Mostrando entradas con la etiqueta Sátiras ajenas. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Sátiras ajenas. Mostrar todas las entradas

domingo, 8 de septiembre de 2024

Sátira contra los novatos que se dicen escritores, por Donaciano Bueno

 DEDÍCATE A OTRA COSA (sátira de Donaciano Bueno)


Me pides tu opinión y aquí te dejo

sincera, la respuesta de un amigo,

que todo lo que escribes suena a viejo,

no salva tan siquiera ni el pellejo,

espero no me entiendas te fustigo.


Del arte de escribir no andas sobrado,

resígnate a entenderlo y no persistas,

dedícate a explorar a otras aristas

y líbrate de hundirte en el pecado,

la pluma no se aviene a los turistas.


Pues vete ya a tu hogar, ponte una copa,

relájate y enciende un cigarrillo,

y añade a tu escritura el estribillo

haciendo oídos sordos a la estopa

dejando ya por fin de ser pardillo.


Y a aquello que escribiste, ya es pasado,

pues nadie ha de leerlo, no te importe,

dedica tu energía a aquel deporte

que sepas de verdad no estás gafado,

y sea lo que más te reconforte.

lunes, 29 de julio de 2024

Apólogos sobre el arte de injuriar. El león novato, La embajada de Valle-Inclán y La moneda de Schopenhauer.

Eduardo Infante, "El noble arte del insulto o por qué no me gusta la fruta", El País, hoy:

Para que nuestros jóvenes llegasen a dominar el improperio, más provecho encontrarían en Schopenhauer que en Ayuso. El alemán escribió un utilísimo manual para injuriadores amateur bajo el título El arte de insultar.

No hace mucho que un ministro del Reino de España llamaba «saco de mierda» a un jefe de prensa, que la presidenta de una comunidad autónoma mascullaba un «hijo de puta», desde la Tribuna de invitados, al presidente del Gobierno y que dos grupos parlamentarios protagonizaban una batalla de insultos, obligando a la presidenta de la Cámara a paralizar el debate y tener que llamar al orden.

Cuentan que, en cierta ocasión, uno de los leones del Congreso se jubiló y fue sustituido por otro más lozano. El león inexperto llegó a primera hora y, al tomar su sitio en la escalinata, comenzó a escuchar un lejano rumor de voces que parecían provenir del hemiciclo: «¡Ladrón, corrupto, desleal, fascista, felón, gánster, gilipollas, incompetente, inepto, mediocre, mentiroso, tirano, traidor…!» y, atónito, preguntó al veterano: «¿Ya se están peleando?». A lo que el otro respondió: «Tranquilo, solo están pasando lista».

Posiblemente, como el león novato, nuestros jóvenes, los futuros ciudadanos, solo han escuchado insultos en la boca de nuestros políticos. Y esto es algo triste y descorazonador. Duele en el alma ser testigo de cómo las antiguas y nobles artes se van perdiendo, porque ni a nuestros zagales les da por practicarlas como es debido, ni a nosotros por enseñárselas. Vociferar «¡hijo de puta!»  no es insultar, sino graznar.

Dos personas que sí dominaban el noble arte del insulto fueron Ramón del Valle-Inclán y Julio Camba. Ambos escritores rivalizaron por un puesto de embajador en París. Camba, para deslucir los méritos de su oponente, espetó que Valle era tan inepto para el cargo que ni sabía cómo pedir una trucha en francés. Don Ramón respondió que, efectivamente, no tenía la menor idea, pero que el impedimento tenía fácil solución: la República debía nombrarlo a él embajador y a Camba, cocinero. Así Camba podría ir todos los días al mercado parisino y hacer buen uso de su talento para comprar truchas y cocinárselas al embajador.

Para que nuestros jóvenes llegasen a dominar el improperio como lo hacían estos dos maestros gallegos, más provecho encontrarían en Schopenhauer que en Ayuso. El alemán escribió un utilísimo manual para injuriadores amateur bajo el título El arte de insultar. En él se puede consultar un amplio catálogo de escarnios, descalificaciones, invectivas, mofas, denuestos, críticas, reprobaciones, ironías, censuras y sarcasmos que van mucho más allá del tan manido «¡hijo de puta!». Schopenhauer aconseja que, siempre que se pueda, se argumente, pero que cuando nos topemos con aquel imbécil que no ceja en su empeño de repetir sandeces, lo mejor es pasar, sin remordimiento, al insulto, con una condición: hacer siempre uso del humor, el ingenio y la inteligencia. Y, añade el alemán, para que el vituperio sea eficaz, se debe procurar que este sea agudo, lúcido, certero, preciso y tenga como objetivo desconcertar a nuestro oponente sin caer en la ordinariez. Todo ello hará del insulto un arte del que Schopenhauer dio buena muestra de virtuosismo, como así muestra la anécdota de la extraña ceremonia que el filósofo realizaba cada vez que  comía en el restaurante del hotel Inglés. Al comenzar la comida ponía una moneda de oro sobre la mesa y, al acabarla, se la volvía a meter en el bolsillo. Un día, uno de los camareros le preguntó por el significado de aquel extraño rito. Schopenhauer les desveló a los que se encontraban en aquel comedor que se trataba de una apuesta:  todos los días se jugaba donar la moneda a los pobres, si los oficiales ingleses que allí comían hablaban de algo que no fuera caballos o mujeres.

Aun así, advierte Schopenhauer, el vituperio solo debe usarse como último recurso y lo preferible es escoger bien a nuestros interlocutores. Un parlamento aderezado con un «hijo de puta» o un «saco de mierda» nada aporta a al debate democrático, todo lo contrario, lo vuelve un engrudo que hace imposible el libre intercambio de ideas del que nacen las soluciones comunes a los problemas de todos. Quizás, el abuso del insulto, al que peligrosamente nos estamos acostumbrando, no sea una cuestión de mala educación. Quizás, haya detrás una consciente intención de boicotear el diálogo de los ciudadanos, la entraña misma de la democracia. Sea como fuere, el insulto en la política debiera ser lo que la anchoa a la pizza: el encuentro esporádico y sorpresivo con un medido trozo, alegra y despierta el paladar con un ajustado golpe de sal. Empero, es muy fácil pecar de hybris y convertir la genialidad en aberración. Traspasar los límites naturales convierte algo suculento y nutritivo en basura.

martes, 29 de agosto de 2023

Empleos y enchufes

De Quora:

LA TRISTE REALIDAD


Un muchacho termina el Bachillerato y no tiene ganas de estudiar nada. El padre indignado le dice:

—¿Ah? ¿No quieres estudiar? Bueno, yo no mantengo vagos, así que vas a trabajar. ¿Estamos?

El padre, que es un hombre con mucho dinero y metido en la política y tiene algunos amigos políticos, dada su larga trayectoria, trata de conseguirle un empleo y habla con uno de sus compañeros del partido que están en el gobierno.

—López ¿te acuerdas de mi hijo? Bueno, fíjate que terminó el bachillerato y no quiere estudiar.

Si puedes, necesitaría un puesto como para que empiece a trabajar ya, mientras decide si va a seguir una carrera... El asunto es que haga algo y no esté vagando ni se la pase en casa haciendo nada, y así ver si se compone y hace algo de provecho. ¿Me explico?

A los tres días llama López:

–José, ya está. Asesor del Secretario de Energía. Unos US $ 40,000 al mes ¿conforme, verdad?

—¡No, no, López! ¡Es una locura!, recién empieza. Tiene que comenzar de abajo y con esa cantidad de dinero se va a poner peor.

A los dos días, llama de nuevo López:

—José, ya lo tengo. Le conseguí un cargo de asistente personal de un diputado. El sueldo es más modesto, de US $ 25,000 al mes.

—¡No, López!, ¡Acaba de salir del bachillerato! No quiero que la vida se le haga tan fácil de entrada. Quiero que sienta la necesidad de estudiar. ¿Me entiendes?

Al otro día:

—José, ahora sí... Director de compras de la Secretaría de Comunicaciones, ya está; claro que el sueldo se va muy abajo... Serán US $ 15,000 nada más.

—Pero, López, ¡por favor! Consíguele algo más modesto. Está empezando, algo de unos US $ 5,000 a US $8,000 al mes...

—¡Ah, no! ¡Eso es imposible, José!

—Pero ¿por qué?

—Tendría que ser un cargo de maestro, médico, psicólogo, ingeniero..., y esos cargos son por convocatoria; necesita: currículum, título universitario, certificación cada cuatro años, haber hecho méritos, ganar el examen de la convocatoria, competencias docentes, carta de desempeño de su director... Está difícil José, está difícil. Trabajos así no se encuentran fácilmente.

lunes, 29 de marzo de 2021

Chiste político

 Donald Trump se reunió con la Reina de Inglaterra, y le preguntó: "Su Majestad, ¿Cómo dirige un gobierno tan eficiente? ¿Hay algún consejo que pueda darme?"

"Bueno", respondió la Reina, "lo más importante es rodearse de gente inteligente".

Trump frunció el ceño y luego le preguntó: "¿Pero cómo sé si las personas de su alrededor son realmente inteligentes?"

La Reina tomó un sorbo de té. "Oh, eso es fácil; tan solo pídales que le respondan a un acertijo".

La Reina presionó un botón de su intercomunicador. "Por favor, envíe a Boris Johnson aquí, ¿Quiere?"

El Primer Ministro entró en la estancia y dijo: "Sí, ¿su majestad?"

La Reina sonrió y dijo: "Contéstame a esto, si no te importa, Boris. Tu madre y tu padre tienen un niño. No es tu hermano ni tampoco hermana. ¿Quién es?"

Sin si quiera esperar un momento, respondió: "Ese sería yo".

"¡Sí! Muy bien", dijo la Reina.

Trump regresó a su casa para hacerle a Mike Pence la misma pregunta. “Mike, respóndeme a esto por mí. Tu madre y tu padre tienen un niño. No es tu hermano y ni tampoco tu hermana. ¿Quién es?"

"No estoy seguro", dijo Pence. "Déjame pensarlo y ya le diré". Acudió a sus asesores y les preguntó a todos, pero ninguno pudo darle una respuesta.

Finalmente, Pence se encontró con su amigo Jack Murphy en un restaurante la noche siguiente. Pence le preguntó: "Jack, ¿Puedes responder a esto por mí? Tu madre y tu padre tienen un niño y no es tu hermano o ni tu hermana. ¿Quién es?"

Jack Murphy respondió de inmediato, "¡Esa es fácil, soy yo!"

Pence sonrió y dijo: "¡Gracias!"

Pence entonces, volvió a hablar con Trump. "Digamos que investigué un poco y tengo la respuesta a ese acertijo: ¡es mi amigo Jack Murphy!"

Trump se levantó, arrolló a Pence y gritó enfadado: "¡No, idiota! ¡Es Boris Johnson!"

sábado, 23 de enero de 2021

De Lou Reed, Sucia avenida / Dirty boulevard

Lou Reed, Sucia avenida.


"Dame tu hambre, tu cansancio o tu pobreza,

que me los pase por el culo",

es lo que dice la estatua de la Intolerancia.

"Tus pobres masas hacinadas" son apaleadas hasta morir

o terminan atontadas recorriendo la sucia avenida.


Pedro vive en las afueras del hotel Whilsire;

mira por una ventana sin cristal.

Las paredes son de cartón,

hojas de periódico el suelo.

Su padre lo golpea porque está cansado para mendigar.

Pedro tiene nueve hermanos y hermanas

que han crecido sometidos

(es difícil salir corriendo 

cuando te golpean con una percha en el culo).

Pedro sueña con crecer y matar al padre.

Pero hay una pequeña esperanza

y se marcha a recorrer la sucia avenida.


martes, 30 de junio de 2020

Artículos recientes de David Torres

1

David Torres, Rebrote de cebollinos, en Público,  24 de junio de 2020

A nadie le gusta dar marcha atrás, y menos durante la desescalada, porque la marcha atrás supone no sólo perder terreno sino volver a empuñar el piolet y ponerse otra vez la mascarilla de oxígeno antes de encarar nuevamente al aire sutil de la alturas. Esta metáfora alpina con que se ha descrito la pandemia quizá resulte más precisa ahora, en medio de este lapso de indecisión, puesto que los montañeros expertos saben muy bien que el descenso suele ser el momento más peligroso en una escalada: cuando los nervios se relajan después de alcanzar la cumbre se producen más muertes y más accidentes. Lo dijo Rob Hall, una de las víctimas mortales de la multitudinaria tragedia de 1996 en el Everest: "Cualquiera puede subir a lo alto de esta montañita: el problema es regresar con vida de ella".

Ante la despreocupación y el cachondeo con que afrontamos la temporada veraniega, como si el Covid-19 fuese a tomar también vacaciones, tal vez deberíamos reflexionar un poco al ver que los contagios se extienden como la pólvora por el continente americano, los rebrotes asolan Irán y Corea del Sur y algunos países europeos -Alemania y Portugal- imponen nuevas restricciones ante la evidencia de los nuevos repuntes. Todo es muy raro con esta enfermedad, obligando a maniobras curiosas como la obligación de llevar mascarilla durante un paseo, incluso en mitad del campo, aunque no haya nadie más en kilómetros a la redonda, y la libertad de no llevarla mientras permaneces sentado en una terraza, reactivando la economía a fuerza de cañas. Es verdad que siempre existe peligro de contagio, aunque nadie acaba de explicar de modo convincente por qué el riesgo resulta mucho mayor si estás de pie y andando en lugar de quieto y sentado, rodeado de gente que tiene los irrefrenables vicios de respirar, toser y hablar a gritos a tres palmos de tu vaso.

Por lo visto, el Covid-19 es sensible al jabón, a la lejía y, sobre todo, al dinero, ya sea mediante el tacto de monedas y billetes o, mejor aun, a través del flujo de una tarjeta de crédito. Ayer, sin ir más lejos, hice mi primer viaje en tren en más de tres meses y en el asiento de al lado iba una mujer mientras el resto del vagón estaba prácticamente vacío. La distancia de seguridad entre nosotros era de unos diez centímetros, pero contábamos con la ventaja de que al virus no le gusta nada viajar en tren, lo mismo que no le convence atacar en terrazas, restaurantes y discotecas a tope de gente. El dinero siempre ha sido una armadura perfecta contra cualquier enfermedad y por eso se sabe que la siguiente oleada se va a cebar con los países tercermundistas y con los más pobres. Por eso también vamos a dejar que entren los turistas británicos forrados de billetes, a pesar de que, gracias a la peculiar estrategia preconizada por Boris Johnson, Gran Bretaña supera todavía ampliamente el millar de contagios diarios.

Hay un libro, mucho antes de Camus, que ya había hablado de todas estas cosas, de cómo hacer frente a una pandemia mortal y, sobre todo, de cómo no hacerle frente. Es el Diario del año de la peste, de Daniel Defoe, que muchos lectores tienen por una crónica a pie de calle de la epidemia que azotó Londres en 1665 y 1666, causando más de cien mil víctimas, pero que en realidad se trata de una novela de no ficción montada a base de datos y registros fidedignos, ya que Defoe tenía apenas cinco años cuando sucedieron los hechos que relata y no la publicó hasta 1722. Entre los dilemas que atenazan al narrador de la novela destaca el mismo que preocupa ahora a Johnson, a Sánchez, a Trump y a cualquier mandatario con responsabilidad sobre la vida de millones de ciudadanos: elegir entre la economía y la salud, es decir, escapar de Londres dejando el negocio a la buena de Dios o encomendarse a Dios y seguir con las puertas abiertas, a ver si hay suerte y la guadaña pasa de largo. Más prodigioso aun resulta que el segundo párrafo de un libro escrito en el primer tercio del siglo XVIII diga: "En aquella época no teníamos aún diarios impresos que difundieran los rumores y noticias, y que las embelleciesen por obra de la imaginación de los hombres, como luego he visto que se hacía".

2

"El día del orgullo Rey", en Público, JUNIO 26, 2020

Resulta una curiosa coincidencia que los reyes Felipe y Letizia hayan decidido empezar su gira por la España biodiversa poco antes de la celebración del Día del Orgullo Gay, paralelismo que puede dar lugar a confusiones de todo tipo, incluyendo vistosos cruces de banderas. Quizá los expertos de la Casa Real traten de enviar un mensaje con el fin de que los monárquicos de toda la vida salgan de una vez del armario y puedan expresar en voz alta su amor por la corona. Ya se sabe lo perseguidos que están los monárquicos en este país, y la monarquía no digamos, que todos los días el desayuno trae incluida una noticia sobre la terrible conspiración contra los borbones jaleada por la fiscalía suiza y la prensa extranjera. Al fin y al cabo, no hay nada malo en creer que la jefatura del Estado viene instaurada por línea hereditaria, exclusivamente a través de genes masculinos, como creen muchos otros ciudadanos europeos, asiáticos y africanos desde que el mundo es mundo y la Tierra plana, otra creencia que últimamente también cuenta con un montón de adeptos.

En su visita a Mallorca, los reyes recibieron a diversos colectivos, empezando por el gremio hotelero, con lo que el protocolo se fue transformando en un control de daños en medio de una zona catastrófica. La idea es animar a los turistas reacios a regresar al archipiélago balear, epicentro de las vacaciones de la familia real española desde mucho tiempo atrás, aunque teniendo en cuenta el riesgo implícito en el turismo británico y la facilidad de contagio en los aviones, a lo mejor no resulta tan buena idea. En su baño de masas en el paseo del Arenal los reyes fueron a cara descubierta, sin mascarilla, para que la gente pudiera reconocerlos aunque fuese de lejos, sin confundirlos con el séquito ni los guardaespaldas, y para demostrarle al coronavirus que la corona estaba primero.

Mallorca y los reyes también aparecían, hace poco más de una semana, a toda página en el principal periódico británico, The Times, donde el corresponsal inglés definía a la familia real española como "un clan" y abría su reportaje con el cinematográfico titular "Sexo, mentiras y cuentas bancarias suizas". Los lectores ingleses podían deleitar su vista entre cacerías de elefantes, regatas con jeques árabes, cuentas multimillonarias en el extranjero, comisiones sin tributo fiscal, cuernos multinacionales y una amante de alquiler con apellido filosófico que denuncia una campaña de acoso contra ella y sus hijos llevada a cabo por los servicios secretos y azuzada por la Casa Real española. Y no salió lo del medio millón de euros de la luna de miel de Felipe y Letizia pagada en dinero negro porque la noticia saltó esta semana, una lástima.

Es imposible que los british, acostumbrados a los sosos escándalos palaciegos y los rutinarios vaivenes de la monarquía inglesa, se resistan a semejante anzuelo. No hay color. De hecho, no nos extrañaría lo más mínimo que muchos de ellos renuncien a la nacionalidad británica y reclamen la ciudadanía española en un Brexin por las bravas. Al emplear la corona española de reclamo turístico, podía aprovecharse también la figura del rey emérito, que no saben ya qué hacer con él, y utilizarlo como monumento histórico de visita obligada, al estilo del marqués de Leguineche al final de Patrimonio nacional, sentado en una sala del palacio para que los extranjeros le hagan fotos y contemplen cómo disfruta de la vida un auténtico monarca. Con mucho orgullo, qué pasa.

3

El cocodrilo, el Rey y otras cosas de no creer, Público, 10 de junio de 2020

Hay que reconocer que nos está quedando un año la mar de raro, un año apocalíptico en todos los sentidos del término, aunque también es cierto que la cosa ya venía de antiguo. Probablemente el motivo por el que muchos escritores hemos abandonado la ficción y nos dedicamos a escribir sobre la realidad es el mismo por el cual la realidad ha perdido su pátina habitual de tedio y rutina para dedicarse a escribir novelas. Hoy, por ejemplo, iba en el metro y veía a toda la gente en el vagón con la cara tapada con mascarillas, como si nos hubiéramos puesto de acuerdo para ir a atracar un banco, cuando lo habitual es que el banco desvalije a la gente sin desplazamientos ni embozos ni pretextos de ningún tipo. Nos mirábamos unos a otros intentando reconocernos desde algún rincón del pasado, como concubinas perdidas en un harén subterráneo o más bien como niños jugando a indios y vaqueros en un túnel del tiempo donde no quedaba ya un solo indio.

Vivir en medio de la era del coronavirus es igual que tomar parte en una película fantástica cuyo decorado es el mundo entero, salvo para Casado, Abascal y otros conspiranocios que todavía creen que la pandemia la inventaron entre Sánchez e Iglesias en un laboratorio chino con la ayuda del lobby feminista y la intención de desestabilizar el orden mundial, dar un golpe de estado contra el capitalismo y proclamar una dictadura universal comunista con capital en Caracas. No son los únicos que lo creen, porque además hay gente que les vota. Estos días abres el periódico y te salta a los ojos la tontería más grande que te quepa imaginar, noticias del estilo de Javier Maroto diciendo que las residencias de ancianos son competencia directa del gobierno, que el 8-M era contagioso (ahí está él para demostrarlo) y que por eso se casó con su novio en diferido y dentro de un armario en Sotosalbos.

Aun así, día a día, la realidad se empeña en subir las apuestas a base de titulares completamente inverosímiles, el penúltimo de ellos, el del cocodrilo que tiene acojonado a Valladolid, con los diarios locales trasvasados a un tebeo de Tarzán y la guardia civil rastreando la confluencia del Duero y el Pisuerga. Tenía que ser precisamente en Valladolid, donde hace unos años había un alcalde, León de la Riva, que por sus comentarios machistas, homófobos y racistas, parecía haber salido de la misma charca que el cocodrilo. Entre el murciélago de Wuhan y el cocodrilo de Valladolid, la fauna del mundo entero no para de desmadrarse, ocupando portadas y saltando a las calles desde selvas, bosques, reservas naturales y documentales de la 2.

No menos inverosímil y no menos cocodrilo resulta la noticia de que la Fiscalía Anticorrupción podría iniciar diligencias para aclarar el tremendo lío fiscal del rey emérito y las acusaciones de cohecho por las comisiones del tren de alta velocidad en Arabia Saudí. Diligencias, un término muy adecuado para la justicia española, la cual, en relación a los borbones, viaja unas veces en calesa y otras en parihuelas. Han tardado lo suyo, aunque no tanto como la justicia sueca, que acaba de anunciar que próximamente va a resolver el asesinato de Olof Palme con 34 años de retraso. La globalización aplicada a la corona española viene a corroborar la velocidad de transmisión de un virus desde China: una investigación en Suiza puede terminar con un exilio en la Repúbica Dominicana. Sin embargo, conociendo el percal, lo más probable es que don Juan Carlos haga como Manolo Gómez Bur en aquella película en que, acusado de un crimen, prefería que le aplicasen un artículo de un código penal de la Edad Media: "El exilio, si pudiera ser a Zamora, es que tengo familia".

4

La conjura contra los negros de América David Torres, 8 de junio de 2020

Decía Monterroso que los enanos disponen de una especie de sexto sentido que les permite reconocerse al primer golpe de vista. Algo similar sucede con los negros en los Estados Unidos, con el agravante de que, además de ellos mismos, los reconocen todos los demás. Los judíos o los armenios, por citar dos grupos étnicos de los muchos que proliferan en la tierra de las oportunidades, pueden confundirse más o menos en medio de la gran masa blanca dominante, mientras que los negros tienen el inconveniente de que, por culpa del color oscuro de su piel, no hay manera de verlos. Por algo Ralph Ellison, uno de los grandes novelistas estadounidenses de la segunda mitad del siglo XX, tituló así la tragedia del afroamericano en un país hecho exclusivamente para blancos: El hombre invisible.

En un país que, en sintonía con la Revolución Francesa, enarbolaba la igualdad como una de sus señas de identidad al tiempo que establecía su hegemonía desde la esclavitud y el genocidio de pueblos enteros, el racismo siempre ha sido un tema candente. Todos los seres humanos nacen libres e iguales salvo negros, indios y demás ralea, por no hablar de las mujeres, que ésas nunca han importado un pimiento. Estos días he visto unos cuantos capítulos de La conjura contra América, la teleserie de David Simon basada en la novela homónima de Philip Roth, una ucronía que narra lo que habría podido suceder si el famoso aviador Charles Lindbergh hubiera llegado a la Casa Blanca, destronando al presidente Roosevelt. Según el mundo alternativo imaginado por Roth, las simpatías nazis de Lindbergh habrían provocado que Estados Unidos permaneciera neutral en la Segunda Guerra Mundial y la aprobación de leyes de segregación racial en todo el territorio.

De este modo, la familia judía de la ficción contempla impotente cómo la tratan a patadas en los restaurantes o la expulsan sin miramientos de un hotel en Washington. Lo que resulta verdaderamente ridículo en la ucronía de Roth, y también en la adaptación de Simon, es que la segregación racial funcionaba a toda máquina desde hacía décadas en los Estados Unidos gracias a las llamadas "leyes Jim Craw", las cuales se aplicaban con toda severidad a los ciudadanos de raza negra en los estados sureños. Más aun, fueron los legisladores nazis quienes se inspiraron en las leyes de segregación norteamericanas, como ha demostrado el historiador James Q. Whitman en Hitler’s American Model, the United States and the Making of Nazi Race Law. Ni la policía ni la justicia ni la sociedad estadounidense necesitaba la coartada de Charles Lindbergh para actuar al estilo de la Gestapo: lo que ocurre es que lo hacían exclusivamente con los negros, no con los judíos. Cómo es que un escritor tan perspicaz como Roth pasó por alto este desliz no puede achacarse sólo a un exceso de militancia sionista. Cuando Ralph Ellison hablaba del "hombre invisible", sabía bien lo que estaba diciendo.

Mucho más imaginativa, aterradora y compleja que La conjura contra América es la ucronía imaginada por Philip K. Dick en El hombre en el castillo, que acaba de conocer una adaptación televisiva bastante curiosa, aunque no alcanza ni de lejos la profundidad abisal del libro. En la novela de Dick, las potencias del Eje han ganado la Segunda Guerra Mundial y los Estados Unidos han sido divididos en dos grandes zonas de influencia: la Costa Este, bajo el dominio del Tercer Reich, y la costa Oeste, una provincia del imperio del Sol Naciente. En medio hay una especie de tierra de nadie donde, entre los grupos de resistencia de las Montañas Rocosas, descuella un movimiento negro de ideología comunista.

Lo más inquietante de todo es que, en ese mundo donde el fascismo ha triunfado, circula un libro clandestino, La langosta se ha posado, que narra una historia alternativa en la que los aliados ganaron la guerra, aunque no exactamente del modo que conocemos. Un día un anciano japonés sufre un mareo en un banco del parque y ve alzarse el puente el Golden Gate en una escalofriante realidad alternativa donde Japón ha sido derrotado. Con Dick nunca se sabe dónde la realidad pierde pie y dónde el sueño cambia a pesadilla.  En su visión de un mundo dominado por la cruz gamada, África aparece devastada por la explotación colonial, los nazis se han lanzado a la carrera espacial y la sociedad vive hechizada por la televisión, el consumismo masivo y la proliferación del plástico. ¿Da miedo, verdad?3 de junio de 2020

La novela histórica siempre me ha parecido un género de una dificultad terrible, quizá por eso no lo he cultivado más que una vez, en un libro donde a cada momento tenía que recordar que Odiseo no podía fumarse un pitillo ni Penélope ponerse a hablar por teléfono. Más difícil aun que sortear los anacronismos materiales era intentar adaptarme a los mecanismos mentales de otra época, recordando que conceptos como privacidad o pederastia no tenían mucho qué hacer en el mundo homérico. Por eso me sorprende que amigos como Alfonso Mateo-Sagasta o Javier Lorenzo se muevan tranquilamente entre espadas, jubones y castillos, como si escribieran a caballo, con peto, armadura y cota de malla. Lorenzo, por cierto, acaba de publicar El caballero verde, la historia de un noble aragonés del siglo XII que combatió en las cruzadas y que llegó a disputar una partida de ajedrez con Saladino.

En uno de los pocos consejos gratuitos que dio alguna vez, Dalí dijo a los pintores que no se esforzaran por parecer modernos, o sea, contemporáneos, que aunque pretendieran ocultarlo era lo único que nunca iban a dejar de ser. No obstante, sospecho que la facilidad con que ciertos colegas escritores se lanzan a novelar epopeyas del pasado proviene de la propia sustancia de un país que cada año que pasa retrocede décadas en un ejercicio de malabarismo histórico que evoca el pregón del alcalde en Amanece que no es poco: "Venga, todo el mundo a hacer flashback". Recordemos que aquí hemos tenido un ministro del Interior que hablaba con la Virgen y tenía al ángel de la guarda de aparcacoches, sin olvidar tampoco que uno de los sueños húmedos de Carmona, cuando postulaba a alcalde de Madrid, era recuperar las naumaquias en el lago del Retiro, nostalgia conmovedora en un socialista de pura cepa. Galdós se pone ahora mismo con los Episodios Nacionales y termina escribiendo en cuaderna vía.

Acorde con este rejuvenecimiento institucional acelerado, a nadie le sorprende que el rey Felipe VI haya convencido a la nobleza española para que regale miles de litros de leche y aceite de oliva virgen a los pobres, un verdadero alarde de generosidad que pretende dejar por los suelos esa triste miseria de la renta mínima para familias necesitadas. Es algo normal en un país que no sólo no llegó a superar el siglo XVIII por falta de luces, sino que hace todo lo posible para regresar al XIII a marchas forzadas. Lo verdaderamente extraño es que nuestro monarca no haya aprovechado para convocar un torneo medieval con pendones y juramentos de sangre para hacer el asunto más real si cabe. Real de realeza, no de realidad, claro.

Se agradece la caridad, aunque hubiera bastado con que la corona, con la generosidad que ha demostrado siempre con sus súbditos, donara una fracción de los millones depositados en las cuentas suizas donde esos malvados fiscales extranjeros no paran de revolver sólo porque no entienden las costumbres de esta peculiar familia consagrada al arte de la regata, a la amistad con tiranos árabes y a la caza del elefante. Sin embargo, Felipe VI no ha cesado de dar ejemplo en estos duros tiempos de la pandemia: ya se lavaba las manos y mantenía la distancia social mucho antes de la llegada del coronavirus. Qué habríamos hecho sin él.

5

David Torres, "Hail, estúpidos", Público, 1 de junio de 2020

La democracia es el sistema mediante el cual el pueblo español elige libremente a sus representantes del PP. Esta sucinta definición del poeta Álvaro Muñoz Robledano ha quedado obsoleta en los últimos tiempos, desde que el electorado también tiene la facultad de escoger además entre Vox y Ciudadanos. Tampoco es que haya mucha diferencia, ya que la inmensa mayoría de los líderes, de sus principios y de su ideario también provienen del PP, al menos desde Atapuerca. En España todo lo que se salga de esta amplia línea de consenso en torno al extremo centro se considera una peligrosa desviación del mecanismo democrático: comunismo, anarquismo, conjuras judeo-masónicas, homosexualidad, terrorismo islamista, hambre, miseria, Venezuela y, en definitiva, ETA.

Desde esta perspectiva tan democrática se entiende el cabreo de Iván Espinosa de los Monteros cuando Pablo Iglesias le dijo que lo que Vox pretendía era dar un golpe de estado, aunque de momento no se atrevieran a llevarlo a cabo. ¿Cómo se le ocurriría al vicepresidente decir semejante barbaridad si los únicos que pueden soltar esas burradas son los marqueses de la derecha? Expectorados una y otra vez desde el partido verde moco, los reclamos a una intervención del ejército, a la formación de un comité de emergencia nacional y a la desobediencia contra un gobierno ilegítimo y criminal, no deben ser entendidos como una vulneración del orden constitucional y de la legislación vigente, sino como una restauración del orden natural de las cosas. Legítimos son ellos, no lo que digan las urnas.

En efecto, la crispación que recorre de arriba abajo el espectro político responde única y exclusivamente al empeño de la izquierda por no resignarse a su papel de comparsa y dedicarse a aprobar medidas bolivarianas, como el ingreso mínimo vital, por ejemplo. Es un escándalo que la gente que no tiene ni un mendrugo de pan que llevarse a la boca se dedique ahora a tumbarse a la bartola y disfrutar de un sueldo Nescafé sin dar un palo al agua, en lugar de morirse de hambre, como es obligación de los españoles pobres desde que el mundo es mundo. Poco importa que unos veinte países europeos ya tuvieran aprobada una renta mínima vital para los más desfavorecidos, el último de ellos, Italia, cuyo monto, 750 euros mensuales, casi duplica la española. Como anunciaba el famoso eslogan de Fraga, Spain is different, y aquí el dinero público se usa para rescatar bancos, salvar cajas de ahorros, privatizar hospitales o desprivatizar autopistas, no para que las familias hambrientas puedan salir adelante. O como dijo Andrea Fabra de los recortes a los parados: que se jodan.

Puesto que la democracia española es una máquina engrasada siempre hacia la derecha, resulta lógico que Pablo Casado se atreva a decir en público que se cumplen dos años desde que los suyos perdieron el poder por culpa de una injusta moción de censura, igualando las alianzas entre partidos democráticos a los tanques por las calles y los tricornios en mitad del hemiciclo. En esta nietzscheana transvaloración de todos los valores en que vivimos desde que a los ciudadanos les da por votar mal (varias veces seguidas, por si fuera poco), lo normal es que, desde la tribuna de oradores del congreso, una diputada del PP acuse de terrorista al padre del vicepresidente del gobierno por el delito de combatir la dictadura franquista repartiendo octavillas. En cualquier otro país de Europa ese hombre sería un héroe antifascista y un luchador por la libertad, pero en España los héroes son los torturadores con placa y las bestias al estilo de Billy el Niño: por eso les damos medallas a manos llenas.

Menos mal que Trump ha salido en tromba a defender la nueva anormalidad y condenar el antifascismo como organización terrorista, algo lógico al fin y al cabo en un país donde el Ku Klux Klan marca tendencias en moda, peluquería y artillería mental. Con un montón de ciudades sacudidas por las mayores protestas raciales y sociales de las últimas décadas, sólo al dibujo animado sentado en la Casa Blanca se le ocurriría echar gasolina a las llamas provocadas por el infame asesinato de George Floyd. Al otro lado del charco, otro incendiario profesional, Santiago Abascal, aplaude con entusiasmo este tardío alineamiento con Hitler, Franco y Mussolini antes de hacer el pino. Da un poco de vergüenza recordar que precisamente fue el antifascismo, en todas sus versiones y en todos los frentes, lo que detuvo a la mayor plaga de la humanidad en Normandía, Stalingrado, El Alamein, Okinawa y Berlín. Excepto en España, claro, porque Spain is different. No es sólo que no vayamos a salir mejores: es que vamos a retroceder a los Acuerdos de Munich y a la caída de Madrid. Hail, estúpidos.

martes, 16 de enero de 2018

Pseudomedicinas y pseudociencias

Vicente Prieto: "Ya me he suicidado dos veces con homeopatía"
COTE VILLAR

Viveiro (Lugo), 1968. Es biólogo del cuerpo facultativo superior de la Xunta y presidente del Círculo Escéptico, una curiosa asociación con miles de seguidores en las redes que combate las mentiras de las pseudociencias.

Principios de año, somos presa fácil de profecías y dietas milagro.

Un socio recopila las profecías de cada año: no sólo se repiten, es que además nunca se cumplen.
La industria del adelgazamiento marcha a pesar de tener una tasa de fracaso cercana al 90%.
Cuando le preguntan al dietista Juan Revenga si funcionan las dietas él siempre dice que sí, porque consiguen su objetivo, que es ganar dinero.

¿Y las dietas detox, esa palabra imprescindible?

Si ya tenemos riñones e hígado, que son los que eliminan las toxinas de verdad...

Las cremas rejuvenecedoras...

O los suplementos alimenticios como el magnesio, tan de moda, que, si no tienes ningún déficit, no te aportan nada.

El mayor escándalo, ¿la homeopatía?

Los remedios homeopáticos son delirantes.El más común es tratar la depresión con muro de Berlín diluido, según ellos te tienes que tomar algo que te produzca los mismos efectos. Aire de cabina de avión, tiranosaurio rex diluido, tormenta, ostia consagrada... Es absurdo.

Pero se vende en farmacias.

Da mucho dinero. Yo ya me he suicidado dos veces con homeopatía, compré sedantes homeopáticos y me tomé una caja entera.

¿Ni un poquito de sueño le dio?

El azúcar me dejó la boca pastosa. La homeopatía dice que el agua guarda memoria, pero si eso es cierto, el agua recordará todo lo que se haya disuelto en ella a lo largo de los siglos, no exclusivamente lo bueno que ellos pretenden.

Las farmacias son también un negocio.

Recordemos que las power balance se vendían en farmacias. Y los imantadores de agua. Bueno, la power balance la llevaba hasta Leire Pajín cuando era ministra de Sanidad.

De todas las pseudociencias, ¿ésa es su favorita?

La homeopatía recopila muchos absurdos, pero no podemos reírnos mucho porque hay gente que está sustituyendo los tratamientos de enfermedades graves como el cáncer por tomar bolitas de azúcar.

A usted le gustaba la ufología.

De hecho, el origen del movimiento escéptico en España fue un grupo de ufólogos que empezaron a estudiar de manera crítica los avistamientos, preguntaban, lo investigaban y demás. Se dieron cuenta de que no había nada. Hacían experimentos como soltar globos con luces por la noche y al día siguiente se multiplicaban los avistamientos de ovnis. Entonces era todo más inofensivo, fantasmas, ovnis, el monstruo del Lago Ness... el problema es que desde hace unos años la mayor parte de las estafas y las charlatanerías se han centrado en la salud, es donde está el dinero.
Mi charlatán favorito es ese señor que dice que en muy poco tiempo alcanzaremos la vida eterna.
Es inofensivo. Son más preocupantes los que venden remedios para el cáncer, el Sida, la diabetes y demás, y que además se están publicitando sin problemas. La máxima derivada es el remedio imaginario para enfermedades imaginarias, como los que venden curas para la homosexualidad.

Anda, ¿y cómo se cura?

Con exorcismos y homeopatía, dicen.

Contra todo eso, escepticismo

No queremos que la gente piense como nosotros, ¡sólo que piense!

Entra en juego el factor fe

Creer consuela, pero también hay un punto de "yo sé algo que la mayor parte de la gente no sabe, sé que esta medicina alternativa cura".

Y el sacrosanto regreso a lo natural

 Lo verdaderamente natural era morirse de frío en una cueva a los 38 años habiendo visto morir a la mitad de tus hijos en el parto. En África nadie se plantea no vacunarse, saben que es la diferencia entre la vida o la muerte. Aquí vivimos tan bien que creemos que nos vamos a curar con mejunges o con los pases mágicos esos del Reiki, que parece que hay que ser Jedi para controlar la fuerza.
Pero tienen voceros entre los representantes públicos.

No hace mucho una diputada hizo una pregunta en el Parlamento europeo criticando las vacunas.
O Trump, que duda de que el cambio climático exista porque, según él, hace mucho frío en su casa.
Con toda la gente preparada que hay en Estados Unidos no puedo entender cómo han decidido que ése es el que mejor les puede gobernar.

Bueno, ¿y en qué cree usted?

En muchas cosas, en la ciencia, en la gente. Australia y Nueva Zelanda han autorizado el arroz dorado, una planta transgénica cuya patente es gratuita y que tiene muchos carotenos para activar la vitamina A y evitar la ceguera.

¿En qué momento dice, como Sócrates, sólo sé que no sé nada?

De jovencito me encantaban los ovnis, pero luego empiezas a estudiar y a plantearte cosas. Ahora creo que debe haber alguna forma de vida más en el universo, pero es difícil que nos visite, es un problema de tiempo y de espacio.

Dígame al menos que dejó que sus hijas disfrutaran de los Reyes Magos..
.
Y del Ratoncito Pérez. A mí me encantan la ciencia ficción y la fantasía, el problema es seguir creyendo en eso con 40 años. Un escéptico no es un negacionista, es alguien que busca evidencias. La inteligencia es una estrategia evolutiva de nuestra especie, usémosla.

lunes, 18 de diciembre de 2017

Desastre económico actual

Joaquín Estefanía, La sociedad del descenso, 17 DIC 2017

Todo el mundo sabe lo que está ocurriendo en España con las pensiones (pierden poder adquisitivo), la dependencia (no llegan las ayudas a miles y miles de afectados) o el seguro de desempleo (apenas lo cobra poco más de la mitad de los parados). También se conoce el continuo deterioro de la sanidad pública (listas de espera, situación de las instalaciones, personal escaso y agotado), etcétera. En este contexto, la oficina de estadísticas de la Unión Europea (UE) nos da la puntilla: en 2016 ha bajado la presión fiscal (el indicador que mide la proporción que supone la recaudación de impuestos respecto al Producto Interior Bruto) respecto a la de un año antes (34,1% del PIB frente al 34,5% de 2015), y se queda siete puntos por debajo de la media de la eurozona.

¿Cómo es posible tal desequilibrio en la política de nuestro país, contradictoria además con las campanudas declaraciones que todos los días hacen los principales dirigentes y ministros del partido gobernante? La tercera pata de esta situación, que se podría calificar por una vez con el tópico de kafkiana, también la proporciona Eurostat: el gasto social en España está por debajo de la media europea (24,7% del PIB frente al 29%) y por debajo, por ejemplo, del porcentaje de gasto social de dos países intervenidos por la troika en los años de la Gran Recesión, como son Grecia y Portugal. En este caso los datos son de 2015, último año del que se disponen estadísticas europeas. En ese porcentaje se incluye el dinero invertido en pensiones, desempleo, prestaciones familiares y para la infancia, exclusión social y dependencia.

Hace tiempo que la retórica del PP (ya que no la realidad) trata de convencer a la ciudadanía de que se trata de un partido compasivo con los débiles, que no está entre sus objetivos debilitar el welfare y que los recortes en los servicios sociales desde el año 2008 correspondían a una situación de emergencia y no a motivos ideológicos. No siempre fue así. Hace unos años, en un libro titulado Libertad y solidaridad, José María Aznar hacia la siguiente reflexión textual: “Sólo aspiran a un resurgimiento del Estado de Bienestar quienes siguen deseando ese modelo dirigista. ¿Merece entonces la pena hablar del Estado de Bienestar? Es necesario hacerlo porque hay algo incuestionable: el Estado de Bienestar es incompatible con la sociedad actual. Tenemos que tenerlo muy claro: el Estado de Bienestar se ha hundido sólo por su propia ineficiencia y anacronismo. Al llegar a este punto es difícil evitar una sugerencia electoralista: ¿qué encubre el debate apropiado y mantenido por los socialistas sobre el Estado de Bienestar? Un complejo de inferioridad”.

A la vista de los datos y de la coyuntura en la que se encuentran los capítulos citados de la protección social se podría concluir que el aznarismo es más profundo en el PP de lo que se dice. Está encubierto. Y en cualquier caso, por hache o por b, España se encuentra comprendido en esa "sociedad del descenso" de la que habla el analista alemán Oliver Nachtwey (Paidós Editorial). Un país deforme.

viernes, 15 de diciembre de 2017

Moby Dick

Kiko Amat, "Clásicos latosos| 1. ¿Por qué estamos obligados a leer un tostón como ‘Moby Dick’? Kiko Amat hace un resumen de algunas de esas grandes obras de la literatura que seguro que ustedes no tienen intención de leer", El País, 15 DIC 2017

¿Conviene leer los clásicos? Más aún: ¿conviene leerlos hasta el final? Kiko Amat se sacrifica por sus lectores y, en esta nueva sección, procede a leer (a veces por segunda vez) una selección de todos esos grandes clásicos de la literatura universal que ustedes no tenían la menor intención de empezar, especialmente si fuera hacía bueno. La serie arranca con Moby Dick, de Herman Melville.

Moby Dick es “uno de los libros fundamentales de la historia de la literatura universal”[1]. Se publicó en 1851 y, pese a representar un rotundo descalabro comercial para Herman Melville, también le consagró (con los años) como uno de los padres de la novela literaria moderna (en su modalidad académico-impenetrable). Melville fue pionero de varias cosas, como inventar el peinado hipster o lastrar los escritos con alusiones literarias hasta que se hundían en el fango. Melville, a la sazón, se hundió del mismo modo que esta novela, así que tal vez no proceda colocarle el pie en la glotis. El pobre hombre terminó sus días ignorado, obsoleto, gruñendo a los sirvientes, abucheado en conferencias, reñido con Hawthorne y, peor de todo, escribiendo poesía. Su legado no cambiaría de signo hasta que su cuerpo empezó a convertirse en fertilizante y una extensa legión de discípulos post mortem, aún más pomposos que él pero igualmente incontinentes, rescató su obra del olvido.

Procede admitir que Moby Dick es una GRAN novela, del mismo modo que el Titanic era un GRAN barco. Desde luego es sobrecogedora y quita el aliento, como una montaña tibetana que no estamos seguros de poder conquistar sin que perezcan sepultados la mitad de los sherpas. Moby Dick es el castillo escocés, envuelto en almenas redundantes y repleto de corrientes de aire, cuyo volumen puedes admirar por un segundo entre la neblina pero al que jamás te mudarías. Todo en él es desmesura, empacho e incordio. Posee la gravedad irrespirable de un planeta hostil. Moby Dick no es un libro somnífero, eso es cierto, pero solo porque es demasiado irritante. Leerlo es como escuchar un discurso de Fidel Castro, si el líder cubano hubiese sido maldito con una estridente voz de pito: un tono que detestas, con chirrido de dientes añadido, y que durante ocho horas impide que puedas siquiera descabezar un breve sueñecito.

La novela empieza con más de 80 citas, lo que ya nos alerta de la incapacidad patológica de Melville para la concisión

La novela empieza con más de 80 citas, lo que ya nos alerta de la incapacidad patológica de Melville para la concisión. Dejando de lado mi teoría de que, a más citas, peor novela (las citas buscan compensar el bodrio que va a caer), está lo de tratar al lector de memo, de buenas a primeras y sin antes haber sido presentados. Melville se fía tan poco de nuestro coeficiente intelectual que a modo de primera cita coloca una descripción de diccionario de la palabra “ballena”. Su acción se asemeja a la de un cómico que nos describiera con gran detalle la composición química del metano antes de contar un chiste de pedos. Destruye el propósito inicial y nos arranca de cuajo las ganas de leer, antes incluso de empezar con la primera página.

Moby Dick es largo. Muy largo. Criminalmente largo. Ya lo habrán comprobado por la lista de contusiones que provoca su lanzamiento a cara ajena. Pónganlo de perfil y observen sin temor al monstruo: la edición de Clásicos Universales Planeta se extiende durante 619 páginas. 620 si incluimos el traicionero epílogo de una página que se halla al volver la última (Melville consideró que aún le quedaba algo por decir; estoy convencido de que escribió el epílogo en el carromato, camino de la imprenta). Pero la cantidad de resmas de papel utilizadas no es, en sí misma, un obstáculo para finalizar una novela. He leído tochos que pasaron en un suspiro. El Papillon de Henri Charrière tiene, en la edición que poseo, 690 páginas, pero uno ni se da cuenta y lo ha terminado. Moby Dick no. En Moby Dick cada página duele, como el movimiento de un péndulo que nos acercase, tictac a tictac, al cadalso.

Una de las razones de esa farragosa lectura es, sin duda, la digresión. Algunos malintencionados críticos ingleses llaman a Jonathan Coe el “rey de la digresión”, pero les garantizo que, al lado de Melville, Coe no es el rey, ni siquiera el príncipe; es un mero mozo de letrinas. Uno no sabe lo que es irse por las malditas ramas hasta que lee Moby Dick. Melville se entronca en reminiscencias kilométricas a la mínima de cambio, un poco como el abuelo Simpson. El autor, según parece, padecía de esa rara disfunción del lóbulo frontal por la cual todo recuerda a algo; cada objeto es un símbolo de otra cosa. Un símbolo, por añadidura, que a menudo resulta asaz oscuro para el lector moderno: “Aquel quinqué le hizo pensar en la pascalina de su abuelo. Tenía forma de fundíbulo, del tipo que utilizaban en el imperio de Trebisonda” [2]. Dios del cielo. Modernízate, Melville. O tu arcaico mascullar resultará intraducible para la gente del futuro.

 ¿Por qué estamos obligados a leer un tostón como ‘Moby Dick’?
Para mayor perversidad, el autor coloca sus fugas y remembranzas seniles en los momentos más inoportunos. Un ejemplo entre muchos: tras el capítulo XLI, 'Moby Dick', uno de los más memorables y apasionados, viene el XLII, 'La blancura de la ballena'. En él, y a lo largo de diez páginas, Melville alcanza a meditar extensamente sobre la blancura como concepto, aventura hipótesis abochornantes sobre “el señorío ideal” del hombre blanco sobre “todas las tribus oscuras” y lista, durante cuatro páginas llenas de palabras de margen a margen, todas las cosas blancas que le vienen al magín, tanto de índole positiva (corceles blancos, albatros, “mármoles, cornelias y perlas”…) como repelentes o peligrosas (hombres albinos, tiburones blancos, etc.). Es como estar encerrado en un ascensor con Rain Man.

Resulta exasperante, aunque la intención era buena. Para empezar, al contrario que muchos escritores actuales que vienen del linaje universidad-periodismo-literatura-muerte, Melville había vivido mucho y tenía más batallitas en su haber que un viejo lobo de mar. Era un viejo lobo de mar, de hecho. El típico vejete tatuado en camiseta imperio que toca el acordeón en la tasca portuaria, tiene habitantes en la barba y entretiene a los borrachos con enrevesadas trolas sobre krakens, sirenas o atunes parlantes.

Su gozo del rollista, inseparable de la condición de ballenero jubilado, venía azuzado por esa pasión didáctica tan típica del XIX. Sí: Melville quería la escolarización universal. Anhelaba enseñarnos aunque fuese a hostias, como un maestro anticuado en una escuela de pueblo. A mitad de una trepidante escena de caza que es todo arpones, sangre y blasfemias navales, y que nos tiene en vilo, Melville se ve empujado a remachar el punto y aparte más inconveniente de la historia, y continuar de este jaez: “Una palabra o dos sobre este asunto de la piel o grasa de la ballena. Ya se ha dicho que se le arranca en largas piezas…”. El lector avezado ya habrá intuido que, en el caso de Melville, esas palabras son como el grito que avisa de la llegada de los vikingos: una señal para que abandonemos toda esperanza de seguir con la aventura y nos preparemos para cuatro páginas de antropología, deontología, etnografía e historia de la pesca desde que el primer hombre de Neandertal ensartó por error una trucha en un palitroque.

“La alusión a los marcados y palos de marca en el último capítulo”, avisa, dejando a un lado el acordeón y mirando al infinito mientras se atusa la barba, algo más adelante, “obliga a alguna explicación sobre las leyes y reglas de la pesquería de ballenas”. Uno casi puede escuchar el suspiro de frustración de los alumnos, que ven cómo la hora de recreo ha sido sustituida por un examen final de álgebra. Melville, salta a la vista, no cesará hasta que nos sepamos de memoria la legislación de la Comisión Ballenera Internacional. Un capítulo entero, el titulado 'Cetología', ni siquiera trata de disimular su condición de tratado con un par de diálogos o la aparición de algún grumete con mutilación pintoresca. No: es solo ensayo. Con muchas cifras. Moby Dick es el coitus interruptus más prolongado de la literatura.

Melville se entronca en reminiscencias kilométricas a la mínima de cambio, un poco como el abuelo Simpson

Y entonces está lo del desaprovechamiento criminal de uno de los mejores personajes de ficción de todos los tiempos. Hablo, por supuesto, del capitán Ahab. Aquellos de ustedes que no hayan leído Moby Dick tal vez asuman, por el peso que el nombre de Ahab acarrea en la cultura universal, por su calidad de arquetipo e icono, y por su aparición en un inolvidable capítulo de Futurama, que el capitán loco pasea por más páginas que el resto de personajes. Por puro sentido común, vamos. Si yo fuese el escritor de Moby Dick me aseguraría de que ese fulano quien, con ojos de orate, escupe cosas como “¿Desviarme? No me podéis desviar, a no ser que os desvieis vosotros (…) ¿Desviarme? El camino hasta mi propósito fijo tiene raíles de hierro, por cuyo surco mi espíritu está preparado para correr (…) ¡Nada es obstáculo, nada es viraje para el camino de hierro!”… Me aseguraría, como decía, de que alguien con esa boquita apareciese todo el rato.

Melville, por el contrario, se ocupa de impedir que Ahab aparezca más, como un director del viejo Hollywood saboteando a un actor comunista de la lista negra. ¿Se imaginan que Jesús en el Nuevo Testamento solo realizara un pequeño cameo hacia el final, como mercader de burros o acarreador de jofainas? Esa es la política Melville en lo tocante a Ahab. Y eso que, cuando aparece, suelta las mejores frases. Pero Melville le debe tener ojeriza, porque casi no puede esperar a cortar sus formidables soliloquios dementes para permitir la entrada de algún personaje secundario: Stubb. Flask. Starbuck. Pip. Ismael. Tashtego. Quiqueg. Incluso el “tercer marinero de Nantucket”, quien —como habrán observado— es tan menor que Melville ni se molesta en darle nombre. Todos hablan, beben, afianzan los trinquetes o expulsan ventosidades en el preciso momento en que su patrón abre la boca. Todos interrumpen al capitán a placer con plúmbeas observaciones náuticas o pequeñas remembranzas domésticas. Por el amor de Dios, hay momentos en que incluso Moby Dick, que por su condición cachalotesca solo emite bufidos indescifrables, parece tener más líneas de diálogo que Ahab.

Y ya que hablamos de cachalotes. En honor a la justicia quizás la novela debería llamarse 100.000 cachalotes anónimos (y un poco de Moby Dick). Pues el libro está plagado de cetáceos sin carácter ni rasgos diferenciales, que aparecen a centenares para ser arponeados y desollados, mientras Moby Dick, el mismísimo Leviatán, resulta más caro de ver que J. D. Salinger tras su mudanza a Cornish. Uno puede llegar a entender que, como en Alien: el octavo pasajero, se mantenga al monstruo en la semipenumbra para potenciar el intríngulis, pero Melville lleva el sistema a un extremo demencial. Es difícil imaginar una versión de Colmillo Blanco poblada casi exclusivamente por pequineses y chihuahuas, y donde el majestuoso semi-lobo que da título a la novela solo sacara el hocico en las últimas páginas, y de pura chiripa. Moby Dick es como un Das Boot con los submarinos en dique seco hasta los últimos diez minutos, o un Harry Potter que decidiese permanecer en casa de sus familiares muggles y no matricularse en Hogwarts hasta el libro octavo.

Este fárrago cementoso en forma de novela es imposible de cruzar, o vadear (si no es abandonándolo), sin perder la salud y la cordura, tal vez incluso ambas córneas

Ustedes se preguntarán, tras todo lo expuesto, por qué alguien querría leer Moby Dick de principio a fin, deteniéndose en todos los exasperantes apartes, notas al pie y mortíferas filípicas. Si incluso José María Valverde, el paciente caballero que en 1992 tradujo, introdujo y anotó la edición de Clásicos Universales Planeta, advierte en la contraportada de que el lector se quedará “algo aturdido” por su “larga navegación” lectora. Valverde utiliza un eufemismo, claro. Pues Moby Dick no aturde, noquea. Induce al coma. Hacia la página 200 al lector ya le ha brotado un tumor en la frente del tamaño de un melón cantalupo. Ese fárrago cementoso en forma de novela es imposible de cruzar, o vadear (si no es abandonándolo), sin perder la salud y la cordura, tal vez incluso ambas córneas.

Quizás ha llegado la hora de que admitamos que algunas novelas están anticuadas hasta la casi completa ilegibilidad. Después de todo, no intentamos volar en el “tornillo aéreo” que Leonardo da Vinci proyectó en 1848. Algo así sería un disparate. Nos limitamos a frotarnos el mentón mientras admiramos, algo escépticos, los planos originales. La misma perspectiva puede aplicarse a la novela de Melville: tan admirable y avanzada en su tiempo como superada y hermética hoy.

[1] Según Wikipedia. Y mucha otra gente. En su mayoría profesores universitarios.

[2] Me he inventado esta frase para ilustrar mi tesis.

martes, 16 de mayo de 2017

Félix de Azúa, La identidad catalana

Félix de Azúa, "Identidad", en El País, 16-V-2017:

No es cierto que los catalanes sean codiciosos, pero la Madre Superiora parece nacida en una caricatura.

Es muy chocante que algunas personas confirmen los lugares comunes y los tópicos nacionales sin la menor conciencia de estar haciéndolo. No es cierto que los italianos sean cobardes, pero el capitán del buque hundido al que le han caído dieciséis años de cárcel actuó como si fuera Alberto Sordi en una película sobre la guerra del 14. No es cierto que los catalanes sean codiciosos, pero la Madre Superiora parece nacida en una caricatura.

Hace años tuve un amigo que formaba parte del núcleo ideológico de Convergencia, o sea, católico. Me contó que en uno de esos retiros espirituales a que eran tan aficionados los nacionalistas, observó en un aparte a Jordi discutiendo con la Madre Superiora. Se acercó disimuladamente y pilló esta frase, tras la cual se escabulló aterrado: “¡Marta, els teus fills acabaran a la presó!”. En aquella época todos sabían que la Madre sacaba dinero de debajo de las piedras e incluso de un césped podrido del Barça, pero se ignoraba que estuviera adiestrando a la prole. Como en un Galdós.

Lo cierto es que su madre, la abuela de los actuales hijos, ya tenía la misma afición. Otro amigo me contó que, siendo presidente de la comunidad de vecinos donde vivía la señora madre de la Superiora, compró en Navidad una hermosa planta de Pascua de hojas rojas. Inesperadamente, una mañana la planta había desaparecido. Algo recelaba aquel hombre sagaz que le hizo dirigirse a la madre de la Madre para preguntarle si había visto una planta de Pascua en el portal. “Sí, claro, era tan bonita que me la he subido al piso para impedir que la roben”. Riguroso.

Si no me equivoco esta figura sarcástica se llama en yiddish “chutzpah”. Que es cuando el asesino de sus padres le pide al tribunal que sea clemente con un pobre huérfano.

lunes, 1 de mayo de 2017

Una cita de Ramón Ayerra sobre Madrid

De pocos escritores se puede decir que es un gamberro ilustrado. Ramón Ayerra es uno.  Cuando Madrid fue nombrada capital europea de la cultura, escribió esto:

Madrid, ciudad mesetaria y puerca, toda ella barrios con resonancias palurdas, donde se cobija la chusma urbana de la nación y la otra, la inmensa mayoría de los que vinieron a medrar al olor del asfalto y la luz neón. No son de Madrid, porque Tetuán conserva todavía los piojos de la tropa que vino a pelear con la morería. Fuencarral y Hortaleza huelen aún a cuadra, a gallina y a conejo cuchifrito. Moncloa apesta a polvo tomillero con chica de servicio. Chamberí jode con su obsesión al clavel en la solapa, y vermut, y señorita aquí estoy para lo que guste mandar. Centro pringa a sudor de clérigo manchego emboscado que viene a la corte a echar un palo. Carabanchel y La Latina anda imposible de soldados, ebanistas, taberneros, incluseros. La Arganzuela suelta tufo a quinqui, a ladilla y gaseosa, a pescadero y frutero. En Moratalaz y en San Blas abunda el cateto y el mastuerzo, el que fue una vez a Roma y el que se queja de lo poco que usa la pieza. Mediodía es la hostia con las vías. Villaverde es una chatarrería. En Vallecas vivaquean pandas canallas que se masturban haciendo corro en el corazón de las calzadas. En Retiro mete mano el que no alcanza para una alcoba y en Salamanca no es oro todo lo que reluce'. 

lunes, 23 de enero de 2017

Paul Krugman, Donald, el incapaz

Donald, el incapaz, en The New York Times, 20 de enero de 2017:

Betsy DeVos, a quien Donald Trump nombró secretaria de Educación, no conoce términos básicos de educación, ignora los estatutos federales que regulan la educación especial, pero piensa que en las escuelas debería haber armas para defender al alumnado de los osos grizzli.

Monica Crowley, seleccionada como asesora del Consejo de Seguridad Nacional, se retiró después de que se dio a conocer que plagió buena parte de sus publicaciones. Hay aún muchos nombramientos pendientes en el área de seguridad nacional y no hay claridad sobre qué tanto se ha leído, de haberlo hecho, de los materiales informativos elaborados por la administración saliente.

Por su parte, Rex Tillerson, seleccionado como secretario de Estado, declaró informalmente que Estados Unidos bloqueará el acceso de China a las bases en el mar del sur de este país, aparentemente sin darse cuenta de que con ello estaba amenazando con iniciar una guerra si China lo retaba a cumplir su dicho.

¿Acaso vemos un patrón aquí?

Era evidente para cualquiera que estuviera poniendo atención que la corrupción del gobierno entrante sería descarada. Sin embargo, ¿sería al menos eficiente en su corrupción?

Muchos de los que votaron por Trump sin duda creyeron que estaban eligiendo a un empresario inteligente que haría que las cosas se hicieran. Incluso aquellos que tenían una mejor idea de quién es podrían haber esperado que el presidente electo, una vez satisfecho su ego, sentaría cabeza para dirigir al país, o al menos para dejar la aburrida tarea de gobernar Estados Unidos en manos de personas que realmente tuvieran capacidad de hacerlo.

Eso no es lo que ha sucedido. Trump no ha dado un giro ni madurado, o como prefieran llamarle. Sigue siendo el ególatra inseguro con déficit de atención que siempre ha sido. Peor, se está rodeando de gente que comparte muchos de sus defectos, tal vez porque son el tipo de gente con la que se siente cómodo.

Así que las personas que comúnmente designa, ya se trate de un puesto relacionado con la economía, la diplomacia o la seguridad nacional, son puestas en entredicho por su ética, su falta de conocimiento del área de la política que se supone deben administrar y su falta de interés. Algunos, como Michael Flynn, seleccionado por Trump para convertirse en consejero de seguridad nacional, incluso son tan adictos como su jefe a las teorías cibernéticas de conspiración. Este no es un equipo que compensará la debilidad del comandante en jefe; por el contrario, es un equipo que la amplificará.

¿Por qué nos debería importar? Para darnos una idea de cómo podría funcionar (o no) la administración de Trump y Putin, resulta útil recordar lo que ocurrió durante los años de Bush y Cheney.

Las personas tienden a olvidar hasta qué punto el último gobierno republicano se caracterizó por su nepotismo, el nombramiento de gente incapaz pero bien conectada en posiciones clave. No fue tan extremo como lo que vemos hoy, pero fue sorprendente en esa época. ¿Recuerdan aquello de “Muy buen trabajo, Brownie”? En verdad causó un enorme daño.

En específico, si quieren darse una idea de cómo será el gobierno de Trump, tengan en cuenta el adefesio de la invasión de Irak. Todos aquellos que sí sabían cómo construir una nación no fueron bienvenidos; su lugar fue ocupado por los leales al partido y los especuladores corporativos. Incluso hay un vínculo poco conocido: el hermano de Betsy DeVos, Erik Prince, fundó Blackwater, la pandilla de mercenarios que, entre otras cosas, ayudó a desestabilizar a Irak al disparar contra una multitud de civiles.

Ahora las condiciones que prevalecieron en Irak —la ideología ciega, el desprecio por la experiencia, la total inobservancia de las normas éticas— han llegado a Estados Unidos, pero de una forma mucho más pronunciada.

¿Qué pasará cuando enfrentemos una crisis? Recordemos: Katrina fue el acontecimiento que acabó por revelarnos a todos el costo del nepotismo de la era de Bush.

Todo presidente enfrenta algún tipo de crisis. Es probable que surjan, especialmente teniendo en cuenta al equipo entrante y sus aliados en el congreso: dadas las prioridades que la gente que está a punto de asumir esos puestos ha declarado tener, es muy probable que veamos el colapso de la seguridad social, una guerra de comercio y un distanciamiento con China tan solo en el año siguiente.

Incluso si de algún modo esquivamos esos peligros, siempre pasan cosas. Tal vez habrá una nueva crisis económica, alimentada por la prisa de echar por tierra la normatividad financiera. Quizá haya una crisis diplomática provocada, digamos, por la temeridad política en el Báltico del buen amigo de Trump, Vladimir. Quizá sea algo que no nos imaginamos. ¿Y después qué?

Las crisis reales necesitan soluciones reales. No se pueden resolver con un tuit genial ni por tener amigos en el FBI ni con las historias sembradas en los medios por el Kremlin que ponen nuestros problemas en un segundo plano. Lo que la situación exige es gente sensata y conocedora en posiciones de autoridad.

Pero hasta donde sabemos, casi nadie que se apegue a esa descripción formará parte de la nueva administración, con excepción, probablemente, del designado a la Secretaría de Defensa, cuyo apodo resulta ser Mad Dog (el Perro Loco).

Así que con esto nos quedamos: una administración sin precedentes por su corrupción, pero también con una ineptitud absoluta para gobernar. Déjenme decirles, va a ser fantástico… como diría Trump.

Presentado el faraónico proyecto de Caganchú, la estación de esquí de La Atalaya

"Presentado el faraónico proyecto de Caganchú, la estación de esquí de La Atalaya", en Miciudadreal, 20 enero, 2017:

Coincidiendo con la caída de los primeros copos de nieve de la temporada y en el marco de la Feria Internacional del Refrito (Fritur), se ha presentado el proyecto para la construcción de una imponente estación de esquí en el Parque Forestal de La Atalaya, el pico más alto del Sistema Peniculipardo de Ciudad Real.mánchamecaganchuCaganchú, que así se denominará esta infraestructura, se alumbró en pleno boom urbanístico, coincidiendo en el tiempo con proyectos como el Aeropuerto de Ciudad Real o el Reino de Don Quijote. Entonces el viento soplaba a favor y los fondos para inversiones surgían de la nada cual cencellada; no obstante, pese a contar con un copioso respaldo institucional y semoviente, el proyecto no cuajó.

La estación contará con varias pistas, clasificadas en diferentes dificultades para la práctica del esquí, la arada con bueyes y otras especialidades alpinas. Según ha trascendido, Caganchú dispondrá de la pista de leche en polvo más larga de Europa, que llegará hasta Peralvillo. Todo un reclamo para los apasionados de este deporte.

Para acceder a las instalaciones, se instalará un telesilla que unirá la explanada de la Puerta de Toledo con un centro de visitantes y ordeño que se levantará en el solar del antiguo psiquiátrico del parque forestal.

Por último, los promotores, un conglomerado de empresas aún en el anonimato, han anunciado que los forfaits incluirán el viaje de ida y vuelta en telesilla, el acceso a las pistas de esquí, un bol de gachas con torreznos y un chupito de limoná. De esta forma se pretende aunar deporte y turismo de invierno con la sibarítica gastronomía local

sábado, 21 de enero de 2017

Normalidad, por Juan José Millás.

Juan José Millás, "Normalidad". El País, 20-I-2017:

¿Por qué, ante el reciente informe de Oxfam Intermon, no han sonado las trompetas del Apocalipsis? ¿Por qué no ha caído aún sobre nuestras cabezas una lluvia de fuego y granizo mezclados con sangre? ¿Por qué no han regresado las almas de los muertos para anunciarnos el fin de los tiempos?

Pues porque hay noticias normales y noticias anormales. La noticia por antonomasia es la anormal (que un niño muerda a un perro). Para las normales reservamos un hueco junto a la relación de las farmacias de guardia. Significa que la circunstancia de que ocho personas posean la misma cantidad de riqueza que la mitad de la población del planeta no constituye un escándalo. Es normal que esos ocho ricos sean nuestros dueños, es normal que los ejércitos del mundo permanezcan a su servicio, y es normal que los políticos sensatos, con independencia de los programas por los que fueron votados, se pongan a sus órdenes una vez alcanzado el poder. Es normal asimismo que se facilite a estos millonarios cauces para eludir impuestos, de forma que el coste de los servicios públicos caiga sobre los hombros de quienes menos tienen, cuya sangre, sudor y lágrimas sirven además de combustible para los yates de los odiosos ocho (cortesía de Tarantino).

Eso es lo normal. Nos referimos a la normalidad revelada por Rajoy (y asistida por un partido normal como el PSOE), cuando predica que hay que gobernar como Dios manda, sin extremismos ni ocurrencias, sin dar una voz más alta que la otra, aunque procurando que cada año aumente un poco la distancia entre los ricos y los pobres. El orden del que disfrutamos, como ya vamos viendo, está basado en la moderación. Y esta es una de las razones por las que la electricidad sube normalmente cada día.

martes, 10 de enero de 2017

Los enemigos literarios de Francisco Umbral

J. F. Ubeda, Y Francisco Umbral sacó su fusil: sus archienemigos literarios en Libertad Digital 2015-08-28

En el octavo aniversario de su muerte hablamos del Umbral más canalla y feroz, el que destripaba escritores y/o periodistas.

Hace un par de años, de Francisco Umbral no se acordaba ni Dios. Salvo excepciones, se entiende. Se celebraban congresos sobre el autor; sus discípulos -buenos, como Antonio Lucas y el descarado Jesús Nieto, y malos, a los que mejor no nombrar, y tan abundantes- lo veneraban y reivindicaban, y luego estábamos los lectores enfermizos, quienes teníamos que ponernos el uniforme de Livingstone y recorrer las librerías de segunda mano para encontrarnos, por ejemplo, con títulos como Los políticos (1976), Trilogía de Madrid (1984) o Del 98 a don Juan Carlos (1992), porque en la Fnac o en la Casa del Libro, como mucho, encontrábamos Mortal y rosa (1975), Las ninfas (1975), y paren de contar.

Ahora, Umbral ha sido absorbido por el campo magnético de lo mainstream. Como los palo-selfies, el escritor se ha puesto de moda, cosa que es de agradecer, y, así, se han recuperado textos de juventud -Diario de un noctámbulo (Planeta, 2015)-; recopilado artículos -El tiempo reversible (Círculo de Tiza, 2015)-, o enseñado en la universidad -destacando el curso de la Universidad de Verano de la Complutense, en 2014, en El Escorial. Además, su biografía oculta se convirtió en carne de cañón de la actualidad cultural, cuando Manuel Jabois, en El País, descubrió y contó quién fue el verdadero padre del gran prosista.

En el octavo aniversario de su muerte, la comunidad umbraliana se manifiesta en medios de comunicación, blogs y redes sociales recordando al mejor violinista -"la columna es el solo de violín del periódico", decía- de la prensa española del siglo XX. En LD nos unimos al torrente de homenajes... pero nadando contracorriente, huyendo de loas, boatos y hagiografías: hablaremos del Umbral más canalla y feroz, el que destripaba escritores y/o periodistas -nos vamos a limitar a estos gremios-; el que ridiculizaba; el que, después de acuchillar -en sentido metafórico, claro-, rociaba la herida con vinagre.

Y lo haremos -al menos, lo intentaremos- imaginando que Umbral es un personaje de videojuego, de esos que, en la primera pantalla, combate contra un villano más fácil; en la segunda, contra uno -o varios- más complicado, así hasta llegar al monstruo final, el más poderoso, el más difícil de vencer. Así pues,

Nivel 1. Pilar Urbano y el alejandrino

Empezamos con un ataque facilón. En 1980, Pilar Urbano se refirió "en su sección inalámbrica" a un documental en el que aparecía la voz de Umbral en off. La periodista le atribuía un alejandrino a un verso de este, añadiéndole, además, una sílaba al verso: "Su rostro de Dama de Elche del socialismo ruso".

Tras enterarse del asunto, en su columna "Un alejandrino" (El País, 6 de septiembre de 1980), Umbral le recordaba que "catorce versos dicen que es soneto, pero nadie ha dicho nunca que quince sílabas auditivas sean alejandrino, sino catorce". "No me duele ni pesa ni inquieta, naturalmente, todo el mogollón de imprecisiones y parcialismos que Pilar Urbano pueda muñir en torno a mí o al tema, pero me importa mucho que me pongan o me quiten una sílaba en un verso", añadía.

Después, Umbral le reprochaba la forma "tan disparatada" y superficial que empleaba Urbano para informar, invitándola "a que vuelva a ver/oír el rollo en cuestión y aprenda de una maldita vez lo que es un alejandrino, cosa que, al parecer, no le han explicado nunca en la Escuela de Periodismo del Opus (si la hay), en la Escuela de Periodismo de la Iglesia (si ha ido) ni en la Escuela Oficial de Periodismo (si aún funciona eso)". "Me duele que me desmanganilles un alejandrino y, sobre todo, que no sepas lo que es, Pilar", concluía.

Nivel 2. El cadáver exquisito

Continuamos con un -teórico- imprevisto. Umbral mató al padre, o sea, a Camilo José Cela, al poco de que el Nobel de Literatura muriera. Lo hizo en Cela: Un cadáver exquisito (Planeta, 2002), alternando elogios y navajazos, llamándole "profesor de energía", "maestro en mi vida con el doble magisterio de la sabiduría y de la cercanía", y, a la vez, afirmando que su amigo "había terminado hace mucho su biografía", que no sabía hacer artículos e, incluso, contando que era Cela el que se fabricaba sus propios homenajes:

"Una tarde me lo dijo José García Nieto en el café:

–Que me ha llamado Camilo esta mañana, que se celebran los no sé cuántos años del Viaje a la Alcarria y que quiere un homenaje en Lhardy.

Aunque yo había seguido siempre muy de cerca la vida literaria madrileña, no llegué nunca a imaginar que los homenajes se los organice uno mismo, porque, si no, no hay un dios que te homenajee. Camilo quería que entre Pepe, Marino Gómez Santos y yo montásemos el número como efluvio natural de fervor literario de las masas. Una mierda. (…) Le dije a Pepe que yo no iba a hacer ni una sola llamada. García Nieto, siempre sabio, delicado y exquisito, no le dijo nada de mi abstención a Cela, de modo que, cuando llegué a Lhardy para el almuerzo, Camilo me saludó agradeciéndome los servicios prestados. Por una vez engañé a un gallego".

Años después, Arturo Pérez-Reverte tildó el ensayo de "oportunista e infame, escrito, eso sí, con estilo sublime". Pero no adelantemos acontecimientos.

Nivel 3. Galdós y Baroja

En la tercera pantalla del videojuego, nuestro personaje, por primera vez, se enfrentará a dos enemigos. Se trata de dos clásicos de la Literatura Española a quien Umbral no puede ver: Pío Baroja y Benito Pérez Galdós.

Del primero, cuenta a Eduardo Martínez Rico en Umbral: vida, obra y pecados (Foca, 2001): "Me parece malo por todas partes. Yo cojo una novela de Baroja y veo que está mal construida, se le olvida lo que está haciendo. (…) Es un desastre narrando porque se le olvidaba todo. Su prosa es espantosa, porque es una prosa de vasco, de una torpeza infinita. Y luego es mentira que sea un escritor de acción, porque no pasa nada".

Aquí encontramos otra rajada en una entrevista concedida al programa de TVE Los escritores, en 1978 –entre los minutos 16:20 y 20:20-:

Umbral tampoco podía ver/leer a Galdós. Los desprecios al escritor canario son constantes en su obra, pero vamos a quedarnos con este fragmento de Las palabras de la tribu (Planeta, 1994):

"A Galdós le traiciona la prosa. Su intención parece que es de cronista crítico, pero su prosa, pedestre, vulgar, carente de inspiración sintáctica, pobre, es exactamente el alimento espiritual, el lenguaje que puede entender ese público que él pretende denunciar. (…) Galdós, cuando se pone estilista, dice que Tristana tenía "una borriquita"... Y es cuando arrojamos el libro".

Y con esta otra puñalada, que hallamos en Valle-Inclán. Los botines blancos de piqué (Planeta, 1997): "Galdós no trascendía. Sino que todo lo descendía. Galdós es intrascendente".

Nivel 4. Paredón de literatos

En esta pantalla, nuestro personaje empleará el fuego a discreción. En el primer subnivel, apunta contra los intelectuales, así, en general, tomando como pretexto a Miguel Indurain. Escribe Umbral en Los cuerpos gloriosos (Planeta, 1996):

"Indurain no piensa más porque no le queda sitio. Indurain tiene una sola ceja, de sien a sien, y así sólo se puede ganar el Giro y el Tour, claro, pero no escribir La rebelión de las masas.

Lo malo es que muchos de nuestros intelectuales, escritores y poetas son cejijuntos, como Indurain. Tienen la misma cara de intelectual que el campeón. Indurain es el modelo de novelista español, sólo que él se ha hecho internacional y ellos no".

En el siguiente subnivel, tomamos el Diccionario de Literatura. España 1941-1995, donde describe a Carlos Barral como "poeta malo que lo sabía y bebía para olvidarlo. Prosista infame, en sus Memorias, que, entre el catalán, el francés y el castellano, no acierta un solo adjetivo"; a Julio Llamazares como alguien que "colecta plurales premios locales, regionales, comarcales, autonómicos y nacionales", y a Mario Vargas Llosa, como un autor "faulkneriano en su primera novela, incomprensible en la segunda, realista aburrido y numeroso en las siguientes (…) Un ensayista perdido en la novela, en fin, como tantos".

Más sorna/sarna aún emplea con Rafael Sánchez Ferlosio: "se emborracha, cambia de ideas todos los años y su dialéctica consiste precisamente en decir que cambia de ideas todos los años. Su padre, el gran escritor fascista Sánchez Mazas, era mejor que él y más fecundo", o con Luis Martín Santos:

"Tiempo de silencio (es) un subproducto que perplejizó a los antifranquistas de entonces que no habían leído a Joyce". Continúa señalando que su mensaje es "harto delicado, tímido, confuso, alegórico y remoto como para que pudiera inquietar ni a la mamá de don Juan Aparicio. (…) El autor, que moriría tempranamente, en accidente, dejó otro libro paralelo que luego publicaron póstumamente sus amigos, con equivocada voluntad de enemigos".

Final Round. Pérez-Reverte

En la pantalla final, Umbral se enfrentará a un rival que muerde, valiente, que planta cara con talento y mala leche: Arturo Pérez-Reverte. En una conferencia de prensa en Buenos Aires, el autor de Hombres buenos o Territorio comanche tildó a Borges de "gilipollas". Umbral defendió al argentino: "Pérez-Reverte ha elegido a Borges como chivo emisario para atacar a todos los escritores de prosa pura, de creación verbal".

El murciano respondía en un artículo titulado "Sobre Borges y sobre gilipollas", en el que cargaba con dureza contra Umbral: "Comprendo que debe de ser muy duro ganarse la vida haciendo magníficos artículos de folio y medio cuando lo que a uno le gustaría es ser novelista, y vender muchos libros, y aparecer en las listas de más vendidos. (…) Y es el lector -que está lejos de ser el imbécil que Francisco Umbral supone- quien al final decide".

Umbral pasó del conflicto cara a cara, optó por el silencio y la pulla más o menos sutil. En "Episodios nacionales" (11 de octubre de 2004, El Mundo), escribe:

"Pérez-Reverte saca una novela sobre el descalabro de Trafalgar, es decir, otra novela de capa y espada, de decadencia española y de Galdós. Los episodios nacionales de Pérez-Reverte a mí me parecen mejores que los de Galdós y además hay que comprarlos todos porque si no te vuelven a vender Las edades de Lulú. Entre la pornografía histórica y la pornografía de Almudena Grandes uno se queda con Pérez-Reverte y con la bandera roja y gualda".

Poco después, en la entrega de los Planeta, Umbral subió el nivel de bilis: "Tampoco tiene estilo y ningún crítico se lo reprocha". En su reacción, Pérez-Reverte optó por un ataque atómico. En "El muelle fojo de Umbral", escribe que aunque este tiene "la mejor prosa de España", "también cultiva una imagen, más social que literaria, inspirada en el malditismo narcisista y la soledad del escritor incomprendido y genial. Pero eso es cuanto tiene". "En realidad, Umbral nunca tuvo nada que decir", añade.

Además, Pérez-Reverte critica la "bajeza moral" de Umbral, reprochándole que sus ataques siempre habían sido dirigidos a novelistas ancianos o fallecidos. "Tan miserable hábito no lo mencionaría aquí de limitarse a lo privado; pero es que Umbral tiene la bajunería de salpicar con él su literatura. Su bello estilo. A todo eso añade una proverbial cobardía física, que siempre le impidió sostener con hechos lo que desliza desde el cobijo de la tecla. Pero al detalle iremos otro día. Cuando me responda, si tiene huevos. A ver si esta vez no tarda otros cinco años".

Que el lector juzgue si la partida quedó en tablas o si, en realidad, estamos ante un game over. Pero que se enganche a Umbral, aunque sólo sea por moda. Que acuda a sus libros. Que vaya más allá del "me gusta porque me he leído tantos artículos". "La lengua elige a unos cuantos tipos para expresarse, para salvarse, para decir todo lo mucho que tiene que decir, que es decirse a sí misma", dijo una vez. Umbral entró en esta convocatoria