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sábado, 15 de febrero de 2025

Vergüenzas y mentiras de los EE. UU. que encarna el mentiroso y desvergonzado Trump.

 Las mentiras preinstaladas por la boba educación de los pobrecillos americanitos estadounidenses, incluidos sus treinta y siete millones de pobres, y la represión institucionalizada por los poderes de ese lugar deberían avergonzar a la tierra que hace gala de tener los mejores vendedores del mundo, de su mundo, quiero decir. Pongo aquí una parte homogénea de los mejores y más aplaudidos comentarios a un vídeo al respecto hecho en inglés, traducido:

Soy del Reino Unido. Viví en los Estados Unidos durante 7 años. Mientras estuve allí, se me acercaban constantemente y decían cosas sobre el Reino Unido que no eran ciertas. Cuando los corregía y demostraba que tenía razón, se enojaban y me decían que si odio tanto a los Estados Unidos, ¿qué estás haciendo aquí? Y luego, normalmente, terminaban diciendo que estaba celoso de sus libertades, porque no tenía ninguna en el Reino Unido y todo el mundo lo sabía. No me molestaba porque sabía que eran unos idiotas. Philomena Kunk dijo sobre ese famoso verso del himno estadounidense: Si "somos la tierra de los libres", "debe haber sido una sorpresa para todos los esclavos". Permítanme resumir: ¿Tienen derecho a portar un arma y a insultar a alguien, pero no tienen derecho a tener acceso a atención médica y a tiempo libre? Es bastante triste. Poseer un arma no es una libertad, poder vivir seguro sin ella sí lo es.

Por otra parte, todavía esperan los europeos que los estadounidenses se den cuenta de que "Europa" no es un solo lugar con una sola cultura, las mismas tradiciones, las mismas leyes en todas partes etcétera. Ellos creen que tenemos celos de las libertades de EE. UU., e ignoran, pobrecitos, que no tenemos celos de nada de Estados Unidos. Hace poco discutí con un estadounidense que hace videos relacionados con armas; estaba en la sección de comentarios parloteando sobre la libertad de poseer armas en los EE. UU. Yo intenté explicarle que en Europa también PODEMOS tener armas, pero simplemente no las NECESITAMOS, y que no necesitar armas es una libertad muy buena. No entendió. Me preguntó: "¿Qué quieres decir? ¿PUEDES comprar armas, pero no quieres?". ¡Es como si este concepto fuera realmente difícil de entender! Me di por vencido tras varios intentos de explicarlo. Y es que el american way of life / estilo de vida americano es insuficiente. En Dinamarca pagan un impuesto del 38 % que permite recibir atención médica, educación, guarderías y otros servicios públicos gratuitos. La derecha estadounidense acusa a los daneses constantemente de ser comunistas por su socialdemocracia, e incluso quieren llevarse Groenlandia. Tal vez la gente de los EE. UU. debería tratar de expandir su punto de vista y, con suerte, aprender algo. Por supuesto, los sistemas políticos europeos no son perfectos, pero es porque eso, las utopías, no existen, aunque los estadounidenses crean que la suya sí lo es y la única. La inmensa mayoría de la gente en Europa no quiere armas y no es algo que les importe como a los estadounidenses. Estados Unidos es un lugar hermoso que no es tan libre como ellos creen o les han hecho creer. De hecho, muchos de ellos viven con miedo.

Y no solo es Europa. En EE. UU. no hay vacaciones laborales ni bajas por enfermedad, maternidad o paternidad. Pero un canadiense jubilado que era conserje en una escuela primaria tuvo siete días de vacaciones durante su primer año, luego dos semanas y después de cinco años fueron tres semanas y así sucesivamente. Cuando cumplió 16 años, tuvo seis semanas al año con sueldo completo, además de once días de baja por enfermedad con sueldo completo y todos los beneficios. Puede ir a cualquier hospital y recibir toda la atención que necesita sin pagar ni un centavo. Ha estado en diálisis y recibió un trasplante de riñón, y todos los suministros y medicamentos que necesitó, y todo está pagado sin costo alguno para él, no tuvo que preocuparse por la bancarrota, que es lo usual entre los estadounidenses en ese caso. Los europeos están hartos de que los estadounidenses se jacten continuamente de lo libres que son, como si todos los demás ciudadanos del mundo libre se acobardaran de miedo ante un gobierno monolítico. Tal vez una regla de oro sea que quienes son realmente libres no sienten la necesidad de hablar continuamente de "nuestras libertades". Los europeos nunca han oído a nadie hablar de "nuestras libertades" en Europa. La libertad es un concepto generalmente aceptado que forma parte de la vida, no hay nada que discutir.

Hay dos aspectos de los EE.UU. que parecen fascinantes y un poco inquietantes:

1. El uso de la palabra "beneficios" para describir cosas como el tiempo de vacaciones, la baja por maternidad, etc. Sí, estas cosas son beneficiosas para el empleado individual, pero llamarlas beneficios hace que parezca que su benévolo director ejecutivo le ha otorgado, por la bondad de su corazón, este gran regalo. En prácticamente todo el mundo occidental, y también en muchos países no occidentales, estas cosas no se llaman beneficios, se llaman derechos. El lenguaje importa. 

2. La forma en que muchos estadounidenses parecen tan indignados de que sus dólares de impuestos puedan ser utilizados potencialmente para pagar la atención médica, los cupones de alimentos, la educación, la vivienda, etc., para alguien que no trabajó tan duro como ellos, tomó las decisiones equivocadas en la vida, se enfermó o cualquier otra razón que le hizo necesitar ayuda. ¡Parece tan increíblemente divorciado de la compasión y el sentido de comunidad! Pero, al mismo tiempo, muchas de estas personas son muy religiosas y apoyan la idea de la caridad. Alguien de los Estados Unidos me señaló que están dispuestos a ayudar a los menos afortunados, pero solo si ellos deciden hacerlo; de ahí todas las recaudaciones de fondos para obras de caridad. Es como una extraña amalgama de “no toques mis cosas”, “debería compartir algunas de mis cosas con gente que tiene menos cosas” y “Dios no permita que alguien intente organizar el intercambio de cosas, porque eso es comunismo”.

En Escocia hubo un tiroteo masivo a principios de los años 90 y otro muy grave a finales de los 80 en Inglaterra. Y cuando surgió el plan de restringir la posesión de armas, nadie se quejó: la ley se aprobó sin apenas oposición. Los cuchillos son un problema, sí, pero allí no han tenido un problema grave de tiroteos en más de TREINTA AÑOS. Solo hizo falta un tiroteo masivo en el Reino Unido para que las leyes sobre armas se hicieran más estrictas. Parece que en los EE. UU. la vida no tiene valor si no afecta a ciertas personas. Es una plutocracia.

jueves, 13 de febrero de 2025

Karmageddon, de Iyah May. Lo que hay que tener.

  Recomiendo leer esto y escuchar a esta cantante australiana y médica, con valores y con valor. Aquí.

La letra dispara contra todo: desde la cultura de la cancelación, hasta el genocidio en Gaza, desde las corporaciones (personalizadas en medios de comunicación, industria cultural e industria farmacéutica) hasta la política cómplice de las guerras. Se mofa de los contenidos masivos de “consumo chusma” y menciona explícitamente en su estribillo al “virus hecho por el hombre que mata a millones”, motivos por los que le quitaron el contrato y su manager la dejó ante su negativa a modificar la letra. 

“Tal vez en esto se convierte la vida, cuando la gente es menos importante que una línea de ganancia”, continúa la letra. “A nadie le importan tus sueños, seguí pagando impuestos a tiempo” “Género, religión, armas, derecho al aborto, seguí scrolleando”, ironiza, y luego pregunta “¿viste a Taylor Swift en vivo?” “No es guerra es un genocidio”. “Mientras la muerte de mujeres no causa una escena, mientras nos alimentamos de estas distracciones, niños son asesinados por las acciones israelíes”. 

Esta es una versión bilingüe. Alusiones que pueden ser oscuras: se alude a la guerra hip hop entre los raperos Kendrick y Drake, ganada por el primero, y Kim Kane es una escritora de literatura infantil y juvenil.

Versión:

Abro mi teléfono un lunes por la mañana, mirando mi pantalla. Estoy arrinconada y un poco sola. El señor Musk dice que algunos se fueron enojados: las guerras de Twitter, y hay muchas, así que tal vez en esto se convierte nuestra vida cuando la gente es menos importante que una línea de ganancia. Que un profeta mienta; a nadie le importan tus sueños, seguid pagando los impuestos a tiempo. Sigue enrollándote, abrázame contigo, ahora: género, armas, religión y derecho al aborto... Será mejor que elijas irte por otro lado. ¿Viste a Taylor en vivo? El virus hecho por el hombre mira morir a millones: la mayor ganancia de sus vidas ¿es ese tu premio? Es solo volver a encender las noticias, y necesitas mentiras. Kim elige a un ayudante, cancela el agua fría. Esto es volver a corporaciones donde nunca se miente. Los políticos no trajeron a la vida más que guerra: pero es genocidio: esto es volver, bienvenida al caos de los tiempos: si tú vas a la izquierda y yo voy a la derecha, reza para que salgamos de aquí. Es venir a la semana de la moda. Carne suelta, Balenciaga tiene niños al igual que Drake, la carne perdedora. Kendrick [Lamar] lo mató mientras dormía; esta canción trata sobre apalizar a tu reina; bueno, las mujeres muriendo no causan una escena. Mientras estamos alimentados con todas estas distracciones, los niños son asesinados por las acciones de Israel. Voy a decir lo que pienso: chupar hasta la muerte todas estas mentiras locas es un circo para la Humanidad. Solo queremos una vida en paz, devolvedle a la gente sus ojos. Pero sigo teniendo un corte de carne, porque F se está riendo y hemos estado durmiendo y ¿quién es un mentiroso y se ha vuelto muy grande? F. Comen ellos al diablo, lo hacen: somos un virus, mira a millones morir, la mayor ganancia de sus vidas; su inflación, ese es tu premio. Esto ha vuelto: enciende las noticias y las mentiras. Kim Kane elige una cultura del canal agua. Esto ha vuelto: consigue corporaciones donde nunca mienten, políticos traídos a la vida; más que guerra es genocidio, esto es otra vez bienvenida al caos de los tiempos: si vas a la izquierda y yo voy a la derecha, reza para que salgamos de la vida: esto ha vuelto.

Original:

I open up my phone on a Monday morning staring at my screen I'm tight and a little lonely Mr Musk says some that left so agry Twitter Wars ands are many so maybe that that's our life becomes when people less important than a profet lie no one cares about your dreams spay your tax on time keep scrolling hold me to you now gender guns religion and abortion rights you better pick a driving the other side SC did you see Taylor live virus watch the millions die biggest profit of their lives his in that's your prize is just come again turn on the news and need the lies Kim pick aide cancel cold to water VI this is come again corporations where they never lie politicians brought for life more than War it's genocide this is come again welcome to the chaos of the times if you go left and I go right pray we make it out Li this is come it's fashional week SS loose ribs Balenciaga has the kids just as Drake his losing beef Kendrick killed him in he sleep this tracks about beating up your Queen well women dying doesn't cause a scene while we're fed all these distractions kids are killed from Israel's actions I'm going speak my mind sck to death all these crazy lies a circus for Humanity decl we just want a peace of life give the people back their eyes and I still got a beef cuz f is laughing and we been asleep and who's a liar and it's run a deep big F eat they the devil make him we m virus watch the millions die biggest profit of their lives his inflation that's your priz this is come again turn on the news and the lies Kim Kane pick a canel culture water VI this is come get corporations where they never lie politicians brought to life more than War it's genocide this is is C again welcome to the chaos of the times if you go left and I go right pray we make it out of life this is come again.

jueves, 5 de diciembre de 2024

Alfonso Ussía, Todos prohibidos

 Alfonso Ussía, "Todos prohibidos", en La Razón, 8.01.2016:

Buena le ha caído encima a mi compadre Antonio Burgos con su artículo «Las Flequis». Machista, rancio, asqueroso, antiguo... le han dicho de todo. Antonio Burgos se ha limitado a hacer uso de su libertad en un asunto opinable. A las «Nekanes», aquel grupo de batasunas amortizadas, les decían en el País Vasco «Las Feas». Señoras feministas y señores buenistas. Somos muchos los feos y las feas. El despreciado por Juan Manuel de Prada, Winston Churchill –para mí, modestamente y con el permiso de Zamora uno de los personajes más grandes del siglo XX–, se lo llamó directamente a «lady» Astor en el Parlamento. Ella, previamente, había llamado a Churchill «borracho». –Y usted es fea. Mi problema se arregla con una siesta. El suyo es para toda la vida–. Lo de Anna Gabriel y las «magas» de Valencia es para escribir un libro.

Pero lo políticamente correcto ha prohibido todo. Y a todos. «Era su nombre Juana / hija de un zurrador y una gitana. / Cambió de nombre y se llamó Ana Pérez / con ayuda de un sastre y de un alférez. / Y, viéndose triunfante, / a Toledo se fue con un farsante, / adonde, por doncella, una alcahueta / se la vendió a un trompeta». Quevedo condenado por el último pareado dedicado a Juana: «En donde por lo puta y por lo moza / se llamó doña Julia de Mendoza». También prohibido don Manuel del Palacio. «Diálogo al vuelo cogido / en el baile de Menchaca. / -Oriénteme usted, querido; / ¿quién es esa horrible vaca / que al pasar le ha sonreído?-. / Se lo diré, caballero: / Es doña Julia Terrón, / hija del duque de Ampuero / y madre de este ternero / que está a su disposición». Tercetos del soneto de don Manuel a la nobleza española de la Corte de Isabel II: «Saavedra a la Lombilla jode ahora; / Sanjuán, de Fernandina es el segundo; / y don Ramón con la Fonseca mora. / Mas, si queréis ejemplo más profundo, / en Palacio hallaréis una señora / que es capaz de joder con todo el mundo». Y era fea.

A Bretón de los Herreros –también prohibido por machista–, le da por la ironía: «Doña Tecla, la de Yecla / es Tecla muy singular. / ¡De qué servirá una tecla / que no se deja tocar?». Carlos Cano, el poeta del XIX, no el cantautor del XX: «De espaldas a mi novia la fornico. / Y ella mucho se mueve y se menea. / ¿La razón? Que su padre es harto rico / y, mi novia, terriblemente fea». Hasta el anónimo juego de palabras versificado ha sido prohibido por la Nueva Inquisición: «Te quiero jo, te quiero jo / te quiero joven y bella, / como una pu / como una pu / como una pura doncella. / Y con mi pi, / y con mi pi / y con mi pícara mano / tocar las te / tocar las te / tocar las teclas del piano». A Juan Pérez Creus, poeta que escribió con los seudónimos de «Maese Pérez» y «Pájaro Pinto», lo calificó una periodista de «Informaciones» de «cobarde, piojoso, melindres y maricón» por no haberse atrevido a firmar con su nombre unos versos contra la familia de Franco que corrieron, como en el Siglo de Oro, por todas las tabernas de Madrid. Tardó Pérez Creus cinco años en vengarse y, ya con la libertad recuperada, respondió a la periodista con un soneto cuyos tercetos serían hoy motivo de encarcelamiento súbito: «Llamarte fresca, pobre sonaría. / Decirte zorra, no daría tu talla, / pues por puta te tienen las personas. / Y llamarte putísima, sería / como llamarle cerro al Himalaya, / como decirle arroyo al Amazonas». Y a la escritora Dolores Medio, cuando la descubrió paseando por la orilla del Sardinero: «Saca ya de las aguas / tus pies pequeños, / que se te corta el “siglo”, / Dolores Medio». Y los tercetos de Antonio Mingote a lo más admirable de una mujer que deambulaba por El Retiro: «Te veo caminar mientras te alejas / esparciendo a tu paso la hermosura, / y suspiro, ya ves, sin disimulo, / pues suspenso y atónito me dejas / admirando, en tu porte y tu figura, / lo que es más digno de admirar. tu culo».

domingo, 8 de septiembre de 2024

Sátira contra los novatos que se dicen escritores, por Donaciano Bueno

 DEDÍCATE A OTRA COSA (sátira de Donaciano Bueno)


Me pides tu opinión y aquí te dejo

sincera, la respuesta de un amigo,

que todo lo que escribes suena a viejo,

no salva tan siquiera ni el pellejo,

espero no me entiendas te fustigo.


Del arte de escribir no andas sobrado,

resígnate a entenderlo y no persistas,

dedícate a explorar a otras aristas

y líbrate de hundirte en el pecado,

la pluma no se aviene a los turistas.


Pues vete ya a tu hogar, ponte una copa,

relájate y enciende un cigarrillo,

y añade a tu escritura el estribillo

haciendo oídos sordos a la estopa

dejando ya por fin de ser pardillo.


Y a aquello que escribiste, ya es pasado,

pues nadie ha de leerlo, no te importe,

dedica tu energía a aquel deporte

que sepas de verdad no estás gafado,

y sea lo que más te reconforte.

lunes, 29 de julio de 2024

Apólogos sobre el arte de injuriar. El león novato, La embajada de Valle-Inclán y La moneda de Schopenhauer.

Eduardo Infante, "El noble arte del insulto o por qué no me gusta la fruta", El País, hoy:

Para que nuestros jóvenes llegasen a dominar el improperio, más provecho encontrarían en Schopenhauer que en Ayuso. El alemán escribió un utilísimo manual para injuriadores amateur bajo el título El arte de insultar.

No hace mucho que un ministro del Reino de España llamaba «saco de mierda» a un jefe de prensa, que la presidenta de una comunidad autónoma mascullaba un «hijo de puta», desde la Tribuna de invitados, al presidente del Gobierno y que dos grupos parlamentarios protagonizaban una batalla de insultos, obligando a la presidenta de la Cámara a paralizar el debate y tener que llamar al orden.

Cuentan que, en cierta ocasión, uno de los leones del Congreso se jubiló y fue sustituido por otro más lozano. El león inexperto llegó a primera hora y, al tomar su sitio en la escalinata, comenzó a escuchar un lejano rumor de voces que parecían provenir del hemiciclo: «¡Ladrón, corrupto, desleal, fascista, felón, gánster, gilipollas, incompetente, inepto, mediocre, mentiroso, tirano, traidor…!» y, atónito, preguntó al veterano: «¿Ya se están peleando?». A lo que el otro respondió: «Tranquilo, solo están pasando lista».

Posiblemente, como el león novato, nuestros jóvenes, los futuros ciudadanos, solo han escuchado insultos en la boca de nuestros políticos. Y esto es algo triste y descorazonador. Duele en el alma ser testigo de cómo las antiguas y nobles artes se van perdiendo, porque ni a nuestros zagales les da por practicarlas como es debido, ni a nosotros por enseñárselas. Vociferar «¡hijo de puta!»  no es insultar, sino graznar.

Dos personas que sí dominaban el noble arte del insulto fueron Ramón del Valle-Inclán y Julio Camba. Ambos escritores rivalizaron por un puesto de embajador en París. Camba, para deslucir los méritos de su oponente, espetó que Valle era tan inepto para el cargo que ni sabía cómo pedir una trucha en francés. Don Ramón respondió que, efectivamente, no tenía la menor idea, pero que el impedimento tenía fácil solución: la República debía nombrarlo a él embajador y a Camba, cocinero. Así Camba podría ir todos los días al mercado parisino y hacer buen uso de su talento para comprar truchas y cocinárselas al embajador.

Para que nuestros jóvenes llegasen a dominar el improperio como lo hacían estos dos maestros gallegos, más provecho encontrarían en Schopenhauer que en Ayuso. El alemán escribió un utilísimo manual para injuriadores amateur bajo el título El arte de insultar. En él se puede consultar un amplio catálogo de escarnios, descalificaciones, invectivas, mofas, denuestos, críticas, reprobaciones, ironías, censuras y sarcasmos que van mucho más allá del tan manido «¡hijo de puta!». Schopenhauer aconseja que, siempre que se pueda, se argumente, pero que cuando nos topemos con aquel imbécil que no ceja en su empeño de repetir sandeces, lo mejor es pasar, sin remordimiento, al insulto, con una condición: hacer siempre uso del humor, el ingenio y la inteligencia. Y, añade el alemán, para que el vituperio sea eficaz, se debe procurar que este sea agudo, lúcido, certero, preciso y tenga como objetivo desconcertar a nuestro oponente sin caer en la ordinariez. Todo ello hará del insulto un arte del que Schopenhauer dio buena muestra de virtuosismo, como así muestra la anécdota de la extraña ceremonia que el filósofo realizaba cada vez que  comía en el restaurante del hotel Inglés. Al comenzar la comida ponía una moneda de oro sobre la mesa y, al acabarla, se la volvía a meter en el bolsillo. Un día, uno de los camareros le preguntó por el significado de aquel extraño rito. Schopenhauer les desveló a los que se encontraban en aquel comedor que se trataba de una apuesta:  todos los días se jugaba donar la moneda a los pobres, si los oficiales ingleses que allí comían hablaban de algo que no fuera caballos o mujeres.

Aun así, advierte Schopenhauer, el vituperio solo debe usarse como último recurso y lo preferible es escoger bien a nuestros interlocutores. Un parlamento aderezado con un «hijo de puta» o un «saco de mierda» nada aporta a al debate democrático, todo lo contrario, lo vuelve un engrudo que hace imposible el libre intercambio de ideas del que nacen las soluciones comunes a los problemas de todos. Quizás, el abuso del insulto, al que peligrosamente nos estamos acostumbrando, no sea una cuestión de mala educación. Quizás, haya detrás una consciente intención de boicotear el diálogo de los ciudadanos, la entraña misma de la democracia. Sea como fuere, el insulto en la política debiera ser lo que la anchoa a la pizza: el encuentro esporádico y sorpresivo con un medido trozo, alegra y despierta el paladar con un ajustado golpe de sal. Empero, es muy fácil pecar de hybris y convertir la genialidad en aberración. Traspasar los límites naturales convierte algo suculento y nutritivo en basura.

martes, 29 de agosto de 2023

Empleos y enchufes

De Quora:

LA TRISTE REALIDAD


Un muchacho termina el Bachillerato y no tiene ganas de estudiar nada. El padre indignado le dice:

—¿Ah? ¿No quieres estudiar? Bueno, yo no mantengo vagos, así que vas a trabajar. ¿Estamos?

El padre, que es un hombre con mucho dinero y metido en la política y tiene algunos amigos políticos, dada su larga trayectoria, trata de conseguirle un empleo y habla con uno de sus compañeros del partido que están en el gobierno.

—López ¿te acuerdas de mi hijo? Bueno, fíjate que terminó el bachillerato y no quiere estudiar.

Si puedes, necesitaría un puesto como para que empiece a trabajar ya, mientras decide si va a seguir una carrera... El asunto es que haga algo y no esté vagando ni se la pase en casa haciendo nada, y así ver si se compone y hace algo de provecho. ¿Me explico?

A los tres días llama López:

–José, ya está. Asesor del Secretario de Energía. Unos US $ 40,000 al mes ¿conforme, verdad?

—¡No, no, López! ¡Es una locura!, recién empieza. Tiene que comenzar de abajo y con esa cantidad de dinero se va a poner peor.

A los dos días, llama de nuevo López:

—José, ya lo tengo. Le conseguí un cargo de asistente personal de un diputado. El sueldo es más modesto, de US $ 25,000 al mes.

—¡No, López!, ¡Acaba de salir del bachillerato! No quiero que la vida se le haga tan fácil de entrada. Quiero que sienta la necesidad de estudiar. ¿Me entiendes?

Al otro día:

—José, ahora sí... Director de compras de la Secretaría de Comunicaciones, ya está; claro que el sueldo se va muy abajo... Serán US $ 15,000 nada más.

—Pero, López, ¡por favor! Consíguele algo más modesto. Está empezando, algo de unos US $ 5,000 a US $8,000 al mes...

—¡Ah, no! ¡Eso es imposible, José!

—Pero ¿por qué?

—Tendría que ser un cargo de maestro, médico, psicólogo, ingeniero..., y esos cargos son por convocatoria; necesita: currículum, título universitario, certificación cada cuatro años, haber hecho méritos, ganar el examen de la convocatoria, competencias docentes, carta de desempeño de su director... Está difícil José, está difícil. Trabajos así no se encuentran fácilmente.

lunes, 29 de marzo de 2021

Chiste político

 Donald Trump se reunió con la Reina de Inglaterra, y le preguntó: "Su Majestad, ¿Cómo dirige un gobierno tan eficiente? ¿Hay algún consejo que pueda darme?"

"Bueno", respondió la Reina, "lo más importante es rodearse de gente inteligente".

Trump frunció el ceño y luego le preguntó: "¿Pero cómo sé si las personas de su alrededor son realmente inteligentes?"

La Reina tomó un sorbo de té. "Oh, eso es fácil; tan solo pídales que le respondan a un acertijo".

La Reina presionó un botón de su intercomunicador. "Por favor, envíe a Boris Johnson aquí, ¿Quiere?"

El Primer Ministro entró en la estancia y dijo: "Sí, ¿su majestad?"

La Reina sonrió y dijo: "Contéstame a esto, si no te importa, Boris. Tu madre y tu padre tienen un niño. No es tu hermano ni tampoco hermana. ¿Quién es?"

Sin si quiera esperar un momento, respondió: "Ese sería yo".

"¡Sí! Muy bien", dijo la Reina.

Trump regresó a su casa para hacerle a Mike Pence la misma pregunta. “Mike, respóndeme a esto por mí. Tu madre y tu padre tienen un niño. No es tu hermano y ni tampoco tu hermana. ¿Quién es?"

"No estoy seguro", dijo Pence. "Déjame pensarlo y ya le diré". Acudió a sus asesores y les preguntó a todos, pero ninguno pudo darle una respuesta.

Finalmente, Pence se encontró con su amigo Jack Murphy en un restaurante la noche siguiente. Pence le preguntó: "Jack, ¿Puedes responder a esto por mí? Tu madre y tu padre tienen un niño y no es tu hermano o ni tu hermana. ¿Quién es?"

Jack Murphy respondió de inmediato, "¡Esa es fácil, soy yo!"

Pence sonrió y dijo: "¡Gracias!"

Pence entonces, volvió a hablar con Trump. "Digamos que investigué un poco y tengo la respuesta a ese acertijo: ¡es mi amigo Jack Murphy!"

Trump se levantó, arrolló a Pence y gritó enfadado: "¡No, idiota! ¡Es Boris Johnson!"

sábado, 23 de enero de 2021

De Lou Reed, Sucia avenida / Dirty boulevard

Lou Reed, Sucia avenida.


"Dame tu hambre, tu cansancio o tu pobreza,

que me los pase por el culo",

es lo que dice la estatua de la Intolerancia.

"Tus pobres masas hacinadas" son apaleadas hasta morir

o terminan atontadas recorriendo la sucia avenida.


Pedro vive en las afueras del hotel Whilsire;

mira por una ventana sin cristal.

Las paredes son de cartón,

hojas de periódico el suelo.

Su padre lo golpea porque está cansado para mendigar.

Pedro tiene nueve hermanos y hermanas

que han crecido sometidos

(es difícil salir corriendo 

cuando te golpean con una percha en el culo).

Pedro sueña con crecer y matar al padre.

Pero hay una pequeña esperanza

y se marcha a recorrer la sucia avenida.


martes, 30 de junio de 2020

Artículos recientes de David Torres

1

David Torres, Rebrote de cebollinos, en Público,  24 de junio de 2020

A nadie le gusta dar marcha atrás, y menos durante la desescalada, porque la marcha atrás supone no sólo perder terreno sino volver a empuñar el piolet y ponerse otra vez la mascarilla de oxígeno antes de encarar nuevamente al aire sutil de la alturas. Esta metáfora alpina con que se ha descrito la pandemia quizá resulte más precisa ahora, en medio de este lapso de indecisión, puesto que los montañeros expertos saben muy bien que el descenso suele ser el momento más peligroso en una escalada: cuando los nervios se relajan después de alcanzar la cumbre se producen más muertes y más accidentes. Lo dijo Rob Hall, una de las víctimas mortales de la multitudinaria tragedia de 1996 en el Everest: "Cualquiera puede subir a lo alto de esta montañita: el problema es regresar con vida de ella".

Ante la despreocupación y el cachondeo con que afrontamos la temporada veraniega, como si el Covid-19 fuese a tomar también vacaciones, tal vez deberíamos reflexionar un poco al ver que los contagios se extienden como la pólvora por el continente americano, los rebrotes asolan Irán y Corea del Sur y algunos países europeos -Alemania y Portugal- imponen nuevas restricciones ante la evidencia de los nuevos repuntes. Todo es muy raro con esta enfermedad, obligando a maniobras curiosas como la obligación de llevar mascarilla durante un paseo, incluso en mitad del campo, aunque no haya nadie más en kilómetros a la redonda, y la libertad de no llevarla mientras permaneces sentado en una terraza, reactivando la economía a fuerza de cañas. Es verdad que siempre existe peligro de contagio, aunque nadie acaba de explicar de modo convincente por qué el riesgo resulta mucho mayor si estás de pie y andando en lugar de quieto y sentado, rodeado de gente que tiene los irrefrenables vicios de respirar, toser y hablar a gritos a tres palmos de tu vaso.

Por lo visto, el Covid-19 es sensible al jabón, a la lejía y, sobre todo, al dinero, ya sea mediante el tacto de monedas y billetes o, mejor aun, a través del flujo de una tarjeta de crédito. Ayer, sin ir más lejos, hice mi primer viaje en tren en más de tres meses y en el asiento de al lado iba una mujer mientras el resto del vagón estaba prácticamente vacío. La distancia de seguridad entre nosotros era de unos diez centímetros, pero contábamos con la ventaja de que al virus no le gusta nada viajar en tren, lo mismo que no le convence atacar en terrazas, restaurantes y discotecas a tope de gente. El dinero siempre ha sido una armadura perfecta contra cualquier enfermedad y por eso se sabe que la siguiente oleada se va a cebar con los países tercermundistas y con los más pobres. Por eso también vamos a dejar que entren los turistas británicos forrados de billetes, a pesar de que, gracias a la peculiar estrategia preconizada por Boris Johnson, Gran Bretaña supera todavía ampliamente el millar de contagios diarios.

Hay un libro, mucho antes de Camus, que ya había hablado de todas estas cosas, de cómo hacer frente a una pandemia mortal y, sobre todo, de cómo no hacerle frente. Es el Diario del año de la peste, de Daniel Defoe, que muchos lectores tienen por una crónica a pie de calle de la epidemia que azotó Londres en 1665 y 1666, causando más de cien mil víctimas, pero que en realidad se trata de una novela de no ficción montada a base de datos y registros fidedignos, ya que Defoe tenía apenas cinco años cuando sucedieron los hechos que relata y no la publicó hasta 1722. Entre los dilemas que atenazan al narrador de la novela destaca el mismo que preocupa ahora a Johnson, a Sánchez, a Trump y a cualquier mandatario con responsabilidad sobre la vida de millones de ciudadanos: elegir entre la economía y la salud, es decir, escapar de Londres dejando el negocio a la buena de Dios o encomendarse a Dios y seguir con las puertas abiertas, a ver si hay suerte y la guadaña pasa de largo. Más prodigioso aun resulta que el segundo párrafo de un libro escrito en el primer tercio del siglo XVIII diga: "En aquella época no teníamos aún diarios impresos que difundieran los rumores y noticias, y que las embelleciesen por obra de la imaginación de los hombres, como luego he visto que se hacía".

2

"El día del orgullo Rey", en Público, JUNIO 26, 2020

Resulta una curiosa coincidencia que los reyes Felipe y Letizia hayan decidido empezar su gira por la España biodiversa poco antes de la celebración del Día del Orgullo Gay, paralelismo que puede dar lugar a confusiones de todo tipo, incluyendo vistosos cruces de banderas. Quizá los expertos de la Casa Real traten de enviar un mensaje con el fin de que los monárquicos de toda la vida salgan de una vez del armario y puedan expresar en voz alta su amor por la corona. Ya se sabe lo perseguidos que están los monárquicos en este país, y la monarquía no digamos, que todos los días el desayuno trae incluida una noticia sobre la terrible conspiración contra los borbones jaleada por la fiscalía suiza y la prensa extranjera. Al fin y al cabo, no hay nada malo en creer que la jefatura del Estado viene instaurada por línea hereditaria, exclusivamente a través de genes masculinos, como creen muchos otros ciudadanos europeos, asiáticos y africanos desde que el mundo es mundo y la Tierra plana, otra creencia que últimamente también cuenta con un montón de adeptos.

En su visita a Mallorca, los reyes recibieron a diversos colectivos, empezando por el gremio hotelero, con lo que el protocolo se fue transformando en un control de daños en medio de una zona catastrófica. La idea es animar a los turistas reacios a regresar al archipiélago balear, epicentro de las vacaciones de la familia real española desde mucho tiempo atrás, aunque teniendo en cuenta el riesgo implícito en el turismo británico y la facilidad de contagio en los aviones, a lo mejor no resulta tan buena idea. En su baño de masas en el paseo del Arenal los reyes fueron a cara descubierta, sin mascarilla, para que la gente pudiera reconocerlos aunque fuese de lejos, sin confundirlos con el séquito ni los guardaespaldas, y para demostrarle al coronavirus que la corona estaba primero.

Mallorca y los reyes también aparecían, hace poco más de una semana, a toda página en el principal periódico británico, The Times, donde el corresponsal inglés definía a la familia real española como "un clan" y abría su reportaje con el cinematográfico titular "Sexo, mentiras y cuentas bancarias suizas". Los lectores ingleses podían deleitar su vista entre cacerías de elefantes, regatas con jeques árabes, cuentas multimillonarias en el extranjero, comisiones sin tributo fiscal, cuernos multinacionales y una amante de alquiler con apellido filosófico que denuncia una campaña de acoso contra ella y sus hijos llevada a cabo por los servicios secretos y azuzada por la Casa Real española. Y no salió lo del medio millón de euros de la luna de miel de Felipe y Letizia pagada en dinero negro porque la noticia saltó esta semana, una lástima.

Es imposible que los british, acostumbrados a los sosos escándalos palaciegos y los rutinarios vaivenes de la monarquía inglesa, se resistan a semejante anzuelo. No hay color. De hecho, no nos extrañaría lo más mínimo que muchos de ellos renuncien a la nacionalidad británica y reclamen la ciudadanía española en un Brexin por las bravas. Al emplear la corona española de reclamo turístico, podía aprovecharse también la figura del rey emérito, que no saben ya qué hacer con él, y utilizarlo como monumento histórico de visita obligada, al estilo del marqués de Leguineche al final de Patrimonio nacional, sentado en una sala del palacio para que los extranjeros le hagan fotos y contemplen cómo disfruta de la vida un auténtico monarca. Con mucho orgullo, qué pasa.

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El cocodrilo, el Rey y otras cosas de no creer, Público, 10 de junio de 2020

Hay que reconocer que nos está quedando un año la mar de raro, un año apocalíptico en todos los sentidos del término, aunque también es cierto que la cosa ya venía de antiguo. Probablemente el motivo por el que muchos escritores hemos abandonado la ficción y nos dedicamos a escribir sobre la realidad es el mismo por el cual la realidad ha perdido su pátina habitual de tedio y rutina para dedicarse a escribir novelas. Hoy, por ejemplo, iba en el metro y veía a toda la gente en el vagón con la cara tapada con mascarillas, como si nos hubiéramos puesto de acuerdo para ir a atracar un banco, cuando lo habitual es que el banco desvalije a la gente sin desplazamientos ni embozos ni pretextos de ningún tipo. Nos mirábamos unos a otros intentando reconocernos desde algún rincón del pasado, como concubinas perdidas en un harén subterráneo o más bien como niños jugando a indios y vaqueros en un túnel del tiempo donde no quedaba ya un solo indio.

Vivir en medio de la era del coronavirus es igual que tomar parte en una película fantástica cuyo decorado es el mundo entero, salvo para Casado, Abascal y otros conspiranocios que todavía creen que la pandemia la inventaron entre Sánchez e Iglesias en un laboratorio chino con la ayuda del lobby feminista y la intención de desestabilizar el orden mundial, dar un golpe de estado contra el capitalismo y proclamar una dictadura universal comunista con capital en Caracas. No son los únicos que lo creen, porque además hay gente que les vota. Estos días abres el periódico y te salta a los ojos la tontería más grande que te quepa imaginar, noticias del estilo de Javier Maroto diciendo que las residencias de ancianos son competencia directa del gobierno, que el 8-M era contagioso (ahí está él para demostrarlo) y que por eso se casó con su novio en diferido y dentro de un armario en Sotosalbos.

Aun así, día a día, la realidad se empeña en subir las apuestas a base de titulares completamente inverosímiles, el penúltimo de ellos, el del cocodrilo que tiene acojonado a Valladolid, con los diarios locales trasvasados a un tebeo de Tarzán y la guardia civil rastreando la confluencia del Duero y el Pisuerga. Tenía que ser precisamente en Valladolid, donde hace unos años había un alcalde, León de la Riva, que por sus comentarios machistas, homófobos y racistas, parecía haber salido de la misma charca que el cocodrilo. Entre el murciélago de Wuhan y el cocodrilo de Valladolid, la fauna del mundo entero no para de desmadrarse, ocupando portadas y saltando a las calles desde selvas, bosques, reservas naturales y documentales de la 2.

No menos inverosímil y no menos cocodrilo resulta la noticia de que la Fiscalía Anticorrupción podría iniciar diligencias para aclarar el tremendo lío fiscal del rey emérito y las acusaciones de cohecho por las comisiones del tren de alta velocidad en Arabia Saudí. Diligencias, un término muy adecuado para la justicia española, la cual, en relación a los borbones, viaja unas veces en calesa y otras en parihuelas. Han tardado lo suyo, aunque no tanto como la justicia sueca, que acaba de anunciar que próximamente va a resolver el asesinato de Olof Palme con 34 años de retraso. La globalización aplicada a la corona española viene a corroborar la velocidad de transmisión de un virus desde China: una investigación en Suiza puede terminar con un exilio en la Repúbica Dominicana. Sin embargo, conociendo el percal, lo más probable es que don Juan Carlos haga como Manolo Gómez Bur en aquella película en que, acusado de un crimen, prefería que le aplicasen un artículo de un código penal de la Edad Media: "El exilio, si pudiera ser a Zamora, es que tengo familia".

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La conjura contra los negros de América David Torres, 8 de junio de 2020

Decía Monterroso que los enanos disponen de una especie de sexto sentido que les permite reconocerse al primer golpe de vista. Algo similar sucede con los negros en los Estados Unidos, con el agravante de que, además de ellos mismos, los reconocen todos los demás. Los judíos o los armenios, por citar dos grupos étnicos de los muchos que proliferan en la tierra de las oportunidades, pueden confundirse más o menos en medio de la gran masa blanca dominante, mientras que los negros tienen el inconveniente de que, por culpa del color oscuro de su piel, no hay manera de verlos. Por algo Ralph Ellison, uno de los grandes novelistas estadounidenses de la segunda mitad del siglo XX, tituló así la tragedia del afroamericano en un país hecho exclusivamente para blancos: El hombre invisible.

En un país que, en sintonía con la Revolución Francesa, enarbolaba la igualdad como una de sus señas de identidad al tiempo que establecía su hegemonía desde la esclavitud y el genocidio de pueblos enteros, el racismo siempre ha sido un tema candente. Todos los seres humanos nacen libres e iguales salvo negros, indios y demás ralea, por no hablar de las mujeres, que ésas nunca han importado un pimiento. Estos días he visto unos cuantos capítulos de La conjura contra América, la teleserie de David Simon basada en la novela homónima de Philip Roth, una ucronía que narra lo que habría podido suceder si el famoso aviador Charles Lindbergh hubiera llegado a la Casa Blanca, destronando al presidente Roosevelt. Según el mundo alternativo imaginado por Roth, las simpatías nazis de Lindbergh habrían provocado que Estados Unidos permaneciera neutral en la Segunda Guerra Mundial y la aprobación de leyes de segregación racial en todo el territorio.

De este modo, la familia judía de la ficción contempla impotente cómo la tratan a patadas en los restaurantes o la expulsan sin miramientos de un hotel en Washington. Lo que resulta verdaderamente ridículo en la ucronía de Roth, y también en la adaptación de Simon, es que la segregación racial funcionaba a toda máquina desde hacía décadas en los Estados Unidos gracias a las llamadas "leyes Jim Craw", las cuales se aplicaban con toda severidad a los ciudadanos de raza negra en los estados sureños. Más aun, fueron los legisladores nazis quienes se inspiraron en las leyes de segregación norteamericanas, como ha demostrado el historiador James Q. Whitman en Hitler’s American Model, the United States and the Making of Nazi Race Law. Ni la policía ni la justicia ni la sociedad estadounidense necesitaba la coartada de Charles Lindbergh para actuar al estilo de la Gestapo: lo que ocurre es que lo hacían exclusivamente con los negros, no con los judíos. Cómo es que un escritor tan perspicaz como Roth pasó por alto este desliz no puede achacarse sólo a un exceso de militancia sionista. Cuando Ralph Ellison hablaba del "hombre invisible", sabía bien lo que estaba diciendo.

Mucho más imaginativa, aterradora y compleja que La conjura contra América es la ucronía imaginada por Philip K. Dick en El hombre en el castillo, que acaba de conocer una adaptación televisiva bastante curiosa, aunque no alcanza ni de lejos la profundidad abisal del libro. En la novela de Dick, las potencias del Eje han ganado la Segunda Guerra Mundial y los Estados Unidos han sido divididos en dos grandes zonas de influencia: la Costa Este, bajo el dominio del Tercer Reich, y la costa Oeste, una provincia del imperio del Sol Naciente. En medio hay una especie de tierra de nadie donde, entre los grupos de resistencia de las Montañas Rocosas, descuella un movimiento negro de ideología comunista.

Lo más inquietante de todo es que, en ese mundo donde el fascismo ha triunfado, circula un libro clandestino, La langosta se ha posado, que narra una historia alternativa en la que los aliados ganaron la guerra, aunque no exactamente del modo que conocemos. Un día un anciano japonés sufre un mareo en un banco del parque y ve alzarse el puente el Golden Gate en una escalofriante realidad alternativa donde Japón ha sido derrotado. Con Dick nunca se sabe dónde la realidad pierde pie y dónde el sueño cambia a pesadilla.  En su visión de un mundo dominado por la cruz gamada, África aparece devastada por la explotación colonial, los nazis se han lanzado a la carrera espacial y la sociedad vive hechizada por la televisión, el consumismo masivo y la proliferación del plástico. ¿Da miedo, verdad?3 de junio de 2020

La novela histórica siempre me ha parecido un género de una dificultad terrible, quizá por eso no lo he cultivado más que una vez, en un libro donde a cada momento tenía que recordar que Odiseo no podía fumarse un pitillo ni Penélope ponerse a hablar por teléfono. Más difícil aun que sortear los anacronismos materiales era intentar adaptarme a los mecanismos mentales de otra época, recordando que conceptos como privacidad o pederastia no tenían mucho qué hacer en el mundo homérico. Por eso me sorprende que amigos como Alfonso Mateo-Sagasta o Javier Lorenzo se muevan tranquilamente entre espadas, jubones y castillos, como si escribieran a caballo, con peto, armadura y cota de malla. Lorenzo, por cierto, acaba de publicar El caballero verde, la historia de un noble aragonés del siglo XII que combatió en las cruzadas y que llegó a disputar una partida de ajedrez con Saladino.

En uno de los pocos consejos gratuitos que dio alguna vez, Dalí dijo a los pintores que no se esforzaran por parecer modernos, o sea, contemporáneos, que aunque pretendieran ocultarlo era lo único que nunca iban a dejar de ser. No obstante, sospecho que la facilidad con que ciertos colegas escritores se lanzan a novelar epopeyas del pasado proviene de la propia sustancia de un país que cada año que pasa retrocede décadas en un ejercicio de malabarismo histórico que evoca el pregón del alcalde en Amanece que no es poco: "Venga, todo el mundo a hacer flashback". Recordemos que aquí hemos tenido un ministro del Interior que hablaba con la Virgen y tenía al ángel de la guarda de aparcacoches, sin olvidar tampoco que uno de los sueños húmedos de Carmona, cuando postulaba a alcalde de Madrid, era recuperar las naumaquias en el lago del Retiro, nostalgia conmovedora en un socialista de pura cepa. Galdós se pone ahora mismo con los Episodios Nacionales y termina escribiendo en cuaderna vía.

Acorde con este rejuvenecimiento institucional acelerado, a nadie le sorprende que el rey Felipe VI haya convencido a la nobleza española para que regale miles de litros de leche y aceite de oliva virgen a los pobres, un verdadero alarde de generosidad que pretende dejar por los suelos esa triste miseria de la renta mínima para familias necesitadas. Es algo normal en un país que no sólo no llegó a superar el siglo XVIII por falta de luces, sino que hace todo lo posible para regresar al XIII a marchas forzadas. Lo verdaderamente extraño es que nuestro monarca no haya aprovechado para convocar un torneo medieval con pendones y juramentos de sangre para hacer el asunto más real si cabe. Real de realeza, no de realidad, claro.

Se agradece la caridad, aunque hubiera bastado con que la corona, con la generosidad que ha demostrado siempre con sus súbditos, donara una fracción de los millones depositados en las cuentas suizas donde esos malvados fiscales extranjeros no paran de revolver sólo porque no entienden las costumbres de esta peculiar familia consagrada al arte de la regata, a la amistad con tiranos árabes y a la caza del elefante. Sin embargo, Felipe VI no ha cesado de dar ejemplo en estos duros tiempos de la pandemia: ya se lavaba las manos y mantenía la distancia social mucho antes de la llegada del coronavirus. Qué habríamos hecho sin él.

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David Torres, "Hail, estúpidos", Público, 1 de junio de 2020

La democracia es el sistema mediante el cual el pueblo español elige libremente a sus representantes del PP. Esta sucinta definición del poeta Álvaro Muñoz Robledano ha quedado obsoleta en los últimos tiempos, desde que el electorado también tiene la facultad de escoger además entre Vox y Ciudadanos. Tampoco es que haya mucha diferencia, ya que la inmensa mayoría de los líderes, de sus principios y de su ideario también provienen del PP, al menos desde Atapuerca. En España todo lo que se salga de esta amplia línea de consenso en torno al extremo centro se considera una peligrosa desviación del mecanismo democrático: comunismo, anarquismo, conjuras judeo-masónicas, homosexualidad, terrorismo islamista, hambre, miseria, Venezuela y, en definitiva, ETA.

Desde esta perspectiva tan democrática se entiende el cabreo de Iván Espinosa de los Monteros cuando Pablo Iglesias le dijo que lo que Vox pretendía era dar un golpe de estado, aunque de momento no se atrevieran a llevarlo a cabo. ¿Cómo se le ocurriría al vicepresidente decir semejante barbaridad si los únicos que pueden soltar esas burradas son los marqueses de la derecha? Expectorados una y otra vez desde el partido verde moco, los reclamos a una intervención del ejército, a la formación de un comité de emergencia nacional y a la desobediencia contra un gobierno ilegítimo y criminal, no deben ser entendidos como una vulneración del orden constitucional y de la legislación vigente, sino como una restauración del orden natural de las cosas. Legítimos son ellos, no lo que digan las urnas.

En efecto, la crispación que recorre de arriba abajo el espectro político responde única y exclusivamente al empeño de la izquierda por no resignarse a su papel de comparsa y dedicarse a aprobar medidas bolivarianas, como el ingreso mínimo vital, por ejemplo. Es un escándalo que la gente que no tiene ni un mendrugo de pan que llevarse a la boca se dedique ahora a tumbarse a la bartola y disfrutar de un sueldo Nescafé sin dar un palo al agua, en lugar de morirse de hambre, como es obligación de los españoles pobres desde que el mundo es mundo. Poco importa que unos veinte países europeos ya tuvieran aprobada una renta mínima vital para los más desfavorecidos, el último de ellos, Italia, cuyo monto, 750 euros mensuales, casi duplica la española. Como anunciaba el famoso eslogan de Fraga, Spain is different, y aquí el dinero público se usa para rescatar bancos, salvar cajas de ahorros, privatizar hospitales o desprivatizar autopistas, no para que las familias hambrientas puedan salir adelante. O como dijo Andrea Fabra de los recortes a los parados: que se jodan.

Puesto que la democracia española es una máquina engrasada siempre hacia la derecha, resulta lógico que Pablo Casado se atreva a decir en público que se cumplen dos años desde que los suyos perdieron el poder por culpa de una injusta moción de censura, igualando las alianzas entre partidos democráticos a los tanques por las calles y los tricornios en mitad del hemiciclo. En esta nietzscheana transvaloración de todos los valores en que vivimos desde que a los ciudadanos les da por votar mal (varias veces seguidas, por si fuera poco), lo normal es que, desde la tribuna de oradores del congreso, una diputada del PP acuse de terrorista al padre del vicepresidente del gobierno por el delito de combatir la dictadura franquista repartiendo octavillas. En cualquier otro país de Europa ese hombre sería un héroe antifascista y un luchador por la libertad, pero en España los héroes son los torturadores con placa y las bestias al estilo de Billy el Niño: por eso les damos medallas a manos llenas.

Menos mal que Trump ha salido en tromba a defender la nueva anormalidad y condenar el antifascismo como organización terrorista, algo lógico al fin y al cabo en un país donde el Ku Klux Klan marca tendencias en moda, peluquería y artillería mental. Con un montón de ciudades sacudidas por las mayores protestas raciales y sociales de las últimas décadas, sólo al dibujo animado sentado en la Casa Blanca se le ocurriría echar gasolina a las llamas provocadas por el infame asesinato de George Floyd. Al otro lado del charco, otro incendiario profesional, Santiago Abascal, aplaude con entusiasmo este tardío alineamiento con Hitler, Franco y Mussolini antes de hacer el pino. Da un poco de vergüenza recordar que precisamente fue el antifascismo, en todas sus versiones y en todos los frentes, lo que detuvo a la mayor plaga de la humanidad en Normandía, Stalingrado, El Alamein, Okinawa y Berlín. Excepto en España, claro, porque Spain is different. No es sólo que no vayamos a salir mejores: es que vamos a retroceder a los Acuerdos de Munich y a la caída de Madrid. Hail, estúpidos.

martes, 16 de enero de 2018

Pseudomedicinas y pseudociencias

Vicente Prieto: "Ya me he suicidado dos veces con homeopatía"
COTE VILLAR

Viveiro (Lugo), 1968. Es biólogo del cuerpo facultativo superior de la Xunta y presidente del Círculo Escéptico, una curiosa asociación con miles de seguidores en las redes que combate las mentiras de las pseudociencias.

Principios de año, somos presa fácil de profecías y dietas milagro.

Un socio recopila las profecías de cada año: no sólo se repiten, es que además nunca se cumplen.
La industria del adelgazamiento marcha a pesar de tener una tasa de fracaso cercana al 90%.
Cuando le preguntan al dietista Juan Revenga si funcionan las dietas él siempre dice que sí, porque consiguen su objetivo, que es ganar dinero.

¿Y las dietas detox, esa palabra imprescindible?

Si ya tenemos riñones e hígado, que son los que eliminan las toxinas de verdad...

Las cremas rejuvenecedoras...

O los suplementos alimenticios como el magnesio, tan de moda, que, si no tienes ningún déficit, no te aportan nada.

El mayor escándalo, ¿la homeopatía?

Los remedios homeopáticos son delirantes.El más común es tratar la depresión con muro de Berlín diluido, según ellos te tienes que tomar algo que te produzca los mismos efectos. Aire de cabina de avión, tiranosaurio rex diluido, tormenta, ostia consagrada... Es absurdo.

Pero se vende en farmacias.

Da mucho dinero. Yo ya me he suicidado dos veces con homeopatía, compré sedantes homeopáticos y me tomé una caja entera.

¿Ni un poquito de sueño le dio?

El azúcar me dejó la boca pastosa. La homeopatía dice que el agua guarda memoria, pero si eso es cierto, el agua recordará todo lo que se haya disuelto en ella a lo largo de los siglos, no exclusivamente lo bueno que ellos pretenden.

Las farmacias son también un negocio.

Recordemos que las power balance se vendían en farmacias. Y los imantadores de agua. Bueno, la power balance la llevaba hasta Leire Pajín cuando era ministra de Sanidad.

De todas las pseudociencias, ¿ésa es su favorita?

La homeopatía recopila muchos absurdos, pero no podemos reírnos mucho porque hay gente que está sustituyendo los tratamientos de enfermedades graves como el cáncer por tomar bolitas de azúcar.

A usted le gustaba la ufología.

De hecho, el origen del movimiento escéptico en España fue un grupo de ufólogos que empezaron a estudiar de manera crítica los avistamientos, preguntaban, lo investigaban y demás. Se dieron cuenta de que no había nada. Hacían experimentos como soltar globos con luces por la noche y al día siguiente se multiplicaban los avistamientos de ovnis. Entonces era todo más inofensivo, fantasmas, ovnis, el monstruo del Lago Ness... el problema es que desde hace unos años la mayor parte de las estafas y las charlatanerías se han centrado en la salud, es donde está el dinero.
Mi charlatán favorito es ese señor que dice que en muy poco tiempo alcanzaremos la vida eterna.
Es inofensivo. Son más preocupantes los que venden remedios para el cáncer, el Sida, la diabetes y demás, y que además se están publicitando sin problemas. La máxima derivada es el remedio imaginario para enfermedades imaginarias, como los que venden curas para la homosexualidad.

Anda, ¿y cómo se cura?

Con exorcismos y homeopatía, dicen.

Contra todo eso, escepticismo

No queremos que la gente piense como nosotros, ¡sólo que piense!

Entra en juego el factor fe

Creer consuela, pero también hay un punto de "yo sé algo que la mayor parte de la gente no sabe, sé que esta medicina alternativa cura".

Y el sacrosanto regreso a lo natural

 Lo verdaderamente natural era morirse de frío en una cueva a los 38 años habiendo visto morir a la mitad de tus hijos en el parto. En África nadie se plantea no vacunarse, saben que es la diferencia entre la vida o la muerte. Aquí vivimos tan bien que creemos que nos vamos a curar con mejunges o con los pases mágicos esos del Reiki, que parece que hay que ser Jedi para controlar la fuerza.
Pero tienen voceros entre los representantes públicos.

No hace mucho una diputada hizo una pregunta en el Parlamento europeo criticando las vacunas.
O Trump, que duda de que el cambio climático exista porque, según él, hace mucho frío en su casa.
Con toda la gente preparada que hay en Estados Unidos no puedo entender cómo han decidido que ése es el que mejor les puede gobernar.

Bueno, ¿y en qué cree usted?

En muchas cosas, en la ciencia, en la gente. Australia y Nueva Zelanda han autorizado el arroz dorado, una planta transgénica cuya patente es gratuita y que tiene muchos carotenos para activar la vitamina A y evitar la ceguera.

¿En qué momento dice, como Sócrates, sólo sé que no sé nada?

De jovencito me encantaban los ovnis, pero luego empiezas a estudiar y a plantearte cosas. Ahora creo que debe haber alguna forma de vida más en el universo, pero es difícil que nos visite, es un problema de tiempo y de espacio.

Dígame al menos que dejó que sus hijas disfrutaran de los Reyes Magos..
.
Y del Ratoncito Pérez. A mí me encantan la ciencia ficción y la fantasía, el problema es seguir creyendo en eso con 40 años. Un escéptico no es un negacionista, es alguien que busca evidencias. La inteligencia es una estrategia evolutiva de nuestra especie, usémosla.

lunes, 18 de diciembre de 2017

Desastre económico actual

Joaquín Estefanía, La sociedad del descenso, 17 DIC 2017

Todo el mundo sabe lo que está ocurriendo en España con las pensiones (pierden poder adquisitivo), la dependencia (no llegan las ayudas a miles y miles de afectados) o el seguro de desempleo (apenas lo cobra poco más de la mitad de los parados). También se conoce el continuo deterioro de la sanidad pública (listas de espera, situación de las instalaciones, personal escaso y agotado), etcétera. En este contexto, la oficina de estadísticas de la Unión Europea (UE) nos da la puntilla: en 2016 ha bajado la presión fiscal (el indicador que mide la proporción que supone la recaudación de impuestos respecto al Producto Interior Bruto) respecto a la de un año antes (34,1% del PIB frente al 34,5% de 2015), y se queda siete puntos por debajo de la media de la eurozona.

¿Cómo es posible tal desequilibrio en la política de nuestro país, contradictoria además con las campanudas declaraciones que todos los días hacen los principales dirigentes y ministros del partido gobernante? La tercera pata de esta situación, que se podría calificar por una vez con el tópico de kafkiana, también la proporciona Eurostat: el gasto social en España está por debajo de la media europea (24,7% del PIB frente al 29%) y por debajo, por ejemplo, del porcentaje de gasto social de dos países intervenidos por la troika en los años de la Gran Recesión, como son Grecia y Portugal. En este caso los datos son de 2015, último año del que se disponen estadísticas europeas. En ese porcentaje se incluye el dinero invertido en pensiones, desempleo, prestaciones familiares y para la infancia, exclusión social y dependencia.

Hace tiempo que la retórica del PP (ya que no la realidad) trata de convencer a la ciudadanía de que se trata de un partido compasivo con los débiles, que no está entre sus objetivos debilitar el welfare y que los recortes en los servicios sociales desde el año 2008 correspondían a una situación de emergencia y no a motivos ideológicos. No siempre fue así. Hace unos años, en un libro titulado Libertad y solidaridad, José María Aznar hacia la siguiente reflexión textual: “Sólo aspiran a un resurgimiento del Estado de Bienestar quienes siguen deseando ese modelo dirigista. ¿Merece entonces la pena hablar del Estado de Bienestar? Es necesario hacerlo porque hay algo incuestionable: el Estado de Bienestar es incompatible con la sociedad actual. Tenemos que tenerlo muy claro: el Estado de Bienestar se ha hundido sólo por su propia ineficiencia y anacronismo. Al llegar a este punto es difícil evitar una sugerencia electoralista: ¿qué encubre el debate apropiado y mantenido por los socialistas sobre el Estado de Bienestar? Un complejo de inferioridad”.

A la vista de los datos y de la coyuntura en la que se encuentran los capítulos citados de la protección social se podría concluir que el aznarismo es más profundo en el PP de lo que se dice. Está encubierto. Y en cualquier caso, por hache o por b, España se encuentra comprendido en esa "sociedad del descenso" de la que habla el analista alemán Oliver Nachtwey (Paidós Editorial). Un país deforme.

viernes, 15 de diciembre de 2017

Moby Dick

Kiko Amat, "Clásicos latosos| 1. ¿Por qué estamos obligados a leer un tostón como ‘Moby Dick’? Kiko Amat hace un resumen de algunas de esas grandes obras de la literatura que seguro que ustedes no tienen intención de leer", El País, 15 DIC 2017

¿Conviene leer los clásicos? Más aún: ¿conviene leerlos hasta el final? Kiko Amat se sacrifica por sus lectores y, en esta nueva sección, procede a leer (a veces por segunda vez) una selección de todos esos grandes clásicos de la literatura universal que ustedes no tenían la menor intención de empezar, especialmente si fuera hacía bueno. La serie arranca con Moby Dick, de Herman Melville.

Moby Dick es “uno de los libros fundamentales de la historia de la literatura universal”[1]. Se publicó en 1851 y, pese a representar un rotundo descalabro comercial para Herman Melville, también le consagró (con los años) como uno de los padres de la novela literaria moderna (en su modalidad académico-impenetrable). Melville fue pionero de varias cosas, como inventar el peinado hipster o lastrar los escritos con alusiones literarias hasta que se hundían en el fango. Melville, a la sazón, se hundió del mismo modo que esta novela, así que tal vez no proceda colocarle el pie en la glotis. El pobre hombre terminó sus días ignorado, obsoleto, gruñendo a los sirvientes, abucheado en conferencias, reñido con Hawthorne y, peor de todo, escribiendo poesía. Su legado no cambiaría de signo hasta que su cuerpo empezó a convertirse en fertilizante y una extensa legión de discípulos post mortem, aún más pomposos que él pero igualmente incontinentes, rescató su obra del olvido.

Procede admitir que Moby Dick es una GRAN novela, del mismo modo que el Titanic era un GRAN barco. Desde luego es sobrecogedora y quita el aliento, como una montaña tibetana que no estamos seguros de poder conquistar sin que perezcan sepultados la mitad de los sherpas. Moby Dick es el castillo escocés, envuelto en almenas redundantes y repleto de corrientes de aire, cuyo volumen puedes admirar por un segundo entre la neblina pero al que jamás te mudarías. Todo en él es desmesura, empacho e incordio. Posee la gravedad irrespirable de un planeta hostil. Moby Dick no es un libro somnífero, eso es cierto, pero solo porque es demasiado irritante. Leerlo es como escuchar un discurso de Fidel Castro, si el líder cubano hubiese sido maldito con una estridente voz de pito: un tono que detestas, con chirrido de dientes añadido, y que durante ocho horas impide que puedas siquiera descabezar un breve sueñecito.

La novela empieza con más de 80 citas, lo que ya nos alerta de la incapacidad patológica de Melville para la concisión

La novela empieza con más de 80 citas, lo que ya nos alerta de la incapacidad patológica de Melville para la concisión. Dejando de lado mi teoría de que, a más citas, peor novela (las citas buscan compensar el bodrio que va a caer), está lo de tratar al lector de memo, de buenas a primeras y sin antes haber sido presentados. Melville se fía tan poco de nuestro coeficiente intelectual que a modo de primera cita coloca una descripción de diccionario de la palabra “ballena”. Su acción se asemeja a la de un cómico que nos describiera con gran detalle la composición química del metano antes de contar un chiste de pedos. Destruye el propósito inicial y nos arranca de cuajo las ganas de leer, antes incluso de empezar con la primera página.

Moby Dick es largo. Muy largo. Criminalmente largo. Ya lo habrán comprobado por la lista de contusiones que provoca su lanzamiento a cara ajena. Pónganlo de perfil y observen sin temor al monstruo: la edición de Clásicos Universales Planeta se extiende durante 619 páginas. 620 si incluimos el traicionero epílogo de una página que se halla al volver la última (Melville consideró que aún le quedaba algo por decir; estoy convencido de que escribió el epílogo en el carromato, camino de la imprenta). Pero la cantidad de resmas de papel utilizadas no es, en sí misma, un obstáculo para finalizar una novela. He leído tochos que pasaron en un suspiro. El Papillon de Henri Charrière tiene, en la edición que poseo, 690 páginas, pero uno ni se da cuenta y lo ha terminado. Moby Dick no. En Moby Dick cada página duele, como el movimiento de un péndulo que nos acercase, tictac a tictac, al cadalso.

Una de las razones de esa farragosa lectura es, sin duda, la digresión. Algunos malintencionados críticos ingleses llaman a Jonathan Coe el “rey de la digresión”, pero les garantizo que, al lado de Melville, Coe no es el rey, ni siquiera el príncipe; es un mero mozo de letrinas. Uno no sabe lo que es irse por las malditas ramas hasta que lee Moby Dick. Melville se entronca en reminiscencias kilométricas a la mínima de cambio, un poco como el abuelo Simpson. El autor, según parece, padecía de esa rara disfunción del lóbulo frontal por la cual todo recuerda a algo; cada objeto es un símbolo de otra cosa. Un símbolo, por añadidura, que a menudo resulta asaz oscuro para el lector moderno: “Aquel quinqué le hizo pensar en la pascalina de su abuelo. Tenía forma de fundíbulo, del tipo que utilizaban en el imperio de Trebisonda” [2]. Dios del cielo. Modernízate, Melville. O tu arcaico mascullar resultará intraducible para la gente del futuro.

 ¿Por qué estamos obligados a leer un tostón como ‘Moby Dick’?
Para mayor perversidad, el autor coloca sus fugas y remembranzas seniles en los momentos más inoportunos. Un ejemplo entre muchos: tras el capítulo XLI, 'Moby Dick', uno de los más memorables y apasionados, viene el XLII, 'La blancura de la ballena'. En él, y a lo largo de diez páginas, Melville alcanza a meditar extensamente sobre la blancura como concepto, aventura hipótesis abochornantes sobre “el señorío ideal” del hombre blanco sobre “todas las tribus oscuras” y lista, durante cuatro páginas llenas de palabras de margen a margen, todas las cosas blancas que le vienen al magín, tanto de índole positiva (corceles blancos, albatros, “mármoles, cornelias y perlas”…) como repelentes o peligrosas (hombres albinos, tiburones blancos, etc.). Es como estar encerrado en un ascensor con Rain Man.

Resulta exasperante, aunque la intención era buena. Para empezar, al contrario que muchos escritores actuales que vienen del linaje universidad-periodismo-literatura-muerte, Melville había vivido mucho y tenía más batallitas en su haber que un viejo lobo de mar. Era un viejo lobo de mar, de hecho. El típico vejete tatuado en camiseta imperio que toca el acordeón en la tasca portuaria, tiene habitantes en la barba y entretiene a los borrachos con enrevesadas trolas sobre krakens, sirenas o atunes parlantes.

Su gozo del rollista, inseparable de la condición de ballenero jubilado, venía azuzado por esa pasión didáctica tan típica del XIX. Sí: Melville quería la escolarización universal. Anhelaba enseñarnos aunque fuese a hostias, como un maestro anticuado en una escuela de pueblo. A mitad de una trepidante escena de caza que es todo arpones, sangre y blasfemias navales, y que nos tiene en vilo, Melville se ve empujado a remachar el punto y aparte más inconveniente de la historia, y continuar de este jaez: “Una palabra o dos sobre este asunto de la piel o grasa de la ballena. Ya se ha dicho que se le arranca en largas piezas…”. El lector avezado ya habrá intuido que, en el caso de Melville, esas palabras son como el grito que avisa de la llegada de los vikingos: una señal para que abandonemos toda esperanza de seguir con la aventura y nos preparemos para cuatro páginas de antropología, deontología, etnografía e historia de la pesca desde que el primer hombre de Neandertal ensartó por error una trucha en un palitroque.

“La alusión a los marcados y palos de marca en el último capítulo”, avisa, dejando a un lado el acordeón y mirando al infinito mientras se atusa la barba, algo más adelante, “obliga a alguna explicación sobre las leyes y reglas de la pesquería de ballenas”. Uno casi puede escuchar el suspiro de frustración de los alumnos, que ven cómo la hora de recreo ha sido sustituida por un examen final de álgebra. Melville, salta a la vista, no cesará hasta que nos sepamos de memoria la legislación de la Comisión Ballenera Internacional. Un capítulo entero, el titulado 'Cetología', ni siquiera trata de disimular su condición de tratado con un par de diálogos o la aparición de algún grumete con mutilación pintoresca. No: es solo ensayo. Con muchas cifras. Moby Dick es el coitus interruptus más prolongado de la literatura.

Melville se entronca en reminiscencias kilométricas a la mínima de cambio, un poco como el abuelo Simpson

Y entonces está lo del desaprovechamiento criminal de uno de los mejores personajes de ficción de todos los tiempos. Hablo, por supuesto, del capitán Ahab. Aquellos de ustedes que no hayan leído Moby Dick tal vez asuman, por el peso que el nombre de Ahab acarrea en la cultura universal, por su calidad de arquetipo e icono, y por su aparición en un inolvidable capítulo de Futurama, que el capitán loco pasea por más páginas que el resto de personajes. Por puro sentido común, vamos. Si yo fuese el escritor de Moby Dick me aseguraría de que ese fulano quien, con ojos de orate, escupe cosas como “¿Desviarme? No me podéis desviar, a no ser que os desvieis vosotros (…) ¿Desviarme? El camino hasta mi propósito fijo tiene raíles de hierro, por cuyo surco mi espíritu está preparado para correr (…) ¡Nada es obstáculo, nada es viraje para el camino de hierro!”… Me aseguraría, como decía, de que alguien con esa boquita apareciese todo el rato.

Melville, por el contrario, se ocupa de impedir que Ahab aparezca más, como un director del viejo Hollywood saboteando a un actor comunista de la lista negra. ¿Se imaginan que Jesús en el Nuevo Testamento solo realizara un pequeño cameo hacia el final, como mercader de burros o acarreador de jofainas? Esa es la política Melville en lo tocante a Ahab. Y eso que, cuando aparece, suelta las mejores frases. Pero Melville le debe tener ojeriza, porque casi no puede esperar a cortar sus formidables soliloquios dementes para permitir la entrada de algún personaje secundario: Stubb. Flask. Starbuck. Pip. Ismael. Tashtego. Quiqueg. Incluso el “tercer marinero de Nantucket”, quien —como habrán observado— es tan menor que Melville ni se molesta en darle nombre. Todos hablan, beben, afianzan los trinquetes o expulsan ventosidades en el preciso momento en que su patrón abre la boca. Todos interrumpen al capitán a placer con plúmbeas observaciones náuticas o pequeñas remembranzas domésticas. Por el amor de Dios, hay momentos en que incluso Moby Dick, que por su condición cachalotesca solo emite bufidos indescifrables, parece tener más líneas de diálogo que Ahab.

Y ya que hablamos de cachalotes. En honor a la justicia quizás la novela debería llamarse 100.000 cachalotes anónimos (y un poco de Moby Dick). Pues el libro está plagado de cetáceos sin carácter ni rasgos diferenciales, que aparecen a centenares para ser arponeados y desollados, mientras Moby Dick, el mismísimo Leviatán, resulta más caro de ver que J. D. Salinger tras su mudanza a Cornish. Uno puede llegar a entender que, como en Alien: el octavo pasajero, se mantenga al monstruo en la semipenumbra para potenciar el intríngulis, pero Melville lleva el sistema a un extremo demencial. Es difícil imaginar una versión de Colmillo Blanco poblada casi exclusivamente por pequineses y chihuahuas, y donde el majestuoso semi-lobo que da título a la novela solo sacara el hocico en las últimas páginas, y de pura chiripa. Moby Dick es como un Das Boot con los submarinos en dique seco hasta los últimos diez minutos, o un Harry Potter que decidiese permanecer en casa de sus familiares muggles y no matricularse en Hogwarts hasta el libro octavo.

Este fárrago cementoso en forma de novela es imposible de cruzar, o vadear (si no es abandonándolo), sin perder la salud y la cordura, tal vez incluso ambas córneas

Ustedes se preguntarán, tras todo lo expuesto, por qué alguien querría leer Moby Dick de principio a fin, deteniéndose en todos los exasperantes apartes, notas al pie y mortíferas filípicas. Si incluso José María Valverde, el paciente caballero que en 1992 tradujo, introdujo y anotó la edición de Clásicos Universales Planeta, advierte en la contraportada de que el lector se quedará “algo aturdido” por su “larga navegación” lectora. Valverde utiliza un eufemismo, claro. Pues Moby Dick no aturde, noquea. Induce al coma. Hacia la página 200 al lector ya le ha brotado un tumor en la frente del tamaño de un melón cantalupo. Ese fárrago cementoso en forma de novela es imposible de cruzar, o vadear (si no es abandonándolo), sin perder la salud y la cordura, tal vez incluso ambas córneas.

Quizás ha llegado la hora de que admitamos que algunas novelas están anticuadas hasta la casi completa ilegibilidad. Después de todo, no intentamos volar en el “tornillo aéreo” que Leonardo da Vinci proyectó en 1848. Algo así sería un disparate. Nos limitamos a frotarnos el mentón mientras admiramos, algo escépticos, los planos originales. La misma perspectiva puede aplicarse a la novela de Melville: tan admirable y avanzada en su tiempo como superada y hermética hoy.

[1] Según Wikipedia. Y mucha otra gente. En su mayoría profesores universitarios.

[2] Me he inventado esta frase para ilustrar mi tesis.

martes, 16 de mayo de 2017

Félix de Azúa, La identidad catalana

Félix de Azúa, "Identidad", en El País, 16-V-2017:

No es cierto que los catalanes sean codiciosos, pero la Madre Superiora parece nacida en una caricatura.

Es muy chocante que algunas personas confirmen los lugares comunes y los tópicos nacionales sin la menor conciencia de estar haciéndolo. No es cierto que los italianos sean cobardes, pero el capitán del buque hundido al que le han caído dieciséis años de cárcel actuó como si fuera Alberto Sordi en una película sobre la guerra del 14. No es cierto que los catalanes sean codiciosos, pero la Madre Superiora parece nacida en una caricatura.

Hace años tuve un amigo que formaba parte del núcleo ideológico de Convergencia, o sea, católico. Me contó que en uno de esos retiros espirituales a que eran tan aficionados los nacionalistas, observó en un aparte a Jordi discutiendo con la Madre Superiora. Se acercó disimuladamente y pilló esta frase, tras la cual se escabulló aterrado: “¡Marta, els teus fills acabaran a la presó!”. En aquella época todos sabían que la Madre sacaba dinero de debajo de las piedras e incluso de un césped podrido del Barça, pero se ignoraba que estuviera adiestrando a la prole. Como en un Galdós.

Lo cierto es que su madre, la abuela de los actuales hijos, ya tenía la misma afición. Otro amigo me contó que, siendo presidente de la comunidad de vecinos donde vivía la señora madre de la Superiora, compró en Navidad una hermosa planta de Pascua de hojas rojas. Inesperadamente, una mañana la planta había desaparecido. Algo recelaba aquel hombre sagaz que le hizo dirigirse a la madre de la Madre para preguntarle si había visto una planta de Pascua en el portal. “Sí, claro, era tan bonita que me la he subido al piso para impedir que la roben”. Riguroso.

Si no me equivoco esta figura sarcástica se llama en yiddish “chutzpah”. Que es cuando el asesino de sus padres le pide al tribunal que sea clemente con un pobre huérfano.

lunes, 1 de mayo de 2017

Una cita de Ramón Ayerra sobre Madrid

De pocos escritores se puede decir que es un gamberro ilustrado. Ramón Ayerra es uno.  Cuando Madrid fue nombrada capital europea de la cultura, escribió esto:

Madrid, ciudad mesetaria y puerca, toda ella barrios con resonancias palurdas, donde se cobija la chusma urbana de la nación y la otra, la inmensa mayoría de los que vinieron a medrar al olor del asfalto y la luz neón. No son de Madrid, porque Tetuán conserva todavía los piojos de la tropa que vino a pelear con la morería. Fuencarral y Hortaleza huelen aún a cuadra, a gallina y a conejo cuchifrito. Moncloa apesta a polvo tomillero con chica de servicio. Chamberí jode con su obsesión al clavel en la solapa, y vermut, y señorita aquí estoy para lo que guste mandar. Centro pringa a sudor de clérigo manchego emboscado que viene a la corte a echar un palo. Carabanchel y La Latina anda imposible de soldados, ebanistas, taberneros, incluseros. La Arganzuela suelta tufo a quinqui, a ladilla y gaseosa, a pescadero y frutero. En Moratalaz y en San Blas abunda el cateto y el mastuerzo, el que fue una vez a Roma y el que se queja de lo poco que usa la pieza. Mediodía es la hostia con las vías. Villaverde es una chatarrería. En Vallecas vivaquean pandas canallas que se masturban haciendo corro en el corazón de las calzadas. En Retiro mete mano el que no alcanza para una alcoba y en Salamanca no es oro todo lo que reluce'. 

lunes, 23 de enero de 2017

Paul Krugman, Donald, el incapaz

Donald, el incapaz, en The New York Times, 20 de enero de 2017:

Betsy DeVos, a quien Donald Trump nombró secretaria de Educación, no conoce términos básicos de educación, ignora los estatutos federales que regulan la educación especial, pero piensa que en las escuelas debería haber armas para defender al alumnado de los osos grizzli.

Monica Crowley, seleccionada como asesora del Consejo de Seguridad Nacional, se retiró después de que se dio a conocer que plagió buena parte de sus publicaciones. Hay aún muchos nombramientos pendientes en el área de seguridad nacional y no hay claridad sobre qué tanto se ha leído, de haberlo hecho, de los materiales informativos elaborados por la administración saliente.

Por su parte, Rex Tillerson, seleccionado como secretario de Estado, declaró informalmente que Estados Unidos bloqueará el acceso de China a las bases en el mar del sur de este país, aparentemente sin darse cuenta de que con ello estaba amenazando con iniciar una guerra si China lo retaba a cumplir su dicho.

¿Acaso vemos un patrón aquí?

Era evidente para cualquiera que estuviera poniendo atención que la corrupción del gobierno entrante sería descarada. Sin embargo, ¿sería al menos eficiente en su corrupción?

Muchos de los que votaron por Trump sin duda creyeron que estaban eligiendo a un empresario inteligente que haría que las cosas se hicieran. Incluso aquellos que tenían una mejor idea de quién es podrían haber esperado que el presidente electo, una vez satisfecho su ego, sentaría cabeza para dirigir al país, o al menos para dejar la aburrida tarea de gobernar Estados Unidos en manos de personas que realmente tuvieran capacidad de hacerlo.

Eso no es lo que ha sucedido. Trump no ha dado un giro ni madurado, o como prefieran llamarle. Sigue siendo el ególatra inseguro con déficit de atención que siempre ha sido. Peor, se está rodeando de gente que comparte muchos de sus defectos, tal vez porque son el tipo de gente con la que se siente cómodo.

Así que las personas que comúnmente designa, ya se trate de un puesto relacionado con la economía, la diplomacia o la seguridad nacional, son puestas en entredicho por su ética, su falta de conocimiento del área de la política que se supone deben administrar y su falta de interés. Algunos, como Michael Flynn, seleccionado por Trump para convertirse en consejero de seguridad nacional, incluso son tan adictos como su jefe a las teorías cibernéticas de conspiración. Este no es un equipo que compensará la debilidad del comandante en jefe; por el contrario, es un equipo que la amplificará.

¿Por qué nos debería importar? Para darnos una idea de cómo podría funcionar (o no) la administración de Trump y Putin, resulta útil recordar lo que ocurrió durante los años de Bush y Cheney.

Las personas tienden a olvidar hasta qué punto el último gobierno republicano se caracterizó por su nepotismo, el nombramiento de gente incapaz pero bien conectada en posiciones clave. No fue tan extremo como lo que vemos hoy, pero fue sorprendente en esa época. ¿Recuerdan aquello de “Muy buen trabajo, Brownie”? En verdad causó un enorme daño.

En específico, si quieren darse una idea de cómo será el gobierno de Trump, tengan en cuenta el adefesio de la invasión de Irak. Todos aquellos que sí sabían cómo construir una nación no fueron bienvenidos; su lugar fue ocupado por los leales al partido y los especuladores corporativos. Incluso hay un vínculo poco conocido: el hermano de Betsy DeVos, Erik Prince, fundó Blackwater, la pandilla de mercenarios que, entre otras cosas, ayudó a desestabilizar a Irak al disparar contra una multitud de civiles.

Ahora las condiciones que prevalecieron en Irak —la ideología ciega, el desprecio por la experiencia, la total inobservancia de las normas éticas— han llegado a Estados Unidos, pero de una forma mucho más pronunciada.

¿Qué pasará cuando enfrentemos una crisis? Recordemos: Katrina fue el acontecimiento que acabó por revelarnos a todos el costo del nepotismo de la era de Bush.

Todo presidente enfrenta algún tipo de crisis. Es probable que surjan, especialmente teniendo en cuenta al equipo entrante y sus aliados en el congreso: dadas las prioridades que la gente que está a punto de asumir esos puestos ha declarado tener, es muy probable que veamos el colapso de la seguridad social, una guerra de comercio y un distanciamiento con China tan solo en el año siguiente.

Incluso si de algún modo esquivamos esos peligros, siempre pasan cosas. Tal vez habrá una nueva crisis económica, alimentada por la prisa de echar por tierra la normatividad financiera. Quizá haya una crisis diplomática provocada, digamos, por la temeridad política en el Báltico del buen amigo de Trump, Vladimir. Quizá sea algo que no nos imaginamos. ¿Y después qué?

Las crisis reales necesitan soluciones reales. No se pueden resolver con un tuit genial ni por tener amigos en el FBI ni con las historias sembradas en los medios por el Kremlin que ponen nuestros problemas en un segundo plano. Lo que la situación exige es gente sensata y conocedora en posiciones de autoridad.

Pero hasta donde sabemos, casi nadie que se apegue a esa descripción formará parte de la nueva administración, con excepción, probablemente, del designado a la Secretaría de Defensa, cuyo apodo resulta ser Mad Dog (el Perro Loco).

Así que con esto nos quedamos: una administración sin precedentes por su corrupción, pero también con una ineptitud absoluta para gobernar. Déjenme decirles, va a ser fantástico… como diría Trump.