Es sentencia popular y muy admitida de los buenos oídos de estos tiempos:
"El niño dice lo que está haciendo, el viejo lo que hizo y el pendejo lo que va a hacer"
Donde dice "pendejo" léase "Trump".
Es sentencia popular y muy admitida de los buenos oídos de estos tiempos:
"El niño dice lo que está haciendo, el viejo lo que hizo y el pendejo lo que va a hacer"
Donde dice "pendejo" léase "Trump".
Toda su vida la oveja le temió al lobo, pero fue el pastor el que se la comió.
Proverbio georgiano
Se considera la novela histórica más importante de este curioso autor, y una de las mejores de Estados Unidos en el siglo XX para críticos tan capaces como Harold Bloom. Su título ya dibuja una metáfora de la cruel línea fronteriza al sur de los Estados Unidos. En ella se levanta un personaje shakespeariano y terrorífico que sí existió realmente, el siniestro, amoral y presuntamente inmortal juez Holden, albino, cultísimo y de 2, 12 metros de alto. Una especie de judío errante. Es el que pronuncia estos textos:
"Si Dios quisiera interferir en la degeneración de la humanidad ¿no lo habría hecho ya? Los lobos se regulan solos, hombre. ¿Qué otra criatura podría hacerlo? Y ¿acaso la raza humana no es aún más depredadora? La forma del mundo es florecer y morir; pero en los asuntos de los hombres no hay falta y el mediodía de su expresión señala el comienzo de su noche. Su espíritu se agota en la cima de su logro. Su mediodía es a la vez su crepúsculo, y la tarde de su día. Si le gustan los juegos, que juegue por algo. Esto que ves aquí, estas ruinas, admiradas por tribus de salvajes, ¿no crees que esto volverá a pasar? Sí. Y otra vez. Con otra gente, con otros hijos."
"Los hombres nacen para los juegos, nada más. Todo niño sabe que el juego es más noble que el trabajo. Y también que el valor o mérito de un juego no es propio del juego en sí, sino lo que se arriesga. Los de azar requieren una apuesta para tener algo de significado; los deportivos implican habilidad y fuerza en los oponentes; la humillación de la derrota y el orgullo de la victoria son, en sí mismas, apuestas suficientes, porque integran cuánto valen los participantes y los definen. Pero, sea azar o deporte, todos los juegos aspiran a la condición de la guerra, porque lo que se apuesta se traga al juego, al jugador y a todo."
"Al juez le daba igual lo que los hombres pensasen de la guerra. La guerra perdura y es como preguntarle a la gente qué piensa de las piedras. La guerra siempre estuvo ahí, antes que el hombre; la guerra lo esperaba. El negocio definitivo que esperaba a su practicante definitivo. Así fue y así será. De esa manera, y no de otra".
"Ese sol es como el ojo de Dios y cocinaremos imparcialmente sobre esta gran plancha silícea, te lo aseguro."
"La memoria de los hombres es incierta, y el pasado que fue, poco difiere del que no fue."
"No hay tanta alegría en la taberna como en el camino hacia ella"
"Baila como si nadie te estuviera viendo, canta como si nadie te estuviera escuchando"
El Chico / Hombre: "No eres nada." El Juez: "Hablas con más verdad de la que sabes."
Antonio Escohotado:
"Se dice que se puede ser sociólogo y se dice que se puede ser psicólogo. A mi juicio, para ser sociólogo hay que ser psicólogo y para ser psicólogo hay que ser sociólogo. También hay que ser antropólogo y, sobre todo, hay que ser historiador. Y, si no, uno anda de pamema en pamema".
Ayn Rand escribió:
"Cuando adviertas que para producir necesitas obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebes que el dinero fluye hacia quienes no trafican con bienes sino con favores; cuando percibas que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por su trabajo y que las leyes no te protegen contra ellos sino, por el contrario, son ellos los que están protegidos contra ti; cuando descubras que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un autosacrificio, entonces podrás afirmar, sin temor a equivocarte, que tu sociedad está condenada"
Palabras del maestro Cecilio Acosta:
"Enseñe lo que se entienda; enseñe lo bueno; enseñe lo útil; enseñe a todos. Y eso es todo"
William Dean Howells (1837-1920) fue un hispanófilo y escritor estadounidense del siglo XIX; desde niño fue un cervantista furibundo, como se verá por este texto suyo que copio, entre muchos otros que declaran su fervor. Hijo de un editor e impresor, del Quijote leyó de niño la traducción dieciochesca de Charles Jarvis, a la que aceptó escribir un prólogo para su reimpresión póstuma en 1923 (*), y posteriormente la decimonónica de John Ormsby, así también como las obras de otro hispanista, el famoso W. Irving, cuyo oficio de embajador al cabo él también llegaría a asumir, aunque en Venecia. Entre las primicias leídas en su infancia estuvieron también obras como la Grecia de Oliver Goldsmith, y enseguida aprendió el español, el latín, el griego, el italiano, el alemán y el francés para leer en otros idiomas y traducir también, en especial en alemán, francés y español. Estuvo entre los llamados brahmanes de Boston, y fue el primer presidente de la Academia de Estados Unidos, siendo amigo cercano de Mark Twain y Henry James entre otros. Su amor por nuestra literatura se extendía mucho, hasta incluso Armando Palacio Valdés, del que fue tan entusiasta que leyó toda su obra. Además leyó bastantes de Galdós (su Doña Perfecta le pareció una genialidad) y de Pardo Bazán. Siendo aún bastante joven, estuvo a pique de traducir el Lazarillo, pero sí tradujo Un drama nuevo, de Manuel Tamayo y Baus y publicó un libro de viajes por España, Familiar Spanish Travels (1913). Compuso unas cuarenta novelas, entre ellas la quijotesca Un viajero de Altruria (1894), varios libros de crítica literaria (se le considera promotor del realismo estadounidense) y algunas piezas teatrales, biografías, poemas y libros de viajes. Fue, asimismo, editor de las acreditadas revistas Atlantic Monthly y Harper's Bazar, entre otras, y defendió el socialismo cristiano de León Tolstoy.
Bibliografía
*Susan Goodman, William Dean Howells: a writer's life. Berkeley: University of California Press, 2005.
De Mis pasiones literarias, cap. III, "Cervantes":
Recuerdo con total claridad el momento y el lugar en que oí hablar por primera vez de Don Quijote, cuando aún no podía relacionarlo con precisión con la autoría de nadie. Era demasiado joven para concebir la autoría, ni siquiera en mi propio caso, y escribía mis miserables versos sin ninguna noción de literatura ni de nada más que el placer de verlos salir correctamente rimados y medidos.
El momento fue al final de un día de verano, justo antes de la cena, pues, en nuestra casa, cenábamos tarde, y el lugar era la cocina, donde mi madre se dedicaba a su trabajo, escuchando como podía lo que mi padre nos contaba a mi hermano, a mí y a un aprendiz nuestro, que era como un hermano para ambos, sobre un libro que había leído una vez. Los chicos estábamos desgranando guisantes, pero la historia, a medida que avanzaba, nos arrebataba de nuestro pobre oficio y, sin importar lo que hicieran nuestros dedos, nuestros espíritus se perdían en esa extraña tierra de aventuras y contratiempos donde la vida febril del caballero, verdaderamente sin miedo ni reproche, se consumía. Me atrevería a decir que mi padre intentó hacernos comprender el propósito satírico del libro. Recuerdo vagamente que hablaba de los libros de caballería que pretendía ridiculizar, pero a un niño esto no le importaba y lo que ansiaba hacer de inmediato era conseguir ese libro y sumergirme en su historia.
Nos contó al azar el ataque a los molinos y a los rebaños de ovejas, la noche en el valle de los batanes con sus mazas, la venta y los arrieros, el arrumaco de Sancho, la isla que le fue dada para gobernar y todas las alegres travesuras en casa del duque y la duquesa, así como la liberación de los galeotes, la captura del yelmo de Mambrino y la invención de Sancho de la encantada Dulcinea, y todo lo que había de maravilloso y delicioso en el libro más maravilloso y delicioso del mundo. No sé cuándo ni dónde me lo consiguió mi padre, y sé que pasó un tiempo considerable entre que lo oí y lo tuve. El acontecimiento debió ser importantísimo para mí, y es extraño que no pueda recordar el momento en que la preciosa historia llegó a mis manos; aunque, en realidad, no hay nada más caprichoso que la memoria de un niño y lo que conservará y perderá.
Es cierto que mi Don Quijote estaba en dos volúmenes pequeños y robustos, no mucho mayores cada uno que mi Grecia de Goldsmith, encuadernados en una especie de becerro de ley, bien ajustados para resistir el desgaste que estaban destinados a sufrir. La traducción era, por supuesto, la versión antigua de Jarvis, que, fuera o no una versión fiel, empleaba un honesto inglés del siglo XVIII y reflejaba fielmente el espíritu del original. Si tuvo alguna influencia literaria en mí, debió ser buena, pero no puedo afirmar que fuera sensible a la literatura: fue la historia, siempre encantadora, lo que disfruté. Me regocijé en la libertad ilimitada de su diseño, el aire libre de ese inmenso escenario donde la aventura sucedía a la aventura con la secuencia natural de la vida, y los días y las noches no eran lo suficientemente largos para los acontecimientos que los atestaban, entre los campos y los bosques, los arroyos y las colinas, los caminos y los senderos, las posadas y las chozas, las cárceles y los palacios que fueron el escenario de esa historia incomparable. Lo tomé con la misma sencillez con la que tomaba todo lo demás del mundo que me rodeaba. Estaba lleno de significados que no podía comprender, y había significados de los que, por desgracia, abundan en la literatura, pero se me escapaban. No sabía si estaba bien escrito o no; nunca pensé en ello; simplemente estaba allí en su vasta totalidad, en su inagotable opulencia, y yo era rico en eso más allá que cualquier sueño de codicia.
Mi padre debió de hablarnos aquella noche de Cervantes, así como de su Don Quijote, pues me parece haber sabido desde el principio que había sido esclavo en Argel y que había perdido una mano en batalla, y lo amaba con una especie de afecto personal, como si aún viviera y pudiera corresponder a mi amor. Su nombre y carácter me hicieron querer al nombre y al carácter españoles, de modo que siempre fueron mi pasión y hasta el día de hoy no puedo conocer a un español sin reverenciarlo con algo del honor y la veneración que prodigué de niño a Cervantes. En pleno auge de este entusiasmo, un día vino a nuestra escuela un caballero mexicano que estudiaba el sistema educativo estadounidense; un hombre afable, gordo y de color azafrán por quien casi habría muerto, por complacer a Cervantes y a su Don Quijote, porque sabía que hablaba su lengua. Pero él nos sonrió a todos y no tuve oportunidad de distinguirme del resto con ningún acto de devoción antes de que su bendita visión se desvaneciera, aunque durante mucho tiempo después, en apasionados ensueños, me acerqué a él y lo consideré pariente debido a mi lealtad, y porque habría sido español si hubiera podido.
No habría permitido que el mundo juvenil que me rodeaba supiera nada de estos dulces sueños; pero eran solo mis gustos, mis pasiones, las que allí me resultaban ajenas; en todo lo demás, era tan ciudadano como cualquier niño que jamás hubiera oído hablar de Don Quijote. Pero creo que llevaba el libro conmigo la mayor parte del tiempo, para no perder la oportunidad de leerlo. Incluso en los momentos de vacío de ciertos años, cuando apenas añadía otras lecturas a mi repertorio, debí seguir leyéndolo. Esto ocurrió después de mudarnos del pueblo donde pasé los primeros años de mi infancia, y apenas me había adaptado al extraño entorno cuando uno de mis tíos me pidió que lo acompañara a aprender el negocio de la farmacia en el lugar, a sesenta y cinco kilómetros de distancia, donde él ejercía la medicina. Hicimos el largo viaje, más largo que cualquier otro que haya hecho desde entonces en la diligencia de aquellos días, y llegamos a su casa al anochecer; él, contento de llegar a casa, y yo, muerto de añoranza por el hogar que había dejado. No sé cómo fue que en este estado, cuando el mundo entero era una oscuridad desesperanzada a mi alrededor, saqué mi Don Quijote de la mochila; parece que lo tenía conmigo como parte esencial de mi equipo para mi nueva carrera. Quizás me pidieron que lo mostrara, con la idea de alejarme de mi miseria; quizás yo mismo intentaba ahogar mis penas en él. Pero, sea como fuere, ahora tengo ante mí la imagen de mi dulce tía y su hermana pequeña mirándome por encima del hombro, juntas en el césped, bajo la luz del atardecer de verano. Mi tía sostenía mi Don Quijote abierto en una mano, mientras con la otra sujetaba al niño que llevaba en el brazo. Miraba el libro, y luego, de vez en cuando, me miraba a mí, con mucha amabilidad pero con mucha curiosidad, con una leve sonrisa, de modo que, mientras yo estaba allí, retorciéndome por dentro de timidez, tuve la sensación de que a sus ojos yo era un niño raro. Ella devolvió el libro sin comentarios, después de algunas preguntas, y me lo llevé a mi habitación, donde el amigo confidencial de Cervantes lloró hasta quedarse dormido.
Por la mañana me levanté y les dije que no aguantaba más y que me iba a casa. Nada de lo que dijeron sirvió de nada y mi tío me acompañó a la diligencia y me compró el pasaje de vuelta.
El horror del cólera ya se extendía por aquel entonces y oímos en la diligencia que un hombre yacía muerto arriba en el hotel. Pero mi tío me llevó a su farmacia, donde la diligencia me iba a recoger, y me hizo probar un poco de alcanfor; con este profiláctico, Cervantes y yo, de alguna manera, llegamos a casa con vida.
La lectura de Don Quijote continuó durante toda mi infancia, por lo que no recuerdo ningún período distintivo en el que no lo leyera, más o menos. A los diez años, lo conocí bien, como un niño, y hace unos años, a los cincuenta, lo retomé en la admirable nueva versión de Ormsby y lo encontré tan lleno de mí mismo y de mi propio pasado irrevocable que no me pareció muy alegre. Pero hice muchos descubrimientos en él; cosas que no había soñado estaban allí y debieron haber estado siempre allí, y otras adquirieron una nueva cara y me causaron un nuevo efecto. Tenía mis dudas, mis reservas, donde antes le había entregado todo mi corazón sin cuestionarlo, y, sin embargo, en lo que constituía la grandeza del libro, me parecía más grande que nunca. Creo que su diseño libre y simple, donde los acontecimientos se suceden sin el control de la intriga, sino donde todo surge naturalmente a partir de los personajes y las circunstancias, es la forma suprema de la ficción. Y no puedo evitar pensar que, si alguna vez tenemos una gran novela estadounidense, debe fundarse en líneas tan grandes y nobles como estas. En cuanto a la figura central, el propio Don Quijote, en su dignidad y generosidad, sus ideales desinteresados y su intrépida devoción a ellos, siempre es heroico y hermoso; y me alegró descubrir, en mi último vistazo a su historia, que realmente había concebido esto al principio y había sentido la sublimidad de su naturaleza. No quería reírme tanto de él, y ya no podía reírme en absoluto de algunas de las cosas que le hicieron. Antes me parecían divertidas, pero ahora solo crueles e incluso estúpidas, de modo que era extraño comprender que sus cualidades e indignidades provenían de la misma mente. Pero, en mi experiencia madura, que arrojó una luz más amplia sobre la fábula, me alegré de conservar mi antiguo amor por un autor que había sido casi personalmente querido para mí.
Cap. IV: Irving
He contado cómo Cervantes hizo de su raza algo precioso para mí, y estoy seguro de que debió ser él quien me capacitó para comprender y disfrutar del autor estadounidense que ahora me mantenía en suelo español y me hacía feliz en ambientes españoles, aunque no puedo encontrar el vínculo temporal ni circunstancial entre Irving y Cervantes. Lo máximo de lo que puedo estar seguro es que leí la Conquista de Granada después de leer el Quijote, y que me gustó tanto el historiador porque había amado mucho más al novelista. Claro que entonces no percibí que el encanto de Irving provenía en gran medida de Cervantes y de otros humoristas españoles que aún desconocía, y que se había formado en ellos casi tanto como en Goldsmith; pero me atrevo a decir que este hecho indudablemente influyó mucho en mi gusto. Después llegué a verlo y al mismo tiempo a ver lo que había de Irving en él; a percibir su humor nativo, aunque algo atenuado, y su gracia original, aunque un poco demasiado estudiada. Pero aún no me planteaba ninguna cuestión crítica. Entregué mi corazón con sencillez y pasión al autor que hizo que las escenas de esa historia tan patética vivieran en mi simpatía, y me acompañó con los majestuosos y graciosos actores que protagonizaron esas escenas.
Realmente no puedo decir ahora si amaba más a los moros o a los españoles. Luché en ambos bandos; no habría permitido que los españoles fueran derrotados, y sin embargo, cuando los moros perdieron, fui derrotado con ellos; y cuando el pobre y joven rey Boabdil (yo era su devoto partidario y a la vez seguidor de su fogoso tío y rival, Hamet el Zegri) exhaló el Último Suspiro del Moro, mientras su mirada se apartaba para siempre de los tejados de Granada, sentí tanta pena como si me hubiera brotado del pecho. Incluí a ambos príncipes en la primera y última novela histórica que escribí. Ahora no tengo ni idea de qué hicieron en ella, pero como la historia nunca llegó a una conclusión, no importa mucho. Nunca había leído una novela histórica, que yo sepa, y probablemente mi intento se basó casi exclusivamente en los hechos de la historia de Irving. Estoy seguro de que no se me habría ocurrido añadirles nada ni modificarlos en absoluto.
Al leer su Crónica, sufrí durante un tiempo su atribución a fray Antonio Agapida, el piadoso monje que finge haberla escrito, al igual que al leer Don Quijote sufrí que Cervantes se hiciera pasar por el escriba morisco Cide Hamete Benengeli. Mi padre me explicó el capricho literario, pero seguía siendo una confusión y un problema para mí, y me acostumbré a omitir los pasajes donde alguno de los autores insistía en su invención. Debo admitir que me alegra bastante que ese tipo de cosas parezcan pasadas de moda ahora, y creo que los métodos más directos y francos de la narrativa moderna impedirán su resurgimiento. Thackeray era aficionado a esos disfraces tan descarados y le gustaba saludar a sus lectores desde la máscara de Yellowplush y Miguel Ángel Titmarsh, pero me parece que esto ocurrió en sus momentos menos modernos.
Mi Conquista de Granada estaba en dos volúmenes en octavo, encuadernados en tapas grises e impresos en papel muy amarillento por el tiempo en sus bordes irregulares. No sé cuándo llegaron a mis manos. No recuerdo que me los ofrecieran ni me los recomendaran y, en cierto modo, eran tan auténticamente míos como si los hubiera hecho yo. Los vi en casa, hace no muchos meses, en la biblioteca de mi padre (hace tiempo que ha superado la vieja estantería, que ha ido a parar nosedónde) y, en general, me daban escalofríos al bajarlos y mucho más al abrirlos, aunque no sabría decir por qué... a menos que fuera por miedo a encontrar el fantasma de mi yo infantil en su interior, aplastado como una hoja marchita, entre las páginas familiares.
Cuando aprendí español, fue con el propósito, aún no cumplido, de escribir la vida de Cervantes, aunque desde entonces he tenido unos cuarenta y tantos años para hacerlo. Aprendí el idioma por mi cuenta, o comencé a hacerlo cuando no sabía nada de la gramática inglesa, salvo la prosodia al final del libro. Mi padre, habiendo escrito él mismo un breve esbozo de esta materia, tenía el desprecio de la familiaridad con él y parece que me dejó sumergirme en el mar de verbos y adverbios, sustantivos y pronombres españoles y todo lo demás cuando aún no podía nombrarlos con seguridad, con la serena convicción de que, si no nadaba, de alguna manera llegaría a la orilla sin hundirme. El fin, quizás, lo justificaba, y supongo que no hice todo ese trabajo sin sacar algo de fuerza; pero desearía haber recuperado el tiempo que me costó, me gustaría haberlo desperdiciado de alguna otra manera. Sin embargo, el tiempo me parecía interminable entonces y pensé que tendría suficiente para leer toda la literatura española, o al menos no me propuse hacer menos.
"Habiendo tenido que afrontar solo en su período de eclipse muchos peligros físicos, era muy consciente del elemento más peligroso común a todos ellos: la sensación aplastante y paralizante de la pequeñez humana, que es cuanto derrota realmente a un hombre que lucha solo contra las fuerzas naturales, lejos de las miradas de sus semejantes."
"No hay credulidad tan vehemente y ciega como la credulidad de la codicia, que en su extensión universal mide la miseria moral y la indigencia intelectual de la humanidad."
"Murió de soledad, el enemigo que tan pocos conocen en esta tierra y al que solo los más sencillos estamos capacitados para enfrentar. El brillante Costaguanaro de los bulevares había muerto de soledad y de falta de fe en sí mismo y en los demás."
"No hay paz, ni descanso, en el desarrollo de los intereses materiales. Tienen su ley y su justicia pero se fundan en la conveniencia y son inhumanos; carecen de la rectitud, de la continuidad y de la fuerza que solo se encuentran en un principio moral."
"La fe es un mito y las creencias cambian como las nieblas en la orilla; los pensamientos se desvanecen; las palabras, una vez pronunciadas, mueren, y el recuerdo de ayer es tan sombrío como la esperanza de mañana. En este mundo -como lo he sabido- estamos obligados a sufrir sin la sombra de una razón, de una causa o de una culpa... No hay moral, ni conocimiento, ni esperanza; solo está la conciencia de nosotros mismos, impulsándonos sobre un mundo que... es siempre como una apariencia vana y fugaz... Un momento, el parpadeo de un ojo, y nada permanece, solo una bola de lodo, de barro frío, de fango muerto lanzado al negro espacio rodando alrededor de un sol apagado. Nada. Ni pensamiento, ni sonido, ni alma. Nada."
"Aquellos que me leen" -escribía en el prefacio de Crónica personal- "conocen mi convicción de que el mundo, el mundo temporal, descansa sobre unas ideas muy simples, tan simples que deben ser tan viejas como las colinas. Descansa, entre otros, sobre la idea de fidelidad".
«El egoísmo, que es la fuerza motriz del mundo, y el altruismo, que es su moralidad, estos dos instintos contradictorios de los cuales uno es tan claro y el otro tan misterioso, no pueden servirnos sino en la incomprensible alianza de su irreconciliable antagonismo».
El escritor Juan Benet dice de uno de los libros de recuerdos autobiográficos de Conrad, El espejo del mar: «En The Mirror of the Sea no hay una sola página de estilo menor, no hay un solo personaje o frase de reputación dudosa, nadie viene de fuera con voz propia. Todo el libro es Conrad cien por cien, y, además, el mejor Conrad, el que sabía dibujar un hecho del mar con la más perfecta forma literaria, y el que sabía ilustrar un acontecimiento narrativo con la más acertada imagen marinera. Y al respecto quiero señalar de este libro un capítulo en particular, "Soberanos de este y oeste", donde desde el principio hasta el fin, y bajo el pretexto de una descripción de los vientos, Conrad larga un discurso sobre el poder y la fuerza que bien podría haber salido de un Macbeth calado con la gorra de capitán».
Recuerdo mi juventud y siento que ya no volverá: noto que podría durar eternamente, sobrevivir al mar, a la tierra y a todos los hombres; percibo el sentimiento engañoso que nos atrae hacia las alegrías, hacia los peligros, hacia el amor, hacia el esfuerzo sin fruto, hacia la muerte; la convicción triunfante de la fuerza, el calor de la vida en un puñado de polvo, el brillo en el corazón que se va apagando cada año y se enfría, empequeñece y expira; y expira demasiado pronto, demasiado pronto, antes que la vida misma.
La historia se repite, pero la inspiración especial de un arte desaparecido jamás vuelve. Se desvaneció del mundo tan enteramente como el canto de un ave silvestre aniquilada.
Nadie regresa jamás de un barco desaparecido para contar lo dura que fue su muerte, ni lo repentina y abrumadora que fue la angustia final de sus hombres. Nadie puede referir con qué pensamientos, con qué arrepentimientos, con qué palabras murieron. Pero hay algo hermoso en la repentina muerte de estos corazones entre el extremo de la lucha, la tensión y el estruendo tremendo, desde la vasta e inquieta furia de la superficie, y la honda paz de las profundidades que duermen tranquilas desde el principio de los tiempos.
Pese a todo lo dicho sobre el amor que ciertas naturalezas (en tierra) profesan sentir por el mar, pese a todo lo celebrado por tantos en prosas y canciones, este nunca ha sido amigable con el hombre. Todo lo más ha sido cómplice de la inquietud humana.
El mar —hay que reconocerlo— carece de generosidad. Jamás se ha visto que una ofrenda de cualidades viriles —coraje, osadía, resistencia, fidelidad— haya alcanzado hasta su conciencia irresponsable de poder.
Este tramo del Támesis, desde el Puente de Londres hasta los Albert Docks, es para otras riberas de puertos fluviales lo que un bosque virgen sería para un jardín. Es algo que creció y no se ha hecho. Recuerda a una jungla por el aspecto confuso, variado e impenetrable de los edificios que bordean la orilla, sin propósito planificado, como surgidos por accidente desde semillas dispersas. Parece la enmarañada vegetación de arbustos y enredaderas que custodia las silenciosas profundidades de un desierto inexplorado, ocultando los fondos de la infinitamente variada, vigorosa y efervescente vida de Londres. En otros puertos fluviales no es así: se encuentran abiertos a la corriente, con muelles amplios y claros, con calles como avenidas cortadas entre espesos bosques a conveniencia del comercio... Pero Londres, el más antiguo y grande de los puertos fluviales, no posee ni cien yardas de muelles abiertos en su confín. La ribera londinense es oscura e impenetrable por las noches como la masa de un bosque. Es la orilla de las orillas, donde solo se aprecia un aspecto de la vida del mundo, y solo una clase de hombres se afana en la orilla del río. Paredes sin luz parecen surgir del mismo fango sobre el que yacen barcazas varadas; y las estrechas sendas que descienden a la orilla se asemejan a aquellas trochas de arbustos mondados y tierra desmoronada donde la caza mayor acude a beber a orillas de arroyos tropicales.
Detrás de la crecida orilla londinense, los muelles de Londres se extienden insospechados, lisos y plácidos, perdidos entre edificios, como lagunas negras escondidas en un espeso bosque. Se ocultan en la intrincada vegetación de casas, con algunos topecillos, aquí y allá, que sobrepasan el tejado de algún almacén de cuatro plantas.
Toda idealización empobrece la vida. Embellecerla es quitarle su carácter complejo, es destruirla. Deja eso en manos de los moralistas, hijo mío, porque la historia la hacen los hombres, pero no en sus cabezas. Las ideas que nacen en su conciencia desempeñan un rol mínimo en el curso de los acontecimientos. La historia está dominada y determinada por los medios y el trabajo, por la fuerza de las condiciones económicas. El capitalismo ha creado el socialismo, y las leyes que el capitalista creó para proteger la propiedad son las responsables del anarquismo. Nadie puede predecir qué forma adoptará la organización social en el futuro. Entonces, ¿por qué entregarse a fantasías proféticas? En el mejor de los casos solo pueden interpretar la mente del profeta y no pueden tener valor objetivo alguno. Deja ese pasatiempo en manos de los moralistas, hijo mío.
Las palabras, es bien sabido, son las grandes enemigas de la realidad. He sido profesor de idiomas durante muchos años. Es una profesión que a la larga resulta fatal para la mínima dosis de imaginación, observación y perspicacia que una persona común pueda heredar. Para el profesor de idiomas llega un momento en que el mundo no es más que un lugar con muchas palabras y el hombre parece un simple animal parlante y no mucho más maravilloso que un loro.
Supongo que lo que todos los hombres buscan, en realidad, es alguna forma o quizá fórmula de paz.
La verdadera vida de un hombre es la que le confieren los pensamientos de otros por respeto o amor natural.
Puede ser que las naciones hayan creado sus gobiernos, pero estos les pagaron con la misma moneda.
Hablan de un hombre que traiciona a su país, a sus amigos, a su novia. Pero antes debe haber un vínculo moral: lo único que un hombre puede traicionar es su conciencia.
¿Quién sabe qué es la verdadera soledad? No es el significado de la palabra convencional, sino terror puro. Para los solitarios es una máscara. Hasta el marginado más miserable se abraza a algún recuerdo o a alguna ilusión.
Las acciones más abiertas de un hombre tienen (siempre) un lado secreto.
Que al necio se le haga útil conforme a su necedad.
Los escrupulosos y justos, los nobles, humanos y devotos; los desinteresados e inteligentes pueden iniciar un movimiento, pero este se desvanece. Porque no son los líderes de una revolución, son sus víctimas.
La creencia en una fuente sobrenatural del mal no es necesaria: son solo los hombres los capaces de toda maldad.
Quizás la vida sea solo eso... sueño y miedo.
No temía ni a Dios, ni al diablo, ni al hombre, ni al viento, ni al mar, ni a su propia conciencia. Y creo que odiaba a todos y a todo. Pero estimo que tenía miedo a la muerte. Pienso que soy el único hombre que se le enfrentó.
Solo un marinero apercibe hasta qué punto un barco entero refleja la personalidad y la capacidad de una sola persona: su capitán. Para un marinero, esto es incomprensible —y a veces incluso nos es difícil de comprender— ¡pero es así! En alta mar un barco es un mundo aparte y, considerando las largas y distantes operaciones de las unidades de la flota, la Armada debe depositar un gran poder, responsabilidad y confianza en los líderes elegidos para el mando. En cada barco pues hay un hombre que, en caso de emergencia o peligro en el mar, no es posible recurrir a nadie más. Hay quien es el único y último responsable de la navegación segura, del rendimiento de la ingeniería, de la precisión del fuego y de la moral del barco. Este es el capitán. Él es el barco. Y esta es la misión más difícil y exigente de la Armada. No hay un solo momento en su periodo de capitanía en que pueda escapar de la responsabilidad del mando. Sus privilegios, considerando sus obligaciones, son casi ridículamente escasos; sin embargo este es el estímulo que ha dado a la Armada sus grandes líderes. Es un deber que merece con mucho el título más alto y venerado del mundo marinero: capitán.
En Estados Unidos, cualquiera puede ser presidente. Ese es el problema.
Luchar por la paz es como follar por la virginidad.
Siempre me siento aliviado cuando alguien pronuncia un elogio fúnebre y me doy cuenta de que lo estoy escuchando.
La oruga hace todo el trabajo, pero la mariposa obtiene toda la publicidad.
La razón principal por la que Papá Noel está tan alegre es porque sabe dónde viven todas las chicas malas
La religión es como un par de zapatos... Encuentra uno que te quede bien, pero no me hagas usar tus zapatos.
Si no puedes vencerlos, arregla algo para que los venzan.
Se llama el sueño americano porque hay que estar dormido para creerlo.
Nadie jamás se ha arruinado subestimando la inteligencia del público estadounidense.
"El pensamiento condiciona la acción, la acción determina el comportamiento, el comportamiento repetido crea hábitos, los hábitos estructuran el carácter, y el carácter marca el destino" (Aristóteles)
El carácter es el horizonte del destino.
Las cosas que admiramos en los seres humanos: la bondad y la generosidad, la franqueza, la honestidad, la comprensión y el sentimiento son los concomitantes del fracaso en nuestro sistema.
Y los rasgos que detestamos, la agudeza, la avaricia, la codicia, la mezquindad, el egoísmo y el interés propio son los rasgos del éxito.
Y mientras los seres humanos admiran la calidad del primero, aman el producto del segundo.
John Steinbeck, novelista, premio Nobel (27 de febrero de 1902-1968)
1 Corintios 12
Reina-Valera 1960
Dones espirituales
12 No quiero, hermanos, que ignoréis acerca de los dones espirituales. 2 Sabéis que cuando erais gentiles, se os extraviaba llevándoos, como se os llevaba, a los ídolos mudos. 3 Por tanto, os hago saber que nadie que hable por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús; y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo.
4 Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. 5 Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. 6 Y hay diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo. 7 Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho. 8 Porque a este es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; 9 a otro, fe por el mismo Espíritu; y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu. 10 A otro, el hacer milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversos géneros de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas. 11 Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere.
12 Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo. 13 Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu.
14 Además, el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos. 15 Si dijere el pie: Porque no soy mano, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo? 16 Y si dijere la oreja: Porque no soy ojo, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo? 17 Si todo el cuerpo fuese ojo, ¿dónde estaría el oído? Si todo fuese oído, ¿dónde estaría el olfato? 18 Mas ahora Dios ha colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como él quiso. 19 Porque si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? 20 Pero ahora son muchos los miembros, pero el cuerpo es uno solo. 21 Ni el ojo puede decir a la mano: No te necesito, ni tampoco la cabeza a los pies: No tengo necesidad de vosotros. 22 Antes bien los miembros del cuerpo que parecen más débiles, son los más necesarios; 23 y a aquellos del cuerpo que nos parecen menos dignos, a estos vestimos más dignamente; y los que en nosotros son menos decorosos, se tratan con más decoro. 24 Porque los que en nosotros son más decorosos, no tienen necesidad; pero Dios ordenó el cuerpo, dando más abundante honor al que le faltaba, 25 para que no haya desavenencia en el cuerpo, sino que los miembros todos se preocupen los unos por los otros. 26 De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan.
27 Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular. 28 Y a unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros, luego los que hacen milagros, después los que sanan, los que ayudan, los que administran, los que tienen don de lenguas. 29 ¿Son todos apóstoles?, ¿son todos profetas?, ¿todos maestros?, ¿hacen todos milagros? 30 ¿Tienen todos dones de sanidad?, ¿hablan todos lenguas?, ¿interpretan todos? 31 Procurad, pues, los dones mejores. Mas yo os muestro un camino aun más excelente.
El gran escritor catalán Josep Pla siempre decía: "Los desconocidos pasan a ser conocidos, estos pasan a ser saludados y, por último, amigos".
Y seguía diciendo: "Estos amigos pasan a ser saludados para transformase en conocidos y terminar siendo desconocidos."
Y yo añadiría aún más: y los desconocidos en fallecidos. Así es en la terrible soledad de las personas ancianas.
Los malos tiempos forjan hombres fuertes; los hombres fuertes crean buenos tiempos; los tiempos buenos crean hombres débiles; los hombres débiles crean malos tiempos.
Michael Hoff.
Hemos olvidado enseñar las formas de enseñar a nuestros hijos a soportar y a defenderse del mal inevitable. De las enfermedades, las guerras, la traición, la corrupción, la maldad.
¿Un hombre inofensivo es un hombre bueno?
Hay canallas inofensivos, hay canallas cobardes y apocados que están ahí agazapados entre tantos, esperando ocasión para meter la mano con la navaja en el tumulto cuando todos miran a otra parte, pero nunca lo harían siendo vistos. No, no, no: la bondad no tiene nada que ver con la ofensividad: se han visto hombres ofensivos, seres humanos ofensivos, violentos, agresivos, que son hombres buenos o mujeres buenas: naturalmente no tiene que ver. El psicólogo Jordan Peterson dice que "los hombres buenos son los que pueden ser peligrosos, pero se contienen. Y si crees que los tipos duros son peligrosos, espera a ver de lo que es capaz un hombre débil".
Un hombre débil, un hombre inofensivo no es bueno para nadie. La debilidad te hace cobarde y el cobarde es el peor enemigo porque traiciona. Saltará cuando todo el mundo salte, se meterá en el tumulto a meter la mano, a ser posible, sin que sepan que es él. Y hace falta debilidad moral para eso; para ser más riguroso, falta de entereza moral. La falta de integridad moral causa gente mala, gente cobarde, gente ruin, gente bellaca. Mientras que otro, con sus defectos, sus errores, un Pancho Villa que no porque sea un animal deja de ser un tío que sabes dónde encontrarlo y no te va a fallar en ese sentido, por lo que así se gana una cierta admiración por la gente entera y el concreto desdén por la gente que no es capaz de afrontar la vida de cara.
¿Y es más lamentable el criminal, o quien hace la vista gorda mirando a otro lado? Sin duda este último: muchos criminales pueden ser amigos tuyos; porque el criminal puede tener motivos poderosos para ser criminal, de muchos tipos: venganza, rencor, dinero, ambición, lujuria, sexo... mil razones, todas humanas. Pero el que mira al otro lado es por lo peor, por cobardía, por interés. Por cobardía porque no quiere mojarse o bien porque alguien le engrasó para que lo haga, y los dos casos son deleznables; no, es preferible un criminal con sus errores que queda entero, que lo asume, que sí señor me lo cargué ¿por qué? Porque me calenté y me lo llevé por delante; pues ya está: a la cárcel, con tu pan te lo comes; pero el otro que tal, que no, que no sé; tendría que ver... Está bueno, quizás, pero luego eso no; los tibios según los evangelios y la Biblia entera serán arrojados del seno del Padre, a las tinieblas (Arturo Pérez Reverte).
La senectud tiene una cosa buena y otra mala. Una buena es que ya no tienes pasiones que te arrebaten, ya no tienes estímulos que te violenten, ya no tienes ambiciones; lo que no has hecho, no lo vas a hacer, ni lo que vas a hacer, o casi; y lo que has hecho pues ya está hecho. Entonces, en ese sentido, la vejez (y soy viejo) la vejez tiene una especie de serenidad personal. Cuando has vivido una vida adecuada, no echas en falta ni mujeres guapas ni amigos leales ni viajes ni aventuras; esa parte está colmada, y puedo ir al ocaso como un estoico, como dirían los antiguos. La parte mala es que eso te da una cierta lucidez, no por inteligencia, sino porque lo has vivido. Y ves cosas que no querías ver: ya no ves a una pareja joven que se besa en un parque, sino también cómo van a acabar, cuánto va a durar, quién será el primero que traicione, que mienta, o a los sesenta años seguir juntos y arrancando a pedazos esa ilusión. Entonces no quisiera verlo, no quisiera pensarlo y no puedo evitarlo porque soy mayor y lo he visto.
Después hay otro punto más que también da la vejez, que es no tener compasión ante la estupidez. Es un tema delicado. ¿Habéis visto la película No mires hacia arriba? El meteorito. Ahí está bastante bien resumido todo, me ahorro el detalle. La idea básica es que, claro, hay gente que tiene desgracias porque tiene mala suerte, o porque se equivoca o porque la vida es muy perra y te da el azar, que tiene muchas ganas de broma. Pero hay gente que tiene desgracias porque, pudiendo, no es capaz de evitarlas; porque no es capaz de dotarse de las herramientas que permiten sobrevivir a la desgracia; porque vive de una manera estúpida ajena a la realidad; porque vive en un mundo virtual de esto o de lo otro y vive ausente de lo que son las cosas que realmente en el mundo importan, hasta que esas cosas golpean.
Entonces, claro, ¿yo debo sentir compasión porque un cretino o cretina, analfabeto voluntario, no obligado, que vive y le importa todo una mierda, que no ve un telediario y que está pendiente del último novio de Tamara, por ejemplo? No debo tener compasión, porque a ese tío le vayan mal las cosas en la vida, porque cuando llegue el serbio o el bosnio o el Putin se lo pasen por la piedra. Esa falta de compasión ante la estupidez y la ignorancia y ese valorar más lo bueno te hace menos solidario. Digamos que con los años noto que hay cosas que ya no me dan pena que ocurran. Un ejemplo, viene la riada y qué pobre gente tal, qué pena, la vida arruinada. Pero, a ver, donde vive ¿cómo se llama? La Vaguada. ¿Sabes qué es una vaguada, imbécil? Una vaguada es un lugar donde corre el agua: tu casa está construida en la vaguada, entonces ¿cómo te va a extrañar que cada equis años venga el agua y se lleve la casa? Es normal. Si hubieras pensado, mirado, estudiado, comprendido, sabrías que vaguada significa lugar donde corre el agua: no te compres ahí una casa, o no te la hagas.
Otro ejemplo. Un tsunami, qué horror, en la playa paradisíaca. Y ¿por qué es paradisíaca? Porque hay tsunamis y porque los antiguos al saberlo no hacían casas ahí, por eso era paradisíaco; pero ahora, últimamente, hemos estado haciendo hoteles en ese lugar perdido y cuando llegue el tsunami se llevará por delante el hotel y a quien está dentro. No te quejes, cretino, entérate por qué era paradisíaco ese infierno. A eso me refiero. Intento que no me absorba, que no se apodere de mí, pero ¿puedo evitarlo? No, entonces, claro, entonces la vejez es, como te he dicho, las dos cosas primeras y al mismo tiempo tener ese desdén porque al final te das cuenta y lo he dicho muchas veces: lo peor no es el mal, lo peor es la estupidez: cuenta un malo con mil tontos y son mil malos y un tonto. Yo pensaba cuando era joven que lo malo era Hitler, pero en realidad lo eran los idiotas alemanes que lo jaleaban porque encarnaba el alma alemana: eso es lo peor; no Hitler sino la gente que aplaudía y sin la cual Hitler no era sino un idiota que dijo que nos iba a llevar a la gran Alemania.
Y en España está pasando igual, mucho también hoy en la vida social. Lo malo no es un fulano estadounidense, ruso o hispanoamericano, no, lo malo no es Abascal o Pablo iglesias, es los que jalean sin un análisis racional intelectualmente poderoso, porque está de moda, o porque es una tendencia, y saldrán cosas que ni siquiera comprendan; no, entonces, por eso, al final la verdad es que la senectud es sobre todo un desprecio profundo por la estupidez y un respeto enorme por la integridad.
Solo es buena la cortesía y la urbanidad que acercan a la gente y no la separan. También es una defensa para evitar la grosería, o que se propasen. Marcar las pautas sociales mantiene una especie de distancia, limita o hace retroceder la humanidad. La cortesía es una herramienta social y defensiva para hacer un mundo mejor, un mundo que no es agradable. A veces hay que ser violento o duro, pero nunca grosero.
Un niño educado que da las gracias no es un niño que hace lo que quiere; no se trata de que el niño coma con la mano, sino de que el padre lo ayude el día de mañana a tener las herramientas sociales adecuadas para que la gente lo respete y él respete a la gente. La educación no es algo arcaico. Perder esas cosas hace al mundo peor. Hablar bien es absolutamente necesario, pero por hablar mal no vas a ser más demócrata ni más liberal. Ni más esto que lo otro; las normas, los códigos, las maneras de comportarte ante la vida, el mundo y los demás son fundamentales. Kill them with kindness dicen los ingleses, mátalos con amabilidad. No es que yo sea mejor persona, sino por puro egoísmo: me hace la vida más fácil. A un camarero por ejemplo, a cualquier sacrificado. Está hasta arriba de llevar la bandeja, es un trabajo durísimo, de los más duros del mundo: Oye, por favor, qué tal, cómo está, bien, tal, mal. Bueno, sí, ya está, cuando puedas por favor nos trae una cerveza y tal. Y eso y después es una propina adecuada al trabajo que hace. No cuesta ningún trabajo y el camarero y cuando vas al día siguiente ese camarero o camarera estará pendiente de ti, te atenderá mejor y dirá el Reverte es un buen chico deja propina o no deja pero es simpático y te pregunta por la familia. Yo qué sé. O sea, hasta para ser egoísta, hasta para ser tácticamente egoísta es útil la amabilidad.
Quintero me preguntó aquello de qué es lo más inteligente que se puede hacer en esta vida.
Yo creo que leer, leer, leer, porque leer entretiene, hace vivir cosas que uno viviría y sobre todo da herramientas para sobrevivir o vivir, y es verdad. El mundo es un lugar peligroso, poblado por muchos hijos de puta, y hay que estar artillado con herramientas de supervivencia. Entonces todo lo que te ayuda es bueno. En un teléfono móvil, de estos que te dan, tenéis tres mil años de civilización; está todo: literatura, ciencia, técnica: es una enciclopedia de bolsillo, es el mundo entero ahí, y no se utiliza más que para matar marcianos, lo que sea, o para mandar WhatsApps y fotos, posturas. Para eso, diablos, utilízalo; o sea, sácale partido a esa herramienta maravillosa que tienes en el bolsillo y que nuestros abuelos no tenían. Son herramientas para vivir y ser mejor, esa es la obsesión. Todavía tengo ilusiones, aún creo que el ser humano tiene lugares donde refugiarse; es verdad que no hay salvación general, no, pero hay islas, lugares, refugios, castillos, grupos donde refugiarse cuando hace el frío de sobrevivir, donde quererse, donde procrear, donde mantener la dignidad del ser humano; o sea, ayudemos a eso en vez de hacer del ser humano individuos aislados o conectados a una pantalla de ordenador; hagamos grupos, no de Whatsapp, que está muy bien, pero bueno no para decir "oye me he tomado una pizza y aquí está la foto", no, sino para decir "oye, estoy solo, estoy cansado, necesito esto, se me ha muerto fulano, ayúdame". Eso debería de ser el mundo y no lo es, y eso me da mucha pena.
"Frases célebres sobre España y los españoles", 18 feb 2025, History Sapiens [lo siento, la mayoría falsas y no comprobadas ni referenciadas. Entrometo algunos comentarios entre corchetes]:
España ha sido fuente de admiración, crítica y fascinación a lo largo de la historia. En este video, exploramos algunas de las frases más impactantes sobre España y los españoles, dichas por personajes históricos como Napoleón Bonaparte, Winston Churchill, Voltaire, Otto von Bismarck, Ernest Hemingway y muchos más.
"España es el país más fuerte del mundo: los españoles llevan siglos intentando destruirlo y no lo han conseguido." Otto von Bismarck [no se sabe dónde ni cuándo].
"España es un país admirable: ha cometido todos los errores posibles, pero sigue en pie." — Winston Churchill
"Los españoles son como los gatos: pueden pelearse entre ellos, pero cuando llega un extraño, todos se unen." — Napoleón Bonaparte
"El español prefiere la gloria a la riqueza, y el honor a la vida." — Jules Michelet
"España es un país donde es imposible moverse sin tropezar con un pedazo de historia" Alexandre Dumas
"España. ¡Noble patria! Fuiste la envidia de Europa y el asombro del mundo". Voltaire
"España ha sido siempre la tierra de las pasiones violentas", Gustave Flaubert
"Mientras el mundo sea mundo, España será España" Julio César
"España es el país de la luz del sol, vida" Ernest Hemingway
"España es una gran nación con defectos y virtudes, pero sobre todo con historia" Charles de Gaulle
"Si tuviera que elegir entre un gobierno sin prensa y una prensa sin gobierno, no dudaría en preferir lo segundo; pero en España la prensa es a menudo más peligrosa que el gobierno", Thomas Jefferson
"España es la única nación de Europa que, aunque parezca morir, resucita siempre", Otto von Bismarck
"España es una gran nación condenada hacer grandes cosas o a caer en la más profunda miseria", Alexis de Tocqueville
"España no es un país, es una pasión", Rainer Maria Rilke. [Yo añadiría: "Es una nación donde hasta los perros van a misa", R. M. Rilke, Diario]
"Es el país más pintoresco y contradictorio del mundo; en él se puede encontrar a un genio y a un mendigo en la misma calle, y ambos con el mismo orgullo", Téophile Gautier
"España es la tierra donde la locura y la genialidad bailan de la mano", Charles Dickens.
"España ha sido siempre un país que no sabe lo que tiene hasta que lo ha perdido", Napoleón Bonaparte.
"España es un país admirable, donde la historia no es pasado, sino presente", André Maurois.
"España es un país de contrastes donde el cielo y el infierno pueden encontrarse en la misma plaza", Alexandre Dumas.
"España es como un toro bravo, noble, fuerte y orgulloso; pero difícil de domar. En España todo está en crisis menos la crisis",Giovanni Sartori.
"España es el único país donde la historia se repite con tanta frecuencia que parece un círculo vicioso", Karl Marx.
"España es un país que ha dado más lecciones de historia de las que ha aprendido", Lord Palmerston.
"En España los cementerios están llenos de héroes y los palacios llenos de villanos". François René de Chateaubriand.
"España es un país donde la realidad y la leyenda se confunden y a veces la leyenda es más cierta que la realidad", Orson Welles [evoca el final de El hombre que mató a Liberty Valance, de John Ford].
"España es un país demasiado grande para ser gobernado, pero demasiado pequeño para ser una potencia". Napoleón Bonaparte.
"España es un país donde la gente prefiere morir de pie que vivir de rodillas". Dolores Ibarruri, la Pasionaria.
"En España la monarquía es tan fuerte que ha sobrevivido a sus propios monarcas", Henry Kamen
"España es la única nación de Europa que sigue soñando con su pasado", George Santayana.
"En España la política es una guerra sin sangre y la guerra es una política con sangre", Joaquín Costa.
"España es el único país donde la historia es más importante que el presente", Salvador de Madariaga.
"España es la tierra de los sueños imposibles, de los ideales irrealizables y de las esperanzas eternas", Stefan Zweig.
"Los españoles son como los hijos de Noé: algunos han nacido para vivir en tiendas y otros para conquistar imperios", Alexis de Tocqueville.
"El español es un hombre que no se resigna jamás", Jules Michelet.
"Los españoles están hechos de una madera especial: son capaces de lo mejor y de lo peor, pero nunca de lo vulgar", Víctor Hugo.
"Los españoles tienen un valor temerario y una lealtad inquebrantable, pero también un orgullo que los lleva a pelear entre ellos más que contra sus enemigos", Napoleón Bonaparte.
"Un español solo es capaz de todo; dos españoles juntos ya son una discusión; tres españoles una guerra civil", George Clemens.
"Los españoles son el pueblo más difícil de gobernar, pero también el que mejor responde cuando se le necesita", Charles Maurice de Talleyrand.
"El español es generoso hasta la temeridad, orgulloso hasta la arrogancia; pero jamás traidor ni cobarde", Lord Byron.
"En la sangre de los españoles corre la historia de siglos de lucha y conquista", Friedrich Nietzsche.
"Los españoles son como el acero: duros, brillantes y difíciles de doblar", Napoleón Bonaparte.
"Los españoles tienen un orgullo que puede ser su mayor virtud o su peor defecto", Voltaire.
"En España la gente muere o mata por su honor; pero a veces olvida que el honor no se demuestra con sangre, sino con dignidad", Benjamin Disraeli.
"Los españoles son los únicos que al recibir una orden primero la discuten y luego la cumplen si es que les parece bien", Winston Churchill.
"España es un país de valientes que no teme al peligro; pero a veces teme al cambio", Giuseppe Garibaldi.
"En España el ingenio y la picaresca son más valiosos que el dinero", Miguel de Unamuno.
"Los españoles no son buenos súbditos ni buenos gobernantes, pero son excelentes amigos y temibles enemigos".
"Cuando un español dice mañana puede significar cualquier cosa, excepto hoy".
"El español ama la libertad tanto como la gloria", Simón Bolívar.
"Los españoles son un pueblo de guerreros, pero a menudo se pelean entre ellos antes de luchar contra el enemigo", Napoleón Bonaparte [eso ya lo decía Apiano de Alejandría, creo que en el libro VI].
"El español no se rinde, simplemente espera la oportunidad de contraatacar", Winston Churchill.
"Los españoles tienen en el corazón una pasión inextinguible que les nace de lo sublime y de lo desastroso".
"En España la gente no se aburre porque siempre hay algo por lo que discutir", George Orwell.
"Los españoles nunca han aprendido a obedecer, pero tampoco han aprendido a gobernar", Alexis de Tocqueville.
"En España la pasión y el orgullo valen más que el oro".
"El español es capaz de morir por una idea, pero rara vez de vivir para ella", Salvador de Madariaga.
"Los españoles son como los gatos: pueden pelearse entre ellos, pero cuando llega un extraño todos se unen", Napoleón Bonaparte.
"El español es orgulloso y altivo, pero generoso y noble", Alexandre Dumas.
"Los españoles tienen un talento especial para convertir sus desventuras en leyendas".
"El español prefiere la gloria a la riqueza y el honor a la vida", Jules Michelet.
"Los españoles son los únicos europeos que todavía creen en la aventura", Orson Welles.
"Si hay un pueblo capaz de desafiar lo imposible, es el español", Rudyard Kiplking.
"El español es capaz de discutir durante horas por una idea... aunque no la entienda del todo", George Orwell.
"Los españoles tienen un sentido del humor tan agudo que son capaces de reírse de su propia desgracia", Ernest Hemingway.
Efesios 4: 5-7, Biblia Reina-Valera 1960:
5 Un Señor, una fe, un bautismo, 6 un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos. 7 Pero a cada uno de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo.
Efesios 4, Biblia Reina-Valera 1960, completo:
La unidad del Espíritu
4 Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, 2 con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, 3 solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; 4 un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; 5 un Señor, una fe, un bautismo, 6 un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos. 7 Pero a cada uno de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo. 8 Por lo cual dice:
Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad,
Y dio dones a los hombres.
9 Y eso de que subió, ¿qué es, sino que también había descendido primero a las partes más bajas de la tierra? 10 El que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo. 11 Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, 12 a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, 13 hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; 14 para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, 15 sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, 16 de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor.
La nueva vida en Cristo
17 Esto, pues, digo y requiero en el Señor: que ya no andéis como los otros gentiles, que andan en la vanidad de su mente, 18 teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón; 19 los cuales, después que perdieron toda sensibilidad, se entregaron a la lascivia para cometer con avidez toda clase de impureza. 20 Mas vosotros no habéis aprendido así a Cristo, 21 si en verdad le habéis oído, y habéis sido por él enseñados, conforme a la verdad que está en Jesús. 22 En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, 23 y renovaos en el espíritu de vuestra mente, 24 y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. 25 Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros. 26 Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, 27 ni deis lugar al diablo. 28 El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad. 29 Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes. 30 Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención. 31 Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. 32 Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo
De Josef Mitterer, en Quora:
¿Fue Nietzsche un precursor del nazismo? Nietzsche es uno de los pocos autores cuya obra conozco bastante bien (de hecho, es un gran placer leerlo ya que su estilo de escribir es excelente —desde mi punto de vista, está en el mismo nivel que Rilke y Kafka, y a veces su prosa es más poética que la poesía de Goethe— y su estilo de pensar es muy claro y argumentado — a diferencia de las especulaciones fantásticas de Heidegger, Fichte, etc.; se nota que, ante todo, era filólogo clásico).
Yo personalmente diría que en Nietzsche pueden encontrarse puntos de referencia para casi cada actitud y corriente, y quizá su concepción de decadencia (que, por cierto, tiene también que ver con la interpretación contemporánea de la obra de Darwin) no esté tan lejos de algunos elementos ideológicos del nazismo. Pero eso ya es todo, y aún no tenía nada que ver con las barbaridades del nazismo. Solo con la típica lectura selectiva y con las típicas manipulaciones era posible que los nazis lo utilizaran.
Por ejemplo, Nietzsche escribió:
[… E]n todas las naciones de hoy, y con toda mayor fuerza cuanto mayor sea su nacionalismo, se propaga la impertinencia de la prensa, que consiste en llevar a los judíos al matadero como a machos cabríos, emisarios de todos los males públicos y privados.¹
(Humano, demasiado humano, § 475 [traducción por Jaime González])
O bien:
No, no amamos a la humanidad; pero, por otro lado, estamos muy lejos de ser lo bastante alemanes, en el sentido corriente en que se utiliza hoy esta palabra, para convertirnos en voceros del nacionalismo y del odio racial, para regocijarnos con esa infección nacionalista por la que hoy los pueblos de Europa se atrincheran unos contra otros y se acuartelan.²
(La gaya ciencia, § 377)
No creo que un filósofo que llama al nacionalismo una infección³ y que no veía en los judíos los culpables de todos los males, sino machos cabríos pudiera ser un "precursor del nazismo". Por cierto, hay muchas citaciones como estas, lo que es particularmente notable teniendo presente el nacionalismo y el antisemitismo de la época. En algunos pasajes subraya también su descendencia eslava. Es decir, en cierto modo, había muchas personas, también "intelectuales" que "preparaban" el nazismo mucho más que Nietzsche.
En alemán (ortografía original, de la edición crítica de Colli/Montinari):
NOTAS
¹ […] dass die litterarische Unart fast in allen jetzigen Nationen überhand nimmt — und zwar je mehr diese sich wieder national gebärden —, die Juden als Sündenböcke aller möglichen öffentlichen und inneren Uebelstände zur Schlachtbank zu führen. (Nietzsche Source)
² Nein, wir lieben die Menschheit nicht; andererseits sind wir aber auch lange nicht „deutsch“ genug, wie heute das Wort „deutsch“ gang und gäbe ist, um dem Nationalismus und dem Rassenhass das Wort zu reden, um an der nationalen Herzenskrätze und Blutvergiftung Freude haben zu können, derenthalben sich jetzt in Europa Volk gegen Volk wie mit Quarantänen abgrenzt, absperrt. (Nietzsche Source)
³ Es una traducción muy libre, pero no desfigura sustancialmente el enunciado. Literalmente, lo describe como "sarna del corazón y envenenamiento de la sangre nacionales".
¿Quién vivo puede decir:
“No eres poeta. No puedes contar tus sueños”
si todo hombre cuyo espíritu no sea zoquete
tiene visiones y hablaría si hubiera amado
y fue bien educado en su lengua materna?
John Keats, La caída de Hiperión: un sueño, I, 11-15
¡Ah, compañero! La igualdad social plena, como un mundo sin sombras, parece una utopía, pero no por eso dejamos de caminar hacia allá. La vida es lucha, y en esa pelea está la dignidad. ¿Vos creés que alguna vez vamos a tener una sociedad perfecta donde nadie sufra ni le sobre nada? Difícil… pero mientras más nos acerquemos, menos infiernos habrá en la tierra.
El problema no es soñar con la igualdad, sino rendirse porque "es imposible". Claro que hay fuerzas gigantes que nos separan: el capitalismo salvaje, la cultura del consumismo que nos enferma el alma y nos hace creer que valemos por lo que tenemos, no por lo que somos. Pero ahí está el desafío: cambiar no solo las estructuras, sino también las cabezas.
La igualdad no es que todos tengamos el mismo auto, sino que nadie se muera de hambre mientras otros nadan en la opulencia. Es luchar por educación pública de verdad, salud que no sea negocio, y que el trabajo digno no sea un lujo. Son batallas chiquitas, de todos los días, las que van sumando.
¿Utopía? Sí, pero como el horizonte: sirve para no dejar de andar. Mientras haya gente que prefiera sembrar esperanza en vez de cosechar egoísmos, habrá camino. La vida es breve, pero las semillas que plantamos hoy pueden dar frutos mañana. ¡Eso no se negocia!