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domingo, 5 de octubre de 2025

Se estrenará una reconstrucción estilométrica del Cardenio de Shakespeare / Fletcher / Cervantes

 La obra perdida de Shakespeare sobre un personaje del Quijote se representa por primera vez en español, en El País, por Rafa Burgos, Alicante - 19 SEPT 2025:

‘La historia de Cardenio’, que el autor inglés firmó junto a John Fletcher y ha sido recientemente restaurada, demuestra que leyó a Cervantes.

La primera traducción de El Quijote de Cervantes llegó a Londres en 1612. Y el ya veterano dramaturgo William Shakespeare no tardó en tener una copia en sus manos. Un año después, en 1613, subió a las tablas una obra con la que, a través de uno de los personajes con los que se cruza el hidalgo manchego, homenajeaba al autor español. Se titulaba La historia de Cardenio, la firmó Shakespeare junto a John Fletcher y hay pruebas documentales de que existió, pero el texto original no se conservó. Cuatro siglos después, la penúltima tragedia del bardo de Stratford ha sido restaurada, pero solo se ha representado tres veces más, entre 2009 y 2017, siempre en inglés. Un proyecto del Máster en Arte Dramático Aplicado de la Universidad de Alicante (UA) recupera ahora esta obra perdida y la representará, por primera vez, en España y en castellano. Si se cumplen los planes previstos, será en Madrid a lo largo de 2026.

La pieza shakespeariana cuenta la historia de Cardenio, uno de los múltiples personajes que pueblan las andanzas de don Quijote y con el que se cruza en Sierra Morena, que también es el escenario de la tragicomedia firmada por el autor de Macbeth. Un noble amigo suyo lo traiciona al pretender casarse con su prometida, con lo que el protagonista cae en una locura similar a la de Alonso Quijano. Cardenio, junto a don Quijote y Sancho, con quienes entabla amistad, tratará de resolver todos los obstáculos que le surgen en el camino. “Llama la atención que nunca se haya representado en España” este texto, “con el que se puede sospechar que las primeras galeradas de la traducción al inglés de El Quijote” acabaron sobre la mesa de Shakespeare, opina John Sanderson, director académico del máster de la UA, impulsor del proyecto, editor del texto, que originalmente dura dos horas y media, y traductor de la pieza al español. Se ha basado en la última versión realizada por el catedrático Gary Taylor, de la Florida State University, “que lleva trabajando en la restauración de esta obra desde 1989”.

Según recuerda Sanderson, conoció a Taylor tras traducir y poner en escena El trueque, una tragedia escrita por Thomas Middleton en el siglo XVII y ambientada en Alicante. El profesor norteamericano le explicó que “había restaurado el texto” de Shakespeare y Fletcher a partir de Double falsehood (Doble falsedad), una obra “irrepresentable”, afirma Sanderson, firmada por Thomas Theobald en 1727 y “que aseguraba que estaba inspirada en el texto original” de las andanzas de Cardenio. “Taylor aplicó programas informáticos para distinguir los lenguajes de Shakespeare, Fletcher y Theobald”. Los separó, depuró al usurpador, “rellenó las lagunas con escenas” propias de los autores fidedignos y de la novela de Cervantes “y publicó una primera versión en 2013”. Ya antes había enviado el libreto a compañías de Nueva Zelanda y Estados Unidos, que lo representaron en 2009 y 2012, respectivamente. Todavía pisaría las tablas una vez más, en 2017, en el Reino Unido. Taylor sigue puliendo su trabajo. “La versión que vamos a utilizar en el máster es de 2024”, dice Sanderson.

La dirección del montaje teatral, en cuyo elenco intervendrán alumnos que pasaron por el máster en ediciones anteriores, como Iván Gisbert o Paco Peraile, profesores y estudiantes de este año, correrá a cargo de Amanda Harris, profesora de Interpretación Teatral en la UA y miembro honorario de la Royal Shakespeare Company, con la que ha colaborado desde 1986. Para ella, Cardenio es “emocionante, divertida y tiene una importante carga de fuego emocional”. “Desprende mucho calor, metafóricamente hablando”, continúa Harris, “es muy dramática para ser una tragicomedia, quizá hasta en exceso, pero lo equilibra con su romanticismo”. También destaca que se trata de “una tragicomedia muy romántica” y “se puede comprobar que es una obra tardía de Shakespeare porque abunda más en la psicología de los personajes, como pasa a partir de Hamlet”, escrita en torno a 1600.

La directora teatral subraya que lo más interesante de la pieza es “cómo influyen los libros en quienes los leen”. “Algunos se vuelven locos”, como el Quijote o Cardenio, “y a otros les resultan determinantes para su vida”. Algo vigente en la sociedad actual, en su opinión: “La obra refleja la influencia de los libros en la personalidad, como las redes sociales, que arrastran a las nuevas generaciones y moldean su realidad”. En este caso, además, la vertiente satírica del autor de Mucho ruido y pocas nueces consigue que sean “don Quijote y Sancho quienes tratan de rescatar a Cardenio para que regrese al mundo real”. Quienes devuelven a los gigantes su apariencia de molinos.

La puesta en escena contará también con Pollux Hernúñez, profesor de Voz en el máster de la UA, que interpretará al hidalgo cervantino. Hernúñez señala que en el teatro isabelino “los teatros quemaban rápidamente las obras en cartel, por lo que era habitual que los autores trabajaran a cuatro manos”, como en el caso de Shakespeare y Fletcher. Y con la música de Manuel Ramos, responsable del área de Canto, quien prepara composiciones para instrumentos antiguos que remiten a la música española del XVI, como la de Juan del Encina. Y, siguiendo las indicaciones de Sanderson, “preflamencas”, porque “en las versiones representadas por anglófonos incorporaron el clisé del flamenco y el cante jondo, lo cual es anacrónico, porque esta corriente comenzó en España en el siglo XVIII”, indica el director del máster.

Una vez concluya el proyecto de la UA, para el que se pueden reservar plazas hasta finales de este mes, la primera representación en Alicante tendrá lugar el 30 de enero de 2027 en el teatro Principal. Sin embargo, el estreno absoluto se producirá “en 2026 y en Madrid”, adelanta Sanderson. “Ya hay instituciones que se han mostrado interesadas” en dar a conocer el homenaje de Shakespeare a Cervantes.

viernes, 19 de septiembre de 2025

Entrevista con Amenábar sobre El cautivo

  Alejandro Amenábar, una temporada en las tinieblas de Cervantes, en El Mundo, entrevista de Luis Martínez,  7 septiembre 2025:

El director estrena El cautivo, sobre el tiempo que el autor del Quijote pasó prisionero en Argel de Hasán Bajá, con el que supuestamente mantuvo relaciones

Alejandro Amenábar vuelve. Y lo hace como es norma en su filmografía con una historia de, desde y sobre la libertad. Desde Los otros a Mientras dure la guerra pasando por Ágora, Mar adentro o Abre lo ojos, sus personajes pelean por ser exactamente lo que quieren ser y finalmente, son. Contra todos. El cautivo, su última película, es la historia de un superviviente, pero también es el relato de un hombre que se busca. El cautivo es Miguel de Cervantes justo antes de ser el inmortal escritor del Quijote. El cautivo es una película sobre el poder de la ficción para transformar el mundo y sobre el deseo. Y es sobre este último punto sobre el que el director rompe tabúes e insiste en su irrevocable vocación de libertad. ¿Fue Miguel de Cervantes Saavedra un autor queer? La pregunta sorprende, la película más.

Alejandro Amenábar: "Renunciar a la trama homosexual de Cervantes sería como renunciar a mí mismo puesto que yo soy homosexual",

El cautivo tiene algo de regreso después mucho tiempo. Su última película es de 2019.

En verdad, yo no siento que haya sido una ausencia. De por medio dirigí la miniserie La Fortuna, que abordé como una película. Fueron seis meses de rodaje. Es decir, el más largo de mi vida. No siento que haya sido un parón. Lo que sí veo es una fractura. Pero tiene que ver no conmigo sino con el covid. Mientras dure la guerra se estrenó justo antes de la pandemia. Y esta es mi primera película después del confinamiento. Tengo mucha curiosidad por ver qué pasa. El público siempre ha sido muy generoso conmigo y todas mis películas han sido muy bien acogidas. Pero es cierto que los hábitos han cambiado, que el descenso de espectadores es muy significativo.

¿Esta nueva realidad de la que habla le ha condicionado de alguna manera a la hora de abordar su nuevo proyecto?

No. Me considero un director que siempre mira a la platea, hacia el público. Quiero captar la atención, quiero que interese lo que estoy contando. No hago cine exclusivamente para mí. Por lo demás, recuerdo que con la serie me hicieron algún comentario sobre la necesidad de adaptar el lenguaje, de renunciar a planos generales e incidir en los primeros planos... Pero no, eso sería como matarme en vida. No, yo cuento las historias que quiero contar y las cuento como creo que debo contarlas. Lo que sí creo que es nuevo es la incidencia de las redes. Es cierto que la capacidad de atención de la gente ha disminuido y ahora solo se está pendiente de impactos directos y rápidos.

El cautivo, como el propio Quijote, habla de la capacidad de la ficción de cambiar el mundo. ¿Cuánto de Quijote tiene Alejandro Amenábar?

Es verdad que esta historia de Cervantes, que en un principio puede parecerme muy ajena, tiene mucho que ver con mi propia biografía. Cuando era niño y descubrí tanto el cine como la literatura, lo que hacía literalmente era reunir a gente alrededor con los que compartía mi pasión por lo que había visto o leído. Por otro lado, nunca me he sentido llamado, como hace tantos directores ahora, a contar una historia en la que el cine salve mi vida. El cautivo, sin embargo, sí me permite hablar de cómo veo yo el mismo cine. La ficción me ha salvado fundamentalmente del tedio. Me entretiene, me emociona y por eso es tan importante en mi vida. Recuerdo que en la preadolescencia yo era un niño bastante solitario. Cambié de un colegio religioso a un instituto y me sentí un poco desplazado. Y me acuerdo de ir a ver películas solo. El cine me acompañaba entonces y con el paso del tiempo, me ha permitido realizarme y expresarme. Me comunico con el mundo a través de mis películas.

¿Es la libertad el argumento que más le preocupa?

 Sí, siento que mis películas en cierta manera hablan todas de libertad. En Los otros, una mujer tiene que abrir su mente para descubrir que el mundo no es como ella pensaba y en Mar adentro, un hombre se libera en el sentido más radical. La libertad puede ser física, mental, sexual... Todas las formas de libertad han estado en mi ideario como cineasta.

"La libertad puede ser física, mental, sexual... Todas las formas de libertad han estado en mi ideario como cineasta"

¿Y qué piensa cuando el término libertad se convierte en campo de batalla como ocurre ahora mismo?

El problema es cuando la libertad colisiona con la individualidad y la libertad de otras personas y colectivos.

¿Perdón?

Sí, el ejemplo en el que he visto recientemente mayor confrontación entre la libertad de unos frente a la de otros es en el debate entre el feminismo tradicional y el movimiento trans. Hace dos o tres años tampoco yo entendía lo que era el género binario o el género fluido. Conocía gente trans, pero no me había parado a pensar. Recuerdo que para mí fue definitivo ver la serie Veneno de Los Javis para darme cuenta de que las cosas habían cambiado. Y en esta nueva realidad, decía, observas cómo la lucha histórica de las mujeres se da de bruces con la expresión máxima de libertad de otros colectivos. Pero estoy seguro de que las piezas encajarán con el paso del tiempo. Luego, por supuesto, también observas cómo la derecha y la extrema derecha se aprovechan de todo esto para proponer una vuelta nostálgica al pasado, un pasado en el que todo era supuestamente más asumible, más entendible... Creo que hay que luchar por mantener la mente abierta, sobre todo porque mirar hacia el pasado es un viaje imposible.

¿Fue el descubrimiento de su homosexualidad lo que liberó el genio reprimido de Cervantes? De alguna manera, esa es una de las posibles lecturas que se pueden hacer de su película.

Lo que yo me encontré al investigar ese periodo de la la vida de Cervantes en el que estuvo cautivo en Argel es que él se escapó hasta cuatro veces de la muerte entre otras razones por la relación especial que mantenía con su captor, Hasán Bajá. Por otro lado, hay crónicas que hablan claramente de la homosexualidad de este último. Me pareció interesante desde el punto de vista de la dramaturgia. Lo que hago es explorar una tesis que está ahí, que no me he sacado de la manga y de la que se ocupan los estudios cervantinos más respetables. Por otro lado, cuando hablas de un mito de la literatura como Cervantes tienes que ser honesto con el pasado, pero hacerlo siempre desde la ficción porque yo ni nadie estuvo allí para verlo y demostrarlo. Cuando desarrollé el proyecto, me di cuenta de que renunciar a la trama homosexual era como renunciar a mí mismo, puesto que yo soy homosexual. Si no exploraba con toda la honestidad este aspecto de la vida de Cervantes estaría traicionándome.

En cualquier caso, la película deja en manos del espectador casi todo.

Es el público el que completa la película. La reacción del público que ya ha visto El cautivo es muy diversa. Los hay que entienden que estamos sacando a Cervantes del armario, pero otra parte importante de la audiencia lo que cree es que Cervantes era un superviviente y que lo que hace es simplemente, sobrevivir a una situación de poder y peligro.

Pero ¿no es un poco anacrónico aplicar categorías de hoy, como salir del armario, a situaciones del siglo XVI?

Lo es. Por eso digo que es preciso abrir la mente. Tendemos a parcelarlo todo en compartimentos: homosexual, heterosexual, bisexual... La realidad ahora mismo es mucho más compleja. Y estoy seguro que entonces también lo era. Lo que habría que preguntarse es si una noche de sexo con una persona de tu mismo sexo te convierte en homosexual. La sexualidad es mucho más diversa, decía. Puedes vivir en matrimonio, tener hijos y, a lo mejor, mantener una relación especial con otra persona de tu mismo sexo. Es decir, me gustaría huir de conceptos estancos. ¿Estoy diciendo que Cervantes era homosexual? No, estoy diciendo que mantuvo una relación y, sobre todo, una conexión intelectual, que es lo que me importa, con su captor.

Lo cierto es que el tema de la homosexualidad de Cervantes es canónico y hasta Fernando Arrabal, en un texto muy discutido y repudiado por los académicos, se explayó sobre el tema.

Sí, Arrabal, desde su delirio genial, explora otro episodio de su biografía que es cuando se vio obligado a abandonar España. Hasta el siglo XIX no se sabía por qué Cervantes había desaparecido de repente de la sociedad madrileña para aparecer más tarde en Italia. Ahora sabemos que fue por un duelo. Pero sí, por no extenderme y como he dicho, el asunto de la homosexualidad está ahí en los estudios historiográficos más importantes.

"Lo que había que preguntarse es si una noche de sexo con una persona de tu mismo sexo te convierte en homosexual. La sexualidad es mucho más compleja"

La supuesta homosexualidad de Cervantes algunos la relacionan con el hecho de que era un autor poco dado al erotismo, se añade que su matrimonio no fue especialmente feliz...

Sí, todo eso está ahí. Y desde el punto de vista de la exploración dramática a la hora de plantear este guion, me parecía que era la aproximación más interesante.

La película mantiene un empeño claro en no categorizar ni caer en etiquetas. Se diría que ahora mismo hay un empeño en justo lo inverso. Hablaba antes de una especie de vuelta al pasado por parte de algunos. ¿Qué opina del éxito global del pensamiento reaccionario?

En el fondo es una reacción de miedo. Y, como digo a menudo, hay que mirar al futuro sin miedo. Me preocupa ese giro nostálgico, me preocupa ese movimiento de regresión y, sobre todo, me preocupa que se esté produciendo en el vértice del mundo occidental que es Estados Unidos. Ves que en algunos casos, como en la represión de la minoría trans, el discurso de Donald Trump está íntimamente conectado con el de Vladimir Putin. Prefiero no mirarlo con miedo, pero sí con preocupación y siendo muy consciente de que es una realidad. Y también me preocupa que todo esto haya sido gracias al voto de la gente. No me importa compararlo con lo que pasó en Alemania con el nazismo. Es muy preocupante el desprecio de la gente por el sistema democrático.

Antes hablaba de las redes y su influencia en el cine, imagino que se puede decir lo mismo con respecto a la política y todo lo demás.

Sin duda. El auge de la tecnología digital está claro que refuerza muchas conductas antisociales, machistas u homófobas. Lo vimos muy bien en la serie Adolescencia. Tengo la sensación de que buena parte de lo que vemos ahora lo expresé ya en Ágora. Entonces como ahora, da la impresión de que vivamos en un tiempo donde la moderación es salvajemente reprimida. Cuando contemplé el asalto al Capitolio pensé precisamente en el asalto a la biblioteca de Alejandría. Se vivió la misma exaltación de la irracionalidad.

Menciona la actualidad de Ágora, ¿diría que El cautivo, como buena parte de su cine, podría contar como provocación?

En mi cine como en mi vida personal, mi actitud siempre es la misma. Mi lema es: "Déjame que te cuente e intenta comprenderme". Me expreso con la mayor libertad y eso se puede interpretar como provocación, pero en verdad mi voluntad y deseo es ser comprendido por la persona que tengo en frente. Me pasó con Mientras dure la guerra. Al final fue recibida como yo quería que fuera recibida. Fue más difícil en los extremos a derecha e izquierda.

Recuerdo que hasta con hechos históricos como el que la actual bandera fuera imposición de Franco hubo polémica.

Sí, somos de sangre caliente. También pasó con Mar adentro. En general, y aunque me lleve alguna imprecación por la calle, lo que más recibo de todas formas son agradecimientos. La gente se acerca y me agradece lo que he hecho.

La noticia son las imprecaciones. ¿Recuerda alguna dolorosa?

No. Una vez, después de hacer Tesis, se me acercó una persona y me dijo que la película era una mierda. Acabé por invitarle a un café.

¿Se siente pionero tras Mar adentro?

Siempre estuve convencido de que, tarde o temprano, llegaría la Ley de Eutanasia. Ha sido más tarde que pronto, pero llegó. La sociedad ha demostrado ir por delante de la clase política. Es un acto que revela humanidad, y el deseo de morir no es contagioso. Hablamos simplemente de ayudar a alguien a morir con dignidad. Y además es algo a lo que tarde o temprano nos enfrentamos todos.

Dice que el deseo de morir no es contagioso, pero hay mucha gente que sí cree que la homosexualidad es contagiosa, y habla de adoctrinamiento, de prohibir libros...

Es curioso porque desde que empecé a hacer cine siempre me han preguntado cuándo haría una película de temática gay. Pero nunca me había sentado como creador a hablar de esa realidad que forma parte de mi vida. Esta historia me ha dado por fin la ocasión. No soy sospechoso de haber promovido nada ni de vivir obsesionado con ello. De todas formas, sé que habrá gente que se pondrá en contra de la película sin verla y que rechace de plano ir a verla.

"Si las alternativas son o ser de ultraderecha, que es de donde vienen las acusaciones, o ser woke, pues sí soy woke"

¿Qué piensa cuando se convierte en acusación algo tan elemental como defender los derechos de las minorías? Hablo de la acusación de woke que se le viene encima.

Me deja bastante desconcertado y te obliga a tomar partido como en su momento tuvo que hacer Miguel de Unamuno. Inevitablemente, me identifico plenamente con lo woke. Desde luego, si las alternativas son o ser de ultraderecha, que es de donde vienen las acusaciones, o ser woke, pues sí, soy woke.

¿Cuál ha sido su relación con Cervantes y el Quijote a lo largo de su vida?

Desde que empecé a dedicarme al cine siempre he asumido que soy un ignorante. Recuerdo haber leído en el instituto algunas de las Novelas ejemplares y recuerdo haberme reído mucho con El licenciado vidriera, pero no había leído en su totalidad el Quijote hasta que no abordé este proyecto. Y en esta lectura he descubierto su sentido del humor y su optimismo. Con las dos cosas me identifico plenamente.

viernes, 4 de julio de 2025

Un cervantista estadounidense del XIX, William Dean Howells

William Dean Howells (1837-1920) fue un hispanófilo y escritor estadounidense del siglo XIX; desde niño fue un cervantista furibundo, como se verá por este texto suyo que copio, entre muchos otros que declaran su fervor. Hijo de un editor e impresor, del Quijote leyó de niño la traducción dieciochesca de Charles Jarvis, a la que aceptó escribir un prólogo para su reimpresión póstuma en 1923 (*), y posteriormente la decimonónica de John Ormsby, así también como las obras de otro hispanista, el famoso W. Irving, cuyo oficio de embajador al cabo él también llegaría a asumir, aunque en Venecia. Entre las primicias leídas en su infancia estuvieron también obras como la Grecia de Oliver Goldsmith, y enseguida aprendió el español, el latín, el griego, el italiano, el alemán y el francés para leer en otros idiomas y traducir también, en especial en alemán, francés y español. Estuvo entre los llamados brahmanes de Boston, y fue el primer presidente de la Academia de Estados Unidos, siendo amigo cercano de Mark Twain y Henry James entre otros. Su amor por nuestra literatura se extendía mucho, hasta incluso Armando Palacio Valdés, del que fue tan entusiasta que leyó toda su obra. Además leyó bastantes de Galdós (su Doña Perfecta le pareció una genialidad) y de Pardo Bazán. Siendo aún bastante joven, estuvo a pique de traducir el Lazarillo, pero sí tradujo Un drama nuevo, de Manuel Tamayo y Baus y publicó un libro de viajes por España, Familiar Spanish Travels (1913). Compuso unas cuarenta novelas, entre ellas la quijotesca Un viajero de Altruria (1894), varios libros de crítica literaria (se le considera promotor del realismo estadounidense) y algunas piezas teatrales, biografías, poemas y libros de viajes. Fue, asimismo, editor de las acreditadas revistas Atlantic Monthly y Harper's Bazar, entre otras, y defendió el socialismo cristiano de León Tolstoy.

Bibliografía

*Susan Goodman, William Dean Howells: a writer's life. Berkeley: University of California Press, 2005.

De Mis pasiones literarias, cap. III, "Cervantes":

Recuerdo con total claridad el momento y el lugar en que oí hablar por primera vez de Don Quijote, cuando aún no podía relacionarlo con precisión con la autoría de nadie. Era demasiado joven para concebir la autoría, ni siquiera en mi propio caso, y escribía mis miserables versos sin ninguna noción de literatura ni de nada más que el placer de verlos salir correctamente rimados y medidos. 

El momento fue al final de un día de verano, justo antes de la cena, pues, en nuestra casa, cenábamos tarde, y el lugar era la cocina, donde mi madre se dedicaba a su trabajo, escuchando como podía lo que mi padre nos contaba a mi hermano, a mí y a un aprendiz nuestro, que era como un hermano para ambos, sobre un libro que había leído una vez. Los chicos estábamos desgranando guisantes, pero la historia, a medida que avanzaba, nos arrebataba de nuestro pobre oficio y, sin importar lo que hicieran nuestros dedos, nuestros espíritus se perdían en esa extraña tierra de aventuras y contratiempos donde la vida febril del caballero, verdaderamente sin miedo ni reproche, se consumía. Me atrevería a decir que mi padre intentó hacernos comprender el propósito satírico del libro. Recuerdo vagamente que hablaba de los libros de caballería que pretendía ridiculizar, pero a un niño esto no le importaba y lo que ansiaba hacer de inmediato era conseguir ese libro y sumergirme en su historia. 

Nos contó al azar el ataque a los molinos y a los rebaños de ovejas, la noche en el valle de los batanes con sus mazas, la venta y los arrieros, el arrumaco de Sancho, la isla que le fue dada para gobernar y todas las alegres travesuras en casa del duque y la duquesa, así como la liberación de los galeotes, la captura del yelmo de Mambrino y la invención de Sancho de la encantada Dulcinea, y todo lo que había de maravilloso y delicioso en el libro más maravilloso y delicioso del mundo. No sé cuándo ni dónde me lo consiguió mi padre, y sé que pasó un tiempo considerable entre que lo oí y lo tuve. El acontecimiento debió ser importantísimo para mí, y es extraño que no pueda recordar el momento en que la preciosa historia llegó a mis manos; aunque, en realidad, no hay nada más caprichoso que la memoria de un niño y lo que conservará y perderá.

Es cierto que mi Don Quijote estaba en dos volúmenes pequeños y robustos, no mucho mayores cada uno que mi Grecia de Goldsmith, encuadernados en una especie de becerro de ley, bien ajustados para resistir el desgaste que estaban destinados a sufrir. La traducción era, por supuesto, la versión antigua de Jarvis, que, fuera o no una versión fiel, empleaba un honesto inglés del siglo XVIII y reflejaba fielmente el espíritu del original. Si tuvo alguna influencia literaria en mí, debió ser buena, pero no puedo afirmar que fuera sensible a la literatura: fue la historia, siempre encantadora, lo que disfruté. Me regocijé en la libertad ilimitada de su diseño, el aire libre de ese inmenso escenario donde la aventura sucedía a la aventura con la secuencia natural de la vida, y los días y las noches no eran lo suficientemente largos para los acontecimientos que los atestaban, entre los campos y los bosques, los arroyos y las colinas, los caminos y los senderos, las posadas y las chozas, las cárceles y los palacios que fueron el escenario de esa historia incomparable. Lo tomé con la misma sencillez con la que tomaba todo lo demás del mundo que me rodeaba. Estaba lleno de significados que no podía comprender, y había significados de los que, por desgracia, abundan en la literatura, pero se me escapaban. No sabía si estaba bien escrito o no; nunca pensé en ello; simplemente estaba allí en su vasta totalidad, en su inagotable opulencia, y yo era rico en eso más allá que cualquier sueño de codicia.

Mi padre debió de hablarnos aquella noche de Cervantes, así como de su Don Quijote, pues me parece haber sabido desde el principio que había sido esclavo en Argel y que había perdido una mano en batalla, y lo amaba con una especie de afecto personal, como si aún viviera y pudiera corresponder a mi amor. Su nombre y carácter me hicieron querer al nombre y al carácter españoles, de modo que siempre fueron mi pasión y hasta el día de hoy no puedo conocer a un español sin reverenciarlo con algo del honor y la veneración que prodigué de niño a Cervantes. En pleno auge de este entusiasmo, un día vino a nuestra escuela un caballero mexicano que estudiaba el sistema educativo estadounidense; un hombre afable, gordo y de color azafrán por quien casi habría muerto, por complacer a Cervantes y a su Don Quijote, porque sabía que hablaba su lengua. Pero él nos sonrió a todos y no tuve oportunidad de distinguirme del resto con ningún acto de devoción antes de que su bendita visión se desvaneciera, aunque durante mucho tiempo después, en apasionados ensueños, me acerqué a él y lo consideré pariente debido a mi lealtad, y porque habría sido español si hubiera podido.

No habría permitido que el mundo juvenil que me rodeaba supiera nada de estos dulces sueños; pero eran solo mis gustos, mis pasiones, las que allí me resultaban ajenas; en todo lo demás, era tan ciudadano como cualquier niño que jamás hubiera oído hablar de Don Quijote. Pero creo que llevaba el libro conmigo la mayor parte del tiempo, para no perder la oportunidad de leerlo. Incluso en los momentos de vacío de ciertos años, cuando apenas añadía otras lecturas a mi repertorio, debí seguir leyéndolo. Esto ocurrió después de mudarnos del pueblo donde pasé los primeros años de mi infancia, y apenas me había adaptado al extraño entorno cuando uno de mis tíos me pidió que lo acompañara a aprender el negocio de la farmacia en el lugar, a sesenta y cinco kilómetros de distancia, donde él ejercía la medicina. Hicimos el largo viaje, más largo que cualquier otro que haya hecho desde entonces en la diligencia de aquellos días, y llegamos a su casa al anochecer; él, contento de llegar a casa, y yo, muerto de añoranza por el hogar que había dejado. No sé cómo fue que en este estado, cuando el mundo entero era una oscuridad desesperanzada a mi alrededor, saqué mi Don Quijote de la mochila; parece que lo tenía conmigo como parte esencial de mi equipo para mi nueva carrera. Quizás me pidieron que lo mostrara, con la idea de alejarme de mi miseria; quizás yo mismo intentaba ahogar mis penas en él. Pero, sea como fuere, ahora tengo ante mí la imagen de mi dulce tía y su hermana pequeña mirándome por encima del hombro, juntas en el césped, bajo la luz del atardecer de verano. Mi tía sostenía mi Don Quijote abierto en una mano, mientras con la otra sujetaba al niño que llevaba en el brazo. Miraba el libro, y luego, de vez en cuando, me miraba a mí, con mucha amabilidad pero con mucha curiosidad, con una leve sonrisa, de modo que, mientras yo estaba allí, retorciéndome por dentro de timidez, tuve la sensación de que a sus ojos yo era un niño raro. Ella devolvió el libro sin comentarios, después de algunas preguntas, y me lo llevé a mi habitación, donde el amigo confidencial de Cervantes lloró hasta quedarse dormido.

Por la mañana me levanté y les dije que no aguantaba más y que me iba a casa. Nada de lo que dijeron sirvió de nada y mi tío me acompañó a la diligencia y me compró el pasaje de vuelta.

El horror del cólera ya se extendía por aquel entonces y oímos en la diligencia que un hombre yacía muerto arriba en el hotel. Pero mi tío me llevó a su farmacia, donde la diligencia me iba a recoger, y me hizo probar un poco de alcanfor; con este profiláctico, Cervantes y yo, de alguna manera, llegamos a casa con vida.

La lectura de Don Quijote continuó durante toda mi infancia, por lo que no recuerdo ningún período distintivo en el que no lo leyera, más o menos. A los diez años, lo conocí bien, como un niño, y hace unos años, a los cincuenta, lo retomé en la admirable nueva versión de Ormsby y lo encontré tan lleno de mí mismo y de mi propio pasado irrevocable que no me pareció muy alegre. Pero hice muchos descubrimientos en él; cosas que no había soñado estaban allí y debieron haber estado siempre allí, y otras adquirieron una nueva cara y me causaron un nuevo efecto. Tenía mis dudas, mis reservas, donde antes le había entregado todo mi corazón sin cuestionarlo, y, sin embargo, en lo que constituía la grandeza del libro, me parecía más grande que nunca. Creo que su diseño libre y simple, donde los acontecimientos se suceden sin el control de la intriga, sino donde todo surge naturalmente a partir de los personajes y las circunstancias, es la forma suprema de la ficción. Y no puedo evitar pensar que, si alguna vez tenemos una gran novela estadounidense, debe fundarse en líneas tan grandes y nobles como estas. En cuanto a la figura central, el propio Don Quijote, en su dignidad y generosidad, sus ideales desinteresados ​​y su intrépida devoción a ellos, siempre es heroico y hermoso; y me alegró descubrir, en mi último vistazo a su historia, que realmente había concebido esto al principio y había sentido la sublimidad de su naturaleza. No quería reírme tanto de él, y ya no podía reírme en absoluto de algunas de las cosas que le hicieron. Antes me parecían divertidas, pero ahora solo crueles e incluso estúpidas, de modo que era extraño comprender que sus cualidades e indignidades provenían de la misma mente. Pero, en mi experiencia madura, que arrojó una luz más amplia sobre la fábula, me alegré de conservar mi antiguo amor por un autor que había sido casi personalmente querido para mí.

Cap. IV: Irving

He contado cómo Cervantes hizo de su raza algo precioso para mí, y estoy seguro de que debió ser él quien me capacitó para comprender y disfrutar del autor estadounidense que ahora me mantenía en suelo español y me hacía feliz en ambientes españoles, aunque no puedo encontrar el vínculo temporal ni circunstancial entre Irving y Cervantes. Lo máximo de lo que puedo estar seguro es que leí la Conquista de Granada después de leer el Quijote, y que me gustó tanto el historiador porque había amado mucho más al novelista. Claro que entonces no percibí que el encanto de Irving provenía en gran medida de Cervantes y de otros humoristas españoles que aún desconocía, y que se había formado en ellos casi tanto como en Goldsmith; pero me atrevo a decir que este hecho indudablemente influyó mucho en mi gusto. Después llegué a verlo y al mismo tiempo a ver lo que había de Irving en él; a percibir su humor nativo, aunque algo atenuado, y su gracia original, aunque un poco demasiado estudiada. Pero aún no me planteaba ninguna cuestión crítica. Entregué mi corazón con sencillez y pasión al autor que hizo que las escenas de esa historia tan patética vivieran en mi simpatía, y me acompañó con los majestuosos y graciosos actores que protagonizaron esas escenas.

Realmente no puedo decir ahora si amaba más a los moros o a los españoles. Luché en ambos bandos; no habría permitido que los españoles fueran derrotados, y sin embargo, cuando los moros perdieron, fui derrotado con ellos; y cuando el pobre y joven rey Boabdil (yo era su devoto partidario y a la vez seguidor de su fogoso tío y rival, Hamet el Zegri) exhaló el Último Suspiro del Moro, mientras su mirada se apartaba para siempre de los tejados de Granada, sentí tanta pena como si me hubiera brotado del pecho. Incluí a ambos príncipes en la primera y última novela histórica que escribí. Ahora no tengo ni idea de qué hicieron en ella, pero como la historia nunca llegó a una conclusión, no importa mucho. Nunca había leído una novela histórica, que yo sepa, y probablemente mi intento se basó casi exclusivamente en los hechos de la historia de Irving. Estoy seguro de que no se me habría ocurrido añadirles nada ni modificarlos en absoluto.

Al leer su Crónica, sufrí durante un tiempo su atribución a fray Antonio Agapida, el piadoso monje que finge haberla escrito, al igual que al leer Don Quijote sufrí que Cervantes se hiciera pasar por el escriba morisco Cide Hamete Benengeli. Mi padre me explicó el capricho literario, pero seguía siendo una confusión y un problema para mí, y me acostumbré a omitir los pasajes donde alguno de los autores insistía en su invención. Debo admitir que me alegra bastante que ese tipo de cosas parezcan pasadas de moda ahora, y creo que los métodos más directos y francos de la narrativa moderna impedirán su resurgimiento. Thackeray era aficionado a esos disfraces tan descarados y le gustaba saludar a sus lectores desde la máscara de Yellowplush y Miguel Ángel Titmarsh, pero me parece que esto ocurrió en sus momentos menos modernos.

Mi Conquista de Granada estaba en dos volúmenes en octavo, encuadernados en tapas grises e impresos en papel muy amarillento por el tiempo en sus bordes irregulares. No sé cuándo llegaron a mis manos. No recuerdo que me los ofrecieran ni me los recomendaran y, en cierto modo, eran tan auténticamente míos como si los hubiera hecho yo. Los vi en casa, hace no muchos meses, en la biblioteca de mi padre (hace tiempo que ha superado la vieja estantería, que ha ido a parar nosedónde) y, en general, me daban escalofríos al bajarlos y mucho más al abrirlos, aunque no sabría decir por qué... a menos que fuera por miedo a encontrar el fantasma de mi yo infantil en su interior, aplastado como una hoja marchita, entre las páginas familiares.

Cuando aprendí español, fue con el propósito, aún no cumplido, de escribir la vida de Cervantes, aunque desde entonces he tenido unos cuarenta y tantos años para hacerlo. Aprendí el idioma por mi cuenta, o comencé a hacerlo cuando no sabía nada de la gramática inglesa, salvo la prosodia al final del libro. Mi padre, habiendo escrito él mismo un breve esbozo de esta materia, tenía el desprecio de la familiaridad con él y parece que me dejó sumergirme en el mar de verbos y adverbios, sustantivos y pronombres españoles y todo lo demás cuando aún no podía nombrarlos con seguridad, con la serena convicción de que, si no nadaba, de alguna manera llegaría a la orilla sin hundirme. El fin, quizás, lo justificaba, y supongo que no hice todo ese trabajo sin sacar algo de fuerza; pero desearía haber recuperado el tiempo que me costó, me gustaría haberlo desperdiciado de alguna otra manera. Sin embargo, el tiempo me parecía interminable entonces y pensé que tendría suficiente para leer toda la literatura española, o al menos no me propuse hacer menos.

lunes, 3 de febrero de 2025

Solaris y sus citas al Quijote

 Publicado el domingo 23, febrero 2020 por BarbaRoja898 en Zoonpolitikon

Solaris (1972)

Hoy nos toca analizar la década de los años setenta, que no es otra que la que da comienzo a la edad de plata del cine. Como no podía ser de otra manera, nos encontramos con grandes de la ciencia ficción, entre las que cabe destacar “Alien el octavo pasajero” (1979), “La naranja mecánica” (1971) o “La guerra de las galaxias” (1977) en el plano comercial, y dos de las grandes de Tarkovsky en el cine más intimista: la que hoy nos incumbe y “Stalker” (1979), que ya analizamos en su momento. Sin contar, además, con gran cantidad de obras de referencia: la llegada a la gran pantalla de “Star Trek” (1979), la maltratada serie “Galáctica” (1978), “Westworld” (1973) —peor que la primera temporada de la nueva serie y mejor que el despropósito de la segunda—, “La invasión de los ultracuerpos” (1978) o “Encuentros en la tercera fase” (1977). Existen, a su vez, numerosas películas sobrevaloradas, destacando entre todas ellas la insufrible “El hombre que cayó a la tierra” (1977) o la asquerosa “La montaña sagrada” (1973). Respecto a “El planeta salvaje” (1973), la verdad es que he de reconocer que, puestos a ver animación surrealista, prefiero “Contact (C)” (1978), que resulta ser más interesante, sugerente y corta. Y sí, está pendiente “Doctor Who” (1963-1989)… aunque el problema es un poco como con la ya mencionada “Star Trek”: entre series y películas, da cierta sensación de infinito e, irremediablemente, de pereza; pues el tiempo que implicaría un visionado tranquilo sería de años, y todavía existen obras menos exigentes que merecen más la pena a la hora de analizar. Una vez comentado el contexto, hablemos ya de “Solaris” (1972).

«—No soy partidario de obtener conocimientos a toda costa. La verdadera sabiduría se basa en la moral.

—Del hombre depende que la ciencia sea inmoral».

Lo primero que destaca de esta cinta es su cuidadísima fotografía, la particular obsesión de su director con el agua y su ritmo pausado. Sin olvidar que lo importante son las ideas, cómo se articulan y su relación con la alegoría —que, como ya hemos repetido muchas veces, es algo propio del género; siendo esta película ejemplar en este sentido—. Para esto, se emplean todos los medios cinematográficos disponibles: desde el montaje hasta la música, pasando por el escenario, el vestuario, los movimientos de cámara o los diálogos. El uso del color, el paso al blanco y negro, los sonidos de sintetizador… el soviético es un maestro de la atmósfera. Además, no puede tener mejor guión. Poco más se puede decir de esta película sin entrar a destriparla… por lo tanto, a partir de esta línea, quien no la haya visto que se haga un favor y vaya aquí a verla, sin ignorar la segunda parte, o que tome la opción de dejar el cine.

«—Sólo una cosa sé, Señor. Cuando yo… Cuando yo duermo, no conozco el miedo, ni las esperanzas, ni los trabajos, ni la dicha… Gracias a quien inventó el sueño, esta es la única balanza que iguala al pastor y al rey, al tonto y al sabio. Sólo es malo el sueño profundo: se parece demasiado a la muerte.

—Sancho, nunca habías dicho un discurso tan elegante».

Una de las primeras cosas que llama la atención es que, en una película de dos partes y de algo más de dos horas y media, antes de los primeros diez minutos destaca ya un busto de Sócrates, que veremos varias veces a lo largo de la película al estar uno en la casa —localización recurrente— y otro en la biblioteca de la nave. Nos encontramos ante varias conversaciones que nos ponen en situación sobre los extraños fenómenos en forma de alucinaciones que ocurren cerca del planeta oceánico de Solaris y sobre la problemática de experimentar irradiando el planeta para así intentar conocer sus secretos. Esta primera parte de la película provoca una cierta sensación de sobresalto si uno no viene de hacer un ciclo de cine independiente. En los tiempos en los que nos movemos, el cine cada vez es más rápido y está más programado para contentar a un público que, poco a poco, va siendo menos capaz de concentrar la atención. En mi caso, la última película que he ido a ver al cine fue la actual de “Mujercitas” (2019); que, evidentemente, no es una de “Los vengadores”, pero sí se mueve en el lenguaje audiovisual actual. Choca volverse a encontrar con una película que se toma su tiempo a la hora de generar la atmósfera y que no tiene intención de contentar al gran público. Después de la presentación, pasamos por una escena tremendamente abstracta —al estilo de la llegada a la Zona de “Stalker”— con cambios de colores y unos sonidos electrónicos bastante ominosos. Descubrimos una secuencia donde se están quemando unos papeles, una secuencia que remarca el libro del “Quijote” sobre una mesa y, más tarde, saltamos al viaje hacia Solaris; en el cual, por cierto, si algo destaca es el paso por un agujero de gusano que luego volveremos a ver en “Interestelar” (2014). De hecho, tanto eso como la existencia de un planeta acuático son las únicas semejanzas entre dos películas que, en el fondo, se parecen como un huevo a una castaña. Cerramos la primera parte con muchas preguntas y pocas respuestas. Aparece también el personaje de Hari, que tiene el vestido cosido de tal manera que nunca se lo pudo haber puesto.

«En realidad, no queremos conquistar ningún Cosmos. Queremos ampliar la Tierra hasta sus confines. No necesitamos otros mundos. Queremos un espejo. Buscamos un contacto, pero nunca lo encontraremos. Estamos en la necia situación del hombre que busca la cadena que teme y no necesita. Al ser humano le hace falta otro ser humano».

Comenzamos la segunda parte. Entra nuestro protagonista en pánico —con todo el sentido del mundo— y decide lanzar al espacio exterior a la aparición de su esposa difunta. Descubrimos que Solaris, de alguna manera, conoce los recuerdos de los humanos que se acercan y provoca que aparezcan unos visitantes compuestos de neutrinos en base a ellos. Sí, ni siquiera la premisa de “Horizonte Final” (1997) era original… pero es que también comprobamos que el núcleo de “Blade Runner” (1982) ya está en juego aquí, así como parte de las ideas de “Matrix” (1999). Se plantea la problemática de si algo que parece humano y se comporta como un humano, sabiendo a ciencia a cierta que no es humano, se podría considerar provisto de humanidad y, por lo tanto, también de dignidad. Con esta metáfora nos damos cuenta de que se plantea la pregunta de qué nos hace humanos y de cuál es la característica fundamental de la humanidad: ¿el conocimiento?, ¿el sentimiento?, ¿el amor?, ¿la importancia de la muerte, de la pérdida, de la finitud? Comprobamos que en “Solaris” Tarkovsky está poniendo en juego las cuestiones fundamentales que nos mueven y motivan, y que son al mismo tiempo aquellas que dieron origen propiamente a la civilización y a lo que es Occidente desde el sacrificio de Sócrates. También es cierto que se puede igualmente interpretar como una reflexión sobre el paso del tiempo y sobre si realmente somos los mismos cuando crecemos e, inevitablemente, cambiamos; además de como una meditación acerca de la cuestión del amor, ya en sí misma profundísima y capital.

«Yo sé cuál es mi lugar. La Naturaleza hizo al hombre para que la conozca. Al buscar la verdad, el hombre está condenado a trabar conocimiento. Lo demás es un desatino».

Después de la discusión en la biblioteca, la copia de Hari acaba —como la original— suicidándose (aunque, en este caso, bebiendo oxígeno líquido). Ocurre la escena de resurrección más impactante de la historia del cine, además de ser la secuencia en la que Hari descubre que, a diferencia de su homóloga humana, ella no puede morir tan fácilmente. Después de este suceso, nuestro protagonista enferma y en medio de un estado delirante nos presenta las últimas reflexiones de la película, que versan sobre el dolor, la pérdida, la muerte y el sentido de todo ello para el ser humano. Nos retrotraemos en el tiempo a una visión de su pasado familiar —con uno de esos cambios de color tan característicos de este director—, y comprobamos que nuestro protagonista no amaba a su familia porque no creía que la podía perder, así como igualmente comprendemos —a la vez que él— que no apreció su amor por Hari hasta que ésta se suicidó. Nuestro protagonista se despierta y comprueba que Hari se ha matado por tercera y última vez; y esta vez lo ha hecho por él, ya que no era buena idea el plan de quedarse en Solaris para vivir con su recuerdo.

«—¿Sabes qué? Al mostrar piedad nos vaciamos. Quizás sea cierto que el sufrimiento da a la vida un aire sombrío, lleno de sospechas. Pero yo no reconozco… No, no lo reconozco… ¿Acaso lo que no es una necesidad para nuestra vida la perjudica? No la perjudica. Claro que no. ¿Te acuerdas de los sufrimientos de Tolstoi por no poder amar a toda la humanidad? ¿Cuánto tiempo ha pasado desde entonces? No puedo comprenderlo… Ayúdame. Por ejemplo, yo te amo como ser humano. El amor es un sentimiento que se puede experimentar, pero no hay forma de explicar como si fuera un concepto. Uno ama lo que puede perder: a sí mismo, a la mujer, a la patria… Hasta ahora la humanidad y la Tierra eran inaccesibles para el amor. ¿Me comprendes? ¡Somos tan pocos! ¡Tan sólo varios miles de millones! ¿Quizás estemos aquí sólo para sentir por primera vez al ser humano como motivo de amor?

—Tiene fiebre.

—¿Cómo murió Guibarián? No me lo has contado.

—Te lo diré luego.

—Guibarián no murió de miedo, sino de vergüenza. ¡La vergüenza salvará a la humanidad!»

En estas últimas escenas antes de la recta final, el problema concreto de Kris es un tema importante entre tantos otros que se sugieren; de hecho, de alguna manera, ya estaba insinuado desde el principio. No es otra cosa que una crítica al hombre pragmatista, inevitablemente individualista, subjetivista y egoísta; aquel que, incapaz de tolerar su finitud y la de los otros, cree que todo está por y para él. Por eso, Kris es incapaz de valorar —más allá de la mutua explotación basada en el mero placer— tanto a su familia como a Hari; no es capaz de comprender la delicadeza del ser humano y la facilidad con la que uno puede morir. Está muy claro en la escena con su madre en la que ella le lava las heridas, pero esta idea se encuentra ya también en las primeras secuencias de la cinta —por ejemplo, cuando comentan que se dedica a su informe incansablemente como un contable—, sin olvidar lo clara que es a este respecto la escena del garaje convertido en cuadra. Kris es un hombre que ha vivido postrado a los vientos de su época y que, cuando ya se encuentra en la recta final de su vida, empieza a comprender hasta dónde ha perdido el tiempo y ha despreciado la importancia de vivir acorde al drama característico del ser humano: todos vamos a morir y, como uno se descuide, lo hará sólo; por lo tanto, no debemos despreciar el amor ni emplear el poco tiempo que tenemos en la infinita variedad de banalidades que nos ofrece nuestra época.

«—Tienes mal aspecto. ¿Eres feliz?

—Ahora ese término es un poco anticuado».

Va terminando la película y nos sugiere, muy poco sutilmente, la comparación de Hari con Jesucristo; con todo lo que eso conlleva. Después, reflexiona sobre el hecho de pensar y su relación con la felicidad. La idea de que uno al meditar sobre los temas fundamentales de la humanidad se acerca al día de su muerte es muy poderosa. A su vez, la reflexión sobre la felicidad es aguda y explica muy bien por qué la gran mayoría de la gente prefiere no pensar: hacerlo, inevitablemente, te pone en contacto con la muerte, y todo el mundo prefiere vivir distraído sintiéndose inmortal. La idea de que ciertas cuestiones perviven mejor bajo el misterio y la superstición es una idea que vuelve una y otra vez en la obra de este autor, y tiene mucho sentido, además de ser un tema que hay que pensarse dos veces a la luz de todo lo ocurrido en los últimos dos siglos. Termina la película con un final que no te ves venir y que te vuela la cabeza, pero después de todo lo visto —la segunda venida de Jesucristo en forma de mujer (con resurrección y todo e incluyendo su muerte definitiva) y el descubrir que Snawt no es otro que Sócrates—, no sorprende cómo culmina la historia. ¿Es toda la película una alegoría del hecho de reflexionar? ¿Es Solaris nuestro fuero interno, mente o alma? Da igual cómo lo llamemos en este caso. El póster de la película cobraría un nuevo sentido… de alguna manera, ¿no es en ese lugar donde viven los recuerdos?, ¿o es todo un sueño? Los sueños no son sino alucinaciones mientras dormimos, y el acto de pensar tiene mucho de alucinación —aunque, eso sí, controlada—. También nos podríamos encontrar ante… ¿un paseo practicando el método peripatético?, ¿un paseo por nuestros pensamientos? Referencias a estas ideas a lo largo de la película no faltan; de hecho, al principio nos dicen que el protagonista se pasa horas paseando solo. En cualquiera de los casos, el final no es gratuito y le da una vuelta más a lo que nos están contando de una manera magistral. Es el mejor ejemplo de lo que es la ciencia ficción y el mejor canon para juzgar al resto de películas del género.

«—Últimamente no congeniábamos. Oye, Snawt, ¿por qué él nos atormenta?

—Hemos perdido el sentido de lo cósmico. Los antiguos lo percibían mejor. Ellos no preguntarían por qué… Recuerda el mito de Sísifo».

Es cierto que la primera parte tiene momentos donde se hace un poco lenta y que el final es un poco excesivo, pero, de alguna manera, el tono pausado favorece que se genere el contraste necesario para que emerjan los momentos más brillantes y ayuda, a su vez, a parar un poco al público más acelerado, ayudándole a ponerse, en la medida de lo posible, ante la posibilidad de aburrirse un poco, y dando paso así a la meditación reflexiva que se nos propone. Es una película exigente intelectualmente, de eso no cabe duda, pero tampoco implica necesariamente haber leído ni haberse planteado nada con anterioridad para su disfrute. Es lo bueno de ser todos mortales. Un servidor la vio por primera vez hace más de diez años cuando poco sabía de Platón, del amor, de la muerte o del “Quijote” —cierto es que tenía ya inquietudes, angustias y tiempo para aburrirse, pero era mucho más imbécil e inculto que ahora—, y con todo y aun quedándose en la superficie tuvo claro que “Solaris” era una película valiosa e interesante. Cualquiera con dos dedos de frente, inquietudes y el tiempo para verla sin interrupciones la va a disfrutar; y cuanto más culto e inteligente se sea, más se haya leído y más se haya reflexionado sobre los temas fundamentales, más profundamente se entenderá su sentido, más grato será su disfrute y más fecundo resultará el poso que deje. Es una película que, como los buenos libros, hay que verla muchas veces a lo largo de la vida, para enriquecerse con otras obras y reflexiones entre una vez y otra; y es probable que cada vuelta a ella sea mejor, más profunda y se logren captar nuevos matices. Ocurre como con “Stalker”, pero con más pureza y claridad.

«—Cuando el hombre es feliz, el sentido de la vida y los demás temas eternos le interesan muy poco. Hay que abordarlos al final de la vida.

—Pero no sabemos cuándo llegará ese fin y por eso nos apresuramos.

—Las personas más felices son las que nunca se han interesado por esas malditas cuestiones.

—Preguntar es querer siempre conocer, pero para conservar las simples verdades humanas se necesitan los misterios: el misterio de la felicidad, el de la muerte, el del amor.

—Quizás tengas razón, pero trata de no pensar en todo eso.

—Pensar en esto es lo mismo que conocer el día de tu muerte. El desconocimiento de ese día nos hace inmortales».

Por todo lo dicho, concluimos que “Solaris” es una obra maestra que estaría, sin lugar a dudas, entre las 20 mejores del género y, posiblemente, entre las 20 mejores películas de la historia del cine. También deducimos que el señor Tarkovsky no es sólo un grandísimo director de cine y guionista, sino también un pensador; y, dado que está muerto, le debemos reconocer la autoridad de llegar por méritos propios a la categoría de filósofo —todo un honor teniendo en cuenta que a la altura del siglo XX la mayoría terminaron siendo sofistas—, y el primero en serlo a través del medio cinematográfico. Es un igual en toda regla. No tengáis ninguna duda de que volverá a estar en el foco de nuestras reflexiones.

«—¿Qué hacer después? ¿Volver a la Tierra? Poco a poco todo se normalizará. Surgirán nuevos intereses, conocidos, pero no podré dedicarme a ellos plenamente. ¿Acaso tengo derecho a renunciar, aunque sea a una supuesta posibilidad de contacto con el Océano, al que tantos años trata de tender mi raza hilos de comprensión? ¿Quedarme aquí, entre los objetos que ambos tocamos, que aún recuerdan nuestro aliento? ¿En aras de qué? ¿Con la esperanza de que regrese? Mas no tengo esa esperanza. Lo único que me queda es esperar. ¿Qué esperar? No sé… Nuevos milagros.

—¿No te has cansado?

—No, me siento muy bien.

—Me parece que ya es hora de que retornes a la Tierra.

—¿Así lo crees?

—Parménides fue el primero en tener razón—

sábado, 14 de diciembre de 2024

Un entremés cervantino posmoderno

 Copyright © 2024 Gustavo Guardiola. Todos los derechos reservados. Don Quijote y Sancho nos explican cuáles son esos gigantes que atacan todo lo que nos une y nos hace fuertes esparciendo embustes y medias verdades sobre nuestro pasado. No son molinos, Sancho, pero sí vienen a molernos. Tomado de Quora:

Un entremés cervantino posmoderno

Don Quijote: Sancho, bien sé que el mundo, en su infinita inclemencia, gusta de construir gigantes donde solo hay molinos, y he sabido de un monstruo de tinta y papel llamado la Leyenda Negra, que pretende envolver a nuestra España en un manto de infamia.

Sancho Panza: Pues, señor, si acaso las lenguas viperinas dijesen que España ha hecho más ruido que bien, ¿no sería porque, a veces, las espadas pesan más que las plumas?

¡Buenas y santas, moradores del orbe y vagabundos del espíritu! Buenas noches a la Nueva España y sus confines, buenos días a la vieja Europa, y buen mediodía a quienes, en las islas remotas del mundo, aguardan todavía al último galeón. Yo soy Gustavo Guardiola, vuestro servidor y desocupado cronista, y os doy la bienvenida a esta nueva emisión de La Radio del Fin del Mundo, transmitiendo con 50 mil arcabuces de ruido y con la misma alta infidelidad con que un poeta promete la eternidad.

Saludamos desde este rincón a los caballeros andantes de Los Ángeles, a los escuderos pacientes de la Patagonia, a los pastores de Tijuana y a los hidalgos de las Baleares. Extendemos nuestro saludo también a nuestros estimados hermanos en Guinea Ecuatorial, porque en este teatro del aire, la lengua española es el puente que no cae, ni por moda ni por desvarío.

Aquí, donde el honor y el desatino bailan como gigantes en el horizonte, os prometemos risas, razones y más de una bofetada al sinsentido de estos tiempos. Preparaos, porque las aspas ya giran, el viento sopla, y en esta travesía, el molino siempre se defiende.

Don Quijote: ¡Oh, amigo mío! ¿Cómo puedes tú, hijo del suelo hispano, prestar oído a las calumnias de los necios? España, madre de caballeros y cuna de santos, llevó luz a donde antes reinaban tinieblas. Si otros la miran con odio, no es por sus yerros, sino por sus virtudes.

Sancho Panza: ¿Virtudes, dice vuestra merced? Que no niego yo la labor de algunos frailes y doctos, pero tampoco puedo tapar el sol con un sombrero. Que a muchos indios, antes que luz, les llegó la sombra del acero.

Don Quijote: Y en eso, Sancho, se engañan los que solo ven la espada y no la cruz que la acompaña. España no se limitó a conquistar; educó, evangelizó y civilizó. ¿Qué otro pueblo en el orbe legisló tan temprano en defensa de los naturales, como nuestras Leyes de Indias?

Sancho Panza: Eso bien lo sé, señor mío, pero, ¿no será que otros pueblos no tuvieron que legislar porque, antes de llegar al papel, ya habían exterminado?

Don Quijote: ¡Por San Jorge, Sancho! Has dado en el clavo con un martillo de justicia. Mira tú a las gentes del norte, esos que ahora derriban estatuas y claman por derechos, como si hubiesen nacido sin pecado original. No hay cosa más falsa que su pretendida pureza. Allí donde el español integró, el inglés aniquiló.

Sancho Panza: Pero, señor, si a esos del norte tan poco les dolió el eliminar, ¿cómo han logrado ser ellos los buenos del cuento?

Don Quijote: Por el arte de la pluma torcida y la palabra aviesa, Sancho. Han sabido escribir la historia a su modo, convirtiendo a España en villana para mejor ocultar sus propios crímenes. Esa Leyenda Negra no es más que un espejo que refleja sus miserias y proyecta las sombras sobre nosotros.

Sancho Panza: Pero, ¿y qué haremos, señor, contra esos espejos que nos afean la imagen?

Don Quijote: Haremos lo que todo buen caballero debe hacer: alzaremos nuestra voz y nuestro pensamiento. Porque aunque los gigantes de la mentira nos superen en tamaño, la verdad tiene su propio escudero: el tiempo.

Sancho Panza: Pues que sea el tiempo quien hable, y nosotros, entretanto, comamos un buen cordero, que no hay batalla que se libre con el estómago vacío.

Don Quijote: ¡Ah, Sancho! Siempre tan práctico. Pero no olvides, buen amigo, que el alimento más noble es el de la conciencia tranquila y la honra defendida.

Sancho Panza: Pues entonces, señor, marchemos a defender la honra de nuestra España, que al menos en eso no nos faltará ejercicio, ni a vos vuestra lanza ni a mí mi pellejo.

Don Quijote: Y con ello, Sancho, honraremos no solo a nuestra patria, sino a la verdad misma. ¡Adelante, amigo mío, que aún hay molinos por vencer y mentiras por derribar!

Sancho Panza: Señor, ¡mirad cómo se han puesto las cosas en este tiempo que llaman posmoderno! Que no sé yo si son molinos o gigantes, pero de tanto derribo que hacen, no queda estatua en pie, ni de santos ni de hombres de letras. ¡Hasta la de vuesa merced, el mismísimo Cervantes, derribaron como si fuese un pirata o cosa peor!

Don Quijote: ¡Qué espantosa confusión, Sancho! Si Cervantes, a quien llaman el manco de Lepanto, entregó su brazo al servicio de la cristiandad, ¿cómo es posible que lo tilden de opresor? Es el mundo al revés, donde la razón tropieza con su propia sombra y la ignorancia se corona como reina.

Sancho Panza: Pues, señor, dicen que es cosa de un tal movimiento que llaman Black Lives Matter, que va buscando justicia, aunque parece que en el camino confunden víctimas con verdugos. ¿Cómo se les ocurre que Cervantes, quien luchó contra los turcos y escribió con tanto ingenio, pueda ser enemigo de alguna vida?

Don Quijote: ¡Ah, Sancho! En este siglo, los hechos no pesan tanto como las emociones. Es un tiempo en que cada cual se fabrica su propia verdad, tal como se cambia el ropaje o, incluso, el nombre y el género. Ya no se busca entender la historia, sino mutilarla, como si cortando las ramas se pudiera cambiar la raíz.

Sancho Panza: Ahora que lo mencionáis, señor, vi el otro día a un hombre que se proclamaba jefe mexica, exigiendo a los reyes de España que pidieran perdón por la conquista. Pero, ¡que no sé yo si su linaje es de caciques o de malhechores, porque hablaba como más de lo segundo!

Don Quijote: ¡Oh, Sancho! Qué triste parodia es esa. ¿Cómo puede un hombre de hoy, que jamás sintió el yugo ni vio el rostro de un conquistador, autonombrarse portavoz de los muertos? Los muertos, Sancho, no claman venganza, sino memoria. Y esa memoria, si es justa, no debe ignorar que la conquista fue luz y sombra, pero jamás el vacío absoluto que pintan sus detractores.

Sancho Panza: Y hablando de sombras, señor, he oído que ahora se habla de la hispanidad como si fuese una vergüenza. Que todo lo bueno que hicimos, se borra, y solo queda lo malo. ¿No os parece que esta Leyenda Negra ha crecido como mala hierba en estos tiempos?

Don Quijote: Ciertamente, Sancho, la mala hierba siempre crece en terreno fértil de ignorancia. Ahora, los enemigos de España han encontrado nuevos aliados: la culpa y la fragilidad de las propias gentes hispanas, que han olvidado su historia. Y ahí tienes a quienes se avergüenzan de hablar nuestra lengua, de honrar nuestras tradiciones, mientras enaltecen culturas que ni conocen ni comprenden.

Sancho Panza: Pues, señor, ¿qué podemos hacer contra tanta confusión? Si ya ni las estatuas nos dejan y el mundo parece no tener más norte que el de su capricho.

Don Quijote: Lo que siempre hemos hecho, buen Sancho: luchar. No con lanzas, sino con palabras. Defender la verdad como quien guarda un tesoro. Y recordar a todos que la hispanidad, con sus luces y sombras, es el alma de millones, la herencia de un pueblo que dio más de lo que tomó.

Sancho Panza: Pues, señor, si hemos de luchar, contad conmigo, que mi pellejo es resistente y mi lengua aún más.

Don Quijote: Bien dicho, amigo mío. Porque aunque los tiempos cambien y los molinos se disfracen de ideologías, nuestro deber es el mismo: preservar el honor y la verdad de nuestra patria. ¡En marcha, Sancho, que aún hay mucho por hacer y mucho por decir!

Y así, señores, damas y quien más se halle al otro lado de estas mágicas ondas que llevan mi voz por el orbe hispano, os dejo con la brisa templada y el cielo que en esta jornada nos regala claros y nubes en armoniosa disputa, cual caballeros en justa. Yo, vuestro humilde servidor Gustavo Guardiola, os agradezco la honra de vuestra compañía en esta emisión de La Radio del Fin del Mundo, llevada a vuestras mercedes con el empeño de 50,000 luces de desdicha y el ánimo siempre fiel de un hispano. Buenas noches a la Nueva España, buenos días a la Vieja Europa.

Y recordad, siempre recordad: si el mundo ha de irse al carajo, que nos halle riendo y libres.

Que la dicha os acompañe.

Dedicada a Pedro L., Irene Molina, J. M., Antonio García y Germán Benítez.

martes, 16 de julio de 2024

Noticias del último destino del perro Berganza (1814) de E.T.A. Hoffmann.

 Noticias del último destino del perro Berganza es un diálogo satírico sobre prosa, poesía y práctica escénica de E. T. A. Hoffmann, cuya redacción comenzó el 17 de febrero de 1813. El protagonista, antagonista de Cipión en el Coloquio de los perros de Cervantes, aparece en la Alemania contemporánea del autor como el perro negro de un músico que se vuelve loco.

Apareció impreso en mayo de 1814. Berganza se muestra como un altísimo filósofo en materia de Estética y Arte, formulando algunos principios del más profundo romanticismo alemán, y defiende a su segunda dueña, una cantante de ópera, de ser violada en su noche de bodas por un matrimonio forzoso e impuesto, mordiendo al marido.

miércoles, 14 de febrero de 2024

Relatividad del atraco

Pocos escritores del desastre tan interesantes como el cervantista y regeneracionista Antonio Ledesma Hernández (1856-1937), autor de una de las mejores continuaciones modernas del Don Quijote, La nueva salida del valeroso caballero don Quijote de la Mancha (1905), donde el protagonista, revivido en el siglo XX, conquista Gibraltar, logra la Unión Ibérica y consigue crear una mancomunidad con Hispanoamérica. No menos llenas de ideas se hallan sus novelas Canuto Espárrago (1903) o El diácono Dionisio, aún inédita, la trilogía de los reformadores.

En un apólogo en que unos españoles son robados por unos salteadores estadounidenses, escribe:

      Yo pregunto a MacKinley:

“Si eso en Washington pasa,

¿a esa canalla no arrasa,

prende y castiga la Ley?”

     Mas responde, y con razón, 

que "El atraco es, no te asombre,

delito, si lo hace un hombre,

y gloria, si una nación”

sábado, 13 de enero de 2024

Francisco Aguilar Piñal, El misterio del Quijote

El gran bibliógrafo y dieciochista Francisco Aguilar Piñal tiene ya 93 años, y sigue tan fresco y campante, escribiendo un blog, "El asombro de Pinocho":

¿Quién escribió ¨El Quijote¨? (I)

28 septiembre, 2019

Esta inquietante pregunta es, desde luego, una provocación, pero hay una duda razonable sobre su autoría que se ha mantenido soterrada, sobre todo cuando se estudia el texto de El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha bajo el prisma biográfico del autor. Desde la primera impresión de la portada de la maravillosa novela, una prueba de 1604 (cuya copia conservo), figura como autor (“Compuesto por”) Miguel de Cervantes Saavedra. Y así ha continuado en las innumerables ediciones que  siguieron a la primera parte de 1605, y a la segunda de 1615, dentro y fuera de España, ya en original castellano, ya traducida. El nombre de Cervantes va unido indisolublemente al Quijote, como autor de sus dos partes,  según todos los datos conocidos, aunque su biografía presenta lagunas y hechos ciertos que pueden contradecir su autoría. Ante una atribución tan admitida durante siglos parece una insensatez plantearse siquiera la duda, por muy razonable que pueda parecer. Las razones que abonan esa duda son, sin embargo, lo suficientemente pertinaces como para ser planteadas y discutidas de nuevo por cualquier lector de la novela cervantina.

Me parece discutible que, sin réplica, se tenga por autor del Quijote a un personaje histórico tan alejado de la tranquilidad del estudio y del reposo necesarios para pergeñar y redactar un texto repleto de alusiones literarias, humanísticas y geográficas. Nacido en Alcalá de Henares, ciudad universitaria entonces, de mayor población que Madrid,  al cumplir los tres años  su familia se traslada a Valladolid, donde su padre, cargado de deudas, es embargado y encarcelado. Por poco tiempo, porque enseguida los Cervantes se marchan a Córdoba, donde la familia vive durante diez años (1553-1563), y después a Sevilla, al entorno  de San Miguel, muy cerca del colegio jesuita de San Hermenegildo, donde algunos suponen que el joven Miguel siguió los estudios de latinidad.

En su adolescencia y juventud Miguel de Cervantes, si es que siguió la estela paterna, se traslada a diversas ciudades españolas: Alcalá, Córdoba, otra vez Alcalá, de nuevo Córdoba, y por fin Sevilla. Cambios de domicilio, de amigos y de tranquilidad, sin posibilidad de acceso a una biblioteca pública, porque eran entonces inexistentes, y mucho menos a ninguna de las privadas en las que sólo unos pocos nobles y adinerados podrían encontrar las puertas abiertas. Los únicos libros que hubiera podido  manejar eran los escolares, alguno prestado, quizás alguna antología y poco más.  Son escasas las referencias documentales de estos años, pero mucho menos las que pudieran dejar constancia de sus estudios, continuamente interrumpidos.  

Suposiciones, que no hechos ciertos. Miguel de Cervantes fue un iletrado, un ingenio lego, sin los estudios y conocimientos necesarios para escribir esa extensa novela engarzada en muchos saberes humanísticos. Así lo reconoce el último de sus biógrafos, Alfredo Alvar, quien afirma, con autoridad, que “la formación de Cervantes fue, como la de tantos, muy desestructurada. Nada de sus estudios se puede constatar documentalmente”. Y rechaza la “invención” de cervantistas ilustres como Astrana y Rodríguez Marín, que “fueron los fabricadores de la vida estudiantil de Cervantes en Córdoba y Sevilla”.

A sus veinte años la familia de Rodrigo Cervantes está ya en Madrid, al calor de la Corte, donde Miguel recibe clases, al parecer, del famoso latinista Juan López de Hoyos durante varios  meses. ¿Pero qué pudo aprender en sólo unos meses de asistencia a sus clases? Estos fueron todos sus estudios, digamos “académicos”, porque su gran maestra fue la vida, sin pisar los umbrales de ninguna universidad. Los títulos universitarios no garantizan los conocimientos pero obligan al trato cotidiano con los libros, bien escaso en las familias de agobio económico, como era el caso de los Cervantes de Alcalá. Aunque también es cierto que, para esquivar la dificultad, Alvar sostiene que nuestro escritor tuvo reales suficientes para adquirir unos cientos de libros. Lo que no dice es dónde guardaba esos libros ni los papeles originales de sus escritos.

Porque el “Mapa de los viajes cervantinos” en su madurez resulta envidiable para cualquiera que tenga ambiciones turísticas. Su vida fue un perpetuo deambular por ciudades y paisajes distintos, con escaso equipaje y menos sosiego para escribir.  Cruzó el Mediterráneo en varias ocasiones, desde que en 1569 tuvo que huir a Roma, acosado por la Justicia. Sabemos que Cervantes estuvo en Italia durante cinco años (1569-1575), primero como paje de un cardenal y después como soldado alistado en los tercios de Nápoles, participando en la batalla de Lepanto (1571). Pero pocos recordarán que en su obra menciona no sólo a Roma, sino a casi todas las capitales importantes (Venecia, Florencia, Milán, Bolonia, Génova, Nápoles, Ferrara, Lucca, Parma, Palermo) además de las acogedoras Reggio y Mesina, donde estuvo convaleciente después de Lepanto.

¿Todos estos viajes, envidia de cualquier turista de hoy, los pudo hacer en sólo cinco años de vida cuartelera? Sabemos que, al recuperarse de sus heridas, don Juan de Austria le concedió una paga mensual de tres ducados, insuficiente para tener una vida holgada, rodeado de libros y vagando por los caminos de la península italiana. Sabemos que fue paje del cardenal Acquaviva,  pero ¿tuvo allí ocasión para dedicarse a sus lecturas favoritas? ¿Aprendió bien el italiano estando en Roma? Las obras de Ariosto, que tan bien conoce el autor del Quijote, las pudo leer en volúmenes sueltos y recopilaciones, en toscano, pero poco más, porque ni tenía tiempo, ni acceso a bibliotecas públicas, tan inexistentes como en España,  ni conocía los idiomas necesarios para leer tantos libros de autores célebres, aún no traducidos al castellano.. Por más que un ilustre cervantista haya intentado imaginar una “biblioteca de Cervantes”, no parece probable que la tuviera una persona que no tuvo casa propia hasta sus últimos años, que vivió siempre en posadas, cuarteles o casas de amigos. Una cosa es que citara los libros y otra muy diferente que los poseyera. El mismo Canavaggio, que lo considera “autodidacta”, se pregunta: “¿cuándo pudo saciar esta sed de lectura?” Sin mucha convicción, indica que en Roma y en Nápoles. En última instancia, se pregunta de nuevo: “¿qué leyó? O más bien ¿qué retuvo de sus lecturas?”

Después de Lepanto, ya sabemos de su cautiverio en Argel (1575-1580), lugar que no parece muy propicio para lecturas y escrituras. Los años siguientes son de “pretendiente” en la Corte, sin éxito, hasta que decide casarse por interés, a los treinta y siete años cumplidos, con una joven que iba a cumplir los veinte, Catalina de Salazar, huyendo de la familia de su amante, Ana Franca, mujer casada con la que tiene a su hija Isabel. Abandona pronto el domicilio conyugal en Esquivias, para servir al rey como “juez de comisión” en la requisa de trigo y cebada para la Gran Armada (1587).

A principios de 1588 lo encontramos de nuevo en Sevilla, alojado en una pensión de la calle Bayona, junto a la catedral. Otra docena de años recorriendo Andalucía (1588-1600) de aquí para allá, siempre en incómodas posadas, con la maloliente compañía de las caballerizas. Con tanto viaje, ¿dónde guardar los libros? ¿Dónde los pliegos escritos? ¿Dónde los recibos de tanta recaudación? Y sobre todo, ¿acaso responde su vida inmoral y precipitada al reposo y la virtuosa condición del autor del Quijote?

Quedan cuatro años para que aparezca impresa la genial novela, pero en ellos da con sus huesos en la cárcel por malversación de fondos, en cuatro ocasiones: 1588, 1592, 1594 y 1597, esta última en Sevilla, donde un fantasioso historiador sitúa las primeras páginas del Quijote. Llamo fantasioso al insigne Rodríguez Marín porque hay que serlo para imaginar a un preso, manco por más señas, escribiendo en una infecta celda de esa cárcel inmunda, donde no se podía ni respirar aire puro, según cuenta un padre jesuita que la describe con los más negros tintes de incomodidad, suciedad y peleas de valentones. No. Cervantes no pudo escribir una sola línea en ese antro del hampa sevillana. Lamento disentir de esa tradición sin fundamento, en que se basa la lápida recordatoria en la calle de la Sierpe, descubierta por los académicos sevillanos en la fachada de la antigua cárcel. Lo único que se puede admitir es que en ese hacinamiento de rufianes, el preso poeta idease los primeros capítulos del Quijote, pero nunca  el asir la pluma para redactar una sola página. Vienen a confirmar esta opinión las palabras de Canavaggio sobre la prisión sevillana, de la que dice que era: ”un verdadero monstruo, donde residían de forma permanente casi dos mil detenidos, es decir, una capacidad de acogida superior a la que ofrecía el conjunto de los demás establecimientos de la península, Madrid incluido”.

Puesto en libertad, el ilustre prisionero llega a ver el regio catafalco levantado en la catedral sevillana para las honras fúnebres del rey Felipe II, fallecido en El Escorial el 13 de septiembre de 1598, casi al mismo tiempo que moría en Sevilla su gran protegido Arias Montano. Lo demuestra en el famoso soneto con estrambote que incluye en el Viaje del Parnaso, considerándolo “el principal honor de sus escritos”, aquél que comienza: “¡Voto a Dios que me espanta esta grandeza/ y que diera un doblón por describilla!”.  Sí, Miguel de Cervantes estuvo en Sevilla durante varios años, pero sin destacar en ella ni como poeta ni como novelista. No era, para los sevillanos de entonces, más que un mediocre poeta madrileño, un recaudador molesto, del que se huía, con el sambenito de sus desfalcos y de sus meses en prisión.

En el año 1600, último de su estancia en Sevilla, se afirma que posó para un jovencísimo Juan de Jáuregui, autor del supuesto retrato que preside la Real Academia Española. Pero, al estudiar la polémica sobre este retrato, suscitada por varios cervantistas de comienzos del siglo XX, entre los que se encuentran Narciso Sentenach, el marqués de Camarasa, Rodríguez Marín, Aurelio Baig, Alejandro Pidal y otros, me quedo con la conclusión de Julio Puyol (1917), de  que “el retrato no es más que una superchería manifiesta”. Los argumentos en pro y en  contra son serios, pero no han tenido consecuencias prácticas. Sin embargo, soy de parecer que esa figura de caballero adusto no puede ser la de nuestro Cervantes, recién salido de la cárcel, de mala reputación y estrecheces económicas, a quien se digna retratar, según la tradición, un noble aprendiz de pintura, de muy buena familia sevillana, pero joven de sólo 17 años. No. Ni ese cuadro es de Jáuregui, ni el retratado puede ser Miguel de Cervantes, que todavía no había escrito el Quijote.  

Ese mismo año abandona Sevilla y vuelve a Esquivias, con escapadas a Madrid,  y después a Valladolid. En todo caso, después de la publicación del Quijote, se instala en Madrid, primero detrás del Hospital de Antón Martín, por dos veces en la calle Magdalena, después en la calle Huertas, y finalmente en la calle Francos (hoy Cervantes), esquina a la calle León, con su esposa y una criada. A pesar de los constantes cambios de domicilio,  son años de más tranquilidad, en los que pudo escribir con cierto sosiego la segunda parte de la novela. Pero ¿qué decir de la primera? Tuvo que ser escrita durante los años de recaudador en Andalucía, insultado por los vecinos, perseguido por la justicia, encarcelado, sin casa propia, viviendo en malolientes posadas. ¿No es motivo suficiente para la duda? No es mi deseo rebajar la categoría social y moral del novelista, pero cuanto digo está escrito y documentado por sus numerosos biógrafos. La suya fue un “desastre de vida”, como sentencia Alfredo Alvar en su Cervantes.

      (II)

Si nuestro Miguel de Cervantes fuese realmente el autor del Quijote habría que añadir al merecido título  de “Príncipe de los Ingenios Españoles” el no menos honroso de “Señor de los milagros”. Porque milagro, y no pequeño, es conservar en la memoria los nombres de todos los personajes que cita, sin tener biblioteca propia, ni mesa de trabajo, ni armario para guardar sus manuscritos, sin reales para comprar tanto papel, pluma y tinta,  sin unos meses de tranquilidad para escribir, siempre de acá para allá, entre espadachines, truhanes y mozas de partido. Sin estudios superiores, sin acceso a más bibliotecas que las de los amigos, ¿cómo consiguió escribir la mejor novela de todos los tiempos, en el mejor español del Siglo de Oro, maestro de la lengua, de la fabulación, de la sátira más fina de la sociedad de su tiempo? Escaso de tiempo y de comodidades, falto de la mano izquierda, sin más posibilidades que la facilidad de su pluma y el precioso baúl de sus recuerdos… ¿Cómo conciliar  vida y trabajo?

Pero hay bastante más. Hay quien piensa que para escribir una novela sólo se necesita mucha imaginación y soltura con la pluma. Pero este no es el caso, ya que el Quijote es un compendio de sabiduría, no aprendida precisamente en las calles ni en las mazmorras. El autor no se vale solamente de su imaginación, sino que vuelca en su obra unos conocimientos que ya querría para sí el  mejor de los humanistas españoles del Siglo de Oro. ¡Qué  prodigio de memoria, qué formación erudita, sin un mal apoyo de notas o apuntes!  Quienquiera que fuese el novelista,  cita en su obra a todos los escritores importantes, tanto de la antigüedad (Hipócrates, Aristóteles, Platón, Homero, Polidoro, Jenofonte, Solón, Pausanias, Plutarco, Cicerón, Ovidio, Virgilio, Juvenal,  Marcial, Tibulo, Terencio) como del renacimiento español (Boscán, Garcilaso, Montemayor, Ercilla, Cetina, Jáuregui, Gil Polo, Laguna, Virués, incluso Marco Polo, el viajero italiano traducido por el fundador de la Universidad de Sevilla). Nunca a humo de pajas, sino sabiendo lo que decía.

Los libros de caballerías no tienen secretos para él: los ha leído todos y sabe los nombres, carácter y comportamiento de todos los personajes, desde Amadís de Gaula y Belianís de Grecia hasta todos los Palmerines, pasando por Tirant lo Blanc, Felixmarte de Hircania y el Orlando de Ariosto. Conoce la Eneida  y la Odisea tanto como La fingida Arcadia, Bernardo del Carpio, La Araucana. La Diana y El lazarillo de Tormes. No hay que resaltar su conocimiento de la mitología antigua, ya que las leyendas mitológicas son la base cultural de cualquier escritor del Renacimiento. Lo mismo cabe decir de las leyendas artúricas y la historia de Grecia y Roma, a las que alude con frecuencia, como la historia de España, desde el rebelde Viriato y el visigodo rey Wamba. ¿Cómo no dudar, sin una respetuosa prevención, de que Cervantes, el viajero impenitente, desgraciado en vida y en amores, sin un mal escritorio, pueda ser el verdadero autor de la enciclopédica novela?

Empleando la ironía, quizás pudiera ser “obra de encantamiento”, como insinúa seriamente el caballero loco: “Yo te aseguro, Sancho, que debe de ser algún sabio encantador el autor de nuestra historia”. Esto lo dice en el capítulo segundo de la segunda parte, uno de los más sustanciosos en cuanto a la autoría, ya que aquí se atribuye el manuscrito a Cide Hamete Benengeli, “nombre de moro”, según rápida sentencia del caballero, el cual, quedando pensativo, dice de la novela: “desconsolóle pensar que su autor era moro, según aquel nombre de Cide; y de los moros no se podía esperar verdad alguna, porque todos son embelecadores, falsarios y quimeristas”. Malos recuerdos tenía el soldado Miguel de los turcos de Lepanto y de los berberiscos de Argelia.

Que el creador del Quijote fuese el mismo que compuso La Galatea (impresa en 1585)  es tema que aparece en el famoso escrutinio de la biblioteca de don Alonso Quijano, en el capítulo primero de la Primera parte del Quijote, el cual distanciándose del novelista-relator, se refiere a “ese Cervantes”, autor de La Galatea: “Muchos años ha que es grande amigo mío ese Cervantes, y sé que es más versado en desdichas que en versos. Su libro tiene algo de buena invención; propone algo y no concluye nada: es menester esperar la segunda parte que promete; quizá con la enmienda alcanzará del todo la misericordia que ahora se le niega”. La verdad es que esa misericordia, con tanta humildad demandada, le llegó de inmediato, en compañía de la Fama, a las pocas horas de la primera edición del Quijote.  Ironía por ironía: ¿se señalaba con el dedo a sí mismo, destacando en el escrutinio a su querida Galatea? Miguel de Cervantes, el hijo del malaventurado cirujano y sangrador de Alcalá, ¿fue realmente  el verdadero autor de esta “novelada” historia?

Armando Cotarelo, venerable erudito, compiló las lecturas de Cervantes, que suman 429 títulos. “Imposible que leyera tanto”, respondió con arrogancia no exenta de sensatez, otro erudito, González de Amezúa, en 1956. ¿Cómo no dudar de esas posibles lecturas? Lo normal es la duda. Pero ya antes, en su discurso del centenario (1905) en la Universidad Central de Madrid, Menéndez Pelayo había dejado claro “que Cervantes fue hombre de mucha lectura; no podrá negarlo quien haya tenido trato familiar con sus obras”, añadiendo que “todas las obras de Cervantes prueban una cultura muy sólida y un admirable buen sentido”. Don Marcelino no supo decir dónde ni cómo Cervantes adquirió esa inmensa capacidad de conocimientos que se encierran en la inmortal novela. Si en lugar de “Cervantes” el ilustre académico y catedrático, hubiera escrito “el autor del Quijote”,  no habría nada que objetar. Pero ni por un momento puso en duda que lo fuese  el nacido en Alcalá, como tampoco lo dudaban los ilustres y numerosos académicos sevillanos de Buenas Letras que ocuparon largas horas de conversaciones y disputas con el sabio santanderino sobre Cervantes y sus obras.

Contra lo dicho por algunos críticos románticos, el autor del Quijote no fue un escritor aislado, de ideario independiente y genial, sino que, como todo escritor, tiene sus “fuentes literarias”, que no son pocas, según ha demostrado el gran cervantista sevillano Francisco Márquez Villanueva. Menéndez Pelayo tenía razón. Toda la cultura antigua y renacentista está volcada en sus libros. ¿Pero, cómo lo consiguió? Si Juan de Valdés, insigne humanista castellano del siglo XVI, de vida sosegada y buena biblioteca en el recogimiento de su casa, confiesa que tardó diez años en leer todos los libros de caballerías ¿cómo admitir que en menos tiempo y con menos sosiego lo hiciera el manco de Lepanto? ¿Qué misterio encierra el llamado  “enigma” Cervantes?

A mayor abundamiento, ¿cómo se puede compaginar el soterrado erasmismo del autor del Quijote, y su defensa de la paz cristiana y su horror a la guerra, con los ideales bélicos del soldado Miguel de Cervantes? ¿cómo la vida pendenciera, pecadora y a veces fraudulenta del escritor perseguido por la ley y excomulgado por la Iglesia, con las piadosas decisiones del Miguel de Cervantes Saavedra que en 1609 ingresa en la Congregación de Esclavos del Santísimo Sacramento de Madrid y en 1613 en la Orden Tercera de San Francisco, con cuyo hábito es sepultado?

Muere en su cama de Madrid el 22 de abril de 1616, después de aquella desgarradora dedicatoria de su obra póstuma, Los trabajos de Persiles y Sigismunda, donde se despide de la vida y de su protector, el conde de Lemos. Obra cuyo argumento, según las más recientes investigaciones (Carlos Romero), pudo ser concebido por los mismos años de la ‘idea quijotesca’ es decir, en Sevilla. Con esta ampliación resulta más incomprensible la prodigiosa memoria de Cervantes, que esboza en Sevilla las dos obras más importantes de su vida, sin contar con el más mínimo soporte erudito, entre los barrotes de una prisión y en tan poco edificantes compañías. Por todo ello, la duda permanece y el milagro cervantino se agiganta, pero el ánimo se encoge ante la osadía de negarle a Cervantes la autoría del Quijote.

Quedarían sin explicación los privilegios reales, necesarios entonces para poder publicar la novela. El de 1604 para la Primera parte, comienza: “Por cuanto por parte de vos, Miguel de Cervantes, nos fue fecha relación que havíades compuesto un libro intitulado El ingenioso hidalgo de La Mancha, el cual os había costado mucho trabajo…”. En la Segunda, fechado en marzo de 1615, se dice: “Por cuanto por parte de vos, Miguel de Cervantes Saavedra, nos fue hecha relación que havíades compuesto la Segunda Parte de don Quijote de la Mancha, por ser libro de historia agradable y honesta, y haberos costado mucho trabajo y estudio…”. Nótese que en ambas ocasiones se insiste en el “trabajo y estudio” que le había costado la novela (“historia agradable”) al autor, se supone que en la soledad de una alcoba atestada de libros, algo que, según hemos visto, no se compadece mucho con la ajetreada vida del novelista.  Imaginemos alguna salida al laberinto, sólo como hipótesis.

¿No podrían ser coetáneos dos personajes castellanos con los mismos nombres y apellidos? Lo insinúa también su biógrafo Canavaggio: “tal vez llegue un día en que se descubra que hubo dos Miguel de Cervantes”. ¿Acaso sería el Miguel alcalaíno el mediocre poeta que da la cara por otro personaje escondido a su sombra? ¿Quién podría esconderse tras el soldado nacido en Alcalá de Henares, de identidad tan documentada pero de vida tan incongruente con la que se perfila en el novelista? ¿Quién le pudo ofrecer la gloria de ser, ante todos, el creador de Don Quijote? ¿A cambio de qué?  No hay respuesta a tanta pregunta. Sólo imaginaciones sin fundamento documental. Pero nadie, en su sano juicio, podría negar hoy por hoy esa autoría, avalada por los privilegios reales y tan reconocida mundialmente.  Sin embargo, la duda persiste y se agiganta cada vez que la razón comienza su “quijotesca” aventura…

Confieso mi desmedida osadía a la vez que mi admiración por ese fabulador de las mejores páginas de nuestra literatura, sea quien fuese, que supo como nadie escudriñar en la locura de la vida. Porque en este mundo de locos, sólo es cuerdo el enajenado Alonso Quijano. Hoy por hoy, la respuesta a tanta pregunta insidiosa no es otra que la del humilde reconocimiento de ese ‘milagro’ literario que es el de haber conquistado la cima de la gloria a pesar de tantos inconvenientes, luchando contra tantas adversidades, en unos ambientes tan poco propicios para la creación y redacción de las mejores páginas de la literatura española. Aunque no sería justo si  la gloria que reclamo para el Quijote no la reclamara, cuadruplicada, para su desconocido autor, cuyo cerebro fue fábrica de sueños, pero también centro neurálgico de  una memoria sin igual y de una razón  crítica aplaudida como la mejor aportación de España a la cultura universal.

lunes, 19 de junio de 2023

Cervantes y los sicilianos

Hoy en día, cuando contamos con ediciones monstruosas del Don Quijote por su erudición o por su minucia (la variorum de Urbina y las "varias" de Francisco Rico, por casos) resulta extraño el escaso estudio que tiene entre nosotros la literatura en lengua siciliana, donde tanto hay curioso que reseñar. En concreto nos tocan personalmente dos autores. Uno es el erudito Giovanni Meli (1740-1815), autor de cinco volúmenes de escritos, entre ellos Don Chisciotti e Sanciu Panza (Don Quijote y Sancho Panza (1785 y 1787) un poema paródico (o, como el mismo dice, eroicomicu) en doce cantos de octavas reales inspirado, claro está, en la obra de Cervantes, pero que reinserta en la tradición narrativa de una de las fuentes del mismísimo Cervantes, Ludovico Ariosto, cuyo Orlando furioso tiene por protagonista a otro caballero enloquecido anterior, Roland, Roldán u Orlando. La obra tiene algunos excursus morales importantes, y según la hispanista Michelina Patania también parece haber tomado algo del apócrifo Quijote de Avellaneda. Apercibió correctamente el autor que el episodio de la cueva de Montesinos es una parodia de las catábasis épicas, pero el verdadero personaje de esta continuación es Sancho, que evoluciona y aprende como un buen salvaje roussoniano, o más bien un buen plebeyo (dejaremos para otro momento el tópico del mal salvaje, que también existe), mientras que su amo, convertido en ermitaño, sigue tan fanático como se ha querido ver. Patania cita el simbolismo consciente que el autor quiso figurar con el cambio de los tiempos del pasado a la modernidad en línea con la Revolución Francesa que no dejaba de apreciar al mismo tiempo que se daba cuenta de sus inevitables defectos.

El otro es Antoniu Vinizzianu (1543-1593), el autor más importante de esta literatura olvidada y cuya ingente obra, de difusión largo tiempo manuscrita, todavía no ha sido enteramente sondeada y editada. Fue nada menos que amigo de Cervantes, solo cuatro años más joven, y como él apresado por un pirata berberisco y conducido a Argel. Unas octavas testimonian bien la amistad que llegó a unir la obra y la vida de ambos poetas.

Michelina Patania, "Don Chischiotti e Sanciu Tanza de Giovanni Meli", en  Cervantes en Italia: Actas del X Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas : Academia de España, Roma 27-29 septiembre 2001 / coord. por Alicia Villar Lecumberri, 2001, págs. 323-327.


sábado, 15 de octubre de 2022

Jeroglíficos cervantinos

 La Habana, 4 nov (ACN)

"Si no os picaderes más de saber más menear las negras que llevais que la lengua –dijo el otro estudiante–, vos lleváredes el primero en licencias como llevaste cola".

¿Entiendes algo? No te preocupes, nosotros tampoco, es castellano de hace más de cuatro siglos y aunque incluso reconocemos casi todas las palabras, puestas juntas no tienen sentido. O al menos no en el siglo XXI.

El 9 de mayo de 1605 se publicó "El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha", la primera parte de la monumental obra escrita por Miguel de Cervantes en un castellano tan remoto que, en la actualidad, hasta los profesores de literatura tienen problemas para descifrarlo.

Si Cervantes no hubiera sido un genial escritor de principios del siglo XVII sino un guionista de televisión, las incomprensibles líneas que empiezan este artículo sonarían así:

"Si os hubiérais jactado de utilizar la lengua tanto como os jactáis de manejar esas espadas que lleváis, habríais sido el primero en la licenciatura, y no el último de la cola".

Las diferencias con la versión original, publicada hace 411 años, son tantas que incluso poniendo un texto al lado del otro nos podría resultar dificil sospechar que tienen el mismo sentido.

Una hazaña digna de Don Quijote

Durante 14 años, el poeta español Andrés Trapiello emprendió la quijotesca aventura de traducir la obra de Cervantes a un español comprensible para los lectores de la actualidad.

En su trabajo, cada dos por tres, tropezaba con líneas como esta:

“Esto me parece argado sobre argado, y no miel sobre hojuelas. Bueno sería que tras pellizcos, mamonas y alfilerazos viniesen ahora los azotes".

¿Sabes lo que significa?

Como tú, generaciones de lectores lo han intentado y la gran mayoría, con la fuerza de voluntad hecha escombros, terminaron por abandonar el libro. Trapiello ayuda a traducir la frase:

"Me parece que llueve sobre mojado, y no miel sobre hojuelas –replicó Sancho–. Estaría bueno que tras pellizcos, sopapos y alfilerazos viniesen ahora los azotes".

¿Estás entre aquellos que alguna vez intentaron leer el Quijote y se sintieron derrotados?

"Trómpogelas"

Las versiones más comunes del Quijote, esas que se usan todavía en muchos colegios de España y Latinoamérica, suelen tener más de mil notas a pie de página para explicarle al lector los modismos caídos en desuso, algunas tan largas como páginas enteras.

¿Crees que podrías entender la siguiente frase sin ellas?

"Muchas veces te he aconsejado que no seas tan pródigo en refranes, y que te vayas a la mano en decirlos, pero paréceme que es predicar en el desierto, y castígame madre, y yo trómpogelas".

No te molestes en buscar esta última palabra en el diccionario: ya no existe.

“Hay millones de españoles e hispanohablantes que no es que no quieran (lo han intentado cien veces), es que no pueden leerlo, y abandonan, porque el Quijote está escrito en una lengua que ni hablamos ni, a menudo, entendemos", dice Trapiello en su blog.

La frase, que corresponde al capítulo 67 de la segunda parte del Quijote, debería entenderse así:

"Muchas veces te he aconsejado que no seas tan pródigo en refranes, y que te sujetes, pero me parece que es predicar en el desierto, y ríñeme mi madre, por un oído me entra y por otro me sale".

Enfrentando al gigante

La estructura del castellano no parece haber cambiado tanto desde los tiempos de Cervantes, pero muchas de las expresiones y las palabras que entonces eran comunes cambiaron o desaparecieron con los siglos.

“Los días de entre semana se honraba 'con su vellorí más fino'", dice Cervantes de Alonso Quijano, el popular Don Quijote.

Hoy se diría: "Con un traje pardo de lo más fino".

"Adarga antigua" es hoy lo que llamaríamos un escudo antiguo y decir que harás algo “de halgas o por mangas" significa que lo conseguirás de "una forma u otra".

Claro que hoy, que conmemoramos los 400 años de la muerte de Miguel de Cervantes, usamos un español que las próximas generaciones de hablantes del español tampoco entenderán.

El periódico de la mañana, los anuncios de publicidad por la calle o este mismo artículo, terminarán por requerir los oficios de un futuro y paciente traductor que se embarque en la quijotesca aventura de entendernos.

jueves, 3 de marzo de 2022

Nuevos datos fiables sobre Cervantes y el Quijote. Investigaciones de Javier Escudero en protocolos notariales.

I

Lidia Yanel, "Personas y hechos del Quijote son reales: sabemos quién informaba a Cervantes". EFE / Madrid Actual - Miércoles, 02 Marzo 2022 11:05

Toledo, 2 mar.- Cervantes escogió La Mancha para escribir el Quijote de forma consciente y meditada porque tenía muy cerca al hidalgo que le habló de personas y situaciones reales que el autor reflejó.

Ahora tenemos documentos que prueban la relación entre Miguel de Cervantes y su fuente, Alonso Manuel de Ludeña, su vecino en Esquivias (Toledo).

"No todo es como se nos había contado. Cervantes es un escritor organizado e informado, y la novela es verosímil y creíble. Su forma de escribir es como la de otros escritores, conoce a una serie de personas, le parecen interesantes y las incluye en sus novelas”, explica a la Agencia Efe el investigador Javier Escudero en vísperas de que se publique su ensayo ‘Las otras vidas de don Quijote’ (Ediciones B).

Durante dos décadas, Escudero ha investigado en miles de documentos de finales del siglo XVI, sobre todo relacionados con procesos judiciales, y ha localizado a multitud de personajes y aventuras que no solamente son protagonistas del Quijote sino de otras novelas de Miguel de Cervantes como ‘La ilustre fregona’ , ‘La gitanilla’, ‘Rinconete y Cortadillo’ o ‘El retablo de las maravillas’.

Este investigador madrileño, licenciado en Derecho, doctor en Humanidades y archivero de profesión (actualmente en Cuenca), ha encontrado documentos que avalaban situaciones y personas del Quijote, como el hidalgo que atacó un molino de viento, el que compró un rocín que se le cayó o los que vestían como caballeros medievales.

Pero faltaba algo, necesitaba encontrar por quien o quienes había conocido Cervantes todo eso, necesitaba descubrir al informante. Y lo ha encontrado: un hidalgo importante en aquella Mancha que se sitúa entre los municipios toledanos de Quintanar de la Orden, Miguel Esteban y El Toboso y que entre 1594 y 1607 vivió al lado de Cervantes en Esquivias, alejado de la Mancha.

Ese hidalgo manchego es Alonso Manuel de Ludeña, que en Esquivias tuvo una casa con cueva y tinajas y que sabemos que conoció a Cervantes porque arrendó tierras a Lope de Vivar Salazar (cuyo hijo fue el heredero de Cervantes y su esposa Catalina cuando murieron sin descendencia) y vendió otras a Gabriel Quijada de Salazar (hijo de Alonso Quijada, casero de Cervantes y de quien se considera que Cervantes tomó el nombre de su libro).

Ludeña era de Quintanar pero durante unos años vivió en Esquivias porque allí tenía tierras y bienes su mujer, que le dio poderes para poder venderlo cuando la convivencia del matrimonio acabó.

Javier Escudero cree que “hay mucho miedo a poner en cuestión la creatividad de Cervantes” pero tiene claro, a raíz de los documentos que ha localizado, que el escritor no improvisaba ni era contradictorio sino que era una persona “concienzuda”, bien organizada y coherente.

Añade que, además, Cervantes no traslada personajes de forma literal ni plasma sus biografías sino que lo utiliza para hilar su novela; es decir, toma nombres y hechos reales para hacer una obra reconocida universalmente, y esto no quita valor.

“Tenemos que saber que proviene de hechos y personajes reales y que Cervantes pretende hacer literatura, no historia. Creo que esto no modifica para nada la creatividad de Cervantes”, insiste Javier Escudero, quien defiende que su teoría es “la única que une lo que hasta ahora parecía irreconciliable”.

LO SENSATO ES LO REVOLUCIONARIO

Este investigador afirma que “lo sensato es lo revolucionario”. Es decir, que cuando Cervantes habla de Quintanar o el Toboso no es figurado, se refiere a Quintanar y El Toboso, y cuando escribe sobre molinos de viento se está fijando en Campo de Criptana porque allí hay molinos.

Todos estos lugares (Quintanar, El Toboso, Miguel Esteban, Criptana) están muy cerca geográficamente pero, al mismo tiempo, Miguel de Cervantes “nunca vivió en La Mancha o no hemos podido demostrarlo”, pero tampoco lo necesitó porque estaba bien informado.

“El realismo en situaciones, personajes y aventuras del Quijote empieza desde la primera página; no en la segunda parte, como se nos ha dicho”, insiste Escudero, quien agrega que “sabemos que, escribiera donde escribiera el Quijote, Cervantes lo gestó tranquilamente, en largas conversaciones en Esquivias con estos hidalgos”.

A su juicio, “se han dicho tantas cosas del Quijote, unas contradictorias con otras, a veces teorías inverosímiles, que ser sensato se convierte ahora en algo casi revolucionario”.

HOMENAJE A LA PROFESIÓN DE ARCHIVERO

En ‘Las otras vidas de don Quijote’ Escudero hace un paralelismo entre las salidas del Quijote y las que tendría que hacer un archivero para encontrar al hidalgo caballero, y plantea cuatro salidas, a archivos de Granada, Madrid, Cuenca y Toledo.

Porque este ensayo es “un homenaje a la profesion de archivero y conservador”, que es “muy poco conocida”, explica, porque “somos vistos como una especie de Quasimodo, abrazados a los documentos, en penumbra y sin dejar que nadie los vea”, bromea.

Archivos parroquiales de Quintanar, Miguel Esteban, El Toboso o Socuéllamos, entre otros; archivos municipales e históricos provinciales; el Archivo Diocesano de Cuenca, el Archivo de la Real Chancillería de Granada o el Archivo Histórico Nacional han sido algunos de los estudiados por este investigador que ha analizado medio millar de procesos judiciales.

Con su teoría y sus descubrimientos documentales ha participado en numerosos congresos y reuniones internacionales. Y avisa de que aún no ha cerrado sus investigaciones.

II

Personas y hechos del Quijote son reales: sabemos quién informaba a Cervantes

Por Newsroom Infobae, 2 de Marzo de 2022

Lidia Yanel Toledo (España), 2 mar Cervantes escogió La Mancha para escribir el Quijote de forma consciente y meditada porque tenía muy cerca al hidalgo que le habló de personas y situaciones reales que el autor reflejó. Ahora tenemos documentos que prueban la relación entre Miguel de Cervantes y su fuente, Alonso Manuel de Ludeña, su vecino en Esquivias (Toledo). "No todo es como se nos había contado. Cervantes es un escritor organizado e informado, y la novela es verosímil y creíble. Su forma de escribir es como la de otros escritores, conoce a una serie de personas, le parecen interesantes y las incluye en sus novelas”, explica a la Agencia Efe el investigador Javier Escudero en vísperas de que se publique su ensayo "Las otras vidas de don Quijote" (Ediciones B). Durante dos décadas, Escudero ha investigado en miles de documentos de finales del siglo XVI, sobre todo relacionados con procesos judiciales, y ha localizado a multitud de personajes y aventuras que no solamente son protagonistas del Quijote sino de otras novelas de Miguel de Cervantes como "La ilustre fregona", "La gitanilla", "Rinconete y Cortadillo" o "El retablo de las maravillas". Este investigador madrileño, licenciado en Derecho, doctor en Humanidades y archivero de profesión, ha encontrado documentos que avalaban situaciones y personas del Quijote, como el hidalgo que atacó un molino de viento, el que compró un rocín que se le cayó o los que vestían como caballeros medievales. Pero faltaba algo, necesitaba encontrar por quién o quiénes había conocido Cervantes todo eso, necesitaba descubrir al informante. Y lo ha encontrado: un hidalgo importante en aquella Mancha que se sitúa entre los municipios toledanos de Quintanar de la Orden, Miguel Esteban y El Toboso y que entre 1594 y 1607 vivió al lado de Cervantes en Esquivias, alejado de La Mancha. Ese hidalgo manchego es Alonso Manuel de Ludeña, que en Esquivias tuvo una casa con cueva y tinajas y que sabemos que conoció a Cervantes porque arrendó tierras a Lope de Vivar Salazar (cuyo hijo fue el heredero de Cervantes y su esposa Catalina cuando murieron sin descendencia) y vendió otras a Gabriel Quijada de Salazar (hijo de Alonso Quijada, casero de Cervantes y de quien se considera que Cervantes tomó el nombre de su libro). Ludeña era de Quintanar pero durante unos años vivió en Esquivias porque allí tenía tierras y bienes su mujer, que le dio poderes para poder venderlo cuando la convivencia del matrimonio acabó. Javier Escudero cree que “hay mucho miedo a poner en cuestión la creatividad de Cervantes” pero tiene claro, a raíz de los documentos que ha localizado, que el escritor no improvisaba ni era contradictorio sino que era una persona “concienzuda”, bien organizada y coherente. Añade que, además, Cervantes no traslada personajes de forma literal ni plasma sus biografías sino que los utiliza para hilar su novela; es decir, toma nombres y hechos reales para hacer una obra reconocida universalmente, y esto no quita le valor. 

DE LO REAL A LO LITERARIO

“Tenemos que saber que proviene de hechos y personajes reales y que Cervantes pretende hacer literatura, no historia. Creo que esto no modifica para nada la creatividad de Cervantes”, insiste Javier Escudero, quien defiende que su teoría es “la única que une lo que hasta ahora parecía irreconciliable”. Este investigador afirma que cuando Cervantes habla de Quintanar o el Toboso no es figurado, se refiere a Quintanar y El Toboso, y cuando escribe sobre molinos de viento se está fijando en Campo de Criptana porque allí hay molinos. Todos estos lugares están muy cerca geográficamente pero, al mismo tiempo, Miguel de Cervantes “nunca vivió en La Mancha o no hemos podido demostrarlo”, pero tampoco lo necesitó porque estaba bien informado. “El realismo en situaciones, personajes y aventuras del Quijote empieza desde la primera página; no en la segunda parte, como se nos ha dicho”, insiste Escudero, quien agrega que “sabemos que, escribiera donde escribiera el Quijote, Cervantes lo gestó tranquilamente, en largas conversaciones en Esquivias con estos hidalgos”. A su juicio, “se han dicho tantas cosas del Quijote, unas contradictorias con otras, a veces teorías inverosímiles, que ser sensato se convierte ahora en algo casi revolucionario”