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jueves, 31 de octubre de 2024

Jurado número dos, de Clint Eastwood

Luis Martínez, "Jurado Nº 2. Un eterno Clint Eastwood sin edad y sin piedad (****)", en El Mundo, 30 - X - 2024:

El más que longevo director completa una de sus películas más calladamente turbias de su filmografía

Cuenta Cicerón en su tratado sobre la vejez que Platón murió a los 81 y que la muerte le sorprendió en plena redacción de su último libro; que Isócrates escribió a los 94 'Panatenaicos' ("Y se sabe que vivió un quinquenio más") y que su maestro Leontino Gorgias cumplió los 107 y cuando le preguntaron por qué quería seguir viviendo, contestó: "No tengo nada que reprochar a la vejez". Uno se imagina a Clint Eastwood y sus 94 irreprochables años delante de su último trabajo y no queda otra que rendirse. No está claro que 'Jurado Nº 2' sea su última película, pero si así fuera, pocos adioses tan perfectos, tan vitales y tan ajenos a su condición de despedida.

'Jurado Nº 2' insiste en buena medida en el núcleo de una filmografía y hasta una vida obsesionadas las dos por las heridas de la culpa, por el sentido de la justicia y por los muchos inconvenientes de la vida en común. El director de 'Sin perdón', 'Mystic River' y 'Million Dollar Baby' (todas obras mayores) retoma ese cauce oculto de un cine en el que el más furioso de los libertarios convive con el más cabal de los moralistas. A distancia de esa obsesión reciente por los esforzados héroes anónimos, se diría que el cineasta vuelve a lo mejor de sí no tanto para purgar penas o hacer balance como para simplemente recordarse y recordarnos que, a veces, el mejor cine descansa en un simple plano detenido sobre una mirada que huye, un gesto furtivo que delata o nada más que una duda.

La película remite a los grandes dramas judiciales a puerta cerrada. La memoria del cine transparente y efectivo del Sidney Lumet de '12 hombres sin piedad' respira en cada secuencia con una certeza muy cerca de todos los abismos. La historia se antoja tan improbable como cautivadora. Y muy turbia. Un hombre es elegido como miembro del jurado popular en el juicio de un homicidio (o quizá asesinato) del que él, que no el acusado, es en verdad culpable. Lo que sigue es una deliberación cerca de la eternidad sea en el interior de la sala de, precisamente, deliberaciones como en lo más hondo de una conciencia que arde. Confesar e inmolarse en un acto de verdad que también lo es de justicia, o callar y dejar que la vida siga su curso. En verdad, todo es más complejo. El protagonista también es inocente (todo no fue más que un error, un accidente), pero no tiene forma de demostrarlo. Es decir, si se descubre ante todos, da lo mismo sus razones, pierde él y pierde la verdad. Y si se mantiene en silencio, pierde un inocente y pierde la justicia. ¿Puede ser acaso distinta la justicia de la verdad? ¿Dónde queda aquel célebre aforismo de que la justicia es la verdad en acción? Y así.

'Jurado Nº 2' avanza por la pantalla con cada plano en su sitio de la mano de una estructura dispuesta en espiral tan absorbente como reveladora, tan eficaz como libre de adornos. El perfecto trabajo tanto de Nicholas Hoult, en el papel del miembro del jurado a brazo partido contra su destino y su culpa, como de la siempre renacida Toni Collette, en la piel de una despiadada fiscal, puntúan cada tragedia diminuta con una profundidad a la altura de su transparencia. Lo profundo está en la superficie. Eastwood vuelve a su cine de fraseos largos, de escenas únicamente pendientes del peso de las miradas, de ambigüedades perfectamente calculadas y de un raro clasicismo que, de repente, se antoja casi vanguardista. Y todo ello arropado por un coro de voces (J. K. Simmons, Kiefer Sutherland o Cedric Yarbrough) que no solo ofrecen relieve y hondura, sino que acaban por configurar el escenario de un espejo que delata: ellos somos nosotros.

El resultado es una película que también es una prueba de vida. Definitivamente, en la vejez de Eastwood caben todas las juventudes del mundo.

Dirección: Clint Eastwood. Intérpretes: Nicholas Hoult, Toni Collette, J. K. Simmons, Kiefer Sutherland, Chris Messina. Duración: 117 minutos. Nacionalidad: Estados Unidos.

martes, 25 de junio de 2024

El médico de Budapest (2020)

He visto en el canal Sundance una película húngara excelente por su carga de experiencia vital e histórica, El médico de Budapest (2020), dirigida y escrita por István Szabó. Creo que tiene mucho contenido autobiográfico; en el fondo trata sobre como un régimen político puede inspirar una profunda ponzoña e infelicidad social, inspirando una mezquina maldad en un pueblo húngaro al que regresan un médico con un pasado polémico y un cura sacrificado que sufren el acoso y la perfidia de todo el mundo. Es dura, aunque no llega a los extremos formales de un Haneke. La dirección, las interpretaciones y el guion son memorables.

sábado, 11 de mayo de 2024

Películas para perder el optimismo. Absténganse los tristes.

Buried. De Rodrigo Cortés. Quien entre en el ataúd abandone toda esperanza. Como morirse antes de despertar dentro de una pesadilla.

Buscando al señor Goodbar. De Richard Brooks. Vivir con desenfreno las noches de los setenta rodeada de chiflados y peligrosos es demasiado al final, sobre todo si eres mujer y no ves venir lo peor.

Johnny cogió su fusil. Dalton Trumbo. El tipo de película que los adolescentes no podrían soportar. Para asquear la guerra cuando ni siquiera te puedes mover y aunque te muevas.

Funny Games. Michael Haneke y el sinsentido y singracia de la violencia y de algo más. Es medicinal. Cura la desensibilización de la violencia.

On the beach / La hora final. Stanley Kramer. El fin de todo tras el holocausto nuclear y cómo intentan asimilarlo con filosofía los mejores actores y actrices de Hollywood.

Requiem por un sueño. Darren Aronofsky. Degradación y pudrimiento por la droga sin florituras de cuatro personajes. ¿Les quedó algo que perder?

El séptimo sello. Ingmar Bergman. Edad Media, alegoría y verdad existencial en plena peste negra. De las pocas películas que tratan el tema de la muerte, como la que sigue.

All that Jazz / Empieza el espectáculo. Otra película sobre la muerte y el sentido de la vida por un vividor como Bob Fosse.

Fresas salvajes Ingmar Bergman. Un anciano médico llega al borde; tremendas pesadillas surrealistas y el sentido de la vida. ¿Cuál es el primer deber de un médico? Menudo examen.

Dancer in the Dark. Del negrísimo escandinavo Lars von Trier. Una madre hasta el final.

Midnight cowboy / Cowboy de medianoche. De John Schlesinger. Dos chaperos terminan en la terminal Nueva York. La música no les hace justicia

El tesoro de Sierra Madre. La habitual tragedia de los perdedores de John Huston; una aventura que lleva más allá de la fiebre del oro.

Ladrón de bicicletas. Vittorio de Sica. Cuando buscarse la vida sin nada te conduce a una desesperación ilegal. Pura objetividad neorrealista.

La noche de los lápices. Por Héctor Olivera. Represión y desaparición en Argentina. Es real, es dura, es deprimente.

No es país para viejos. Por los Cohen, haciendo de Hanekes. El drama de elegir; desabrida, cruel, loca.

La tumba de las luciérnagas. Anime de Izao Takagata. Hermanos bajo la guerra. La muerte no es el final.

Amour. Otra de Haneke, pero esta vez hablando (como siempre) en serio sobre la vejez, la enfermedad y la muerte.

Un día de furia. Joel Schumacher. Los no económicamente viables. Para que yo diga que es deprimente...

Up in the air. De Jason Reiman. Otra de no económicamente viables. Ni siquiera nos redime el culo de Vera Farmiga. Para curarse, véase American Beauty.

Irreversible. Del muy raro argentino Gaspar Noé. La justicia por la propia mano no es justicia.

Se7en. David Fincher. ¿Vale la pena luchar?

La niebla. En oposición a su brillante y esperanzada Cadena perpetua, Frank Darabont adapta esta vez otro relato de Stephen King con un transcurso y final realmente desesperado.

La versión Browning. Un profesor entregado a la enseñanza que al final de su vida no ha conseguido nada ni en la una ni en la otra. Solo la versión a blanco y negro, el remake moderno es un horror.

Las uvas de la ira. John Ford y la supervivencia del más pobre.

El hombre que mató a Liberty Valance. El testamento de John Ford. Somos muy poco y conseguimos aún menos todavía.

Los siete días del Cóndor. Fíate de tu país, pero no tendrás boca para agradecerle las coronas de flores.

Gritos y susurros, de Bergman, Los sentimientos agotados de los que llegan al final de la maratón de la vida.

Lilja Forever (Lilja 4-ever)

Mullholand drive. David Lynch. Qué triste es mentirse a uno mismo.

Children of men. De Alfonso Cuarón. El simpático borracho protagonista, héroe de la última humanidad, va a ver a su exesposa, la pelirroja, para salvarnos a pesar de nosotros mismos atravesando una distopía poco menos que real.

La invasión de los ultracuerpos. Esta es la versión buena, la de Kaufman y a color. Las plantas pueden ser realmente siniestras.

Los seres queridos. Tony Richardson adaptando la swiftiana novela de Evelyn Waugh. La esteticista Aimée, cuyo oficio es poner caras de satisfacción a los muertos, intenta mantenerse pura en un mundo de vivos más corruptos que sus clientes.

Hachiko. Seijiro Koyama. Sobre un perro real que pasa su vida esperando a su dueño muerto en la estación.

El hijo de Saúl.  László Nemes. El horror, el horror... Es absurdo escribir poesía después de Auschwitz.

domingo, 14 de abril de 2024

Escribir la oralidad

Juárez Casanova y Noelia Ramírez, "Escribir como se habla: así es la nueva tendencia en la literatura española", en Babelia, 23 de abril de 2023:

Oralidad deliberada, anarquía ortográfica y bilingüismo sin complejos. Del éxito de Andrea Abreu al debut de Greta García, una nueva hornada de autores revienta el canon en sus ficciones

“En mi vida he tenío tres grandes aspiraciones: ser bailarina, matar a gente y tener un ano enorme donde metérmelo to”, piensa Pili, la protagonista de Solo quería bailar (Tránsito), el debut de Greta García (Sevilla, 1992), desde su celda en Alcalá de Guadaíra. “No hay mejor disfraz que una buena corbata, diu el meu pare, i com que jo ni pintallavis ni talons, potser se’m veu el llautó de tarada que xiscla, acarnissada, RAJOY, I HATE YOU MARICÓN”, reflexiona en la misma frase Alba, la apática heroína barcelonesa de Consum preferent (Anagrama), primera novela de Andrea Genovart (Barcelona, 1993), combinando castellano, catalán e inglés.

A Aída, la pequeña tinerfeña sobre la que orbita la narración en tercera persona de Leche condensada (Caballo de Troya) —”La única niña que no chinga a los niños con lo último de la Coca Cola que queda enjediondada”—, le gustan los Pokémon tipo agua y sabe, porque se lo dijo la pediatra, que “no se puede huir de la ansiedad, solo afrontarla”, como relata su autora, Aida González Rossi (Santa Cruz de Tenerife, 1995). “Puedo compartir todo contigo mi cuchilla mi desodorante mi dinero si lo necesitas (no hay prisa por devolverlo) pero sé con certeza que no he querido hablar de lo importante que no he querido resolver mis dudas por minúsculas que fueran te masturbarías conmigo mirándote?”, escribe Luis Díaz (Alcalá de Henares, 1994) en Los bloques naranjas (Caballo de Troya), descodificando las señales camufladas en la homosocialización masculina de barrio.

"Da la impresión de que escribimos como hablamos, pero todo es técnica”, Andrea Genovart

Los libros citados tienen muchos rasgos en común. No usan comas ni puntos ni mayúsculas, adoptan la lengua oral como modelo y toman prestadas expresiones en otras lenguas, ya sean cooficiales o extranjeras, de manera desacomplejada. Todos están firmados por debutantes que han asaltado las librerías con pocos meses de diferencia con una prosa frenética, caleidoscópica, anárquica y (estudiadamente) espontánea. Esta nueva hornada de autoras y autores sin aparente nexo común ha vomitado novelas que parecen escritas sin coger aire, con la voluntad de reventar el canon y una ortografía disidente, situada al margen de las reglas de la RAE. No se trata, en realidad, de un fenómeno estrictamente nuevo. “Respecto a las reglas, una vez aprendidas, procuro olvidarme”, escribió Montserrat Roig contra la “hipocresía lingüística” de un panorama que “encerraba a las palabras sin dejarlas volar” unos pocos años antes de que todos estos autores nacieran. Más de tres décadas después, los recién llegados ya no temen alejarse de la pureza léxica en sus textos, de manera mucho más tímida que sus predecesores.

ALBERT GARCÍA

En los últimos años, autores de otras generaciones ya han experimentado con la palabra hablada en sus libros. Por ejemplo, Fernando Aramburu con los verbos conjugados a la donostiarra en Patria o la reciente Hijos de la fábula, Carlos Zanón con las expresiones barcelonesas en ­Taxi y, de una manera distinta, Cristina Morales al deconstruir los usos orales del lenguaje políticamente correcto en Lectura fácil. Pero estos debutantes van más allá y derrocan barreras invisibles a sus ojos.

Están las que, como Greta García, afirman “no haber tenido apuro ninguno” al abrazarse al Êttandâ Pal Andalûh (EPA), la ortografía no oficial del castellano creada en 2018 por el colectivo del mismo nombre para adaptarse a los dialectos andaluces, un estilo al que se acogen otros artistas como Alberto Cortés en sus textos para el teatro. García empezó aplicando la EPA únicamente a los diálogos, pero decidió ampliar su uso a todo el texto de Solo quería bailar. Su idea consistía en “aportar más teatralidad, cadencia y un palabrerío sevillano” a esta tragicomedia de una bailarina con la sensación de ser la más mediocre y de haberse tragado “toíta la mierda como una buena garganta profunda” al verse condenada a 30 años de prisión por atentar contra una oficina de Hacienda.

La sevillana confiesa estar leyendo en estos momentos Leche condensada, el debut en novela de la también poeta Aida González Rossi. En el libro, la escritora retuerce el dialecto tinerfeño “porque el lenguaje es tan rico y manejable como un bote de plastilina”. Y defiende haberse grabado a fuego la norma de Elena Ferrante sobre el hecho de tener una estructura clara del texto para después embarullarlo. “Lo mío es darme una habitación propia para proceder a destrozarla”, cuenta al otro lado del teléfono.

CLAUDIO ÁLVAREZ

Orgullosa de que se la compare con Panza de burro —la novela de Andrea Abreu sobre la cultura canaria quinqui de los dos mil que se convirtió en un fenómeno editorial, se tradujo a múltiples idiomas y descubrió a los peninsulares qué significaba “estregarse” o tener una “amiga jarrapa”—, la de García Rossi es la primera novela de la etapa de Sabina Urraca como editora invitada del sello Caballo de Troya. En su programación para este año, Urraca también ha seleccionado el texto sin comas ni puntos de Luis Díaz y otro repleto de laísmos y leísmos que narra María José Hasta (Huesca, 1989) en Se te oscurece el pelo, que saldrá a la venta en mayo. Y que se lee, como defiende su autora, “como si escucharas una tonadilla y afinaras el oído para entender la letra”.

"Los fascistas del lenguaje están alrededor, pero también en nosotras mismas” Sabina Urraca

Para Urraca, limitarse a las reglas que dicta el canon da más asfixia que alivio. Todavía recuerda cuánto lloró al ver su primer texto impreso a sus 25 años, cuando una revista literaria publicó un cuento suyo que simulaba un chat de personas que hablaban sobre mascotas y que estaba escrito respetando la jerga del canal, con expresiones diversas y faltas de ortografía. “Me lo corrigieron todo. Me lo tradujeron al español de la RAE. A veces siento que con mi labor editorial de buscar y editar a personas que escriben libremente, que usan el lenguaje como juego y disfrute, y no como cárcel a la que adaptarse, estoy vengando esa faena horrible que me hicieron hace años”, reconoce.

La editora asegura que estamos rodeados de “fascistas del lenguaje” y que su influjo nos ha llegado a envenenar el cuerpo. “Hay que tener cuidado, porque está alrededor, pero también en nosotras mismas: está en la creencia, más arraigada de lo que pueda pensarse, de que el español de España —que yo me pregunto cuál es ese español, habiendo como hay tantas variantes del lenguaje en España, una por cada persona— es la verdad suprema, el kilómetro cero de las lenguas”, denuncia Urraca.

Sus protegidos no tienen miedo al sistema. “Somos una generación socializada por internet. Aunque nos haya podido influir en la forma de escribir, en mi caso necesitaba sacar el barullo de la ciudad como espacio: escribir con la sensación de que sale todo de golpe, como si abrieras un grifo y no pudieras cerrarlo”, apunta Luis Díaz, que reescribió Los bloques naranjas “hasta la extenuación”, pese a la aparente despreocupación que puede desprender el hecho de no haber incluido signos de puntuación.

ÁLEX DE LA TORRE

Andrea Genovart coincide con Díaz en la voluntad de trasladar la vorágine de toda gran urbe a sus páginas gracias al ritmo en la escritura. La catalana llega a dedicar 16 líneas a repetir la palabra “subnoRRRmals” sin descanso en Consum preferent, ganadora de los 12.000 euros del Premio Llibres Anagrama de Novel·la, que se traducirá en otoño al castellano. Genovart asegura que su novela, inspirada por Georges Perec por sus experimentos formales y también por su mirada como espectador de la ciudad moderna, es obsesiva con un estilo que parece caótico, pero es metódica hasta la obsesión. “La espontaneidad se trabaja. Tuve claro el estilo antes que la trama: este no podía ser un relato único, convencional y no interferido. Hoy en día, tenemos que atender a múltiples realidades (personales y externas, digitales y analógicas) que nos aturden con estímulos contradictorios con los que intentamos conciliar. Por eso da esa impresión de que está escrito tal como se habla, pero en realidad todo obedece a una técnica de escritura y reescritura continua”, asegura Genovart.

No todo el mundo es capaz de entenderlo así. Horas después de hacer estas declaraciones, Genovart fue tan acosada por su estilo inhabitual y su mezcla de lenguas que decidió borrar su cuenta en Twitter en plena semana de Sant Jordi. Otro tanto para los puristas de la lengua, esos que defienden, según Urraca, que se ponga en cursiva toda palabra “no escrita en el absurdo canon de la corrección”. “Esa cursiva debilita esa palabra, está indicando que es menos importante e incluso la carga de un humor no consentido”, señala la editora. Ella piensa seguir alerta contra quienes creen que el andaluz es gracioso; el canario, sexi, y el murciano, feo. “El fascismo del lenguaje está en reírse de cualquier acento de Latinoamérica o estereotipar el acento. Y, si me apuras, también hay fascismo del lenguaje en saber mucho inglés, pero ni una palabra en catalán, gallego, euskera o portugués. No es cuestión de estudiar. Es curiosidad, interés por el mundo y por la vida. No me digas que te encanta viajar si, cuando escuchas hablar en catalán, te cierras en banda”. Pero sabe que no está sola: tiene a toda una nueva generación literaria dispuesta a secundarla.

Solo quería bailar , Greta García ,Tránsito, 2023, 200 páginas, 18 euros

Leche condensada,  Aida González Rossi,  Caballo de Troya, 2023, 176 páginas, 15,90 euros

Los bloques naranjas, Luis Díaz,  Caballo de Troya, 2023, 120 páginas, 15,90 euros

Consum preferent, Andrea Genovart, Anagrama, 2023 (en catalán), 192 páginas, 17,90 euros

Se te oscurece el pelo, María José Hasta, Caballo de Troya, 2023, 184 páginas, 15,90 euros.

Las películas y series hablan idiomas, Álex Vicente

Las imágenes también se vuelven bilingües. Igual que la literatura se acerca a la oralidad usando el registro coloquial y la mezcla de idiomas, el cine y las series han emprendido un camino similar para acentuar su naturalismo. En los últimos Goya, tres de las cinco nominadas a mejor película alternaban distintas lenguas: As bestas (castellano y gallego, además de francés), Cinco lobitos (castellano y euskera) y, en menor medida, Alcarràs (catalán y castellano). Reflejaban un fenómeno de fondo en el audiovisual español: un distanciamiento respecto a un monolingüismo que suena impostado cuando una ficción transcurre en Barcelona, Bilbao o Vigo.

La llegada a los cines de 20.000 especies de abejas, que sucede en la zona fronteriza entre Bizkaia y la ciudad vascofrancesa de Bayona, confirma esta tendencia. La directora Estibaliz Urresola decidió mezclar castellano, euskera y francés. “Hacer una película en una sola lengua en este entorno no hubiera tenido sentido. La realidad que describo transita de forma natural de un idioma al otro, incluso dentro de la misma familia, sin que haya problemas de convivencia”, dice Urresola. Además, el uso del vasco era importante en la trama: la gramática del euskera, en la que no se declina el género, se adecuaba a la identidad de su personaje principal, una niña trans a la que muchos siguen tratando como un niño. En castellano, esa ambigüedad desaparecía. “En un mundo cada vez más globalizado, esos detalles aportan valor a las películas y series frente a las narraciones y los discursos hegemónicos”, opina. 

Guillem Clua, dramaturgo y director catalán, es del mismo parecer. Cuando Netflix le encargó adaptar su exitosa obra teatral Smiley, sobre la accidentada historia de amor entre dos gais barceloneses, decidió mezclar castellano y catalán, pese a que la obra original, estrenada en 2012, estuviera escrita solo en la segunda lengua. “Una ficción que tenga lugar en la Barcelona actual tiene que ser bilingüe por fuerza. Las obras que usan solo una de las dos lenguas son legítimas, pero también artificiosas”, dice Clua. Para el director, las plataformas han supuesto “un cambio de paradigma”, por la normalización de los subtítulos y por el gran número de contenidos producidos. “La oferta es tan abundante y está tan segmentada que permite que haya proyectos que no hubieran existido en un modelo enfocado al público generalista, en el que daba miedo cambiar las fórmulas de siempre. Antes se creía que usar las lenguas cooficiales restaba público. Ese cliché está superado”. Recuerda que, en sus comienzos como dialoguista de la serie El cor de la ciutat en TV3, allá por 2005, un personaje castellanoparlante despertó críticas. Pero abrió camino a otras series producidas por la televisión pública, desde Merlí y su continuación, Sapere aude — donde el personaje de María Pujalte hablaba en castellano—, hasta Drama, en las que ambas lenguas se alternan con naturalidad. Lo mismo sucedía en películas como Los días que vendrán, de Carlos Marqués-Marcet, o la reciente Suro, de Mikel Gurrea. 

Dos nuevas series producidas por Filmin apuestan por un modelo parecido. En Autodefensa, un diálogo en castellano es interrumpido por una chica cantando el Virolai, himno dedicado a la Virgen de Montserrat celebérrimo en “la catalana terra”. Y en Selftape, las hermanas Joana y Mireia Vilapuig combinan las dos lenguas sin reparos. “A diferencia de una autonómica, no tenemos ninguna obligación legislativa, ningún mandato político para maximizar el uso de la lengua minoritaria. Eso nos da más libertad para plantear obras en una mezcla de los idiomas que se hablan en España”, señala su director editorial, Jaume Ri­poll. “Cuando recibimos un proyecto, nos da igual que sea en gallego, en euskera, en catalán o en castellano. Lo que nos importa es que cada personaje hable en la lengua que le corresponda”.

miércoles, 14 de junio de 2023

Las cien mejores comedias según Juan Cabestany

Juan Cabestany , "Las 100 mejores comedias de la historia del cine". Cinemanía 28.04.2020

¿Eres más de Chaplin, de Keaton o de los Monty Python? ¿De los hermanos Marx, de los Farrelly o de los Coen? ¿De Berlanga o de Cuerda? Aquí tienes el ranking definitivo con las mejores comedias de la historia del cine. ¿Eres capaz de terminarlo sin partirte de risa?

99. Caro diario (Nanni Moretti, 1993)

Conocí a Moretti con 'Caro diario': recorría Roma en vespa bailando al son de la música sin perder su aire serio ni caerse de la moto. Después, en una escena conmovedora, buscaba en Ostia el lugar en el que mataron a Pasolini. Para entonces ese tipo desgarbado, impertérrito e impertinente ya me había cautivado. Siempre he disfutado menos del segundo episodio: creo que cuando Moretti baja de la moto y sube a un barco para recorrer las islas junto a un amigo la película pierde parte de su gracia, tal vez porque el tono abandona la cotidianeidad y se acerca a la fábula. Pero cuando acaba Isole llega el tercer capítulo del diario: Medici, posiblemente mi favorito. Aquí Moretti reconstruye algo que le ocurrió: un penoso recorrido de médico en médico para encontrar la causa de unos molestos picores. Verle en la playa, obligado a llevar zapatos y medias hasta la rodilla por el enésimo diagnóstico erróneo me produce una tristeza inmensa. Cuando finalmente encuentran la causa del prurito, un grave linfoma de Hodgkin, y, por fin, Moretti, ya curado y rodeado de montañas de medicamentos (todos los que le recetaron equivocadamente) se dirige a cámara y bebe un vaso de agua, siento que hay algo conmovedor en ese nimio gesto., , Es una manera prosaica de celebrar que está vivo. Y, ahora que lo pienso, creo que eso es exactamente lo que es 'Caro diario'; una muy personal y poco enfática reivindicación de la vida.

​DANIEL CASTRO

98. Jo, qué noche (Martin Scorsese, 1985)

La oscuridad no miente. La peripecia de un oficinista desde que el sol se pone hasta que vuelve a salir da para esta película circular y redonda, abstracta, sexy, histérica, trágica y de cualidades esotéricas. Cine de la interzona que, como los sueños, no envejecerá nunca. Estamos ante una de las comedias más estrambóticas y sofisticadas de una década que se caracterizó por la imbecilidad del género. 

>> Digámoslo de una vez: la mejor película de Scorsese con diferencia.

​R. L.

97. El hombre tranquilo (John Ford, 1952)

Cualquier cosa puede suceder en Innisfree. Convertir una pelea en ronda de cervezas, unir a un cura católico con un pastor protestante, dulcificar a la salvaje Mary Kate (Maureen O’Hara), ver a John Wayne enamorado... Y todas ellas buenas, aunque un poquito rudas por culpa de ese cascarrabias que dijo que hacer cine era como tomar “un pedazo de tarta”. “Todo lo que quiero es ir a Innisfree”. Señor Thornton, sus deseos son órdenes de John Ford. 

>> De aquí vengo y en esto creo. Firmado: Sean Aloysius O’Feeney, aka John Ford.

​C. M.

96. Love Actually (Richard Curtis, 2003)

Una comedia navideña for all seasons, un placer culpable para la eternidad. “Esta es mi 'Pulp Fiction”: Richard Curtis se dio el pisto al ponderar las 10 relaciones cruzadas de esta 'Magnolia' del amor de anuncio, debut del guionista de 'Notting Hill' y 'Cuatro bodas y un funeral' (“Voté contra Hugh Grant para protagonizarla”). No regrets, Grant bordó al más lúcido inquilino del 10 de Downing Street. Al menos el que mejor luce las camisas. 

>> Encantadora: nadie ha rodado mejor las despedidas de aeropuerto.

​C. M.

95. Moonrise Kingdom (Wes Anderson, 2012)

Bill Murray con su hacha, Frances MacDormand hablando por un megáfono –sugerencia de Roman Coppola; su madre, Eleanor, solía llamar así la atención de los hijos que comparte con Francis–, el amor imposible de Suzy y Sam, Bruce Willis durmiendo solo en un barco, Nueva Inglaterra en los 60... Como las viñetas de Snoopy y Charlie Brown, el humor de Wes Anderson tiende a ponernos tristes. 

>> Reirás si eres de los que escribe cartas a mano escuchando a Françoise Hardy.

​A. G. B.

94. Granujas a todo ritmo (John Landis, 1985)

Nacida como banda de coña en el Saturday Night Live, The Blues Brothers alcanzaron tal prestigio en su tarea revivalista del rythm’n’blues que sus líderes, John Belushi y Dan Aykroid, no dudaron en lanzarse a la misión celestial de esta película, una road movie demoledora y salvaje que durante mucho tiempo se jactó de ser el título en que más vehículos se desguazaron. De la cocaína mejor no hablamos. 

>> Gasta calibre de culto y en sus reposiciones incita a la performance.

​R. L.

93. Todo en un día (John Hughes, 1986)

Pero... ¿cuántas cosas hace Ferris (Matthew Broderick) en su “día libre”? 7:30 FINGE QUE ESTÁ ENFERMO. Todo es poco para convencer a tus padres de que hoy no puedes ir a clase. 9:15 ‘HACKEA’ EL ORDENADOR del instituto sin salir de casa. ¿Juegos de guerra? 10:00 RECOGE A SU NOVIA en la cara del director Rooney (Jeffrey Jones), que acompaña a Sloane (Mia Sara) a la puerta. 10:30 VISITA LA TORRE SEARS tras dejar el Ferrari del padre de Cameron (Alan Ruck) en el párking para otear Chicago. 10:50 JUEGA A LA BOLSA. 11:15 ALMUERZA EN CHEZ QUIS. 12:45 VA A UN PARTIDO DE BEISBOL, Chicago Cubs contra Atlanta Braves. 13:55 VISITA EL ART INSTITUTE, con parada especial frente a Tarde de domingo en la isla de la Grande Jatte. 16:00 HACE PLAYBACK (Danke Schön y Twist and Shout) en el Día de Von Steuben. 16:45 RECOGE EL FERRARI y mira el cuentakilómetros. Hay que añadir 40 minutos hasta que Cameron sale del shock. 17:35 SE BAÑA EN LA PISCINA y evita que su amigo se suicide en el agua. 18:20 VE CÓMO EL FERRARI se despeña, quedando completamente destrozado. 18:55 SE METE EN LA CAMA cinco segundos antes que sus padres. 19:01 ROMPE LA CUARTA PARED por última vez ese día. ¡Buenas noches!

>> Adolescente y trascendente, Ferris Bueller nos mostró el camino.

92. Election (Alexander Payne, 1999)

“Había conocido a muchos estudiantes ambiciosos, pero Tracy Flick era un caso especial”. Mitad Lolita, mitad Hillary Clinton, Flick (Witherspoon) fue la peor pesadilla del pobre McCallister (Broderick) y la protagonista del filme más irónico de Alexander Payne. “Hasta mi madre cree que Election es mi mejor película. Vio 'Nebraska' y me dijo: ‘Sí, es buena, ¿pero por qué no puedes hacer otra tipo Election?”. 

>> Caricatura de la ridiculez humana. El Payne con más mala uva.

​I. C.

91. Misterioso asesinato en Manhattan (Woody Allen, 1993)

“No puedo escuchar tanto Wagner... ¡Me dan ganas de invadir Polonia!”. Lo que para Allen era un divertimento menor terminó siendo una comedia mayor en la que Diane Keaton reemplazó a Mia Farrow tras su ruptura. “A Mia le gusta hacer cosas graciosas, pero no es una cómica tan completa como Diane. Hizo este papel más gracioso de cómo yo lo había escrito”. 

>> El Allen que más nos gusta: divertido, ligero, ingenioso y cinéfilo.

​D. B.

90. Notting Hill (Roger Michell, 1999)

Aquella puerta azul, parada obligada en el peregrinaje de los cinéfilos, fue propiedad del guionista de 'Notting Hill', Richard Curtis, antes de que acabase subastada en Christie’s. Esta 'Cenicienta' en la que el príncipe era una estrella de Hollywood –Julia Roberts– y la calabaza tartamudeaba como Hugh Grant, nos descubrió, con ayuda de Rhys Ifans, que era posible reírse con –y no de– los cuentos de hadas. 

>> Como las camisetas de Spike (Rhys Ifans), lo ñoño no quita lo valiente.

89. Primera plana (Billy Wilder, 1974)

Billy Wilder, que fue periodista en Viena, traza un mordaz pero elegante retrato del oficio en esta adaptación de la obra de teatro de Ben Hecht que antes llevaron a la pantalla Lewis Milestone y Howard Hawks. El cineasta usó el personaje del psicoanalista, el hilarante Max J. Eggelhofer, para vengarse de Freud, que le había echado a patadas de la consulta cuando de joven intentó entrevistarle . 

>> Una sátira sobre el periodismo que está más vigente que nunca.

​D. B.

88. Vacaciones en Roma (William Wyler, 1953)

Dicen que William Wyler le daba a Audrey Hepburn todos los días antes de rodar un negroni (cóctel italiano). Una leyenda barata para intentar explicar por qué la actriz brilló como nunca en su primer gran papel en Hollywood: Gregory Peck tuvo que aceptar que la estrella era ella. Hepburn ganó su primer Oscar, puso de moda las vespas y los helados en las escaleras de Piazza di Spagna. 

>> La antiCenicienta casi neorrealista con moraleja periodística.

​I. C.

87. Charada (Stanley Donen, 1963)

Cuando a Cary Grant le ofrecieron protagonizar Vacaciones en Roma junto a Audrey Hepburn la rechazó por los 26 años de edad que le sacaba. Finalmente cedió en esta comedia romántica en la que Donen hace un uso del suspense que ha llevado a muchos a calificarla como “la mejor película de Hitchcok que Hitchcock nunca hizo”. La música de Henry Mancini y los títulos animados son célebres. 

>> La comedia de misterio que hubiera firmado Hitchcock.

​D. B.

86. Ninotchka (Ernst Lubitsch, 1939)

La cámara de Lubitsch, el guion de Billy Wilder y Charles Brackett y el encanto de una Greta Garbo en su primer papel cómico, que también sería el penúltimo de su carrera. Incluso el férreo bigotón de un Stalin en plena campaña de purgas (“Habrá menos rusos, pero mejores”) palideció ante tamaña entente, nominada a cuatro Oscar. Y no olvidemos a Bela Lugosi, en el rol de siniestro comisario político. 

>> Con tiranos o sin ellos, las golondrinas siempre vuelven.

​Y. G.

85. El mundo está loco, loco, loco (Stanley Kramer, 1963)

Spencer Tracy, Peter Falk, Mickey Rooney, Buster Keaton... ¡hasta Jerry Lewis y los Three Stooges! Un reparto de lujo conformó esta comedia coral de ratas a la carrera en busca del botín de un moribundo. Más de tres horas –poca broma– de humor bobo y no tan blanco facturadas por un director dramático y comprometido que aquí se revelaba también dotado para lo que se llama el cachondeo. 

>> Probablemente, la película favorita de tu padre. Respect.

​R. L.

84. Dieciséis velas (John Hughes, 1984)

Misántropo reaganiano por fuera, y adolescente atormentado por dentro: así era John Hughes, y así se revelan sus mejores filmes. Encantadora aún en sus defectos, 'Dieciséis velas' codificó un género (la comedia teen y urbana), lo dotó de iconos (Molly Ringwald y Anthony Michael Hall) y nos regaló escenas tan antológicas como la de esa horda con acné pujando por unas bragas en el lavabo del gimnasio. 

>> El cumpleaños más triste puede ser también el más hilarante.

​Y. G.

83. La cena de los idiotas (Francis Veber, 1998)

Los franceses, tan superiores intelectualmente, cambiaron el “siente a un pobre en su mesa” de Plácido por un “siente a un tonto en su mesa” en esta descacharrante sitcom en la que Francis Veber adaptó su propia obra de teatro. Jacques Villeret, que ganó el César por interpretar al idiota, murió a los 53 años tras una vida marcada por la depresión y el alcohol, cumpliendo así el cliché de payaso triste. 

>> Puro humor galo sin frites ni Ch'tis. Un reto: ¿puedes verla sin reírte?

​D. B.

82. Lío en los grandes almacenes (Frank Tashlin, 1963)

La experiencia de Frank Tashlin como animador de 'Looney Tunes' lo capacitó para ser el director que mejor partido podía sacar a la elasticidad de Jerry Lewis como cartoon humano. Su fetiche eran las extremidades: de los dedos a máquina de Lewis a las piernas infinitas de sus mujeres. “No diga que la comedia es chaplinesca, sino alto y claro que es tashlinesca”, proclamaba con razón Jean-Luc Godard.

>> Más dibujos animados de carne y hueso que en '¿Quién engañó a Roger Rabbit?'.

​D. D. P.

81. Chicas malas (Mark Waters, 2004)

En el guion de una semidesconocida Tina Fey (no había llegado aún 'Rockefeller Plaza') el instituto era una selva peligrosa; las pijas, depreda- doras, y el bullying una suerte de selección natural contra novatas como Lindsay “quién te ha visto y quién te ve” Lohan. Precursora de la lucha de las queen bee por mantener su hegemonía –léase 'Gossip Girl'–, sigue imbatible como ejemplo de comedia teen incisiva. 

>> Decálogo magistral de putadas non- stop. Lindsay se haría luego queen bee.

​M. G.

80. Una cuestión de tiempo (Richard Curtis, 2013)

Esto no es una comedia romántica. Es “una película divertida sobre el amor”, dice Curtis. No hay fórmulas más allá de la suya desde Cuatro bodas y un funeral: chico tímido inglés (Domnhall Gleeson à la Hugh Grant) conoce a chica americana encantadora (Rachel McAdams à la Andie MacDowell o Julia Roberts). Ahora la ha perfeccionado con hilarantes viajes en el tiempo y su as en la manga: Bill Nighy. 

>> La vuelta encantadora y romántica del día de la marmota.

​I. C.

79. La tentación vive arriba (Billy Wilder, 1955)

Billy Wilder dio forma al concepto de Rodríguez y convirtió a Marilyn Monroe en un icono en esta comedia cuyo rodaje fue un infierno. La actriz, que padecía una fuerte depresión, llegaba tarde y olvidaba las líneas de diálogo todo el rato. Y para rodar la celebérrima escena en la que se le levanta la falda en la alcantarilla –que provocó su divorcio de Joe DiMaggio– fueron necesarias 40 tomas. 

>> Convirtió a Marilyn Monroe en el icono que es hoy.

​D.B.

78. Torrente, el brazo tonto de la ley (Santiago Segura, 1998)

Dio lugar a una franquicia millonaria, implantó la cultura del cameo, recuperó la tradición de la comedia castiza, consagró a Santiago Segura como showman, nos descubrió a monstruos como Javier Cámara... Con tantos méritos a veces se olvida lo fundamental. Por ejemplo, que puso de acuerdo a todos, desde el crítico sesudo Ángel Fernández Santos a El Fary: José Luis Torrente es tan repugnante como imprescindible. 

>> El tonto, el facha y el malo –todo junto– que sacudió al cine español.

​M.P.

77. (500) días juntos (Marc Webb, 2009)

La vendetta fílmica del guionista Scott Neustadter (el 75 % de la película es autobiográfica, “¿te enteras, Jenny Beckman? ¡Zorra!”) hizo que el moderneo peterpanesco se reconciliase con la romcom. A cambio, los buceables ojos de Zooey Deschanel –la peli se diseñó en tonos azules para hacer juego con ellos– reactualizó la misoginia en términos molones inventándose el concepto Manic Pixie Dream Girl. 

>> Hará que te acuerdes de tu ex, aunque puede que no te haga ni pizca de gracia.

​A. G. B.

76. Loquilandia (H. C. Potter, 1941)

Antes de que los Zucker y Abrahams lo petaran con Aterriza como puedas ya existía este sidral endiablado de gags lunáticos que hoy puede entenderse como arrebato subversivo en el corazón del Hollywood dorado. Adaptación de un musical con el dúo Olsen & Johnson, abunda en efectos especiales, presenta trazas de spoof movie y alma de varieté, tiene la cuarta pared en ruinas y la capacidad de explotar en tu cabeza. 

>> Una audacia de la Universal que mantiene su velocidad sónica.

​R. L.

75. El diario de Bridget Jones (Sharon Maguire, 2001)

No todo fue engordar. Para prepararse el papel, Zellweger trabajó de incógnito en una agencia de publicidad. Hombre, lo del retrato enmarcado de su novio –Jim Carrey– en la mesa de la oficina era raro, pero sus compañeros no le dijeron nada para no avergonzarla. Algo de lo que no se hubiese librado Bridget, esa bochornosa Jane Austen reloaded que nos hizo considerar ligar con Colin Firth como algo plausible. 

>> Para ver con una tarrina de helado y las bragas elásticas de abuela puestas.

​A. G. B.

74. Un cadáver a los postres (Robert Moore, 1976)

Neil Simon reunió a un supergrupo de investigadores y detectives literarios para enfrentarlos a la resolución de un crimen imposible y al desprecio de Truman Capote. Su dream team de comedia –Peter Sellers, Alec Guinness, Peter Falk, David Niven– rivalizó en plató para ver quién era más gracioso. Sellers imitaba a Guinness por teléfono para reclamar a Simon cambios en sus diálogos y generar caos. 

>> Defensa imbatible cada vez que alguien se mete con la fan fiction.

​D. D. P.

73. Mi tío (Jacques Tati, 1958)

“Creo sinceramente que el cine cómico no está pasado de moda” dijo el genial Jacques Tati, que en esta magistral sinfonía visual (que tardó nueve meses en rodar) se vale de su álter ego, el patoso Monsieur Hulot, para reivindicar la Francia tradicional y reírse (sin hacernos reír) de la mecanización y la deshumanización de la vida moderna. “La película lleva a cabo una defensa del individuo”. 

>> La equivalente de 'Tiempos modernos' del Chaplin francés.

​D. B.

72. Los viajes de Sullivan (Preston Sturges, 1941)

Favorita de cinéfilos y cineastas –los Coen en 'O Brother!', Clint Eastwood en 'Un mundo perfecto' y Frank Darabont en 'Cadena perpetua' le han guiñado un ojo–, su protagonista, el director John L. Sullivan (Joel McCrea) no podía imaginarse que esta odisea americana en busca del drama conduciría hasta el corazón mismo de la comedia. Sturges se la dedicó a todos los que nos hicieron reír. Pluto incluido. 

>> La cura para la Gran Depresión: carcajearse con Veronica Lake.

​M. P.

71. La extraña pareja (Gene Saks, 1968)

Un texto del dramaturgo Neil Simon que Mike Nichols había dirigido en Broadway (en España llegaron a interpretarlo sobre las tablas Esteso y Pajares) dio pie a esta película entrañable donde Jack Lemmon y Walter Matthau son dos divorciados de temperamentos diametralmente opuestos, el uno metódico y ordenado, el otro caótico y desastre. La suma de los dos dará el resumen del hombre como piltrafa.

>> Cristalización cinematográfica de un pequeño gran clásico de la escena.

​R. L.

70. El quinteto de la muerte (Alexander Mackendrick, 1955)

“Es un retrato cómico e irónico de la Inglaterra de postguerra”, escribió Mackendrick. Los cinco infortunados atracadores simbolizan cada colectivo vencido por el poder de la victoriana señora Wilberforce. Canto del cisne del estudio Ealing y, tal vez por eso, la mejor de las muy buenas películas que produjo, es la quintaesencia del humor británico, sombrío como la inolvidable sonrisa torcida de Alec Guiness. 

>> Lección magistral e insuperable de la causticidad del humor inglés.

​R. R.

69. Divorcio a la italiana (Pietro Germi, 1961)

Las maquinaciones de un Marcello Mastroianni afanoso por liberarse como sea del yugo matrimonial para, a sus treinta y largos, yacer legitimado con su prima de 16, una aspiración comprensible tratándose ésta de Stefania Sandrelli. Un relato negro como el alma de Europa, tremendo y anticlerical, y el primer pelotazo de la exitosa “comedia a la italiana” que reinaría en su década. 

>> Un cine de localismos tan profundos que no puede ser más universal.

​R. L.

68. Scary Movie (Keenen Ivory Wayans, 2000)

Los hermanos Wayans abordan el cine de terror juvenil bajo la óptica ZAZ como si fueran esos adolescentes con ganas de bulla, escatología y drogas que se sientan en la última fila de butacas. Y el encadenado de burradas funciona. ¿La clave ignorada por copias y continuaciones? Algo tan evidente como preocuparse por construir una trama alrededor de las burlas a costa de películas recientes. 

>> Descubrió a Anna Faris e hizo que 'Scream' pareciera seria y todo.

​D. D. P.

67. Primos (Daniel Sánchez Arévalo, 2011)

Sánchez Arévalo sabía que era arriesgado “poner a tres tíos de 30 años cantando y bailando los Backstreet Boys en un escenario”. “Era la secuencia estrella en el sentido de que te puedes estrellar”. Pero había que hacerlo. Y los tres primos (Quim Gutiérrez, Raúl Arévalo y Adrián Lastra) brillaron en una escena que merece su estrella propia en un paseo de la mejor comedia española: la que vuelve al pueblo. 

>> La cumbre de las fiestas de pueblo: viva el resacón en Comillas.

​I. C.

66. Intocable (O. Nakache & E. Toledano, 2011)

Un ciclón de carcajadas recorrió Europa a rebufo de una silla de ruedas ocupada por un tetrapléjico millonetis y conducida por un negro con la carcajada contagiosa del mejor Eddie Murphy. Ambos, Cluzet y Sy, estaban tocados por el carisma, ese don que logra que incluso una historia real (¡oh, no!) a punto de moraleja se convierta en la buddy movie perfecta: la pareja interracial más cachonda desde Entre pillos anda el juego. 

>> Hizo reír incluso a los más rancios críticos festivaleros (que luego renegaron). Doy fe.

​C. M.

65. Sucedió una noche (Frank Capra, 1934)

Meses antes de que Hollywood instaurara la autocensura, Capra nos regaló los perniles de la flapper Claudette Colbert, que se patean EE UU junto al bigote de Gable a ritmo de screwball: lucha de sexos y rápidas réplicas verbales. Primera película y única comedia en lograr cinco Oscar y eso que, según Colbert al finalizar el rodaje, era “la peor película que he filmado en mi vida”. 

>> Cómo conocí a la madre de todas las screwball comedies.

​R. R.

64. Wayne's World (Penelope Spheeris, 1992)

Wayne y Garth eran los Beavis and Butt-Head en carne y hueso. Colegas incondicionales, musiqueros, algo bocazas y enamoradizos. Claudia Schiffer se mosqueó porque dijeran que se las ponía duras (¡schwing!). Más blanco que hiriente y deudor del humor anárquico inglés y del SNL, contiene locos cameos como el de Alice Cooper y un memorable karaoke al volante con la Bohemian Rhapsody de Queen.

>>  “Marcha, marcha, es total”. Una tontería convertida en himno generacional.

​M. G.

63. Los Tenenbaums (Wes Anderson, 2001)

Una familia de genios, sí, y también la tribu más disfuncional vista nunca en pantalla. Como todo buen culebrón de Wes Anderson no faltan las claves de su particular universo: las gañanadas de Bill Murray, los uniformes e insignias, la relación tensa (e hilarante) entre padres e hijos, niños prodigio, guiños literarios, la infidelidad... Rocambolescos personajes todos, perdedores con aires de grandeza. 

>> Con ocho basta, excepto para Wes Anderson, familias infinitas.

​M. G.

62. American Pie (Chris & Paul Weitz, 1999)

“Si ocultamos ese pene tras una tarta de manzana, ¿nos dejáis el chiste de la cerveza inseminada?”. Durante meses sus productores negociaron con el comité que da las calificaciones por edades; había que conseguir que no fuera una película para mayores de 18 años, o perderían a su público potencial. Estrenada en la prehistoria de internet –esa webcam pixela, Jim–, propagó como un virus el concepto MILF. 

>> La auténtica estúpida comedia adolescente norteamericana.

​M. P.

61. Mentiroso compulsivo (Tom Shadyac, 1997)

Un año antes de cercar su festival de muecas y elasticidad facial en 'El show de Truman', Jim Carrey nos demostró lo bien que se lo pueden estar pasando en un universo paralelo donde las comedias familiares y el cine judicial los protagoniza un Bugs Bunny de carne y hueso. Diríamos algo del exceso de moralina peliculera, pero seamos sinceros: ¿qué importa eso cuando tienes al hombre de goma on fire? 

Apunta, Godard: para hacer comedia sólo necesitas a Jim Carrey y un boli.

D. D. P.

60. La escopeta nacional (Luis García Berlanga, 1978)

Un país democrático por los pelos. Por los pelos de coño que coleccionaba el personaje de (ídolo) Luis Escobar, quintaesencia de la nobleza casposa en el imperio del sablazo, que reúne a los poderes del Estado en una cacería estrafalaria y cada día más verosímil, donde Berlanga y Azcona disparan a diestro y siniestro, y las piezas más cotizadas son Saza y la Randall, glorioso y sufrido matrimonio catalán para la historia... de España. 

>> Cine de caza mayor para merendarse las sombras de la Transición. Que aproveche.

​C. M.

59. Hot Shots (Jim Abrahams, 1991)

Jim Abrahams no era Chaplin ni Saddam Hussein era Hitler, pero junto con los hermanos Zucker dignificó un género, la parodia absurda, que la saga 'Scary Movie' ha convertido en basura para multisalas. Primero con Aterriza como puedas y luego con esta versión chanante de 'Top Gun' en la que Charlie Sheen sacó su vena cómica tras 'Platoon' o 'Wall Street'. 

>> Nos enseñó nuevas formas de comer aceitunas y freír huevos.

D. B.

58. Pequeña Miss Sunshine (J. Dayton & V. Faris, 2006)

Dos directores de videoclips, un guión de un debutante (Michael Arndt ganó el Oscar) y un actor famoso por The Office haciendo de suicida experto en Proust (Carell). Nadie confió en esta comedia, como la familia Hoover no confiaba en que su pequeña Olive ganara el concurso de belleza, y al final todos acabamos bailando con ella el 'Super Freak', gracias a los pasos maestros de Alan Arkin (Oscar para él). 

>> La road movie que marcó el camino para la nueva comedia indie.

​I. C.

57. La pantera rosa (Blake Edwards, 1963)

El siempre exquisito David Niven, la tremenda Claudia Cardinale y la modelo Capucine (sustituta de última hora para Audrey Hepburn) eran, teóricamente, los protagonistas. Pero su sofisticación palideció frente a tres fuerzas irresistibles: los títulos de crédito animados, la música de Mancini y el potencial catastrófico de un tal Jacques Clouseau, policía francés con el rostro de Peter Sellers.

>> Felina y aterciopelada: una cumbre de la comedia sixties.

​Y. G.

56. El moderno Sherlock Holmes (Buster Keaton, 1924)

Del costumbrismo popular y callejero a la intriga sofisticada, y del cero de los tópicos al infinito de algo que, aún sin nombre, acabaría llamándose “metanarrativa”. Sin tener repajolera idea de qué era aquello del surrealismo, Keaton logró sacarle los colores a André Breton y compañía mediante una sencilla premisa: “Quería que la película fuera como un sueño”, explicó años después. 

>> El cine experimental puede ser rabiosamente divertido.

​Y. G.

55. El gran dictador (Charles Chaplin, 1940)

Sin duda la sátira más popular de la historia del cine, el título más exitoso de su autor y el que provocó su exilio de los EE UU. Chaplin se estrenaba aquí en el cine sonoro parodiando las farfollas hitlerianas y condenando los fascismos. Hitler, fan declarado del cómico, se apresuró en prohibirla aquí y allá, pero bien que se guardó una copia para su colección privada. 

>> Un icono que, tal y como está el patio, conviene tener a mano.

​R. L.

54. El día de la bestia (Álex de la Iglesia, 1955)

El cine español entró en la modernidad con esta comedia satánica en la que Berlanga se encuentra con Rob Zombie en un Madrid al que todavía no había llegado su verdadero anticristo. De la Iglesia, que ganó seis Goya, nos descubrió a Santiago Segura, convirtió en icono el letrero de Schweppes y se cargó la Navidad. “Es gracioso que esté sonando un villancico cuando dos tíos están intentando matarse”. 

>> Probablemente la mejor película de Álex de la Iglesia.

D. B.

53. Dos tontos muy tontos (Peter & Bob Farrelly, 1994)

Los Farrelly debutaban. Dos personajes más tontos aún que lo que anunciaba el título. Y querían que los interpretaran... ¡Nicolas Cage y Gary Oldman! Por suerte, Jim Carrey acababa de obtener el título de detective tonto cum laude con Ace Ventura y consiguió el papel de Lloyd sin pestañear. Jeff Daniels, en cambio, que era “Mr. Drama”, tuvo que probar su gracia. 

>> Reconócelo: tú también has intentado chupar una barra congelada.

​I.C.

52. ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú (Stanley Kubrick, 1964)

Según el muy inteligente e intelectual Kubrick, “trabajando en el guión comprendí que, para evitar que fuera una comedia, debía eliminar lo absurdo o paradójico de la situación”. Mejor rendirse: sólo con humor se puede uno enfrentar a ese súmmum de la estupidez humana que es una guerra nuclear. Un triple Peter Sellers más misántropo que nunca hizo el resto.

>> Así se cabalga encima de una bomba H contra la idiotez humana.

​R. R.

51. La quimera del oro (Charles Chaplin, 1925)

Dotado (gracias a la fundación de United Artists) de un control absoluto, y con su compromiso político más evidente que nunca hasta entonces (pero aún no escorado hacia el sermón), Chaplin llevó aquí al límite la naciente gramática del cine. Sin olvidar, eso sí, sus orígenes: la mejor secuencia del filme, el Baile de los Panecillos, era un viejo número que había aprendido en sus años del music hall. 

>> Las partes más sabrosas de una bota son los cordones y la suela.

​Y. G.

50. Las vacaciones del Sr. Hulot (Jacques Tati, 1953)

En el reino europeo del gag visual, Jacques Tati es Dios. Cuatro años después de su insondable carterito de 'Jour de fête', Monsieur Tati nos presenta al señor Hulot, un desgarbado encantador, pero gafado, al que resulta peligroso acercarse, so pena de batacazo seguro. Un baño de ironía sobre las incipientes aventuras vacacionales de las clases populares con una mirada entre cínica, burguesa y redentora, pero ante todo descacharrante. 

>> Portentosa coreografía para robarnos el corazón a carcajadas. El humor-sur-Mer.

​C. M.

49. Clerks (Kevin Smith, 1994)

"El guión nació de mis años como dependiente en esa puta tienda. Muchos de los personajes existieron de verdad", contaba Kevin Smith. La gran comedia de la Generación X fue fruto de la tenacidad, la inconsciencia y un presupuesto pírrico. 

>> La Generación X, por la que suspiraban los comerciales y la publicidad de todo el mundo, ya tenía novela (la de Coupland, que le había dado nombre), banda sonora (Nirvana) y, por fin, película.

​R. R. S.

48. Solo en casa (Chris Columbus, 1990)

Ese icono que usas tanto en WhatsApp (carita gritando con las manos a los lados) lo inventó Kevin McCallister en un tiempo en el que podíamos dejar a Macaulay Culkin solo en casa y al mando de la película más taquillera de aquel año y, además, repetiría hazaña y éxito dos años después Perdido en Nueva York. Sería porque, como Kevin, todos hemos deseado que alguna Navidad toda la familia desapareciera. 

>> La mejor comedia familiar sin familia de por medio.

​I.C.

47. Shrek (A. Adamson & V. Jenson, 2001)

En los 90, Amblin estuvo a punto de adaptar el libro ilustrado de William Steig con Bill Murray como Shrek. Finalmente lo hizo un Jeffrey Katzenberg rebotado de Disney por su choque con el CEO Michael Eisner, al que caricaturizó como el villano Lord Farquaad de esta parodia de los cuentos de hadas. Ganó el Oscar y sus secuelas hicieron que los críticos que la encumbraron en Cannes renegaran de ella. 

>> Nos enseñó a reírnos con (¿o de?) los cuentos de hadas.

​D.B.

46. Algo pasa con Mary (Peter & Bobby Farrelly, 1998)

Kristen Wiig y el resto de bridesmaids no habrían tenido el mismo éxito con sus vomitonas y cacas si 13 años antes una inocente Cameron Diaz no se hubiera puesto un pegote de semen en el pelo, que marcó tendencia... en la comedia y no en peinados, por suerte. Ben Stiller tuvo dudas en esa escena: "¿Cómo no voy a notar un pegote de semen en la oreja?". No lo pienses y hazlo, le dijeron los Farrelly. Amén. 

>> Romántica y gamberra a pesar del dolor de entrepierna de Stiller.

​I. C.

45. Días de fútbol (David Serrano, 2003)

No sé si Días de fútbol es la mejor comedia del cine español, pero yo la tengo en un pedestal. El año que estuve de Erasmus pude verla como 15 veces. Me he llegado a saber los diálogos de memoria. Un reparto maravilloso cubierto de gloria y de actores sembrados y muy bien dirigidos., , No podría elegir una sola secuencia. "Sin daun, Manolito"; "Que con una llamada yo te hundo a ti la carrera"; "No pases las hojas tan rápido que me vas a resfriar". Todas estas son frases que mis amigos y yo hemos llegado a repetir como un mantra. 

DANI ROVIRA

44. Resacón en Las Vegas (Todd Phillips, 2009)

Una pequeña borrachera para Galifianakis y compañía, un salto descomunal para la comedia USA. 30 años después de Desmadre a la americana, por fin supimos qué podría haber sido de Bluto tras su última fiesta toga. Una revisión de la comedia universitaria inteligente e iconoclasta, capaz de mezclar penes, drogas y crisis de los 40 que se resume en el glorioso: "Mira cómo el bebé se hace una minipajilla".

Una noche de juerga que inventó la comedia (post)universitaria.

R.R.S.

43. El reportero (Adam McKay, 2004)

Demostración de que la Nueva Comedia Americana es el principal foco de creatividad y atrevimiento que dinamiza Hollywood en el siglo XXI. Will Ferrell, quien dio con el papel de una vida como el presentador de informativos Ron Burgundy –arrogante, machista y racista al gusto de los 70–, y secundarios en estado de gracia –¡Steve Carell!– improvisaron hasta convertir cada diálogo en joya de culto. 

>> Hasta las escenas eliminadas forman una película alternativa igual de buena.

​D. D. P.

42. Arsénico por compasión (Frank Capra, 1944)

Quería a Boris Karloff, que actuaba en la obra original de Broadway, pero tuvo que conformarse con Raymond Massey. Y casi fichó a Ronald Reagan, cambiándolo a última hora por Cary Grant. Pese a algunos imprevistos, y gracias a otros, Capra se las apañó para retratar el reverso oscuro (y jubileta) de esos EE UU jubilosos (y luminosos) con los que es tan fácil asociar su nombre. 

>> ¿Te apetece probar el vino de saúco? Mejor piénsatelo.

​Y. G.

41. Tiempos modernos (Charles Chaplin, 1936)

Inspirada por una conversación que mantuvo con el mismísimo Gandhi –“¿Se ha fijado, Sr. Chaplin, en que las máquinas están ganándonos terreno?”–, iba a titularse originalmente Las masas, lo que habría dado todavía más argumentos a McCarthy para acusar de comunista a Charlot, algo que tras esta película hizo igualmente. Y eso que el vagabundo, por última vez, seguía sin decir ni mu. 

>> Chaplin aprieta las tuercas de una maquinaria cómica muy bien engrasada.

​M. P.

40. Toma el dinero y corre (Woody Allen, 1969)

Antes de depurar el género en 'Zelig', Woody Allen se estrenó como autor completo (guionista, director y protagonista) con este mockumental que narra la incapacidad para la delincuencia del petimetre Virgil Starkwell. Podría haberla dirigido Jerry Lewis de no haber estado liado con lo suyo, pero estaba destinada a ser la peli que haría del judío neurótico la estrella que debía ser. 

>> Certifica que el Woody de la tontuna fue tan valioso como el relacional.

​R. L.

39. This Is Spinal Tap (Rob Reiner, 1984)

Si este falso –insistimos, FALSO; Ozzy Osbourne creyó que era auténtico– documental sobre una banda de rock peludo no existiera, admitámoslo, los músicos no tendrían nada de lo que hablar durante las pausas en el estudio, los largos viajes entre concierto y concierto o las esperas en el backstage. El trío Guest-Shearer- McKean inventó algo tan poderoso como poner el ampli al 11 de volumen. 

>> El rock se pone en un espejo deformado y resulta tan divertido como realista.

​M. P.

38. Un día en las carreras (Sam Wood, 1937)

Última obra maestra de los Marx, en buena medida por la muerte de su productor Irving Thalberg después del rodaje. Para Groucho “tras su muerte, mi interés en el cine decayó. Filmar dejó de ser divertido”. El argumento incitaba a las bromas de corte bestialista de Groucho (“cásate conmigo y nunca más miraré a otro caballo”) y supuso el mayor taquillazo de los Marx, con cuatro millones de dólares. 

>> La carcajada definitiva del quinto hermano Marx.

​R. R.

37. Los caballeros de la mesa cuadrada (T. Jones & T. Gilliam, 1975)

Antes de hacernos mirar el lado brillante de la vida, los Monty Python hicieron de la necesidad humor absurdo en esta sátira de la Inglaterra medieval y los caballeros del rey Arturo rodada en un mes. Como no tenían dinero para utilizar caballos de verdad, los escuderos chocaban cocos para simular el sonido del galope. Hoy es uno de los gags más brillantes de su carrera. 

>> La esencia de los Monty Python, sin dinero pero con aristas.

​D. B.

36. Arma fatal (Edgar Wright, 2007)

Más de 138 películas de acción policial consumieron Edgar Wright y Simon Pegg durante la escritura de un guión que, como es marca de la casa, tiene más engranajes por escena que películas enteras. También toneladas de creatividad, humor visual esculpido en cada cambio de plano y escenas de acción que hacen palidecer al blockbuster de al lado. El Cornetto más refrescante del trío Wright-Pegg-Frost. 

>> Entre tanto cameo, nos quedamos con Cate Blanchett. ¿La reconoces?

​D. D. P.

35. Bienvenido, Mister Marshall (Lus García Berlanga, 1953)

Tenían firmado que sería de risa, ambientada en Andalucía y a mayor gloria de la folclórica Lolita Sevilla. Y lo fue. Entre Bardem, Berlanga y Mihura consiguieron subvertir la españolada desde el guión hasta poner en jaque incluso las relaciones bilaterales con los EE UU de Eisenhower sin que nadie se diera cuenta: disfrazaron una sátira en un pueblo de Castilla la Vieja y pusieron al tándem Pepe Isbert-Manolo Morán a dar las explicaciones.

>> Edward G. Robinson vetó su premio en Cannes. Intuyó que pasaba algo raro, y genial.

​C. M.

34. Atraco a las tres (José María Forqué, 1962)

Atención a los créditos iniciales. Entre la rutina matutina de los trabajadores del Banco de los Previsores del Mañana se cuela una revelación: la película tenía coreógrafa. En parte, eso explica el sensacional ritmo de este atraco imperfecto que alterna jazz noir con música de organillo. La escena del reparto del botín es casi un palíndromo: estos actores son tan buenos que deberían estar en una caja fuerte. 

>> Una comedia de la que declararse admirador, esclavo, amigo, siervo...

​M.P.

33. El maquinista de la General (Buster Keaton, 1926)

Rey del tortazo, pionero de la spoof y maestro de lo que ahora llamamos “cine de acción”, Keaton pagó cara tanta osadía: su película más ambiciosa fue desdeñada por los críticos y se estrelló en taquilla. Triste sino para un filme que, según Orson Welles, es “la mejor comedia de la historia, la mejor película sobre la Guerra de Secesión y, posiblemente, la mejor película a secas”. 

>> Ya casi cien años (y los que le quedan) derrochando delicias sobre raíles.

​Y. G.

32. Mujeres al borde de un ataque de nervios (Pedro Almodóvar, 1988)

Un contundente gazpacho con todos los ingredientes almodovarianos. Los más locos y surrealistas. Un sainete ochentero en el que caben terroristas chiítas, pendientes cafetera, discos voladores, una vieja sesentera con pistolas y el doblaje entre lágrimas de una historia de desamor. La mejor comedia del manchego entre pasodobles y reproches, besos robados y una maldita cabina telefónica. 

>> ¡Pedrooo! Márcate otra comedia nerviosa con la Barranco.

​M. G.

31. Plácido (Luis García Berlanga, 1961)

El descenso a los infiernos de Cassen, a lomos de su motocarro, es el de un Dante cañí y miserable como la España franquista... como la España de ahora, la de los desahucios (“no es un retrato de la época, sino de la España eterna”, dijo López Vázquez). Azcona plasma en su guión un cruel retrato de la caridad pusilánime y burguesa de raíces católicas que, medio siglo después, encarnan las Toñi Moreno de turno. 

>> Retrato despiadado de las miserias pasadas... y presentes.

​R. R. S.

30. Los padres de ella (Jay Roach, 2000)

Fue idea de Steven Soderbergh plantear el remake de gran estudio de una reciente película indie sobre la pesadillesca relación de un tipo con el padre de su novia. Iba a dirigirla Steven Spielberg con Jim Carrey, pero terminó siendo el vehículo que consagró a Ben Stiller como estrella y la demostración definitiva de algo que muchos se negaban a ver: Robert De Niro sí puede ser el rey de la comedia. 

>> Stiller y De Niro geniales, pero Owen Wilson es puro Maverick.

​D. D. P.

29. Borat (Larry Charles, 2006)

Situó a Sacha Baron Cohen a la altura de Godard o Buñuel: capaz de producir conflictos diplomáticos con su cine. Los kazajos, la Asociación Alemana Zíngara o los rusos mostraron su rechazo a un filme que, paradójicamente, a quien critica no es a Kazajistán, sino a EE UU. “La parodia no era sobre Kazajistán, sino sobre los que son capaces de creerse que un país como el que describo puede existir”. 

>> El falso documental más descacharrante del siglo XXI.

​R. R. S.

28. Supersalidos (Greg Mottola, 2007)

Si rascas esa superficie repleta de dibujos de penes, obsesión por perder la virginidad, carnés falsos para pillar priva, policías desfasados, fiestones que sólo pueden acabar mal, toneladas de f*cks y bailes sangrientos; recapitulando, si vas quitando esas capas con la uña, queda una historia tan sensible y melancólica que cuesta no derramar una lagrimita contemplando la pérdida de la inocencia de estos amigos.

>> El eslabón perdido entre 'American Graffiti' y 'Colega, ¿dónde está mi coche?'.

​M.P.

27. Historias de Filadelfia (George Cukor, 1940)

La Hepburn clavaba los personajes inconformistas, sobre todo si eran de la alta sociedad, como su inolvidable Tracy Lord. ¿Casarse ella con un tipo amable que la idolatra? ¡Nunca! Mejor el periodista canalla que vende su boda o sentirse tentada por el plumilla enamorado. Stewart convirtió una borrachera de muy señor mío en un Oscar y Grant parecía omnipresente a pesar de estar en segundo plano. 

>> La versión elegante de Una novia a la fuga, regada con alcohol.

​M.G.

26. Desmadre a la americana (John Landis, 1978)

Si 'Porky’s' fue el cáliz de la comedia picante universitaria, ésta sería el Santo Grial. Los recuerdos estudiantiles de Chris Miller, antes relatados en las páginas de la revista 'National Lampoon', son el germen de esta apología de la juerga, el gamberrismo y la diversión a toda costa. Testosterona mal gestionada, el punto justo de sal gorda, sandeces a manta y Belushi como jefe absoluto de la película y de la vida entera.

>> ¡Fiesta toga, fiesta toga, fiesta toga, fiesta toga!

​R.L.

25. Uno, dos, tres (Billy Wilder, 1961)

Cine rutilante y toda una lección de gramática y caligrafía del género. James Cagney es MacNamara, representante de Coca- Cola en el Berlín Occidental muy dispuesto a desmantelar el Telón de Acero y vencer allí donde Hitler y Napoleón fracasaron. Una sátira intervencionista que pone comunismo y capitalismo en el lugar que les corresponde: el del chiste. 

>> Como siempre en Wilder, relojería de alta gama y felicidad total.

​R. L.

24. El sentido de la vida (T. Jones & T. Gilliam, 1983)

Todas las respuestas al porqué de esta angustia que nos corroe de manos de los grandes filósofos de la comedia moderna. Una ristra de sketches irreverentes y airados como sólo los británicos saben airarlos, pero además un excelente musical, cine terapéutico, humanista y siempre respetuoso para con los micropenes. El regusto trágico es que precedió a la disolución de los Monty Python. 

>> La sátira absoluta de todas las cosas y uno de los títulos predilectos del señor Dios.

​R. L.

23. Luna nueva (Howard Hawks, 1940)

En su adaptación de la obra teatral 'The Front Page' (1931), Hawks sustituyó uno de los personajes masculinos por una mujer, pensando que aquello añadiría tensión a la ya de por sí hilarante relación entre los periodistas. Y tanto que lo hizo. Rosalind Russell, convencida de que Cary Grant tenía frases más graciosas que las suyas, contrató a un guionista clandestino para no parecer menos divertida. 

>> Tres horas de diálogos locos en 92 minutos. ¡Deja de reírte, que no oímos!

​A. G. B.

22. El verdugo (Luis García Berlanga, 1963)

"Todas mis películas son la crónica de un fracaso”, reconocía Berlanga. Un fracaso austrohúngaro, cabe añadir. Síntesis del esperpento y la picaresca, mordaz alegato antipena de muerte presentado en un país en el que señoreaba el garrote vil, nunca antes una obra de arte había logrado equiparar tan callejera y metafísicamente al verdugo como condenado, en perfecta Instamatic de la sociedad española del franquismo. 

>> Única y universal, par de Valle-Inclán, del Lazarillo, del Quijote, pura genialidad.

​C.M.

21. Los cazafantasmas (Ivan Reitman, 1980)

Dan Aykroyd, autor del argumento, quería que la protagonizara John Belushi y que estuviera ambientada en el futuro. El actor murió de sobredosis; su amigo afirmó que el blues brother se apoderó del espíritu de Moquete, ese fantasma gamberro. Ivan Reitman y Harold Ramis la trajeron al presente. “¡Habría costado 300 millones de dólares!”, dijo el director... los que lleva recaudados. ¿Un caso para Iker? 

>> “¿A quién vas a llamar?”. Paranormalmente divertida, un icono de los 80.

​M. P.

20. Un pez llamado Wanda (Charles Crichton, 1988)

El muy publicitado óbito de Ole Bentzen, otorrinolaringólogo danés, añadió un plus de atractivo morboso a esta comedia delictiva y diplomática con John Cleese como cerebro. Armada en torno al genio políglota del ex Monty Python y sostenida por un deslumbrante equi- po (Jamie Lee Curtis, Michael Palin, Kevin Kline...), 'Un pez llamado Wanda' amenazaba, literalmente, con matarnos de risa. 

>> Porque si tú nos hablas en ruso, John, lo dejamos todo.

Y. G.

19. Top Secret (Zucker, Abrahams & Zucker, 1984)

Aterriza como puedas' era más película y 'Top Secret', un libro de chistes”. Zucker, Jerry dixit. Abrahams, Zucker y Zucker se saltaron todas las normas posibles del cine y aún así hicieron su segunda mejor parodia. “No había historia, ni estructura”. Ni el personaje de Val Kilmer tenía arco. Él, que venía de “la tierra de Hamlet”, se estrenó en el cine traficando con anal intruders y alternando con Café au lait y Croissant. 

>> “Souvenirs, novedades, artículos de coña, coñas marrinerras”.

I. C.

18. Cuando Harry encontró a Sally (Rob Reiner, 1989)

Harry y Sally se preguntaban si hombres y mujeres (heteros) podían ser ‘sólo’ amigos. “Porque siempre se interpone la parte sexual”, decía él (Billy Crystal). La ambigua premisa de la romcom más cool de los 80 se zanjaría con 'Pretty Woman'. Porque para muchos, esos 12 años de idas y venidas sin salto del tigre fueron una mentira tan gorda como el orgasmo entre bocados de pastrami de Meg Ryan. 

>> Luego Meg encontró a Tom Hanks y nos quedamos en bragas.

M. G.

17. La fiera de mi niña (Howard Hawks, 1938)

“Lo más absurdo que me ha ocurrido en la vida”, decía David cuando Susan ponía la canción favorita de 'Baby, I Can’t Give You Anything But Love'. Tenía razón. La segunda película juntos de Cary Grant y Katharine Hepburn era la absurdez más disparatada y, sin embargo, no se entendió en su momento. A Hepburn la llamaron “veneno de la taquilla” y Hawks juró que no volvería a hacer una comedia con tanto loco. 

>> La madre de las screwball comedies y de las comedias románticas.,

I. C.

16. Agárralo como puedas (David Zucker, 1988)

En 1982, los responsables de Aterriza como puedas trataron de conquistar la TV con su serie Police Squad!, obteniendo un rotundo fracaso. Seis años más tarde, el detective Frank Drebin (Nielsen, of course) resucitó gloriosamente en la gran pantalla, encabezando la primera de tres exitosísimas operaciones armadas con un infinito arsenal de recursos cómicos y una habilidad demoníaca para ridiculizar clichés. 

>> “Hermoso conejito”, dijo Leslie. Y el público le adoró (aún más).

Y. G.

15. Amanece, que no es poco (José Luis Cuerda, 1989)

“¿Es que no sabe que en este pueblo es verdadera devoción lo que hay por Faulkner?”. En la boca de Saza todo suena convincente hasta unos extremos increíbles. Arturo Bonín [el escritor que plagiaba a Faulkner] debía de pensar que estábamos todos locos. “Y para puta, ¿alguna voluntaria?”. Una vecina del pueblo donde rodamos me contó que admiraba a Aurora Bautista muchísimo, así que le dije que compartiría plano con ella. Cuando la pobre mujer la escuchó decir esto puso una cara impresionante. “Padre, ¿por qué mató usted a madre?”. Sé que es muy incorrecta políticamente, y pido perdón, pero hoy la seguiría metiendo. “¡Alcade, todos somos contingentes, pero tú eres necesario!”. Contrariamente a lo que algunos piensan, es la segunda frase que más me citan. La primera es... “Que un hombre en la cama siempre es un hombre en la cama, ¿eh?”. Ciges lo primero que me preguntó fue si yo era uno de esos “directores maniáticos que quieren que diga lo del guión”. Le contesté que sí, aunque acabó metiendo lo de la “gallina de colores”, que era de su cosecha. “Pues yo creo que me voy a sacar la chorra”. Es de las respuestas más elocuentes a ciertos estímulos. Llegado este momento yo también estoy pensando en sacármela.

JOSÉ LUIS CUERDA

14. Una noche en la ópera (Sam Wood, 1935)

El superproductor Irving Thalberg consiguió domar la energía anárquica de las anteriores películas de los hermanos Marx dentro de productos comerciales perfectos con el sello MGM de gran espectáculo musical. Los gags más salvajes se pulían durante las giras teatrales de los hermanos hasta lograr cimas del timing como la escena del camarote abarrotado, en cuya escritura participó Buster Keaton. 

>> Marxismo fresco en su jugo, sin espinas. ¡Y dos huevos duros!

D. D. P.

13. Annie Hall (Woody Allen, 1977)

“Conseguí el Oscar de 'Annie Hall' por interpretar una versión amable de mí misma”, decía Diane Keaton sobre la séptima película de Woody Allen, rehecha casi al completo en la sala de montaje. Al parecer, el parecido razonable no atañía sólo a los encantadores chalecos con corbata, sino a la historia de ruptura que el de Manhattan había experimentado con la actriz del “la di la”.

>> La mejor receta para cocinar langostas y desamor.

​A. G. B.

12. Zoolander (Ben Stiller, 2001)

Muérdete las mejillas, saca morritos, escudriña la mirada... strike a pose! La odisea de Derek Zoolander no era en el espacio, aunque imitase a los simios de Kubrick y vistiese sideral. Su gran aventura terrenal consistía en ser irresistiblemente guapo, codearse con David Bowie, y enfrentarse a otro “top model”, Owen Wilson, todo ello en el cuerpo de 1,70 de Ben Stiller. Soñar es gratis y reír, también. 

>> La película antimoda que seduce a todo fashionista que se precie de serlo.

11. Zombis Party (Edgar Wright, 2004)

Diez años antes del fenómeno 'The Walking Dead', Pegg-Frost-Wright iniciaron la trilogía del Cornetto con una de zombies en la que éstos son reflejo del anquilosamiento de la propia sociedad inglesa. Más british imposible: un pub donde refugiarse, un palo de cricket para defenderse y hasta un cameo de Chris Martin de Coldplay como muerto viviente. Un antihéroe dispuesto a jugarse la vida por amor.  

>> Aprobada (y no es coña) por George A. Romero. Ojito.

​M. G.

10. Con faldas y a lo loco (Billy Wilder, 1959)

Nadie es perfecto, ni tan siquiera la Monroe. Billy Wilder la sufrió, como lo hicieron los pies de Jack Lemmon y Tony Curtis en esos zapatos de tacón. Tan falso como el buen rollo entre el trío protagonista es el hotel del enredo de Miami, localizado en San Diego. Ser mujer y no morir en el intento, con un buen surtido de malentendidos y una rubia despampanante cantando, sugerente, que quería que la amases. 

>> Si ésta fuera la lista de los mejores finales del cine estaría entre los primeros.

9. El jovencito Frankenstein (Mel Brooks, 1974)

Gene Wilder y Mel Brooks juntaron sus talentos para homenajear a los clásicos de terror de la Universal con los que tanto disfrutaron de niños. Y lo hicieron de la mejor manera que supieron: a carcajada limpia. Entre lo popular y lo culto, entre la maravillosa Inga/Tery Garr (“Vaya par de aldabas”) y el grotesco Aigor/Marty Feldman (“Soy el único actor que puede aparecer en una película de terror sin maquillaje”). 

>> Un pastiche pop terroríficamente perfecto.

R. R.

8. Ser o no ser (Ernst Lubitsch, 1942)

No se puede escribir sobre Ser o no ser sin sonar exagerado. Sólo mencionarla empuja a verla de nuevo sin importar las veces que la hayamos disfrutado. Al guión de Edwin Justus Mayer (basado en una idea de Lubitsch y Melchior Lengyel) le pesa la simplista calificación de “comedia” porque es mucho más que risa, drama o sátira, a pesar de sus elementos abiertamente cómicos (puro vodevil de repetición), trágicos (la misma guerra) o irónicos (el sinsentido de los totalitarismos). No sobra nada, todo contribuye en esta perfecta fusión de géneros. Explicar el argumento es más complicado de lo que parece, porque su resolución funciona como un asombroso cubo de Rubik. Una humilde compañía teatral polaca ensaya una obra antinazi (titulada Gestapo) poco antes de que Hitler invada el país. A partir de ahí, los comediantes se verán involucrados en una rocambolesca trama de contraespionaje en la que también hay sitio para un romance liante o una divertida reflexión sobre la vanidad de los actores. Lubitsch sabe moverse en esa delgada línea que separa la reivindicación de la burla sin caer en lo pretencioso, pero sólo él podría decirlo alto y claro con toda intención: “Hail to myself!”. 

7. Sopa de ganso (Leo McCarey, 1933)

¿Es una obra maestra? ¿Es la mejor película de los hermanos Marx? Respondamos primero a lo segundo: ¡Sí! El desparrame marxista pedía a gritos un director riguroso y McCarey puso orden, hasta cierto punto: nunca Margaret Dumont sufrió tanto al bigotudo desbocado, capaz de alertarnos (¡en 1933!) del nazismo desde Freedonia, república para quedarse a vivir. El gag del espejo, apoteosis Groucho-Harpo, es insuperable. 

>> Hasta un niño de 4 años reconocería esta joya. ¡Que traigan un niño de 4 años!

C. M.

6. Atrapado en el tiempo (Harold Ramis, 1993)

Nos quedamos como Bill Murray atrapados con este divertidísimo día de la marmota eterno (¿o eran ‘sólo’ 10 años?). Una imperfecta historia de amor (¿cuál no lo es?), que nos brindaba una poderosa lección: con paciencia y con tesón puedes conseguir lo que te propongas. Que a nadie se le ocurriera una serie de TV con el 'I Got You Babe', de Sonny y Cher como intro es imperdonable. Y con Murray, of course. 

Cada 2 de febrero la marmota asoma y grita: “¡Peliculón!”.

M. G.

5. La vida de Brian (Terry Jones, 1979)

Pijus Magníficus, la canción más silbable de la historia, el Frente Popular de Judea... Salvo la animación de Terry Gillian, no hay ni un solo segundo que no sea, sencillamente, genial. El catolicismo siempre ha dado pie para la chanza pero, después de La vida de Brian, todo parece poco. Prohibida en Irlanda y en Noruega por... ¿blasfema? No según Jones, que eligió a Brian porque “Jesucristo no era divertido”. 

Nunca el rollazo del Nuevo Testamento fue tan cachondo.

R. R.

4. Aterriza como puedas (Zucker, Abrahams & Zucker, 1980)

Los ZAZ desactivaron un género para siempre –la catástrofe aérea, reutilizando el guión de 'Suspense... hora cero' y exponiendo su ridiculez latente– en todo momento buscando el mayor número de gags por fotograma y tocando todos los registros posibles: humor visual, verbal, absurdo, bobo, enrevesado o metaficcional. La clave, demostraron Leslie Nielsen y el resto del reparto, era tomárselo todo completamente en serio. Y no llamarles Shirley. 

>> Nunca es un mal día para volver a verla por enésima vez.

D. D. P.

3. El apartamento (Billy Wilder, 1960)

Cuando se quedaba falto de ideas en medio de un guión, Wilder se preguntaba: “¿Qué haría Lubitsch?”. Por suerte, el cineasta alemán era una gran fuente de inspiración. Sin él nunca hubiese existido este cuento agridulce entre mesas de oficina y raquetas para colar spaguetti. Sí, quizás el director de 'El apartamento' nos dejase películas más divertidas que ésta, pero ninguna se parecía tanto a la vida como aquella partida de cartas. 

“Cállese y juegue”, Shirley MacLaine, eterna crupier.

​A. G. B.

2. El guateque (Blake Edwards, 1968)

Indira Gandhi quedó encantada: Peter Sellers hizo más por la integración de la cultura de la India con su irresistiblemente torpe Hrundi V. Bakshi que todo el curry de Bengala. Pero a la apología del turbante se añade un festival de improvisaciones (de un guión de apenas 50 folios) fruto de la admiración por Jacques Tati de Blake Edwards en su único filme junto a Sellers sin la Pantera rosa. Dos gallos en el mismo corral que lamentablemente tardaron otros 6 años en trabajar juntos. 

Virguerías con un rollo de papel de wáter. Y de ahí para arriba.

​C. M.

1. El gran Lebowski (hermanos Coen, 1998).

La primera vez que vi El gran Lebowski, cuando se estrenó en 1998, no me gustó nada. Creo que todavía estaba bajo el influjo de Fargo y me parecía mal que los hermanos Coen se pusieran a hacer el ganso después de haber alcanzado tal cumbre de la dramaturgia universal. Todo en El gran Lebowski me parecía una broma molesta. La forma de hablar empanada de Jeff Bridges, los disfraces caricaturescos de John Turturro y John Goodman (haciendo de John Milius, ¿por qué?), los nihilistas gritando “I fuck you!” demasiadas veces, las arbitrariedades del diálogo y de la trama, etc. Sin embargo, durante muchos años me persiguió un temor, o mejor dicho, la certeza de que era yo quien estaba terriblemente equivocado, si es que se puede estar equivocado respecto a una película (a veces sí). Entonces en 2009, los Coen se sacaron de la manga, así como quien no quiere la cosa, la sobresaliente Un tipo serio. Plenamente arrepentido por haber dudado de ellos, tomé la determinación de volver a sentarme delante de El gran Lebowski. Desde el primer minuto viví la película de forma diametralmente opuesta, disfrutando como un enano de absolutamente todo lo que antes me había irritado. La película es de una libertad embriagadora, divertidísima y además exquisitamente rodada. Sus imperfecciones y rarezas no sólo me daban igual sino que me parecían propias del gran cine. Al igual que en Fargo, la acción de El gran Lebowski transcurre unos pocos años antes de su rodaje. Se acercaba el siglo XXI pero al ubicarla en 1991 era como si los Coen quisieran arañarle un rato más al siglo XX, a su estética y sus referentes. En 1998, el año 1991 ya empezaba a ser vintage. Dejar testimonio de lo que ya no es o está a punto de dejar de ser, también puede que sea una facultad del gran cine. Los Coen han explicado alguna vez que El gran Lebowski es una especie de homenaje a El sueño eterno y/o el carácter disperso de algunas tramas de Raymond Chandler. A mí también me gusta encontrarle algunos ecos de Short Cuts o Grand Canyon, sin que eso signifique que la película se valide por estar a la altura o no de otras, porque es deliciosamente única. A menudo me ha pasado al contrario: que una película me deslumbra en un primer visionado pero al repetir se le ven los trucos o simplemente no consigue tocar el nervio que en su momento alcanzó. Parece ser que El gran Lebowski ha logrado con los años el status de película de culto quizá más que ninguna otra película de los Coen, y que al mismo tiempo sigue generando una gran división de opiniones más o menos en torno a los dos extremos que he explicado. En esta ocasión me sirve para pensar en cómo respondemos a las películas de un modo u otro según coyunturas emocionales que son imprevisibles y difíciles de explicar, pero que no se pueden achacar a supuestos deslices de sus autores. Las películas son lo que son por supuesto al margen de estas coyunturas personales del espectador, pero también al margen de las coyunturas de su estreno, su taquilla y cómo se reciben en su momento. Las películas son para siempre. En el caso de El gran Lebowski casi me alegro de que no me gustara la primera vez. Porque a lo mejor me habría gustado sin más y la cosa habría quedado ahí. Tal y como sucedió, puede que yo haya sido admirador de El gran Lebowski durante menos tiempo que otros más avezados. Pero tener que hacer un esfuerzo adicional por conseguir que te guste una película, a menudo proporciona una satisfacción especial y te hace sentir especialmente ligado a ella tras el proceso. 

​JUAN CAVESTANY

sábado, 14 de noviembre de 2020

Anoche soñé que volvía a Manderley

Anoche soñé que volvía a Manderley. Me encontraba ante la verja, pero no podía entrar. Entonces, como todos los que sueñan, me sentí imbuida de un poder sobrenatural y la atravesé como un espíritu. El camino serpenteaba, retorcido y tortuoso como siempre, pero según avanzaba percibí que la naturaleza se había posesionado del mismo con sus tenaces dedos. Finalmente, allí estaba Manderley, reservado y silencioso. El tiempo no había desfigurado la perfecta simetría de sus muros. A veces la Luna puede jugar con la imaginación; creí ver luz en las ventanas, pero una nube cubrió repentinamente la Luna y se detuvo un instante, como una mano sombría escondiendo un rostro. La ilusión se fue con ella, extinguiendo las luces. Veía un caserón desolado sin que el menor murmullo del pasado rozara sus imponentes muros. Nunca podremos volver a Manderley, esto es seguro. Pero algunas veces en mis sueños vuelvo allí, a los extraños días de mi vida que empezaron en el sur de Francia.

miércoles, 16 de septiembre de 2020

Curiosidades

¿Qué tienen que ver Blade Runner y Sancho Panza?

"Taffey Lewis", interpretado por el más feo actor estadounidense, Hy Pike (con la cara de sospechoso habitual más grande que he visto en mi vida; yo creo que lo maquillaron para que los espectadores no se llevaran un susto: es peor que el pequeño de los hermanos Calatrava), fue Sancho Panza en una versión músico-erótico-cinematográfica de Don Quijote de La Mancha: The Amourous Adventures of Don Quixote (When Sex Was a Knightly Affair) (1976) , perpetrada por un tal Raphael Nussbaum, engendrado en Alemania.

Quién nos iba a decir también, por otra parte, que el famoso novelista del oeste Marcial Lafuente Estefanía se entregó en 1938 a las tropas nacionales en Ciudad Real. Una curiosidad histórica más.

Es el tipo de cosas inútiles que averiguamos los mirapapeles. Compartimos genes con las polillas xilófagas, que sobreviven alimentándose solo de papel viejo.

viernes, 3 de julio de 2020

Película mágica

"No lo recuerdo, lo sé" (Jennie, en Retrato de Jennie, de William Dieterle, 1949)

domingo, 3 de noviembre de 2019

Mejores películas de terror

Las películas geniales de terror son muy escasas. Son las que poseen la virtud de la poesía: lo sublime. No más de dieciséis, y podrían ser menos. Esta es la lista:

La noche del cazador, de Charles Laughton
Funny Games, de Hanecke
La semilla del diablo, de Roman Polanski
El otro, de Robert Mulligan
La niebla, de Frank Darabont
Los otros, de Alejandro Amenábar
La cabina, de Antonio Mercero.
Déjame entrar, de Tomas Alfredson.
La parada de los monstruos, de Tod Browning
Al final de la escalera, de Peter Medak
La profecía, de Richard Donner.
La invasión de los ultracuerpos, de Philip Kaufman
Hostel, de Eli Roth
El Ente, de Sidney J. Furie
El resplandor, de Stanley Kubrick
El exorcista, de William Friedkin
La bruja de Robert Eggers.
El ansia, de Tony Scott
Johnny cogió su fusil, de Dalton Trumbo

viernes, 7 de junio de 2019

Va de tapas

Hay dos películas que presentan formas opuestas de idealismo. Casablanca (1942), por ejemplo, se ríe continuamente de quienes pretenden hacer lo correcto, pero termina con el sacrificio idealista del héroe y los consuelos de la memoria y la amistad. En El tercer hombre (1949), por el contrario, el que intenta hacer las cosas bien termina sin ni siquiera esas magras recompensas; porque el héroe verdadero no es un bueno que se disfraza de malo (también el capitán Renaud lo hace), sino un malo hasta la médula, el nihilista Harry Lime, quien, tras ver que los poderes juegan con la vida humana y con la suya como han hecho en la II Guerra Mundial, decide que él, ¿por qué no? tiene "derecho" a hacer lo mismo, ya que no es mejor que ellos:

Hoy en día nadie piensa en términos de seres humanos; los gobiernos no lo hacen ¿por qué nosotros sí? Hablan del pueblo y del proletariado; yo de los tontos y los peleles, que vienen a ser lo mismo; ellos tienen sus planes quinquenales; yo, también.

El héroe americano (los de entonces vestían de paisano) de El tercer hombre nunca se ha comido, ni esta vez se come, un rosco: la chica bonita está enamorada del malo y pasa de él como de la mierda; ni siquiera les queda París o Miguelturra, con su Sacré-Coeur gordo. Harry Lime no tiene conciencia, al contrario que Raskolnikov: por eso es más moderno, más narcisista y completamente culpable. Si usted piensa que ahora no ocurren esas cosas es tan ingenuo como Joseph Cotten; en Viena se traficaba con penicilina diluida; ayer nos hemos enterado de que Pfizer sabía que un medicamento suyo curaba el alzheimer y prefirió ocultarlo porque le salía más beneficioso curar con él la artritis; ni siquiera hay que hablar del que compró los derechos de la panacea contra la hepatitis C para subir el precio o  de los que mataron sidosos y ahora matan drogadictos solo porque no es negocio curarlos con lo que saben que puede hacerse.

Veámoslo de otra manera; en concreto, de la manera como no se suele ver al gato de Schrödinger: con empatía. El gato puede estar vivo o muerto, pero mientras no abras esa caja, que puede ser también un ataúd, estará las dos cosas al mismo tiempo (quizá porque el tiempo es el mismo). Pero imaginemos que la realidad está encerrada en la caja del gato, esto es, que nosotros somos el gato, pura indeterminación: que no sabemos si somos reales o no somos, y queremos saber qué hay fuera, para saber si alguien o algo nos lo puede decir, ahí fuera, sobre la tapa de los cielos, en el lugar de las suposiciones y del idealismo (porque "la verdad está ahí fuera", que dicen).  Yo, desde luego, no sé si existo: los científicos nos han dicho que el universo es solo el cinco por ciento de lo que hay; así que no tengo derecho a pensar que la pizca que soy es algo sino una parte ínfima, rota y dolida de un todo inmenso (John Donne lo dijo mucho mejor hace cuatro siglos):

¿Quién no echa una mirada al sol
cuando atardece? ¿Quién depone los ojos
del cometa cuando fulgura?¿Quién no presta
oídos a una campana cuando por algo
tañe?¿Quién puede desoír esa campana
cuya música traslada fuera de este mundo?

Nadie es una isla, completo en sí mismo;
cada hombre es una pieza del continente,
un trozo de tierra; si el mar arrebata
una parte, toda Europa queda
achicada como si se tratara de un promontorio,
de la casa de uno de tus amigos, o incluso de la tuya. 

La muerte de cualquier hombre me reduce
porque estoy unido a la humanidad;
por tanto, no preguntes nunca

por quién doblan las campanas: doblan por ti.

También hace unos siglos, fíjense, pensábamos que estábamos en el centro del universo y las estrellas eran de papel pintado. ¿Cómo será de grande el tamaño de lo que hay dentro de veinte años? Ahora entiendo lo que dijo el filósofo Woody Allen: "La eternidad se hace muy larga, sobre todo hacia el final". ¿Estamos vivos o estamos como Willis en El sexto sentido, como Segismundo en La vida es sueño o como Hamlet entre el ser y el no ser? Porque el gato de Schrödinger es Willis, Segismundo y Hamlet y es usted y lo soy yo. Lo único cierto es que hay una tapa que tenemos que levantar para saberlo, y no precisamente para mear.

Esa tapa que hay que levantarse es la de los sesos: la muerte. En el mundo subatómico (es un suponer) no existe eso que llamamos vida; pero cuando nos descomponemos nos volvemos elementos simples, átomos sin vida. Si creemos que puede haber vida dentro de la caja, también puede haberla fuera, y (quizá) no dentro de ella, donde estamos: porque no estamos... seguros. Quizá la caja está dentro de otra caja, como en matriuskas o en un mandala zen. La diferencia es eso que hay entre la vida y la muerte, si es que hay algo; Poe se lo preguntaba al señor Valdemar.

Incluso podríamos creer, o estar seguros del todo de que estamos vivos ahora, pero, si eso es así, ¿no podemos estarlo más? ¿No existe una posibilidad de que una vida quizá más verdadera, o sencillamente distinta, otra forma de vivir, se halle al levantar la tapa de la muerte? Que no sea la ilusión de un trilero.