Mostrando entradas con la etiqueta Entrevistas. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Entrevistas. Mostrar todas las entradas

domingo, 30 de noviembre de 2025

Entrevista al cineasta Costa-Gavras

 Costa-Gavras: “Lo siento, pero Trump es la personalidad que mejor define nuestra época”, en El País, por Miquel Echarri, 30 nov 2025:

Lleva seis décadas retratando con su cine las convulsiones sociales y políticas del mundo. Lo que ve hoy tampoco le gusta, pero asegura mantener la esperanza en el ser humano.

Costa-Gavras lleva más de seis décadas resistiéndose a los finales felices. Lo ha hecho en su cine, una brillante escuela de estoicismo y melancolía: “Todas las historias acaban mal”, concede el cineasta griego, “porque incluso nuestros éxitos más rotundos acabarán siendo derrotados por el tiempo, que es un enemigo formidable. El happy end del cine estadounidense, además de una convención narrativa, es una gran mentira que nos infantiliza y pretende aportarnos un falso consuelo. Yo me he resistido a esa lógica empobrecedora en mis películas. Pero tampoco soy un nihilista, no pretendo deprimir a mis espectadores. Siempre intento dejarle un resquicio a la esperanza. Creo que los esfuerzos humanos, los actos de dignidad y de valentía, no son estériles. La vida es una lucha, y cada nuevo día nos ofrece la oportunidad de seguir luchando”.

Estas palabras adquieren un cierto dramatismo cuando las pronuncia un hombre de 92 años, inquilino, según nos dice él mismo, de un barrio muy cercano a la muerte. Pero Konstantinos Gavras, Costa-Gavras, nacido en la Arcadia griega en 1933, las pronuncia con aire festivo. Para él, estar sentado en la sala de los tapices del Alcázar de Sevilla posando para las fotos y charlando con un periodista es “un raro privilegio”, porque le llega en un momento de la vida en el que ya no tiene expectativas y, por tanto, disfruta “del instante, de la extraordinaria aventura de estar vivo”.

Hoy ha sobrevolado una ciudad “magnífica” como Sevilla, ha visto desde el avión los cultivos de la vera del Guadalquivir y a esos abnegados agricultores que le parecen “soldados en la trinchera contra el cambio climático”. Contempla los tapices de la conquista de Túnez y encuentra en ellos “el cine de la época, una forma de arte que pretendía ser popular y a la vez mostrar el mundo en toda su complejidad y su belleza”. Ha viajado, además, junto a su compañera de vida, Michèle Ray, periodista legendaria, productora de gran parte de sus películas y madre de sus tres hijos. Y está a punto de recibir (se lo entregan el día después de su entrevista con El País Semanal) el Giraldillo de Oro del Festival de Cine Europeo de Sevilla, un reconocimiento al conjunto de su carrera: “Sí, el de hoy está siendo un buen día”, concluye Gavras, “pero déjeme puntualizar que yo no he tenido una carrera, sino un recorrido vital en el que, entre otras cosas, he hecho mucho cine. Supone un gran honor que se celebre mi trabajo, y me conmueve muy especialmente que ocurra en España, porque este es el primer país al que viajé como asistente de dirección, siendo aún muy joven. Estuve en Torrevieja, en Madrid, en Sevilla y en el desierto andaluz, así que volver aquí, traído de nuevo por el cine, 65 años después, equivale a cerrar un ciclo”.

“Incluso nuestros éxitos más rotundos acabarán siendo derrotados por el tiempo, que es un enemigo formidable”, dice Costa-Gavras.

Costa-Gavras debutó como director con un primer largometraje (Los raíles del crimen, 1965) en el que, según asume ahora, “se percibía aún la influencia del cine estadounidense, con su obsesión por la simplicidad narrativa y por embellecer el mundo”. Luego vendrían 19 películas más, cada vez más personales y, en cierto sentido, “más europeas, más dialécticas y menos complacientes”. La mayoría de ellas, de Z a La confesión, Estado de sitio, Desaparecido, Hanna K., La caja de música, Amén, Arcadia o El capital, pueden interpretarse como capítulos de una crónica dramatizada de las grandes convulsiones políticas y sociales del siglo XX y lo que llevamos de XXI, del golpe de los coroneles en Grecia a las purgas estalinistas, la injerencia estadounidense en América Latina, el Holocausto, el auge de la extrema derecha o la ocupación de Palestina. La más reciente, El último suspiro (Le dernier souffle, 2024), reivindica el derecho a morir con dignidad y, sobre todo, “el imperativo moral de abordar la muerte con responsabilidad y madurez, sin convertirla en un absurdo tabú que nos impide despedirnos bien de la vida y de las personas que nos importan”.

Como buen patriarca del cine europeo, ya ha escrito su autobiografía, Ve adonde sea imposible llegar. Es, según nos cuenta, “la historia de un extranjero que, al llegar a Francia, se sintió tratado por vez primera como el ciudadano de una democracia, no como el súbdito de un estado policial, y encontró en el cine algo a lo que dedicar su vida”. Ha repasado a conciencia el sentido de su propia historia, pero, según asegura con buen humor, aún no ha empezado a plantearse cómo le gustaría ser recordado: “He querido contar quién soy, cómo soy, porque dejar constancia de tu paso por el planeta y del valor de tu experiencia me parece una tarea noble. Pero soy consciente de que las personas pasan y dejan, en el mejor de los casos, una pequeña parte de lo que hicieron en vida, como los tapices de esta sala. No sé si mis películas perdurarán. Yo creo que algunas de ellas están bien hechas y pueden resultar valiosas, pero quién sabe. Si nos remontamos a los orígenes del cine, muy pocas películas y muy pocos directores han perdurado. Así que tal vez mis obras vayan a ser como mariposas que brillan un instante y luego se extinguen, cosa que tampoco supondría ninguna tragedia, porque vendrán más cineastas y traerán mariposas nuevas”.

“La neutralidad no siempre es moralmente legítima. Yo siempre dejé claras mis simpatías, por eso se dice que mi cine es político”, dice Costa-Gavras.

¿Cuál de sus mariposas rescataría del olvido para enseñársela, por ejemplo, a los estudiantes de cine que hoy tienen alrededor de 20 años?

[Piensa un instante, posando una vez más la mirada en los tapices]. Creo que Hanna K. Sí, Hanna K., porque es una película del pasado que podría ayudarlos a entender un poco mejor el presente. No quiero atribuirme cualidades proféticas, pero el caso es que rodé esa película en Jerusalén, en 1982, y ya intuí que el conflicto entre Israel y los palestinos iba a enquistarse y recrudecerse. Sencillamente, percibí algo siniestro a mi alrededor, en el odio larvado entre las dos comunidades, en esa coexistencia tensa, con desconfianza mutua y sin canales de interacción y diálogo de ningún tipo. Judíos y palestinos hablaban conmigo, pero no entre ellos. Uno de mis asociados, un israelí de origen ruso, me enseñó su pistola y me dijo que nunca salía a la calle sin ella, porque los palestinos, todos ellos, suponían una amenaza permanente. Creo que el desenlace de la película muestra de manera muy nítida ese clima de hostilidad y de paranoia que se respiraba por entonces y que ha acabado teniendo efectos tan nefastos como la actual guerra de destrucción de la Franja de Gaza.

Es curioso que elija usted como emblema de su cine una película que fue muy contestada en su día y que fracasó en taquilla.

Cierto. Apenas duró una semana en los cines de Estados Unidos, y no le fue mucho mejor en Europa. Los grupos de presión judíos la boicotearon, pero tampoco gustó a los árabes ni a la izquierda propalestina, porque la película no pretendía tomar partido, sino dramatizar un conflicto complejo y mostrarlo en toda su complejidad, con sus matices, planteando preguntas en lugar de ofrecer respuestas fáciles.

¿Es esa una de las grandes constantes de su cine, la resistencia a tomar partido cuando ese posicionamiento militante implica sacrificar los matices?

Digamos que sí. Aunque tampoco me he planteado nunca hacer un cine equidistante. Cuando he abordado temas controvertidos, como el colaboracionismo francés durante la Segunda Guerra Mundial [en Sección especial], el apoyo de la CIA a la represión de la disidencia en Uruguay y Chile [en Estado de sitio y Desaparecido] o el repunte de la violencia racista en los Estados Unidos de Ronald Reagan [en Betrayed], creo que dejé muy claro de qué lado estaban mis simpatías personales, porque la neutralidad no es siempre una postura humana ni moralmente legítima. Supongo que por eso suele decirse tan a menudo que el mío es un cine político, comprometido o de denuncia.

¿Y no lo es?

Solo en el sentido en que me comprometo con la realidad de mi tiempo, que trato de comprenderla y de explicarla. Pero no es un cine partisano ni dogmático. Además, aunque me he ido distanciando gradualmente del cine estadounidense, nunca he perdido de vista que mis películas son arte, son espectáculo, no discurso intelectual ni político. Tienen que responder a la lógica de la dramatización y resultar potencialmente atractivas para el público.

¿Piensa usted en el público?

Sí. Hasta cierto punto. Seguro que en mayor medida que mis contemporáneos de la nouvelle vague, Godard, Truffaut y demás, que entendían sobre todo el cine como un lenguaje artístico en proceso de evolución e hicieron, en consecuencia, películas muy formalistas, concebidas como ejercicios de estilo y arte de vanguardia, aunque algunas de ellas fueron populares en su día. Yo, en cambio, sentía el impulso de mostrar el mundo a través de mi cine, contar la historia de nuestras sociedades, nuestras ciudades, nuestros barrios. Pero, dicho esto, creo que a la hora de hacer películas tampoco he tenido demasiado presentes las supuestas expectativas del público, entre otras cosas porque las desconozco. Hago el tipo de películas que a mí me gustaría ver, yo soy mi primer espectador, aunque es cierto que las hago con la esperanza de que gusten a la gente.

Usted estuvo muy vinculado en los inicios de su carrera a una cierta izquierda intelectual francesa. Yves Montand, Simone Signoret, Jorge Semprún…

Sí, eran mis amigos, mis mentores, mis primeros compañeros de viaje en el cine y en la vida. Simpatizaban con las causas de la izquierda internacional, sin duda, pero no eran dogmáticos. A Semprún, un exiliado, como yo, ya le habían expulsado del Partido Comunista español, y Montand viajó a la Unión Soviética y volvió desencantado al encontrarse allí una tiranía grotesca, no como mis compañeros burgueses de la Facultad de Literatura de la Sorbona, que hacían turismo revolucionario ingenuo y querían convencernos de que aquello era la verdadera democracia y el paraíso social en la Tierra. No lo era.

Esa distancia crítica empezó a hacerse muy visible en La confesión, su película de 1970 sobre los juicios de Praga y, en general, la represión estalinista. La prensa del Partido Comunista Francés se cebó con la película, pero no sin antes reconocer que, pese a todo, usted seguía teniendo el corazón a la izquierda.

Sí, me trataron con condescendencia, como a una oveja descarriada. Me perdonaron la vida. Aunque el secretario general del partido, Georges Marchais, un hombre que seguía de forma acrítica las directrices de Moscú, sí dijo que la mía no era una película comunista, lo que equivalía a una condena en toda regla. Bien, yo le hubiese contestado que por supuesto que no lo era, y que tampoco pretendía serlo, pero preferí callarme por respeto a algunos de mis cómplices en esa aventura creativa que sí eran comunistas.

Cincuenta y cinco años después, ¿su corazón sigue estando a la izquierda?

Sigue ahí dentro [se señala el pecho con una sonrisa], un poco escorado a la izquierda, pero no muy lejos del centro. Y le llega sangre de todo el cuerpo. Mire, a mí me gusta escuchar a todo el mundo, sopesar las razones de unos y otros y luego tomar mis propias decisiones. Como Montand, como Semprún, he intentado no ser nunca dogmático, no perder la capacidad de pensar por mí mismo y de seguir escuchando.

¿La izquierda política le ha decepcionado?

Sin duda. Hay un activismo progresista con el que sigo simpatizando, sobre todo con los que se comprometen contra el cambio climático, contra el racismo, contra el populismo identitario, a favor de una cierta equidad. Pero en Francia, donde he pasado casi toda mi vida, la izquierda política ha entrado en una deriva ridícula. Creo que François Mitterrand, un hombre con virtudes y defectos, tuvo un impacto positivo sobre la cultura y sobre el clima de convivencia, dejó un legado. Pero sus sucesores en el Partido Socialista, Hollande y compañía, han echado a perder ese legado con su torpeza, su intransigencia y su falta de ideas. Hoy, la derecha radical está a un paso de llegar al poder en Francia, liderada además por un joven radical de 30 años como Jordan Bardella, sin estudios ni cualidades intelectuales y humanas de ningún tipo más allá de su oportunismo y su falta de escrúpulos. Y la izquierda francesa tiene parte de culpa en ese desastre, porque no ha sido capaz de articular una alternativa sensata, progresista y humana.

¿La democracia peligra en Francia?

Me temo que en Francia y en todo el mundo occidental. Vivimos en un escenario preapocalíptico. Nuestra codicia está destruyendo el planeta y nuestra incapacidad para el diálogo está destruyendo la democracia, que es el mejor instrumento de convivencia en libertad que hemos sido capaces de crear. Hemos pasado de las ideas y el diálogo a la religión del dinero y el éxito, y la política ya no es más que otro escenario para esa lucha ciega de todos contra todos que está en la esencia del capitalismo.

¿Hemos destruido el ágora?

¡Exacto! Hemos perdido de vista esa lección fundamental de la antigua democracia griega, el ágora entendida como un espacio de intercambio libre de ideas, un lugar en el que se habla y, sobre todo, se escucha, en el que primero se delibera y solo después se vota. Nuestros Parlamentos ya no son ágoras, sino escenarios de confrontación agresiva, y los nuevos espacios de interacción social, como internet, tienden a aislarnos, radicalizarnos y hacer que nos respetemos cada vez menos unos a otros. Donald Trump, siento decirlo, es la personalidad que mejor define nuestra época, porque ha demostrado que no necesita dialogar con nadie, transigir con nadie ni respetar ninguna regla para hacerse con todo el poder en una democracia de 300 millones de habitantes y hacer con él lo que le apetece, sin inhibiciones ni límites. La perfecta metáfora de esa anomalía política que es Trump es ese vídeo en que se muestra a sí mismo en un avión bombardeando con excrementos a los que se manifiestan en su contra. ¿Hay algo menos democrático que un presidente que detesta a todo el que no le secunda y, además, presume de ello?

¿No merecería Trump una película de Costa-Gavras? Recuerda a esos villanos un tanto pueriles, extravagantes y caprichosos que abundan en su cine.

Sí, es un ejemplo de la banalidad del mal llevada al máximo. Pero resulta demasiado atroz, demasiado inverosímil, como para dedicarle una película. Ni siquiera existe la posibilidad de parodiarlo, porque él ya se parodia a sí mismo. Y, además, ese retrato del tirano pueril, que juega con el mundo por pura vanidad y egolatría aun a riesgo de destruirlo, ya lo hizo Charlie Chaplin en El gran dictador, y yo no me siento capaz de hacer algo comparable.

En una entrevista de hace 25 años se definía usted como un optimista cauto y escéptico. ¿Diría que aún lo sigue siendo pese a Trump, la crisis climática o la destrucción del ágora?

Sí. No he perdido mi fe en la vida y en la capacidad de regeneración del ser humano. Conservo la capacidad de indignarme cuando leo el periódico por las mañanas, no he caído en la resignación, y sé que hay ahí fuera miles de seres humanos más jóvenes que yo, con más energía y más futuro, que se indignan conmigo y están dispuestos a hacer algo para que las cosas cambien. Confío en ellos, espero que encuentren la manera de salvarnos del desastre.

¿Va a seguir usted contribuyendo a esa tarea común desde su propia trinchera? ¿Va a seguir haciendo cine?

¿Por qué iba a dejarlo? El cine no me parece una profesión, sino una pasión, así que no veo razones para renunciar a él. Eso sí, me resulta cada vez más difícil escribir en solitario, ahora que ya no tengo cómplices creativos como Jorge Semprún, Jean-Claude Grumberg o Franco Solinas. Pero sigo buscando historias interesantes escribiendo casi a diario, el tiempo dirá si de ese esfuerzo sale algo que pueda convertirse en una película.

¿Sobre qué escribe usted ahora mismo?

Sobre un momento decisivo en la historia de mi país, Grecia, al que no se ha dedicado toda la atención que merece. Es ese invierno de 1944-1945 en el que, tras la retirada de las tropas de Hitler, el ejército británico y las milicias comunistas se enfrentaron por el control del país en lo que acabó siendo el prólogo de una guerra civil. En esos meses se decidió el destino de Grecia y yo quiero hacer una crónica de aquella oportunidad perdida, porque el resultado de esa guerra dentro de otra guerra fue el país en que crecí y del que tuve que exiliarme.

¿Ya no hará la película española, sobre la Guerra Civil, el franquismo o la Transición, de la que ha hablado usted a lo largo de los años?

No. Iba a hacerla con Semprún. Sin él no puedo hacerla.

¿Y su película de época ambientada en Bizancio?

Esa es una de las que me gustaría hacer, sí. El problema es que se trata de un proyecto muy ambicioso y, lógicamente, no sé de cuánto tiempo dispongo.

Su compañero de profesión, y creo que amigo, Manoel de Oliveira, dirigió cuatro películas siendo ya centenario, y eso que antes de las dos últimas se tomó un año sabático porque quería, según dijo, pasar más tiempo con la familia.

Sí, Manoel era un buen amigo. Hizo cine hasta el final, y siempre pensó que no había ninguna razón de peso para dejarlo. De hecho, el único festival al que no acudió estando invitado fue porque había enfermado no él, sino su hija. ¿No es esa una manera magnífica de irse de este mundo? Con proyectos e ilusiones hasta el último día. 

sábado, 29 de noviembre de 2025

Entrevista a Gary Stevenson, economista defensor de elevar impuestos a los ricos

 Gary Stevenson: “La izquierda tiene un problema en cómo concibe a los hombres jóvenes”, en El País, por Xavi Sancho, 29 nov 2025:

Abandonó su exitosa carrera como corredor de divisas cuando entendió que desde su posición ayudaba a hacer más desigual el sistema económico global. Lo narró en sus memorias, ‘El juego del dinero’, y hoy es una de las más destacadas voces a favor del aumento de los impuestos a los más ricos.

Gary Stevenson nació hace 39 años en Ilford, uno de esos barrios obreros del este de Londres cuyo cielo se ensombrece por el perfil de los rascacielos de la City, a cuyas calles los niños de estas zonas solo sueñan con ir a repartir comida o a vender cosas ilegales. Entró a trabajar como trader en Citibank en 2008 con apenas 22 años gracias a un enorme talento para las matemáticas y una ambición casi igual de grande. En pocos años se convirtió en uno de los empleados más rentables (según él, el que más dinero generaba para su banco en el mundo) desde su puesto en la compra y venta en divisas.

Pero apenas cinco años después se hallaba deprimido y al borde del colapso en la otra punta del mundo. Le habían trasladado a Japón y su única ambición, como narraría más tarde en su best seller El juego del dinero (Península), era forzar su despido. Una noche le llevaron a un karaoke. Salió a cantar con desgana. Terminó. Se sentó. Entonces, se le acercó un veterano japonés de su compañía y le comentó que no es que cantara mal, ni siquiera que estuviera triste, sino que no entendía la naturaleza del karaoke. “Me dijo: ‘No se trata de cantar bien, sino de que tus invitados se diviertan”, recuerda Stevenson en la terraza del Yurt Café, a escasos metros de la casa que se compró en Limehouse —muy cerca de donde nació y desde la que se ve la torre de Citigroup— con parte del dinero que amasó apostando a favor del colapso del sistema económico global.

"Nos han intentado convencer de forma torticera de que es un debate entre vivienda asequible o derechos trans. Eso es una idiotez", afirma Stevenson.

“Una de las mejores cosas de una sociedad como la japonesa es que la gente se pasa mucho tiempo pensando en los demás. Y si se preocupan por ti, puedes pasar menos tiempo preocupándote por ti mismo. El egoísmo no lleva a la felicidad, debes preocuparte menos por si cantas bien o mal. Pero no soy Buda, soy igual de gilipollas que todos. Simplemente, he decidido consagrar mi vida a una misión”, explica. Esa misión es concienciar a la población de la necesidad de subir los impuestos a los más ricos. Stevenson quiere acabar con la desigualdad, porque está convencido de que, si eso se repara, el resto vendrá después.

Todo empezó con unos rudimentarios vídeos en YouTube hace cinco años, pero no fue hasta que en febrero de 2024 Penguin publicó su libro de memorias cuando la figura de aquel tipo rapado al tres, con tendencia a vestir como si fuera al gimnasio (o estuviera a punto de pedirte papel de fumar en algún parque) y con un marcado acento de clase obrera, empezó a llamar la atención del público y del establishment británicos. Un hooligan ilustrado. Financial Times publicó un largo artículo buscando desmentir la idea de que Stevenson fue el mejor trader del mundo, no fuera a ser que alguien se tomara en serio el resto de su discurso.

El libro fue número uno en el Reino Unido (en 2025 lo ha sido durante 11 semanas) y se publicó en 13 países. Pronto será una película y aquel rudimentario canal de YouTube cuenta hoy con 1,5 millones de suscriptores. Hace un mes, Stevenson paró para irse de vacaciones a Italia. Al cabo de dos semanas volvió para anunciar que cancelaba las vacaciones porque iba a producir un documental sobre impuestos para Channel 4. La mañana después de la entrevista (a finales de septiembre), aparecerá en el podcast de Zack Polanski, el flamante nuevo líder de los Verdes británicos. Allí anunciará el final de una era, de una idea de sociedad que afirma que ha colapsado. “El que tenga la propuesta más ruidosa ganará. Y ahora mismo está claro quién la tiene: Nigel Farage [líder del ultraderechista Reform UK] y los demás de su estirpe alrededor del mundo”.

Gary Stevenson se manifiesta como una nueva voz dentro de la izquierda, una conectada con la clase obrera, blanca y masculina, que ha decidido centrar su discurso solo en la desigualdad y la economía, algo que, como era de esperar, le ha granjeado algunas críticas. “Yo sé de economía. Conozco mi tema y me niego a hablar de cosas que no son mi tema. Mira, te llaman primero para hablar de lo tuyo; luego, si funciona, te llaman para ir a plató a las siete de la mañana, sentarte en un sofá y comentar 10 noticias. Lo hice una vez, otra… y dije que no lo hacía más. Cuando voy a las noticias y me toca hablar de derechos trans, inmigrantes o la familia real, eso empequeñece que soy un experto en economía, en esa cosa concreta. Y no quiero que mi discurso se diluya porque prácticamente soy el único que trata estos temas. Pero que me centre en la desigualdad no significa que no crea que el cambio climático es importante. Es solo que de eso sé menos”, afirma, y añade: “Nos han intentado convencer de forma torticera de que es un debate entre vivienda asequible o derechos trans. Eso es una idiotez. La verdad es que la vida es dura para hombres y para mujeres y hay que entender por qué son infelices todos. Hay mucha gente infeliz que quiere un cambio. Y la extrema derecha no va a mejorar la vida de nadie. Estamos jodidos porque van a votar a quien va a empeorar sus vidas y eso hay que cambiarlo ya. La izquierda debe dejar de hablar de votantes de Trump y empezar a escuchar a los votantes de Trump”.

Esta propuesta le ha valido en las últimas semanas un aluvión de críticas de individuos que se alinean con sus ideales económicos pero que no están dispuestos a acercarse a un segmento de la población supuestamente machista, racista y xenófobo con el fin de frenar la subida al poder de un partido machista, racista y xenófobo. Pero en la cosmovisión de Stevenson esto tiene sentido. Al final, todo surge de nuestro mayor o menor bienestar económico, incluso nuestras ideas más perversas e intransigentes.

Lo mismo que hace a Stevenson incómodo le hace especial. Exuda una masculinidad alfa desde las primeras páginas de su libro, concebido como una mezcla entre Uno de los nuestros y El lobo de Wall Street, dos filmes cuyo mensaje ha sido subvertido hasta convertirse en biblias fundacionales de la estirpe criptobro. Proclama que la esencia de su discurso es que tiene razón. Y no se explica aún por qué ningún partido político no ha contado con sus servicios. Hay una petulancia en su puesta en escena que resulta tremendamente contracultural con la esencia que se le supone al progresismo actual. “Alguien me dijo el otro día en una charla en Newcastle que el problema de la izquierda es que no llegaba a los hombres jóvenes. Creo que los hombres jóvenes en ciertos espacios de la izquierda sienten que no son bienvenidos. Me ha pasado a mí. Es jodido, pero es verdad. Hay una especie de racismo. Yo nunca quise tener a los hombres jóvenes como público mayoritario, aunque es verdad que muchos hallan un espacio en mi canal. Y esto viene de que la izquierda tiene un problema en cómo concibe a los hombres jóvenes. No ganan dinero y en la izquierda no los aceptan. Entonces llegan Reform, o Vox, o Chega, y les dicen: ‘Aquí sí os queremos”.

A quienes afirma recoger él en su canal de YouTube es a muchos de esos chavales que han crecido adorando a multimillonarios como Elon Musk, para quienes el único símbolo de estatus, casi el único bien cultural que queda en pie en el siglo XXI, es el dinero. “Con 18 años puedes creer que serás billonario de mayor. Pero si a los 26 aún lo crees, es que tienes un problema. Soy poco popular entre la gente de menos de 26. Eso sí, me va muy bien con los que ya se han dado cuenta de que este juego está trucado, que no vas a ganar”.

Otro elemento que provoca que Stevenson se perciba con cierta discordancia dentro del ecosistema progresista actual es su forma de navegar nuestra relación con el pasado, su ubicación en el debate de si estamos mejor o peor que nuestros padres. El inglés siente nostalgia, pero no de aquellos veranos en el pueblo de los abuelos, ni de la supuesta sinceridad de una vida sin fines de semana patrocinados por Ryanair ni suscripciones a Netflix y Uber Eats. Lo que añora es un sistema impositivo que, afirma, era más justo. “Miro a la generación de mi padre y creo que la mayoría no estaba para nada obsesionada con el dinero. Para ellos, lo importante era el trabajo. Trabajas duro y mantienes a tu familia. Ahora trabajas duro y no ganas dinero. Te están diciendo que si no logras ganar mucho dinero eres un fracasado, pero la verdad es que, sin dinero familiar, sin conexiones, es complicadísimo hacerse rico. Debemos comunicar urgentemente que la verdad del asunto es que la mayoría del dinero hoy se basa en lo que heredes. Si se entiende esto tal vez se pare de juzgar a los demás y a uno mismo por lo que gana. Y ahí, volviendo al asunto de los hombres, esto de no ganar provoca más frustración entre ellos, y es una de las grandes causas de las crisis de las masculinidades que vivimos. Hombres y mujeres reciben el mensaje de que si no se hacen ricos son una mierda. La diferencia es que los hombres lo llevan peor”, sentencia.

En febrero de este año acudió al programa de Piers Morgan, ruidoso comunicador de la derecha anglosajona que fue editor de News of the World o el Daily Mirror. Allí debía debatir con el comentarista conservador Dave Rubin, célebre por acuñar el término “izquierda regresiva”. Recuerda el autor de El juego del dinero que la emisión iba con retraso y que estuvo una hora en el camerino viendo el programa y tratando de entender qué tipo de trampas les tendían a los activistas de izquierdas que iban desfilando por el plató siendo ninguneados, cuando no ridiculizados. Tal vez a estos no les importaba entrar en conflicto o padecer las chanzas de Morgan porque entendían que ese no era su público, que su única labor allí era performativa. Cuando volvieran a su círculo, ellos también se echarían unas risas con lo acontecido en el plató.

Pero Stevenson no iba a hacer eso. “Siempre buscan activistas de izquierdas que encajen en su estereotipada idea de lo que es eso, alguien con el pelo azul, transexual… Y buscan enfadarlo y llevarlo a decir algo escandaloso que haga que su público se indigne. Luego ellos pueden decir: ‘Mira, la izquierda es así’. Y eso les es muy fácil porque hay muchos activistas que caen en esa trampa. Así que pensé: voy a escuchar y no caeré en su juego. Me preguntaron si me gustaba Trump, respondí que no lo conocía en persona; luego, que si me gustaba Musk, lo mismo, no tengo el placer… Al final, les dije que todos en esa mesa éramos millonarios y que el mundo sería un lugar mejor si pagábamos más impuestos. Creo que no les gustó que me metiera en el mismo grupo que ellos, pero no fueron capaces de contradecirme”, recuerda el autor, que es miembro en su Reino Unido natal del grupo Patriotic Millionaires, formado por ricos que quieren pagar más impuestos.

De su exposición al establishment mediático salió reforzado. En cambio, de momento sus intentos por adosarse a algún proyecto político desde el que imponer su agenda han sido menos exitosos -aunque cada vez se encuentra más cerca de los Verdes de Polanski, que se están disparando en las encuestas-. Le duele que, antes de escribir el libro, le ningunearan en el laborismo y, en cambio, una gran corporación como Penguin sí apostara por él y le diera un cuantioso adelanto, aunque el libro fuera, en esencia, la historia de un tipo que entra en el sistema financiero global y descubre que lo mejor que se puede hacer con todo eso es destruirlo.

Hasta hoy, afirma que nadie en el laborismo del premier británico, Keir Starmer, le ha llamado, y aunque está convencido de que una revolución interna cambiará el liderazgo del partido el próximo año, sus esperanzas allí ya son prácticamente inexistentes. “Nada va a funcionar si siguen jugando a ser sensibles y sensatos. Eso ya no vale. Desafortunadamente, para la izquierda moderada del mundo es más natural comprar el marco de la derecha que el de la gente que está a su izquierda. Mira, toda esta mierda de crecer, crecer, crecer, ya no se la cree nadie. ¿De dónde sale el dinero? Ya no hay tiempo. Todo se fue al carajo en la covid, cuando sabíamos que los gobiernos iban a tener que soltar mucho dinero, trillones, pero no nos preocupamos de en manos de quiénes iba a terminar. Nos encaminábamos hacia un mundo tremendamente desigual, pero eso lo aceleró todo. Esta desigualdad conlleva un freno a la movilidad social, lo que significa que esta sociedad ya no es capaz de colocar a la mejor gente en los mejores puestos de trabajo. Hoy no hay ninguna conexión entre lo inteligente que puedas ser y lo lejos que eso te pueda llevar. Estamos manejados por idiotas que han llegado a donde están por tener padres ricos. Así debió de colapsar el Imperio Romano”, sentencia Stevenson, quien tiene una cruzada personal en contra de los economistas desde que fue a Oxford a estudiar un máster, trató de debatir con algunos y la cosa salió regular. “La economía ha fracasado, y los economistas están evitando que hablemos de eso. No quieren que pase nada nuevo, y yo traigo ideas nuevas…, eso sí, ojo, Milei también”.

Algunos creen que es casi ya mejor dejar que ganen los Mileis de la vida, que arda todo…

¿Y cómo está yendo esa idea en Argentina? Como una mierda, así te lo digo. No soy experto en Milei, pero la verdad es que ver a esta gente caer no es suficiente. No vale con ver a tu enemigo inmolarse si tú no tienes un discurso que dar ante su caída.

¿Qué es lo que más teme de un gobierno de extrema derecha?

La extrema derecha tiene solo un espacio hacia el que moverse: más hacia la derecha. Siempre tienen una enorme retahíla de gente y entidades a las que culpar de todo: las universidades, los inmigrantes, las feministas, los medios de comunicación. Juegas con gran ventaja cuando puedes culpar casi a cualquiera de lo que está mal. Farage dice que va a frenar la entrada de refugiados, pero eso obviamente no va a mejorar la economía. Entonces, ¿qué hará cuando vea que nada va a mejor? Pues dirá que el problema real es la inmigración ilegal. Después, va a empezar a deportar a gente. Cuando el centro fracasa, como lo ha hecho, colapsa porque no tiene adónde ir. En cambio, la derecha siempre puede ir un poco más a la derecha. Ahí siempre hay más sitio.

¿Es esto lo que está pasando ahora mismo con la Administración de Trump?

Obvio, es mucho más radical que en 2016. Mi esperanza es que podamos usar a Trump. Lo que hay que ver es que el estándar de vida en EE UU no mejora y entender que, si Trump no lo consigue, la extrema derecha no lo logrará tampoco en Europa. El problema es que aquí no nos comunican que los estándares de vida en EE UU están desplomándose. Trump es nuestra oportunidad de señalar que la extrema derecha no mejora la vida de la gente. Pero no estamos construyendo ni el discurso ni la alternativa.

Tal vez porque aún no entendemos la globalidad de estas cosas. Uno piensa que los problemas de vivienda son peculiares en su territorio. En cambio, viendo su vídeo sobre vivienda en el Reino Unido, los paralelismos con España asustan.

Es muy curioso esto, porque en todas partes hay una crisis de vivienda y cada uno piensa que la suya es especial y única. No lo es. Lo que pasa es que hay una masiva compra de bienes global, porque ¿qué hacen los ricos? Compran y hacen que los precios suban. El problema es que tú no puedes competir con ellos por la compra de nada, incluida una casa, claro. Los más ricos no van a vivir en mil casas, pero pueden comprar mil casas.

¿Se arrepiente de no haber seguido su carrera como rapero?

No, era muy malo. Mi hermana es la buena. Esto se me da mucho mejor.

domingo, 9 de noviembre de 2025

Entrevista con Patti Smith

 Patti Smith: “En mi vida he visto un mundo tan movido por el poder y el dinero”, en El País, por Leticia García, 6 NOV 2025:

La cantante y poeta estadounidense celebra este año el medio siglo de ‘Horses’, disco que le dio la fama, y ahora publica sus memorias, ‘Pan de ángeles’. Su voz comprometida con las causas justas de este mundo se escucha en sus textos y conciertos

Si la apodan la chamana del punk es por algo. No solo porque comenzara su carrera recitando en iglesias. Patti Smith (Chicago, Estados Unidos, 78 años) sigue a rajatabla sus rituales profanos y tiene una simbología propia y privada, que encapsula en objetos aparentemente banales que en ella, a lo Proust, condensan emociones y recuerdos. En el momento de esta entrevista, la artista acaba de llevar a cabo dos de esos rituales. Ha aterrizado en Madrid a las tres de la tarde, procedente de Dublín, y se ha ido, como siempre, al Reina Sofía a rendir pleitesía al Guernica (un ritual que cumplía semanalmente cuando el cuadro estaba en el MoMA de Nueva York), a comerse un bocadillo de calamares y a tomarse un café solo observando a la clientela. Llega al encuentro acariciando un libro de Rimbaud, su adorado Rimbaud, al que debe su vocación como poeta y que le ha regalado Lumen, su editorial española. “He ido acumulando objetos. Tengo algunas postales que aparecen en este libro, manuscritos de Artaud, de Emily Dickinson…, pero no soy una coleccionista en realidad. Guardo cosas que me permiten recordar y sentirme bien. Una piedra que encontré en la tumba de Osamu Dazai, el libro de Pinocho que leía de pequeña…, aunque si tuviera que quedarme con una sola cosa, sería mi alianza”, dice, señalando un sencillo anillo de oro colgado de su cuello. “Del resto podría prescindir. De esto no”.

Al día siguiente Patti Smith acudirá al Teatro Real para cantar Horses íntegro ante un público (obviamente) entregado. La ciudad fue la segunda cita del tour europeo que celebra el 50º aniversario del disco que la convirtió en estrella a su pesar. Pero eso no es todo. Acaba de publicar Pan de ángeles (en castellano en Lumen y en catalán en Club Editor), sus memorias definitivas. Las que recorren toda su vida, no solo momentos puntuales como el resto de sus libros. A sus 78 años, Smith conserva la energía de aquella joven de 20 que tenía mucho que decir. Crear, en el formato que sea, es lo que le hace feliz. “Escribir es solitario. Actuar es lo opuesto: es colectivo, es eléctrico, es comunión. Amo ambos, pero vienen de diferentes partes de mí misma. Cuando escribo, estoy construyendo algo en silencio; cuando actúo, estoy compartiendo lo que he construido. No podría vivir solo como intérprete, sin embargo. Escribir me mantiene con los pies en la tierra; es donde entiendo las cosas. Actuar es donde las celebro”, dice.

Con lo prolífica que es en su escritura, ha pasado 10 años escribiendo este libro.

Porque no esperaba escribirlo. En realidad tuve un sueño en el que un mensajero vino a mi casa y me entregó un libro, y era blanco con un lazo. Tenía cuatro fotografías de vestidos blancos que eran míos. Mi vestido de boda, el vestido blanco que me dio Robert [Mapplethorpe, el fotógrafo que fue su compañero de vida y que protagoniza el libro Éramos unos niños], el vestido blanco que me dio mi hermano y un vestido blanco de comunión. Nunca hice la comunión, fíjate. Y lo había escrito yo, era la historia de mi vida, y las únicas fotografías que había en él eran estos vestidos. Luego me desperté y tenía las manos extendidas como si estuviera sosteniéndolo, y pensé, esto es una señal de que debería escribirlo. Pero escribía por un tiempo y luego paraba, porque va de mi vida, y hay mucha pérdida en mi vida. A veces necesitaba parar porque me estaba afectando.

Hubo un momento, en pleno proceso, en el que descubrió que su padre no era su padre biológico.

Sí, dejé de escribirlo durante un par de años porque tenía que procesar quién era yo, aunque no fue algo malo. Mi padre fue un gran hombre del que aprendí muchísimo. Es solo que tenía que procesarlo, y luego decidir qué hacer con esta información. Decidí contarlo, porque a todos nos pasan cosas que no esperamos y muchas veces no sabemos lidiar con ellas… La gente me pregunta si odio a mi madre por ello. Y no. Soy como soy porque me criaron mi madre y mi padre. Soy su hija. En mi casa se daba cobijo a parejas homosexuales, se hacían fiestas con gente que era repudiada por su familia en aquella época. Yo crecí libre. Mi padre era muy filosófico, leía mucho. Mi madre era mucho más pragmática, pero soy como soy gracias a ellos, aunque me ha costado plasmar toda esta historia. Mira, ahora que he terminado este libro, voy a volver a la ficción, que es más gratificante.

A la mayoría de los textos publicados de Patti Smith los inspira el duelo. De hecho, Pan de ángeles salió en Estados Unidos, a petición suya, el 4 de noviembre, día del nacimiento de Robert Mapplethorpe y de la muerte de su marido, el músico Fred Sonic Smith. Pero los suyos nunca han sido escritos pesimistas. “Claro que muchas veces he tenido que parar de escribir durante mucho tiempo, respirar, ordenar ideas. Pero el duelo no es el final del amor; es su prueba. Lloras porque has amado profundamente. Y si todavía puedes sentir amor, todavía puedes sentir esperanza. Eso es lo que me mantiene en marcha. Creo que es una especie de gratitud por haber tenido lo que perdiste. Cuando siento eso, escribo, o canto, y eso transforma el duelo en algo que se puede respirar”.

La gratitud mueve su mundo. Gratitud por lo que ha vivido, por sus dos hijos, por la gente que ha conocido y de la que ha aprendido. “Cuando das las gracias eres más libre, te quitas eslabones de las cadenas. Hay que saber procesar todo lo bueno que te llega, pero desde un enfoque realista”, dice quien posee, entre muchos otros, un National Book Award, una Medalla de la Orden de las Artes y las Letras de Francia o un honoris causa por la Universidad de Columbia. “Es muy agradable, no sé, entrar en el Salón de la Fama del Rock and Roll o tener medallas o que la gente parezca amarte mucho aunque no te conozcan de nada, pero desde luego no lo es todo. Para mí no hay fama ni dinero que eclipse el escribir tres buenas páginas seguidas. Pero tampoco pienso que esté escribiendo una obra maestra cuando las escribo, no sé si me explico”.

Siempre ha tenido una relación complicada con la fama.

Bueno, pero es porque la aprecio. Anoche hice un concierto para 5.000 personas en Dublín, muchos de ellos jóvenes, y pude sentir su amor. Pero es mi deber salir a tocar. Mi padre no estaba en ningún partido, pero tenía un pensamiento muy socialista. No quería puestos en el trabajo por encima de los otros trabajadores. Mi madre era camarera. Mi padre trabajaba en la fábrica, ambos eran muy inteligentes, muy leídos. Con ellos aprendí a valorar a toda la buena gente. Mi madre, cuando salía de un concierto y estaba muy cansada, me obligaba a quedarme a firmar a los fans, me decía: “No olvides quién te puso aquí. Por ellos estás en ese escenario”. Quiero decir, estoy agradecida, pero lo pongo en perspectiva.

Pero a la vez es usted muy mitómana. Tuvo un encuentro muy de fan con Bob Dylan, de hecho.

Sí, bueno, todavía no sé por qué reaccioné así, pero cuando vino a verme y a decirme que le encantaba mi poesía le solté: “Odio la poesía”. Y salí corriendo, por dentro pensando: Dios mío, es Bob Dylan. Lo fuerte es que le caí bien por ser así. Supongo que porque los dos tenemos una naturaleza rebelde y esquiva ante la fama. Me salió rechazarlo.

En su vida ha rechazado muchas cosas, como que retocaran la portada de Horses, que ahora es icónica, pero de otra forma quizá no lo habría sido. O no cambiar los arreglos o letras del disco. Hay que ser muy valiente para no entrar en la dinámica del éxito.

No, no es difícil. Quiero decir, es difícil si tienes cierto objetivo. Pero a mí no me importaba si me decían que estaba despeinada o que si dejaba tal o cual canción no iba a vender. Vale, pues no vendo. Yo sabía lo que quería y sabía lo que no haría. No sé, la gente tiene que tomar sus propias decisiones. No estoy criticando a la gente que toma una ruta diferente. Tenemos muchas grandes estrellas del pop que son muy entretenidas. Disfruto su trabajo aunque hagan cosas que yo nunca haría.

Pertenece a un periodo y a un lugar, el Nueva York de los setenta, que ya no existe. Quizá porque ya no queden artistas que vengan de familias de clase trabajadora.

No lo había pensado, pero es un enfoque interesante. Quizá por eso tengamos una ética de trabajo diferente. Pero también creo que vengo de una época en la que no teníamos redes sociales. Robert y yo no teníamos televisión ni teléfono, solo un tocadiscos. No había presión ni escrutinio, ni la posibilidad de hacerse famoso en tiempo récord. Y también creo que vengo de una época en la que ser escritor o músico era vocacional, como los médicos. No era cuestión de hacerse rico o famoso. Ahora estamos en una época y en una cultura donde los objetivos son diferentes, así que la motivación es diferente. Hay jóvenes músicos que se me acercan para conseguir un publicista. A ver, tienes 20 años, ¿qué te importa un publicista? Yo nunca he tenido uno.

Cuenta en su libro el incidente con unos fans italianos en los setenta que le pidieron que ayudara a sus familiares, presos políticos durante los años de plomo, y usted se sintió tan impotente que casi deja la música.

Yo ni siquiera sabía que era famosa en Italia. Y la verdad es que me sentí muy avergonzada porque tampoco conocía la situación política del país. Venía de un medio rural y conocía los problemas políticos de mi entorno y los de Nueva York, poco más. De repente me pedían que usara mi voz en una situación que desconocía. Me informé, claro, y me di cuenta de que había muchas situaciones injustas que desconocía, porque entonces no teníamos los medios para enterarnos. Pero también me di cuenta de la responsabilidad que conlleva ser quien soy. Yo no soy activista, yo creo en el ser humano, y hablo o tomo decisiones cuando siento que tengo que hacerlo.

¿Le ha pasado factura hablar abiertamente?

Cuando me manifesté contra la guerra de Irak tuve unos años muy malos, porque aquello estaba muy mal visto en Estados Unidos. No sé, todo el mundo sabe mi opinión sobre Palestina. Fui hace muchos años a dar un concierto en Israel, vi la situación y desde entonces es un tema que me quita el sueño. A veces voy por la calle en Nueva York y me llaman antisemita, o me dicen que me dan igual los rehenes. Claro que no me dan igual los rehenes, pero es que tampoco me voy a poner a explicarlo todo. No me van a hacer bullying. No soy política, ni quiero serlo, soy artista y madre. Bueno, primero soy madre y luego artista, aunque he sido más tiempo artista que madre…, no sé, me frustra mucho que estemos en un mundo en el que todo tenga que ser o blanco o negro.

¿Ha habido momentos en los que se le ha exigido más de lo que puede dar en este sentido?

Claro. A veces he aceptado trabajos por dinero. No me he hecho rica y tengo que cuidar de toda una familia. Mi hermana tiene muchas facturas médicas, y a veces hago trabajos para ayudarla. Cuando mi marido murió, tuve que volver a tocar porque no tenía dinero y tenía dos hijos. Recibí una oferta de España, precisamente, no sé ahora si era un fondo o un banco o algo así. No era tanto, pero para mí entonces fue de mucha ayuda. No suelo hacerlo, he rechazado medio millón de dólares porque eran de una farmacéutica. Pero recuerdo que vine y hubo una rueda de prensa y dijeron: “Patti, ¿por qué haces esto?”. Y les contesté: “Tengo dos niños pequeños, y si alguno de ustedes se opone a que lo haga, quizá les gustaría ayudarme a pagar al pediatra”. Yo tomo decisiones en función de las necesidades de mi gente, tengo mis principios, pero también el derecho de ajustarlos si lo necesito.

¿Qué ha aprendido a dejar atrás con los años?

Muchísimas cosas. La necesidad de tener que llevar siempre la razón, por ejemplo, que es algo que en el mundo actual parece que escasea. O de que las cosas salgan como te las imaginas. Me resulta liberador dudar, intentar ver las cosas desde otro punto de vista, aunque eso no hace que conserve mis propias opiniones, claro. Y sobre todo he aprendido a lidiar con el dolor. En este libro he escrito cosas que nunca pensé que fuera capaz de escribir. Por ejemplo, sobre mi accidente, cuando me caí en el escenario y me rompí el cuello, y sobre todo lo que pasó después. O sobre mi familia y su pérdida. Ahora me siento mucho más en paz.

¿Cree que la gente sigue teniendo el poder?

Sí, el problema es que se nos olvida cómo usarlo. Miro el mundo y me desespero. En Estados Unidos estamos viviendo el peor de los escenarios posibles, y crecí con Eisenhower en el poder, fíjate si he tenido tiempo para ver cosas. Todo está muy dividido, no quieren que nada nos una. Y ahora la gente usa su voz, sale a las calles, y recibe todo tipo de castigos solo por ser americana, bueno, no americana, por ser persona. Así que sí, creo que la frase de esa canción, que fue idea de mi marido, es más necesaria hoy que nunca, porque en mi vida he visto un mundo tan movido por el poder y el dinero. Y a la vez veo a la gente que sale a la calle y no tiene miedo. Veo a Greta Thunberg, que en mi país se la ridiculiza…, veo a las Greta Thunberg del mundo, porque hay muchas. Ojalá hubiera sido joven y haberme podido subir a la Flotilla. Pero tengo 78 años, solo puedo hablar de ello en lo que escribo, en mis conciertos, y apoyar a la gente joven. Veo imágenes de protestas y hay mucha gente buena ahí fuera, sobre todo mujeres jóvenes. Buenas. Humanistas.

Siempre tuvo esperanza en las nuevas generaciones. En su libro cuenta que uno de los hechos más traumáticos fue crecer, perder la inocencia.

Es que yo era feliz con 10 años. Con mis amigos, mi familia y mi perro. Me quería ir al País de Nunca Jamás. Era muy alta para mi edad, y tenía rasgos de chica y de chico. A medida que creces tienes que definirte y decidir. Y el paso del tiempo me ha dado momentos muy buenos, pero me aplico esa frase de Walt Whitman que dice “soy amplio, contengo multitudes”. Soy madre, mantengo a mi familia y soy líder de una banda. Pero también tengo a veces 10 años, y a veces soy más hombre en el sentido clásico y a veces más mujer. Y está bien, me gusta mucho tener 10 años a veces.

Es la forma de no perder la ingenuidad en un mundo cada vez más hostil.

Y el entusiasmo. Sobre todo el entusiasmo. ¿Conoces el libro El alquimista? Lo leí un día en un avión y hay un pasaje en el que el pastorcillo, que lo pasa fatal, dice que el mundo conspiró para ayudarlo porque él mantenía el lenguaje del entusiasmo. Bueno, es que si me hiciera un tatuaje sería ese, “el lenguaje del entusiasmo”. Tenemos que estar entusiasmados por estar vivos, por aprender cosas, por todo.

¿Piensa alguna vez en la posteridad? ¿En cómo le gustaría ser recordada?

Hay mucha gente que me ama pero también hay mucha a la que no le gusto, y con esto de las redes sociales se nota más. A veces pienso qué dirán de mí, sí. Me gustaría que me recordaran como a alguien en quien se podía confiar. Como alguien que nunca intentó llevar a nadie por el camino equivocado. Ojalá hubiera escrito un libro tan bueno como Pinocho, pero espero que en mis libros la gente haya encontrado consuelo. Cuando pienso en la posteridad, pienso en Éramos unos niños, que tiene ya 15 años, pero me encuentro a la gente aún en el metro pidiendo que se lo firme porque lo llevan en la mochila, lleno de manchas de café y de vino… No pienso que haya escrito mi gran obra, porque eso me ayuda a seguir escribiendo, pensar que ya llegará mi gran obra. Igual que pienso que he sido una persona con muchos defectos y que ha tomado decisiones malas, pero por eso intento ser mejor. Como cantaba Jackson Browne: “Por favor, no me juzgues por mis errores, porque yo tampoco los he olvidado”.

Entrevista con Svetlana Alexiévich

 Svetlana Alexiévich: “El ‘Homo Sovieticus’ no ha muerto, sino que está en el Kremlin y combate y dispara en Ucrania”, en El País, por Pilar Bonet, 8 NOV 2025:

Tras escuchar a miles de testimonios a lo largo de su carrera, la premio Nobel reflexiona desde Berlín sobre Ucrania y Bielorrusia, los soldados y las víctimas, el exilio y la condición humana

Svetlana Alexiévich, la escritora bielorrusa en lengua rusa premiada con el Nobel de Literatura en 2015, vive en el mismo piso berlinés, de altos techos y amplios salones, donde la visitó EL PAÍS hace cuatro años. La autora de Voces de Chernóbil, Muchachos de zinc y El fin del ‘Homo Sovieticus’ sigue escribiendo a mano. Sobre una mesa alargada están los fragmentos del manuscrito de su nuevo libro, que ya no es el que perfilaba en 2021, pues los acontecimientos interfirieron en la obra de esta autora exiliada en Alemania: en febrero de 2022, Vladímir Putin, enfermo de nostalgia imperial, inició una guerra a gran escala en Ucrania, y menos de dos años después, el norteamericano Donald Trump acabó con la ilusión de una solidaridad global.

Miembro del Consejo Coordinador de la Oposición al dictador Alexandr Lukashenko durante las protestas de 2020 en Bielorrusia, la escritora constata un retroceso generalizado de la democracia, que va mucho más allá de la herencia soviética.

Alexiévich recoge testimonios entre los millones de bielorrusos, rusos y ucranianos refugiados en Europa y en las instituciones que documentan la represión y la guerra en los espacios eslavos pertenecientes en el pasado a la Unión Soviética. Además, otea otros horizontes en búsqueda de claves reveladoras. Alexiévich se interesa sobre todo por la posibilidad de convivencia entre víctimas y verdugos, y entre sus lecturas actuales figura un ensayo sobre las dictaduras en España, Portugal y Grecia (El fin del régimen, cómo acabaron tres dictaduras europeas, de Alexandr Baúnov) publicado en ruso en 2023.

Pregunta. Hablemos del libro que escribe…

Respuesta. Aún no está acabado. Lo tenía casi terminado cuando llegó la guerra y (con un gesto ligero de la mano y un esbozo de silbido, Alexiévich indica que el proyecto se evaporó). Quedó claro que era necesario otro enfoque, y es difícil, porque la guerra literalmente nos dejó sin habla, porque las palabras perdieron su sentido, porque no teníamos los términos necesarios, y solo ahora comenzamos a recuperarnos. En El fin del ‘Homo Sovieticus' escribí sobre cómo se hundía aquel imperio, pero ahora ocurre un proceso general. La Rusia profunda y la América profunda se sublevaron y la democracia retrocede en todo el mundo.

P. En el otoño de 2021, usted escribía sobre la oposición bielorrusa duramente represaliada por Lukashenko.

R. Ahora mi libro es más amplio. En los noventa, cuando trabajaba en Second-Hand Time, el subtítulo era ‘El fin del hombre rojo’ [traducido al castellano como El fin del ‘Homo Sovieticus’]. Lo enterré demasiado pronto, porque el Homo Sovieticus no ha muerto, sino que está en el Kremlin y combate y dispara en Ucrania. Algunas cosas de la primera variante valen, pero hay mucho que repensar y rehacer…

P. ¿Podría decirse que, si en El fin del ‘Homo Sovieticus’ se trataba de una composición de cámara con algunos fragmentos allegro ma non troppo, ahora estamos ante una composición para orquesta sinfónica de ritmo más trágico?

R. Nunca me limité a la experiencia bielorrusa, pero ahora esto es más amplio… He leído y visto mucho de lo que ha escrito y filmado sobre lo que hace Lukashenko y sobre las cárceles. Sus autores son rehenes del sufrimiento, y esos libros han dejado de leerse, aunque las cárceles siguen llenas. La gente necesita nuevas respuestas. En los primeros dos años [de la guerra], los ucranianos esperaban que América les ayudara a vencer y nosotros, que Lukashenko cayera para volver a nuestro país y hacer lo que no pudimos hacer en el siglo XX. Pero no fue así. Ahora, ucranianos y bielorrusos están desesperados.

Siento mucho odio hacia Lukashenko, pero creo que todo debe hacerse de acuerdo con la ley y juzgarlo en La Haya

P. Sus personajes ¿son bielorrusos, rusos o ucranianos?

R. Yo me refiero a todos aquellos que fueron barridos de la nave común por una gran ola y que ahora deben replantearse esa experiencia. Todos son náufragos, pero puede que los ucranianos se hayan liberado algo más que los bielorrusos y rusos. Bielorrusia es hoy un país ocupado, donde hay tropas, aviones y campamentos militares rusos, donde hay hospitales militares rusos y talleres de servicio para sus tanques, un país desde el cual los rusos pueden llegar en cualquier momento a Ucrania con nuevas fuerzas. Considerando todo esto, somos cómplices en la agresión, pero en un país ocupado no se puede exigir a la gente que salga a la calle porque la pueden condenar a 15 años de prisión por llevar la bandera bielorrusa [la antigua bandera nacional, prohibida por Lukashenko].

P. Sus obras son corales basadas en testimonios reales. ¿Ha hablado con mucha gente para su nuevo libro?

R. Sí. Este año he trabajado en Praga, Vilna y Varsovia, además de en Berlín. En Europa hay millones de exiliados, bielorrusos, ucranianos y “buenos rusos”. En alguna ocasión he hablado con “malos rusos”, como uno que, antes de incorporarse al frente en Ucrania, vino desde Siberia a despedirse de su hermana, residente en Alemania. Era un tipo de unos 52 años, en buena forma, y contaba que su familia reunida había decidido que la única salida para acabar de pagar la hipoteca y superar los apuros económicos era enviarle a la guerra. Y cuando yo le pregunté si se había alistado solo por dinero, él dijo que odiaba a los jojlí [forma vulgar de referirse a los ucranianos en ruso]. “Los odio y eso es todo”, me dijo sin más explicaciones. Él consideraba que los soldados rusos en Ucrania son héroes, al igual que los soldados soviéticos en Afganistán, y me acusaba de calumniar a estos últimos en Los muchachos de zinc.

P. Entre los materiales para su libro hay también testimonios grabados por un periodista ucraniano, al que las autoridades de Ucrania permiten prestar su móvil a los presos rusos para que hablen con sus familias en Rusia.

R. Sí, he escuchado, por ejemplo, la conversación de un preso con su esposa, quien le comenta que un conocido, combatiente también en Ucrania, ha enviado a su hija un ordenador y zapatillas deportivas y le recuerda que su propia hija va a empezar el curso escolar y necesita una tableta.

Tengo otros testimonios. Una periodista que viajó a Buriatia [territorio siberiano a más de 6.000 kilómetros de Ucrania] conversó allí con una madre que acababa de enterrar a su hijo [muerto en el frente de Ucrania]. La madre comenzó a hablar, pero luego se asustó y se negó a seguir, alegando que, si la periodista lo escribía, no recibiría la compensación por el hijo muerto, con la que pensaba comprar un piso a su hija. Así que afirmó solo que su hijo había caído como un héroe y que, de no haber sido por él, los ucranianos hubieran llegado ya hasta Buriatia. ¡Lo que hace la televisión!

Alguien me ha dicho que en Rusia circula mucho dinero, dinero de la guerra con el que Putin ha comprado el país y ha esclavizado a sus habitantes, especialmente a los de la periferia, que viven mal. Y esa gente pobre se jacta luego de comprar abrigos de pieles y anillos para sus mujeres.

P. También combaten rusos más informados y con mayor nivel de vida.

R. Sí, y se rigen por el lema: “Calla, o de lo contrario, no recibirás el dinero”. O son cómplices o están vendidos. En Bielorrusia, en cambio, Lukashenko no compró a la población, sino que más bien la asustó.

P. ¿Cuándo acabará su libro y qué estructura tiene?

R. Creo que a finales del año próximo. No deseo adelantar su estructura, pero tiene tres capítulos: ‘Tiempo de revolución’, ‘Tiempo de derrota’ y ‘Tiempo eterno’. Se nos han juntado muchas cosas; por una parte la inteligencia artificial, con la que todos nos relacionamos en distinto grado, y por la otra, las columnas de tanques en la frontera con Ucrania. En nuestro tiempo coexisten varias épocas. A menudo la gente me dice que habla con la inteligencia artificial, porque no tiene con quien hablar. Maldita sea.

P. ¿Era el comunismo una idea agonizante cuando escribió El fin del ‘Homo Sovieticus’?

R. Era una idea que agonizaba, pero que no murió y además se hundieron las ideas imperiales. [El artista conceptual] Ilya Kabakov escribió que, cuando estábamos ya satisfechos por haber vencido al comunismo, de repente, al mirar alrededor, vimos que todo estaba lleno de ratas. No sabemos cómo luchar contra las ratas y la literatura tampoco nos lo puede decir. Ese esperpéntico monstruo se fragmentó en un montón de ratas. De él, salieron otros monstruos que habían estado allí comprimidos y resultó que, por dinero, el ser humano puede ir a matar a sus propios hermanos ucranianos. Personas que conocieron la época vegetariana de Leonid Bréznev [máximo líder soviético entre 1964 y 1982] me dicen que los tiempos actuales son más aterradores que entonces, cuando también se encarcelaba, pero menos que en la época dura del Gulag, de la que apenas quedan supervivientes.

P. En la época soviética había gente con ideales. Su padre era militar y no combatió por dinero.

R. Mi padre era comunista, un chico bielorruso listo que dejó el pueblo para estudiar en el instituto militar de periodismo de Minsk y, siendo estudiante, se fue a la guerra porque su país estaba en peligro. Después, le ofrecieron ascender en el partido, pero a cambio de divorciarse de mi madre, porque ella era una ucraniana que había vivido en los territorios ocupados por los alemanes, y ese era un factor negativo para hacer carrera. Mi padre quería a mi madre y no la abandonó, así que lo mandaron de director a una escuela de provincias. Él creía que la idea comunista era buena, pero que Stalin la había estropeado. Cuando regresé de Afganistán y le dije que sus antiguos alumnos actuaban como borrachos y asesinos en aquel país, él se echó a llorar y entonces entendí, ¡ah! [hace una pausa], que el amor estaba por encima. Incluso hubo una época en la que él y mi madre, enfadados conmigo, querían renunciar a mí como si yo fuera un enemigo del pueblo, pero no lo hicieron, porque nos queríamos. Antes de morir, pidió que pusiéramos su carné del partido en el ataúd. Creyó hasta el final.

P. ¿Figuran los presos políticos bielorrusos en su libro?

R. Cuento historias sobre ellos. Por ejemplo, sobre la madre de un informático de talento condenado a muchos años de cárcel por oponerse a Lukashenko. Hizo que le dibujaran el retrato de su hijo sobre un tablón, le puso ruedas y lo llevaba consigo a todas partes.

P. ¿Qué hace Occidente por los presos políticos?

R. Occidente hizo mucho por ellos, pero solo por la vía diplomática. En cambio, Trump ha comenzado a comprarlos y, por lo que sé, Lukashenko se agarró a esto. “El dinero por adelantado”. Y a cambio, recibió piezas para los aviones bielorrusos que ya no volaban. Hay cerca de 2.000 presos en las cárceles, y Lukashenko se niega a liberarlos a todos juntos. Prefiere hacerlo en porciones para recibir algo por cada una de ellas. Peor aún, mete en la cárcel a nuevas personas, a más gente de la que libera, como los que ayudan a los presos políticos o a sus familias.

Estoy en contra del rechazo al ruso en Ucrania. Pienso que es un fenómeno temporal por desesperación

P. Imagino que pedirá un buen precio por María Kolésnikova [una de las líderes de las protestas de 2020, condenada a 11 años].

R. Alguien que ha salido de la cárcel ha contado que quienes seleccionan a los presos para su liberación han comenzado a alimentarla mejor para que tenga mejor aspecto. Sospechan que a lo mejor la están preparando para liberarla.

P. Me impresionó Nikolái Statkévich, el político socialdemócrata, que se negó a abandonar Bielorrusia al ser liberado…

R. No soy partidaria de esta cultura nuestra del heroísmo. ¡Firma lo que sea para que te indulten y vuelve con tu familia! La vida está por encima de todo y lo principal es salir de la cárcel.

P. En 2020 usted era pacifista, ¿y ahora?

R. Lo era y lo sigo siendo. Si el Consejo de Coordinación hubiera exhortado a la gente a tomar las armas, creo que no hubieran salido tantas personas a la calle. Cuando hubo la primera revolución con sus enfrentamientos en Bielorrusia [en 2010] unos parientes de pueblo me pidieron que visitara a un conocido suyo, un chico miembro de las fuerzas de intervención especial, el OMON, que había sido golpeado y estaba en el hospital. Fui a verlo y su vecino de cama era uno de los jóvenes que había protestado. Al ver llorar a sus madres, entendí que yo no podía exhortar a la sangre.

P. Lo entiendo, pero hay situaciones…

R. Si, hay situaciones sin salida, como las que describe el último informe de la relatora de la ONU, Mariana Katzarova, sobre el trato que reciben los presos en las cárceles rusas. Algo horroroso, como serrarles los dientes con una sierra, o torturar a una periodista ucraniana y entregarla sin órganos internos a sus padres.

P. El exilio ¿une o separa?

R. Si hablamos de Bielorrusia, donde el motivo dominante es la experiencia de 2020, los que se fueron acusan a los que se quedaron de complicidad con el régimen y de apatía, y los que se quedaron dicen que viven bien y que es como si nosotros nunca hubiéramos existido, porque no dejamos huellas. Volveré a Bielorrusia cuando todos vuelvan. No volveré sola.

P. ¿Se puede desarrollar la cultura bielorrusa en ruso, al igual que la cultura irlandesa se expresa también en inglés?

R. Yo soy una escritora bielorrusa y escribo en ruso.

P. ¿Qué piensa del rechazo por parte de Ucrania a la lengua rusa y a las obras escritas en ruso?

R. Estoy en contra, pero creo que es un fenómeno temporal por desesperación y no una tendencia permanente. Al fin y al cabo, las lenguas que dejaron los colonizadores en África fueron un camino hacia la civilización. Y esto está muy bien.

P. ¿Siente usted odio por Lukashenko y por sus colaboradores?

R. Mucho, porque no puedo volver a mi casa, pero creo que todo debe de hacerse de acuerdo con la ley y que hay que juzgarlos en el tribunal de La Haya. En el libro tengo un capítulo sobre cómo vamos a aprender a vivir con los verdugos. Pregunto a la gente. Unos, como yo, dicen que hay que enviarlos a La Haya, pero hay otras opiniones. Un hombre me dijo que quería verlos a todos colgados y padeciendo, pero yo creo que el odio es un callejón sin salida, por el que no llegaremos a ninguna parte. El diálogo es la alternativa.

P. La cuestión es cómo transformar el odio en energía constructiva.

R. Sí, por eso digo que la élite religiosa, política, los escritores, los artistas tendrán mucho trabajo.

lunes, 3 de noviembre de 2025

Entrevista con el astrofísico Gustavo E. Romero

 Gustavo E. Romero, astrofísico: “Puede consolarse pensando en su existencia como una cierta extensión en el espacio-tiempo que siempre va a estar ahí”, en El País, por Raúl Limón, 8 ABR 2025:

El filósofo y físico argentino cree que puede haber algo más básico que lo conocido en la estructura de la materia y repasa aspectos como la muerte, los viajes en el tiempo y la idea de dios

La conjunción de la física cuántica y la filosofía es común y muchos científicos navegan por ambas disciplinas en la búsqueda de una de las respuestas fundamentales de la existencia: qué somos. Gustavo Esteban Romero, nacido en la ciudad de La Plata (Argentina) hace 60 años, profesor de Astrofísica Relativista en la Universidad Nacional de La Plata, Investigador Superior del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina y director del Instituto Argentino de Radioastronomía, es uno de ellos. Ha pasado por la Universidad de Sevilla invitado por la Facultad de Filosofía, pero su presencia suscitó de inmediato requerimientos de participación en actos de las facultades de Física y Matemáticas, a los que se sumó sin dudarlo y entre los que concedió esta entrevista donde aborda desde los principios cuánticos hasta conceptos de la vida, la muerte, los viajes en el tiempo o la idea de dios.

Pregunta. ¿La física cuántica explica la realidad?

Respuesta. Es una teoría básica que explica la estructura de la materia y la constitución de los sistemas materiales. Hay otras cosas, como por ejemplo el espacio-tiempo, del cual la mecánica cuántica no se ocupa. Tampoco explica todos los fenómenos de la física. A escala humana, los fenómenos cuánticos desaparecen cuando pasamos a escalas donde hay sistemas muy complejos.

P. ¿Sugiere que hay un sustrato más básico, que hay algo más que desconocemos de esta ontología del mundo a la que se refiere?

R. Hay indicios de que pueda existir algo más fundamental que la mecánica cuántica y el espacio-tiempo, que son los dos grandes elementos constitutivos de nuestra ontología actual. La mecánica cuántica, en su extensión más moderna, que es lo que se llama la teoría cuántica de campos, postula que el sustrato básico del universo son 25 campos que dan lugar a los sistemas materiales que, en última instancia, forman las cosas que vemos. Por otro lado, tenemos al espacio-tiempo, que es descrito por la teoría general de la relatividad. Ahora bien, hay ámbitos de la experiencia que la teoría general de la relatividad no cubre. El propio Einstein ya se dio cuenta de que la teoría predice sus límites, hasta dónde se puede aplicar y en qué casos no se puede ya usar.

P. ¿En qué casos?

R. No se puede aplicar para describir lo que sucede en el centro de los agujeros negros o no se puede aplicar para describir lo que sucedió al comienzo de la expansión cósmica. Cuando se trata de aplicar a esos casos, aparecen infinitos que es una forma matemática de decir que la teoría falla. Eso y otras cosas nos sugieren que quizás haya algo más básico que el espacio-tiempo y que los campos cuánticos, algo de lo cual, quizá, pueda emerger lo que hoy llamamos la realidad.

P. Afirma que los sistemas cuánticos no son ni ondas ni partículas. ¿Qué son?

P. Son sistemas que existen en un ámbito que está muy apartado de la experiencia cotidiana, de los conceptos de onda o partículas de la física macroscópica, a escala humana. Hay propiedades de los sistemas macroscópicos, de los sistemas de la vida cotidiana, que parecen no tener los sistemas cuánticos. Por ejemplo: no parecen tener definido al mismo tiempo lo que nosotros llamamos posición y momento, o sea, no tienen definida la posición y la velocidad de forma simultánea. En ciertos límites, los sistemas cuánticos se comportan en forma similar a una onda y en otros en forma parecida a una partícula. Pero sería un error pensar en ellos con esas imágenes mentales clásicas.

P. También afirma que no existe el colapso de la función de onda, la variación abrupta del estado de un sistema después de haber sido medido.

R. La función de onda que aparece en la mecánica cuántica es un concepto matemático que contiene la información relativa al conjunto de las propiedades del sistema, lo que se llama estado. Pero no puede colapsar porque los objetos matemáticos no pueden colapsar: el número cuatro o una raíz cuadrada o una ecuación no pueden colapsar. Los edificios sí o una escalera o una persona, pero no un objeto matemático. Imagine un dado agitado en la mano. Admite seis estados posibles. Cuando lo pongo sobre la mesa, en las condiciones de contorno de la mesa, una de esas seis posibilidades se materializa. Pero la probabilidad no colapsa, lo que pasa es que hay una evolución del sistema del estado donde no estaban todavía fijadas las condiciones de contorno hacia otro dónde lo están: eso significa que ha habido una interacción. El estado se fija, pero la probabilidad sigue siendo la misma. No hay un colapso de la probabilidad.

Todos los sucesos del universo están determinados desde un principio común. Todos los estados fueron definidos por uno del pasado. En otras palabras, hay un determinismo estricto en el universo

P. ¿Todo está determinado?

R. El entrelazamiento cuántico es una de las propiedades más peculiares y extrañas de la mecánica cuántica. Un sistema cuántico está formado por varios componentes y si hago una determinación del estado de un componente, inmediatamente sé el estado del otro. Son correlaciones instantáneas y no se producen por variables ocultas ni por transmisión de información a una velocidad superior a la de la luz. En un lenguaje cotidiano significaría que todos los sucesos del universo están determinados desde un principio común. Todos los estados fueron definidos por uno del pasado. En otras palabras, hay un determinismo estricto en el universo.

P. ¿No existe el libre albedrío?

R. En mi opinión, hay razones filosóficas para pensar que no existe y que, además, no tiene sentido. Si uno mira el contexto cosmológico, todo el universo era en su origen tan compacto que, básicamente, todos los sistemas estaban en conexión causal unos con otros. Los seres humanos obedecen a las leyes naturales de la misma manera que todo lo que existe, todo lo que es natural. Si no hubiese una relación causal entre mis condiciones y mis actos, sería imposible adjudicarme la capacidad de ejercer actos de acuerdo con mi voluntad. Para que un acto sea libre, para que no sea aleatorio y dependa de mí, debo tener el control sobre ese acto y la única manera de hacerlo es que haya una cadena causal estricta. Todo el mundo puede hacer lo que quiere, lo que no podemos es querer lo que queremos. Los experimentos actuales en neurociencia muestran que la toma de decisiones por parte del cerebro, en general, no están mediados por la conciencia. Los sujetos toman las decisiones, de forma inconsciente, antes de ellos mismos ser conscientes de que han tomado la decisión.

El pasado, el presente y el futuro existen y el conjunto de todos los sucesos que conforman el espacio-tiempo es una totalidad autoexistente

P. Entonces, ¿todo está escrito?

R. No diría que está escrito, sino que está determinado, que no es lo mismo. Estaría escrito si pudiésemos leerlo de alguna manera, pero nosotros no tenemos la capacidad de leerlo ni de proyectarlo hacia el futuro porque los procesos que van ocurriendo son extremadamente complejos, no son lineales y no tenemos posibilidad de predecirlos. Usted espera que yo me comporte de una determinada manera, que no me ponga, de repente, a saltar o a cantar reggaetón. Sigo más o menos la trayectoria que predicen mis eventos previos. Pero los sistemas complejos tienen tantas interacciones no lineales con otros sistemas que es muy difícil predecir su comportamiento. Lo vemos con el tiempo atmosférico, que es mucho más simple que un cerebro. Los meteorólogos pueden hacer predicciones probabilistas con una ventana de, a lo sumo, una semana. Pero pretender hacerlo más allá es prácticamente imposible porque pequeñas perturbaciones en las condiciones iniciales se propagan rápidamente y producen enormes cambios en los resultados.

P. ¿Las partículas tampoco son elementos de la materia sino propiedades, no son esas bolitas que imaginamos dando vueltas en torno a un núcleo?

R. La teoría cuántica de campos, que es la mejor corroborada que tenemos hoy sobre la estructura de la realidad, de la materia, postula la existencia de esos 25 campos que mencionábamos y que admiten excitaciones discretas, que son las partículas. Las puede ver en un sistema de referencia y, en otro, desaparecen. Si usted se mueve de forma acelerada, habrá un flujo térmico y determinadas partículas aparecerán en su sistema de referencia. Pero si se mueve en un sistema inercial, con velocidad constante, esas partículas no están. Nada aparece y desaparece de la nada. Lo que sucede es que las partículas son propiedades de los campos y distintos detectores pueden detectarlas o no. Si en un autobús se fija en la persona que está sentada al lado, no se está moviendo. Si mira desde la calle a esa persona, esta se mueve a cierta velocidad: cambia el sistema de referencia y cambian las propiedades. Lo mismo pasa con las partículas. Los campos cuánticos no desaparecen, siguen existiendo. Lo que tiene la realidad ontológica en última instancia es el campo, las excitaciones se pueden percibir o no de acuerdo al sistema en el cual se está.

En última instancia, ¿qué es lo más simple de lo que está compuesta la realidad? Campos cuánticos que, al interactuar, se excitan y forman esto que nosotros llamamos partículas

P. Pero ¿qué somos? Las moléculas están formadas por átomos y estos, a su vez, por partículas

R. Somos algo mucho más complejo que eso, porque la realidad se va organizando en niveles. Usted tiene propiedades que las partículas que lo conforman no tienen. Las partículas tienen carga eléctrica y usted no. Usted puede pensar, caminar y hablar, pero las partículas no, y tampoco las células, que están en un nivel intermedio, ni los tejidos ni los órganos. Hay funcionalidades y una emergencia de nuevas propiedades a medida que uno asciende en la complejidad. Ahora, cuando va hacia abajo, hacia el sustrato hasta donde sabemos ahora —porque yo dejo abierta la puerta a que haya sustratos aún más más elementales—, lo que tenemos son los campos cuánticos. En última instancia, ¿qué es lo más simple de lo que está compuesta la realidad? Campos cuánticos, que, al interactuar, se excitan y forman esto que nosotros llamamos partículas. Las pensamos como si fuesen cosas, pero en realidad son propiedades. Son como las olas de la superficie agitada del mar. Las olas forman remolinos y formas complejas Ahora piense que, en vez de agua, tiene campos y una tormenta de interacciones muy complejas. Usted, yo, el lector, somos esas tormentas.

P. ¿Entonces somos campos cuánticos?

R. Somos más porque, insisto, hay emergencias de propiedades que no debemos subestimar. Piense de nuevo en un torbellino en el agua: tiene un montón de propiedades, vorticidad, temperatura, cosas que no tienen las partículas que forman el agua. Se van perdiendo las propiedades de las partículas y otras emergen.

P. Con la muerte, con la pérdida de esas propiedades, ¿queda un sustrato cuántico?

R. La muerte es un término que se aplica a los sistemas complejos vivientes. Yo no lo aplicaría a un campo. Si vamos hacia el pasado del universo, esos 25 campos, a medida que la temperatura se va incrementando, a medida que las condiciones se van haciendo más extremas, se empiezan a unir unos con otros. Por ejemplo, el campo electromagnético se une con el campo débil y forman el campo electrodébil. Entonces pasamos a tener menos campos hasta conformar un único gran campo cuántico que sigue existiendo sobre el espacio-tiempo. ¿Cómo de ese campo unificado emergen los demás? No lo sabemos.

P. ¿Sobrevivimos en un estado cuántico?

R. Puede consolarse, quizás, pensando en su existencia como una cierta extensión en el espacio-tiempo que siempre va a estar ahí, en el sentido de que ese espacio-tiempo al ser cuatridimensional y no haber una quinta dimensión en la cual todo ese conjunto evolucione, siempre está ahí. Imagine el nacimiento como un borde espacio-tiempo y la muerte como el otro extremo. Sería como la diferencia entre mi cabeza y los pies: distintos aspectos de una entidad extendida en el espacio-tiempo. Muerte y nacimiento son bordes, como lo es mi piel.

Imagine el nacimiento como un borde espaciotemporal y la muerte como el otro extremo. Sería como la diferencia entre mi cabeza y los pies: distintos aspectos de una entidad extendida en el espacio-tiempo. Muerte y nacimiento son bordes, como lo es mi piel

P. ¿Qué es el eternalismo que defiende?

R. Es la idea de que no es solamente el presente es lo que existe, sino que el pasado, el presente y el futuro existen y que el conjunto de todos los sucesos que conforman el espacio-tiempo es una totalidad autoexistente.

P. ¿Podríamos entonces viajar en el tiempo?

R. Digamos que hay soluciones a las ecuaciones de Einstein que hacen posible el viaje en el tiempo. De hecho, no hace falta algo muy sofisticado. Hay un agujero negro en el centro de nuestra galaxia. Si usted arrojase una sonda con una persona muy cerca del horizonte de sucesos y retornase, ese astronauta volvería al futuro, el tiempo transcurrido en la Tierra durante el viaje es mucho más largo que el tiempo experimentado por la persona que viajó. Hay otras soluciones que no sabemos si se dan en el mundo real, como los agujeros de gusano, que conectarían dos regiones del espacio-tiempo muy separadas. Hay trabajos publicados en la literatura científica donde el universo es una misma entidad autoexistente y la causa que genera el comienzo de la expansión, en realidad, está en el futuro. No digo que sea el caso, sino que es concebible. En realidad, no hay un devenir, sino una relación de antes o después de los sucesos

P. ¿Entonces somos eternos?

R. Eterno no significa ilimitado, sino que uno ocupa una región de un espacio-tiempo que abarca la totalidad, todo lo existente. Uno es una subregión de ese espacio-tiempo y esa subregión no cambia respecto a un súpertiempo. Trate de no pensar en tres dimensiones que van cambiando respecto del tiempo, que es el de la cuarta dimensión, sino en un todo que incluye a esa cuarta dimensión. Es un paquete que no puede cambiar y lo que uno puede establecer son relaciones entre los objetos que están ahí adentro, pero la totalidad no puede cambiar porque el tiempo está ahí dentro como una dimensión más. Lo que yo estoy percibiendo ahora es simplemente un momento, lo que está sucediendo ahora es que su cerebro va integrando distintas clases de sucesos que están relacionados causalmente de tal manera que crea esa ilusión de devenir, pero, en realidad, no hay un devenir, sino una relación de antes o después de los sucesos, no hay una aparición y desaparición de los sucesos.

P. ¿Dios existe?

R. Como suele suceder en filosofía, depende de qué es lo que usted entiende por dios. Si se refiere al dios de los teólogos, un ser supremo creador del universo, pero distinto del universo, que es un agente intencional, omnisciente, omnipotente, benevolente, etcétera, creo que los distintos atributos que se le asignan entran en colisión unos con otros, lo cual hace que sea contradictorio y es imposible que se corresponda con una entidad real. Creo que, en general, los agentes supranaturales que violan lo que hemos establecido en las leyes naturales no existen. Es lo que se llama, desde un punto de vista filosófico, naturalismo: que todo lo existente obedece a las leyes naturales. Yo voy un poco más allá y sostengo el materialismo que, además, sostiene que lo único existente son entidades materiales con las cuales es posible tener interacción y que pueden existir en distintos estados. Eso excluye no solo a dios, sino a cosas como fantasmas, entes espirituales o almas.

Entrevista al físico Alberto Casas sobre su nuevo libro y la entropía

 Alberto Casas, físico: “El libre albedrío es una ilusión creada por nuestro cerebro. Todo lo que va a suceder está ya escrito”, en El País,  por Raúl Limón, 3 NOV 2025:

El científico publica ‘La ilusión del tiempo’, un viaje por las disciplinas que abordan una esquiva “coordenada para describir el mundo”

“La muerte no significa nada. Para nosotros, que creemos en la física, la separación entre pasado, presente y futuro solo tiene el significado de una ilusión, aunque persistente”. Es parte del pésame que el revolucionario físico Albert Einstein envió a la familia de su amigo y excompañero del Instituto Politécnico Federal de Zúrich (Suiza) Michele Besso tras su fallecimiento en 1955. La misiva la recoge el doctor y profesor de Investigación del CSIC en el Instituto de Física Teórica (CSIC-UAM) Alberto Casas en su último libro, La ilusión del tiempo (Ediciones B, Penguin Random House 2025), el vehículo del científico zaragozano para viajar por las ramas de la física que han contribuido a la comprensión del algo que define como “coordenada imprescindible para describir el mundo”. Y en cada intensa y mentalmente desafiante parada de ese itinerario se despliegan respuestas y preguntas sobre cuestiones fundamentales de la existencia cotidiana.

Pregunta. ¿Es el tiempo una ilusión?

Respuesta. El tiempo no es una ilusión, pero la manera en que lo percibimos sí lo es. Es una coordenada necesaria para describir el mundo: para identificar un acontecimiento cualquiera necesitas tres coordenadas espaciales para definir dónde se produjo y una coordenada temporal para diferenciarlo de otros que ocurrieron en ese mismo lugar. Ahora bien, la manera en que lo percibimos y, en particular, cómo pasa, sí puede ser una ilusión.

P. Afirma que ni presente ni pasado ni futuro tienen un significado absoluto.

R. En nuestras escalas cotidianas tendemos a pensar que el presente del universo es el conjunto de todos los acontecimientos que se están produciendo en un instante dado. Sin embargo, la teoría de la relatividad demuestra que, para otro observador, los acontecimientos que se producen simultáneamente son otros y, por lo tanto, no hay un presente objetivo, aunque para todos los observadores en la Tierra los hechos que configuran la realidad son prácticamente los mismos. Pero eso no deja de ser una aproximación. En cuanto al pasado y el futuro, la sensación de que el pasado ya ocurrió y es inamovible, mientras que el futuro aún no ha ocurrido y está abierto, puede ser una ilusión debida a que tenemos mucha más información acerca de los eventos pasados que de los futuros por un efecto sutil que es el incremento de entropía [desorden de un sistema] a medida que el tiempo avanza. Eso hace que ciertos eventos dejen huella, registros, y otros no. Los primeros son los que situamos en el pasado, y nos parece que ya han ocurrido, a diferencia de los que situamos en el futuro.

La sensación de que el pasado ya ocurrió y es inamovible, mientras que el futuro aún no ha ocurrido y está abierto, puede ser una ilusión

P. ¿Quiere decir que el futuro existe, pero no tenemos datos sobre él?

R. Si dejamos por un momento a un lado la física cuántica, las leyes de la física nos dicen que, a partir de un cierto estado, como el actual que vivimos, podemos reconstruir tanto el pasado como el futuro. En principio sería posible porque las leyes de la física te dan una correlación perfecta. Es como una pelota que bota y, en un punto, puedes reconstruir su futuro, que será seguir rebotando en la dirección que sea, y también puedes reconstruir su pasado. Cuando recordamos algo, lo que hacemos es reconstruir o deducir cómo fueron las cosas en otro momento a partir de los datos del presente.

P. Entonces, tanto pasado como futuro están fijados.

R. La única diferencia es que, debido al aumento de entropía, sobre los hechos del pasado tenemos mucha más información que sobre los del futuro. Pero eso no significa que sean más reales. La física cuántica complica esta perspectiva porque puede hacer que, con la información disponible en un momento dado, no sea posible reconstruir totalmente ni los hechos del pasado ni los del futuro, pero seguirían estando al mismo nivel.

Está probado de forma rotunda el viaje hacia el futuro

P. ¿Es posible viajar en el tiempo?

R. Está probado de forma rotunda el viaje hacia el futuro. La Teoría de la Relatividad nos enseña que el tiempo no transcurre igual en todos los sitios. Una de las ilusiones de nuestra percepción es que el tiempo avanza al mismo ritmo en todos los sitios, pero eso no es así. Para los objetos que se mueven a más velocidad o están en un campo gravitatorio mayor, el tiempo transcurre más lentamente. Por ejemplo, el tiempo transcurre más rápido en la cabeza que en los pies. Esto está probado experimentalmente. Cerca de un agujero negro, para ti, puede pasar un año y lejos de él habrán pasado 100 o 1.000. Es una manera de viajar al futuro. Otra es ir en una nave capaz de alcanzar velocidades cercanas a las de la luz (algo imposible con nuestra tecnología actual). Te das un paseo por el universo y al volver ha podido pasar un siglo.

P. ¿Y al pasado?

R. Es mucho más difícil, pero la Teoría de la Relatividad General abre la puerta a esa posibilidad con configuraciones de materia y energía muy peculiares (y poco realistas) que den lugar a los llamados bucles temporales cerrados.

P. ¿Pero el pasado sería inamovible?

R. En estos escenarios de materia exótica que generan bucles temporales cerrados no habría paradojas lógicas porque tú volverías al mismo punto del espacio-tiempo y, por lo tanto, volverías exactamente a la misma situación en la que estabas. No percibirías nada, no sentirías que habías hecho el viaje temporal. Entonces no se produciría ninguna paradoja lógica porque vuelves a la misma situación. Habría, tal vez, otra manera de viajar hacia el pasado, que es a través de agujeros de gusano: configuraciones hipotéticas del espacio-tiempo complejas y muy inestables, una especie de túneles. Pero nunca podrías asesinar a tu abuelo porque entonces no habrías nacido en primer lugar. La naturaleza no puede comportarse de manera contradictoria.

Todos los procesos, en realidad, son reversibles

P. ¿Hay sucesos irreversibles?

R. Todos los procesos, en realidad, son reversibles. Un ejemplo clásico es un huevo que cae al suelo y se rompe. Que se recomponga solo y salte otra vez a nuestras manos es extremadamente improbable, pero no imposible. Sin embargo, es tan difícil que suceda que, en la práctica, los llamamos procesos irreversibles.

P. ¿Y el libre albedrío es una ilusión?

R. Si las leyes de la física son deterministas, entonces es evidente que no tenemos libre albedrío porque todo lo que va a suceder está ya escrito. Pero tampoco la física cuántica, que es intrínsecamente probabilística, facilita el libre albedrío. Las hechos pueden no estar predeterminados, pero sí sus probabilidades, y nosotros no podemos afectarlas de ninguna manera sin violar las leyes de la física, no tenemos control sobre ellas. Por eso creo que el libre albedrío es una ilusión creada por nuestro cerebro, la sensación de que controlamos nuestros actos. Cuando hacemos algo, parece que es el resultado de una libre elección, pero en realidad la decisión ya estaba tomada. Muchos experimentos neurológicos indican que las decisiones están tomadas una fracción de segundo antes de que seamos conscientes de ellas. Desde el punto de vista de la física, no puede ser de otra manera: no hay ninguna ley física que, en mi opinión, dé espacio a la libre elección de un ser consciente como somos nosotros. No es una conclusión muy agradable, lo reconozco, pero parece ser lo que dice la física.

P. ¿Entonces no somos responsables de nuestros actos?

R. La única manera razonable de comportarse en la práctica es como si fuéramos libres para elegir, porque si no, sería el caos absoluto. Si nos queremos proteger, por ejemplo, de quien comete un delito, tenemos que hacerle responsable de sus actos. Por otra parte, aunque en el fondo no seamos libres, no es lo mismo una decisión tomada conscientemente y de forma consistente con todos tus esquemas de valores morales que una decisión tomada por una persona enferma que no se da cuenta de lo que está haciendo. En la práctica, no podemos atribuirle el mismo grado de responsabilidad, pero eso no impide que, en un nivel muy profundo, carezcamos de control sobre lo que hacemos.

P. ¿El envejecimiento es también por entropía?

R. Los procesos biológicos son procesos en los que la entropía aumenta, lo que implica una degradación natural. Para mantenerlos necesitas un suministro de energía con entropía muy baja, que es la útil. Por ejemplo, el calor de la Tierra sin más no nos sirve para nada porque está casi en equilibrio térmico. Es completamente inútil para procesos biológicos, que se producen gracias al aporte continuo de energía de alta calidad, con muy baja entropía, que nos proporciona el Sol.

No veo ninguna contradicción física en que se pudiera revertir el proceso de envejecimiento

P. Dice la también física Sabine Hossenfelder que morimos por el aumento de la entropía.

R. Es cierto que el proceso de degradación y de muerte de un ser vivo se puede ver como un proceso de aumento de la entropía y de vuelta al equilibrio térmico. Pero dado que tenemos un suministro permanente de energía de baja entropía proveniente del Sol, en principio, sería posible revertir ese proceso de degradación. No veo ninguna contradicción física en que se pudiera revertir el proceso de envejecimiento aprovechando la energía útil que viene del Sol o de otra fuente de energía con muy baja entropía.

P. Entonces no morimos, sino que nos transferimos a un estado macroscópico con diferente entropía.

R. Depende de cómo se defina morir. Si es que tu cerebro deja de funcionar, dejas de estar consciente y la información que tenías se dispersa en el universo, pues entonces sí que morimos. Si defines morir como que la información se destruye completamente, pues, en ese sentido, podemos decir que no morimos porque la información sigue estando ahí, dispersa, de una manera totalmente irrecuperable, pero sigue estando ahí. Es como un libro quemado: la información que contenía pervive en las cenizas y en los gases de la combustión, aunque sea imposible de recuperar en la práctica.

“Estamos vivos gracias al principio de incertidumbre”

P. ¿Si alguien pudiera ser capaz de revertir ese nuevo estado al estado inicial, podría recrear la existencia?

R. Al fin y al cabo somos sistemas físicos. Es como un coche accidentado. A partir de los restos podrías acabar reconstruyéndolo. Un ser vivo es un sistema complejo muy organizado, pero, en principio, a partir de los restos de una persona fallecida se podría reconstruir la persona como era inicialmente (a costa de aumentar la entropía global). Sería terriblemente difícil, por supuesto, pero no veo ninguna imposibilidad para hacerlo.

Podemos decir que no morimos porque la información sigue estando ahí, dispersa, de una manera totalmente irrecuperable, pero sigue estando ahí

P. La teoría de los muchos mundos, que también desafía nuestra percepción del tiempo, significa que vivimos realidades paralelas, pero que solo somos conscientes de una.

R. Hay que dejar claro que se trata de una hipótesis, concretamente sobre lo que sucede durante el proceso de observación. Según la interpretación ortodoxa, llamada interpretación de Copenhague, cuando un sistema físico está en una superposición de estados y tú lo observas, solo una de esas posibilidades se materializa y el resto desaparece. Esta interpretación es la que todos utilizamos en la práctica, pero tiene problemas conceptuales importantes. Otra interpretación más satisfactoria conceptualmente, en mi opinión, es la debida a Hugh Everett, según la cual no se produce el colapso del estado: el sistema no se materializa en una de las posibilidades, sino que todas siguen coexistiendo en superposición. Desde tu punto de vista, solo eres consciente de uno de los estados cuánticos, pero hay otras versiones de tu yo, en un número gigantesco, que son conscientes de las otras alternativas. Solamente percibes una de las posibilidades de evolución del mundo, pero hay otras sucediendo simultáneamente en el mismo sitio, aunque sean invisibles.

P. ¿Vivimos muchas vidas de forma simultánea pero solo somos conscientes de una? ¿Puedo avisar a mi otro yo de que no firme el crédito?

R. [Ríe] Insisto en que es una hipótesis. Un ejemplo que uso es que si compras un billete de lotería, cuando se celebre el sorteo, algunos de tus “yoes” verán que sale ese número. Es decir, todas las posibilidades se acaban realizando en alguna rama de tu estado cuántico. Pero es solo una hipótesis, aunque perfectamente seria, para interpretar la mecánica cuántica. Hay que añadir, y esto es importante, que la interacción entre “los mundos” es imposible. Es decir, una vez que se han creado, ya no hay posibilidad de comunicación ni de afectarse unos a otros. Comunicarse con otros mundos paralelos quedaría excluido en esta hipótesis.

Entrevista a la física Sabine Hossenfelder

 Sabine Hossenfelder, física: “Si confías en las matemáticas, somos inmortales”, en El País, Raúl Limón, 2 OCT 2024:

La científica alemana defiende que la información no puede ser destruida y, en principio, es posible que un ser superior, algún día, de alguna manera, la vuelva a ensamblar y la traiga de vuelta a la vida

¿Hay algo después de la muerte? ¿Qué sentido tiene la vida? ¿Somos solo un saco de átomos? La científica Sabine Hossenfelder, nacida en Fráncfort (Alemania) hace 48 años, está convencida de que, si hay una ciencia capaz de encontrar respuestas a las preguntas existenciales de la humanidad, esta es la física. Especializada en física teórica y gravedad cuántica, compagina sus investigaciones al frente del grupo de análisis gravitatorio del Instituto de Estudios Avanzados de su ciudad natal con la divulgación (es la creadora del canal de YouTube Science without the gobbledygook o Ciencia sin palabrería). Su último libro, Física existencial, publicado por Pinolia en español este año, está dirigido a “quienes no han olvidado plantearse las grandes preguntas y no temen las respuestas”.

Pregunta. A todas las personas relevantes de la ciencia que entrevista les pregunta si son religiosas. Usted se define como pagana y agnóstica, pero siempre deja un puente entre ciencia y religión, así que la imito: ¿es usted religiosa?

Respuesta. No. Pero sí creo que la conciencia humana, y la complejidad en general, está más estrechamente entrelazada con el universo en su totalidad de lo que apreciamos actualmente. Es decir, aunque no me adhiero a ninguna religión reconocida, también tengo creencias que no se basan en pruebas.

P. Asegura que la información de una persona, si confiamos en las matemáticas, sigue ahí después de la muerte, dispersa en el universo, para siempre. ¿Somos inmortales?

R. Si confías en las matemáticas, sí. Pero no es una inmortalidad en el sentido de que, después de la muerte, te despertarás sentado en el infierno o en el cielo, las cuales, seamos honestos, son ideas muy terrenales. Es más que, dado que la información sobre ti no puede ser destruida, en principio es posible que un ser superior algún día, de alguna manera, te vuelva a ensamblar y te traiga de vuelta a la vida. Y dado que no tendrías memoria del tiempo que pasa en el medio, ¡que podrían ser 10¹⁰⁰ billones de años!, usted se encontraría en un futuro muy lejano.

P. En el mismo sentido, afirma que nuestra existencia trasciende el tiempo. “Siempre hemos sido y siempre seremos hijos del universo”, escribe. ¿Significa que en la vida y después de ella hay un vínculo permanente con el sistema universal mientras este exista?

R. Piense en la muerte como una gota de tinta que cae en el océano. Usted es la gota y el océano es el universo. Lo que compuso la gota (usted) se esparcirá en el océano (universo) y se volverá irreconocible. Pero nunca desaparece.

P. Si todas las teorías sobre el origen del universo son “pura especulación”, ¿debería descartar la idea del Big Bang?

R. El Big Bang es actualmente la más simple de nuestras teorías sobre el comienzo del universo. Eso la hace la más difícil de descartar. Pero eso no significa que sea correcta. Tal vez la historia real sea más complicada que eso. Nuestras observaciones actuales no pueden decírnoslo. Yo diría que el Big Bang es, en este momento, la explicación científicamente más pragmática, pero creo que es científicamente justificable que creas en otra cosa, como un universo cíclico.

P. ¿Morimos por el aumento de la entropía, el desorden o la incertidumbre de un sistema? ¿Vivimos a causa de la antientropía?

R. Se puede preguntar sobre las causas de la muerte en muchos niveles de explicación. Un médico podría darle una explicación sobre el nivel de fallo orgánico. Un neurobiólogo podría darte una explicación basada en los procesos celulares que contribuyen al envejecimiento. Como física, diría que lo que en última instancia nos mata es nuestra incapacidad para mantener el orden, por lo tanto, es el aumento de la entropía. La antientropía no es un término que usemos en física, pero se podría identificar vagamente con la energía libre, que es lo que se necesita para disminuir la entropía. La principal fuente de energía libre de nuestro cuerpo son los alimentos. Lo usamos para movernos y para mantener las funciones de nuestros órganos, siempre que podamos. Pero los errores se acumulan inevitablemente y, finalmente, nuestros cuerpos tienen un mal funcionamiento que no podemos reparar. Es posible que en el futuro mejoremos mucho en la reparación de nuestros cuerpos y vivamos mucho más tiempo. Y, sin embargo, el aumento de la entropía nos atrapará con el tiempo, porque, en última instancia, hará que la vida sea imposible en todo el universo.

El Big Bang es actualmente la más simple de nuestras teorías sobre el comienzo del universo. Eso la hace la más difícil de descartar. Pero eso no significa que sea correcta

P. Escribe que el futuro es fijo, salvo por eventos cuánticos ocasionales en los que no podemos influir. ¿Qué eventos cuánticos?

R. Por evento cuántico me refiero aquí a cualquier evento cuyo resultado no esté predeterminado. Esta es la característica más distintiva de la mecánica cuántica, que los resultados de algunos eventos son imposibles de predecir. Esto podría ser, por ejemplo, la radiación UV [ultravioleta] que incide en una célula de la piel. ¿Causará, o no, suficiente daño como para crear una mutación cancerosa que te matará dentro de cinco años? Solo podemos predecir la probabilidad de que suceda, pero no podemos predecir con certeza lo que sucederá.

“No he encontrado a Dios en el universo, pero Einstein sí, en la perfección y la belleza de sus leyes”

P. Su libro comienza con la pregunta de un estudiante sobre la teoría de su abuela de que sobrevivimos en un sistema cuántico. Ya que el ser humano está compuesto básicamente por 10 elementos químicos, ¿pueden sus partículas trascender la muerte biológica?

R. Los elementos químicos sobrevivirán durante mucho tiempo y, después de eso, todavía quedan las partículas subatómicas de las que están hechos. La respuesta a la pregunta depende de lo que se haga con el problema de medición en mecánica cuántica. ¿Es posible que alguien (o algo) mida todo el universo? Si crees que sí, la información dentro del universo puede perderse para siempre. Pero creo que no es posible: ¿quién haría la medición? Esta es la razón por la que creo que la información dentro del universo se conserva para siempre, y también lo hace la abuela fallecida.