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martes, 29 de julio de 2025

Perífrasis y sinónimos para decir "tonto" en español

 Estas primeras expresiones son selección de la adorable Spain Sprinkles. No se limitan solamente a significar, sino que cuentan toda una película y, muy importante, ayudan a disimular con ingenio y humor la referencia a que alguien es tonto:

“Tienes menos luces que un barco pirata”, "una patera", "un socavón", "una narcolancha", "un carro de Eroski" o "el dormitorio de un topo"

"No es el lápiz más afilado del estuche"

"Tiene la bombilla fundida"

"Le falta una patata para el kilo"

"Eres la razón por la que el champú trae instrucciones"

"Le falta riego" o "no le llega la sangre al cerebro"

"Le falta un verano"

"La inteligencia lo persigue, pero él va más rápido", de los Luthiers.

"No era de los que levantaban la mano en clase"

"Tiene pinta de aplaudir cuando aterriza el avión"

"A este lo mandas a espiar y toca el timbre"

"El ascensor no llega al ático"

"Hay luces encendidas, pero no hay nadie dentro"

"No le gira bien el plato del microondas"

"Sus padres son hermanos", muy bruta 

"Desconectado, con el wifi emocional un poco débil"

"Navega sin brújula", "GPS" o "con la batería al 2% "

"El mundo todavía no está listo para tus ideas"

Una IA suministra otras: "No llega a fin de mes", "Tiene menos idea que una piedra".

Sinónimos: tonto, bobo, idiota, estúpido, insensato, necio, memo, simple, zopenco, ceporro, lelo, mentecato, majadero, imbécil, zote, lerdo, cretino, fatuo, atolondrado, atontolinado, tontaina, babieca, bobalicón, empanado, mastuerzo, soplagaitas, bobalias, botarate, boquiabierto, atontado, gil, gili, gilipuertas, gilipollas, panoli, panarra, obtuso, palurdo, sandio, estólido, capullo, piernas, cabezón, bodoque, mendrugo, cazurro, pasmado, patán, pazguato, pardillo, pelele, pedorro, pandero, pavisoso, papanatas, papamoscas, petardo, pasmarote, adoquín, orate, deficiente, subnormal, aturdido, inepto, inútil, ignorante, rudo, tocho, limitado, chiquilicuatre, corto, torpe, bruto, tontucio, descerebrado, lobotómico, bausán, vaina, pánfilo, marmolillo, zafio, tarado, turulato, vacaburra, tocino, mamón, mamerto, mameluco, mamacallos, mongólico, zonzo, cenutrio, meliloto, estulto, beocio, efesio, gaznápiro, porro, lipendi, celestial, mamarracho, chirimbaina, zascandil, soso, desaborido / esaborío, e incluso expresiones más informales como "cabeza hueca", "caído de la cama, de la esfera, de la hamaca, de la mata, del catre, del níspero, del palto, del zarzo", o "no dar más de sí". En Aragón: morrofiemo, carnuz, samarugo, pansinsal, desustanciao; en La Mancha: licenciao, censo, bacín.

Con  animales o plantas: merluzo / merluza, besugo, percebe, cernícalo, burro, borrico, asno, acémila, cabestro, chorlito, ganso. Melón, alcornoque, berzas o berzotas, membrillo, tontolhaba. Frases hechas: tonto de capirote (es decir, graduado o doctor), ser un licenciado, un tonto del bote, cabeza de chorlito. Metafóricos y creativos: un tontaco o peinabombillas, apocado o cagalindes, un inútil o habahelá, uno que siempre se equivoca o pataliebre, un pelmazo o cansalmas.

Del boxeo: sonado. De la carpintería: tarugo. 

De Hispanoamérica: pendejo, lentejo, gafo, abismado, dundo, dundeco, adundado, guachinango, opa, cocoliso, abombado, zanguango, paparulo, asnúpido, boludo, pelotudo, huevón, bachilín, agilado, soroco, tolongo, cabeceburro, papafrita, otario, tarúpido, tarado, guanaco, meso, cojudo, desorejado, noneco, maje, zurumbo, turro, tolete, zapallo, pinacate, turuleco, topado, zopilote.

Selección del clásico José María Iribarren: no saber ni jota, no saber cuántas son cinco. No saber de la misa la media / mitad, sacar lo que el negro del sermón (por un cuentecillo proverbial que venía a decir que un negro entró en una iglesia y salió después de escuchar el sermón con los pies fríos y la cabeza caliente, lo primero porque iba descalzo, lo segundo por esforzarse en balde para entender lo que decía el predicador).

-Cuando el burro toma la linde, la linde se acaba, pero el burro sigue.

-Te sobra un cromosoma.

-Le faltó oxígeno al nacer.

-No tiene dos dedos de frente.

-No ser el cuchillo más afilado del cesto.

-No tener todos los patitos en fila, o se le salieron patitos de la fila.

-Le faltan 10 segundos de microondas.

-¿Eres tonto o te entrenas?

-Le falta un golpe.

-Es la vieja de la cuenta.

-Tener las neuronas justas para respirar o para no cagarse encima.

-Ser más corto que la picha de un virus, que las muletas de un cocodrilo o que las mangas de un sujetador.

-Está en la higuera.

-Donde no hay mata, no hay patata.

-Donde no hay, no roban.

-Ser más tonto que Abundio / Pichote, que fue a la vendimia y de postre se llevó uvas, o vendió el coche para comprar gasolina, o paseaba las vacas en brazos.

-Tuviste un golpe pediátrico.

-Le falta un hervor.

-Un poco más tonto, y no nace.

-Le derrapan las neuronas.

-Ser más basto que un polo de chorizo.

-Ser más lento que un desfile de cojos.

-Más tonto que (ni) de encargo.

-Donde no hay luz no hay contador.

-No se pueden pedir peras al olmo.

-Es más corto que el rabo de una boina o que las mangas de un chaleco.

-Hay días tontos, y tontos todos los días.

-Le queda un centrifugado.

-Aunque llegue pronto se le nota el retraso.

-Está más espeso que las natillas de alquitrán.

-Es más tonto que un perro chiquito.

-Le falta un par de caramelos en el frasco.

-No le llega agua al tanque.

-Más bruto que un caballo de palo.

-Lo único que tiene en la cabeza es pelo.

-Es más cerrado que una caja fuerte.

-Está en la higuera, o en el limbo.

-No ve más allá de sus narices, no tiene inquietudes

-Se cae de un guindo

-No eres más tonto porque no entrenas

-Es más tonto que un pollo sin cabeza.

-Eres más tonto y naces sin cabeza.

-Eres más tonto que mis pelotas / cojones, que llevan veinte años juntas y no se hablan.

-Tu árbol genealógico tiene forma de circunferencia.

-No está acabado o está sin terminar.

-Te has quedado como las vacas mirando al tren.

-Un poco más y nace botijo. Es más simple que el funcionamiento de un botijo.

-Tiene una gotera en la azotea.

-A este lo segaron verde.

-Se sacó el DNI a la segunda.

-Juega con uno menos.

-Si vas por coca a Colombia te traes pepsi.

-Este da pa una subvención.

-No es la farola que más alumbra.

-En un concurso de tontos, lo descalifican por jugar con ventaja.

-Aún espera su premio Nobel.

-De pequeño bajaba de la cuna de cabeza.

-Hace tiempo que no paga la factura de la luz.

-Se perdió varios capítulos de Barrio Sésamo.

-Usa la cabeza solo para peinarse.

-Ser como el sastre del Campillo / que cosía de balde y ponía el hilo.

viernes, 9 de mayo de 2025

Breve antología del insulto

 Breve antología del insulto, por Marcos Pereda

Lo sientes nacer en un espacio indeterminado de tu estómago. Lentamente. Al principio es poco menos que un borborigmo amorfo, el equivalente en sonido de las criaturas fungosas de Lovecraft. Poco a poco se va componiendo, de manera lánguida, deliciosa, puliendo las aristas. Dibuja el alcance, paladea el impacto. Asciende desde tus más profundas entrañas, toma aire en los pulmones, saca fuerzas de tu corazón, se encamina hacia tu boca. Subglotis, glotis, epiglotis, cuerdas vocales que cimbrean alegres el adecuado tono. Y llega hasta tus labios. Pam. Seco, sonoro, contundente. Miradas aterradas, pequeños gritos que se ahogan, gestos de incredulidad, a lo mejor cierta sonrisa condescendiente. Notas como si te hubieses quitado un peso de encima. Qué bien sienta.

No manejo el dato, pero tengo pocas dudas de que las primeras palabras expresadas con claridad por la boca de algo que podemos denominar homo sapiens serían un insulto. Posiblemente llamando feo a su interlocutor, o por el estilo. Y es que si de aguzar el ingenio y forzar las meninges se trata lo de la falta de respeto es campo insuperable…

Lo podemos constatar desde la antigüedad. La Epopeya de Gilgamesh, la narración épica más ancestral conocida, está trufada de insultos. Insultitos, podríamos decir, cosas como «hediondo» apareciendo aquí y allá para solaz de G. R. R. Martin, imagino (o de Cristina Macía, su traductora, vaya). Brota también, de forma paralela, la mímica para acompañar a estas palabras. Ya desde los textos homéricos se coloca la mano abierta con los dedos muy extendidos y separados entre sí, la palma dirigida directamente a quien se está injuriando. Esto se utiliza aún en Grecia, así que cuidado si están de vacaciones y pretenden pedir cinco copas en un pub, porque pueden salir a hostias…

Como les digo, imprecaciones sin mayor maldad, más allá de desear que te pudras en los infiernos y toda tu parentela perezca. Pero sin calidad rítmica, sin magia. Para eso debemos esperar a los romanos, que eran unos tipos mucho más pragmáticos, y con un estilo decadente casi desde el principio que vuelve loco al amante de lo corrompido. Una civilización que deja plasmado, en los famosos restos de Pompeya, el relieve de un pene rodeado por la leyenda HIC HABITAT FELICITAS («aquí se encuentra la felicidad»). Ya ven, los poetas de los urinarios públicos tienen sus propios clásicos. Pues bien, estos romanos sí que nos legaron ciertas creaciones interesantes en el muy noble arte del insulto. Cosas como planissimus (el que se pasa de plano, de llano… el tonto, vamos), verbero (quien merece azotes como castigo, no como placer) o el muy sonoro furcifer, que designa al ladrón (prueben a repetirlo…. furcifer… furcifer… se le llena a uno la boca). Además serán los romanos quienes entreguen al mundo un insulto aun hoy muy utilizado, aunque desprovisto de su contexto: pathicus. O cabrón, vaya.

¿Echan de menos los muy eufónicos insultos ibéricos? Pues no deberían porque los hay, y conocidísimos. Tenemos idiotas censados desde el siglo XIII (el insulto, no las personas, que aparecen ya en el principio de los tiempos), tenemos imbéciles desde 1524, zoquetes desde 1655 (aunque dado su origen árabe es probable que el término u otro similar se usase durante toda la Edad Media), tarugos desde 1386, y pendejos desde la época de los Trastámara. Por cierto que con este último ha ocurrido algo desafortunadamente habitual cuando del noble arte del insulto hablamos: se ha perdido su significado original. Porque un pendejo es un pelo que brota del pubis. No me negarán que es una bella forma de faltar al respeto.

Pero hay más, algunos con su explicación y todo. El primer gilipollas de la historia de España, por ejemplo, dicen que fue un ministro de Hacienda, inaugurando a juicio de algunos glosadores una larga relación entre el cargo y la consideración. Esto, quede claro, no lo afirma el autor del texto, ¿eh?, no se me vengan arriba.

Resulta que don Baltasar Gil Imón de la Mota tenía un cierto complejo por sus orígenes humildes. Extraño, quizá, porque pese a eso nuestro Gil había logrado ganarse, entre el siglo XVI y el XVII, la confianza de dos reyes (Felipe III y Felipe IV) y otros tantos validos (el duque de Lerma y el conde-duque de Olivares), ascendiendo en la alta sociedad madrileña hasta puestos tan importantes como los de contador mayor de cuentas o gobernador del Consejo de Hacienda. Pero, ay, no tenía un titulazo de esos de poner en la tarjeta de visita y dejar a todo el mundo boquiabierto. Así que, hombre emprendedor, decidió que iba a emparentar con las altas dignidades vía prole. Dos hijas nada menos, Fabiana y Feliciana (otras fuentes dicen que tres), a quienes buscaba casar con alguien de buen copete, por lo que no perdía oportunidad, fiesta o sarao para exhibirlas como si de preciado trofeo se tratasen. Sucede que, al parecer, las muchachas no eran demasiado agraciadas pero, sobre todo, resultaban algo estólidas, por lo que la insistencia de don Baltasar resultaba ya comidilla y chanza entre los pisaverdes (los pijitos…otro insulto a recuperar) de la Corte. Hasta tal punto que cuando se veía aparecer a padre y herederas por la puerta de los bailes todos cuchicheaban. Por ahí vienen don Gil y sus pollas (una forma despectiva de referirse a las muchachas jóvenes en la época), decían. O, abreviando, por ahí llegan los Gil-y-pollas. Ya ven. De ahí al infinito, que se non è vero è ben trovatto.

Ni siquiera los eclesiásticos se libran de ese gustirrinín que deja en el cuerpo un insulto bien lanzado. Lo que no es de extrañar, ojo, que ya la Biblia recoge todo un reguero de imprecaciones dichas con acierto, y hasta el mismo Jesús, nos cuentan los evangelistas, tenía a veces en los labios un «hipócrita», «serpiente» o «malvado» presto a brotar…

Mi intercambio dialéctico preferido en este campo data del siglo VIII, y tiene como protagonistas a Elipando, un arzobispo de Toledo, y a Beato de Liébana, el monje autor de los «Comentarios al Apocalipsis» que luego serán profusamente copiados, e iluminados, durante toda la Edad Media (de hecho esos tomos serán conocidos como Beatos). Todo muy El nombre de la rosa, para entendernos. Pues bien, estos dos tipos tenían una polémica bastante gorda en torno al año 785 (invierno arriba o abajo) sobre una herejía que se llama adopcionismo y que, básicamente, permitía a Elipando vivir cojonudamente en el Toledo musulmán mientras otros cristianos, entre ellos Beato, chupaban frío y humedad en las tierras del norte. Se hacen una idea. El caso es que el amable intercambio epistolar que se dedicaron los sujetos contiene algunas de las mejores muestras de hostias dialécticas que jamás fueran creadas. Elipando dice de Beato que era un milenarista (al parecer esto era cierto, y Beato convenció a la alta sociedad lebaniega para que esperasen el fin del mundo en un monte durante una especie de fiesta rave que acabó con todos satisfaciendo sus apetitos) y Beato le contesta, cuidado, que Elipando es el cojón del Anticristo. Ojo, el Cojón del Anticristo. Detengámonos en el término y analicémoslo. Luego pensemos dónde se sitúa el tal cojón y las cosas que podrá ver durante toda la eternidad. Escalofriante. Elipando, ni corto ni perezoso, dice de Beato que tiene la boca hedionda y es fetidísimo (lo que en la Edad Media parece poca ofensa, la verdad) y después le llama antifrasto, que es un insulto muy elegante y distinguido, demostrando gran inteligencia y una puntería aguda al dirigirlo a quien lleva por nombre Beato (la antífrasis consiste en afirmar lo contrario de lo que se quiere decir, con lo que nuestro Elipando viene a señalar la ironía de que alguien llamado Beato sea un pecador de la pradera). Todo un arsenal, como ven los lectores, de dialéctica postpatrística y mala leche.

Escribiendo faltas de respeto

Si lo del insulto es género literario de por sí, y a estas alturas nos va quedando bien claro, es menester pensar que quienes mejor lo manejen sean los propios escritores, ¿verdad? Y de entre todos podemos destacar a los gigantes del Siglo de Oro español, no en vano reúnen dos grandes facultades que los hacen gigantescos creadores de ofensas: su maravilloso dominio del lenguaje y su gran condición de hijos de puta resentidos, envidiosos y crueles.

Seguramente el más conocido en estos menesteres sea Quevedo, en quien convivían admirablemente todas las características antes señaladas. A Góngora le llamaba desde bujarrón hasta marrano (por tener sangre sucia, no por cerdo… aunque ya entrados en materia al bueno de don Francisco no creo que le importase el equívoco), además de lo de la nariz (también por lo hebraico) y otras pequeñas minucias más mundanas, como comprar la casa donde vivía para luego desahuciarlo, cual si de un banco cualquiera se tratase. Pero no era el único. El mismo cordobés no dudaba en responderle, tachándolo de ignorante, borracho o cojo (acertaba dos de tres). También solicitó, en una ocasión, las traducciones que hacía Quevedo del griego para leerlas con su ojo ciego (el que es poeta es poeta)… es decir, para limpiarse el culo con ellas (con perdón del copista, aclaramos). También reparte a Lope, de quien dice que es un necio, un zote, un tagarote (el escribano de un notario… coincidirán conmigo en que llamar notario a un poeta es el insulto más grave de todos los recogidos aquí). El Fénix trufa sus comedias con perlitas de todo tipo, desde babieca hasta sandio, pasando por zamacuco, tuturuto, sansirolé, mamacallos (razonen el significado específico de este), tolondro, cipote (ejem) o estólido, que es uno de los que más utilizo en mi vida diaria. Ah, también se mete con alguien llamándole zurdo, para que vean cómo cambia la historia. Y de Cervantes qué decir… leer El Quijote es encontrarse con toda una retahíla de desprecios y repulsas. Claro que, como dice Sancho Panza, «no es deshonra llamar hijo de puta a nadie cuando cae debajo del entendimiento de alabarle». Un poco lo que hacen hoy algunos, que pasan del «usted» al «qué tal, cabronazo» con (insultante) facilidad.

Emilia y Benito

Luego los grandes escritores tienen ese je ne sais quoi que les hace responder raudos con un insulto certero en momentos de máxima tensión. Porque esa, y no otra, es la mayor muestra de genialidad que se puede exponer. Como aquella vez que Emilia Pardo Bazán se cruzó con Benito Pérez Galdós en una escalera (ambos traían detrás toda una historia que acabó mal, porque menudos dos torrentes, amigos) y le espetó, muy digna, «viejo chocho», a lo que don Benito respondió, con toda su tranquilidad y su cara de billete de mil pesetas, lo mismo pero cambiando el orden de los términos.

Claro que el campeón invicto de los insultos fue un belga catolicote y aburrido que firmaba como Hergé. Vale, en las páginas de los veintitrés álbumes protagonizados por el sosainas de Tintín no hay sexo, no hay muerte (y cuando la hay aparece representada con diablillos naíf), no hay demasiada sangre. Pero insultos…vaya, en eso Hergé mostró tener una enorme inventiva, y una mala uva que se agradece un montón. Ambrosía para los paladares más exigentes, sí, cuando Archibaldo Haddock saca a relucir su muy extenso lenguaje, seguramente aprendido en tabernas (igual hasta en burdeles) de barrios portuarios por medio mundo. Un total de doscientos sesenta y cinco insultos hay censados en las quince aventuras donde aparece Haddock, lo que nos da una maravillosa media de casi dieciocho por libro. Extensa lista que destaca, además, por su originalidad: desde anacoluto hasta grotesco polichinela, pasando por Atila de guardarropía, logaritmo, mujik, Mussolini de carnaval, coloquíntido, zapoteca de truenos y rayos o, mi preferido, bachi-buzuk de los Cárpatos. Ojo, muchos de ellos definen realidades poco o nada ofensivas (un bachi-buzuk, por ejemplo, es un mercenario otomano) con lo que podemos inferir otra de las características principales del insulto: su intención. No importa qué llames al otro, sino hacerlo con el tono correcto.

El Hergé español, al menos en cuanto a los insultos, es sin duda (en pie todos, por favor, y aplaudan con fuerza) Francisco Ibáñez. Sus creaciones están salpicadas de ofensas bien dichas, destacando las descacharrantes últimas viñetas que (casi) siempre muestran a sus personajes persiguiéndose en una orgía de violencia física y verbal que hoy sería sin duda censurada por traumática para los niños. Berzotas, merluzo, alcornoque, botarate, mentecato… a uno se le llena la boca de miel solo con decir esas palabras. Lo mejor, háganme caso, es repasar la obra de este artista genial para disfrutar con la luminosidad de sus insultos.

Delicias endémicas

Si hay algo que une a toda la humanidad, por encima de credos, procedencia o ideologías, es su tendencia natural por insultar a sus semejantes. Lo cual no quita, evidentemente, para que cada cultura tenga sus propias formas de cagarse en los muertos ajenos, muchas veces en base a criterios de carácter geográfico, evolutivo o, simplemente, en atención al capricho del momento.

Existen una serie de bases que pueden resultar intercambiables en todo el mundo. Las palabras, por ejemplo, que se refieren al pene (cazzo), a la vagina (figa) o a la vida pública de la progenitora (figlio di puttana), todos en italiano. También, claro, las maldiciones familiares (el serbio «me cago en todos los de la primera fila de tu funeral» me parece especialmente acertado) o las que te invitan amablemente a irte a ciertos lugares o realizar ciertas actividades (en francés te dicen va te faire mettre y claro, como suena tan bien, te cuesta hasta ofenderte).

Pero después hay toda una caterva de particularidades idiomáticas e incluso regionales que merece la pena destacar. Algunas, de tan repetidas, hasta parecen haber perdido su significado original, como las inglesas asshole o motherfucker, con cuya traducción literal quizá deberíamos solazarnos cada vez que las escuchamos en una serie. Los daneses, ese país con unicornios y contratos únicos, tienen una expresión bastante gráfica que es kors i røven, y que significa literalmente «(que te metan) una cruz por el culo». Ya ven, tanto Kierkegaard para esto. En el educadísimo idioma japonés nos pueden decir kuttabare y nos tenemos que joder, o llamarnos manuke y a lo mejor no lo entendemos, por tontos. Y los habitualmente chiflados rusos también extienden esa extravagante visión del universo a sus imprecaciones, con cosas tan llamativas como yob tvoyu mat (que puede significar, dependiendo del contexto, desde el literal «he besado a tu madre» hasta «vete fuera de mi vista»…ya me dirán la relación) o júy (que lo mismo sirve para hablar del pene que para designar a un imbécil).  

Con el otro lado del Atlántico compartimos el uso del castellano y la mala baba para insultar. Ya hablamos, oh sí, de los pendejos, pero también están los boludos, los perros, los huevones, la chingada, el verraco o el chimpapo. Incluso tenemos gozosas expresiones compuestas, hallazgos felicísimos de nuestro maravilloso idioma que, una vez más, usamos sin tener en cuenta su significado literal. Así, que te manden a la «concha de tu madre» o a comer un «pingo» resulta toda una experiencia. Hay que aplaudir desde aquí el esfuerzo que la conocida serie Narcos ha hecho para dar a conocer por todo el mundo alguna delicatessen verbal como «hijueputa» (hay que decirlo más), «gonorrea» o «sapo». Gracias, mil veces gracias, han enriquecido ustedes profundamente mis cenas de amigos.

También tenemos, por último, diferentes formas de entender las faltas de respeto dependiendo de los lugares de estas dos Españas, una te helará el corazón, donde te estén mandando a esparragar. Así, por ejemplo, si aquí en Cantabria le dicen que es usted un palajustrán sepa que lo llaman liante, que sí, que tiene mala idea, algo parecido a un talingón, o a un venigoso; y si lo tildan de mondregote le están haciendo saber que se lo tiene usted muy creído, pedazo de imbécil. Ah, las mujeres tienen sus insultos propios, claro, por lo de la paridad, y así las rámilas son hembras de mucho genio, las lumias son aquellas (sobre todo niñas) algo sabihondillas y repelentes, y bardaliega será la que gusta de pasar mucho tiempo detrás de los bardales o las zarzas, preferentemente en posición horizontal y acompañada…

En Galicia llamarán parvo al poco espabilado, y será babayu cuando pase a Asturias, babarrión en Cantabria o kaiku al llegar a Euskadi. Al mismo tipo le llamarán ababol en Aragón, faba en Catalunya, borinot en Valencia o penco en Andalucía. Si logra arribar, quién sabe cómo, hasta los pueblos de la montaña palentina se referirán a él como aberado, Por el camino le habrán escupido un bolo en Toledo, un fato en Valladolid y un zurumbático si se cruzó con Pérez-Reverte a la salida de la Real Academia de la Lengua. Al final toda una vuelta a España de lo más entretenida y didáctica. Aunque igual ni se ha dado cuenta, el muy estafermo.

Ya ven, mis queridos gaznápiros, que esta es materia extensa y de mucho solaz, por lo que nos apena especialmente tener que dejarla aquí, recién expuestos los grandes principios de nuestras tesis y apenas avanzada la investigación sobre el terreno. Eso sí, la certeza de haber contribuido a un enriquecimiento de su vocabulario más irrespetuoso es recompensa suficiente para nuestro esfuerzo.

Sean originales en sus reuniones familiares y de amigos. Insulten con creatividad.

jueves, 5 de diciembre de 2024

Alfonso Ussía, Todos prohibidos

 Alfonso Ussía, "Todos prohibidos", en La Razón, 8.01.2016:

Buena le ha caído encima a mi compadre Antonio Burgos con su artículo «Las Flequis». Machista, rancio, asqueroso, antiguo... le han dicho de todo. Antonio Burgos se ha limitado a hacer uso de su libertad en un asunto opinable. A las «Nekanes», aquel grupo de batasunas amortizadas, les decían en el País Vasco «Las Feas». Señoras feministas y señores buenistas. Somos muchos los feos y las feas. El despreciado por Juan Manuel de Prada, Winston Churchill –para mí, modestamente y con el permiso de Zamora uno de los personajes más grandes del siglo XX–, se lo llamó directamente a «lady» Astor en el Parlamento. Ella, previamente, había llamado a Churchill «borracho». –Y usted es fea. Mi problema se arregla con una siesta. El suyo es para toda la vida–. Lo de Anna Gabriel y las «magas» de Valencia es para escribir un libro.

Pero lo políticamente correcto ha prohibido todo. Y a todos. «Era su nombre Juana / hija de un zurrador y una gitana. / Cambió de nombre y se llamó Ana Pérez / con ayuda de un sastre y de un alférez. / Y, viéndose triunfante, / a Toledo se fue con un farsante, / adonde, por doncella, una alcahueta / se la vendió a un trompeta». Quevedo condenado por el último pareado dedicado a Juana: «En donde por lo puta y por lo moza / se llamó doña Julia de Mendoza». También prohibido don Manuel del Palacio. «Diálogo al vuelo cogido / en el baile de Menchaca. / -Oriénteme usted, querido; / ¿quién es esa horrible vaca / que al pasar le ha sonreído?-. / Se lo diré, caballero: / Es doña Julia Terrón, / hija del duque de Ampuero / y madre de este ternero / que está a su disposición». Tercetos del soneto de don Manuel a la nobleza española de la Corte de Isabel II: «Saavedra a la Lombilla jode ahora; / Sanjuán, de Fernandina es el segundo; / y don Ramón con la Fonseca mora. / Mas, si queréis ejemplo más profundo, / en Palacio hallaréis una señora / que es capaz de joder con todo el mundo». Y era fea.

A Bretón de los Herreros –también prohibido por machista–, le da por la ironía: «Doña Tecla, la de Yecla / es Tecla muy singular. / ¡De qué servirá una tecla / que no se deja tocar?». Carlos Cano, el poeta del XIX, no el cantautor del XX: «De espaldas a mi novia la fornico. / Y ella mucho se mueve y se menea. / ¿La razón? Que su padre es harto rico / y, mi novia, terriblemente fea». Hasta el anónimo juego de palabras versificado ha sido prohibido por la Nueva Inquisición: «Te quiero jo, te quiero jo / te quiero joven y bella, / como una pu / como una pu / como una pura doncella. / Y con mi pi, / y con mi pi / y con mi pícara mano / tocar las te / tocar las te / tocar las teclas del piano». A Juan Pérez Creus, poeta que escribió con los seudónimos de «Maese Pérez» y «Pájaro Pinto», lo calificó una periodista de «Informaciones» de «cobarde, piojoso, melindres y maricón» por no haberse atrevido a firmar con su nombre unos versos contra la familia de Franco que corrieron, como en el Siglo de Oro, por todas las tabernas de Madrid. Tardó Pérez Creus cinco años en vengarse y, ya con la libertad recuperada, respondió a la periodista con un soneto cuyos tercetos serían hoy motivo de encarcelamiento súbito: «Llamarte fresca, pobre sonaría. / Decirte zorra, no daría tu talla, / pues por puta te tienen las personas. / Y llamarte putísima, sería / como llamarle cerro al Himalaya, / como decirle arroyo al Amazonas». Y a la escritora Dolores Medio, cuando la descubrió paseando por la orilla del Sardinero: «Saca ya de las aguas / tus pies pequeños, / que se te corta el “siglo”, / Dolores Medio». Y los tercetos de Antonio Mingote a lo más admirable de una mujer que deambulaba por El Retiro: «Te veo caminar mientras te alejas / esparciendo a tu paso la hermosura, / y suspiro, ya ves, sin disimulo, / pues suspenso y atónito me dejas / admirando, en tu porte y tu figura, / lo que es más digno de admirar: tu culo».

jueves, 22 de febrero de 2018

Anecdotario del insulto

Breve antología del insulto
Publicado por Marcos Pereda

Lo sientes nacer en un espacio indeterminado de tu estómago. Lentamente. Al principio es poco menos que un borborigmo amorfo, el equivalente en sonido de las criaturas fungosas de Lovecraft. Poco a poco se va componiendo, de manera lánguida, deliciosa, puliendo las aristas. Dibuja el alcance, paladea el impacto. Asciende desde tus más profundas entrañas, toma aire en los pulmones, saca fuerzas de tu corazón, se encamina hacia tu boca. Subglotis, glotis, epiglotis, cuerdas vocales que cimbrean alegres el adecuado tono. Y llega hasta tus labios. Pam. Seco, sonoro, contundente. Miradas aterradas, pequeños gritos que se ahogan, gestos de incredulidad, a lo mejor cierta sonrisa condescendiente. Notas como si te hubieses quitado un peso de encima. Qué bien sienta.

El insulto en la historia

No manejo el dato, pero tengo pocas dudas de que las primeras palabras expresadas con claridad por la boca de algo que podemos denominar Homo sapiens serían un insulto. Posiblemente llamando feo a su interlocutor, o por el estilo. Y es que si de aguzar el ingenio y forzar las meninges se trata lo de la falta de respeto es campo insuperable…

Lo podemos constatar desde la antigüedad. La Epopeya de Gilgamesh, la narración épica más ancestral conocida, está trufada de insultos. Insultitos, podríamos decir, cosas como «hediondo» apareciendo aquí y allá para solaz de G. R. R. Martin, imagino (o de Cristina Macía, su traductora, vaya). Brota también, de forma paralela, la mímica para acompañar a estas palabras. Ya desde los textos homéricos se coloca la mano abierta con los dedos muy extendidos y separados entre sí, la palma dirigida directamente a quien se está injuriando. Esto se utiliza aún en Grecia, así que cuidado si están de vacaciones y pretenden pedir cinco copas en un pub, porque pueden salir a hostias…

Como les digo, imprecaciones sin mayor maldad, más allá de desear que te pudras en los infiernos y toda tu parentela perezca. Pero sin calidad rítmica, sin magia. Para eso debemos esperar a los romanos, que eran unos tipos mucho más pragmáticos, y con un estilo decadente casi desde el principio que vuelve loco al amante de lo corrompido. Una civilización que deja plasmado, en los famosos restos de Pompeya, el relieve de un pene rodeado por la leyenda HIC HABITAT FELICITAS («aquí se encuentra la felicidad»). Ya ven, los poetas de los urinarios públicos tienen sus propios clásicos. Pues bien, estos romanos sí que nos legaron ciertas creaciones interesantes en el muy noble arte del insulto. Cosas como planissimus (el que se pasa de plano, de llano… el tonto, vamos), verbero (quien merece azotes como castigo, no como placer) o el muy sonoro furcifer, que designa al ladrón (prueben a repetirlo….furcifer…furcifer…se le llena a uno la boca). Además serán los romanos quienes entreguen al mundo un insulto aun hoy muy utilizado, aunque desprovisto de su contexto: pathicus. O cabrón, vaya.

¿Echan de menos los muy eufónicos insultos ibéricos? Pues no deberían porque los hay, y conocidísimos. Tenemos idiotas censados desde el siglo XIII (el insulto, no las personas, que aparecen ya en el principio de los tiempos), tenemos imbéciles desde 1524, zoquetes desde 1655 (aunque dado su origen árabe es probable que el término u otro similar se usase durante toda la Edad Media), tarugos desde 1386, y pendejos desde la época de los Trastámara. Por cierto que con este último ha ocurrido algo desafortunadamente habitual cuando del noble arte del insulto hablamos: se ha perdido su significado original. Porque un pendejo es un pelo que brota del pubis. No me negarán que es una bella forma de faltar al respeto.

Pero hay más, algunos con su explicación y todo. El primer gilipollas de la historia de España, por ejemplo, dicen que fue un ministro de Hacienda, inaugurando a juicio de algunos glosadores una larga relación entre el cargo y la consideración. Esto, quede claro, no lo afirma el autor del texto, ¿eh?, no se me vengan arriba.

Resulta que don Baltasar Gil Imón de la Mota tenía un cierto complejo por sus orígenes humildes. Extraño, quizá, porque pese a eso nuestro Gil había logrado ganarse, entre el siglo XVI y el XVII, la confianza de dos reyes (Felipe III y Felipe IV) y otros tantos validos (el duque de Lerma y el conde-duque de Olivares), ascendiendo en la alta sociedad madrileña hasta puestos tan importantes como los de contador mayor de cuentas o gobernador del Consejo de Hacienda. Pero, ay, no tenía un titulazo de esos de poner en la tarjeta de visita y dejar a todo el mundo boquiabierto. Así que, hombre emprendedor, decidió que iba a emparentar con las altas dignidades vía prole. Dos hijas nada menos, Fabiana y Feliciana (otras fuentes dicen que tres), a quienes buscaba casar con alguien de buen copete, por lo que no perdía oportunidad, fiesta o sarao para exhibirlas como si de preciado trofeo se tratasen. Sucede que, al parecer, las muchachas no eran demasiado agraciadas pero, sobre todo, resultaban algo estólidas, por lo que la insistencia de don Baltasar resultaba ya comidilla y chanza entre los pisaverdes (los pijitos…otro insulto a recuperar) de la Corte. Hasta tal punto que cuando se veía aparecer a padre y herederas por la puerta de los bailes todos cuchicheaban. Por ahí vienen don Gil y sus pollas (una forma despectiva de referirse a las muchachas jóvenes en la época), decían. O, abreviando, por ahí llegan los Gil-y-pollas. Ya ven. De ahí al infinito, que se non è vero è ben trovatto.

Ni siquiera los eclesiásticos se libran de ese gustirrinín que deja en el cuerpo un insulto bien lanzado. Lo que no es de extrañar, ojo, que ya la Biblia recoge todo un reguero de imprecaciones dichas con acierto, y hasta el mismo Jesús, nos cuentan los evangelistas, tenía a veces en los labios un «hipócrita», «serpiente» o «malvado» presto a brotar…

Mi intercambio dialéctico preferido en este campo data del siglo VIII, y tiene como protagonistas a Elipando, un arzobispo de Toledo, y a Beato de Liébana, el monje autor de los «Comentarios al Apocalipsis» que luego serán profusamente copiados, e iluminados, durante toda la Edad Media (de hecho esos tomos serán conocidos como Beatos). Todo muy El nombre de la rosa, para entendernos. Pues bien, estos dos tipos tenían una polémica bastante gorda en torno al año 785 (invierno arriba o abajo) sobre una herejía que se llama adopcionismo y que, básicamente, permitía a Elipando vivir cojonudamente en el Toledo musulmán mientras otros cristianos, entre ellos Beato, chupaban frío y humedad en las tierras del norte. Se hacen una idea. El caso es que el amable intercambio epistolar que se dedicaron los sujetos contiene algunas de las mejores muestras de hostias dialécticas que jamás fueran creadas. Elipando dice de Beato que era un milenarista (al parecer esto era cierto, y Beato convenció a la alta sociedad lebaniega para que esperasen el fin del mundo en un monte durante una especie de fiesta rave que acabó con todos satisfaciendo sus apetitos) y Beato le contesta, cuidado, que Elipando es el cojón del Anticristo. Ojo, el Cojón del Anticristo. Detengámonos en el término y analicémoslo. Luego pensemos dónde se sitúa el tal cojón y las cosas que podrá ver durante toda la eternidad. Escalofriante. Elipando, ni corto ni perezoso, dice de Beato que tiene la boca hedionda y es fetidísimo (lo que en la Edad Media parece poca ofensa, la verdad) y después le llama antifrasto, que es un insulto muy elegante y distinguido, demostrando gran inteligencia y una puntería aguda al dirigirlo a quien lleva por nombre Beato (la antífrasis consiste en afirmar lo contrario de lo que se quiere decir, con lo que nuestro Elipando viene a señalar la ironía de que alguien llamado Beato sea un pecador de la pradera). Todo un arsenal, como ven los lectores, de dialéctica postpatrística y mala leche.

Escribiendo faltas de respeto

Si lo del insulto es género literario de por sí, y a estas alturas nos va quedando bien claro, es menester pensar que quienes mejor lo manejen sean los propios escritores, ¿verdad? Y de entre todos podemos destacar a los gigantes del Siglo de Oro español, no en vano reúnen dos grandes facultades que los hacen gigantescos creadores de ofensas: su maravilloso dominio del lenguaje y su gran condición de hijos de puta resentidos, envidiosos y crueles.

Seguramente el más conocido en estos menesteres sea Quevedo, en quien convivían admirablemente todas las características antes señaladas. A Góngora le llamaba desde bujarrón hasta marrano (por tener sangre sucia, no por cerdo…aunque ya entrados en materia al bueno de don Francisco no creo que le importase el equívoco), además de lo de la nariz (también por lo hebraico) y otras pequeñas minucias más mundanas, como comprar la casa donde vivía para luego desahuciarlo, cual si de un banco cualquiera se tratase. Pero no era el único. El mismo cordobés no dudaba en responderle, tachándolo de ignorante, borracho o cojo (acertaba dos de tres). También solicitó, en una ocasión, las traducciones que hacía Quevedo del griego para leerlas con su ojo ciego (el que es poeta es poeta)… es decir, para limpiarse el culo con ellas (con perdón del copista, aclaramos). También reparte a Lope, de quien dice que es un necio, un zote, un tagarote (el escribano de un notario… coincidirán conmigo en que llamar notario a un poeta es el insulto más grave de todos los recogidos aquí). El Fénix trufa sus comedias con perlitas de todo tipo, desde babieca hasta sandio, pasando por zamacuco, tuturuto, sansirolé, mamacallos (razonen el significado específico de este), tolondro, cipote (ejem) o estólido, que es uno de los que más utilizo en mi vida diaria. Ah, también se mete con alguien llamándole zurdo, para que vean cómo cambia la historia. Y de Cervantes qué decir… leer El Quijote es encontrarse con toda una retahíla de desprecios y repulsas. Claro que, como dice Sancho Panza, «no es deshonra llamar hijo de puta a nadie cuando cae debajo del entendimiento de alabarle». Un poco lo que hacen hoy algunos, que pasan del «usted» al «qué tal, cabronazo» con (insultante) facilidad.

Luego los grandes escritores tienen ese je ne sais quoi que les hace responder raudos con un insulto certero en momentos de máxima tensión. Porque esa, y no otra, es la mayor muestra de genialidad que se puede exponer. Como aquella vez que Emilia Pardo Bazán se cruzó con Benito Pérez Galdós en una escalera (ambos traían detrás toda una historia que acabó mal, porque menudos dos torrentes, amigos) y le espetó, muy digna, «viejo chocho», a lo que don Benito respondió, con toda su tranquilidad y su cara de billete de mil pesetas, lo mismo pero cambiando el orden de los términos.

Claro que el campeón invicto de los insultos fue un belga catolicote y aburrido que firmaba como Hergé. Vale, en las páginas de los veintitrés álbumes protagonizados por el sosainas de Tintín no hay sexo, no hay muerte (y cuando la hay aparece representada con diablillos naíf), no hay demasiada sangre. Pero insultos…vaya, en eso Hergé mostró tener una enorme inventiva, y una mala uva que se agradece un montón. Ambrosía para los paladares más exigentes, sí, cuando Archibaldo Haddock saca a relucir su muy extenso lenguaje, seguramente aprendido en tabernas (igual hasta en burdeles) de barrios portuarios por medio mundo. Un total de doscientos sesenta y cinco insultos hay censados en las quince aventuras donde aparece Haddock, lo que nos da una maravillosa media de casi dieciocho por libro. Extensa lista que destaca, además, por su originalidad: desde anacoluto hasta grotesco polichinela, pasando por Atila de guardarropía, logaritmo, mujik, Mussolini de carnaval, coloquíntido, zapoteca de truenos y rayos o, mi preferido, bachi-buzuk de los Cárpatos. Ojo, muchos de ellos definen realidades poco o nada ofensivas (un bachi-buzuk, por ejemplo, es un mercenario otomano) con lo que podemos inferir otra de las características principales del insulto: su intención. No importa qué llames al otro, sino hacerlo con el tono correcto.

El Hergé español, al menos en cuanto a los insultos, es sin duda (en pie todos, por favor, y aplaudan con fuerza) Francisco Ibáñez. Sus creaciones están salpicadas de ofensas bien dichas, destacando las descacharrantes últimas viñetas que (casi) siempre muestran a sus personajes persiguiéndose en una orgía de violencia física y verbal que hoy sería sin duda censurada por traumática para los niños. Berzotas, merluzo, alcornoque, botarate, mentecato…a uno se le llena la boca de miel solo con decir esas palabras. Lo mejor, háganme caso, es repasar la obra de este artista genial para disfrutar con la luminosidad de sus insultos.

Delicias endémicas

Si hay algo que une a toda la humanidad, por encima de credos, procedencia o ideologías, es su tendencia natural por insultar a sus semejantes. Lo cual no quita, evidentemente, para que cada cultura tenga sus propias formas de cagarse en los muertos ajenos, muchas veces en base a criterios de carácter geográfico, evolutivo o, simplemente, en atención al capricho del momento.

Existen una serie de bases que pueden resultar intercambiables en todo el mundo. Las palabras, por ejemplo, que se refieren al pene (cazzo), a la vagina (figa) o a la vida pública de la progenitora (figlio di puttana), todos en italiano. También, claro, las maldiciones familiares (el serbio «me cago en todos los de la primera fila de tu funeral» me parece especialmente acertado) o las que te invitan amablemente a irte a ciertos lugares o realizar ciertas actividades (en francés te dicen va te faire mettre y claro, como suena tan bien, te cuesta hasta ofenderte).

Pero después hay toda una caterva de particularidades idiomáticas e incluso regionales que merece la pena destacar. Algunas, de tan repetidas, hasta parecen haber perdido su significado original, como las inglesas asshole o motherfucker, con cuya traducción literal quizá deberíamos solazarnos cada vez que las escuchamos en una serie. Los daneses, ese país con unicornios y contratos únicos, tienen una expresión bastante gráfica que es kors i røven, y que significa literalmente «(que te metan) una cruz por el culo». Ya ven, tanto Kierkegaard para esto. En el educadísimo idioma japonés nos pueden decir kuttabare y nos tenemos que joder, o llamarnos manuke y a lo mejor no lo entendemos, por tontos. Y los habitualmente chiflados rusos también extienden esa extravagante visión del universo a sus imprecaciones, con cosas tan llamativas como yob tvoyu mat (que puede significar, dependiendo del contexto, desde el literal «he besado a tu madre» hasta «vete fuera de mi vista»…ya me dirán la relación) o júy (que lo mismo sirve para hablar del pene que para designar a un imbécil).  

Con el otro lado del Atlántico compartimos el uso del castellano y la mala baba para insultar. Ya hablamos, oh sí, de los pendejos, pero también están los boludos, los perros, los huevones, la chingada, el verraco o el chimpapo. Incluso tenemos gozosas expresiones compuestas, hallazgos felicísimos de nuestro maravilloso idioma que, una vez más, usamos sin tener en cuenta su significado literal. Así, que te manden a la «concha de tu madre» o a comer un «pingo» resulta toda una experiencia. Hay que aplaudir desde aquí el esfuerzo que la conocida serie Narcos ha hecho para dar a conocer por todo el mundo alguna delicatesen verbal como «hijueputa» (hay que decirlo más), «gonorrea» o «sapo». Gracias, mil veces gracias, han enriquecido ustedes profundamente mis cenas de amigos.

También tenemos, por último, diferentes formas de entender las faltas de respeto dependiendo de los lugares de estas dos Españas, una te helará el corazón, donde te estén mandando a esparragar. Así, por ejemplo, si aquí en Cantabria le dicen que es usted un palajustrán sepa que lo llaman liante, que sí, que tiene mala idea, algo parecido a un talingón, o a un venigoso; y si lo tildan de mondregote le están haciendo saber que se lo tiene usted muy creído, pedazo de imbécil. Ah, las mujeres tienen sus insultos propios, claro, por lo de la paridad, y así las rámilas son hembras de mucho genio, las lumias son aquellas (sobre todo niñas) algo sabihondillas y repelentes, y bardaliega será la que gusta de pasar mucho tiempo detrás de los bardales o las zarzas, preferentemente en posición horizontal y acompañada…

En Galicia llamarán parvo al poco espabilado, y será babayu cuando pase a Asturias, babarrión en Cantabria o kaiku al llegar a Euskadi. Al mismo tipo le llamarán ababol en Aragón, faba en Catalunya, borinot en Valencia o penco en Andalucía. Si logra arribar, quién sabe cómo, hasta los pueblos de la montaña palentina se referirán a él como aberado, Por el camino le habrán escupido un bolo en Toledo, un fato en Valladolid y un zurumbático si se cruzó con Pérez-Reverte a la salida de la Real Academia de la Lengua. Al final toda una vuelta a España de lo más entretenida y didáctica. Aunque igual ni se ha dado cuenta, el muy estafermo.

Ya ven, mis queridos gaznápiros, que esta es materia extensa y de mucho solaz, por lo que nos apena especialmente tener que dejarla aquí, recién expuestos los grandes principios de nuestras tesis y apenas avanzada la investigación sobre el terreno. Eso sí, la certeza de haber contribuido a un enriquecimiento de su vocabulario más irrespetuoso es recompensa suficiente para nuestro esfuerzo.

Sean originales en sus reuniones familiares y de amigos. Insulten con creatividad.

domingo, 27 de noviembre de 2016

La disfemia verbal en Losantos, que no por nada era profe de lengua

"Jiménez Losantos. Catálogo de exabruptos", en Público, 27 de Noviembre de 2016:

Federico Jiménez Losantos es de los que despierta a sus oyentes con intensidad, con una carga editorializante que ellos demandan. Pues si hay alguien capaz de dar el tiempo como si fuera una columna política ese es el presentador de Es Radio. 

Conocido periodista, contrario a todo lo que huela a socialismo, a la izquierda, a Podemos, al Rey Juan Carlos, a Prisa, a Atresmedia, a Ferreras, a Rajoy y a casi cualquier personaje que no cumpla con los preceptos que él defiende. 

Durante años, desde los micrófonos de la Cope, pontificó sobre la ruptura de España, los peligros que acechaban al país, la ETA, el 11-M y los traidores a la patria. Hasta habló de rey felón en el caso de Juan Carlos I. 

Un insultador profesional

Sus editoriales (puede decirse que su programa es una continua columna de opinión oral) son punzantes, muy cercanos a un público conservador que le sigue como a un telepredicador. Y en los cuales no duda en tirar de ironía y, si cree necesario, de menosprecios e insultos. 

Sí, Jiménez Losantos es muy partidario del insulto por el insulto; de poner motes; de renombrar a personajes y de situarse al límite de la denuncia. En ocasiones traspasando la línea. 

Son muchos a los que el presentador de La Mañana de Es Radio dedica más de un epíteto poco cariñoso. Al presidente del Gobierno no suele dedicarle flores, sino más bien todo lo contrario. Desde hace años le colgó el nombre de 'Maricomplejines' por su poca dureza frente a la izquierda, al menos poca para Losantos. 

Pero si hay alguien dentro del PP que recibe sus dardos y pocos afectos esa es la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Saénz de Santamaría. A la cual considera hacedora de Podemos y el poder real del país, a la que bautiza como 'Saénz de la guillotina'

Demuestra que él es muy de cambiar el nombre a las vicepresidentas, pues a la segunda de Zapatero pocas veces se refería por su nombre, sino que la llamaba María Teresa Fernández de la Vogue, por un reportaje de las ministras del Gobierno de ZP en la citada publicación. 

Pero aquello es algo del pasado, ahora él utiliza su lengua mordaz para atacar a políticos del momento como Rafael Hernando. Al portavoz popular en el Congreso le llama 'El chico de los recados de Soraya'. 

No es el único popular al que Losantos no tiene entre sus predilectos. A Javier Arenas siempre se refiere como 'el joven Arenas' y a Celia Villalobos como 'La Carmena de la derecha'. 

Fijación con Podemos

Pero como es sabido, no solo pone en la diana a los dirigentes del Partido Popular, sino que para los cargos del PSOE también tiene más de una pulla. En las últimas fechas, sobre todo, para Susana Díaz. A la cual, en pocas ocasiones se refiere por su nombre, sino por el de 'La niña de la estación'. 

Estación del AVE que tiene que coger para hacerse con las riendas del PSOE nacional. Además de cambiarle el nombre, también le acusa de haber engordado mucho. Un comentario que con los hombres no suele utilizar. 

A otro miembro del PSOE al que cambia el apellido es al líder del PSC. No le suele llamar Iceta, sino Ijeta. Muy Losantos. 

Tampoco menos 'palos' verbales del locutor recibió el anterior Secretario General del PSOE. A Pedro Sánchez llamaba siempre PedroNoNo (por aquello de no facilitar la investidura de Rajoy). 

Eso sí, si a alguien que recibe los mayores insultos de Losantos es Unidos Podemos. Castuza, gentuza, miserables, rompedores de la patria, dictadores... Son muchas los adjetivos que les dedica. Y, en ocasiones, personificados. A Alberto Garzón le llama Caracráter, a Ramón Espinar se refiere como Espiblack, a Pablo Echenique como Echeminga o Bolchenique

Mientras que a Pablo Iglesias, además de Coleta Morada le bautiza como PabLenin. Mientras que a Errejón y Bescansa y demás les llegó a amenazar con disparar. Él diría que era broma: "Yo, es que veo a Errejón, a la Bescansa, a la Rita Maestre y... me sale, me sale... el monte, no el agro, el monte. O sea, si llevo la lupara, disparo"

Los medios y los periodistas también reciben su cuota de 'odio Losantos', ya que a García Ferreras y Javier Ruiz los llama Gorilas en la niebla. Losantos al puro estilo Losantos.

sábado, 5 de septiembre de 2015

El canallazgo

Ígor Rodríguez, "El canallazgo", en Nueva Tribuna, 4-IX-2015:

Es el sistema del canallazgo. Construyendo una realidad sobre la que ideologizar a las masas de uno y otro lado de la línea.

Es el canallazgo, un régimen donde la libertad de ser mediocre, la dictadura del precariado intelectual y las ideologías jerarquizantes de la desigualdad y la dominación se dan la mano en un occidente que, con su falaz aserto “tenemos el sistema menos malo conocido”, cierra las puertas a un mundo verdaderamente justo.

Estamos en manos de canallas. Es una variante de otra frase aún con menos certeza que pronunciaban nuestros mayores ante cualquier injusticia social televisada: ¡en manos de quién estamos! Hoy queremos ser capaces de acertar a señalar qué y quiénes son esos en cuyas manos estamos, en cuyas manos nos hemos puesto, a cuyas manos permitimos manosearnos, manejarnos, hacer y deshacer a su antojo, el antojo de unos límites que ellos han creado y que llaman ley (no todas las leyes, está claro, emanan de ese antojo), donde las dudas sobre la distancia entre lo ético y lo legal quedan despejadas.

Pienso en cada acto cotidiano: por ejemplo, ponerse delante de la tele, creer que en la gama de canales que se ofertan (se imponen) está el acto ingenuo de servicio público de información, de contar sin más lo que pasa, sin que medien aspectos de carácter político, entre los que se encuentran los económicos. Obviamente, político aquí no es partidista, aunque la consecución de ciertos fines, claro está, se materialice en los partidos, especialmente en aquellos en cuyo ideario y/o praxis podemos identificar ideologías de la desigualdad).

Canallas son gobernantes y hombres de poder xenófobos que luego se persignan, como canallas son esos –suelen ser los mismos- que se enriquecen a costa del empobrecimiento de los trabajadores. Canallas son también esos comentaristas de tres al cuarto, intelectualmente mediocres, que, por estar capitalizados simbólicamente en las destrezas discursivas que el mercado de intercambios lingüísticos sanciona como adecuadas (como explicara Bourdieu), pasan, en apariencia, por ser honestos y poseedores de la verdad y el conocimiento. Canallas son los que editan espacios televisivos o periodísticos, de consumo masivo, y que ponen a aquellos el micrófono en la boca y nos hablan de objetividad, imparcialidad, neutralidad, sin que los asistentes al espectáculo (des)informativo puedan, con certeza, acertar a dilucidar sus conceptos. La luz es difusa para identificar a los canallas.

El mundo es construido desde el atril del partido, desde la rueda de prensa, convenida en hora interiorizada en la útil agenda informativa que ordena el día; desde la televisión y el titular (limitado en su esencia misma) en las definiciones de los otros, partiendo del auto construido punto cero de la (falaz) neutralidad.

Nos han despojado de la filosofía de tal modo que es imposible que el ciudadano educado en la precariedad para el precariado pueda establecer la línea de continuidad de todo este sistema filosófico de las definiciones de los otros y la definición propia, en el ahora mismo del mediatizado mundo que 1) el cine de gran presupuesto y efectos especiales reproduce e inventa; 2) los articulistas y comentaristas y presentadores televisivos y radiofónicos de escrúpulos e intelectualidad a la altura  de un gusano –en algunos casos más que en otros, y excepciones hay- construyen, donde el género periodístico noticia (incluso la opinión misma) se confunde con el hecho mismo o, peor, con la invención de una realidad paralela intencionadamente edificada respecto de los intereses de un grupo social-económico-político específico; 3) el político profesionalizado, aspirante a cargo desde su adolescencia, defiende, porque el cargo actual y futuro le va en ello; 4) el maestro de corta y poca formación eleva a la altura adecuada que precisa el maniqueísmo jerarquizante de lo correcto y lo incorrecto, de lo bello y lo no bello, de lo superior y lo inferior, de lo universal y lo no universal, es decir, lo tuyo frente a lo del otro, tú que hablas una lengua, frente al otro que no llega, que habla en dialecto o, peor, como sostuviera Pidal, “jerigonzas de negros” (llámenle intelectual); tú que tienes historia frente al otro, al que –oh, un intelectual más dixit- ni historia tiene; tú que vives en un sistema y no un régimen; tú, demócrata y no populista; tú, hombre (blanco), no mujer (de cualquier aparente color). ¡Qué destino le depara al otro –piensas desde el sistema-mundo, construido a tu imagen y semejanza- sino la tutorización y el oenegeísmo!

Las masas piden a sus gobernantes neoliberales, colocados en sus puestos por el pensamiento neoliberal de los votos de las masas, algún atisbo de humanidad: ¡piden, a las ideologías de la desigualdad, ideología de la igualdad!

Es la contradicción de nuestro tiempo, donde la tasa de alfabetización y comodidades están a años luz del ayer. La línea de continuidad no contrapone aquella dureza con la felicidad, aquel analfabetismo con la intelectualidad generalizada, aquella sinrazón con el haber aprendido de los errores, como los discursos de la mediocridad vienen construyendo desde hace décadas. La línea de continuidad es la del canallazgo, ese sistema de la indolencia edificado desde la construcción del otro como inferior, para someterlo, para arrebatarle su tierra, su cultura, su historia, su vida y su familia, para esclavizarlo, (pseudo) argumentando sobre su no humanidad, su condición de inferior, para descubrirlo, para conquistarlo, para interiorizarlo sin solución posible para él/ella. Un sistema construido sobre las bases de la ideología de la desigualdad encargado de expoliar hasta el último suspiro, incluyendo el conocimiento, cada hallazgo humano de los inferiorizados, para autodesignarse la luz y la razón que ilumina el mundo, sobre el que ya no es preciso ni discutir el auto asumido derecho –supremo, como no puede ser de otro modo- de apropiación, llamando a esto la civilización frente al salvaje.

Es el sistema del canallazgo. Construyendo una realidad sobre la que ideologizar a las masas de uno y otro lado de la línea, a través de eso que llaman conocimiento y que no es más que la continua exaltación de lo falazmente superior ante el falazmente inferior, ideologizando por doquier y con todos los medios, con más poca vergüenza que otra cosa, en que lo europeo, lo occidental, es el bien, luz, cultura, museo, belleza, orden, ciencia, libro, lo universal: en definitiva, la superioridad misma.

¿Cómo asombrarnos de la indolencia, de la indiferencia, de la misma institucionalidad de la desigualdad, del racismo, del machismo, de la discriminación y la violencia, de la normalidad con que un fabricante de vallas hace su negocio a cuenta de la sangre ajena?

Las masas gritan despavoridas ante las fotografías que muestran los horrores de nuestra propia vergüenza, los efectos de nuestra miseria interior. Las masas piden a sus gobernantes neoliberales, colocados en sus puestos por el pensamiento neoliberal de los votos de las masas –cualquiera que sea el color de la papeleta-, algún atisbo de humanidad: ¡piden, a las ideologías de la desigualdad, ideología de la igualdad! ¿Y no es como pedir peras al olmo?

Las masas encenderán la televisión, escucharán al iluminado de la gomina, al fantoche de los dientes como marfil y al otro, el del flequillo, en cuya mordida de gafas aparenta el saber; los escuchan porque el espacio televisivo los presenta como opción posible, como punto de vista posible, como ideología posible, porque la ideología de la desigualdad no sólo puede, está: es consustancial a esta indolencia.

Las masas en la línea de continuidad del canallazgo preservarán el sistema canalla en la urna y volver a la serie de televisión pseudohistórica para que siga alimentando la falsa superioridad del yo frente al otro, al tiempo que dilucidar si el hijo de la Pantoja anda flojo del vientre ante las muchachas; volverán al informativo que nombra sistema al yo y régimen al otro, que llama pirata al marinero desposeído de su mar, de su sustento; que busca la anécdota del otro frente a la certeza de los propios, a los que amenazan avalanchas humanas (he ahí las maravillosas metáforas periodísticas), de las que, en la procesión, la misa y la romería, nos protegen las benditas concertinas.

Es el canallazgo, un régimen donde la libertad de ser mediocre, la dictadura del precariado intelectual y las ideologías jerarquizantes de la desigualdad y la dominación se dan la mano en un occidente que, con su falaz aserto “tenemos el sistema menos malo conocido”, cierra las puertas a un mundo verdaderamente justo.

Ígor Rodríguez Iglesias | Investigador en la Universidad de Huelva y la UAM.
Área: sociolingüística crítica y análisis crítico del discurso.

domingo, 20 de febrero de 2011

La insultopedia del capitán Haddock



Insultopedia del capitán Haddock

A: Acaparador, alborotador, alcornoque, ametrallador con babero, anacoluto, anfitrión, animal, antipático, antracita, antropófago, antropopiteco, apache, aprendiz de dictador, archipámpano, arlequín, arquitecto, asno, Atila de guardarropía, atropellador, autócrata, avasallador, azteca.

B: Bachi-buzuk, bárbaro, bastardo, bebe-sin-sed, beduino interplanetario, bergante, berzotas, bestia, bibéndum, bicharraco, bicho con plumas, bribón, brontosaurio escapado de la prehistoria, bruto sombrío, bulldozer a reacción, burgués.

C: Cabeza de mula, cafre, calabacín, cebollino, ceporro, cercopiteco, chafalotodo, charlatán, chinche, chuc-chuc, chupa coleópteros, chupatintas, ciclón ambulante, ciclotrón, coleóptero, coloquíntido, cordero mal peinado, corsario, cotorra charlatana, cow-boy del volante, cretino de los Alpes, cromagnon, cucaracha, Cyrano de cuatro patas.

D: Desalmado, descamisado, desharrapado, dinamitero, diplodocus, doríforo.

E: Ectoplasma, egoísta, emplasto, energúmeno, equilibrista, esclavista, escorpión, espantajo, espantapájaros, esperpento gigante, esquizofrénico, estropajo, extracto de hidrocarburo.

F: Fátima de baratillo, filibustero, filoxera, finolis, flebotama, fulano.

G: Galápago, gamberro, ganapán, gángster, gasterópodo, giroscopio, gran fariseo, granuja, grasa de trombón, grotesco polichinela, grumetillo del diablo, gusano.

H: Herético, hidrocarburo.

I: Iconoclasta, idiota, imbécil, inca de carnaval, indio, individualista, infame, infeliz, insecto, invertebrado.

J: Judas, jugo de regaliz.

K: Krrtchmvrtz, Ku klux Klan.

L: Ladrón de niños, lechuguino, lepidóptero, lobo come-niños, loco, logaritmo, loro feo.

M: Macaco, macrocéfalo, majadero, mamarracho, mameluco, marinero de agua dulce, marmota, mataperros, matón, megaciclo, magalómano, mejillón relleno, mequetrefe, mentiroso de órdago, mercader de alfombras, mercantilista, merengue, merluzo, microbio, molde de gofre, momia, monigote, moscardón, mujik, Mussolini de carnaval.

N: Naufragador, negrero, nictálope, niña pantera, nuez de coco.

O: Oficleído, oricterópodo, ornitorrinco, ostrogodo.

P: Pacta-con-todos, pajarraco. Palurdo de los Cárpatos, paniaguado, papagayo, papanatas, papú de mil diablos, paranoico, parásito, patagón, piel roja, pirata de carnaval, pirómano, polígrafo, proyectil teledirigido, puerco espín.

R: Rapaz, ratón renegado, reptil, residuo de ectoplasma, ridículo, rizópodo, rocámbole.

S: Sajú, saltimbanqui, salvaje, sapo, sátrapa, sietemesino con salsa tártara.

T: Tecnócrata, tonto del capirote, torturador, tozudo, traficante de carne humana, traidor, tramposo, troglodita.

V: vampiro, vándalo, vegetariano, vendedor de guano, víbora, visigodo, viviseccionista.

Z: Zapoteca, zopenco, zuavo, zulú.

martes, 13 de febrero de 2007

Anatomía del gilipollas

Creo que nuestro Padre Celestial inventó al hombre porque se quedó un tanto desilusionado con el mono. Creo que siempre que un ser humano, de incluso la más alta inteligencia y cultura, emite una opinión fuera de su línea de interés particular y especial, de su preparación y de su experiencia, será una opinión de un tipo tan necio y de tan poco valor, que uno podrá basarse en ella para sugerir a nuestro Padre Celestial que el ser humano es otra desilusión y que no constituye ninguna mejora considerable respecto al mono. (Mark Twain, Autobiografía, cap. LVII, p. 353).

No es un hombre más que otro si más no hace(Cervantes)

Quien más quien menos ha padecido a alguna vez a un gilipollas o ha tenido momentos, esperemos que pocos, de gilipollez; pero la situación en los últimos tiempos amenaza bien a las claras con salirse de madre y se ha convertido ya en una auténtica peste. Como un cáncer invisible, ramifica silenciosamente sus metástasis por toda la sociedad en formas individuales como el narcisismo o colectivas como el nacionalismo, o se comercializa en formas tan infumables y molestas como la publicidad. Y lejos de sufrir ya su cantidad (es infinito el número de los gilipollas, dice el Eclesiastés),[1] viene ya a padecerse sustantivamente en cualidad, infiltrándose en ámbitos hasta poco ha vedados para ella y ahora convertidos en auténticos establos de Augías, provocando insufrible tormento a quien sólo desea hacer algo por los demás y no por sí mismo. Como dice la seguidilla popular,

Vivimos en un tiempo / tan miserable / 

que si uno no se alaba / no hay quien lo alabe.
Pero ahora que pretendo reflexionar sobre este tema me siento desbordado por la empresa y humildemente entiendo por qué este tema no ha sido tratado con el fundamento que reclama su importancia. Quien pretenda escribir sobre la gilipollez ha de correr el albur de ser llamado gilipollas y ser acusado de hablar sobre sí mismo, que es lo que suelen hacer mejor los gilipollas. Y es que para el gilipollas clásico resulta imposible pensar que alguien pueda escribir de otra cosa que no sea de él mismo.[2] ¿No has pensado tú, lector, que el que está escribiendo es acaso un exponente de lo que lamenta? El monomaniaco, por así llamarlo, piensa que todos son como él, pues siempre acusa a los demás de lo que tiene miedo de que le acusen a él; pero tú, que eres benevolente, fiel lector, te arriesgas leyendo este ensayo a ser considerado como tal y, por tanto, puedes tener la certeza de que no lo eres. El paranoico argumento se deshace con facilidad, pues no pretendo saberlo todo sobre el tema, sino sólo reunir unos cuantos apuntes sueltos sobre algo que muchas personas están padeciendo y procurar ayudar y consolar a quienes, por cualquier circunstancia, han de sufrir cotidianamente a un gilipollas de marca, conducta solidaria y generosa a que es irreductible el gilipollas clásico. Un insufrible gilipollas escribiría por el contrario un tratado, con letras en las que el autor sería más grande que el título, y no lo haría con otro fin que darse lustre y prez él mismo. Por eso este ensayo, que no tratado, será anónimo.

Por otra parte, no siempre es fácil discriminar al gilipollas. El gilipollas suele usar su gilipollez para enmascararse entre la gente valiosa y competente y al averiguar su defecto corremos el riesgo de quedar mal por haber probado a quienes no tienen la necesidad de probar nada. ¿Cómo distinguir a estos farsantes?
-Me encanta Neruda, es mi poeta favorito.
-¿Ah, sí? Recíteme algún poema
suyo, por favor.
-“Puedo escribir los versos más tristes esta noche...”
-No, cualquiera menos ese.
-...
Y ¿qué es exactamente un gilipollas? ¿Se le denomina sólo así? No, el gilipollas o vanilocuo posee un gran número de matices que le sirven, como al camaleón, para esconderse entre la gente de mérito, pero se lo reconoce enseguida. No cabe en sí mismo, de grande que se cree que es, es el donjuán impotente, el bienpagado de sí mismo, el encantado de haberse conocido, el monomaníaco, el falso profesional, el divo o figurón endiosado, el metomentodo narcisista, el egotista fanfarrón, el erudito a la violeta, el fantasma o fantasmón, el marmolillo vanidoso, el fatuo y engreído, el vanaglorioso inmodesto, el petulante presumido y presuntuoso, el hueco jactancioso, el vano y pomposo, el soberbio entonado, el hinchado y altanero magnilocuente, el arrogante y altivo, el desdeñoso que tiene sólo facha, el fantoche afectado, el chulo perdonavidas y matasiete, el gallito figurante y bravucón, el bocón y baladrón al que se le va la fuerza por la boca, aquel al que le gusta mandar, mandón o mandamás, habitualmente desconsiderado, incivil y descortés. Es un mal que no respeta edad ni sexo y lo encontramos en el niñato o niñata mimada, malcriada y consentida, de suyo desatenta, insolente o insolentada. Hay gilipollas deportivos, como Maradona o Jesús Gil; gilipollas políticos como Castro, Sharon o Arafat y gilipollas sexuales como Espartaco Santoni y tantos otros.

    El Diccionario de la RAE sólo ha recogido el término en su última edición, junto a variantes eufemísticas como gilipuertas, lo que viene a indicar, o bien que el fenómeno es reciente, o que la gilipollez y engreimiento empiezan por fin a salir de la docta casa. Pero en eso no vamos a entrar (plural de modestia), sino sólo en la superficialidad de su definición. Se le antoja a tan necesaria institución que su significado sería equivalente al de gilí, ‘tonto, lelo’, del árabe vulgar sil, que tiene también uso como descalificativo en gran parte del territorio hispánico. En un pasaje poco citado, el satírico Jaime Campmany ha intentado definirlo:
    El vocablo «gil», tan usado por los argentinos para sustituir el vocablo «tonto», es un tonto especial, es un tonto «intenso», [...] es un tonto con fachada de chaflán y balcones a la calle. De gil se derivan varias voces, como
gilipuertas, giliflautas, gilito, gilimursi y gilipollas.
    Pero a mí me parece que ese gil argentino es el equivalente porteño del rudo y castellano gilipollas. En la Edad Media se usaba también como deflagrante, pero con otros matices. El rey Enrique I el Fratricida llamaba poco gentilmente a su querido y asesinado hermanastro Pedro o Pero I Pere-Gil, habida cuenta de que este de poca iglesia monarca se ufanaba de ser el legítimo rey, por lo cual le dio el apellido correspondiente. Actitud típicamente gilipollesca, ya que el que no podía presumir de apellido era él, siendo como era hijo bastardo del rey Alfonso XI.

La interpretación es a todas luces insuficiente, pues no aclara por qué se le agregó al lexema el enigmático “polla”, que matiza a todas luces esa clasificación. El significado de este vocablo, que solamente resulta de mal gusto para los españoles (que designan con él al miembro masculino)[3] es el de cualquier vejiga hueca que puede hincharse. En consecuencia, un gilipollas es un tonto inflado o envanecido, o la persona inflada o envanecida de su tontería y no un vulgar “tonto de la polla”, al modo de otras construcciones del mismo nivel como tonto’lculo o tonto’lhaba que toman por referencia otras partes de la anatomía relacionadas con las conductas involuntarias, asociales o infantiles. El significado de la expresión sería, pues, equivalente a la del “señorito” u “hombre masa” de Ortega y habría que corregir la definición académica así: “Dícese de la persona que es tonta e imbécil por naturaleza, y encima se siente orgullosa de ello”. Los griegos utilizaban el vocablo idiota, pero en su idioma esta voz designaba etimológicamente al ciudadano particular o independiente del estado yque sólo conocía su lengua materna,[4] y de ahí pasó a designar en el castellano hasta más o menos el siglo XVIII a la persona no instruida o ignorante, al autodidacta o demasiado orgulloso o tacaño como para someterse a recibir instrucción de otro. Gonzalo Sobejano afirma que el gilipollas sería el “idiota que se comporta como un cobarde y un tonto”, definición que no me parece en contacto con la realidad, salvo si entendemos que el gilipollas es cobarde por no admitir su ignorancia. 


El gilipollas pretendería justificarse diciendo que sigue la máxima del templo de Apolo en Delfos, “conócete a ti mismo”, pero hasta en eso obraría como un gilipollas, es decir, como alguien cuya cultura no es tan extensa como su orgullo, ya que ignora la otra inscripción del templo, “nada con exceso”. El gilipollas se conoce demasiado a sí mismo y no conoce otra cosa; el gilipollas es una persona redundante, dos veces él, y sobrepasa y desborda a sus víctimas, a quienes en el fondo ignora por no formar parte de la iglesia de su fatuidad, y digo iglesia conscientemente, ya que el gilipollas clásico es un mitómano enfermo que se proclama maestro, iniciado, reencarnación de un sí mismo superior a su complejo de inferioridad nunca asumido. El gilipollas como enfermo, es realmente un mitómano que levanta una iglesia esotérica cuyo único mandamiento es admíteme como Dios hecho carne. Es un farsante que ignora que es un farsante.


    La historia de la literatura nos suministra un amplio abanico de gilipollas a cual más diferenciado. Desde el miles gloriosus o soldado fanfarrón de Plauto, cuyas rodomontadas imitó Brantôme atribuyéndolas a los tercios españoles, pasando por el pelmazo de Horacio y los fatuos de Marcial, pasamos directamente a los chulescos áureos, entre los que sobresalen Calisto y don Juan, prototipos del gili sexual, al bachiller Sansón Carrasco, un licenciado gilipollas (en La Mancha licenciado es denotación sinónima a la de gilipollas) que es un auténtico mensajero de la muerte y de la desilusión. También tenemos ahí a los arbitristas, entremetidos, hembrilatinas y espadachines de Quevedo, por no hablar de su célebre y espantable profeta Pero Grullo, así como los gilipollas literarios de Saavedra Fajardo. En el siglo XVIII encontramos amplio campo en que cosechar los cadalsianos eruditos a la violeta; son los castizos y típicos sabihondos o sabelotodos, que en italiano llamaríamos dilettanti y en francés connaisseurs. Cadalso los zahiere también, transfigurando a los antiguos arbitristas quevedianos en forma de proyectistas en sus Cartas marruecas, pero entre todos uno se quedaría con el gilipollas oratorio Fray Gerundio de Campazas del padre Isla y el Don Hermógenes de Moratín. En el siglo XIX no se encuentra ya más ejemplo que el cura de Doña Perfecta, algunos personajes de Clarín y de Galdós y en el siglo XX los gilipollas de Unamuno y de Pérez de Ayala. De todos estos ejemplos pueden extaerse algunos rasgos comunes que sirven para reconocer y clasificar al gilipollas, lo que en el fondo no es nada fácil, ya que las grandes figuras del gilipollismo suelen evitar ser reconocidas fácilmente con diversas e ingeniosas estratagemas, aunque se deslinda con facilidad el gilipollas inexperto por varios rasgos que se dan de consuno. Suprimiremos, desde luego, la necedad, por ser el rasgo más patente. En su modalidad más simple, s
uele aparecer sin cohorte de lameculos, chupamindas y catarriberas [5] más tontos que él (sí, es cierto, los hay) que lo defienden y escoltan, y lo delata, en primer lugar,


1. La extensión: el gilipollas habla más que nadie, más alto que nadie, tarda más que nadie en marcharse, tiene siempre la opinión más extensa, no digo la mejor, sobre cada cosa y está siempre presente en el grupo más numeroso, a fin de hacer más víctimas de su necesidad de protagonismo.


2. También se le reconoce por su mala educación excesiva o por su exceso de educación, pero siempre por pasarse de rosca, nunca por un término medio. Un patrón de gilipollas se pasa siempre quince pueblos, o más, si le dejan.


3. Es, además, una persona a la que su narcisismo hace muy elegante y perfumada y a la que su clasismo imbuye rehuir sistemáticamente la compañía de los feos, los humildes, los enfermos, los solitarios y los que poseen conocimientos más hondos que los suyos, sobre todo.


4. Posee, además, un discurso meramente fonético y tópico, y su diálogo no es en realidad un verdadero diálogo, pues carece de la dimensión humana de la comprensión, sino un intercambio de monólogos con otros gilipollas como él; el gilipollas clásico no escucha porque está demasiado distraído oyéndose a sí mismo.


5. Posee mala memoria y es frecuente, en el gilipollas burgués, que olvide sus orígenes botijeros.


6. Además, es mezquino, es incapaz de deshacerse de su dinero, como es incapaz de deshacerse de sí mismo. En suma, cuenta con los siguientes rasgos:

Extensión, maximalismo.
Monomanía narcicista.
Elegancia externa
Clasismo.
No escuchar.
Miseria con los demás, falta de generosidad.

Conviene aquí hacer una salvedad, pues algunos parecen gilipollas y no lo son. El falso gilipollas suele ser víctima de una pasión que le hace aparecer ante los demás como loco o gilipollas, como un monomaniaco al estilo de Don Quijote o Bob Geldof. A estos cabe llamarlos idealistas y son en general buena gente, aunque excesiva, si bien lo que es más corriente entre los falsos gilipollas es manifestarse como divos. El falso gilipollas es un profesional que ha hecho una religión de su propio conocimiento destacado en una rama del saber o del arte, o incluso, en aspectos más patológicos, una enfermedad, lo que provoca una deshumanización que él es el primero en padecer y reconocer. Es ese reconocimiento lo que separa al divo o al idealista de los gilipollas molestos y dañinos. En el caso del divo o del divismo, una persona incompleta se hace representar por su imagen exterior y vive solamente para ella y nada más que para ella, olvidándose de lo demás; hasta ahí es un gilipollas como los demás, pero el evolucionar a una cierta crisis existencial a causa de la conciencia de esa deshumanización es ya de hecho dejar de ser un gilipollas y supone un regreso a la condición natural.


Otra interesante manifestación de la gilipollez es la colectiva, la que se presenta en manada. Una de las más interesantes y peligrosas es la conocida como nacionalismo, racismo o fascismo. Cuando la gilipollez deja de tomarse en abstracto se corporeíza, pero se corporeíza en cuerpo humano y genes, en forma de racista xenófobo o idiota en sentido griego, también por lo que porculiza. El racista o cabeza rapada, suponiendo que tenga cabeza, pasa a ser la suprema encarnación de la gilipollez en cuanto que asume el cuerpo, entendiendo por tal lo que Schopenhauer llamaba la máxima representación de la voluntad, como un sustituto del espíritu o del pensamiento. Los países encantados de haberse conocido, como Estados Unidos, Francia... suelen tener problemas para reconocer otros países. La fatuidad de un patriota francés, Chauvin, que no en vano era actor, ha dado de hecho uno de los sinónimos de la gilipollez, el chauvinismo. Una variante es la gilipollez vasca, fundada en una mal entendida hidalguía; es una manifestación que tuvo amplio reflejo escrito en el gilipollas literario de nuestro teatro clásico conocido como figurón: la mayoría de los figurones del siglo XVII y XVIII suelen ser vascos. Eso engendró una curiosa reacción castellana, que podríamos llamar gilipollez negativa. Quevedo ya dijo en un romance que es español el que no puede ser otra cosa (la frase se suele atribuir a Cánovas, pero lo que hacía éste en realidad era citar a Quevedo), y esta afirmación viene a ser una exclamación desolada por parte de alguien que se encuentra asediado y rodeado por todo tipo de gilipollas, como Castilla por nacionalismos periféricos (y hay que notar que se habla aquí de Castilla más que de España). Por otra parte, el gilipollas suele encajar en las profesiones más relacionadas con el trato repetido y superficial con la gente, como es el caso de la política. Se trata entonces del gilipollas adelantado, usado como espantajo por los inteligentes o los corruptos, que lo manipulan situándolo como paraguas para esconderse o como ariete para sus negocios de trapacería. Así, es frecuente encontrar gilipollas en el mundo de la política, ya que bajo este señuelo y paraguas los lameculos y catarriberas inteligentes pueden robar y hacer trapacerías mientras el gilipollas político demanda y absorbe la atención general. Su función es pues la del llamado tonto útil o gilipollas distractivo.


El proceso de génesis del gilipollas es el siguiente. En primer lugar, se produce un desajuste entre la personalidad individual y la social. Si la autoestima o autoimagen que un ser humano o un colectivo tiene de sí mismo empieza a no coincidir con la imagen social que se tiene de él, se está incubando un gilipollas. En ese sentido, es muy descriptivo uno de los sinónimos que ha engendrado el lenguaje castellano del gilipollas, el figurón. La comedia de figurón de nuestro teatro clásico ofrece una amplia galería de gilipollas que ejemplifica una época de crisis en la historia de España.


La gilipollez tiene manifestaciones biológicas en una época de nuestras vidas. Así, lo que llamamos adolescencia es en realidad un proceso biológico y transitorio de gilipollez causado por la falta de identidad del joven, ya que no tiene un pasado al que agarrarse y sí por el contrario todo el futuro ante él para angustiarse mientras su cuerpo le pide que cambie de rol, por lo cual se produce la hipóstasis mimética del modelo que tenga más cercano, por lo general muy pobretón y miserable, ya que es suministrado por la sociedad de consumo. Hasta ahí se trata de algo normal y disculpable; pero el proceso puede torcerse hasta incubar el gilipollas juvenil o niñato. En este caso se trata de un adolescente con muy baja autoestima y su falta de habilidades le causa una angustia suplementaria que compensa intentando socializarse pareciendo más gracioso, sin observar que haciendo el payaso se está humillando o faltándose al respeto a sí mismo y sin reparar que la autoestima legítima se consigue sólo mediante el trabajo y el esfuerzo. 



Vemos, pues, que el gilipollas clásico suele tener una formación deficiente o un cierto complejo de inferioridad que nace del desajuste entre su personalidad interna y la externa. En el caso del pseudogilipollas divo, más bien es demasiado especializada: sabe mucho sobre un tema y nada más y llega hasta la gilipollez estricta al alcanzar un absoluto divorcio entre su autoimagen real y su imagen social. Su falta de conexión con el medio ambiente le hace reafirmarse continuamente contando batallitas como el abuelo Cebolleta


En fin, y ya para terminar, es de esperar que este somero bosquejo del fenómeno gilipollístico, fruto de algunos años de observación en las canteras y manaderos más frecuentes de gilipollas pueda servir para prevenirse de los ataques de estos perversos sujetos y para superar nuestros momentos, espero que breves, de gilipollez, y que no sea verdad lo que se decía en Trainspotting: "Dentro de cien años, no habrá hombres y mujeres, sino sólo gilipollas"

[1] Eclesiastés, I, 15.


[2] Cum ipse sit insipiens, omnes stultos aestimat (Santo Tomás de Aquino, II-II 60, 3)


[3] En Chile polla significa ‘lotería’, por lo cual si un español escucha en Chile que “a fulanito le ha tocado la polla” no debe sacar conclusiones apresuradas.


[4] Idiota propie dicitur qui scit tantum linguam in quia natus est (Santo Tomás de Aquino, Super I ad Cor. 11-16, 14, 3)



[5] El catarriberas suele acompañar al gilipollas bien parido o vicario, que ejerce una autoridad falsa por delegación de otro, por lo general un padre o pariente que le ha dado su falso prestigio, su puesto o cualquier prebenda.