Mostrando entradas con la etiqueta Paro. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Paro. Mostrar todas las entradas

martes, 19 de septiembre de 2017

Paro. El problema olvidado de tan visto.

David Trueba, "Vileza", en El País, 19 de septiembre de 2017:

Filtrados en una sociedad que los ignora, los desempleados caminan en las horas escolares por las calles de la ciudad como si estuvieran haciendo novillos en la vida adulta.

El origen de las patrias es siempre un trazado fronterizo violento. Pese a la euforia de los fieles se esconde en su esencia la traición más abismal a la hermandad de los hombres. Pero de batallas perdidas está la historia de la razón llena y mientras se inaugura un estadio de fútbol con el fervor de la brigada paracaidista y desfilan con la vara de mando los alcaldes insumisos, no tenemos ojos para fijarnos en las patrias espontáneas, las que se forman en el sustrato colectivo, las que no responden a potencias simbólicas, sino a contenido real. A nadie de los responsables políticos les parece importar demasiado que la nación de desempleados se mantenga estable entre nosotros con una proporción de habitantes que se codea con la de países como Noruega o Irlanda. Su sede oficial podría ser la pared de gotelé de la oficina del Inem donde apoyan la espalda mientras esperan el turno para sellar el pisoteo de su destino. Allá ellos, ¿verdad?

Curiosamente, esa nación sumergida tuvo en los silencios de agosto su día mágico. Ahora que celebramos el día de todo, la jornada en la que nos fijamos en las desgracias fotogénicas del mundo, desde enfermos y pobres elegidos a golpe de capricho hasta reivindicaciones y festejos en boga, resulta que no tenemos un día mundial del desempleado. Pero nuestra economía subrayó una fecha histórica, el 31 de agosto, tomen nota. En solo esa jornada perdieron su empleo 315.000 personas. Esa fecha vergonzante de récord no conmovió a nadie, pese a que significa un zarpazo al proyecto de vida de una legión de familias, de esa gente que no despierta ni la empatía ni la emoción, ni la solidaridad ni el empeño de los gerentes de la pasta porque están ocupados en otras cosas mucho más significativas para los libros de Historia y su cromo.

Filtrados en una sociedad que los ignora, los desempleados caminan en las horas escolares por las calles de la ciudad como si estuvieran haciendo novillos en la vida adulta, vetados incluso en el paraíso de camareros que han fabricado nuestros genios. Mientras las nuevas tecnologías contribuyen a eternizar la depredación entre personas pese a llamarse a sí mismas economías colaborativas en un colmo irónico, el esfuerzo mayor reside en vaciar de contenido a lo colectivo, pintar de vergonzante la solidaridad y de rancio desde un sindicato hasta a una reivindicación laboral. El verdadero milagro es ver cómo esa eterna crueldad de nuestra organización social se pinta de modernidad siendo la más antigua vileza de todas las que conocemos.

lunes, 7 de agosto de 2017

Carreras exigentes y exigidas pero sin salidas

Olga R. Sanmartín, "Carreras que exigen notas altas pero no ofrecen salidas laborales", en El País, 7 de agosto de 2017:

Cuando el estudiante universitario Francisco Jiménez estrenó su mayoría de edad, en 2011, la burbuja inmobiliaria hacía tiempo que había reventado. Los arquitectos habían pasado de ser esos tipos altivos con trajes negros carísimos a convertirse en humillados buscadores de empleo que, si tenían suerte, se sacaban algo de dinero haciendo valoraciones catastrales, inspecciones técnicas y otras tareas por debajo de su cualificación. Aun así, Francisco Jiménez se empeñó en matricularse en Arquitectura. Había sacado un 12,2 en Selectividad y podía haber entrado en Medicina, en Ingeniería o en lo que quisiera. Pero su sueño desde pequeño era ser arquitecto y la escasa empleabilidad de esta carrera no logró disuadirle. "Lo hago por vocación pura y dura. Tuve claro desde el principio que nunca iba a alcanzar el rol clásico del arquitecto, pero es que ahora mismo nada te garantiza un trabajo y cada vez un título es menos garante de cualquier cosa", explica este murciano de 24 años que, además de estar terminando Arquitectura, preside la Coordinadora de Representantes de Estudiantes de las Universidades Públicas (Creup).Se pone como ejemplo de "una titulación con mucha dificultad y pocas salidas laborales", pero lo dice con orgullo. Está contento con lo que hace. Sostiene que cada vez hay más universitarios que siguen la llamada de la vocación, incluso aunque se les cierren las puertas del mercado laboral. Piensan que, ante las incertidumbres futuras de este caótico mundo líquido en el que ya nada es como era, hay que dejarse llevar por el corazón y no por la cabeza.Las notas de corte de las universidades españolas para el próximo curso 2017/2018 dan cuenta de un buen número de grados con unas exigencias de acceso altísimas -porque tienen una gran demanda estudiantil- que ofrecen, en cambio, bajas cuotas de inserción laboral.Es el caso de Arquitectura. Según las cifras del Ministerio de Educación (las últimas disponibles), sólo el 44% de los que estudiaron esta carrera estaba afiliado a la Seguridad Social en 2014. De los que trabajaban, uno de cada cuatro lo hacía por debajo de su nivel formativo. Apenas el 6% estaba instalado por cuenta propia. Y, a pesar de este negro panorama, la nota de corte para entrar el curso que viene en la Universidad Politécnica de Madrid es un 9,2. Pasa igual en Periodismo -piden un 11,79 en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, pese al 42% de paro-; en Bellas Artes -con un 60% de desempleados, la nota de corte es un 9,54 en la Universidad de Málaga-, o en Psicología: con un 40% de paro y la mitad de los estudiantes sin trabajar en lo suyo, la Universidad de Oviedo exige una nota de 9,2, más que en la cotizada Ingeniería Informática del Sotfware, que exige un 8. En Comunicación Audiovisual, Sociología,Ciencias Políticas, Traducción, Criminología, Biología o algunas filologías se dan circunstancias parecidas: muchos estudiantes las demandan pese a sus elevados índices de paro, mientras faltan candidatos cualificados para realizar otras profesiones. "Los estudiantes están eligiendo las carreras que más les gustan, independientemente de que le vean una salida laboral inmediata", corrobora el presidente de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas (Crue), Segundo Píriz. "Los universitarios ya no van a encontrar un puesto de trabajo que sea idéntico al grado que han estudiado y es muy difícil aconsejar un título que asegure un empleo", recalca.Es la misma opinión que expresan Carmen Romero, estudiante del último curso de Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid, y Gorka Martín, que va a pasar a 5º de Relaciones Laborales en la Universidad de Granada. Ambos cuentan, sin mostrar ningún signo de arrepentimiento, que escogieron su carrera "por gusto, no por tener un trabajo". ¿Sus padres no trataron de persuadirles? "Mi padre me dijo: 'Estudia lo que quieras, que trabajarás en lo que puedas'", responde tajante Carmen.¿Son conscientes los estudiantes de dónde se meten cuando hacen estas elecciones tan temerarias? ¿Es sensato decirles que se dejen llevar y estudien lo que les gusta? ¿Hasta qué punto los alumnos deben elegir lo que más les apetece o aquello en lo que hay más salidas? Benito Arruñada, catedrático de Organización de Empresas de la Universidad Pompeu Fabra, es bastante crítico con esta idea de que los jóvenes tienen que cumplir su sueño a toda costa. "Estamos entrenando a gente incapaz de hacer algo que no sea estrictamente placentero", sostiene. Su tesis es que, a los 17 o 18 años, los críos "no son conscientes de las consecuencias de sus decisiones" y eligen carreras en las que "invierten menos de lo necesario para alcanzar el nivel de vida al que aspiran" porque "no han sido educados para posponer la gratificación". "Primero, no saben realmente lo que les gusta, algunos eligen la carrera por las series de televisión. Segundo, no saben valorar las consecuencias de lo que creen que les gusta. Y tercero, incluso aunque sepan lo que les gusta, es cuestionable que tengan que estudiar lo que les gusta", expresa. Y recuerda que, "mientras que subvencionamos por igual la educación que hoy sirve más bien para disfrutar y aquella que sí produce valor social, el gravamen fiscal sólo pesa sobre esta última, sobre la educación socialmente productiva"."Hay un riesgo muy grande en escoger algo únicamente por el criterio utilitario", discrepa Màrius Martínez, profesor de Orientación Profesional en la facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad Autónoma de Barcelona, que relata que conoce a un buen número de estudiantes que se apuntaron a unas carreras simplemente porque les dijeron que tenían salidas y las dejaron a la mitad. Un 22% de los estudiantes abandona la carrera durante el primer año. Martínez reconoce, eso sí, que "abusamos del gustar" y que "hay que tener cuidado con pensar que lo primero que te gusta es lo que ya va a ser". "Hay un punto intermedio que incluye la importancia relativa del esfuerzo y la importancia relativa de que las cosas te gusten. Tener información laboral sobre las salidas laborales es importante, pero no puede ser el único criterio. Lo importante es que sea una elección informada". ¿Y cómo se llega a esa elección informada? ¿Qué tal funcionan los departamentos de orientación profesional de los institutos? "Muchos alumnos llegan a los estudios superiores con muy mala orientación y entonces aparecen muchas deserciones", opina Martínez. "Conviven unas prácticas muy distintas y algunas son horribles. Por ejemplo, hay centros que orientan únicamente respecto a la formación que ofrecen. Otros que esperan hasta 2º de Bachillerato para dar cuatro charlas, cuando se debe hacer orientación desde principios de la ESO. También se desorienta a los alumnos cuando el profesor no imparte bien su clase de Matemáticas".