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domingo, 30 de noviembre de 2025

Cuatro sintechos hablan de su vida

 “Vivir en la calle es como estar en una cárcel porque pierdes el control de tu vida”, en El País, por Natalia Junquera, Madrid - 30 nov 2025:

Los cuatro protagonistas del documental de Richard Gere sobre personas sin hogar en España relatan a EL PAÍS cómo terminaron durmiendo al raso y qué significa para ellos volver a tener una llave en el bolsillo.

Pepe, de 66 años, señala el portal de la tienda donde estuvo durmiendo al raso, el mismo lugar en el que, una noche, recibió una paliza y donde muchos días pensó si no era mejor morirse. Está en la misma calle madrileña (Bravo Murillo) en la que tuvo un bar durante 20 años. “Cerré en 2019. Empecé a trabajar repartiendo periódicos y comida para una empresa francesa, pero llegó la pandemia y me quedé sin los dos trabajos. Cuando se me acabó el dinero, me echaron del piso de alquiler donde estaba y me vine a esta esquina. A mi familia no le dije nada, quería resolver el problema solo, pero una vez que estás en la calle es muy difícil salir. Por aquí pasaba gente que conocía de cuando tenía el bar, y que incluso me había pedido ayuda, pero muchos miraban para otro lado, hacían como que no me habían visto”. Pepe es uno de los cuatro protagonistas de documental que el actor Richard Gere y su esposa, Alejandra, acaban de presentar junto a la entidad Hogar sí: Lo que nadie quiere ver. Los cuatro tienen perfiles muy diferentes, lo que demuestra que en el llamado sinhogarismo, que afecta a 37.000 personas en España, según el cálculo de la entidad, no hay perfil. EL PAÍS pasó un día con ellos. Esta es su historia.

La primera noche en la calle

“La primera vez que mi madre me echó a la calle tenía 12 años”, relata Mamen, de 54, malagueña de la barriada de Los Girasoles. “Recuerdo dar vueltas de noche, muy asustada, cerca del colegio. Unos chicos me vieron, me trajeron mantas y se pusieron a cantar y tocar la guitarra para que dejara de llorar”. Ha pasado más de dos décadas sin hogar.

Javi, de 52 años, cuenta que todo empezó a torcerse al separarse de la madre de su hijo. “Tenía una hipoteca, una pensión que pagar y dos trabajos, pero no me daba. Cuando me vi sentado en un banco, sin tener a dónde ir, no me lo creía. Pensaba: ‘¿Cómo he acabado aquí?’. Era como un mal sueño. Luego pasa un día y otro y otro y te vas acostumbrando. En total, he estado cuatro años y pico así, con idas y venidas“.

Latyr, senegalés de 52 años, relata que se vio en la calle por una estafa. “Yo había estudiado económicas en París y trabajaba en Bruselas con proyectos de la Comisión Europea para países menos desarrollados. Hablo inglés, francés, español, flamenco y dos lenguas africanas”. Cuenta que unos amigos estadounidenses le pidieron ayuda para invertir en España, pero lo hicieron con un cheque falso. “Mientras duró la investigación, cuatro años, tuve que entregar mi pasaporte y acudir cada mes al juzgado. En España no conocía a nadie, así que cuando se me acabó el dinero, terminé durmiendo en una tienda de campaña en un parque. Tenía mucho miedo, no sabía qué hacer...”.

“Estás en la calle, al aire libre”, prosigue Latyr, “pero de alguna manera es como estar en la cárcel porque pierdes totalmente el control de tu vida. Cualquier cosa que antes hacías sin pensar, mecánicamente, como ducharte, desayunar, ir al baño... de repente se vuelve muy complicado. Como me daba vergüenza pedir a la puerta de un supermercado, para conseguir algo de dinero acudía los días de mercadillo a ayudar a descargar camiones o me ponía a señalar sitios libres por si alguien me daba una moneda por ayudarles a aparcar”.

“Una temporada”, recuerda Mamen, “viví en una cueva en Málaga, entre ratas. En ese momento trabajaba cuidando a una persona mayor, así que me despertaba, bajaba la cuesta para ir a ducharme a la Cruz Roja y me iba a currar. Cuando terminaba, con toda mi pena, volvía a la cueva”.

Pepe recita de carrerilla los sitios de Madrid donde hay fuentes —“cada vez menos”—, baños públicos, duchas. “Mi obsesión”, recuerda Javi, “era estar afeitado, limpio. Para mí era más importante el cómo te ven que comer porque descubres que puedes estar una semana sin llevarte nada a la boca y que no te pase nada. Trabajé de muchas cosas, incluso disfrazado: de Papa Noel, de perrito caliente, de vampiro, en un circo...”.

Los peores momentos: matarratas y agresiones sexuales

“En la calle”, explica Pepe, “aprendes a conocer a la gente según la ves, y los hay muy buenos y muy malos”. “Los que me pegaron la paliza eran cuatro chavales jóvenes. Salían de una discoteca que estaba cerca, me tiraron los cubatas encima y luego me patearon. A partir de ese momento, yo me ponía la alarma en el móvil para despertarme antes de que cerrase la discoteca e irme un par de horas por ahí, para que no me vieran”.

A Javi estuvieron a punto de matarlo. “Una señora mayor que vivía por el barrio me trajo un día unas lentejas. Al probarlas, me supieron raro y me dio miedo que la mujer se intoxicara. Lo comenté con otra chica que pasaba mucho por donde yo estaba y que trabajaba en un laboratorio y se las llevó para analizarlas. Resultó que tenían matarratas. Me enteré porque cuando la señora volvió, se acercó la policía, a la que había avisado la chica del laboratorio, y cuando le empezaron a preguntar, la mujer mayor dijo: ‘Hay que terminar con esta lacra’. Creo que no estaba muy bien de la cabeza porque no entiendo que quieras hacerle daño a alguien a quien ni siquiera conoces”.

El peor momento de Latyr fue cuando enfermó. “Yo tenía EPOC [Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica] severa y en una revisión, tras hacerme unas pruebas, me detectaron cáncer de pulmón, pero el oncólogo me dijo que estando en la calle no podía recibir el tratamiento de quimioterapia y radioterapia porque me mataría. Necesitaba comer bien, descansar... para poder aguantarlo”.

Es difícil señalar un peor momento en la vida de Mamen. Con 17 años, se quedó embarazada en una violación y se casó con el agresor para alejarse de su madre, que cuando era niña, relata, la ataba a la cama cuando ella salía y luego le daba palizas por hacerse sus necesidades encima. Su primer marido era traficante de hachís. Su segunda pareja la maltrataba. Los tres terminaron en la cárcel. “En prisión me quitaron a mi hija pequeña para darla en acogida. No la volví a ver. Se llama Mireia y ahora tiene 15 años. Todas las noches pienso en ella”.

Cuando salió, durmió al raso en Málaga, Córdoba, Sevilla, Jaén, Almería... “Una vez que estaba durmiendo en la playa, dentro de un saco, llegó un hombre y empezó a meterme mano. Quería violarme, pero logré escapar. Y estando en Málaga, dos chicos me metieron en un coche, me llevaron a un descampado y me desnudaron. Aún no me lo explico, pero logré huir. Cuando me vio una pareja mayor, ensangrentada, desnuda, me echó una manta, me subió a su casa y llamó a la Guardia Civil. No sé cómo estoy viva”.

Y los mejores: “Volví a sentirme persona”

No se emocionan al relatar las palizas o las perrerías que les hicieron mientras estuvieron en la calle, pero sí al recordar algunos buenos gestos de la gente que se cruzaba con ellos, unos destellos de humanidad entre miles de días largos, muy largos. “En uno de los cajeros en los que estuve durmiendo en Málaga”, cuenta Mamen, “hubo un grupo de vecinas que me ayudaron muchísimo. Me traían el desayuno y si estaba dormida, me lo dejaban con mucho cuidado al lado, para no despertarme... Lo pienso ahora y se me ponen los pelos de punta”.

En una ocasión que Pepe llevaba cinco días sin comer y pensaba en tirar la toalla, se le acercó una mujer. “Me trajo un cocido que me devolvió la vida y ahora cuando la veo por el barrio, siempre charlamos un rato y se lo recuerdo. Otra vez se sentó al lado una familia en una terraza y de repente la niña se acercó, abrió su bolsito y me dio cinco céntimos. Ahí se me cayó el alma”.

Para Javi, lo mejor que le pasó en la calle fue conocer a una familia. “Un día un hombre que me dijo: ‘Lo siento, no puedo ayudarte mucho’. Yo le dije que no se preocupara y le pregunté si podía ayudarle yo en algo. ‘Pues tengo un mueble que no puedo bajar a la calle solo’. Le ayudé, claro, y quería pagarme un dineral, pero le dije que no. A partir de ese momento, cuando pasaban por delante su hija y sus nietos siempre se paraban a hablar conmigo. Me hicieron sentirme persona otra vez”.

Javi y Pepe relatan que una de las secuelas que les provocó la calle fue quedarse sin voz. “Si no utilizas las cuerdas vocales, si te pasas un montón de tiempo sin hablar con nadie, eso se atrofia. En Alicante, donde estuve seis meses”, recuerda Javi, “todo el mundo pensaba que era mudo”.

La nueva vida

Gracias a la ayuda de Hogar sí en colaboración con los Servicios Sociales los cuatro han conseguido tener una cama, una llave en el bolsillo, un buzón. Volver a existir, dejar de ser invisible, explica Pepe, no es fácil. “Tenía deudas con Hacienda y en Hogar sí me ayudaron a ir arreglando los papeles. Menos mal, porque para que te dieran uno necesitabas tres. Me explicaron cómo pedir un abogado de oficio y a tramitar la jubilación. En cuanto tuve una cama, retomé el contacto con mi familia, que me echó una buena bronca por no haberles pedido ayuda. Ahora trato de ayudar yo a la gente sin techo que veo cuando paseo”. Lo cuenta en la cafetería Mil delicias, a la que acude cada día a tomar café porque cuando estaba en la calle se lo llevaban a él. Cuando entra por la puerta, Sheyla González y Mileidy Guamo, las camareras, le saludan con cariño. Quiere apuntarse al IMSERSO, aunque se conoce bastante bien España. “De joven trabajé una temporada colocando en los quioscos los toldos de EL PAÍS”, revela al final de la entrevista.

Latyr terminó el pasado febrero el último ciclo de quimioterapia. “Ahora estoy bien, el tumor se ha estabilizado, vivo en Córdoba, con mi novia, y si todo sale bien, en enero empezaré a trabajar de intérprete. Lo que más disfruto es la libertad, la rutina de tomarme un café por la mañana o ducharme sin tener que pensar cómo o dónde voy a poder hacerlo”.

Mamen cuenta que ha hecho cursillos de camarera y para trabajar en un hotel. “En mayo hace dos años que tengo techo. Cuando noto la llave en el bolsillo, me pellizco, aún no me lo creo”.

Javi trabaja de repartidor y paseando perros. “Esta llave para mí significa todo porque cuando me ayudó la gente de Hogar sí yo ya me estaba rindiendo. Una de las cosas que más disfruto ahora es cocinar”.

Una encuesta reciente de 40dB. para Hogar sí (1.500 entrevistas online) reveló que un 22,4%, es decir, el equivalente a nueve millones de personas, habían tenido que alojarse temporalmente en casas de conocidos por motivos económicos; que un 10,9% (4,5 millones) habían dormido en coches o portales; un 10,1% (4,1 millones) habían dormido al menos una noche en su vida en la calle y un 8,1% (3,3 millones) habían acudido a algún alojamiento de emergencia (albergues). Pepe, Javi, Mamen y Latyr insisten en un mensaje final: esto le puede pasar a cualquiera. Un problema que se junta con otro, una mala racha, la vergüenza que impide pedir ayuda... y una vez en la calle, es muy difícil salir. Por eso aceptaron participar en el documental, aunque al principio pensaron que les estaban tomando el pelo. “Imagínate que te llaman”, dice Pepe, “y te preguntan que si quieres salir en una película con Richard Gere. Pero era verdad”. Mamen recuerda que la primera vez que lo vio en Pretty Woman, pensó: “Qué tipo más guapo y qué pinta de buena persona. Cuánto me gustaría conocerlo. Y mira por dónde...”.

domingo, 10 de agosto de 2025

Cuba, grado cero de la miseria política y real

 Regreso a una Cuba que no conozco, en El País, por Patricio Fernández, La Habana -13 de julio de 2025

Ya nadie cree en la revolución. El Gobierno de Díaz-Canel no concita ningún afecto ni respeto. El país no produce casi nada y Trump impone nuevas restricciones, mientras los cubanos no consiguen imaginar el siguiente paso del declive.

Acabo de volver a Cuba después de siete años. No iba desde abril de 2018. A lo largo de los casi cuatro años anteriores, período durante el que pasó gran parte del tiempo ahí, Raúl Castro y Barack Obama restablecieron las relaciones diplomáticas entre sus países y emprendieron un proceso de apertura y abuenamiento que detonó un ambiente de entusiasmo y esperanza. Cuba se puso de moda: abrió tiendas de lujo en el Parque Central; Gucci realizó su desfile anual en El Prado, Rápido y Furioso filmó un capítulo de su saga en El Malecón; Madonna celebró su cumpleaños número 58 en La Guarida y The Rolling Stones, cuya música estuvo prohibida por décadas, dio un concierto para 300.000 personas en la Ciudad Deportiva. Mick Jagger gritó desde el escenario: “¡Parece que los tiempos están cambiando!”. Y la multitud le contestó que sí. Cubanos que habían hecho su vida afuera volvieron para emprender de nuevo en la isla. Obama visitó La Habana y sus habitantes salieron a saludar el paso de La Bestia , la limusina que lo transportaba. Hasta los más nihilistas se permitieron imaginar un feliz viraje sin retorno.

El 25 de noviembre de 2016 murió Fidel y se decretaron nueve días de luto, con ley seca y cualquier festejo prohibido. El 4 de diciembre lo enterraron en el cementerio de Santa Ifigenia debajo de una roca inmensa traída de la sierra Maestra, a pasos del mausoleo de José Martí .

Pero las cosas no se dieron como era deseable esperar. La fiesta se apagó rápido, aunque no de golpe. Al poco se impuso el trumpismo de Florida y el fidelismo conservador en Cuba. Vino la pandemia, la ausencia de ayudas extranjeras, el Movimiento San Isidro , las protestas de periodistas, artistas y escritores afuera del Ministerio de Cultura, las del 11 de julio de 2021 —las más grandes desde el maleconazo de 1994 —, la canción Patria y Vida del grupo Gente de Zona , la obstinación de un pésimo manejo económico, la Ley de Comunicación Social que terminó de prohibir la propiedad privada de cualquier medio de comunicación, una crisis alimentaria que tiene al Gobierno. pidiendo leche en polvo al Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas y un colapso del sistema energético por falta de combustible y de mantención de las generadoras que provocan apagones permanentes. Diariamente, en todos los barrios, a cierta hora, se corta la luz.

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Hay muy poca gente en La Habana. Según el economista y demógrafo Juan Carlos Albizu-Campos, entre 2022 y 2023 la población isleña cayó en un 18%. De algo más de 11 millones a cerca de 8,5 millones. Actualmente, por Obispo deambulan unos cuantos, pero ni la sombra de lo que sucedió hace 10 años, cuando ahí se concentraban los turistas. Hoy se cuentan con los dedos de las manos. Varios de sus locales comerciales están cerrados y en los que siguen abiertos la oferta es ridícula. En la Plaza de Armas dejaron de vender libros y antigüedades. Un dúo de viejos canta Bésame mucho sin público. Las mesas del restaurante que daba vida a la plaza de la Catedral ya no existen. En la puerta de la Bodeguita del Medio, dos mujeres disfrazadas fuman puros de palo para posar con los visitantes. Una de ellas, no menor de 70, me ofreció sexo oral. En el muro de enfrente, un mal pintor exhibe sus telas con la cara del Che. “Hasta la victoria siempre. Patria o muerte”, se lee en una de ellas. Pasa una anciana en silla de ruedas y me pide plata para comer. Casi todos los cubanos con los que uno se cruza por ahí, están mendigando. Hay los que ofrecen monedas y billetes descontinuados con los rostros de los héroes de la Revolución a cambio de cualquier ayuda. Al final de la tarde, penan las ánimas.

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En las calles se ven más viejos que jóvenes. “La arcilla fundamental de nuestra obra es LA JUVENTUD, en ella depositamos nuestra esperanza y la preparamos para tomar de nuestras manos la bandera”, asegura Ernesto Guevara en un cartel de la calle Teniente Rey. Por los bordes del bulevar San Miguel puede encontrarse a algunos de esos ancianos tirados en el suelo. A quienes viven escarbando basureros les llaman deambuladores. Cuesta mucho más que antes encontrar muchachos y muchachas atractivas, de esas que han hecho famosa la belleza cubana. Y no es de extrañar, porque en esta fuga no faltan los viajeros dispuestos a rescatarlas.

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En la Plaza Vieja, a fines del año pasado, el artista alemán Martin Steinert instaló una escultura titulada Nube de Madera . Son cientos de listas que estructuran un volumen liviano y que, como su nombre indica, parece una nube de madera. Los habaneros han repletado sus tablas con mensajes y deseos: “Sé libre sin importar lo que digan”, “Paz y prosperidad para mi Cuba”, “Me quiero ir para el yuma”, “Los quiero, pero los dejo”, “Abajo la dictadura”, “De qué revolución me hablan, si aquí no dejan que cambie nada”, “Vaya que los odio”. También hay corazones atravesados con declaraciones de amor y autógrafos con fechas.

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En La Habana Vieja abundan los edificios en ruinas. Según datos oficiales un 35% de las viviendas del país están en mal estado. Semanas antes de pasar por ahí se derrumbó uno en Santos Suárez y por esos mismos días otras cinco viviendas en Guajay, otra en Compostela y un balcón en la calle Muralla. Es frecuente encontrar en las esquinas restos de concreto y basura acumulada. Me cuento que pueden pasar semanas sin recogerla y hay parques, como el Carlos Aguirre, directamente convertidos en basural. Llegué allí después de vagar por Centro Habana: Neptuno, Perseverancia, Lealtad y San Rafael hasta Infantas, donde entre los pilares había quienes ofrecían pares de zapatos viejos, remeras gastadas, clavos, alambres oxidados y masas dulces. Un comercio de restos.

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Si algo ha caracterizado estas tierras de la Revolución es la seguridad. Drogas siempre ha habido, pero en círculos muy exclusivos, nada parecido a su presencia en los otros países latinoamericanos. Mientras caminaba por Cayo Hueso, sin embargo, más de una vez me advirtieron de que no hablara por celular. El asunto se ha vuelto un tema muy presente en la conversación de los cubanos. El escritor Pedro Juan Gutiérrez me contó que estaba reforzando las puertas de su departamento en un piso 8 de Galeano o por ahí, muy cerca del Malecón. En esos barrios, según me dijo, hoy se expande el consumo de una droga nueva conocida como El Químico. La dosis -un pedazo de papel impregnado- cuesta menos de un dólar y contiene carbamazepina y otras benzodiacepinas, además de anestésico para animales, formol, fentanilo y fenobarbital. Según Josué, "es como un golpe de energía que me llena de calambres todo el cuerpo. Hay un momento que solo siento como tarde el corazón y se me tapan los oídos. A muchos les provoca caminar rápido, pero a mí me da por ir lento".

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Paralelamente, hay una burguesía que emerge. Son los dueños de las mipymes privadas que han sustituido la provisión estatal de muchísimos bienes y servicios. Mientras unos no consiguen contentarse con los poquísimos productos que flotan como náufragos sobre los mesones de los mercados de barrio, se consolida esta clase comerciante que habita un mundo aparte. Distintos tiempos conviven en los transportes callejeros: carretas, taxis a pedales, autos gringos de los años cincuenta, ladas soviéticas , triciclos eléctricos, vehículos del año. Hay más autos nuevos que antes, muchos chinos, pero no solamente. También restaurantes en los que se puede comer muy bien a precios internacionales. Si antes los acostumbraban artistas y músicos exitosos, miembros de la nomenclatura y extranjeros, ahora tienen entre sus habituales a los dueños de estos nuevos negocios y sus familias. La economía se halla altamente dolarizada y no es difícil cambiar dólares en el mercado negro a casi el triple de su precio oficial. En las tiendas mejor abastecidas se paga directamente con esa moneda. Han aparecido nuevos hoteles inmensos y deshabitados que son propiedad del Estado, pero cuya gestión está en mano de privados: uno de 42 pisos, en la calle 23, a pasos del Coppelia, administrado por Iberostar y el inmenso Gran Muthu Habana Hotel próximo a la Quinta Avenida son los que más llaman la atención. Pregunto para qué los construyen ahora si no hay turistas y, aunque nadie puede responderlo a ciencia cierta, hay quienes aseguran que se trata de proyectos comprometidos durante el Deshielo, como bautizaron esos años de apertura y esperanza, interrumpidos por la reacción del poder local, el triunfo de Donald Trump y la pandemia. Otros sospechan que se trata de apuestas futuras o de negocios turbios en los que se encontrarían involucrados miembros del aparato gubernamental. No habiendo prensa libre, las noticias son rumores, y uno muy difundido es que la obtención de permisos depende de personajes corruptos como El Cangrejo . Por miedo a los micrófonos, cuando alguien se refiere a él pone a caminar los dedos.

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“No tomes apuntes en público”, me dice un amigo mientras escribo en una libreta lo que acaba de contarme: que la bola repite que Miguel Díaz-Canel tiene mal aché. El dolor, entre los santeros, es la suerte. Según él, apenas creía que el Gobierno llegó un tornado a La Habana , después estalló el hotel Saratoga y tres meses más tarde ardieron los depósitos petroleros de Matanzas. “Guarda eso”, me dijo, “no seas loco”. Era la primera vez que regresaba a Cuba tras publicar Viaje al Fin de la Revolución, un oficial de civil me había hecho a un lado en el aeropuerto para recordarme que llegaba con visa de turista y, como pude ratificar a los pocos días que era cierto, “te tienen en la mira, asere”, agregó. “La población de esta ciudad ya no es la misma”, me dijo más tarde. De sus amigos no queda ninguno. Al mismo tiempo que los habaneros migran al extranjero en busca de mejores oportunidades, por el mismo motivo migran de las provincias a La Habana. A los que llegan de Oriente les llaman palestinos. Se les reconoce por el acento, el color de piel, el nivel cultural, la precariedad extrema y la falta de arraigo.

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Vuelvo al barrio del Vedado en que solía quedarme años atrás: el paseo de los Presidentes, la galería Habana, el mercadito de la calle F donde ahora no hay nadie y sobre cuyos mesones entristecen algunos ajos, pimentones, cebollas, yucas y remolachas, muy separadas unas de las otras. Al fondo, una vitrina de vidrio con un lulo de mortadela, cuatro o cinco cortes de vacío y chancho muy poco apetitosos, y antes de adentrarse en su oscuridad, un rincón en el patio donde una veinteañera vende helados de fresa, chocolate, caramelo y guanábana dignos de la mejor gelatería italiana, aunque servidos en unos muy rudimentarios vasos plásticos. Así como sobreviven estos helados estupendos, si se busca, puede encontrarse con el mejor jazz del continente entre la bulla del reparto, la variante local de reguetón que la rompe. El hotel Presidente está exactamente igual, aunque su terraza está vacía. Hace una década, muchos se reunían en la vereda de la calle 2 para captar la señal de wifi disponible para sus huéspedes y comunicarse con sus parientes en el extranjero. Hoy la mayoría paga aviones telefónicos que les permiten hacerlo sin mayores dificultades.

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Ya nadie cree en la Revolución. El Gobierno de Díaz-Canel no concita ningún afecto ni respeto entre los cubanos. Pudiendo, despotrican. En el país no se produce casi nada. La Administración de Donald Trump, por su parte, impone permanentemente nuevas restricciones que amplían el bloqueo. Mientras estaba allí prohibieron el funcionamiento de la plataforma Airbnb. Antes, suspendió las licencias para transacciones con la empresa que recibe las remesas (hoy la plata viaja en maletas), la libertad condicional humanitaria y los procesos de reunificación familiar, inclusión a Cuba en el decreto que limita el acceso a inteligencia artificial a universidades y decidió perseguir como criminales a los posibles inversores de la industria nacional Biofarmacéutica, entre otras muchas medidas de hostigamiento. En las noticias internacionales apenas se habla de lo que sucede en Cuba, salvo en los debates políticos locales donde sus enemigos ideológicos la mencionan como una abstracción desdeñable. Sus habitantes de carne y hueso, mientras tanto, no consiguen imaginar el paso siguiente de esta historia, cuánto peor se puede estar. Allí donde alguna vez se concibió el hombre nuevo, cunde la desesperanza.

Patricio Fernández es periodista y escritor chileno.

miércoles, 13 de noviembre de 2024

La verdad sobre los sintecho

De Quora. Por cierto, el vídeo es terrible:

 ¿Cuál es una verdad tan difícil de tragar que la mayoría de la gente nunca entenderá? Que las personas sin techo no siempre tienen la culpa de estar en esa posición.

Luke, un indigente, fue entrevistado en el 2015 por un YouTuber. Él y su esposa quedaron atrapados en la calle luego de una serie de cheques de pagos que fueron perdidos.

Este hombre estaba en Los Ángeles en el momento de la entrevista. Después de contar su historia, empezó a explicar los problemas que le obligaron a quedarse en la calle.

En las calles simplemente no puedes tener posesiones. Todo lo que tienes termina robado. Comida, dinero, herramientas e incluso zapatos. Los zapatos de Luke fueron robados 30 veces según él. Ha aludido a que lo asaltaron 13 veces desde que se quedó en la calle. 10 de las 13 veces en las que fue asaltado, ni siquiera conocía a la persona.

"Siento que estoy cayendo y nunca tocando fondo, o talvez golpeando un fondo que es falso..."

Él, junto a millones de personas, está literalmente atrapado en el frío, solitario, duro, peligroso y extraño mundo de las calles.

No puede conseguir trabajo, ya que se le reconoce como un indigente y, por lo tanto, no será contratado en ningún lugar cerca de él. Tampoco puede conseguir un apartamento sin un trabajo… ni puede conseguir un trabajo sin un apartamento.

Esta declaración es, por sí misma, una paradoja. A mi opinión, estas personas están atrapadas en una paradoja generada por la sociedad que crea una barrera invisible entre ellos y ella.

¿Cuál es la peor parte de esto? Nadie sabe si Luke está vivo.

Ha ganado millones de visitas en Youtube indirectamente a través de un canal tipo blog, pero ese video fue subido en el 2015. Varios comentaristas del vídeo especulan sobre su muerte en los últimos años. Estas declaraciones no pueden ser comprobadas, y no hay registros de personas sin hogar, ni funerales, ni entierros, ni familias que reclamen sus cenizas. Estas personas son estructuralmente invisibles.

Notas al pie

[1] https://www.youtube.com/watch?v=T_c5ff0EEcA

lunes, 2 de septiembre de 2024

Bolsa familia, la exitosa idea de Lula que sacó a Brasil de la pobreza y el Tercer mundo

1 de 4:

Naiara Galarraga Gortázar, "Bolsa familia. La exitosa fórmula de Lula para acabar con la miseria heredada". El País, 1 sept 2024:

Dos tercios de la primera generación de niños que recibieron la ayuda del programa brasileño contra la pobreza prosperaron y la mitad logró un empleo formal

Jesiel Viana es un ingeniero de software brasileño de 34 años que no tiene fotos de su infancia. En aquella época no había celulares, su familia era pobrísima y todo quedaba lejos. Creció en Inhuma (Piauí), una pequeña ciudad de interior en el Brasil más árido y necesitado. La electricidad solo llegó este siglo, cuando él tenía 15 años. Hijo de agricultores —una madre que consigue leer y escribir y un padre analfabeto—, Viana pertenece a la primera generación de los hijos de Bolsa Familia, el programa que sacó a 25 millones de brasileños de la miseria, mitigó el hambre, mejoró la salud… Aquella pequeña ayuda mensual —unos 144 reales actuales, 25 dólares o 23 euros— cambió el destino de esta familia con tres hijos que plantaba frijol y mandioca. Malvivían con lo mínimo y con préstamos a precio de usura. Aquel crío que vio su primer ordenador a los 18, logró una maestría en Ingeniería de Software y es profesor. Su caso puede parecer excepcional pero no lo es tanto, según acaba de certificar un estudio académico.

Los investigadores han constatado que el 64% de la primera generación de hijos de Bolsa Familia son adultos que ya no necesitan ayudas públicas, rompieron el ciclo de la pobreza que a menudo atrapó a sus familias durante siglos. Y la mitad logró algún empleo formal, según el estudio Social mobility and CCT programs: The Bolsa Família program in Brazil (Movilidad Social y los programas de transferencia de dinero: el programa Bolsa Familia en Brasil), publicado en la revista World Development Perspectives (Perspectivas del Desarrollo Mundial). Los autores siguieron a los beneficiarios de 7 a 16 años entre 2005 y 2019 para revisar si de adultos aún necesitaban al Estado para lo más básico.

Bolsa Familia, creado por Fernando Henrique Cardoso y expandido por Luiz Inácio Lula da Silva, es conocido como uno de los programas contra la miseria más eficaces y baratos del mundo. Pese a su éxito, todavía 21 millones de hogares necesitan esta paga mensual —emblema de la política social del Partido de los Trabajadores— cuya cuantía se quintuplicó a partir de la pandemia.

“El programa tiene efectos positivos a largo plazo, son efectos no anticipados. Nadie pensó en eso cuando se creó Bolsa Familia”, explicó al diario Valor Econômico uno de los autores del estudio, Paulo Tafner, director del Instituto Mobilidade e Desenvolvimiento Social. El economista sostiene que el éxito está en que Bolsa Familia impone dos contrapartidas: es obligatorio que los hijos vayan a la escuela y que estén vacunados. Gracias a eso, varias generaciones siguieron estudiando sin tener que trabajar para ayudar a la economía familiar.

Con los años, al Estado le ha salido rentable, según el citado estudio. Aquellos niños contribuyen a las arcas públicas con sus impuestos. Se creó un círculo virtuoso que, de todos modos, no venció las desigualdades. Bolsa Familia funcionó mejor entre los hombres, los blancos y las regiones más prósperas.

Como Viana, millones de brasileños conquistaron —gracias a ayudas públicas y a aprovechar cada oportunidad— una vida inimaginable cuando eran niños. Estas son las historias de cuatro de ellos: el ingeniero informático que creció sin luz en Piauí; una psicóloga y próspera empresaria que empezó a trabajar a los 14, más tarde que sus hermanos; un técnico ayudante de cardiólogo que a los 13 compartía un único par de zapatillas con un hermano y una profesora de inglés y portugués criada por una abuela viuda que una vez al mes lograba darle un capricho, unas galletas rellenas pagadas a crédito.

“Mi abuela nos crio a mis dos hermanos y a mí”, arranca al teléfono. “Era una viuda analfabeta con una pensión mínima, pero dentro de todas las dificultades no dejó que nos faltara nada de lo básico. Bolsa Familia para nosotros no fue cuestión de supervivencia, como para otros, pero nos trajo cierta dignidad”, dice esta carioca que enseña idiomas en dos colegios privados. Con la ayuda, pudo brindarles momentos de felicidad en medio de aquella precariedad. Bolsa Familia significaba hacer un plan especial, ir al parque, un juguete. Quizá estrenar ropa en Navidad. Y un pequeño capricho de vez en cuando. “En aquella época había ambulantes que vendían puerta a puerta un kit de galletas rellenas, o yogures, y se pagaba el mes siguiente”.

A los 18 años, Dos Santos tuvo su primer empleo formal. Y a los 24 entró a la universidad gracias a un préstamo del que le quedan solo dos cuotas por pagar.

“Siempre digo que soy hija de políticas públicas”, recalca Barbosa, la pequeña de tres hermanos criados por una madre sola que trabajó toda su vida en servicios generales y durante un par de años necesitó Bolsa Familia. Con eso, en aquella fase difícil, pudieron comprar material escolar o comer carne alguna vez. El destino de la pequeña empezó a cambiar en tercer o cuarto curso, al entrar en un programa de erradicación del trabajo infantil. Surtió efecto. A los 14 años ganaba dinero como niñera y estudiaba de noche, pero supuso una enorme mejora respecto a sus hermanos: el mayor trabajó desde los 9, el mediano a los 11. “Aquel programa se convirtió en un refugio. Hice kárate, teatro, dibujo, refuerzo escolar, literatura… Me amplió las miras, me dio un repertorio para la vida”.

Barbosa da clase en la universidad y trabaja como psicóloga con niños autistas en la próspera consulta que creó. Es una orgullosa contribuyente. Hija de fundadores del Movimiento de los Sin Tierra, apunta: “Si quiero hacer un análisis bien liberal, diré que aporto 20.000 reales mensuales [3.500 dólares] en impuesto de sociedades a las arcas públicas”. Confía en que ese dinero sirva para dar oportunidades a quien las necesita.

Explica que, con la llegada de Lula al poder, en 2003, familias como la suya dejaron de sentirse desamparadas. Sus vidas cambiaron. Su progenitora, casada a los 14, madre a los 16, cumplió su sueño (con ayuda pública) de comprar una casa de ladrillo, tejas y con baño decente. “Y yo tengo una vida que nunca soñé. Casa propia, coche, un doctorado…”.

El mayor de cinco hermanos, las cosas iban lo suficientemente bien en la familia para que todos estudiaran en colegios privados hasta que todo se torció. Su padre se quedó en paro, le embargaron las cuentas. “Fueron unos años muy complicados”, relata. Lo primero, todos a la escuela pública. Luego, la madre y los hermanos mayores hicieron lo que toda familia brasileña cuando pierde los ingresos: vender empanadillas o dulces en la calle. “Bolsa Familia fue fundamental”, un salvavidas, porque, aunque su padre encontró un trabajo, no llegaba para mantener a los siete.

Zanetti, que siempre fue buen estudiante y trabaja como técnico en estimulación cardiaca artificial, apunta un ejemplo muy claro para ilustrar lo que significa ser pobre. “Cuando yo tenía 13 años, mi hermano y yo estudiábamos en turnos separados. A la gente le parecía raro. Es que no teníamos más que un par de zapatillas de deporte para los dos. Y, claro, sientes vergüenza”. A la escasez material se sumaba la marginación por puro desconocimiento. Aunque en casa tenían una pequeña biblioteca, vivieron años sin documentación ni acceso a los bancos. El apoyo de otros evangélicos fue crucial, añade.

Cuando el primogénito consiguió una beca para la universidad y unas prácticas pagadas, empezó la familia a salir del agujero. Tanto él como sus cuatro hermanos construyeron proyectos de vida, se emanciparon del Estado.

Creció lejos de casi todo, con casi nada en una ciudad agrícola. A los 11 años, el chaval que se convirtió en programador de software trabajaba la tierra y cada noche viajaba 30 kilómetros para ir a clase. El mayor de tres, a los 12 años tuvo su primer pantalón largo —unos jeans—. Comían carne a lo sumo una vez por semana o cuando cazaban algún animal silvestre. Bolsa Familia, que su madre recibió durante más de una década, era esencial porque incluso con eso eran muchas las estrecheces. “Vivíamos con lo mínimo, mis padres no gastaban nada, son evangélicos”.

A los 18 Viana se mudó a otra galaxia, a Brasilia, a casa de un tío suyo. Allí vio la primera computadora de su vida. Trabajó en una gasolinera para ahorrar antes de ir a la universidad gracias a una beca. Recuerda que se matriculó en informática porque “el coste del material era cero”. Al principio estaba perdidísimo. “No entendía ni los conceptos más básicos, pero me daba vergüenza preguntar”, pero siempre tuvo la convicción de que saldría adelante y enorme confianza en sí mismo. Tras ganarse muy bien la vida durante unos años en la capital como ingeniero informático, quiso regresar a casa, a Piauí, uno de los Estados donde más familias reciben Bolsa Familia. Opositó y consiguió una plaza de profesor en un instituto federal donde el alumnado se cree que bromea cuando les cuenta que creció allí cerca con enormes estrecheces. Sin luz, ordenador o fotos.

Las carencias persisten. A veces se lleva a algún estudiante a almorzar a casa con su familia porque si no se quedaría sin comer.

2.º de 4:

Naiara Galarraga Gortázar, "El presidente Lula reformula el exitoso programa Bolsa familia para combatir la pobreza en Brasil", en El País, 3 mar 2023:

El izquierdista mantiene la cuantía de 600 euros que aumentó Bolsonaro y más de 20 millones de familias reciben la paga mensual

Bolsa Familia, el programa contra la pobreza más emblemático de los Gobiernos progresistas de Brasil, recupera ese nombre —el original, con el que alcanzó fama internacional— y reinstaura una serie de requisitos que los beneficiarios no necesitaron cumplir mientras gobernó la extrema derecha. Luiz Inácio Lula da Silva ha presentado este jueves en Brasilia los detalles sobre la paga mensual que reciben unos 22 millones de familias pobres. El Bolsa Familia reformulado tiene dos padres: Lula, que ahora vuelve a exigir que los críos vayan a la escuela, estén vacunados y que las embarazadas se sometan a revisiones prenatales y añade un suplemento por cada hijo menor, y el expresidente Jair Bolsonaro, que aumentó a 600 reales por familia (108 euros, 115 dólares) una cuantía que ahora se mantiene.

El presidente Lula ha destacado que Bolsa Familia “no es un programa de un Gobierno, de un presidente de la república, es de la sociedad brasileña. Y solo funcionará si al sociedad lo fiscaliza”. En la ceremonia de presentación, celebrada en Brasilia, el mandatario ha compartido protagonismo con Isamara Mendes, una joven doctorada en la universidad que ha contado cómo la paga ofreció a su familia oportunidades impensables hasta entonces.

Lula ha creado el nuevo Bolsa Familia y dos pagas suplementarias vía un decreto que debe refrendar el Congreso. Las familias recibirán 150 reales más por cada hijo hasta de seis años, y 50 reales por cada uno entre los 7 y los 18 años. Y vuelve a ser obligatorio cumplir una serie de requisitos que contribuyeron a notables mejoras en las tasas de mortalidad infantil y escolarización.

Bolsa Familia revolucionó la vida de los brasileños que no tenían dinero ni para las necesidades más básicas. Fue uno de los instrumentos clave de las políticas públicas que lograron sacar a millones de la pobreza extrema y de la pobreza a secas. Y además con la ventaja de que era eficaz y, al menos hasta la pandemia, también barato. Suponía un 0,5% del PIB. Con esa inversión, una quinta parte de los beneficiados prosperó hasta dejar de necesitar la ayuda, según un estudio del Instituto brasileño de Movilidad y Desarrollo Social publicado por Folha de S. Paulo hace un año.

A medida que Bolsa Familia empezó a dar frutos, se convirtió en la gran marca electoral de Lula y del Partido de los Trabajadores. Por eso, una de las primeras decisiones de Bolsonaro fue rebautizarlo. Auxilio Brasil se llamaba. Pese a los vaivenes con el nombre, la cuantía se consolidó gracias al oportunismo político y a la pandemia.

El modelo de país que Lula y Bolsonaro propusieron a sus compatriotas en la última campaña electoral difícilmente podrían ser más antagónicos. Un único punto en común destacaba entre una maraña de propuestas diametralmente opuestas: los 600 reales de la paga mensual para los brasileños más necesitados, las familias que viven con hasta 218 reales por cabeza (menos de 40 dólares). En su carrera hacia la presidencia, tanto el izquierdista como el ultraderechista prometieron desde el minuto uno mantener una cuantía fruto de un aumento decidido al calor de la pandemia —Bolsonaro y el Congreso triplicaron lo que se pagaba antes del coronavirus— y mantuvo los 600 reales por motivos electoreros con maniobras parlamentarias para ganarse el favor de los votantes más pobres, un electorado tradicionalmente fiel al Partido de los Trabajadores (PT) de Lula.

A Bolsonaro no le funcionó para ganar los comicios. Entre otros motivos porque un breve parón en los pagos, vitales para que millones de familias consigan comer y lo más básico, hizo que la desconfianza de los beneficiarios en él se disparara. Lula en ningún momento sopesó siquiera, al menos en público, volver a la cuantía prepandemia porque hay 33 millones de brasileños que padecen hambre y porque hubiera sido un suicidio político.

El Gobierno lleva dos meses escrutando el listado de beneficiarios que, según denuncia, Bolsonaro engordó en busca de votos. La idea es echar a los usuarios fraudulentos para que entren 700.000 familias que están en lista de espera.

Muestra del inmerso valor político de Bolsa Familia es que Lula decidió dejar la joya de la corona en manos de uno de los suyos, una destacada figura del PT con amplio apoyo en el Brasil más pobre. Wellington Dias, antiguo gobernador de Piauí, uno de los estados más pobres y proporcionalmente con mayor tasa de usuarios del programa, es el actual ministro de Desarrollo Social. La antigua candidata presidencial y hoy ministra de Lula, Simone Tebet, de centro derecha, hubiera deseado la cartera pero el PT lo consideró un escaparate demasiado vistoso que podría impulsar sus opciones en una próxima elección, así que fue enviada a un área con peso pero bastante más gris, el Ministerio de Planificación.

3º de 4:

Naiara Galarraga Gortázar, "Réquiem por Bolsa Familia, el programa de Lula contra la pobreza", El País: 6 nov 2021:

Bolsonaro cancela la ayuda emblema del PT, considerada eficaz y barata, para sustituirla por otra de mayor cuantía pero solo hasta después de las elecciones de 2022

El fin de semana largo en que los brasileños conmemoraron el Día de las Brujas y el de los Difuntos también despidieron a Bolsa Familia, el programa contra la pobreza que revolucionó la vida y sacó de la pobreza a millones de personas necesitadas de lo más básico. 14 millones de familias, incluida la de Rozenilda, están sumidas en la incertidumbre porque ya no recibirán el vital subsidio, que va a ser sustituido por otro rodeado aún de mucha incógnita. Con 28 años y un hijo de dos, es un mar de dudas. “Me han contado que [la nueva ayuda] durará hasta 2022. Me genera inseguridad pensar que tal vez en 2022 ya no la recibamos”, explica desde João Alfredo, en el interior de Pernambuco, en un mensaje telefónico. Ella destina los 170 reales mensuales (26 euros, 30 dólares) que recibe desde hace siete años a pagar las cuentas, como muchos en esa región pobre.

La última transferencia de Bolsa Familia, que fue el gran emblema del Partido de los Trabajadores, entró el viernes 29 en las cuentas bancarias de los beneficiarios, pendientes ahora de unas enrevesadas negociaciones parlamentarias. El plan del Gobierno de Bolsonaro es crear otro programa que ya tiene nombre y promesa de cuantía pero carece de los fondos necesarios. Y algo crucial, duraría solo hasta después de las elecciones presidenciales.

Rozenilda también desconoce si para cobrar tendrá que inscribirse en un registro diferente. La burocracia brasileña está digitalizada hasta niveles insospechados, pero es barroca. Supone un verdadero infierno para quien tiene poca formación y una mala conexión a internet. Rozenilda preferiría que las cosas siguieran como hasta ahora: “Yo creo que Bolsa Familia debería continuar porque está funcionando bien hace años”.

Bolsonaro siempre tuvo la marca Bolsa Familia en el punto de mira; quería cambiarle el nombre como fuera. Antes de la pandemia, cercenó el subsidio. Creado hace 18 años por Lula da Silva al poco de asumir la presidencia, era uno de los mayores programas de transferencia de renta del mundo. Y concita un raro consenso en este Brasil tan polarizado. Los economistas lo consideran eficaz y barato.

Impresiona repasar lo logrado en estas casi dos décadas con un gasto del 0,5% del PIB: sacó a millones la pobreza extrema y de la pobreza a secas (solo en 2017 a 3,4 millones y a 3,2 millones respectivamente, según un estudio), mitigó la inseguridad alimentaria y la desigualdad, aumento la escolarización, redujo los embarazos juveniles, mejoró la salud, creó empleos, etcétera. “Es una maravillosa inversión, la sociedad gana multiplicado lo que invierte con el programa”, escribía estos días el economista Rodrigo Zeidan tras enumerar estudios académicos que avalan esos logros.

Bolsa Familia era un pago directo en dinero pero con requisitos, incluido llevar a los hijos a la escuela y tenerlos vacunados. Y priorizó que las mujeres gestionaran el subsidio familiar. Ese legado ha sobrevivido al lastre que los escándalos de corrupción han supuesto al partido de Lula y de Dilma Rousseff.

Está decidido hace meses que el nuevo subsidio se llamará Auxilio Brasil pero los enormes esfuerzos para conseguir los fondos extras requeridos todavía no han fructificado pese a que los efectos de cualquier parón en los pagos serían devastadores para millones que viven en la miseria.

El plan del presidente es duplicar a 400 reales la cuantía actual (189 reales mensuales de media), pero solo hasta diciembre de 2022. El tinte electoralista es evidente porque para entonces Brasil ya debería haber elegido a su próximo presidente. Lo más probable es que sea un mano a mano entre Lula y él. Se desconoce qué ocurriría entonces con las acuciantes necesidades de los brasileños más miserables.

Durante sus muchos años como diputado, Bolsonaro fue muy crítico con Bolsa Familia. Lo consideraba una máquina formidable de compra de votos. “Tenemos que acabar, hacer una transición [para terminar] con Bolsa Familia porque, cada vez más a menudo, la gente pobre, ignorante, se convierte en un votante comprado por el PT”, proclamó en 2011 en el Congreso. Pese a esa postura y a que llegó al Gobierno con un programa ultraliberal en política económica, su primera reacción ante la pandemia fue implantar un monumental programa de ayudas directas para quienes perdieron su renta, que también benefició a quienes recibían Bolsa Familia. Para los extremadamente pobres, supuso un dineral. Disparó la popularidad de Bolsonaro y por unos meses la pobreza disminuyó, pero ha vuelto con fuerza. También el hambre.

En pleno año electoral, y para animar su menguante popularidad, Bolsonaro asume algo que era anatema hasta hace nada. Para financiar el Auxilio Brasil, el Ejecutivo tendrá que saltarse temporalmente el techo de gasto, paso que su ministro de Economía, Paulo Guedes, respalda. Pero ahora falta que el Ejecutivo y los grupos parlamentarios que lo apoyan den con la fórmula exacta. Todo parece indicar que será filigrana. La subsistencia de millones de familias desde Amazonia, hasta el interior del nordeste o las periferias de las grandes capitales depende en los próximos días y semanas de lo que decidan en Brasilia.

4.º de 4:

Marina Rossi y Afonso Benites: "Bolsonaro cercena el programa Bolsa Familia que redujo la miseria en Brasil", El País, 2 de feb. de 2020:

El Gobierno ha cortado los subsidios del programa emblema de Lula y la lista de espera oficial es de medio millón de familias, aunque las estimaciones indican que es el triple

Ermanda Maria de Sena, de 51 años, tardó 20 minutos en encontrar los carnés con los que recibió las prestaciones sociales durante más de 15 años. “¡Aquí están!”, gritó desde su habitación, antes de salir corriendo y posar para la foto. Fue la primera en inscribirse en el programa Bolsa-Escuela, el precursor del Bolsa Familia, el proyecto estrella de los años en los que el Partido de los Trabajadores (PT) estaba en el poder y que ayudó a reducir la miseria en Brasil.

Ermanda muestra el carné número 01 con orgullo al recordar el día que lo recibió de manos del entonces presidente Fernando Henrique Cardoso (Partido de la Social Democracia Brasileña), que gobernó entre 1994 y 2002. “Estaba embarazada de mi chico”, dice. “Cuando [Cardoso] me dio el carné, lloré”. Era 2001. El mandatario  acudió hasta São José da Tapera, en el noreste de Brasil, para lanzar el programa que les pagaba 15 reales (3,15 euros) al mes —el 8% de un salario mínimo— a las familias que tuvieran niños de hasta seis años y a las mujeres embarazadas o en fase de lactancia identificadas como desfavorecidas.

Han pasado casi 20 años y el programa Bolsa Familia, lanzado en 2003 durante el primer año del Gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva, se enfrenta ahora a la incertidumbre. Pese a que, por primera vez, sus beneficiarios recibieron un pago adicional a finales de 2019 por una promesa de campaña del  ultraderechista Jair Bolsonaro, la subvención va poco a poco perdiendo aliento. Entre julio y octubre del año pasado —último mes con datos oficiales de las nuevas concesiones—, la cantidad de nuevas familias que accedieron al programa, que paga 89 reales per capita (unos 18 euros) se desplomó. A partir de mitad de año, el promedio de las nuevas concesiones, que antes era de 220.000 familias al mes, cayó a menos de 10.000.

El Gobierno promete cambios en el programa, que se convirtió en una marca social y una conquista política vinculada al PT, especialmente en el noreste de Brasil, la zona más pobre del país, donde Lula aún conserva la simpatía de gran parte de la población. Ernanda, la beneficiaria número 01 de la transferencia de renta en Brasil, crió sola —con ayuda de las subvenciones— a sus seis hijos en Alagoas, una región semiárida. Después se casó, sufrió la muerte de su esposo, que era militar, y ahora cobra una pensión de viudedad de casi 3.000 reales (630 euros). Ya no pide ayuda.

Su familia, sin embargo, que ahora vive en la ciudad de Teotônio Vilela, a unos 160 kilómetros de su casa, no ha logrado escapar de la necesidad de la Bolsa Familia. Pero los fondos se hacen esperar. “Son cinco meses ya los que estoy esperando [a que llegue la ayuda], y nada”, afirma uno de sus hijos, Carleandro de Sena, de 27 años. “Todos los meses voy a la secretaría [de Desarrollo Social] y me dicen que vuelva al mes siguiente”, apunta su esposa, Beatriz da Silva, de 22 años. Desempleados y con tres niños, viven con la ayuda de Ermanda y con lo que Carleandro gana como mototaxista.

Ambos están entre el medio millón de familias en la lista de espera para poder recibir esta ayuda social —ese es el número oficial, pero la lista podría ser mucho más alta—. Según el Ministerio de Ciudadanía, en la actualidad existen 494.229 familias inscritas en este registro y que están habilitadas para cobrar la subvención del programa Bolsa Familia.

El ministerio reconoce los recortes de los últimos meses, pero afirma que la inclusión de nuevas familias se normalizará “con la conclusión de los estudios de reformulación de la Bolsa Familia”. Sin embargo, los datos oficiales también podrían estar por debajo de la realidad.

Cálculos realizados por EL PAÍS, a partir de datos públicos, con ayuda de especialistas, arrojan que 1,7 millones de familias, o unas 5 millones de personas, estarían actualmente aptas para acceder al programa de ayuda antimiseria. Son tres veces más de lo que el Gobierno Federal ha anunciado – 494.229 familias —, sin detalles de como llegó a ese número.

El escenario es inédito en la historia del programa. A finales de 2018, Brasil contaba con 13,5 millones de personas en condiciones de miseria, en una tendencia ascendente desde 2015.

“Desde mayo no autorizan el acceso de nuevos beneficiarios”, dice Delmiro Augusto Oliveira Filho, gestor del Bolsa Familia en Inhapi, municipio de 18.000 habitantes en Alagoas, noreste de Brasil. Oliveira Filho explica que los recortes siempre han existido porque, para seguir cobrando la ayuda el interesado tiene que actualizar el registro. Si no lo actualiza, lo pierde. “Lo que no es normal es cerrarles las puertas a los nuevos [necesitados]”, completa Filho, que ve la misma situación en toda la región. En su grupo de WhatsApp con otros gestores del mismo programa en decenas de ciudades, la queja es la misma.

sábado, 9 de enero de 2021

Ricos y pobres en la Epístola de Santiago

El comunismo moral fue fundado por Jesús en el Sermón de la montaña. Pero a Lutero le ponía nervioso la defensa que hace de los pobres y el ataque a la riqueza de la Epístola de Santiago: por eso la excluyó de su Biblia, más que por su defensa del papel de las obras frente a la fe. Esta es una selección de los pasajes controvertidos:

Cap. 2 Hermanos, si realmente creen en Jesús, nuestro Señor, el Cristo glorioso, no hagan diferencias entre personas. 2 Supongamos que entra en su asamblea un hombre muy bien vestido y con un anillo de oro y entra también un pobre con ropas sucias, 3 y ustedes se deshacen en atenciones con el hombre bien vestido y le dicen: «Tome este asiento, que es muy bueno», mientras que al pobre le dicen: «Quédate de pie», o bien: «Siéntate en el suelo a mis pies». 4 Díganme, ¿no sería hacer diferencias y discriminar con criterios pésimos?

5 Miren, hermanos, ¿acaso no ha escogido Dios a los pobres de este mundo para hacerlos ricos en la fe? ¿No les dará el reino que prometió a quienes lo aman? 6 Ustedes, en cambio, los desprecian. Sin embargo, son los ricos quienes los aplastan a ustedes y los arrastran ante los tribunales. 7 ¿Y no son ellos los que blasfeman el glorioso nombre de Cristo que ha sido pronunciado sobre ustedes?

8 Obran bien cuando cumplen la Ley del Reino, tal como está en la Escritura: Ama a tu prójimo como a ti mismo. 9 Pero si hacen diferencias entre las personas, cometen pecado y la misma Ley los denuncia como culpables. 10 Porque si alguien cumple toda la Ley, pero falla en un solo punto, es como si faltara en todo. 11 Pues el que dijo: No cometerás adulterio, dijo también: No matarás. Si, pues, no cometes adulterio, pero matas, ya has violado la Ley.

[...] Cap. 5 Ahora les toca a los ricos: lloren y laméntense porque les han venido encima desgracias. 2 Los gusanos se han metido en sus reservas y la polilla se come sus vestidos, 3 su oro y su plata se han oxidado. El óxido se levanta como acusador contra ustedes y como un fuego les devora las carnes. ¿Cómo han atesorado, si ya estamos en los últimos días?

4 El salario de los trabajadores que cosecharon sus campos se ha puesto a gritar, pues ustedes no les pagaron; las quejas de los segadores ya habían llegado a los oídos del Señor de los ejércitos. 5 Han conocido solo lujo y placeres en este mundo, y lo pasaron muy bien, mientras otros eran asesinados. 6 Condenaron y mataron al inocente, pues ¿cómo podía defenderse? Esperen la venida del Señor 7 Tengan paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor

lunes, 13 de julio de 2020

El hombre que era más rico que Bill Gates

Un día, yo estaba en el aeropuerto de Nueva York. Me acerqué a un vendedor de periódicos, pues quería comprar un diario, pero, al sostenerlo en mis manos, me di cuenta de que no tenía dinero suficiente y desistí de la idea. De pronto el vendedor me dijo que lo tomara. "No hace falta que lo pagues, yo te lo doy gratis". Yo ni le había preguntado, pero él se dio cuenta, y ante su insistencia, acepté agradecido por el regalo.

Tres meses más tarde me encontré con el vendedor en el mismo aeropuerto, y de nuevo estaba sin cambio para comprar el periódico. "Puedes tomarlo. Estoy compartiendo esto de mis ganancias. Así que no te preocupes, no estaré perdiendo nada". De nuevo lo tomé y le di las gracias.

Diecinueve años después me hice rico y famoso. Cierto día, recordé al vendedor y decidí buscarlo. Después de un mes de búsqueda, finalmente lo encontré. Y cuando pude reunirme con él, le pregunté: "¿Recuerdas que una vez me diste el periódico gratis? Quiero pagar la ayuda que me ofreciste; lo que tú quieras, yo te lo cumpliré". Pero el vendedor se negó y me dio una respuesta que me dejó extrañado. "¿Usted cree que podrá igualar mi ayuda? Yo lo ayudé cuando era un  pobre vendedor de periódicos. Usted está ayudándome ahora que es el hombre más rico del mundo. ¿Cómo podrá su ayuda igualar a la mía?" Y ese día entendí que aquel hombre era más rico que yo, ya que no esperó a tener dinero para ayudarme, sino que lo hizo por bondad cuando probablemente le faltaba para llegar a fin de mes.

Otra anécdota emparentable es la que le ocurrió a Humphrey Bogart con Harry Truman. Bogart, ya cincuentón, iba a tener su primer hijo y se apostó veinte dólares con el Presidente a que sería niña. Pero fue niño. Bogart le envió un cheque de veinte dólares a Washington; pero Truman se lo devolvió endosado al neonato con una carta donde le expresaba cuánto respetaba a un hombre que recuerda sus deudas y las paga.

domingo, 14 de junio de 2020

Pensamientos ajenos sobre pobreza y corrupción

"Va a dejar de haber pobreza cuando dejen de robar, va a haber instituciones cuando dejen de mentir.“  Elisa Carrió, política argentina, 1956.

"No hay otra alianza con Dios que No mentir, No robar y No votar contra los pobres,“  Elisa Carrió, política argentina, 1956.

"Si a vos los de arriba te enseñan a robar, vos vas a robar; si te enseñan a mentir, vas a mentir. ¿Qué hacer con un poder que miente y roba todos los días? ¿Qué puede hacer una maestra y cómo les explica a los chicos que no deben mentir porque, si no, sus vidas van a ser difíciles, si el chico ve la vida exitosa de los que roban y mienten? Tenemos que tomar esa decisión.“  Elisa Carrió, 1956.

"Era un poco como robar. Era exactamente como robar. Era, de hecho, robar. Pero no había ninguna ley que lo prohibiera, porque nadie sabía que el crimen existía, y ¿acaso se podía llamar robo cuando nadie echaba de menos lo robado? Y ¿acaso era robar si se robaba a unos ladrones? En cualquier caso, toda propiedad es un robo, salvo la mía." Terry Pratchett, 1948.

domingo, 26 de abril de 2020

Desahucio trágico

Desahucio mortal en la vida de Alicia

La mujer de 65 años que se suicidó cuando iban a desalojarla de su piso en Madrid ocultó sus problemas a la poca gente que frecuentaba. Daba ropa y comida a la iglesia pese a su precaria situación económica

JUAN DIEGO QUESADA

Madrid 2 DIC 2018 - 13:03 CET

Misa el viernes en la iglesia de San Antón, Madrid, en homenaje a Alicia, la mujer que se suicidó cuando iban a desahuciarla. En vídeo, la historia de la mujer. FOTO: A. GARCÍA | VÍDEO: ATLAS
El hijo la acercaba a casa en coche después de haber pasado la tarde juntos. El chico hacía el amago de subir al apartamento de su madre en un gesto de cortesía, pero ambos convenían que era mejor despedirse en el portal del edificio. Ella compartía apartamento con una amiga que se acababa de quedar viuda y no querían importunarla con una visita inesperada. Así que se daban dos besos y se emplazaban a una próxima ocasión.

De puertas para adentro, Alicia del Moral, la señora elegante de 65 años que hace una semana se suicidó lanzándose desde un quinto piso cuando la iban a desahuciar, vivía encerrada en sí misma, inaccesible, amurallada. Si la realidad tiene dos caras, las personas también.

Alicia frecuentaba salones de baile, donaba ropa y comida a la iglesia y pertenecía a un pequeño círculo de amigas del barrio de Chamberí con las que tomaba café por las tardes, en su condición de jubilada que vivía con holgura tras haber recibido la indemnización de su último trabajo como secretaria de un reputado economista.

Esa era la imagen visible. La opaca era mucho menos amable. Vivía sola (no existía tal amiga viuda), cobraba ayudas sociales y necesitaba soporte económico de su único hijo, un informático al borde de los 30 que también le costeaba el teléfono y la conexión a Internet. Nadie de su reducido entorno sospechó que sobre ella pesaba un desahucio que estaba a punto de expulsarla a la indigencia.

Alicia del Moral

Su desalojo procedió a ejecutarse el martes 27 de noviembre, a las 11.00. El portero del número 1 de la calle Ramiro II barría las escaleras cuando llegaron dos policías municipales, dos funcionarios del juzgado, un cerrajero y un par de representantes de la empresa Apartamentos Galileo, en calidad de propietarios. La comitiva anunció que procedía a echar a la vecina del número 4 de la quinta planta, un estudio de 50 metros, por una deuda de 2.000 euros. Cuatro meses de renta.

El portero se quedó asombrado. Nunca imaginó que esa mujer menuda, de aire aristocrático, era morosa. El cortejo pulsó el telefonillo, sin respuesta. Subió en dos tandas de ascensor hasta la quinta planta. Llamó tres veces a la puerta con idéntico resultado. En ese momento, el portero recibió una llamada. Un pintor le informaba de que una mujer yacía tendida en la acera, como si se hubiera desmayado. Al bajar encontró inmóvil a una mujer en calcetines y pijama. Avisó a los policías. Uno de ellos trató de reanimarla. Al fijarse bien, el portero se dio cuenta de que se trataba de Alicia.

-Es la señora del quinto piso -, le dijo.

-¿Estás seguro?

-Segurísimo.

Dos días después, en la sala de espera del Instituto Anatómico Forense, el único familiar directo de Alicia, su hijo, no era capaz de entenderlo. No había percibido ninguna señal preocupante. Ella nunca le comentó nada. La explicación de que vivía con una amiga le había convencido. Entendía que era la que se hacía responsable del alquiler. De hecho, se preguntaba ahora cómo su madre pudo rentar en una zona cara de la ciudad sin contrato de trabajo ni avalista, que él sepa. A esas alturas, 48 horas después de lo sucedido, ningún amigo o conocido de ella había contactado con él. Nadie parecía echarla en falta.

Alicia no tenía en esta vida a nadie más que a su hijo. Ella también era hija única de una familia acomodada del Madrid de los alrededores de la Gran Vía. Su primer trabajo fue como secretaria en una naviera. Conoció a un muchacho con el que tuvo un niño. Intentaron formar una familia en Las Palmas, a donde se fueron por exigencias del trabajo de él. La aventura isleña fracasó. Dos años más tarde, a principios de los noventa, volvió a Madrid con el hijo, y se instaló en casa de su madre.

Poco después comenzó la etapa más estable de su vida. Trabajó de secretaria particular de un abogado y economista por la zona de Islas Filipinas. El señor estaba encantado con el porte distinguido de Alicia. Ella organizaba su agenda, los almuerzos con gente conocida, cuidaba del protocolo. Ese empleo le hacia feliz. Sin embargo, llegó el día en el que hombre se jubiló e indemnizó a sus empleados antes de echar el cierre.

 Vista del edificio donde Alicia falleció tras tirarse desde su domicilio en el quinto piso de un bloque de viviendas en la calle Ramiro II número 1, en el distrito de Chamberí
Vista del edificio donde Alicia falleció tras tirarse desde su domicilio en el quinto piso de un bloque de viviendas en la calle Ramiro II número 1, en el distrito de Chamberí RAMIRO EFE
Por esas fechas perdió a su madre. El hijo, a los 16 años, se mudó a casa de su abuela paterna. Bajo ese techo estudió la carrera. A partir de ahí, según quienes la frecuentaron, Alicia erró por varios empleos inestables que no casaban con su pasado: cuidó enfermos, señoras mayores, fue camarera de piso en un hotel.

Sin casa propia, compartió piso en Vallecas y Cuatro Vientos antes de asentarse seis años, esta vez sola, en el de Chamberí, su última parada. Dadivosa hasta el punto de dar a la caridad lo que no le sobraba, no quería tampoco importunar a su hijo con sus preocupaciones. Impenetrable para los que incluso la conocían íntimamente, ocultó las dificultades por las que atravesaba.

La soledad mata, según Gustavo García, de la Asociación Estatal de Directores y Gerentes de Servicios Sociales. "Es el principal problema de exclusión social desde 2012, sobre todo para personas mayores. La sociedad ha mutado. Y en casos como el de Alicia vemos que La pobreza no se parece a la de antes, a veces es imperceptible", explica.

¿Su gran pasión? El baile. En las pistas coincidió con gente interesante. Un escritor, autor de un manual de escritura para relatos de ficción, la recuerda enigmática. "Había viajado, vivía de una forma más o menos acomodada. Esa era la apariencia", cuenta por teléfono.

Alicia vestía muy bien, era coqueta. Hace tres años ella cambió su gusto y se aficionó al flamenco. Él no le siguió el paso. Desde entonces dice que no se frecuentaban. Conoce los momentos fundamentales de su vida, pero no los detalles. Sabía que no trabajaba aunque daba entender que podía mantenerse sin apuros. En ese punto, la conversación se interrumpe bruscamente: no desea seguir hablando del tema.

La misma actitud hosca muestra el gerente de un garito a 20 metros de casa de Alicia. A toda prisa, dice no recordarla y prohíbe turbar a los clientes preguntando por ella. Igual de esquivos son los responsables de un lugar de salsa. En una discoteca que frecuentó se enrarece el ambiente al mencionar el suicidio. El infortunio espanta.

Una verdad a medias, como todas. El padre Ángel, encargado de la iglesia de San Antón, abierta las 24 horas para alojar a indigentes, organizó el viernes una oración y una misa por Alicia al enterarse de que acudía regularmente a donar ropa y comida a esta parroquia abierta a los pobres. Al cura le emociona la historia porque el motivo que desencadenó su final abrupto es más propio de los que reciben la limosna, menos común en quienes la dan: "Estos son los misterios que nos presenta la vida".

Para finalizar la homilía, un coro de luto riguroso entonó el Sanctus y el Aleluya. La atmósfera sobrecogió a los pocos presentes. Este ha sido el único homenaje público en su memoria. No va a haber entierro ni cremación. El hijo ha donado su cadáver a la ciencia.

viernes, 15 de septiembre de 2017

Mi país es rico, pero yo no puedo ir al cole

Lola Hierro, "Mi país es rico, pero yo no puedo ir al cole. Hay 264 millones de menores sin escolarizar en el mundo y dos tercios viven en países de abundantes recursos naturales. Su explotación genera conflictos que afectan a la educación. Un informe lo analiza", en El País, 14 SEP 2017

A primeros de septiembre, ciudades y pueblos se llenan desde bien temprano de niños somnolientos y nerviosos que se enfrentan a su primer día de curso. Una imagen tan habitual para algunos no lo es en absoluto para muchos, muchísimos otros. En los últimos años se ha avanzado en la escolarización de los menores —entre 2000 y 2015 el acceso a la escuela primaria llegó al 90% de los niños— pero todavía quedan 264 millones sin escolarizar en todo el mundo. Y dos tercios de ellos viven en países ricos en recursos naturales, pero que paradójicamente ocupan los últimos puestos de desarrollo y tienen presupuestos en educación inferiores al 3% de su PIB.

Para llamar la atención sobre esta realidad tan chirriante, la ONG Entreculturas ha lanzado la campaña Escuelas en peligro de extinción y, con ella, un informe titulado Educación en zona de conflicto que analiza minuciosamente las relaciones entre el derecho a la educación, la explotación de recursos naturales, la paz y el desarrollo sostenible.

"La fuerte presión sobre los recursos minerales, fósiles, pesqueros, forestales, agrícolas o hídricos y la lucha por su control generan, además de degradación ambiental, tensión, conflictos, violencia y desplazamientos forzosos", resume el estudio, que describe cómo los civiles que viven en estas áreas explotadas ven vulnerados sus derechos. Sobre todo, el de la educación. Los datos hablan por sí solos: el 87% de las personas desplazadas en el mundo en la última década proceden de zonas de explotación minera y petrolera.

Y de eso sabe Hombeline Bahati, coordinadora de un proyecto de mejora de medios de vida con el Servicio Jesuita al Refugiado. Trabaja en Masisi, en la castigada región de Kivu norte, en la República Democrática del Congo (RDC). Un país con abundantes recursos minerales que lleva 20 años sumido en un conflicto sin visos de acabar. Oro, el tantalio que hace funcionar los teléfonos móviles... RDC es una mina y todos quieren beneficiarse de ella.

"Existen problemas tribales por el acceso a la tierra, porque con la crisis de los noventa de Ruanda, los hutus se desplazaron a Masisi y siguen ahí, y no hay sitio para todos", explica Bahati, en Madrid para dar visibilidad a su trabajo. Luego, desde que llegaron los blancos a ayudar y descubrieron la riqueza de nuestras montañas; empezaron a explotar la tierra y entonces ya no fue solo para cultivarla, sino para obtener mayores beneficios. Ahí entraron el Gobierno, las milicias, las grandes empresas extractivas... ya fue una lucha de todos contra todos", describe.

Solo en Masisi se aglutinan 11 campos de refugiados y Bahati trabaja en siete. Se estima que en ellos viven —o malviven— unas 36.000 personas. "A través de la formación en diferentes oficios, estas personas pueden ser autónomas. Son familias que tuvieron que irse a otros pueblos o a campos de refugiados para estar más tranquilos porque sufrían los enfrentamientos entre guerrillas o entre estas y el ejército regular".

Es un círculo vicioso: a menor educación, más conflictos, y a más conflictos, menor educación. Y la particularidad de que la contienda tenga que ver directa o indirectamente con la explotación de los recursos de un país solo empeora las cosas. Según el informe, es un agravante para los niños y niñas en edad escolar: "Diez de los países con indicadores educativos más bajos son ricos en recursos naturales. Ocho de ellos están siendo o han sido asolados por conflictos. De los 40 conflictos que se han producido entre el año 1999 y el año 2013 han conllevado ataques recurrentes a la educación, más de la mitad han estado vinculados directa o indirectamente con los recursos naturales", enumera. Y además, durante los últimos 60 años, entre cuatro y seis de cada 10 conflictos armados tuvieron un vínculo con la explotación de recursos naturales. La mayoría fueron en África subsahariana, pero también en América Latina y Asia.

La razón fundamental es que estas contiendas se prolongan más tiempo, llevan asociados mayores niveles de violencia, especialmente contra las mujeres, y son más difíciles de superar. El riesgo de resurgimiento es mucho más alto, en parte porque los procesos de paz y reconciliación no suelen abordar la gobernanza y gestión de los recursos naturales.

El 87% de las personas desplazadas en el mundo en la última década proceden de zonas de explotación minera y petrolera

En Masisi, Bahati es testigo a diario de cómo esto afecta a la educación de los niños: "Cuando hay un conflicto no funciona nada, y tampoco los colegios. Llegan familias desplazadas con sus hijos a una nueva comunidad y las escuelas de la zona no tienen plazas para todos, se desbordan, así que los menores no pueden acceder a la educación o acceden a una de muy mala calidad", describe.

Otras guerras menos visibles

Hay conflictos armados más violentos a primera vista, como por ejemplo el de RD Congo. En ellos se atacan escuelas, se asesina, se producen desplazamientos forzados de comunidades enteras y una importante degradación medioambiental. Pero existen otros de menor escala que afectan a millones de personas de pequeñas comunidades locales y tienen su origen en el acaparamiento de tierras que luego explotarán grandes empresas (cultivos intensivos de soja, por ejemplo, en América Latina) o en la lucha por recursos decrecientes (agua, tierras, pastos, pesca...).

Se calcula que hay activos más de 2.000 conflictos medioambientales, una cifra que ha aumentado en los últimos años en paralelo a los asesinatos de ecologistas, que a menudo ejercen también el liderazgo educativo en sus comunidades. Uno de los más sonados fue el de Berta Cáceres, pero no el único. Estos crímenes aumentaron un 59% entre 2004 y 2015, con 185 asesinatos en 16 países, según el último informe de Global Witness.

En los conflictos armados relacionados con los recursos naturales son frecuentes los ataques a la educación. Desde los ataques a escuelas y a profesores, la destrucción de aulas, el reclutamiento de niñas y niñas como soldados, hasta la violencia contra mujeres y niñas, estudiantes y docentes. En el caso de la República Democrática del Congo, por ejemplo, desde 2013 han sido destruidas más de 500 escuelas y más de 200.000 escolares se han visto afectados.

En los conflictos medioambientales, los impactos no son tan visibles, en parte porque los ataques directos a escuelas, profesores y estudiantes son menos frecuentes, pero también son muy dañinos y vulneran el derecho a la educación de milones de menores. La apropiación de tierras por parte de empresas desplaza a la población que las habitaba o trabajaba, con la consiguiente pérdida de oportunidades educativas para los afectados. En Kenia hay 30.000 escuelas en riesgo de desaparición por este fenómeno. El 83% no cuenta con un título jurídico de propiedad, por lo que sus efectivos propietarios no pueden defenderse.

Una cuestión de género

De entre todos los perjudicados por este tipo de contiendas, las mujeres y niñas tienen un problema añadido. La educación las empodera para enfrentarse a diversas discriminaciones. Pero si no tienen la oportunidad de formarse, serán más proclives a sufrir otros abusos. Es el caso del matrimonio infantil o el acceso a la salud o al empleo. Sin olvidar a que en los lugares donde existen conflictos por los recursos naturales se producen a menudo violaciones masivas de mujeres como arma de guerra. Además de las secuelas físicas y psicológicas, estas quedan estigmatizadas de por vida y marginadas, por lo que acaban por destruir el tejido social de las comunidades.

Bahati lo describe desde su experiencia. Explica que los desplazados pierden el acceso a la tierra, ya no tienen donde cultivar y por tanto dejan de ganar dinero. "Como mucho pueden realizar alguna actividad económica informal, y si les sobra algo del poco dinero que ganan para destinarlo a la educación, van a privilegiar a los niños varones", cuenta Bahati. "El que las niñas estén en los campos sin hacer nada las lleva a la esclavitud sexual: en mis campos sucede mucho", asegura la congoleña. "Por menos de medio dólar, los padres las prostituyen".

En República Democrática del Congo, desde 2013 han sido destruidas más de 500 escuelas y se han visto afectados más de 200.000 escolares

Más guerra, peor alimentación y peor educación

Como se mencionaba antes, una buena parte de las personas más pobres del mundo vive en países ricos en recursos naturales. Y también de los hambrientos. Esa combinación de pobreza y hambre dificulta el acceso a la educación y al aprendizaje efectivo: un niño con hambre o con carencias nutricionales no va a rendir adecuadamente en el colegio. Y, sin embargo, la educación es fundamental para salir del círculo de la pobreza.

Igual ocurre con los problemas de salud: afectan al derecho a la educación porque favorecen el absentismo, el abandono o las dificultades de aprendizaje. Otras consecuencias sobre la salud son la contaminación generada por las industrias mineras o de hidrocarburos, la destrucción de infraestructuras sanitarias y la propagación de enfermedades.

Medidas realistas

Con esta campaña, Entreculturas hace un llamamiento a los Gobiernos de países donde existen conflictos relacionados con los recursos naturales. Les exhortan a que recaben el consentimiento libre, previo e informado de las poblaciones locales y que respeten sus derechos fundamentales, sobre todo el derecho a la vida, a la alimentación adecuada, a la salud y a la educación. Sobre esta última, el informe recalca que es imprescindible que se refuercen los medios y la financiación actuales para paliar los déficits existentes. Un ejemplo positivo, en opinión de los investigadores, es el de Etiopía, donde la pobreza se ha reducido a la mitad desde 1995, cuando empezó a aplicar programas educativos más eficaces.

En el caso de las comunidades indígenas, se hace especial hincapié en la inversión en una educación bilingüe, en un refuerzo del enfoque multicultural y de la orientación de la educación hacia el empoderamiento para la defensa de los derechos referidos a su estilo de vida, a la propiedad de la tierra y a la gestión de sus recursos.

Por otra parte, los autores consideran necesario incorporar la cuestión de la gobernanza de los recursos naturales en los procesos de paz y reconciliación por parte de los Gobiernos en los países en conflicto, de los actores que desempeñan un papel de mediación y de las organizaciones sociales que contribuyen a la restauración de la paz.

Pese a todo, Hombeline Bahati sabe que ni Masisi ni Kivu serán una tierra pacífica a corto plazo. Por eso pide adoptar medidas realistas para conseguir que la población sobreviva de la manera más digna posible y con acceso a los mejores recursos, también dentro de las circunstancias. No se puede acabar la guerra de un día para otro, pero sí se puede sensibilizar a las comunidades locales sobre la importancia de la educación. Ella, nacida en esa tierra indómita, va notando cambios. "La sensibilización es muy importante, cada vez más padres entienden que es fundamental que sus hijos e hijas se formen. El aumento de la demanda se observa en que también hay cada vez más universidades y centros de formación profesional. Antes eran para unos pocos privilegiados, pero en los últimos años se ha normalizado el acceso", asegura.

domingo, 21 de mayo de 2017

La ciencia asevera que el único secreto del éxito es tener padres ricos

Pablo Pardo, "El sueño americano ha muerto: si naces pobre, seguirás pobre", en El País, 21 de mayo de 2017:

Numerosos estudios cuestionan la idea de que sólo con esfuerzo e inteligencia una persona puede llegar a donde quiera en EEUU

El sueño americano, pero al revés

El edificio, como de 10 plantas, está en la esquina de la calle 16 -la de la Casa Blanca- y la calle K -la calle que tradicionalmente ha sido la sede de los bufetes de abogados que hacen lobby en la capital estadounidense-. Está frente a uno de los dos hoteles Hilton de Washington, a 300 metros del Museo de National Geographic y del selecto University Club, ambos en la 16. En la K, como a otros 300 metros, está el Washington Post, y más cerca, uno de los bares de striptease más reputados de la capital estadounidense, Archibald's, "el club para caballeros más selecto de Washington DC", según dice su propia web. Archibald's está incrustado en la parte de atrás del St. Regis, un hotel en el que la habitación más barata para la noche de hoy, domingo, sale por 582 dólares (547 euros), impuestos y tasas incluidos.Los lugares más destacados, sin embargo, están en la 16. En dirección norte, a 400 metros, está el Jefferson, el hotel más caro de la capital estadounidense, que se autodescribe como "el segundo sitio más exclusivo de Washington". El primero está a 200 metros del edificio, pero en la dirección contraria, hacia el sur, en la esquina de la 16 con la Avenida de Pennsylvania. Es la Casa Blanca.Este edificio es más discreto. Sólo tiene una identificación: K&L Gates, LLP (las siglas en inglés de Sociedad de Responsabilidad Limitada, que es la fórmula legal a la que se acogen los bufetes de abogados, consultoras, y demás empresas que son partnerships). ¿Gates, como Bill, el fundador de Microsoft, el mayor filántropo y millonario del mundo? No, Gates como William, el padre de Bill.Porque Bill Gates es el hijo de William Gates, el cofundador de uno de los 10 mayores bufetes de abogados de Estados Unidos, una empresa que lleva, entre otras, la cuenta de las relaciones con el Gobierno de Microsoft. Su madre, Mary, era miembro del consejo de administración del banco de Montana First Interstate, y del patronato de United Way, una ONG que combate la pobreza. En el patronato, estaba también el presidente y consejero delegado de IBM, John Opel. El joven Gates recibió dos millones de dólares en acciones de su abuelo materno. Asistió a una escuela privada, Lakewood, cuya matrícula costaba tanto como la de Harvard, y allí se hizo amigo del otro cofundador de Microsoft, Paul Allen. Cuando Microsoft creó su primer sistema operativo de éxito, el MS-DOS, la primera empresa que lo adoptó para sus ordenadores personales fue IBM. El consejero delegado de IBM entonces era John Opel.El amigo de Gates, el financiero y (también) filántropo Warren Buffett, la segunda persona más rica del mundo, empezó su carrera como empresario repartiendo periódicos en su Omaha natal. Es cierto. Pero también lo es que su padre, Howard Buffett, era en aquella época el único congresista del estado de Nebraska, en el que está Omaha, en la Cámara de Representantes de EEUU. Ser hijo del único congresista del estado no está mal para lanzar una carrera como inversor.Todas estas anécdotas ponen en cuestión una idea: el sueño americano. O sea, la idea de que, sólo con esfuerzo e inteligencia, una persona puede llegar a donde quiera en la mayor potencia del mundo. Para EEUU, es casi una religión, una seña de identidad. Y lo cierto es que no faltan casos. Steve Jobs y Steve Wozniak, los fundadores de Apple, venían de familias de ingresos altos. Igual que Jeff Bezos, la tercera -o cuarta, según el día- persona más rica del mundo, fundador y dueño del 17% del gigante de las ventas online y de la nube Amazon.O sea, que no hay que irse al otro extremo. El sueño existe. Pero, ¿hasta dónde? ¿Es una realidad o una obra maestra del márketing? A fin de cuentas, en España no hablamos del sueño español, a pesar de que somos el único país donde un señor llamado Amancio Ortega, que dejó la escuela a los 14 años, nacido en Busdongo, en las montañas de León, casi en la raya con Asturias, y criado en Galicia, que sólo se parece a Silicon Valley en las curvas de las carreteras secundarias y a Harvard en lo verde que es la vegetación, puede convertirse en la tercera persona más rica del mundo.

"Cada día parece más claro que tener un padre rico es el secreto para el éxito"

Ahora, una cantidad creciente de estudios están poniendo de manifiesto que el sueño americano, si es que alguna vez existió, se está extinguiendo. Un equipo dirigido por Raj Chetty, de la Universidad de Stanford, ha publicado en la revista Science un monumental estudio estadístico que declara que la movilidad absoluta -o sea, el porcentaje de niños que van a tener unos ingresos superiores a los de sus padres -ha caído de aproximadamente el 90% en la década de los 40 al 50% hoy."El mayor declive es en la clase media", declara el estudio. Es un dato consistente con dos estudios del nobel de Economía Angus Deaton y su esposa, Anne Case, en 2015 y hace apenas dos meses, en los que revelan cómo la clase media blanca está sufriendo una oleada masiva de muertes por enfermedades asociadas a la pobreza -diabetes- y a la desintegración social -abuso de medicamentos con receta, suicidios y alcoholismo-, que se ha convertido en la mayor crisis de salud desde la II Guerra Mundial, y muy por encima de la epidemia de sida de los 80. Así que el análisis de Science es un paso más en una creciente cantidad de análisis que revelan que, si el sueño americano existió, ahora está muerto y enterrado. La gran diferencia entre este documento y otros es dónde ha puesto el foco. Los cinco investigadores que han escrito el informe se centran en la movilidad absoluta, o sea, en los ingresos. Hasta ahora, la mayor parte de los estudios miraban a la movilidad relativa.En ese caso, se divide a la sociedad en grupos --normalmente cinco o 10, para hacer más sencillo el cálculo-- en función del nivel de ingresos, y se estudia cuántas personas pueden pasar de un grupo a otro. Por poner un ejemplo, cuánta gente que nazca en el 10% más pobre puede pasar al segundo 10% más pobre. Según Thomas Hertz, de American University, un niño nacido en el decil (es decir, el 10%) más bajo tiene un 31% de posibilidades de permanecer ahí durante toda la vida. Si se amplía la banda al segundo decil inferior (o sea, el grupo formado por las personas que son entre el 80% y el 90% de la gente más pobre), la proporción es del 43%. Pobre eres, y en pobre te convertirás.Los resultados de esos análisis ya habían dejado claro que EEUU es una sociedad con muy poca movilidad social o, como lo planteó en 2002 el profesor de Harvard y experto en esa materia Alan Krueger, "cada día parece más claro que tener un padre rico es el secreto para el éxito".

Las organizaciones internacionales también habían alcanzado la misma opinión. En 2010, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) situaba a Reino Unido, Italia, y EEUU como los tres países en los que la riqueza de los padres tiene más influencia en la riqueza de los hijos. España era el quinto, tras Francia, y casi al mismo nivel de Alemania. La misma España que los españoles tendemos a despreciar como un país de hijos de papá es más meritocrática, según la OCDE, que EEUU. Y la misma Francia que los estadounidenses critican como un ejemplo de elitismo es más igualitaria que su propio país.Según Krueger, si una familia tiene unos ingresos del doble de la media, tardará cinco o seis generaciones (entre 100 y 120 años) en bajar a la media. En la década de los 80, la Teoría de la Transmisión Intergeneracional del Estatus Económico, del nobel Gary Becker, de la Escuela de Chicago, de orientación liberal, había reducido ese periodo a sólo dos generaciones.Ahora bien, ¿por qué sucede esto? ¿Es porque la economía crece menos y, por tanto, hay menos tarta que repartir? ¿O porque hay menos redistribución? El artículo de Chetty es concluyente: "La mayor parte del declive en movilidad absoluta se debe a una distribución más desigual del crecimiento económico en las décadas más recientes, más que al frenazo de la tasa de crecimiento del PIB". Dicho de forma menos complicada: la movilidad ha crecido porque hay menos redistribución.Esa conclusión es una crítica frontal a la política de Donald Trump y, en general, de toda la Economía de la Oferta, que sostiene que hay que eliminar regulaciones e impuestos, en especial a los contribuyentes con ingresos más altos, para que así el tren corra más deprisa y todos lleguemos más lejos. Es el trickle down economics, la economía del goteo, que prevé que la sociedad se beneficiará de la bajada de impuestos al capital, porque éste generará más trabajo y, también, más recaudación fiscal. La idea fue popularizada por Ronald Reagan y Margaret Thatcher, aunque el vicepresidente con el primero, George W. H. Bush, él mismo un multimillonario, la calificó de "economía de vudú". Pero lo cierto es que hoy en día son las rentas del trabajo las que están más gravadas, mientras que el capital disfruta, tanto desde el punto de vista normativo como en el terreno de las realidades del día a día, de una menor presión fiscal. Un ejemplo: el tipo fiscal de las grandes empresas de EEUU es del 35%, pero el real del 19,4%.

En EEUU hay jubilados que siguen abonando los créditos con los que pagaron la educación.

Pero eso es lo que afirma, también, la OCDE, para la que "la movilidad intergeneracional tiende a ser menor en sociedades con más desigualdad". Entre ellas, según esa organización que está formada por los países más ricos del mundo y algunos emergentes, España... y EEUU.Claro que hay una cosa clara: es más difícil saltar de un nivel de ingresos a otro cuando las distancias son más grandes. O sea, cuando la sociedad es desigual. Un estudio de Chetty publicado en marzo por la Reserva Federal, por ejemplo, revelaba que un estadounidense nacido en el quintil más bajo de la población (es decir, en el 20% más pobre) tenía apenas un 7,5% de posibilidades de llegar al quintil más alto (al 20% más rico). En Canadá, las oportunidades eran del 13,5%. Y en Dinamarca, del 11%. Esos países, no EEUU, parecen ser los nuevos adalides del sueño americano. Pero también es cierto que su desigualdad es mucho menor.Las diferencias entre venir de una familia rica y una pobre son abismales. En otro ensayo, publicado por la Oficina Nacional de Investigación Económica en 2014, Chetty expone una correlación prácticamente de uno a uno entre el nivel de ingresos y los embarazos adolescentes. La vinculación entre renta y asistencia a universidades de élite, sin embargo, sólo se da entre los verdaderamente ricos. Algo comprensible si se tiene en cuenta que la matrícula de un año en Harvard, Princeton, o Stanford supera los 50.000 dólares. Obtener la misma educación que Mitt Romney, el candidato republicano a la Casa Blanca en 2012, costaría hoy unos más de 600.000 euros; en el caso de Barack Obama, la cifra llega al medio millón. Aunque parte de los costes de la educación del ex presidente fueron costeados con becas, Obama no pagó la deuda que había contraído cuando era estudiante hasta 2004, el año en que entró en el Senado. De hecho, en EEUU hay jubilados que siguen pagando los créditos con los que se pagaron la educación. A eso hay que sumar, además, la principal causa de las quiebras personales de los estadounidenses: la sanidad. Todos esos factores lastran el sueño americano. Normalmente, cuando se plantea esta idea y, sobre todo, se cuelga en Twitter, se reciben todo tipo de educados comentarios en los que los lectores invitan al autor a trasladarse a Corea del Norte. Esa sofisticada actitud también tiene una explicación: el sueño americano existe... en la mente de los estadounidenses. Un estudio conjunto del centro de análisis centrista Brookings Institution y de la organización sin ánimo de lucro e independiente especializada en estudios de la opinión pública Pew Research Center, y llevado a cabo en 27 países, revela que los estadounidenses son los que más creen en la meritocracia. Así, un 69% de los ciudadanos de ese país está de acuerdo en que "las personas reciben lo que les corresponde por su inteligencia y habilidades", y solo el 19% cree que para progresar en la vida es "esencial" proceder de una familia de ingresos altos. El sueño americano es una creencia demasiado arraigada como para arrancarla con la realidad.

Hijos de ricos y más creativos

"Los niños de familias ricas tienen 10 veces más posibilidades de ser inventores que los de familias de ingresos medios-bajos", declara Chetty en su estudio para la Reserva Federal. De nuevo, es algo visible, al menos a nivel anecdótico. Ahí está Elon Musk, el empresario e inventor por excelencia del siglo XXI, nacido en Sudáfrica y criado en Canadá y EEUU. Su padre, Errol, tenía, entre otras cosas, una mina de esmeraldas en Zambia, y fue el primer sudafricano en volar sin escalas de su país a Australia en un avión: el suyo.

Musk es parte de la mafia de PayPal, el grupo de emprendedores que crearon esa empresa de medios de pago en 1998 y que, desde entonces, han marcado gran parte de la evolución del mundo de la tecnología. Otro es Peter Thiel, un destacado defensor de Donald Trump. Klaus Thiel, su padre, era un ingeniero alemán que fue mánager en las minas de diamantes de Namibia en los años 70 y 80, un trabajo muy bien pagado, porque entonces ese país estaba ocupado por la Sudáfrica del apartheid -que tenía serios problemas para atraer talento-, y los trabajadores de las minas eran, virtualmente, esclavos negros. En la mafia, sin embargo, no todos eran ricos. Max Levchin, por ejemplo, procede de una familia de clase media.

Larry Page, cofundador de Google, consejero delegado de su matriz, Alphabet, y su principal accionista (lo que le convierte en el noveno empresario más rico del mundo) es hijo de Carl Page, doctor en Computación, y, según la BBC "uno de los pioneros en el desarrollo de la informática y de la Inteligencia Artificial". Su madre, Gloria, también era programadora. Otra figura destacada de la Ciencia estadounidense es Arnold Spielberg, padre del director de cine Steven Spielberg.
La correlación -y, acaso, causalidad- entre riqueza y capacidad de invención es muy importante, porque uno de los problemas que afrontan las empresas en Estados Unidos -y que se está convirtiendo en un obstáculo para los planes de Donald Trump de revitalizar la industria del país- es la escasez de mano de obra cualificada. La meritocracia no funciona si los trabajadores no saben o no pueden llevar a cabo su trabajo, y hay inversores que han preferido irse a Canadá porque allí hay personal mejor formado. La consecuencia, a su vez, es más automatización, para reemplazar a esos trabajadores poco eficientes por robots.