagar en metálico. Eso generó mucha resistencia. Por ejemplo, durante el levantamiento en España contra Napoleón muchos campesinos no lucharon para "salvar a España", sino contra los impuestos o la herejía del nuevo régimen. En América pasó lo mismo, tampoco estaban muy entusiasmados con las Cortes de Cádiz ni con el nuevo régimen.
¿Y cómo se venció esta resistencia de la población?
De nuevo, fue un proceso lento que empieza con intelectuales que comienzan a descubrir el folclore y a escribir libros de historia. En general, suelen publicar en revistas o dar charlas en ateneos o en círculos de clases medias acomodadas. Pero sólo a finales del siglo XIX, sobre todo cuando se extienden el sufragio y las clases medias, el Estado empieza a ser consciente de que hay que nacionalizar a las masas, de que hay que hacer nation building, construcción nacional: crear más cohesión, lograr que la gente sea consciente de su identidad nacional, que se sienta conectada con el Estado nación y que adquiera cierta lealtad. En esto jugó un papel clave la educación, primaria y secundaria, pero había mucha vías. Por ejemplo, los libros de cocina, dirigidos a amas de casa, que llegan a toda la población. Hoy la gastronomía es un valor nacional incuestionable, pero estos recetarios son bastante modernos, los primeros libros de cocina española son de 1910. Pero el proceso de creación de esta identidad fue tan exitoso que ahora, con la educación, todo el mundo pasa por la escuela y experimenta un proceso de socialización que transmite los conocimientos de la historia nacional, la geografía nacional, la lengua nacional… y esto se difunde cada vez más hasta volverse algo natural.
Natural y en marcha, pues, como comentaba, es un proceso que sigue plenamente vigente y tiene cada vez mayor fuerza...
Sí, creo que últimamente vemos una intensificación de este proceso. En parte porque las generaciones que vivieron la Segunda Guerra Mundial -el racismo abierto de los nazis, también el de los ejércitos japoneses, o en España la memoria de la Guerra Civil, el horror de la violencia- están desapareciendo. Y entonces parece que ya no hay barreras contra insistir en la necesidad de una identidad nacional fuerte o incluso contra la xenofobia o el racismo. Otra causa, creo yo, es el surgimiento de las políticas de identidad en todas sus formas. Por un lado, el resurgimiento de la religión: lo vemos en el mundo islámico, por ejemplo con la revolución en Irán; también con el auge de los evangélicos en Estados Unidos; o con el catolicismo desde finales de los años setenta, con el Papa Juan Pablo II, que empieza a tener más impacto político. Por el otro lado del espectro, tenemos lo que ahora se llama ideología woke: minorías que exigen respeto por su identidad, como los colectivos sexuales o los pueblos indígenas en América Latina, que desde los años 70 también han reclamado mayor espacio político y respeto por su herencia cultural.
"El mundo actual no es nada propicio para nuevas secesiones, para que surjan nuevos países. La única excepción quizá sea el Estado palestino, pero sólo si Israel cambia de rumbo"
Con este panorama actual, ¿ve posible una regresión, que ese sentimiento nacional se diluya en un mundo de identidades políticas cambiantes?
Hace dos años, cuando terminé el libro, pensaba que podría ocurrir: que la gente se hartara de las políticas de identidad y viera que el problema más grande de la actualidad, el cambio climático, exige cooperar y superar las diferencias nacionales. Pero lo que vemos hoy lo contrario. La elección de Trump parece un cambio drástico: el nacionalismo es más fuerte que nunca y surgen en casi todos los países europeos movimientos populistas de derechas, impulsados por emociones, el miedo, políticas de identidad... Eso es lo que funciona, mientras que los razonamientos tranquilos, los compromisos y las soluciones racionales apenas atraen atención. Por eso, los debates políticos parecen cada vez más encendidos, más emocionales, y la emoción que mejor funciona es la vinculada a la identidad, y por eso soy bastante pesimista.
Como apuntaba, la posguerra mundial hacía pensar en un futuro supranacional. ¿Qué ha fallado en ese modelo para que incluso estados sólidos y tradicionales de Europa tengan tendencias separatistas?
Lo vimos con el referéndum en Cataluña, que coincidió con el Brexit, el referéndum en Escocia, el auge del nacionalismo flamenco y hasta con el intento de independencia en el Kurdistán. Lo que había en común era la idea de "take back control": no depender más de contextos federales más grandes, sino tener su propio Estado. El caso de Cataluña es comprensible: hay estados europeos más pequeños y pobres. Un Estado de siete millones de habitantes, bastante rico, es comparable con Austria o Finlandia, países bien establecidos, presentes en todas las mesas de negociación.
Sin embargo, ninguno de estos movimientos triunfó, ¿qué hace falta para que una región se independice?
Lo que se necesita es lo que en inglés se llama window of opportunity, una ventana de oportunidad. Hay un libro excelente, aunque muy desagradable de leer, del sociólogo Andreas Wimmer, Nationalist Exclusion and Ethnic Conflict, que utiliza estadísticas para ver cómo las guerras y el surgimiento de los nuevos Estados nación coinciden. Su argumento es que los Estados nación suelen surgir en olas. La época de las revoluciones fue una ola. La revolución de 1848 fracasó, pero fue clave para la aparición posterior de países como Italia o Alemania. Después de la Primera Guerra Mundial hubo una ola, tras la Segunda, otra: la descolonización, que tomó bastante tiempo. La última ola fue la de la caída del comunismo. Por poner un ejemplo, Cataluña, en el fondo, tiene la mala suerte de que la España de Franco no participó en la Segunda Guerra Mundial, ni era un país comunista, de modo que las dos últimas olas no la afectaron. Si no, sería independiente. En cambio, en Europa del Este sí hubo oportunidad tras el comunismo de romper con el Estado existente y crear otros nuevos. Los nacionalistas catalanes tendrán que esperar otra ola, porque sin esa coyuntura geopolítica es casi imposible lograr la independencia.
¿Y cree posible, a corto plazo, que el mapamundi se fragmente más?
Va a ser muy complicado. Más bien al revés, el ambiente actual no es nada propicio para nuevas secesiones. La única excepción quizá sea el Estado palestino. Creo que Hamás intentó forzar la situación con un acto terrorista de magnitud enorme, pues la cuestión llevaba décadas estancada. Tras la brutal represión de Israel, algunos países han decidido reconocer al Estado palestino, y en Occidente muchos comprenden ahora que la única solución duradera es la de dos Estados. Ahí sí podría haber una opción, pero sólo si Israel cambia de rumbo.
"Con el sistema actual, las soluciones nacionales siempre tendrán prioridad frente a las globales. Soy pesimista, el nacionalismo en su peor versión seguirá siendo la tónica de los próximos años"
El libro habla de una paradoja: junto a este nacionalismo se combina un auge global del imperialismo, ¿cómo cnviven ambas tendencias?
En efecto, existe una dinámica agravada por la política de Trump: una vuelta al imperialismo, a la "ley del más fuerte". Rusia es el ejemplo más claro, conquistando territorios, pero también China con sus islas artificiales en el mar de China. Y Estados Unidos, con pretensiones geopolíticas en lugares como Groenlandia, Panamá o incluso Canadá. Esto se refleja en que si antes muchos populistas de derechas querían salir del euro, de la Unión Europea, incluso de la OTAN, ahora quieren reformarla para reforzar Estados nacionales fuertes. Han comprendido que sin la UE no tienen protección. Suiza, por ejemplo, no tiene mucho poder y afronta aranceles del 40%. Si no formas parte de un bloque grande, quedas en desventaja.
Hemos hablado de sus peligros, pero ¿existe un nacionalismo positivo? ¿Un patriotismo que no sea agresivo, que sea integrador?
Hay que recordar que la invención del Estado nación con soberanía popular, derechos individuales, igualdad jurídica, constitución y elecciones parlamentarias fue un adelanto enorme. Antes eran reyes, emperadores o élites feudales quienes decidían la suerte de la población. Eso ha cambiado y es bueno. Frente al racismo actual, un vector de corte nacinalista y positivo puede ser el deporte: una victoria nacional se celebra en la calle, une, emociona, y puede integrar. Muchos equipos nacionales, como el francés o el español, reflejan la diversidad de sus países. Pero siempre habrá frustración para quienes no se sienten representados: nacionalistas catalanes o vascos, minorías indígenas… No existe un equipo quechua, maya o kurdo, por ejemplo.
Incide en el epílogo, en el papel que podría jugar el cambio climático como catalizador de colaboración internacional. ¿Es una realidad factible?
Racionalmente, sí: sería la mejor solución. Pero lo que veo y temo es que los Estados existentes siguen siendo los actores principales. Cada sistema electoral es nacional: los políticos tienen que justificarse ante su electorado y resolver problemas que les afectan directamente. No tienen incentivos para ayudar a otros. Muchos países en África, Asia o pequeñas islas van a sufrir mucho más con el cambio climático, pero la solidaridad hacia ellos no es lo suficientemente fuerte. Me temo que, con el sistema actual, las soluciones nacionales siempre tendrán prioridad frente a las globales y los cambios recientes no son muy alentadores, la verdad. Así que, lo siento, pero soy pesimista. El nacionalismo en su peor versión será la tónica de los próximos años.