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domingo, 30 de noviembre de 2025

Entrevista al cineasta Costa-Gavras

 Costa-Gavras: “Lo siento, pero Trump es la personalidad que mejor define nuestra época”, en El País, por Miquel Echarri, 30 nov 2025:

Lleva seis décadas retratando con su cine las convulsiones sociales y políticas del mundo. Lo que ve hoy tampoco le gusta, pero asegura mantener la esperanza en el ser humano.

Costa-Gavras lleva más de seis décadas resistiéndose a los finales felices. Lo ha hecho en su cine, una brillante escuela de estoicismo y melancolía: “Todas las historias acaban mal”, concede el cineasta griego, “porque incluso nuestros éxitos más rotundos acabarán siendo derrotados por el tiempo, que es un enemigo formidable. El happy end del cine estadounidense, además de una convención narrativa, es una gran mentira que nos infantiliza y pretende aportarnos un falso consuelo. Yo me he resistido a esa lógica empobrecedora en mis películas. Pero tampoco soy un nihilista, no pretendo deprimir a mis espectadores. Siempre intento dejarle un resquicio a la esperanza. Creo que los esfuerzos humanos, los actos de dignidad y de valentía, no son estériles. La vida es una lucha, y cada nuevo día nos ofrece la oportunidad de seguir luchando”.

Estas palabras adquieren un cierto dramatismo cuando las pronuncia un hombre de 92 años, inquilino, según nos dice él mismo, de un barrio muy cercano a la muerte. Pero Konstantinos Gavras, Costa-Gavras, nacido en la Arcadia griega en 1933, las pronuncia con aire festivo. Para él, estar sentado en la sala de los tapices del Alcázar de Sevilla posando para las fotos y charlando con un periodista es “un raro privilegio”, porque le llega en un momento de la vida en el que ya no tiene expectativas y, por tanto, disfruta “del instante, de la extraordinaria aventura de estar vivo”.

Hoy ha sobrevolado una ciudad “magnífica” como Sevilla, ha visto desde el avión los cultivos de la vera del Guadalquivir y a esos abnegados agricultores que le parecen “soldados en la trinchera contra el cambio climático”. Contempla los tapices de la conquista de Túnez y encuentra en ellos “el cine de la época, una forma de arte que pretendía ser popular y a la vez mostrar el mundo en toda su complejidad y su belleza”. Ha viajado, además, junto a su compañera de vida, Michèle Ray, periodista legendaria, productora de gran parte de sus películas y madre de sus tres hijos. Y está a punto de recibir (se lo entregan el día después de su entrevista con El País Semanal) el Giraldillo de Oro del Festival de Cine Europeo de Sevilla, un reconocimiento al conjunto de su carrera: “Sí, el de hoy está siendo un buen día”, concluye Gavras, “pero déjeme puntualizar que yo no he tenido una carrera, sino un recorrido vital en el que, entre otras cosas, he hecho mucho cine. Supone un gran honor que se celebre mi trabajo, y me conmueve muy especialmente que ocurra en España, porque este es el primer país al que viajé como asistente de dirección, siendo aún muy joven. Estuve en Torrevieja, en Madrid, en Sevilla y en el desierto andaluz, así que volver aquí, traído de nuevo por el cine, 65 años después, equivale a cerrar un ciclo”.

“Incluso nuestros éxitos más rotundos acabarán siendo derrotados por el tiempo, que es un enemigo formidable”, dice Costa-Gavras.

Costa-Gavras debutó como director con un primer largometraje (Los raíles del crimen, 1965) en el que, según asume ahora, “se percibía aún la influencia del cine estadounidense, con su obsesión por la simplicidad narrativa y por embellecer el mundo”. Luego vendrían 19 películas más, cada vez más personales y, en cierto sentido, “más europeas, más dialécticas y menos complacientes”. La mayoría de ellas, de Z a La confesión, Estado de sitio, Desaparecido, Hanna K., La caja de música, Amén, Arcadia o El capital, pueden interpretarse como capítulos de una crónica dramatizada de las grandes convulsiones políticas y sociales del siglo XX y lo que llevamos de XXI, del golpe de los coroneles en Grecia a las purgas estalinistas, la injerencia estadounidense en América Latina, el Holocausto, el auge de la extrema derecha o la ocupación de Palestina. La más reciente, El último suspiro (Le dernier souffle, 2024), reivindica el derecho a morir con dignidad y, sobre todo, “el imperativo moral de abordar la muerte con responsabilidad y madurez, sin convertirla en un absurdo tabú que nos impide despedirnos bien de la vida y de las personas que nos importan”.

Como buen patriarca del cine europeo, ya ha escrito su autobiografía, Ve adonde sea imposible llegar. Es, según nos cuenta, “la historia de un extranjero que, al llegar a Francia, se sintió tratado por vez primera como el ciudadano de una democracia, no como el súbdito de un estado policial, y encontró en el cine algo a lo que dedicar su vida”. Ha repasado a conciencia el sentido de su propia historia, pero, según asegura con buen humor, aún no ha empezado a plantearse cómo le gustaría ser recordado: “He querido contar quién soy, cómo soy, porque dejar constancia de tu paso por el planeta y del valor de tu experiencia me parece una tarea noble. Pero soy consciente de que las personas pasan y dejan, en el mejor de los casos, una pequeña parte de lo que hicieron en vida, como los tapices de esta sala. No sé si mis películas perdurarán. Yo creo que algunas de ellas están bien hechas y pueden resultar valiosas, pero quién sabe. Si nos remontamos a los orígenes del cine, muy pocas películas y muy pocos directores han perdurado. Así que tal vez mis obras vayan a ser como mariposas que brillan un instante y luego se extinguen, cosa que tampoco supondría ninguna tragedia, porque vendrán más cineastas y traerán mariposas nuevas”.

“La neutralidad no siempre es moralmente legítima. Yo siempre dejé claras mis simpatías, por eso se dice que mi cine es político”, dice Costa-Gavras.

¿Cuál de sus mariposas rescataría del olvido para enseñársela, por ejemplo, a los estudiantes de cine que hoy tienen alrededor de 20 años?

[Piensa un instante, posando una vez más la mirada en los tapices]. Creo que Hanna K. Sí, Hanna K., porque es una película del pasado que podría ayudarlos a entender un poco mejor el presente. No quiero atribuirme cualidades proféticas, pero el caso es que rodé esa película en Jerusalén, en 1982, y ya intuí que el conflicto entre Israel y los palestinos iba a enquistarse y recrudecerse. Sencillamente, percibí algo siniestro a mi alrededor, en el odio larvado entre las dos comunidades, en esa coexistencia tensa, con desconfianza mutua y sin canales de interacción y diálogo de ningún tipo. Judíos y palestinos hablaban conmigo, pero no entre ellos. Uno de mis asociados, un israelí de origen ruso, me enseñó su pistola y me dijo que nunca salía a la calle sin ella, porque los palestinos, todos ellos, suponían una amenaza permanente. Creo que el desenlace de la película muestra de manera muy nítida ese clima de hostilidad y de paranoia que se respiraba por entonces y que ha acabado teniendo efectos tan nefastos como la actual guerra de destrucción de la Franja de Gaza.

Es curioso que elija usted como emblema de su cine una película que fue muy contestada en su día y que fracasó en taquilla.

Cierto. Apenas duró una semana en los cines de Estados Unidos, y no le fue mucho mejor en Europa. Los grupos de presión judíos la boicotearon, pero tampoco gustó a los árabes ni a la izquierda propalestina, porque la película no pretendía tomar partido, sino dramatizar un conflicto complejo y mostrarlo en toda su complejidad, con sus matices, planteando preguntas en lugar de ofrecer respuestas fáciles.

¿Es esa una de las grandes constantes de su cine, la resistencia a tomar partido cuando ese posicionamiento militante implica sacrificar los matices?

Digamos que sí. Aunque tampoco me he planteado nunca hacer un cine equidistante. Cuando he abordado temas controvertidos, como el colaboracionismo francés durante la Segunda Guerra Mundial [en Sección especial], el apoyo de la CIA a la represión de la disidencia en Uruguay y Chile [en Estado de sitio y Desaparecido] o el repunte de la violencia racista en los Estados Unidos de Ronald Reagan [en Betrayed], creo que dejé muy claro de qué lado estaban mis simpatías personales, porque la neutralidad no es siempre una postura humana ni moralmente legítima. Supongo que por eso suele decirse tan a menudo que el mío es un cine político, comprometido o de denuncia.

¿Y no lo es?

Solo en el sentido en que me comprometo con la realidad de mi tiempo, que trato de comprenderla y de explicarla. Pero no es un cine partisano ni dogmático. Además, aunque me he ido distanciando gradualmente del cine estadounidense, nunca he perdido de vista que mis películas son arte, son espectáculo, no discurso intelectual ni político. Tienen que responder a la lógica de la dramatización y resultar potencialmente atractivas para el público.

¿Piensa usted en el público?

Sí. Hasta cierto punto. Seguro que en mayor medida que mis contemporáneos de la nouvelle vague, Godard, Truffaut y demás, que entendían sobre todo el cine como un lenguaje artístico en proceso de evolución e hicieron, en consecuencia, películas muy formalistas, concebidas como ejercicios de estilo y arte de vanguardia, aunque algunas de ellas fueron populares en su día. Yo, en cambio, sentía el impulso de mostrar el mundo a través de mi cine, contar la historia de nuestras sociedades, nuestras ciudades, nuestros barrios. Pero, dicho esto, creo que a la hora de hacer películas tampoco he tenido demasiado presentes las supuestas expectativas del público, entre otras cosas porque las desconozco. Hago el tipo de películas que a mí me gustaría ver, yo soy mi primer espectador, aunque es cierto que las hago con la esperanza de que gusten a la gente.

Usted estuvo muy vinculado en los inicios de su carrera a una cierta izquierda intelectual francesa. Yves Montand, Simone Signoret, Jorge Semprún…

Sí, eran mis amigos, mis mentores, mis primeros compañeros de viaje en el cine y en la vida. Simpatizaban con las causas de la izquierda internacional, sin duda, pero no eran dogmáticos. A Semprún, un exiliado, como yo, ya le habían expulsado del Partido Comunista español, y Montand viajó a la Unión Soviética y volvió desencantado al encontrarse allí una tiranía grotesca, no como mis compañeros burgueses de la Facultad de Literatura de la Sorbona, que hacían turismo revolucionario ingenuo y querían convencernos de que aquello era la verdadera democracia y el paraíso social en la Tierra. No lo era.

Esa distancia crítica empezó a hacerse muy visible en La confesión, su película de 1970 sobre los juicios de Praga y, en general, la represión estalinista. La prensa del Partido Comunista Francés se cebó con la película, pero no sin antes reconocer que, pese a todo, usted seguía teniendo el corazón a la izquierda.

Sí, me trataron con condescendencia, como a una oveja descarriada. Me perdonaron la vida. Aunque el secretario general del partido, Georges Marchais, un hombre que seguía de forma acrítica las directrices de Moscú, sí dijo que la mía no era una película comunista, lo que equivalía a una condena en toda regla. Bien, yo le hubiese contestado que por supuesto que no lo era, y que tampoco pretendía serlo, pero preferí callarme por respeto a algunos de mis cómplices en esa aventura creativa que sí eran comunistas.

Cincuenta y cinco años después, ¿su corazón sigue estando a la izquierda?

Sigue ahí dentro [se señala el pecho con una sonrisa], un poco escorado a la izquierda, pero no muy lejos del centro. Y le llega sangre de todo el cuerpo. Mire, a mí me gusta escuchar a todo el mundo, sopesar las razones de unos y otros y luego tomar mis propias decisiones. Como Montand, como Semprún, he intentado no ser nunca dogmático, no perder la capacidad de pensar por mí mismo y de seguir escuchando.

¿La izquierda política le ha decepcionado?

Sin duda. Hay un activismo progresista con el que sigo simpatizando, sobre todo con los que se comprometen contra el cambio climático, contra el racismo, contra el populismo identitario, a favor de una cierta equidad. Pero en Francia, donde he pasado casi toda mi vida, la izquierda política ha entrado en una deriva ridícula. Creo que François Mitterrand, un hombre con virtudes y defectos, tuvo un impacto positivo sobre la cultura y sobre el clima de convivencia, dejó un legado. Pero sus sucesores en el Partido Socialista, Hollande y compañía, han echado a perder ese legado con su torpeza, su intransigencia y su falta de ideas. Hoy, la derecha radical está a un paso de llegar al poder en Francia, liderada además por un joven radical de 30 años como Jordan Bardella, sin estudios ni cualidades intelectuales y humanas de ningún tipo más allá de su oportunismo y su falta de escrúpulos. Y la izquierda francesa tiene parte de culpa en ese desastre, porque no ha sido capaz de articular una alternativa sensata, progresista y humana.

¿La democracia peligra en Francia?

Me temo que en Francia y en todo el mundo occidental. Vivimos en un escenario preapocalíptico. Nuestra codicia está destruyendo el planeta y nuestra incapacidad para el diálogo está destruyendo la democracia, que es el mejor instrumento de convivencia en libertad que hemos sido capaces de crear. Hemos pasado de las ideas y el diálogo a la religión del dinero y el éxito, y la política ya no es más que otro escenario para esa lucha ciega de todos contra todos que está en la esencia del capitalismo.

¿Hemos destruido el ágora?

¡Exacto! Hemos perdido de vista esa lección fundamental de la antigua democracia griega, el ágora entendida como un espacio de intercambio libre de ideas, un lugar en el que se habla y, sobre todo, se escucha, en el que primero se delibera y solo después se vota. Nuestros Parlamentos ya no son ágoras, sino escenarios de confrontación agresiva, y los nuevos espacios de interacción social, como internet, tienden a aislarnos, radicalizarnos y hacer que nos respetemos cada vez menos unos a otros. Donald Trump, siento decirlo, es la personalidad que mejor define nuestra época, porque ha demostrado que no necesita dialogar con nadie, transigir con nadie ni respetar ninguna regla para hacerse con todo el poder en una democracia de 300 millones de habitantes y hacer con él lo que le apetece, sin inhibiciones ni límites. La perfecta metáfora de esa anomalía política que es Trump es ese vídeo en que se muestra a sí mismo en un avión bombardeando con excrementos a los que se manifiestan en su contra. ¿Hay algo menos democrático que un presidente que detesta a todo el que no le secunda y, además, presume de ello?

¿No merecería Trump una película de Costa-Gavras? Recuerda a esos villanos un tanto pueriles, extravagantes y caprichosos que abundan en su cine.

Sí, es un ejemplo de la banalidad del mal llevada al máximo. Pero resulta demasiado atroz, demasiado inverosímil, como para dedicarle una película. Ni siquiera existe la posibilidad de parodiarlo, porque él ya se parodia a sí mismo. Y, además, ese retrato del tirano pueril, que juega con el mundo por pura vanidad y egolatría aun a riesgo de destruirlo, ya lo hizo Charlie Chaplin en El gran dictador, y yo no me siento capaz de hacer algo comparable.

En una entrevista de hace 25 años se definía usted como un optimista cauto y escéptico. ¿Diría que aún lo sigue siendo pese a Trump, la crisis climática o la destrucción del ágora?

Sí. No he perdido mi fe en la vida y en la capacidad de regeneración del ser humano. Conservo la capacidad de indignarme cuando leo el periódico por las mañanas, no he caído en la resignación, y sé que hay ahí fuera miles de seres humanos más jóvenes que yo, con más energía y más futuro, que se indignan conmigo y están dispuestos a hacer algo para que las cosas cambien. Confío en ellos, espero que encuentren la manera de salvarnos del desastre.

¿Va a seguir usted contribuyendo a esa tarea común desde su propia trinchera? ¿Va a seguir haciendo cine?

¿Por qué iba a dejarlo? El cine no me parece una profesión, sino una pasión, así que no veo razones para renunciar a él. Eso sí, me resulta cada vez más difícil escribir en solitario, ahora que ya no tengo cómplices creativos como Jorge Semprún, Jean-Claude Grumberg o Franco Solinas. Pero sigo buscando historias interesantes escribiendo casi a diario, el tiempo dirá si de ese esfuerzo sale algo que pueda convertirse en una película.

¿Sobre qué escribe usted ahora mismo?

Sobre un momento decisivo en la historia de mi país, Grecia, al que no se ha dedicado toda la atención que merece. Es ese invierno de 1944-1945 en el que, tras la retirada de las tropas de Hitler, el ejército británico y las milicias comunistas se enfrentaron por el control del país en lo que acabó siendo el prólogo de una guerra civil. En esos meses se decidió el destino de Grecia y yo quiero hacer una crónica de aquella oportunidad perdida, porque el resultado de esa guerra dentro de otra guerra fue el país en que crecí y del que tuve que exiliarme.

¿Ya no hará la película española, sobre la Guerra Civil, el franquismo o la Transición, de la que ha hablado usted a lo largo de los años?

No. Iba a hacerla con Semprún. Sin él no puedo hacerla.

¿Y su película de época ambientada en Bizancio?

Esa es una de las que me gustaría hacer, sí. El problema es que se trata de un proyecto muy ambicioso y, lógicamente, no sé de cuánto tiempo dispongo.

Su compañero de profesión, y creo que amigo, Manoel de Oliveira, dirigió cuatro películas siendo ya centenario, y eso que antes de las dos últimas se tomó un año sabático porque quería, según dijo, pasar más tiempo con la familia.

Sí, Manoel era un buen amigo. Hizo cine hasta el final, y siempre pensó que no había ninguna razón de peso para dejarlo. De hecho, el único festival al que no acudió estando invitado fue porque había enfermado no él, sino su hija. ¿No es esa una manera magnífica de irse de este mundo? Con proyectos e ilusiones hasta el último día. 

lunes, 13 de octubre de 2025

El influjo de Jung en la cinematografía

 Carl Jung: lo que compartimos y no sabemos qué es. En El País, por Juan Arnau, 4 OCT 2025:

Para el psiquiatra lo inconsciente es insondable y oscuro pero subyace un orden: los arquetipos, cuya huella artística más profunda se encuentra en el cine.

La literatura es la herramienta más eficaz para entender la mente. Poetas, novelistas y mitógrafos son los que mejor han entendido las inclinaciones que desencadenan el deseo, la idea fija, las ambiciones y obsesiones que acechan la psique. La mente no está hecha de neuronas, está hecha de sueños, imaginación y poesía (a veces oscura). Esta premisa narrativa hizo que la psiquiatría dinámica de finales del XIX se centrara en las historias clínicas para entender los entresijos de la demencia. Un tiempo en que los médicos escuchaban a sus pacientes y no se limitaban a recetar fármacos. El relato como agente de sanación. El laboratorio no puede entender la psique, mientras que Cicerón o Kafka sí pueden hacerlo. “Quien quiera conocer el alma humana llegará desgraciadamente a saber muy poco de ella por boca de la psicología experimental”, escribe Jung. Y recomienda renunciar a la ciencia exacta, a la bata del laboratorio, y, al modo de un Dostoievski, vagabundear por el mundo observando pasiones, delirios y extravagancias de la humana fantasía, “por los terrores de las prisiones, los manicomios y los hospitales, por las turbias tabernas arrabaleras, los burdeles y casas de juego, por los salones elegantes, las bolsas, los mítines socialistas, las iglesias y las sectas fanáticas, viviendo en carne propia amores, odios y todas las formas de la pasión.”

Kant consideraba que la psicología jamás podría ser una ciencia, pues era incapaz de sustentarse en las matemáticas. Tampoco podía ser una disciplina experimental, dada la dificultad de observarse a uno mismo. El flujo temporal de la experiencia interior carece de la estabilidad mínima para una observación eficaz. Kant expresa como ningún otro ese rechazo tan ilustrado a la introspección: “Jugar a espiarse a uno mismo es invertir el orden natural de los poderes cognitivos. El deseo de investigarse a uno mismo o es ya una enfermedad de la mente (hipocondría) o es una forma de contraerla y terminar en un manicomio”. La observación de otras mentes está igualmente plagada de dificultades. Para Kant, la psicología solo puede aspirar a ser una descripción del alma (un relato) en contraposición a la ciencia. Desgraciadamente, los primeros psicólogos quisieron desmentir a Kant y, llevados por el deseo arrebatador de ser “ciencia”, optaron por matematizar la mente. La consecuencia ha sido devastadora. Hoy en los programas de las facultades de psicología no se estudian los sueños, la imaginación, los mitos o la poesía, se limitan a hacer encuestas.

Hay algo que compartimos los seres humanos y no sabemos qué es. Esa fue la gran intuición de Jung, que permea la cultura contemporánea desde que en 1916 publicara “La estructura del inconsciente”. La idea, como todas las ideas, no era nueva, la había formulado in extenso Carl Gustav Carus, médico y pintor del romanticismo alemán, y el joven Edvard von Hartmann, pero Jung logró ponerla sobre el tapete de la Europa intelectual de entreguerras y, desde entonces, ha dado mucho juego en el arte, la literatura, el cine, la clínica y la filosofía.

Lo inconsciente es insondable y oscuro, pero subyace un orden: los arquetipos. Una herencia platónica que ofrece un marco simbólico para entender las motivaciones ocultas. A diferencia del inconsciente personal de Freud, Jung sostiene que dicho ámbito más allá de la conciencia contiene patrones universales de experiencia que se expresan en mitos, sueños, religiones y narraciones. Toda una mina para los guionistas. Arquetipos como el Héroe, la Sombra, el Sabio, la Madre, el Trickster y el Anima/Animus son formas simbólicas que estructuran la experiencia en todas las culturas. Un descubrimiento que no solo ha influido en la psicoterapia y la psicología compleja clínica, sino también en la teoría literaria, la mitología comparada, los guiones cinematográficos, el diseño de videojuegos y la publicidad.

Jung tuvo una visión amplia e integradora de la psique. Aunque se formó como psiquiatra, su interés por lo simbólico, numinoso y trascendente lo llevó a estudiar religiones comparadas, alquimia y astrología. Esa actitud enciclopédica es su gran valor. Reconoció en el budismo, el hinduismo y el taoísmo modelos útiles para entender la mente que la psicología occidental había ignorado. Lector del I Ching, los Yogasūtra y el Libro tibetano de los muertos, combinó sus análisis con textos alquímicos que abordan las metamorfosis del alma, abriendo la puerta a una psicología donde lo sagrado es una dimensión interior de la psique y no algo religioso. Una visión secular que permite reinterpretar los símbolos religiosos no desde el dogma ortodoxo, sino como imágenes vivas del alma.

El arte como alquimia mental y manifestación de lo inconsciente. La obra de Jung ha dejado una huella reconocible en pintores visionarios como Max Ernst, expresionistas abstractos como Mark Rothko (el lienzo como revelación interna), surrealistas como Leonora Carrington o Remedios Varo (lo esotérico femenino), y artistas chamánicos como Joseph Beuys, que conciben el arte como sanación y ritual. También advertimos su influencia en novelistas como Doris Lessing y Philip K. Dick, en Hermann Hesse (que fue amigo suyo) y en las obras formalmente revolucionarias de James Joyce (Ulises, Finnegans Wake). Pero donde ha dejado una huella más profunda es en el cine. En El resplandor de Stanley Kubrick, Jack Torrance es poseído por contenidos inconscientes y el Hotel Overlook funciona como espacio simbólico que activa su sombra y su locura. Ingmar Bergman explora en Persona la disolución de las fronteras del yo, la fusión de las identidades de las protagonistas refleja el arquetipo de la sombra y el proceso de individuación. La máscara social de la “persona” se desmorona y revela los conflictos inconscientes de la psique. Algo parecido hace Christopher Nolan en Inception y Memento, o Aronofsky en Pi, Black Swan o The Fountain. La confrontación con la sombra, la disolución del ego y la búsqueda de una totalidad interior se han convertido en temas recurrentes de los guionistas. Los protagonistas atraviesan crisis que los enfrentan a fuerzas arquetípicas (el sabio, el héroe, la madre o el ánima), traduciendo al lenguaje fílmico símbolos del inconsciente colectivo. No sorprende que el cine sea hoy un ritual laico para la exploración del alma.

Juan Arnau es filósofo, ensayista y colaborador de EL PAÍS. Su último libro se titula ‘La meditación soleada’ (Galaxia Gutenberg, 2024).

viernes, 19 de septiembre de 2025

Entrevista con Amenábar sobre El cautivo

  Alejandro Amenábar, una temporada en las tinieblas de Cervantes, en El Mundo, entrevista de Luis Martínez,  7 septiembre 2025:

El director estrena El cautivo, sobre el tiempo que el autor del Quijote pasó prisionero en Argel de Hasán Bajá, con el que supuestamente mantuvo relaciones

Alejandro Amenábar vuelve. Y lo hace como es norma en su filmografía con una historia de, desde y sobre la libertad. Desde Los otros a Mientras dure la guerra pasando por Ágora, Mar adentro o Abre lo ojos, sus personajes pelean por ser exactamente lo que quieren ser y finalmente, son. Contra todos. El cautivo, su última película, es la historia de un superviviente, pero también es el relato de un hombre que se busca. El cautivo es Miguel de Cervantes justo antes de ser el inmortal escritor del Quijote. El cautivo es una película sobre el poder de la ficción para transformar el mundo y sobre el deseo. Y es sobre este último punto sobre el que el director rompe tabúes e insiste en su irrevocable vocación de libertad. ¿Fue Miguel de Cervantes Saavedra un autor queer? La pregunta sorprende, la película más.

Alejandro Amenábar: "Renunciar a la trama homosexual de Cervantes sería como renunciar a mí mismo puesto que yo soy homosexual",

El cautivo tiene algo de regreso después mucho tiempo. Su última película es de 2019.

En verdad, yo no siento que haya sido una ausencia. De por medio dirigí la miniserie La Fortuna, que abordé como una película. Fueron seis meses de rodaje. Es decir, el más largo de mi vida. No siento que haya sido un parón. Lo que sí veo es una fractura. Pero tiene que ver no conmigo sino con el covid. Mientras dure la guerra se estrenó justo antes de la pandemia. Y esta es mi primera película después del confinamiento. Tengo mucha curiosidad por ver qué pasa. El público siempre ha sido muy generoso conmigo y todas mis películas han sido muy bien acogidas. Pero es cierto que los hábitos han cambiado, que el descenso de espectadores es muy significativo.

¿Esta nueva realidad de la que habla le ha condicionado de alguna manera a la hora de abordar su nuevo proyecto?

No. Me considero un director que siempre mira a la platea, hacia el público. Quiero captar la atención, quiero que interese lo que estoy contando. No hago cine exclusivamente para mí. Por lo demás, recuerdo que con la serie me hicieron algún comentario sobre la necesidad de adaptar el lenguaje, de renunciar a planos generales e incidir en los primeros planos... Pero no, eso sería como matarme en vida. No, yo cuento las historias que quiero contar y las cuento como creo que debo contarlas. Lo que sí creo que es nuevo es la incidencia de las redes. Es cierto que la capacidad de atención de la gente ha disminuido y ahora solo se está pendiente de impactos directos y rápidos.

El cautivo, como el propio Quijote, habla de la capacidad de la ficción de cambiar el mundo. ¿Cuánto de Quijote tiene Alejandro Amenábar?

Es verdad que esta historia de Cervantes, que en un principio puede parecerme muy ajena, tiene mucho que ver con mi propia biografía. Cuando era niño y descubrí tanto el cine como la literatura, lo que hacía literalmente era reunir a gente alrededor con los que compartía mi pasión por lo que había visto o leído. Por otro lado, nunca me he sentido llamado, como hace tantos directores ahora, a contar una historia en la que el cine salve mi vida. El cautivo, sin embargo, sí me permite hablar de cómo veo yo el mismo cine. La ficción me ha salvado fundamentalmente del tedio. Me entretiene, me emociona y por eso es tan importante en mi vida. Recuerdo que en la preadolescencia yo era un niño bastante solitario. Cambié de un colegio religioso a un instituto y me sentí un poco desplazado. Y me acuerdo de ir a ver películas solo. El cine me acompañaba entonces y con el paso del tiempo, me ha permitido realizarme y expresarme. Me comunico con el mundo a través de mis películas.

¿Es la libertad el argumento que más le preocupa?

 Sí, siento que mis películas en cierta manera hablan todas de libertad. En Los otros, una mujer tiene que abrir su mente para descubrir que el mundo no es como ella pensaba y en Mar adentro, un hombre se libera en el sentido más radical. La libertad puede ser física, mental, sexual... Todas las formas de libertad han estado en mi ideario como cineasta.

"La libertad puede ser física, mental, sexual... Todas las formas de libertad han estado en mi ideario como cineasta"

¿Y qué piensa cuando el término libertad se convierte en campo de batalla como ocurre ahora mismo?

El problema es cuando la libertad colisiona con la individualidad y la libertad de otras personas y colectivos.

¿Perdón?

Sí, el ejemplo en el que he visto recientemente mayor confrontación entre la libertad de unos frente a la de otros es en el debate entre el feminismo tradicional y el movimiento trans. Hace dos o tres años tampoco yo entendía lo que era el género binario o el género fluido. Conocía gente trans, pero no me había parado a pensar. Recuerdo que para mí fue definitivo ver la serie Veneno de Los Javis para darme cuenta de que las cosas habían cambiado. Y en esta nueva realidad, decía, observas cómo la lucha histórica de las mujeres se da de bruces con la expresión máxima de libertad de otros colectivos. Pero estoy seguro de que las piezas encajarán con el paso del tiempo. Luego, por supuesto, también observas cómo la derecha y la extrema derecha se aprovechan de todo esto para proponer una vuelta nostálgica al pasado, un pasado en el que todo era supuestamente más asumible, más entendible... Creo que hay que luchar por mantener la mente abierta, sobre todo porque mirar hacia el pasado es un viaje imposible.

¿Fue el descubrimiento de su homosexualidad lo que liberó el genio reprimido de Cervantes? De alguna manera, esa es una de las posibles lecturas que se pueden hacer de su película.

Lo que yo me encontré al investigar ese periodo de la la vida de Cervantes en el que estuvo cautivo en Argel es que él se escapó hasta cuatro veces de la muerte entre otras razones por la relación especial que mantenía con su captor, Hasán Bajá. Por otro lado, hay crónicas que hablan claramente de la homosexualidad de este último. Me pareció interesante desde el punto de vista de la dramaturgia. Lo que hago es explorar una tesis que está ahí, que no me he sacado de la manga y de la que se ocupan los estudios cervantinos más respetables. Por otro lado, cuando hablas de un mito de la literatura como Cervantes tienes que ser honesto con el pasado, pero hacerlo siempre desde la ficción porque yo ni nadie estuvo allí para verlo y demostrarlo. Cuando desarrollé el proyecto, me di cuenta de que renunciar a la trama homosexual era como renunciar a mí mismo, puesto que yo soy homosexual. Si no exploraba con toda la honestidad este aspecto de la vida de Cervantes estaría traicionándome.

En cualquier caso, la película deja en manos del espectador casi todo.

Es el público el que completa la película. La reacción del público que ya ha visto El cautivo es muy diversa. Los hay que entienden que estamos sacando a Cervantes del armario, pero otra parte importante de la audiencia lo que cree es que Cervantes era un superviviente y que lo que hace es simplemente, sobrevivir a una situación de poder y peligro.

Pero ¿no es un poco anacrónico aplicar categorías de hoy, como salir del armario, a situaciones del siglo XVI?

Lo es. Por eso digo que es preciso abrir la mente. Tendemos a parcelarlo todo en compartimentos: homosexual, heterosexual, bisexual... La realidad ahora mismo es mucho más compleja. Y estoy seguro que entonces también lo era. Lo que habría que preguntarse es si una noche de sexo con una persona de tu mismo sexo te convierte en homosexual. La sexualidad es mucho más diversa, decía. Puedes vivir en matrimonio, tener hijos y, a lo mejor, mantener una relación especial con otra persona de tu mismo sexo. Es decir, me gustaría huir de conceptos estancos. ¿Estoy diciendo que Cervantes era homosexual? No, estoy diciendo que mantuvo una relación y, sobre todo, una conexión intelectual, que es lo que me importa, con su captor.

Lo cierto es que el tema de la homosexualidad de Cervantes es canónico y hasta Fernando Arrabal, en un texto muy discutido y repudiado por los académicos, se explayó sobre el tema.

Sí, Arrabal, desde su delirio genial, explora otro episodio de su biografía que es cuando se vio obligado a abandonar España. Hasta el siglo XIX no se sabía por qué Cervantes había desaparecido de repente de la sociedad madrileña para aparecer más tarde en Italia. Ahora sabemos que fue por un duelo. Pero sí, por no extenderme y como he dicho, el asunto de la homosexualidad está ahí en los estudios historiográficos más importantes.

"Lo que había que preguntarse es si una noche de sexo con una persona de tu mismo sexo te convierte en homosexual. La sexualidad es mucho más compleja"

La supuesta homosexualidad de Cervantes algunos la relacionan con el hecho de que era un autor poco dado al erotismo, se añade que su matrimonio no fue especialmente feliz...

Sí, todo eso está ahí. Y desde el punto de vista de la exploración dramática a la hora de plantear este guion, me parecía que era la aproximación más interesante.

La película mantiene un empeño claro en no categorizar ni caer en etiquetas. Se diría que ahora mismo hay un empeño en justo lo inverso. Hablaba antes de una especie de vuelta al pasado por parte de algunos. ¿Qué opina del éxito global del pensamiento reaccionario?

En el fondo es una reacción de miedo. Y, como digo a menudo, hay que mirar al futuro sin miedo. Me preocupa ese giro nostálgico, me preocupa ese movimiento de regresión y, sobre todo, me preocupa que se esté produciendo en el vértice del mundo occidental que es Estados Unidos. Ves que en algunos casos, como en la represión de la minoría trans, el discurso de Donald Trump está íntimamente conectado con el de Vladimir Putin. Prefiero no mirarlo con miedo, pero sí con preocupación y siendo muy consciente de que es una realidad. Y también me preocupa que todo esto haya sido gracias al voto de la gente. No me importa compararlo con lo que pasó en Alemania con el nazismo. Es muy preocupante el desprecio de la gente por el sistema democrático.

Antes hablaba de las redes y su influencia en el cine, imagino que se puede decir lo mismo con respecto a la política y todo lo demás.

Sin duda. El auge de la tecnología digital está claro que refuerza muchas conductas antisociales, machistas u homófobas. Lo vimos muy bien en la serie Adolescencia. Tengo la sensación de que buena parte de lo que vemos ahora lo expresé ya en Ágora. Entonces como ahora, da la impresión de que vivamos en un tiempo donde la moderación es salvajemente reprimida. Cuando contemplé el asalto al Capitolio pensé precisamente en el asalto a la biblioteca de Alejandría. Se vivió la misma exaltación de la irracionalidad.

Menciona la actualidad de Ágora, ¿diría que El cautivo, como buena parte de su cine, podría contar como provocación?

En mi cine como en mi vida personal, mi actitud siempre es la misma. Mi lema es: "Déjame que te cuente e intenta comprenderme". Me expreso con la mayor libertad y eso se puede interpretar como provocación, pero en verdad mi voluntad y deseo es ser comprendido por la persona que tengo en frente. Me pasó con Mientras dure la guerra. Al final fue recibida como yo quería que fuera recibida. Fue más difícil en los extremos a derecha e izquierda.

Recuerdo que hasta con hechos históricos como el que la actual bandera fuera imposición de Franco hubo polémica.

Sí, somos de sangre caliente. También pasó con Mar adentro. En general, y aunque me lleve alguna imprecación por la calle, lo que más recibo de todas formas son agradecimientos. La gente se acerca y me agradece lo que he hecho.

La noticia son las imprecaciones. ¿Recuerda alguna dolorosa?

No. Una vez, después de hacer Tesis, se me acercó una persona y me dijo que la película era una mierda. Acabé por invitarle a un café.

¿Se siente pionero tras Mar adentro?

Siempre estuve convencido de que, tarde o temprano, llegaría la Ley de Eutanasia. Ha sido más tarde que pronto, pero llegó. La sociedad ha demostrado ir por delante de la clase política. Es un acto que revela humanidad, y el deseo de morir no es contagioso. Hablamos simplemente de ayudar a alguien a morir con dignidad. Y además es algo a lo que tarde o temprano nos enfrentamos todos.

Dice que el deseo de morir no es contagioso, pero hay mucha gente que sí cree que la homosexualidad es contagiosa, y habla de adoctrinamiento, de prohibir libros...

Es curioso porque desde que empecé a hacer cine siempre me han preguntado cuándo haría una película de temática gay. Pero nunca me había sentado como creador a hablar de esa realidad que forma parte de mi vida. Esta historia me ha dado por fin la ocasión. No soy sospechoso de haber promovido nada ni de vivir obsesionado con ello. De todas formas, sé que habrá gente que se pondrá en contra de la película sin verla y que rechace de plano ir a verla.

"Si las alternativas son o ser de ultraderecha, que es de donde vienen las acusaciones, o ser woke, pues sí soy woke"

¿Qué piensa cuando se convierte en acusación algo tan elemental como defender los derechos de las minorías? Hablo de la acusación de woke que se le viene encima.

Me deja bastante desconcertado y te obliga a tomar partido como en su momento tuvo que hacer Miguel de Unamuno. Inevitablemente, me identifico plenamente con lo woke. Desde luego, si las alternativas son o ser de ultraderecha, que es de donde vienen las acusaciones, o ser woke, pues sí, soy woke.

¿Cuál ha sido su relación con Cervantes y el Quijote a lo largo de su vida?

Desde que empecé a dedicarme al cine siempre he asumido que soy un ignorante. Recuerdo haber leído en el instituto algunas de las Novelas ejemplares y recuerdo haberme reído mucho con El licenciado vidriera, pero no había leído en su totalidad el Quijote hasta que no abordé este proyecto. Y en esta lectura he descubierto su sentido del humor y su optimismo. Con las dos cosas me identifico plenamente.

domingo, 24 de agosto de 2025

Ryan O'Neal story

 La caída y la redención de Ryan O’Neal, el padre más cuestionado de Hollywood, en El País, por Eva Güimil, 10 JUN 2021:

La estrella de ‘Love Story’ y ‘Barry Lyndon’, tan famoso por sus triunfos en la pantalla como por la terrible historia familiar que han arrastrado sus hijos, ha cumplido 80 años aparentemente reconciliado con sus seres queridos y dispuesto a cerrar, con un episodio feliz, la historia de la familia más turbulenta de la industria del cine

Cuando se menciona a Ryan O’Neal, que en 2021 ha cumplido 80 años, una de las primeras historias que surgen es tan amarga como impactante: trató de ligar con su propia hija en el funeral de su tercera mujer. Y no es un chisme maledicente, ya que la fuente es el propio actor. O’Neal lo reconoció en una larga entrevista con Vanity Fair publicada poco después del fallecimiento de su pareja, Farrah Fawcett. “Acababa de dejar el ataúd en el coche fúnebre y estaba viendo cómo se alejaba cuando una rubia muy guapa se me acercó y me abrazó. Le dije: ‘¿Tienes coche?’. Y ella me dijo: ‘¡Papá, soy yo! ¡Tatum!’. Sólo intentaba ser gracioso con una extraña mujer sueca y resultó que era mi hija”. Una anécdota triste que no es más que el corolario de una relación marcada por un sinfín de desavenencias tanto públicas como privadas. Tatum O’Neal, actriz, ganadora de un Oscar y exmujer de John McEnroe, es la más famosa de su progenie, pero no la única. Con todos ellos ha tenido el intérprete una relación tan difícil que su leyenda como padre conflictivo es casi tan grande como la de actor.

O’Neal nació en 1941 en California, en el epicentro de la industria del espectáculo. Hijo de una actriz y un guionista, parecía destinado a la interpretación, pero su primera pasión fue el boxeo, un deporte en el que su fuerte carácter encontraba una válvula de escape. Su físico privilegiado no tardó en propiciar lo inevitable y a finales de los sesenta ya lucía su cautivadora sonrisa en Peyton Place, el culebrón de moda. O’Neal era insultantemente guapo, pero también un actor brillante, una “estrella monstruosa”, como lo definió Paul Mazursky –que lo dirigió en Fielmente tuya (1996)–. Su gran oportunidad no tardó en llegar. En 1970 el productor Robert Evans le ofreció ser el protagonista de Love Story, un papel que habían rechazado Michael Douglas y Jon Voight. El desmesurado éxito de una película que se convirtió en un fenómeno social le proporcionó una nominación al Oscar y un lugar en la lista A de Hollywood.

Su vida privada era menos luminosa. Todavía no había cumplido los treinta y ya era un divorciado con tres hijos a su cargo: Patrick, fruto de su matrimonio con su compañera en Peyton Place, Leigh Taylor-Young, y Tatum y Griffin, los hijos que había tenido con la actriz Joanna Moore. Moore era una adicta con graves trastornos mentales que provocaron que la custodia de ambos recayese en el actor. “Me casé a los 20 y no tenía la madurez suficiente”, declaró años después. Nadie le quitó la razón.

Tatum, la estrella más joven (y más sola) del mundo

Cuando en 1974 Tatum se convirtió en la persona más joven en ganar el Oscar (con solo diez años, por Luna de papel) su padre, coprotagonista de la película, no se molestó en acompañarla. Estaba en Inglaterra rodando Barry Lyndon mientras su madre permanecía recluida en una institución. Cuando vestida con un pequeño esmoquin que imitaba a los que solía lucir Bianca Jagger –pareja de su padre en aquel momento– subió al escenario para recoger su estatuilla, era su abuelo paterno quien la acompañaba. Era la noche más importante de su corta vida, pero estaba sola, como casi siempre. En aquel momento su lugar feliz era la casa de otra celebridad de Hollywood.

“Tuvieron que conseguir una grúa para sacarme de la casa de Cher porque ella tenía una familia increíble. Tenía a su madre, a sus hermanas, a muchas mujeres increíbles... En mi casa también había mujeres, pero pero iban y venían”, declaró años después a CBS en referencia a la multitud de mujeres que pasaban por la casa del actor durante su infancia. Entre ellas estaban celebridades como Angelica Houston, Joan Collins, Diana Ross o Cybill Shepherd. En alguna ocasión la niña compartía cama con ellas. No había una connotación sexual en ello, pero resultaba tan perturbador que Ursula Andress se vio obligada a poner límites: “No quiero acostarme contigo mientras tu hija está en la cama”, le dijo un día a Ryan O’Neal, como reveló el Daily Mail. Anécdotas como esa llevaron al rotativo británico a preguntarse en 2007 si Ryan O’Neal era “el peor padre de Hollywood”.

O’Neal se había visto obligado a convertirse en madre y padre, y si atendemos a la memorias de Tatum (A paper life, publicadas en 2001), optó por no ser ninguna de las dos cosas. Más bien, fue un compañero de piso muy generoso. En su biografía la actriz cuenta cómo cuando tan sólo tenía 12 años su padre le dio a su por entonces amante Melanie Griffith unos miles de dólares para que se la llevase a París. “Nos drogábamos e íbamos a fiestas salvajes. Un día fumamos todos opio y hachís. Mareada, me dejé caer en la cama. Cuando levanté la cabeza, Melanie se estaba enrollando con un chico y con la actriz Maria Schneider”. Su vida está jalonada de anécdotas escandalosas que no decayeron cuando a los 20 años se casó con otro hombre con tanto talento como demonios internos, el tenista John McEnroe.

Griffin, el infierno que no salió en las revistas

Y así como los escándalos familiares opacaron la carrera de su padre, la fama de Tatum oscureció el infierno por el que también pasó su hermano Griffin. “Yo era el liador de porros de la familia”, declaró en 2015 a People el primogénito de los O’Neal. La larga batalla de Griffin con las adicciones había empezado cuando solo tenía 9 años. “Mi vida ha sido un reino de degradación por las drogas y el alcohol. Tuve que automedicarme toda mi vida porque sentía dolor en todas partes. En mi familia había drogas en cualquier sitio y todos los días. Eran los años sesenta y setenta y Tatum y yo lo pasamos mal”.

La vida de Griffin está plagada de incidentes violentos. Su padre le rompió dos dientes de un puñetazo cuando tenía 18 años y ha pasado por la cárcel por conducir ebrio y disparar al coche (vacío) de su ex novia. Pero ningún episodio fue tan devastador como el que le costó la vida al hijo de Francis Ford Coppola. En 1986 Griffin estaba en Maryland junto a su amigo Gian-Carlo Coppola, participando en la una película del padre de este, Jardines de piedra. En un descanso del rodaje alquilaron una lancha. Tres horas después Gian-Carlo fallecía decapitado tras intentar pasar a toda velocidad entre dos embarcaciones atadas por un cable. En un principio Griffin declaró que era Gian Carlo quien conducía, pero la investigación demostró que era él y que su inexperiencia había sido la causa del accidente. Tal y como informó en su momento el Washington Post, fue absuelto de homicidio involuntario, pero declarado culpable de conducir negligentemente.

En 2008 volvió a terminar en comisaría, pero esta vez le acompañó su padre. Tras una llamada de los vecinos, la policía se presentó en la casa familiar donde se encontraron al actor apuntando a su hijo con un arma. Ese día Farrah Fawcett (a ella llegaremos en el siguiente párrafo) cumplía 60 años y celebraba haber superado un cáncer tras cuatro meses de tratamiento, pero la fiesta terminó en tragedia. Según declaró Ryan O’Neal, su hijo le amenazó con un atizador. El actor fue acusado de agresión con arma de fuego y tuvo que pagar una fianza de 50.000 dólares. La foto de su ficha policial dio la vuelta al mundo en el peor momento. Tras años alejado de papeles protagonistas como los que le encumbraron en Love Story, Qué me pasa doctor o Barry Lyndon, volvía a saborear el reconocimiento del público con un papel en la serie Bones. Casi un premio de consolación para una carrera que en los setenta parecía no tener techo, pero que resultó lastrada por el carácter problemático de O’Neal y un puñado de malas decisiones. Estuvo a punto de ser el boxeador de Campeón y protagonizar El guardaespaldas junto a Diana Ross y Memorias de África con Julie Christie, e incluso de ser Rambo, pero la idea de “revolcarse en guano de murciélago” no le seducía mucho. Y pasar tiempo lejos de Farrah Fawcett tampoco.

Farrah, una historia de amor y decepción que duró décadas

Fawcett fue el gran amor de O’Neal, aunque nunca llegaron a casarse. Su relación se inició cuando el marido de ésta, el actor Lee Majors, le pidió a su amigo que la entretuviera mientras él se iba a trabajar fuera y se prolongó hasta la muerte de ella. Según ellos mismos contaron, la primera noche que salieron juntos se besaron tanto que les sangraron los labios. Empezó así una historia de amor que el actor considera la única real de su vida y de la que nació Redmond, el hijo que iba a demostrarle que las cosas siempre se pueden poner peor. Sus otros hijos habían estado bajo el foco de la prensa por la fama de su padre, pero ahora había una madre celebérrima también en la ecuación. La chica cuya foto enfundada en un bañador rojo había vendido doce millones de copias, el Ángel de Charlie más deslumbrante, un icono pop y la mujer más deseada de América.

Los problemas no tardaron en aparecer. En su libro Both of us: My life with Farrah (”Ambos: mi vida con Farrah”), O’Neal relata un episodio perturbador. Durante una de las interminables peleas a las que conducía el fuerte carácter de ambos, el pequeño Redmond de sólo seis años se presentó en la habitación con su pijama de Winnie-the-Pooh y un cuchillo de carnicero que amenazaba con clavarse en el corazón si sus padres no dejaban de discutir. Pensando en esta escena, el desastre en el que su vida se convirtió años después no sorprende a nadie.

En 2009 su padre resumió entre lágrimas el infierno que era la vida de su hijo. “Ha estado en 13 centros de rehabilitación. Ha tenido una vida terrible. Tiene adicciones que no puede controlar; se duerme en la mesa. Eso no es ser un chico privilegiado. Nunca ha tenido dinero, nunca ha tenido un coche. Ha estado sin salir a la calle durante un año porque la policía no paraba de detenerlo”. Esas “adicciones incontrolables” les habían llevado a ambos a la cárcel apenas un año antes cuando la policía encontró droga en la casa del actor. Según manifestó después, esa droga era de Redmond, pero se declaró culpable de posesión para evitarle el disgusto a una Farrah tan enferma que fallecería apenas meses después (Fawcet falleció el 25 de junio de 2009, el mismo día que Michael Jackson). Redmond acudió esposado al funeral. Una imagen desoladora que no significaba el final de su caída.

En 2018 fue acusado de intento de asesinato tras atacar al azar a cinco hombres. Tras evaluarle, se le diagnosticó esquizofrenia, trastorno bipolar y trastorno de personalidad antisocial. “Las drogas no han sido el problema, sino el trauma psicológico de mi vida entera. Mis experiencias vitales son lo que más me han afectado”, declaró a la web sensacionalista Radar Online tras su detención.

Patrick, la excepción en una familia destrozada

No todos los vástagos de O’Neal le culpan de sus desgracias. La excepción es Patrick, fruto de su matrimonio con la actriz Leigh Taylor-Young. Locutor deportivo de Fox Sports, ganador de un Emmy y exmarido de la actriz Rebecca De Mornay, lleva una vida alejada de los escándalos de la familia. En 2012 concedió una entrevista a la NBC para quejarse porque uno de los programas estrella de la cadena se había burlado de la clase de padre que había sido Ryan. “Tatum escribió un libro sobre lo mal que estaba todo, pero yo podría escribir un libro que podría ser bastante aburrido sobre lo maravillosa que fue mi infancia”, puntualizó. Hace un par de años, y para reforzar su vínculo paternofilial, reflotaron un viejo gimnasio de barrio en Brentwood, como aquellos que frecuentaba O’Neal en su adolescencia y suelen subir fotos a sus redes sociales en las que se puede seguir una relación que se ha vuelto más estrecha desde que Ryan O’Neal fue diagnosticado de leucemia.

El año pasado Tatum trató de fortalecer también su casi inexistente vínculo con Ryan. Una imagen de toda la familia reunida se convirtió en un símbolo de paz entre sus miembros. “Puedo llorar de alegría y gratitud porque todos en esta foto todavía están vivos y hemos sido capaces de reunirnos de nuevo después de tantos años de dificultades. Toda la Costa Oeste está ardiendo, pero si los O’Neal pueden reconciliarse, realmente todo es posible” escribió un emocionado Sean McEnroe.

Pero en 2011 padre e hija ya habían escenificado un acercamiento público durante la docuserie producida por Oprah Winfrey Ryan y Tatum: The O’Neals. Un proceso de reconciliación tras veinticinco años alejados que no fue tal y no pasó de la primera temporada. Ryan O’Neal culpó a la productora por distanciarlos aún más: “Estamos más separados ahora que cuando comenzamos el programa. Gracias, Oprah, por toda tu ayuda”. Como padre ha sido cuestionado, como hombre sincero y directo, no. Un hombre que es consciente de que el de padre ha sido el peor papel de su carrera. Así lo reconoció él mismo: “Soy un padre incompetente”, remataba aquel famoso reportaje de Vanity Fair. “Creo que no estaba destinado a tener hijos. Mira cómo me ha ido: o están en la cárcel o deberían estarlo”. Con 80 años recién cumplidos, la historia aún puede volver a reescribirse.

martes, 12 de agosto de 2025

Las cincuenta mejores películas españolas del último medio siglo

 [Yo hubiera añadido Alas de mariposa, Epílogo, Ópera prima, La lengua de las mariposasLa niña de mis ojos, El efecto mariposa etc...]

 Las 50 mejores películas españolas del último medio siglo. En Babelia, 10 de mayo de 2025:

Un jurado de 53 periodistas selecciona los largometrajes más relevantes desde la muerte del dictador en 1975.

¿Ha cambiado mucho el cine español en este medio siglo? Un vistazo a la lista de las mejores 50 películas —elegidas por 53 periodistas culturales y expertos cinematográficos vinculados con EL PAÍS, que en total han votado 215 películas— da una respuesta contradictoria: sí y no. Desde luego, son novedosas, y muy relevantes, la explosión de un cine de terror que ha transitado más allá del género para narrar historias sociales; la consagración de una generación de directores —la mayor parte de ellas no habían nacido cuando murió el dictador Francisco Franco— que han encontrado, por fin, el espacio para contar sus historias (y vistas las taquillas, había un público esperándolas) y la ambición artística y de presupuestos de cineastas que entienden España como un lugar de partida. Pero sigue habiendo hueco y respeto por los clásicos. Clásicos como Arrebato; El desencanto; Los santos inocentes; Amanece, que no es poco; La escopeta nacional o El sur que señalan maneras de encarar las grandes cuestiones a los creadores actuales. Y por supuesto, siempre, la sombra de Pedro Almodóvar, el maestro actual, el creador que ha logrado que cada generación tenga un almodóvar favorito.

1. Arrebato

1979. Iván Zulueta

Arrebato es la única película firmada por Iván Zulueta, creador excepcional cuya obra (dispersa entre cortosmetrajes, dos capítulos de televisión, fotografías y afiches, además de un debut, Un, dos, tres... al escondite inglés , acreditado a José Luis Borau) abarcó toda su vida. Pudo haber sido el director más relevante de España, y quién sabe si de Europa. Su adicción a la heroína no le permite centrarse en el cine. Tampoco lo necesitó económicamente. Hijo de una familia bien de San Sebastián —su padre dirigió el festival en cuatro ediciones—, capturó en Arrebato la fascinación por el propio hecho fílmico. En los contornos del fantástico, esta irrepetible película no se parece a nada, y aún así todos nos reconocemos en ella. Con un guion al que ningún gurú de la narrativa daría el visto bueno, rodada bajo el sol invernal de Madrid, Arrebato versa sobre el tiempo detenido (la heroína, la fotografía, el cine) y la capacidad —la necesidad— de entregarse a él. Jimina Sabadú

2. La escopeta nacional

1978. Luis García Berlanga

Pocas películas reflejan tan bien la supervivencia de la clase política cuando las cosas se estropean. La mira nacional puede leerse como una venganza de Berlanga a toda esa clase social que supo mantenerse en el poder en el tardofranquismo. La acción transcurre durante una de las famosas cacerías que en la dictadura servían para hacer negocios, cambiar leyes y hasta señalar a los enemigos. Aparecen ministros, señoritos, nobles y los arribistas, esos don nadies que sabían cómo ascender en el gobierno del régimen. Nadie como Berlanga para retratar lo absurdo de esa situación, con su mirada sagaz, su humor negro, algo pesimista, y sus frases que han pasado a la historia. Como cuando el empresario catalán vendedor de porteros automáticos, interpretado por José Sazatornil, dice eso de “yo soy apolítico, de derechas de toda la vida”. Frase que todavía habla de una tipología de español que pervive en nuestros días. Pepa Blanes

3. El sur

1983. Víctor Erice

Aunque es imposible desligar El sur de su naturaleza de película inacabada e incompleta, en ella anidan algunas de las imágenes más imperecederas del cine español. Adaptación del cuento homónimo de Adelaida García Morales, El sur es la elegía de una hija, Estrella, ante el enigma de su padre, Agustín. Ella es la memoria de un hombre marcado por el silencio, el de los vencidos de la guerra, el de los aventureros lejos del sur. La prodigiosa primera secuencia de la película es el anuncio de la tragedia y de la transmisión padre-hija a través de un objeto mágico, un péndulo de zahorí. Pero quizás el momento más inolvidable, improvisado por Víctor Erice durante el rodaje, es la emocionante secuencia del baile de la primera comunión, con Omero Antonutti y Sonsoles Aranguren (después Icíar Bollaín de adolescente) unidos para siempre por el alegre compás del pasodoble En er mundo. Elsa Fernández Santos

4. Los santos inocentes

1984. Mario Camus

Cuentan que en su estreno, cuando Azarías ajusticiaba al señorito Iván, en los cines se aplaudía. El éxito de la adaptación de la novela de Miguel Delibes era esperable, no tanto que se convierta casi en un fenómeno social. Tal vez porque para muchos fue fácil reconocer a sus padres en aquellos vasallos que aceptaban resignados los desmanes de los caciques, con la esperanza de darles a sus hijos un futuro que ellos ni siquiera se permitieron soñar. Frente a la modernidad a veces impostada de los ochenta, la película de Mario Camus les recordaba a aquella España que se quitaba el polvo de la dehesa de dónde veníamos ya dónde podríamos volver. Alfredo Landa y Paco Rabal se llevaron el premio de interpretación en Cannes; Podrían haberlo compartido también Terele Pávez, Juan Diego y hasta la milana bonita. Pocas veces un reparto ha estado tan tocado por la gracia. Eva Guimil

5. Mujeres al borde de un ataque de nervios

1988. Pedro Almodóvar

El cielo imposible de Madrid, tal vez fruto de una sobredosis de orfidales disueltos en el gazpacho. La maqueta del edificio que pronto descubrimos que no es un truco barato de atrezo. Desde el primer plano, todo parece decorado —o “estudiado simulacro”—, pero todo es de verdad. En su película más popular (en ambos sentidos de la palabra), Almodóvar convierte el artificio en poética y sus carencias en estilo. Mezcla de géneros que no deberían tocarse —comedia, melodrama, policiaco— con un desparpajo radical, deformando el huis clos del teatro de bulevar y con La voz humana de Cocteau como modelo latente de un cine que gravitó en torno al desamor antes de centrado en la muerte. Los chiitas, el mambotaxi , los looks polvorientos de Julieta Serrano, las cafeteras-pendientes, la abogada feminista, la portera devota de Jehová: cada detalle se vuelve icono. Carmen Maura borda el papel de su vida, con María Barranco como gloriosa robaescenas. Mucho antes del MeToo, Almodóvar defendió un feminismo sin revancha, una hermandad incipiente, la posibilidad de una maternidad solitaria. Puede que no sea su mejor película, pero sí es la más irrepetible. Álex Vicente

6. Amanece, que no es poco

1989. José Luis Cuerda

Una votación para elegir a la puta del pueblo, hombres que crecen en los bancales, misas con aplausos y vítores, fogonazos en el culo, un guardia civil pegando tiros al sol, colas en el bar para tomar copitas de anís, reflexiones ante una calabaza, el padre y el hijo que llegan en moto con sidecar a un insólito pueblo manchego. Tantas son las maravillas que se suceden a lo largo del metraje de Amanece, que no es poco , que cada secuencia y cada diálogo se convierte en un prodigio de humor y sabiduría del absurdo. Dirigido por José Luis Cuerda en 1988, la película, con frases antológicas y demoledoras, se ha convertido en un título necesario y de culto de la historia del cine español. El elenco interpretativo, con José Sazatornil, Manuel Alexandre, Luis Ciges, Chus Lampreave, Aurora Bautista, Antonio Resines y tantos otros, es un verdadero sueño. Rocío García

7. El desencanto

1976. Jaime Chávarri

Meses después de la muerte de Franco se estrenó este documental producido por el imprescindible Elías Querejeta y cuyo título terminaría calificando una Transición que algunos querían rupturista y no lo que fue: reformista. La película de Jaime Chávarri tiene, sin embargo, más de sociología que de política. A través de entrevistas con la viuda (Felicidad Blanc) y los tres hijos de Leopoldo Panero —uno de los mejores poetas del Régimen— asistimos a la demolición total de una familia que era pura fachada, ejemplo oficioso de una institución sacralizada por el nacionalcatolicismo. Sin ahorrar reproches, Juan Luis, Leopoldo María y Michi despliegan toda su inteligencia ―que era mucha― ante una madre incomprendida y contra un padre ya incomprensible. El documental consagró al novísimo Leopoldo María como el loco oficial de la literatura española. En 1995 Ricardo Franco estrenó lo que parecía una secuela imposible: Después de tantos años. Javier Rodríguez Marcos

8. Alcarrás

2022. Carla Simón

Cirujana de los sentimientos, a los que disecciona cámara en mano, y respetuosa retratista de lo humano, tan rigurosa como cariñosa con sus personajes y sus historias, a Carla Simón nada le sale mal en su crecimiento cinematográfico. Con Alcarràs logró el Oso de Oro de Berlín, y se convirtió en la primera directora española en ganar un festival de clase A. Un resultado merecido con este ambicioso paseo por el fin de una época, la de los agricultores de frutales —como la familia materna de Simón en Lleida—, decadencia que hunde al clan protagonista, a la vez que atisbamos los juegos y las preocupaciones de los niños y de los adolescentes que les rodean. Porque ellos encaran la vida en una casa familiar sitiada por el siglo XXI. Rodada con actores no profesionales, sutil (con esas discusiones filmadas desde ventanas y puertas, o con esos juegos infantiles tan sinceros) y mágica, Alcarràs, sin proponérselo, acaba siendo una obra maestra contundente, limpia y valiente. Gregorio Belinchon

9. Cría cuervos

1976. Carlos Saura

Película bisagra que se escribe y se rueda con Franco vivo, pero que se estrena con Franco muerto, Cría cuervos se convirtió, desde dentro de la propia historia y desde lo que estaba ocurriendo en el exterior, en una fascinante metáfora de la opresión, representada por las niñas protagonistas, casi siempre recluidas en casa a pesar de estar de vacaciones, y que sólo al final, como la propia España con el óbito del dictador, se preparan para una nueva etapa en sus vidas. Con independencia de su simbolismo, la película de Saura se configura como una extraordinaria experiencia sensorial de colores, sonidos, ritmos y músicas (ese inmortal Por qué te vas, de Perales y Jeanette, redondeando los ojazos de Ana Torrent); como una misteriosa, enigmática y vanguardista obra de arte acerca de la obsesión por la muerte, de enorme influencia en sucesivas generaciones de cineastas españoles. Premio Especial del Jurado en Cannes, y 1,3 millones de espectadores. Javier Ocaña

10. Función de noche

1981. Josefina Molina

El paso del tiempo ha beneficiado a este descarnado documental en el que Lola Herrera se convirtió, sin saberlo, en el medio de toda una generación de españolas condenadas al silencio o la ignorancia, y no solo sobre su vida sexual y sentimental. Herrera hablaba por ella, pero en su valiente desnudez —“Soy una mujer que nunca ha tenido un orgasmo”, dice la frase más célebre de la película— revelaba la realidad de las mujeres cuya educación (y desarrollo) quedó en manos de la ideología franquista. El cruce de verdades ante el que fue su marido, el actor Daniel Dicenta —que también hace un ejercicio de exorcismo ante su propia estafa como hombre: “A nuestra generación nos han hecho mierda”, decía Dicenta— fue el material con el que Molina logró una película inclasificable que responde desde el amargo dolor de una pareja rota a las aberraciones del matrimonio bajo el retraso de la dictadura. Elsa Fernández Santos

11. Todo sobre mi madre

1999. Pedro Almodóvar

Las mujeres trans son mujeres y, de vez en cuando, padres inopinados. Estrenada en 1999, en la bisagra del siglo y el milenio, Todo sobre mi madre , piedra angular de la filmografía colorida e intimista de Pedro Almodóvar, anticipó algunos de los temas urgentes del presente y despidió otros del pasado: el feminismo y la identidad de género de este lado; la epidemia de la heroína y el sida del otro. Con una cascada de premios, desde el Óscar a la mejor película extranjera al Goya, este drama de diálogos de alta intensidad emocional e imágenes cargadas de simbolismos explora con una mirada desprejuiciada las formas cambiantes de la maternidad. Llena de interpretaciones notables, sobresale la de Antonia San Juan en el papel de Agrado, dignísima y entrañable prostituta trans cuya finalidad consumada en la vida era, como prometía su nombre, la de dejarnos a todos satisfechos. Silvia Hernando

12. El viaje a ninguna parte

1986. Fernando Fernán Gómez

¡Me cago en el padre de los hermanos Lumière! Con esta frase se coronaba en El viaje a ninguna parte una de las secuencias cómicas más memorables del cine español, en la que don Arturo (Fernando Fernán Gómez) fracasó estrepitosamente en su primer, y único, papel cinematográfico. Era un momento delirante en una narrativa amarga y sentimental sobre un grupo de cómicos (mitad vagabundos, mitad artistas) que recorren durante los años cincuenta una España sedienta de cultura y hambrienta de pan hasta lograr la oportunidad de cambiar su destino. Aunque ese golpe de suerte sea otra ficción dentro de la ficción. Mejor película en los primeros Premios Goya, en El viaje a ninguna parte Fernando Fernán Gómez se rodeó de un plantel de actores que atravesaba varias generaciones (de María Luisa Ponte a Gabino Diego) para retratar en un país que seguía contándose mentiras para sobrellevar un pasado reciente lleno de penuria y derrota. Conchi Cascajosa

13. Como mejor / As  bestas

2022. Rodrigo Sorogoyen

Los milagros se obran o no se obran, y en el caso de As bestas vaya si se obró. La proverbial capacidad de Rodrigo Sorogoyen para hacer fluir en forma de películas o series las historias más bestias (véase El reino , véase Antidisturbios…) cobra aquí una dimensión cercana a lo improbable. Uno no sabe con qué quedarse —se queda con todo, vaya— en este thriller rural que se llevó nueve premios Goya (los principales, sí, ha acertado, querido lector) en 2022. El guion de Sorogoyen e Isabel Peña, puro in crescendo, es sórdido, angustioso y anfetamínico. También la forma de rodar, con la cámara persiguiendo a los actores y persiguiendo al espectador. Las interpretaciones de todos, de los agredidos y de los agresores, pero muy especialmente la de Denis Ménochet (sí, aquel granjero francés del arranque de Malditos bastardos) son grandiosas a la par que antigrandilocuentes. Muy bestia, As bestas. Borja Hermoso

14. ¿Quién puede matar a un niño?

1976. Narciso Ibáñez Serrador

Una obra escalofriante. Los niños, habitualmente símbolo de inocencia, aquí son la representación de la violencia más terrorífica, la que ocurre sin razón aparente. Esta inversión de lo esperado perturba ya la vez engancha: el miedo no es provocado por lo monstruoso, sino por lo puro. Además y sorprendentemente, el horror no se oculta entre sombras. Ibáñez Serrador elige la luz del sol como cómplice de la angustia: el pueblo bañado en claridad, las calles desiertas y la calma aparente son más inquietantes que cualquier noche oscura. Los protagonistas están atrapados en una pesadilla a plena vista, donde el brillo del día no ofrece refugio, sino una exposición brutal. Imposible al acabar no preguntarse aquel clásico de: “¿Está la maldad en nuestra naturaleza?”. Thomas Koch

15. El crimen de Cuenca

1979. Pilar Miró

Un error judicial, el caso Grimaldos, sirve a Pilar Miró para mostrar que el caciquismo, el clericalismo y la violencia policial seguían presentes en España a pesar de que el país se hallara en plena transición.El crimen de Cuenca es muchas cosas, un thriller sobre un suceso acaecido a principios de sigo en varios pueblos conquenses, pero también es un documento de nuestra historia, que refleja el grave trauma que los españoles hemos mantenido con nuestro pasado reciente, no solo por lo que cuenta, sino por lo que el via crucis que pasó la propia película. La película fue censurada en 1980 y Miró, procesada por la Justicia Militar. Todo esto no hizo más que despertar la curiosidad de una España que no temía a mirar al pasado, pues la película fue la más taquillera de 1981 a pesar de las amenazas violentas de la extrema derecha. Pepa Blanes

16. Estío 1993

2017. Carla Simón

La verdad autobiográfica y el rigor en la elección de un punto de vista explican la excepcionalidad de la opera prima de Carla Simón, que narra sin estridencias, sentimentalismos, ni impostada ternura el primer verano de orfandad de una niña de seis años que acaba de perder a sus padres bajo el estigma del sida. La sutileza en las maneras expresivas recorre todo el conjunto, en el que brillan momentos como esa secuencia en la que dos niñas juegan y, sin subrayados, se manifiesta, a través de los gestos y las palabras de la pequeña Frida, esa vida pasada al lado de una madre a la que le dolían los huesos y que nunca encajó en lo que la familia esperaba de ella, pero que dejó un vacío que nada parece ser capaz de llenar. No hay receta, método, ni fórmula magistral que enseñe a hacer una película tan diáfana. Jordi Costa

17. ¿Qué he hecho yo para merecer esto?

1984. Pedro Almodóvar

Veinte años después de que Betty Friedan descubriera “el problema que no tiene nombre” que llevaba a la depresión a las amas de casa, Pedro Almodóvar rodó su particular mística de la feminidad en versión neorrealista española. Por supuesto que ninguna mujer tendría un orgasmo fregando el suelo de la cocina, especialmente si vivía entre descampados del extrarradio de Madrid en los ochenta, limpiaba casas por cuatro duros y se entregaba a la piedad química de las anfetaminas para aguantar en los 40 metros de su piso a un marido inepto y machista, un hijo chapero, otro camello y una suegra neurótica. Con una Carmen Maura magistral en el papel de Gloria y unos secundarios tan estrambóticos como maravillosos, la cuarta película del manchego contiene frases que son ya historia de España, como ese “Paso total de vosotras, me aburrís”, de una impagable, y eterna, Chus Lampreave. Noelia Ramírez

18. Tesis

1996. Alejandro Amenábar

"Me llamo Ángela. Me van a matar". Ángela sabía que no debía seguir investigando las películas snuff , que muestran tortura y violencia extrema real, que encuentra en el archivo universitario y entre las que está la grabación del asesinato de una exalumna de su facultad. Y, aún así, siguió investigando y acercándose cada vez más al asesino. La mirada aterrorizada de la actriz Ana Torrent se convirtió al instante en uno de los iconos del cine español de los noventa en esta película en el que comparte pantalla con los debutantes Fele Martínez y Eduardo Noriega. El escenario de este thriller de suspense, que insinúa más que enseña, son los pasillos grises de la facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid, en los que estudiaba un Alejandro Amenábar que solo tenía 23 años, abordado cuando escribió —junto a Mateo Gil— su primera película. El thriller , tan turbio en su argumento como brillante en su realización. Ganó siete premios Goya, incluida mejor película. Natalia Marcos

19. El año del Descubrimiento

2020. Luis López Carrasco

El año del Descubrimiento reinterpreta los fastos de 1992 desde la protesta de las clases trabajadoras en Cartagena. Los efectos de la reconversión industrial habían sido devastadores. Un documental polifónico nos ayuda a entender el desencanto político, la desarticulación de luchas colectivas, la persistencia contestataria de los imprescindibles y la impregnación de la clase obrera con valores de un neoliberalismo que identifica a pobres con tontos mientras dibuja al capitalista como merecedor de su fortuna. Se normaliza la explotación. Sentimentalmente. El director trabaja atendiendo a los significados de las rendijas que separan o confunden realidad y representaciones: a veces, el realismo fosiliza la violencia imponiendo una versión irreparable y familiar de lo real; Sin embargo, la conciencia del artefacto de López Carrasco y la empatía con que enfoca a sus protagonistas cuajan en un excelentísimo cine político tanto por el tema, como por el tratamiento del lenguaje cinematográfico y del género documental. Marta Sanz

20. Furtivos

1975. José Luis Borau

La asociación entre José Luis Borau y Manuel Gutiérrez Aragón, maestro y alumno en la escuela de cine de Madrid, dio lugar a varios proyectos. Dos de ellos acabados, como Furtivos y Camada negra, en los que se intercambiaron los créditos de guionista y director, pero compartieron una autoría común. Ambas resultan películas, según el crítico Carlos F. Heredero —biógrafo de Borau con su estudio La voz oculta de un cineasta—, dos películas imprescindibles para entender lo que llama el cine metafórico de la transición española. En Furtivos , los arquetipos del poder y la dominación a gastos del destino trágico que marca una naturaleza imposible de domeñar, convergen en una película magistral. En ella brilla la presencia de una Lola Gaos que simboliza con su personaje todo un rosario diabólico de deseos reprimidos y rencores cocinados al fuego lento de su caldereta. La lucha por la conquista del territorio anímico pugna entre aquellos seres humanos con instintos perpetuamente animales. Son criaturas encerradas en la celda cósmica de un país que no veía entonces la posibilidad de ser liberada pero que de no salir del laberinto hubiera estallado devorándose a sí mismo. Jesús Ruiz Mantilla.

21. Belle Époque

1992. Fernando Trueba

Belle Époque, de Fernando Trueba, es mucho más que una comedia romántica: es una celebración luminosa de una España que pudo ser y no fue. Ambientada en los años treinta, retrata un instante de libertad, belleza y tolerancia justo antes del estallido de la Guerra Civil. En los años noventa, cuando la película se estrena, España aún estaba redefiniéndose tras la Transición. Es posible que la historia que cuenta Trueba actuara como espejo y pregunta: ¿Y si aquella España abierta y vital hubiera prosperado? Su mirada nostálgica no es del todo hacia atrás, sino hacia un futuro truncado, una especie de memoria deseante. Trueba no reconstruye solo un tiempo perdido, sino un país posible. En ese gesto, la película se convierte en un canto utópico y melancólico, tan político como profundamente humano. Máriam Martínez-Bascuñán

22. Los lunes al sol

2002. Fernando León de Aranoa

Cada lunes al sol, haga frío o calor, vértebra la vida de los pobres diablos que habitan eso, Los lunes al sol . Y el espectador vive con ellos, piel con piel, el drama cotidiano del “No hay curro”, como si se pusiera morado a orujos, como ellos, en ese bar que parece un bar, no un bar de película. Hay como una atmósfera de ebriedad amable en esta pequeña obra maestra del cine español sobre la reconversión naval parida por el director Fernando León de Aranoa… y por el llorado productor-autor llamado Elías Querejeta. Santa, José, Lino, Rico, Reina, Amador… otros tantos perdedores en lo material y ganadores en lo moral: Javier Bardem, Luis Tosar, José Ángel Egido, Nieve de Medina, Joaquín Climent, Enrique Villén… un reparto inolvidable para una película inolvidable que arrasó en los Goya de 2003 (Mejor película, Mejor director, Mejor actor —Bardem—, Mejor actor de reparto —Tosar—, Mejor guion…) y en el festival de San Sebastián del mismo año. Una película que en cada visionado parece nueva. Borja Hermoso

23. Te doy mis ojos

2003. Icíar Bollaín

La cámara de Icíar Bollaín entra en el interior de una casa cualquiera de España, en este caso Toledo, para mostrar al más sobrecogedor y duro retrato de la violencia machista, de los miedos, impotencias y la lucha por salir del infierno. Han pasado casi 25 años y Te doy mis ojos sigue siendo un documento imprescindible y necesario para acercarse al horror del maltrato y humillaciones a las mujeres. El guion, coescrito por la propia Bollaín y Alicia Luna, pone su mirada en la destrucción de la mujer que inicia el proceso de superar la situación, sin olvidar al maltratador que busca en la terapia una salida a su propio drama. Dos imponentes actores, Luis Tosar y Laia Marull, dan vida a esta historia trágicamente actual. La película fue la gran triunfadora en la gala de los Goya de 2004, consiguiendo siete galardones, mejor película, dirección, guion, actor y actriz protagonistas, actriz de reparto (Candela Peña) y sonido. Rocío García

24. La isla mínima

2014. Alberto Rodríguez

El director sevillano Alberto Rodríguez consiguió invocar con acierto una época, los años posteriores a la Transición, en clave de thriller cuya complejidad ética y estética cautivó a crítica, espectadores y académicos, y sirvió como modelo a un nuevo cine comercial español sin los complejos de antaño. La isla mínima disecciona el cuerpo social de nuestro pasado reciente con maneras implacables y desde los códigos de género, puestos en escena con una precisión poco frecuente en nuestro cine, inspirada visualmente por la fotografía de Atín Aya y los documentales de los hermanos Bartolomé. A través de la investigación que llevan a cabo dos policías, Rodríguez confronta los modos sociopolíticos del franquismo con los del régimen del 78, y de ello deduce sutilmente una crítica a los logros reales del segundo, sumidos en una grave crisis de legitimidad cuando se produjo la película. Elisa McCausland

25. La ley del deseo

1987. Pedro Almodóvar

El sexto largometraje de Pedro Almodóvar es una estupenda síntesis de su mundo: melodrama sin complejos estéticos y comedia sin límites morales, religión y kitsch, homoerotismo y transexualidad, hijas y madres, metacine y casi teatro, Jacques Brel y Los Panchos, cocaína y pop frívolo. De La mala educación a La voz humana pasando por Tacones lejanos o Dolor y gloria, varias de sus películas posteriores están apuntadas en todo lo que rodea el triángulo amoroso (y doloroso, es decir, escaleno) formado por Eusebio Poncela, Antonio Banderas y Miqui Molina. Junto a ellos, una soberbia Carmen Maura en el papel de madre trans (de Manuela Velasco) abandonada por su pareja (Bibiana Fernández) en un Madrid abrasado por el calor del verano. Los cameos de Pedro y Agustín Almodóvar, Rossy de Palma, Fabio McNamara o Victoria Abril completan ese fractal almodovariano en el que no faltan la música de Bernardo Bonezzi ni el icónico cartel de Ceesepe. Los ochenta eran ellos. Javier Rodríguez Marcos

26. [REC]

2007. Jaume Balagueró y Paco Plaza

Quien vio [Rec] en el cine, lo recuerda. Las salas se llenaron en 2007 de gente tapada bajo su abrigo que se resistía a ver (pero que también quería ver) esta película que mezclaba el puro realismo cañí con un reportaje televisivo zombi grabado con cámara al hombro. Jaume Balagueró y Paco Plaza habían dirigido juntos el documental OT: la película, así que fue un hito inesperado que, de repente, regalaran un clásico del terror adrenalínico y rompedor. Su mal rollo hizo nacer toda una franquicia (acabaron siendo cuatro películas) e incluso un poco imaginativo remake estadounidense que por desgracia no contaba con los ojos, el micro y la naturalidad de Manuela Velasco ni las formas corporales de Javier Botet. Eneko Ruiz Jiménez

27. El laberinto del fauno

2006. Guillermo del Toro

Decir que el cine español son todas las películas de la Guerra Civil es una de las grandes falacias con la se ha luchado históricamente. No solo porque el tópico no sea verdad, sino porque además al conflicto bélico que marcó el trauma español del siglo XX todavía le quedan muchas historias y perspectivas por narrar. Así lo demostró un mexicano como Guillermo del Toro. Primero, en El espinazo del diablo, y, después, con la magna El laberinto del fauno, un triste cuento de hadas sobre las ensoñaciones de la infancia llena de realismo mágico, maquis y de los monstruos que copan su muy personal cine. Fue imposible que la candidez de Ivana Baquero y un elenco con Sergio López y Maribel Verdú en su mejor momento no encandilara incluso a los Óscar, donde logró tres estatuillas. La única espinita que se quedó clavada es que el director no cerrara su trilogía guerracivilista con la abandonada 3993. Eneko Ruiz Jiménez

28. Mi vida sin mí

2003. Isabel Coixet

No era un reto fácil, la temática del cáncer siempre resulta problemática de reflejar. Pero en el cómo es dónde se ve a los grandes creadores y cuando Isabel Coixet decidió abordarlo de la manera en que lo hizo, lo elevó a categoría de poema visual. Eso es lo que le salió a la cineasta catalana en Mi vida sin mí , un prodigio de bellezas, infortunios y rebeliones calladas que se cruzan en torno a la muerte. Seguir viva en otros, marcar los rumbos en ausencia en torno a la bondad y la generosidad de una presencia es lo que cuenta esta película rodada en Canadá y protagonizada con ángel y verdad por Sarah Polley. Fue otro de los aciertos de Coixet, la elección de esta actriz y un reparto en el que destacan, tanto en su elegante decadencia Debbie Harry como en su prometedora proyección de futuro Mark Ruffalo. La delicadeza, el tono ausente de sensibilidad, pero contundente en la emoción, ese poder a la hora de fundir el neón crepuscular de sus imágenes con la música siempre adecuada que marca un estilo propio, consolidaron a Coixet como una de las grandes cineastas del siglo XXI. Jesús Ruiz Mantilla.

29. Los amantes del Círculo Polar

1998. Julio Medem

Los amantes del Círculo Polar es la culpable de que toda una generación buscase señales en cada coincidencia, en cada palíndromo. La gélida fotografía de Gonzalo F. Berridi, la exquisita banda sonora de Alberto Iglesias y la estructura circular convirtieron la película en una obra de culto casi de forma instantánea. La voz en off, que atraviesa todo el relato, generó fanáticos y detractores a partes iguales. Julio Medem (sí, Medem: otro palíndromo) escribió el guion en pleno divorcio, y se nota. Otto y Ana, Ana y Otto son el eco de una época y una edad para trágicos y enamoradizos. Jimena Marcos

30. Hola, ¿estás sola?

1995. Icíar Bollaín

Icíar Bollaín, que ya habría pasado a la historia del cine español solo por su papel en El Sur, debutó a los 28 años con esta película sobre la amistad entre dos jóvenes de veinte, unidas por un pasado de soledades y orfandad y un porvenir, tal vez en común, que se enfrentan desde dos lugares opuestos: el pragmatismo de Candela Peña y la ensoñación de Silke. Bollaín logró algo poco común: dar con una voz propia a la primera. En el cine de los noventa, que nos tenía acostumbrados a su retrato de una juventud hedonista, los dos personajes de Hola ¿estás sola? se dan de golpes contra la vida en su búsqueda de un futuro mejor que no acaba de llegar. Iker Seisdedos

31. El día de la bestia

1995. Álex de la Iglesia

En 1995, la película más taquillera del cine español fue Two Much. De acuerdo. Es un modelo perfecto de cine convencional. Pero ese mismo año, El día de la bestia zarandeó el muy a menudo adormilado panorama del cine español. Pocos estaban preparados para un revolcón de tal calibre. Un cura, un heavy y un vidente televisivo han de atrapar al Anticristo, que va a nacer en Madrid el día de Nochebuena. Tan lisérgica sinopsis debería haber asustado a cualquier productor, pero ahí estaban Iberoamericana, Sogetel y Canal+ España para avalar el disparate. Un dispar que se concretó en una detonación fílmica. Con tanta desfachatez como pericia, con tanta potencia como meticulosidad, Álex de la Iglesia unió subversión temática e imaginación visual para repartir contundentes bofetadas a la idiocia televisiva, al fascismo, a la mentalidad biempensante y, también, a los cinéfilos acomodados. Y hoy cabe pensar que treinta años después, pocos se atreverían a escribir un guion en el que el Anticristo fuera a nacer al amparo de las madrileñísimas torres KIO. Así, hace 30 años, El día de la bestia mostró que otros cines españoles son posibles. Lo único que hay que hacer es atreverse a filmarlos. Miguel Ángel Palomo.

32. Hable con ella

2002. Pedro Almodóvar

"Nada es sencillo. Soy maestra de ballet y nada es sencillo", dice el personaje interpretado por Geraldine Chaplin al final de este melodrama oscuro que consolidó, tras Todo sobre mi madre, la gran etapa de madurez en el cine de Almodóvar. La frase resume el espíritu de una película en cuyo centro palpita una perturbadora paradoja —un acto atroz ejecutado por un alma pura—, en cuyos márgenes se apuntan muchas otras historias posibles, como la de la improbable amistad surgida entre dos hombres que velan los cuerpos yacentes de sus amadas o la de la inesperada transformación de una energía amorosa que la película abandona en el umbral mismo de su próxima iteración. Todo es complejo e irreductible a una sola idea en este laberíntico relato de mujeres fantaseadas por hombres solitarios que apunta a la médula misma del género melodramático: el eterno pulso entre el deseo y la ley. Jordi Costa

33. Jamón, jamón

1992. Bigas Luna

Si Freud hubiera sentado al macho cabrío español en un diván, tras hurgar en ese subconsciente habría descrito algo parecido a Jamón, jamón. No era Sófocles sino un transgresor que veía lo atávico en lo cutre. No pudo ser más preciso Ángel Fernández-Santos en su descripción tras asistir a su polémico estreno en Venecia: “Astuta sesión de gastronomía sexual orquestada por este cineasta ibérico de pura cepa, que es el catalán Bigas Luna”. La primera película de Penélope Cruz y una de las iniciales de la trayectoria de Javier Bardem es una versión cañí de una tragedia edípica grabada en el lejano oeste de Los Monegros. No es solo el primer plano de los calzoncillos lo que lo sexualiza todo. La conexión con lo reprimido llegaba al paroxismo con una secuencia que podría haber grabado un Buñuel pop: el arranque desesperado del testículo del toro de Osborne como aceptación histérica de una tibia masculinidad derrotada. Jordi Amat

34. De nens

2003. Joaquim Jordà

La ansiedad de impugnar el sistema puede tener algo de paranoia, pero la cinematografía de Joaquim Jordà evidencia la necesidad de atreverse a contemplar sospechosamente la realidad para imaginar cuál es el lado opaco del orden establecido. Seguramente el mejor recurso para conseguirlo es la transgresión del lenguaje fílmico rectilíneo y tradicional. Las tres horas de De nens, que enlazaba con el Raval de Arcadi Espada, es un caso incómodo y revelador de este documentalismo político. Mezclando discursos de todo tipo, la percepción del espectador queda alterada y así el director desvela lo invisibilizado. A partir de la grabación del juicio sobre un presunto caso de pederastia en el barrio degradado, pero también con entrevistas a vecinos e incrustando escenas de teatro experimental, Jordà construyó una interpretación crítica del proceso de transformación urbana que conectó con el surgimiento de la crítica antisistémica al modelo de éxito de la Barcelona postolímpica. Jordi Amat

35. El crack

1981. José Luis Garci

Desde su mítica primera secuencia en ese bar de barrio esta película deja una firma indeleble en la historia del cine español. Alfredo Landa construye con una mirada, y qué mirada, a Germán Areta, un detective sin tiempo ni lugar en la España de la época, sacado del imaginario estadounidense, del negro por el que Garci siente devoción. Una película dedicada a Dashiell Hammett que muestra un Madrid de postal oscura, billares, gimnasios y antros y rinde tributo a lo mejor del género. Impresiona Miguel Rellán como El moro, fiel escudero de Areta, y María Casanova en el papel del amor del detective, tan alejada en su caso de la femme fatale clásica. Hay melodrama, clichés y homenajes obvios pero el conjunto es una película excelente, única en el cine español más allá de sus dos continuaciones. Quienes lo califican de película de bolsilibro y de cine acartonado no han entendido nada. Juan Carlos Galindo

36. Mar adentro

2004. Alejandro Amenábar

Sería injusto decir que Ramón Sampedro colocó la primera piedra para lograr la ley de la eutanasia en España. Su caso puso muchas más en ese camino, y Alejandro Amenábar contribuyó a ello. El cineasta arriesgó, salió del terreno en el que se había movido en sus películas anteriores —Tesis ( 1996), Abre los ojos (1997) y Los otros (2001)—, se metió en Mar adentro, donde el final no supuso ninguna sorpresa, y ganó. La película obtuvo 14 premios Goyas, aún no la ha superado otra. Llegó a Hollywood y se llevó el Óscar a mejor película internacional. Además, estuvo nominada a mejor maquillaje, un reconocimiento a la estupenda caracterización de los actores, y, cómo no, de un formidable Javier Bardem, que se fusiona en la gran pantalla con ese gallego que tantas veces había aparecido en la pequeña pidiendo una muerte digna. Hoy, quizás, cuando la ley de la eutanasia lleva en vigor cuatro años, el foco se pondría sobre la cuidadora, la cuñada del protagonista, una Mabel Rivera que, apretando los labios, llena la película de elocuentes silencios. Rut de las Heras Bretín

37. La soledad

2007. Jaime Rosales

Hay una secuencia en La soledad imposible de olvidar. Muestra el tránsito de un personaje de la vida a la muerte con tanta verdad que se te agarra al estómago. Desde lejos, con la cámara situada a la entrada de la habitación donde sucede, evitando el morbo, como si intentara desentrañar sin perturbarlo el instante más aterrador de la existencia. Así es toda la película. Un fresco que desmenuza la cotidianidad de manera tan minuciosa que la eleva hasta la dimensión de la tragedia: esa corriente que parece siempre igual a sí misma, el día a día, lleno de acontecimientos aparentemente ligeros, pero que observados con la lupa de Jaime Rosales se revelan llenos de contenido y emoción. El director recurre en muchos momentos a la pantalla partida para simultanear diferentes perspectivas de una misma escena, una técnica que, lejos de resultar aquí fría o artificiosa, potencia la veracidad. La guinda la ponen las dos actrices protagonistas: Petra Martínez y Sonia Almarcha. Raquel Vidales

38. La Maternal

2022. Pilar Palomero

Sutiles, compasivas, dolorosas, emocionantes. Todas las películas de Pilar Palomero podrían definirse con estas palabras. Desde su laureada ópera prima, Las niñas (2020), hasta la reciente Los destellos. Entre medias estrenó La Maternal, protagonizada por una adolescente de 14 años que ingresa en un centro para madres menores de edad tras quedarse embarazada. Palomero abre así una ventana a un mundo generalmente oculto (todavía persiste el tabú de la niña-madre soltera) habitado por personajes cargados de pasado a pesar de sus cortas edades. La veracidad con que los interpretan actrices no profesionales, madres adolescentes reales, es realmente admirable. Como también lo es el debut de Carla Quílez, capaz de concentrarse en una mirada el terror y a la vez el amor que divide por dentro a la protagonista. Y es difícil no llorar cuando Ángela Cervantes, en el papel de su madre, también soltera, baila con ella una canción de Estopa en una fiesta. Raquel Vidales

39. Amantes

1991. Vicente Aranda

Un crimen real ocurrido en los primeros años de la posguerra inspiró a Vicente Aranda para atrapar, a golpe de primer plano, a tres grandes actores en un asfixiante triángulo sexoafectivo. Dos jovencísimos Jorge Sanz y Maribel Verdú ofrecen una de las mejores actuaciones de sus carreras ante la siempre magnética Victoria Abril. Son un recién licenciado de la mili, la humilde asistente con la que se ha prometido y una viuda, superviviente de profesión, que prácticamente les dobla la edad. En Amantes, apenas hay hueco para personajes secundarios. La película explota a conciencia las constantes del cineasta; su cruda mirada a esa simbiosis fatal que conforman el deseo y el daño contrasta con una depurada armonía estética. Entre el Ejército, la picaresca y la Iglesia brotan los instintos más profundos en la España más baja. Héctor Llanos Martínez

40. Barrio

1998. Fernando León de Aranoa

El segundo largo de Fernando León de Aranoa es la historia de tres chavales cualquiera en la conurbación sur de alguna gran ciudad. Ganador de tres premios Goya, la película presenta con rotunda sencillez la lucha nada heroica de Javi, Manu y Rai por salir de su barrio en verano. La vida en este paisaje de bloques colmena choca con el relato hegemónico de la España de los noventa, años de euforia económica e impostura política. La exclusión, el aislamiento y la miseria en el extrarradio se abordan aquí con suma belleza a través de los ojos de los protagonistas, que no se resignan a lo que el mundo se empeña en ofrecerles. La moto acuática que Rai gana en un sorteo de yogures y acabada aparcada en la calle parece la metáfora más precisa de sus anhelos de libertad. El diseñador Cruz Novillo eligió con gran acierto este momento para ilustrar el cartel de la película. Miguel Ezquiaga

41. Remando al viento

1988. Gonzalo Suárez

Remando al viento fue la demostración de que el cine español podía llegar hasta donde quisiese y romper sus propias barreras. Y, además, lograr atraer a un público inteligente: estuvo más de un año en la cartelera madrileña sin agotar a los espectadores a finales de los años ochenta. Protagonizada por un casi principiante Hugh Grant como Lord Byron y por Lizzy McInnerny como Mary Shelley, y con un poderoso elenco de actores españoles, desde José Luis Gómez a Aitana Sánchez Gijón, rodada en inglés en Madrid, Asturias, Suiza y Noruega, la película de Gonzalo Suárez regresa a uno de los mitos fundacionales del mundo contemporáneo: el nacimiento de Frankenstein. Las lecturas del filme, que Suárez escribió junto a Antonio Saura y Hélène Girard, siguen siendo inmensas. Brillante, divertida, imprevisible, difícil de clasificar, como toda la obra literaria y cinematográfica de Suárez por otro lado, la película mantiene su poder de sorpresa y su arrollador encanto. Guillermo Altares

42. El cant dels ocells

2008. Albert Serra

Albert Serra tiene en la librería de su casa en Barcelona un estante dedicado a Dalí y otro al consejero delegado de Ryanair porque le interesa la megalomanía. Del Quijote de Honor de cavalleria al torero Andres Roca Rey de Tardes de soledad pasando por el trío Hitler-Fassbinder-Goethe de Els tres porquets, siempre le ha interesado el misterio detrás de estos hombres ilustres, no para penetrarlo, sino para grabarlo desde la fascinación. En El cant dels ocells , una de sus primeras películas, los protagonistas son unos Reyes Magos medio cómicos y medio trascendentes, interpretados por actores no profesionales, que caminan a ver a Dios. En las imágenes en blanco y negro y en las conversaciones y silencios de estos pioneros cristianos, Serra mezcla lo sagrado y lo pagano para dejar entrever, como siempre, los fragmentos de premodernidad que aún sobreviven en la contemporaneidad. Carlota Rubio

43. Cosas que nunca te dije

1995. Isabel Coixet

Los temas que marcan su cine ya estaban ahí: el amor, la feminidad con su particular mezcla de fragilidad y fortaleza, el paso forzoso a la madurez, pequeños giros de humor. En 1995 con esta película rodada en inglés en Estados Unidos y protagonizada por una fantástica Lili Taylor, Isabel Coixet rompió una lanza por otro tipo de cine patrio, recorriendo sin miedo otros caminos, escapando a los enfoques que habían marcado las producciones españolas, y reclamando un espíritu indie anglosajón marcadomente noventero. La directora mostró su capacidad para envolver la trama en bellos planos, para dotar de un buen ritmo y buena música a sus películas, que eran españolas, porque ella lo es, pero que entablan una conversación que va más allá de nuestra historia y de nuestras fronteras. Esta historia, íntima y dulce, de desamor y amor es paradójicamente un mirar hacia fuera. Andrea Aguilar

44. La comunidad

2000. Álex de la Iglesia

Quizás no sea la película más representativa del universo Álex de la Iglesia (al potaje le faltaría el bizarrismo que exhiben Acción mutante, El día de la bestia o Balada triste de trompeta), pero sin duda es la más querida y redonda de la filmografía del bilbaíno. La comunidad es una película con un planteamiento igual de soberbio que el del resto de la filmografía del director, aunque con un escenario mucho más reconocible y un desarrollo mucho más equilibrado que otras películas en los que el pulso de De la Iglesia se encabrita al encarar la parte final. En esta comunidad (y en esta película) cabe todo: comedia negra, denuncia social, un costumbrismo que bebe de 13, rue del Percebe y se prolongará en Aquí no hay quien viva, astracanadas, actuaciones ejemplares de Carmen Maura, Emilio Gutiérrez Caba, Terele Pávez, Sancho Gracia… lo único que le faltaría es cambiar en las bases de datos el género al que se la adscribió en el año 2000: se supone que es una comedia negra, pero trata sobre un edificio madrileño en el que todos los habitantes son propietarios. Hoy sería sencillamente ciencia ficción. Jorge Morla

45. Cinco lobitos

2022. Alauda Ruiz de Azúa

Alauda Ruiz de Azúa llevó al cine con su ópera prima las dudas, los miedos y la soledad que ella experimentó en su maternidad. Ninguno de estos problemas le pertenecía solo a ella, tampoco eran extraordinarios. Desde hace ya una década, las mujeres tratan de buscar relatos alternativos a los hegemónicos ante la falta de respuestas oficiales: los de las madres abnegadas, las perfectas, las heroínas. ¿Y las reales? La actriz Laia Costa, la joven madre recién parida, reúne en una sola frase todas estas emociones: “No sé qué me pasa… perdón, mamá”. Susi Sánchez, esa madre que se convierte en abuela, lo aclara de manera segura: “Pues de todo, hija, te pasa de todo”. Tal vez Cinco lobitos no tenga todas las soluciones, pero tuvo la habilidad de enunciar todas las preguntas hasta desdibujar la línea que separa el cine, la ficción, de la vida de varias generaciones de mujeres que, frente a la pantalla, por fin, no tuvieron claro donde empezaba la película y terminaban ellas. Y solo esa sensación de sentir que alguien te escribe algo para ti, en este caso, para la mitad de la población mundial, ya hace que esta película trascienda. Ana Marcos

46. ​​Tras el cristal

1986. Agustí Villaronga

Tras el cristal sacudió el panorama del cine español en 1987 y marcó la aparición de ese meteoro ajeno a las modas y tendencias que fue el tan añorado Agustí Villaronga. La morbosa historia del criminal nazi huido confinado en un pulmón de acero en una casa de la costa catalana tras quedar tetrapléjico y al que acude a cuidar una de sus antiguas víctimas —el no menos depravado y bellísimo Angelo (David Sust)— no tenía nada que ver con lo que se hacía aquí y de hecho provocó una profunda impresión con sus referencias sadomasoquistas y a la corrupción asesina del III Reich, en la línea de Portero de noche, pero con influencias de Bataille y de las Perversiones de Giles de Rais. Gunter Meisner como el postrado nazi Klaus y Marisa Paredes como su esposa Griselda compusieron junto a Sust unos personajes inolvidables, como lo es la historia, de esas que se te quedan para siempre en la cabeza y el estómago, y la fotografía de Jaume Peracaula, amigo y colaborador inseparable de Villaronga. Tras el cristal es una película que conserva intacto todo su poder de conmoción y que demuestra las alturas y honduras que caracterizaron el cine de uno de los directores más interesantes y personales. Jacinto Antonio

47. Ese oscuro objeto del deseo

1977. Luis Buñuel

Pese a la influencia innegable de la religión en su filmografía, parece difícil que un ateo agradecido a Dios por ello como Luis Buñuel se planteara en algún momento desentrañar el misterio de la Santísima Trinidad. Lo que sí hizo fue obrar el milagro de la dualidad en esta su última película. Ese oscuro objeto del deseo, adaptación libérrima de la novela de Pierre Louÿs, La mujer y el pelele, escrita con su habitual Jean-Claude Carrière, tuvo como protagonista inicial a Maria Schneider. Sin embargo, con el rodaje comenzado, la elección se reveló un error, y Conchita, el oscuro objeto del deseo del burgués Mathieu Faber, interpretado por Fernando Rey, acabó siendo encarnada indistintamente por dos actrices hoy consagradas, pero entonces al inicio de sus carreras: Ángela Molina y Carole Bouquet. Dos luminosas encarnan la oscuridad en el testamento cinematográfico del de Calanda, un joven compendio definitivo de sus recurrentes obsesiones, modos y maneras. Paloma Rando

48. La flor de mi secreto

1995. Pedro Almodóvar

Aunque no se llevó ni un premio Goya (tuvo siete nominaciones), esta película anticipa ideas que el manchego culminaría en sus grandes éxitos posteriores Todo sobre mi madre y Volver. Aquí, Marisa Paredes deslumbra como Leo Macías, autora que escribe tras un seudónimo novela rosa, aunque le sale negra; crítica literaria en ciernes de EL PAÍS y mujer desesperada por el abandono de su marido (un militar interpretado por Imanol Arias). “¡Ay, Betty, excepto beber, qué difícil me resulta todo!” es una de sus frases, ya historia del cine español, como las desternillantes discusiones de su madre (Chus Lampreave) y su hermana (Rossy de Palma). Entre reflexiones sobre la pérdida y la literatura, en este melodrama se cuelan protestas sociales y yonquis, todo marcado por el rojo, el verde y el azul, la vuelta al pueblo (con los bolillos de Almagro), canciones de Chavela Vargas y Bola de Nieve, homenajes cinéfilos (de Casablanca a Ricas y famosas) y reivindicación de escritoras como Jean Rhys, Djuna Barnes, Flannery O'Connor o Dorothy Parker. Ana Fernández Abad

49. La mala educación

2004. Pedro Almodóvar

La visita fue el título provisional del decimoquinto largometraje de Pedro Almodóvar, porque La visita es el título del relato que lo inspiró, una ficción breve tejida por el director en los años setenta a partir de su experiencia escolar —más de una vez ha declarado que a él lo maleducaron los salesianos— y ahora publicada en la antología El último sueño (2023). Y dentro de La mala educación, La visita es el relato que afirma haber escrito un joven aspirante a actor, que convence a un prometedor director para que lo traslade a la pantalla haciéndose pasar por un viejo compañero de colegio. La farsa y sus motivos solo los conocemos a lo largo de este noir en el que los abusos sexuales cometidos por un sacerdote y sus secuelas conviven con una intrincada disputa entre realidad y ficción de la que ninguno de sus contendientes sale indemne. Paloma Rando

50. Tres días con la familia

2009. Mar Coll

Una estudiante vuelve del extranjero a su casa en Girona para acudir al entierro del abuelo en un reencuentro familiar. El afrancesado y naturalista debut de Mar Coll para diseccionar una tipología específica de familia catalana no solo impulsó una nueva mirada que arrasó en el festival de Málaga y la llevó al Goya a la mejor dirección novel. El inicio de su efectiva alianza con Valentina Viso en el guion la convirtió en referente creativo para toda la generación de directores del nuevo cine catalán que estaban por llegar. Heredera de Roser Aguilar, amiga y consejera de otras directoras salidas de la ESCAC como Nely Reguera, Liliana Torres (con la que compartió piso como estudiante de cine en México) o Belén Funes, Coll es una de las pioneras en la exploración íntima del universo familiar que después explorarían, a su manera, Carla Simón, Pilar Palomero, Clara Roquet o Elena Martín Gimeno. Noelia Ramírez