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miércoles, 24 de septiembre de 2025

Estudian la longevidad en española de 117 años.

 Dossier

I

Científicos revelaron las claves de la longevidad de María Branyas Morera, la mujer que vivió 117 años, en Infobae, por Fermín Filloy, 24 Sep, 2025:

Un equipo internacional estudió sus antecedentes médicos, la genética y el estilo de vida. La describieron como “un ser humano extraordinario”.

Investigadores utilizaron un análisis multiómico

Investigadores utilizaron un análisis multiómico de alto rendimiento para comparar el genoma, microbioma y epigenoma de la persona más longeva del mundo con otras mujeres de distintas edades en Cataluña, buscando diferencias claves (guinnessworldrecords.com)

El análisis de los genes y el estilo de vida de María Branyas Morera ha arrojado luz sobre los factores que pueden contribuir a una longevidad excepcional, según un estudio publicado en Cell Reports Medicine y recogido por Nature. La investigación, liderada por Manel Esteller de la Universidad de Barcelona, se centró en la mujer que, hasta su fallecimiento el 19 de agosto de 2024, fue la persona más longeva del mundo, con 117 años.

El equipo científico realizó un estudio multiómico de alto rendimiento, analizando el genoma, microbioma y epigenoma de Branyas Morera y comparando estos resultados con los de cortes de mujeres de distintas edades de la misma región catalana.

Esta aproximación permitió distinguir entre los cambios moleculares asociados al envejecimiento y aquellos vinculados a la mala salud. Según Esteller, “es posible distinguir los cambios moleculares que ocurren en el cuerpo debido al envejecimiento de los que ocurren debido a la mala salud”.

Uno de los hallazgos más llamativos fue la longitud de los telómeros de Branyas Morera. Según los autores, aunque estos tramos de ADN repetitivo, que protegen los extremos de los cromosomas, eran excepcionalmente cortos —una característica normalmente asociada a enfermedades relacionadas con la edad—, la supercentenaria no presentaba tales patologías.

A través de la comparación

A través de la comparación de resultados moleculares entre María Branyas Morera y cohortes de otras edades, la ciencia logró distinguir entre los procesos asociados al envejecimiento natural y aquellos vinculados directamente con la mala salud (guinnessworldrecords.com)

“Esto nos indica que la pérdida de telómeros no está necesariamente asociada con una enfermedad, sino simplemente con la edad”, afirmó Esteller a Nature.

El estudio también identificó variantes genéticas en Branyas Morera que ofrecen protección frente a enfermedades cardiovasculares, deterioro cognitivo y diabetes, y no halló variantes asociadas a un mayor riesgo de enfermedades graves como el Alzheimer. “Presentaba variantes en genes que, en otros seres como perros, gusanos y moscas, se asocian con una longevidad extrema”, explicó Esteller. “Tuvo suerte en la lotería genética”.

No obstante, la genética no fue el único factor relevante. Los análisis de sangre de Branyas Morera mostraron niveles bajos de colesterol LDL (“malo”) y altos de colesterol HDL (“bueno”), lo que sugiere un metabolismo lipídico eficiente. Además, sus marcadores de inflamación eran bajos y su sistema inmunitario se mantenía robusto: a los 113 años, fue la persona de mayor edad en España en superar la COVID-19. “A veces, nuestras células inmunitarias se vuelven un poco desleales y empiezan a atacar a nuestras propias células, causando inflamación”, señaló Esteller. “No había nada parecido”, añadió.

La investigación identificó que María

La investigación identificó que María Branyas Morera contaba con variantes genéticas que ofrecían cierta protección frente a enfermedades frecuentes en la vejez, como las cardiovasculares o el deterioro cognitivo /EFE/ Archivo / Jordi Bedmar

El microbioma intestinal de Branyas Morera también resultó notablemente saludable, con altos niveles de Bifidobacterium, un género de bacterias beneficiosas, siempre según los científicos.

Este perfil bacteriano, más propio de una persona joven, probablemente se vio favorecido por su dieta, que incluía tres porciones diarias de yogur. Además, su estilo de vida incorporaba una dieta mediterránea y ejercicio regular, factores que, según los investigadores, contribuyeron a su longevidad. “Nuestros genes son las cartas en una partida de póquer. Pero lo que realmente importa es cómo los jugamos”, reflexionó Esteller.

La disposición de Branyas Morera a colaborar con la investigación fue destacada por el equipo. “Era una persona muy humilde”, recordó Esteller. “Decía: ‘Mi único mérito es estar viva’”.

La investigación, aunque exhaustiva, reconoce sus limitaciones por basarse en un solo caso. Mayana Zatz, genetista de la Universidad de São Paulo, subrayó a Nature que “sería interesante comparar los hallazgos con supercentenarios de otras poblaciones”.

Los científicos no hallaron en

Los científicos no hallaron en el perfil genético de María Branyas Morera variantes asociadas a un riesgo elevado de desarrollar enfermedades como el Alzheimer, aportando pistas sobre la influencia genética en la longevidad

En la publicación científica, los autores resumieron: “La longevidad humana extrema, ejemplificada por los supercentenarios, presenta una paradoja en la comprensión del envejecimiento: a pesar de su edad avanzada, mantienen una salud relativamente buena. Para investigar esta dualidad, hemos realizado un estudio multiómico de alto rendimiento en la persona viva más longeva del mundo, analizando su genoma, transcriptoma, metaboloma, proteoma, microbioma y epigenoma, y ​​comparando los resultados con cohortes emparejadas más amplias".

“Estos hallazgos ofrecen una nueva perspectiva sobre la biología del envejecimiento humano, sugiriendo biomarcadores para un envejecimiento saludable y posibles estrategias para aumentar la esperanza de vida. La extrapolación de nuestros resultados a la población general requerirá cohortes más grandes y estudios prospectivos longitudinales para diseñar posibles intervenciones antienvejecimiento”, añadieron los expertos.

Al tiempo que remarcaron: “La imagen que surge de nuestro estudio, aunque derivada sólo de este individuo excepcional, muestra que la edad extremadamente avanzada y la mala salud no están intrínsecamente vinculadas y que ambos procesos pueden distinguirse y analizarse a nivel molecular”. María fue calificada como "un ser humano extraordinario" por la ciencia.

La historia de María Branyas Morera

La longevidad de Branyas se atribuye a factores como una dieta mediterránea equilibrada, actividad física moderada y la ausencia de hábitos perjudiciales para la salud, como el consumo de tabaco o alcohol. Su residencia en Olot (Cataluña), una región del sur de Europa reconocida por favorecer una vida más larga, también influyó de manera significativa.

A lo largo de su vida, Branyas fue testigo de acontecimientos históricos como la guerra civil española, la segunda guerra mundial, la pandemia de gripe de 1918 y el Covid-19.

Nacida en San Francisco el 4 de marzo de 1907, tras la migración de sus padres desde España y México a Estados Unidos, vivió en Texas y Nueva Orleans antes de que su familia regresara a España en 1915, durante la Primera Guerra Mundial, para establecerse en Cataluña.

II

 “Estudiadme, aprended de mí”: desvelados los secretos de la longevidad de María, la anciana catalana que murió con 117 años, en El País, Miguel Ángel Criado, 24 SEPT 2025:

El estudio de muestras de la supercentenaria española muestra las claves de su excepcional genética y da pistas para un envejecimiento saludable. Maria Branyas vivió la muerte de sus padres, su marido, sus hermanos y hasta su hijo. La imagen, cedida por la familia, es de su 117 cumpleaños.

María Branyas Morera nació el 4 de marzo de 1907 en San Francisco (Estados Unidos), unos meses después del terremoto que destruyó la ciudad. Empezada la I Guerra Mundial de 1914, su padre murió de tuberculosis en el barco que traía a la familia de regreso a España. Aquí, aun una niña, fue testigo de la pandemia de gripe de 1918. Durante la Guerra Civil trabajó de enfermera en el frente republicano junto a su marido, médico. Fue testigo de la II Guerra Mundial, de la llegada del hombre a la Luna en 1968, de la caída del Muro de Berlín en 1989, del cambio de milenio, en 2020 superó una infección por covid... En todos esos años, vio morir a sus padres, a sus hermanos, incluso, la cruz que más dolió, a su hijo. En 2023 se convirtió en la persona viva de mayor edad del planeta. Durante los últimos años de su vida y hasta poco antes de morir, en agosto del año pasado, un grupo de científicos le tomó varias muestras. Sus resultados, recién publicados en Cell Reports Medicine, muestran las claves de su longevidad.

“Estudiadme, aprended de mí”, cuenta Manel Esteller que le dijo María al poco de conocerla. Jefe del grupo de Epigenética del Cáncer del Instituto de Investigación contra la Leucemia Josep Carreras, Esteller es el autor sénior de esta investigación en la que han participado una cuarentena de científicos. Supo por la prensa que vivía cerca de donde tiene el laboratorio, así que se empeñó en conocerla y poder estudiarla. “Contaba que al llegar a los 100, a los 105 o a los 108 años, Dios se había olvidado de ella”, recuerda. Pero al poco recuperó el optimismo. “Se dijo, mira ya que estoy aquí, hago lo que puedo, disfrutando de la familia lo que me quede”, añade Esteller, que termina destacando que era “una persona muy generosa, muy amable, siempre con una sonrisa”.

Lo que ha hecho el equipo coordinado por Esteller es estudiar el sustrato biológico de la longevidad de María y su posible conexión con sus hábitos y su actitud ante la vida. En varias ocasiones de los últimos años, tomaron muestras de su saliva, sangre, orina y deposiciones para realizar un análisis multiómico. El neologismo se refiere a un conjunto de herramientas de la biología molecular. La más conocida es el análisis de su genoma, también popular es el estudio del microbioma. Menos conocidos son el transcriptoma (la expresión específica de los genes), la revisión de su metaboloma (los metabolitos resultado del funcionamiento celular), la proteómica (el campo dedicado a las proteínas) y la epigenómica, el campo en el que destaca el equipo de Esteller. Nunca se había estudiado la biología de una persona tan mayor tan a fondo.

“María tuvo una covid muy leve, algunos de los motivos de esa levedad quizá los sabemos ahora con este estudio”, dice Esteller. Uno es que tenía “un sistema inmune muy potente, unas células de defensa muy buenas”, detalla. Tenían una memoria muy larga, con el recuerdo de las infecciones que tuvo en sus 117 años. “Eran todavía muy eficientes para atacar a los microorganismos, pero al mismo tiempo, no atacaban a sus propios tejidos, es decir, no inducían esa inflamación tan típica de las enfermedades autoinmunes”, amplia. Aparte de la sordera en uno de sus oídos de cuando era joven, María envejeció con los típicos achaques de la edad para moverse, pero sin problemas cardíacos, sin tumores ni enfermedades neurodegenerativas.

Y eso que los primeros resultados de este análisis multiómico de María desvelaron que el lado oscuro de la vejez la acechaba. Uno de los marcadores más relacionados con el envejecimiento es la longitud de los telómeros, una especie de capuchones que protegen los extremos de los cromosomas. Pues María los tenía hasta en un 40% más cortos en comparación con una muestra de personas de todas las edades. “Estaban como la punta de un lápiz desgastado, casi no les quedaba nada. Pero a pesar de eso, su salud era buena. Eso nos permite deducir que los telómeros indican el paso del tiempo, pero no la mala salud que se relaciona con el paso del tiempo”, destaca Esteller. Este trabajo no invalida la conexión entre telómeros y envejecimiento, pero sí la aclara. “Son un cronómetro, van indicando la edad cronológica, es decir, nació en tal año. Pero no la edad biológica”, termina Esteller. De esta se encarga la epigenómica.

Como se puede apreciar en la fotografía (ver más abajo), María no aparentaba su edad. Y no es una impresión subjetiva. “Si me das tu ADN, puedo saber tu edad gracias a unas marcas químicas que hay encima”. Así explica Eloy Santos, investigador del Instituto de Investigación contra la Leucemia Josep Carreras y primer autor del estudio, lo que son los relojes epigenéticos. Usados ya en ciencia forense para determinar la edad de una víctima o su asesino, en el caso de María usaron una media docena de ellos. “Ninguno de los relojes epigenéticos, sin importar el tejido, daba con su edad. Ninguno pudo predecir de ninguna manera que esta señora tenía 116 años” comenta Santos, el miembro del grupo de Esteller que más visitó a María. La media obtenida de estos marcadores decía que Branyas tenía una edad biológica 23 años menor que lo que marcaba su documento de identidad.

Nadie le echaría 101 años a María Branyas en una imagen de 2008. Salvo una sordera y los achaques de movilidad propios de la edad, María no tuvo patologías cardíacas, tumores o trastornos neurodegenerativos.

El estudio de su microbioma confirma esa juventud biológica. Al comparar el perfil de su microbiota intestinal, tan relacionada como se sabe ahora con la salud física y mental, con la de una muestra de centenares de personas de hasta 91 años, vieron que era comparable al de una persona joven, casi adolescente. También comprobaron que conservaba un metabolismo del colesterol y lípidos muy eficientes. “No tenía ninguna alteración en las arterias, tenía las tuberías muy limpias”, apostilla Esteller. Para completar el perfil, detectaron que tenía una función mitocondrial excepcional. Las mitocondrias se encargan de la respiración celular y “en el caso de María eran máquinas de eliminar radicales libres y oxidación muy buenas”, termina.

Iñaki Martin-Subero, investigador ICREA y jefe del grupo de Epigenómica Biomédica del IDIBAPS de Barcelona, no ha participado en el estudio de las muestras de María Branyas. Pero sí conocía el trabajo de Esteller y su equipo, en el que han participado científicos de una veintena de instituciones. “Es un estudio extremadamente completo”, reconoce. “Con problemas como unos telómeros tan cortos o una metilación del ADN tan acelerada, no habría llegado a los 117 años si no tienes un sistema inmune potente o un microbioma que compensen los otros factores”, añade. Martín-Subero también destaca elementos que no se leen tan fácilmente en los genes, proteínas o mitocondrias. Con el estilo de vida saludable que llevó o todas las emociones que debió pasar perdiendo a tantos, “tuvo ser una persona muy equilibrada, sin estrés; no es tanto lo que vives, sino cómo lo encajas.

Martín-Subero le ve una limitación al trabajo, una que ya reconocen los autores, pero que es esencial: “La muestra es N=1, es decir, arroja luz sobre cómo María llegó a vivir tanto, pero no podemos decirlo de otros centenarios, para eso habría que estudiar a más y del mismo entorno”. El problema es que no hay tantos supercentenarios para estudiarlos. “Casos como el de María son tan extraordinarios que cada uno de ellos podría haber llegado a una edad tan avanzada por su propio camino”, añade y como han apuntado varios trabajos. El investigador apunta otra limitación, “a pesar de ser muy completo, el estudio incluye datos de cuatro tipos de muestras, pero no otras”. Martín-Subero se refiere a tejidos u órganos de María. Aquí la ética se impuso al interés científico.

La gráfica muestra el perfil del microbioma intestinal de María Branyas a sus 116 años. La comparación con centenares de muestras de otras personas desvela como los 'bifidus' casi se salen de la gráfica.

“Ya en vida extrajimos aquellas muestras que implicaran molestarla lo menos posible, que fueron saliva, sangre, orina y heces. No entramos a estudiar nada que implicara molestarla demasiado, porque una cosa es que sea generosa y preste sus muestras para el estudio y otra cosa es aprovecharse”, deja claro Santos. Coincide en que el trabajo habría ido más allá si hubieran analizado muestras de María una vez que se fue mientras dormía, el 19 de agosto de 2024, por ejemplo, de las neuronas de su cerebro libre de trastornos neurodegenerativos. “Si no queríamos molestarla más en vida, ¿cómo hacerlo después? No lo hicimos por respeto a María, a la familia", completa Santos.

Los investigadores coinciden en lo extraordinario del caso de María. No solo por su biología, sino por la ausencia de hábitos perjudiciales y su gran sociabilidad. Pero Santos no lo ve como una limitación, “que sea tan especial la hace más útil para la ciencia”, comenta. Esa utilidad es la que llevó a María a permitir que la visitaran y estudiaran. “Tenemos la concepción de que envejecer equivale a enfermedad y que una cosa tiene que ir necesariamente con la otra. Pero esta señora nos ha demostrado que hasta cierto punto esto no tiene por qué ser así”.

III

El secreto genético de la 'supercentenaria' Maria Branyas: un ADN privilegiado, un microbioma juvenil y 23 años menos de edad biológica, en El Mundo, Cristina G. Lucio, 24 septiembre 2025:

Un estudio liderado por Manel Esteller descubre las claves que permitieron a esta catalana que con 117 años fue la persona más longeva del mundo vivir una vida tan larga

Maria Branyas nació el 4 de marzo de 1907 en San Francisco (EEUU). Murió 117 años después, el 19 de agosto de 2024, en Olot (Girona), siendo la persona más longeva del mundo y después de haber vivido dos guerras mundiales, la guerra civil española, el franquismo y dos pandemias. Contrajo el Covid a los 113 años y lo superó sin complicaciones. Falleció en paz, mientras dormía, sin ninguna enfermedad grave.

¿Qué tenía de excepcional su organismo? Un equipo dirigido por Manel Esteller, jefe del grupo de Epigenética del cáncer del Instituto de Investigación contra la Leucemia Josep Carreras ha destapado las particularidades que hicieron posible esa extraordinaria longevidad.

Estudiando sus células, los científicos han podido diferenciar por primera vez los componentes del envejecimiento clásico, que están asociados a enfermedades, de los que caracterizan un envejecimiento saludable, como el de Branyas.

En las células de Maria había claras evidencias de su avanzada edad, apunta Esteller. "Había tres propiedades que indicaban que era muy vieja: la casi ausencia de las puntas de los cromosomas, los denominados telómeros [cuya longitud está asociada al envejecimiento], la presencia en su sangre de mutaciones asociadas con la edad, un fenómeno llamado hematopoyesis clonal; y finalmente unos linfocitos B que empezaban a expandirse con signos de malignidad", señala el investigador.

Sin embargo, su organismo también presentaba particularidades cuya influencia superaba con creces el impacto de esos signos del envejecimiento. "Tenía un genoma único con variantes que se han asociado a la longevidad incluso en otras especies", subraya Esteller, quien añade que, además, Branyas "tenía un perfil cardiolipídico excelente, con baja grasa mala, alta grasa buena y niveles de azúcar normales". Exhibía además "un sistema inmune aún potente", sin signos de inflamación. Finalmente, la 'supercentenaria' tenía un microbioma intestinal "casi juvenil", rico en bifidobacterias. Y, como guinda, presentaba una edad biológica muy inferior a la cronológica, tal y como demostraron los marcadores epigenéticos. "Poseía un decalaje de unos 23 años que hacía a sus tejidos 'sentirse' y funcionar como si fueran mucho más jóvenes", señala Esteller.

Branyas tenía indudablemente en su organismo unas cartas privilegiadas, pero también supo jugarlas bien, recuerda el investigador.

"Existen muchos factores externos a los que podemos atribuir una contribución a esta vida tan extensa", indica Esteller. La "ausencia de hábitos tóxicos, como el tabaco o el alcohol" es uno de ellos. "Otro sería una vida activa con ejercicio moderado y llena de relaciones familiares y de amigos hasta el final", detalla. Y una tercera pata sería una alimentación equilibrada "sin comida procesada ni exceso de grasa y un yogurt diario para enriquecer las bacterias buenas del intestino". Probablemente la restricción calórica involuntaria sufrida durante las guerras y la posguerra que la 'supercentenaria' vivió también contribuyeron a sostener su longevidad, explica.

Estrategias antienvejecimiento

"María fue una persona excepcional, con una sonrisa que iluminaba la habitación en la que estaba y un optimismo que nos hace mucha falta, fue un privilegio conocerla", recuerda Esteller, que propuso a Branyas estudiar las particularidades de su organismo y obtuvo una frase por respuesta: "Por favor, estúdienme y así podré ayudar a otros".

Mediante técnicas no invasivas, los investigadores tomaron muestras de Branyas y estudiaron en profundidad su perfil molecular, con análisis de su genoma, transcriptoma, metaboloma, proteoma, microbioma y epigenoma, tras lo que compararon los resultados con los de otras personas ancianas.

Las conclusiones de su trabajo permiten comprender mejor el envejecimiento y diseñar estrategias para abordarlo de forma específica, aseguran.

"María nos proporciona pistas de cuáles son los genes implicados en una longevidad larga y, al mismo tiempo, saludable. Por tanto, ahora podemos pensar en diseñar fármacos que, actuando sobre estas dianas, provoquen el 'efecto supercentenario' en el resto de la población", desgrana Esteller.

"Hasta ahora, la supervivencia de los humanos ha ido aumentando de promedio, pero algunos estudios recientes sugieren que estamos llegando a una meseta", añade. "Debemos aprender de estas excepciones a la regla sobre cómo no solo vivir más tiempo, sino mejor".

Los resultados, que publican en la revista Cell Reports Medicine, también pueden ayudar a profundizar en la comprensión de algunas enfermedades de la sangre, como la leucemia y los síndromes mielodisplásicos.

El equipo de Esteller está ahora embarcado en el estudio "del otro extremo de la longevidad": los casos de niños con progeria, que envejecen rápido y mueren en su adolescencia. "Queremos comprobar si ciertos fármacos que actúan sobre la química de material genético podrían enlentecer este envejecimiento tan agresivo y dar una esperanza para estos casos", adelanta el investigador.

Para Iñaki Martín-Subero, profesor investigador ICREA y jefe del grupo de Epigenómica Biomédica en el IDIBAPS de Barcelona, la novedad que aporta este estudio "es la aproximación multiómica muy detallada en una persona excepcionalmente longeva. El estudio revela factores tanto genéticos como de estilo de vida asociados a una vida larga y sana", ha señalado en declaraciones a SMC España.

"Como los autores indican en el artículo, el análisis de una única persona hace que tengamos que ser cautelosos con las conclusiones", continúa. "Deberán ser validadas en más personas 'supercentenarias'. Sin embargo, son casos muy poco frecuentes, así que incluso el análisis de una sola persona creo que es muy interesante y revelador", concluye.

IV

Un análisis trata de identificar qué hizo a Maria Branyas vivir 117 años: “Es como si hubiera conservado juventud en su vejez”, en ElDiario.es, por Antonio Martínez Ron, 24 de septiembre de 2025:

El estudio detallado de los marcadores biológicos y moleculares de esta supercentenaria fallecida en 2024 muestra una “fascinante dualidad”, con señales de vejez extrema y de longevidad saludable.

Llegar a supercentenario (por encima de 110 años) sin tener ninguna enfermedad grave es tan excepcional que los científicos necesitan comprender cómo sucede. Este fue el caso de Maria Branyas, quien en el momento de su fallecimiento, en 2024, tenía 117 años y era la persona más longeva del mundo. 

Ahora, un equipo de investigadores, encabezados por el experto en envejecimiento Manel Esteller, ha analizado los marcadores biológicos y moleculares de esta mujer catalana en busca de la receta para alcanzar esta longevidad extrema con salud. Los resultados, que se publican este miércoles en la revista Cell Reports Medicine, no aportan el secreto para llegar a supercentenario, pero muestran una “fascinante dualidad”, al contener la presencia simultánea de señales de vejez extrema y de longevidad saludable. “Es como que hubiera conservado una juventud en su vejez”, explica Esteller a eDiario.es.

Para el trabajo, los científicos del Instituto de Investigación contra la Leucemia Josep Carreras y la Universidad de Barcelona (UB) han analizado el genoma, el metaboloma, el microbioma y el epigenoma de Maria Branyas, a partir de muestras de sangre, orina y saliva obtenidas de forma mínimamente invasiva. Aunque el equipo detectó signos inequívocos de envejecimiento, como los extremos de los cromosomas (los telómeros) acortados y una población envejecida de linfocitos B, Branyas también presentaba bajos niveles de inflamación crónica, un microbioma dominado por bacterias beneficiosas, características genéticas asociadas a una protección del corazón y el cerebro y una edad biológica inferior a la cronológica, determinada mediante marcadores epigenéticos.

Un plus de supervivencia

Para los autores, el elemento más interesante es que han podido diferenciar estos dos procesos sucediendo a la vez, el del envejecimiento que experimentamos todos y los rasgos que parecen haber protegido a Branyas de enfermar gravemente. “Ahora sabemos que hay factores que tienen que ver simplemente con hacerse viejo que no tienen que ver con la enfermedad de la vejez y otros que tienen que ver con la longevidad saludable”, destaca Esteller.  

El ADN de Branyas tenía unas variantes que le daban protección cardiovascular, protección contra la demencia y contra enfermedades metabólicas como la diabetes, enumera el científico. Tenía un sistema inmune que todavía funcionaba muy bien (fue la persona más vieja que sobrevivió al COVID 19), tenía bajo nivel de inflamación y las bacterias que vivían en su tracto digestivo eran antiinflamatorias. “También calculamos siete relojes epigenéticos y de promedio vimos que sus células se comportaban como si tuvieran unos 23 años menos”, apunta. “Todo esto le dio un plus de supervivencia”.

Aunque la limitación principal de este estudio es que se trata de un solo caso, Esteller defiende que es el primer paso para analizar lo que sucede en los supercentenarios y compararlos entre sí. Lo que quieren ver es si hay una forma común de llegar a estas edades extremas o hay varias. También quieren analizar si los rasgos de Branyas los han heredado sus hijas, que ahora tienen más de 90 años, y han comparado este caso con otros con centenarios y con miles de casos de la población general para detectar las diferencias. 

¿Qué es un supercentenario?

“Estamos en una fase de entender qué es un supercentenario y queremos ver qué marcadores o qué parámetros los hacen especiales”, detalla Salvador Macip, catedrático de medicina molecular en la Universidad de Leicester y coautor del estudio. “¿Enferman menos porque envejecen menos o envejecen menos porque enferman menos? Eso aún estamos lejos de saberlo”.

Para Macip, la gran aportación de este trabajo es que muestra lo complejo que es el envejecimiento. “Vemos que tiene muchas capas y es muy heterogéneo dentro del propio cuerpo”, señala. “Es decir, es heterogéneo entre personas, pero también heterogéneo dentro del propio organismo”. En general, cree que todo apunta a que determinadas condiciones metabólicas y la forma en que lucha tu cuerpo contra el daño pueden ser la clave de esta superlongevidad. “Parece claro que si te toca buena genética, vas a vivir mejor y envejecer mejor. Pero en los casos extremos, creo que es donde pesa más, incluso más que el entorno”. 

Esteller cree que la clave es una suma de muchos factores, incluidos algunos externos, como la alimentación y los hábitos saludables. “María era una persona que no tenía ningún consumo de tabaco ni de alcohol, que hacía hasta que pudo un ejercicio físico moderado diario, que tuvo una dieta bastante frugal y con un círculo de amistades y familiar que le daba mucho apoyo. O sea, tuvo muchas cosas que ayudaron”, asegura. “Para llegar a supercentenario primero tienes que ser afortunado y que tus padres te dejen un genoma adecuado, y después hay una serie de factores desde el medio físico, como la ausencia de factores tóxicos, que también te ayudan”.

“Lo que estamos viendo en los supercentenarios es un poco lo mismo que vemos en los animales de laboratorio a los que les conseguimos alargar la vida, que viven más que los otros en muy buenas condiciones hasta el final”, apunta Macip. “O sea, el envejecimiento es para casi todos como una pendiente que baja de manera progresiva, pero en los supercentenarios es una línea plana que baja de golpe al final”. “La idea es: ¿cómo podemos trasladar el efecto supercentenario a la población?”, resume Esteller.

Uno de los aspectos que ven en Maria Branyas a través de este análisis es que, por algún motivo, su cuerpo pudo detener los daños que en la mayoría de las personas acaban en una enfermedad grave y la muerte. “Por ejemplo, tenía dos mutaciones en su sangre que se asocian a enfermedad normalmente, pero ella no la tenía”, revela Esteller. “Quizá de aquí a cinco o diez años hubiera tenido una leucemia, pero había resistido a la enfermedad”. “Lo que nos gustaría es ver qué genes protectores tienen o qué programa de reparación, o de control de daño, los hace diferentes de las personas normales”, concluye Macip. Y tal vez, ya sea a través de terapia génica o como el desarrollo de fármacos, lo que aprendamos del caso extraordinario de Maria Branyas nos termine ayudando a todos a envejecer mejor.

Interesante y revelador

Ana O’Loghlen, investigadora del CIB-CSIC, experta en longevidad, cree que es un estudio muy interesante a pesar de ciertas limitaciones y destaca que aspectos como la función mitocondrial y la autofagia de Maria Branyas muestran similitudes con individuos jóvenes. Además, “los análisis de diferentes relojes biológicos epigenéticos en tres tejidos diferentes (saliva, orina y sangre) muestran un perfil mucho más joven que la edad cronológica del individuo”, subraya. “Y el estudio demuestra la importancia de una microbiota saludable, como lo demuestran los metabolitos microbianos, inducida por una buena dieta”.

Iñaki Martín-Subero, profesor investigador ICREA y jefe del grupo de Epigenómica Biomédica en el IDIBAPS de Barcelona que no ha participado en el estudio, cree que está bien pensado y destaca el uso de una batería enorme de tecnologías avanzadas. “La novedad de este estudio es la aproximación multiómica muy detallada en una persona excepcionalmente longeva”, explica al SMC. En su opinión, aunque el análisis de una única persona obliga a ser cautelosos con las conclusiones, el hecho de que sean casos tan poco frecuentes hace que su estudio sea “muy interesante y revelador”.

viernes, 6 de diciembre de 2024

Inmortalidad biológica

 Rosanna Carceller, "Liz Parrish y lo que esconde la historia de su terapia génica antiedad: “No tiene validación científica”", La Vanguardia, 23/10/2024:

Parrish, empresaria estadounidense del campo de la biotecnología, se ha vuelto viral por los supuestos resultados obtenidos probando en sus propias carnes la terapia génica contra el envejecimiento. La comunidad científica pone en duda sus resultados y alerta del gran riesgo que suponen estos tratamientos

Liz Parrish y lo que esconde la historia de su terapia génica antiedad: “No tiene validación científica”

La mujer que “descumple años”; que “ha rejuvenecido de los 53 a los 25”; la “Benjamin Button de la vida real”... Son algunas de las llamativas definiciones que hemos leído en los medios sobre Liz Parrish, la empresaria estadounidense que ha probado en sí misma la terapia génica que investiga con su empresa BioViva, fundada en 2015. Parrish asegura que decidió ser la “paciente cero” de esta terapia —experimentar con su propio cuerpo—, cuando su hijo fue diagnosticado de diabetes 1, y no encontraba cura. Una decisión controvertida y polémica, cuestionada por la comunidad científica.

Concretamente, Parrish se ha sometido en siete ocasiones a terapia génica a través de inyecciones intramusculares con folistatina, telomerasa, klotho y PGC-1 Alpha. La telomerasa es una enzima para alargar los telómeros; la folistatina otra para hacer crecer el músculo; la klotho es una hormona que se ha relacionado con el envejecimiento; el PGC1a es un regulador metabólico. Como resultado de todo ello, Parrish, de 53 años, asegura que sus telómeros se han alargado como si tuviese 25, aunque admite que hormonalmente, por ejemplo, sigue envejeciendo.

Resultados poco científicos

¿Entonces, rejuvenece o no, como hemos leído en decenas de titulares? La empresaria lo atribuye a una tergiversación de los medios. “Yo nunca he dicho que he rejuvenecido, ¡por favor aclárelo por mí! Sigo envejeciendo en muchos aspectos”, exclama en una conversación con La Vanguardia, en el marco del Longevity World Forum (LWF) de Alicante en el que ha participado estos días, junto a decenas de investigadores, médicos y profesionales sanitarios del campo de la longevidad de primer nivel mundial.

“Han mejorado mis telómeros después de la terapia, el problema es que los medios siguen diciendo que biológicamente me volví más joven. Esto sucedió solo en los telómeros y en algunos otros marcadores, no en todos. No tengo 25 años biológicamente, no todo mi cuerpo se está volviendo más joven. Es desinformación. Si pudiera rejuvenecer significaría que hemos curado el envejecimiento, y no, no hemos curado el envejecimiento todavía. Ese es el objetivo de la compañía”, añade.

Yo nunca he dicho que he rejuvenecido. No tengo 25 años biológicamente, no todo mi cuerpo se está volviendo más joven. Es desinformación.

Pero al margen de quién ha hablado de “rejuvenecimiento”, si ella misma o los periodistas, los resultados sobre sus telómeros tampoco son convincentes. “Se ha medido telómeros y la masa muscular, pero en realidad habría que hacer un estudio a fondo, durante seis o siete años, para ver cómo va evolucionando. Ella ha reconocido que sus aspectos hormonales siguen envejeciendo y no han cambiado. Si mides los telómeros que estabas atacando con telomerasa, pues claro, estás midiendo solo lo que atacas. Tienes que demostrar que los otros aspectos también están mejor”, opina también desde el LWF de Alicante Ana María Cuervo, codirectora del Instituto Einstein para la Investigación del Envejecimiento en Nueva York, y profesora titular de Biología Molecular.

En este mismo sentido se expresa Salvador Macip, director de los Estudios de Ciencias de la Salud de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) y catedrático de la Universidad de Leicester (Reino Unido), donde dirige un laboratorio de investigación en cáncer y envejecimiento. “Parrish está haciendo una cosa que no tiene ningún tipo de validación científica. Ella activa la telomerasa en sus células, pero no sabemos si ha funcionado, porque no tenemos medidas de envejecimiento. El envejecimiento no se mide con los telómeros o con relojes epigenéticos, tenemos ideas, pero todavía no podemos medir el envejecimiento”, dice el investigador, también ponente en el encuentro científico sobre longevidad, de gran pluralidad.

"Está haciendo una cosa que no tiene ningún tipo de validación científica", Salvador Macip, Catedrático de la Universidad de Leicester e investigador en envejecimiento

Además de sus telómeros, lo que luce fantásticamente a simple vista es su piel y su cabello. Ella asegura que es fruto sólo de sus experimentos con terapia génica, y niega haber pasado por tratamientos estéticos. “La folistatina hace que tu piel brille más. Creo que la terapia en la cara —me han puesto inyecciones subcutáneas en el rostro— tiene efectos en la producción de colágeno, pero costó bastante tiempo ver los efectos, si quieres resultados rápidos tienes que hacerte otros tipos de tratamientos”, explica Parrish.

“No me he sometido a ninguna operación estética, ¡no es cierto! Algunas personas incluso han insistido en tocarme la cara, algunos doctores han examinado mi línea del cabello. Y es que la folistatina aumenta el crecimiento del pelo. Alguien me contactó una vez y me dijo: “Tienes que dejar de usar maquillaje y de peinarte, y entonces el mundo te aceptará más”. Y yo pensé, “no, no voy a cambiar”. Soy un producto de mi tiempo, me gusta arreglarme maquillarme, y no voy a cambiar para hacerlo más fácil para los demás”, añade.

Dos peligros: terapias sin evidencia y un discurso anti-regulación

Parrish se salta las regulaciones sobre seguridad de los tratamientos. Su equipo médico le aplica las terapias siempre fuera de territorio norteamericano —una vez en Colombia y otras en aguas internacionales—, por las dudas sobre la legalidad de aplicar métodos no probados en personas sanas. “No queremos molestar al gobierno estadounidense, queremos trabajar con ellos, no incomodarlos. Si vas a otro país y firmas un formulario con un médico, indicando que entiendes los riesgos y la tecnología, y el médico también lo firma, puedes someterte a una terapia”, relata sin ningún tipo de pudor. 

“Este discurso anti regulación es muy peligroso, dice que nos tenemos que saltar las agencias reguladoras e ir a hacernos estos tratamientos donde se pueda. Las agencias reguladoras existen por y para algo. Haciendo esto vas en contra de la ética y de la seguridad”, dice Macip, que expone sus argumentos en la misma línea que el doctor José Viña, catedrático de Fisiología de la Universidad de Valencia. “Se está tratando a sí misma con terapias que no están científicamente probadas y menos aprobadas para el uso general. Los resultados los debe plantear con mucha precaución. Uno puede poner su vida en riesgo, pero no la de los demás. Quizá en unos años podamos aprender algo de todo esto, pero no recomiendo este tipo de terapias hasta que no estén aprobadas por los organismos internacionales reguladores (la FDA en Estados Unidos, y la Agencia Europea de Medicamentos en Europa)”, apunta Viña, que es autor de más de 300 artículos internacionales y medalla Albert Struyvenberg por la Sociedad Europea de Investigación Clínica por su liderazgo en investigación sobre envejecimiento y ejercicio.

"Se está tratando a sí misma con terapias que no están científicamente probadas. Uno puede poner su vida en riesgo, pero no la de los demás", José Viña, Catedrático de Fisiología de la Universidad de Valencia 

Envejecimiento

Viña, puntualiza que algunas terapias génicas tienen cada vez menos riesgo, -cuidado- “en enfermedades devastadoras que dependen de un gen. Modificándolo se puede facilitar mucho la vida a un niño, por ejemplo. Esto se está haciendo y en algunos casos está probado y es recomendable. Pero intentar hacer terapia génica para enfermedades que dependen de muchos genes, que son multigénicas, o para el envejecimiento, que depende de muchos factores, tiene menos sentido. El riesgo-beneficio en el caso del envejecimiento, está mucho más decantado hacia el riesgo”.

Para Ana María Cuervo, referencia mundial en el estudio del envejecimiento y la autofagia, si bien la base de la investigación de BioViva y de Liz Parrish sobre terapia génica es interesante, “el gen que se está usando para la longevidad, en este caso, está muy cerca del cáncer”. Y es que puede que esta emprendedora de la biotecnología esté asumiendo un enorme riesgo para su salud. “Las células de cáncer tienen más telomerasa que el resto de nuestras células y se pueden dividir más, por eso hay un cierto nivel de preocupación con lo que hace Parrish. Ella ha comentado que tiene más células madre que el resto de la gente, y esta combinación de aumento de las células madre y actuación sobre la telomerasa, es una receta para sufrir cáncer. Las células madre son buenas, pero no en exceso”.

"La combinación de aumento de las células madre y actuación sobre la telomerasa es una receta para sufrir cáncer", Ana María Cuervo, Codirectora del Instituto Einstein para la Investigación del Envejecimiento en Nueva York, y profesora titular de Biología Molecular

En esta misma dirección habla Macip sobre los riesgos para la salud. “La telomerasa es una enzima que se activa en células cancerosas. ¿Quieres dar este poder a todas las células de tu cuerpo, de dar un paso más para ir hacia el cáncer? Si esto provocase cáncer, no lo sabríamos hasta dentro de 10 o 15 años, por lo que son experimentos muy controvertidos y difíciles de hacer”, explica el investigador afincado en Leicester. “Parrish se está arriesgando mucho y lo peor es que da la imagen de que esto es algo que el consumidor puede hacer”.

Además, según Cuervo, el nuevo virus que propone BioViva para ser introducido en el genoma del paciente de por vida (para rebajar el coste de los tratamientos), no se ha probado. “Yo no empezaría a dárselo a las personas”, aclara la bióloga. “Probar todo esto en uno mismo es controvertido. La terapia génica ha tenido unos cuantos fallos iniciales, y se le ha puesto un freno, ahora se ha retomado, y estamos en la segunda ola, para tratar a niños. ¿En longevidad y para toda la población? Es muy complicado su uso”, concluye.

"La telomerasa es un antídoto contra el envejecimiento”, María Blasco, investigadora y directora del CNIO

Ante las alertas de todos estos riesgos, Parrish apela a los efectos secundarios de muchos fármacos aprobados y legales. “Los diez medicamentos más recetados tienen un montón de efectos secundarios. Una terapia génica tiene el potencial de salvar vidas y curar una enfermedad, tenemos que dejar de actuar como si todo tuviera que ser completamente seguro antes de usarlo. Estados Unidos es el país que más recetas médicas emite en el mundo, y tiene la esperanza de vida más baja de todos los países industrializados, tenemos que superar la idea del riesgo. Este año, 36 millones de personas morirán por no tener acceso a nuevos medicamentos. ¿No deberían haber podido acceder a estas nuevas tecnologías para ver si podrían haber vivido?”.

El impulso a la terapia génica y la salud como negocio

Para los especialistas hay una parte positiva de lo que está llevando a cabo la empresa que dirige Parrish. “Lo que hace BioViva es muy interesante, poder acercar la terapia génica a la población es una buena idea porque hay muchas posibilidades de aplicación en enfermedades monogénicas. Aunque querer tratar el envejecimiento con terapia génica es difícil y controvertido, Parrish busca nuevos vectores de esta terapia y esto está muy bien”, reconoce Macip, que explica que un vector es la herramienta para poner un gen dentro de las células. “Esto es positivo, en términos generales”.

Parrish asegura que decidió experimentar con sí misma y su envejecimiento, en vez de hacerlo con un paciente enfermo que necesitase este tratamiento, porque se hubiesen enfrentado “a una enorme controversia ética. Yo comprendía el riesgo, y si alguien hubiera muerto al recibir estas terapias, me habría sido muy difícil vivir con eso. Preferí ser yo”. Así fue como ella se convirtió en la paciente cero de una empresa que, al menos públicamente, no ha tenido paciente 1.

"Poder acercar la terapia génica a la población es una buena idea porque hay muchas posibilidades de aplicación en enfermedades monogénicas",  Salvador Macip, Catedrático de la Universidad de Leicester e investigador en envejecimiento

El negocio, ahora, es la investigación gracias a capital privado. “Nuestros inversores tienen que asumir todo el riesgo para hacer que la compañía funcione. En lo que estamos trabajando ahora es en un vector viral más grande, el CMV, para la administración de terapia génica. Todo esto está en la fase de investigación y desarrollo. La única manera que tenemos de generar ingresos en este momento es a través de la inversión de los inversores y acuerdos de licencia. Ya hay personas interesadas en licenciar la tecnología, aunque todavía esté en desarrollo”, dice Parrish.

Sorprende su capacidad de explicar conceptos médicos y biológicos ante un auditorio lleno de especialistas. ¿Su formación? “Comencé la carrera de biología, pero no la terminé porque tuve dos hijos y decidí enfocarme en mi familia. Después volví a estudiar y obtuve un MBA en negocios. Ahora, todo lo que sé sobre la terapia génica, es porque llevo nueve años trabajando en ello, leo todo lo que puedo y me reúno con mis asesores científicos, estudio con ellos. En nueve años es como haber obtenido, dos títulos universitarios, soy persistente. Podría tener un doctorado, pero me he enfocado en la industria. Ya contamos con científicos en mi equipo”, nos explica. Ciertamente, entre sus asesores figuran nombres como George Church, profesor de genética en Harvard, y el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), el doctor Tong-Ming Fu, director científico de enfermedades infecciosas en IGM Biosciences, INC o el polémico Aubrey de Grey, gerontólogo biomédico.

"Senolíticos, la piedra filosofal del envejecimiento que promete alargar la vida hasta los 140 años",  Marc Solanes

“Mi esperanza es que logremos que el CMV funcione, para poder administrar múltiples genes al mismo tiempo en el cuerpo. Crear medicina curativa para todas las enfermedades conocidas”, nos cuenta la empresaria. ¿Con tratamientos que cuestan miles de millones de dólares? “Cuando hay muchas personas que quieren usar la terapia génica, se puede volver asequible. Cuando hagamos dosis más grandes de terapia génica, ya podremos, gracias a las economías de escala, reducir el precio entre un 20 y un 50%”.

¿Por qué los gobiernos no invierten más en ello, si puede ahorrar costes al sistema sanitario? Según la empresaria de BioViva, “los gobiernos son como las empresas, tienen planes a 20 o 30 años, y simplemente integrar nuevas tecnologías en esos planes es un proceso lento. En Estados Unidos, esperamos que el sector privado haga casi todo, que financie casi todo el desarrollo de medicamentos. Los gobiernos están invirtiendo más dinero en lo militar que en la salud de su propia gente. Realmente necesitamos cambiar su enfoque, y por eso es necesario que nos manifestemos y le digamos a los gobiernos que necesitamos acceso a estos nuevos desarrollos, porque podrían ahorrar billones de dólares con un sistema de salud real, no un sistema de “cuidado de enfermos””. 

La eterna juventud sigue siendo motivo de investigación científica

Ana María Cuervo, bióloga celular: “La idea para retrasar el envejecimiento es comer dos veces al día” Ana María Cuervo es líder mundial en el estudio del envejecimiento y la autofagia.

Rosanna Carceller

Castellón de la Plana (1978), coordinadora de 'Longevity' en La Vanguardia. Periodista especializada en salud, envejecimiento, psicología, sexualidad, nutrición y estilo de vida.

lunes, 19 de julio de 2010

Aldini y Cornish, frankensteins históricos, o la producción científica de zombis

El primero de estos científicos extravagantes, e inspirador de la famosa novela de Mary Shelley, hija de una pareja de anarquistas de la época y amante del famoso poeta, fue el sobrino del descubridor de la pila eléctrica Luigi Galvani, Giovanni Aldini, que viajaba por toda Europa ofreciendo demostraciones de que la electricidad podía galvanizar, esto es, mover los músculos de animales muertos. El 17 de enero de 1803 realizó su demostración más famosa, aplicando 120 voltios sobre el cuerpo de George Forster, un asesino ejecutado; cuando introdujo los polos en la boca y las orejas del muerto, los músculos de su mandíbula se contrajeron y el rostro adquirió la expresión del dolor; además, los ojos se abrieron de par en par. Después puso un polo en la oreja y otro en el recto y el cuerpo comenzó una danza macabra. El suceso fue documentado por el London Times de la época.

En los años 30, un científico superdotado (se licenció con dieciocho años y se doctoró poco después), Robert E. Cornish (1894-1963) que investigaba para la Universidad de California en Berkeley, ideó un sistema para devolver la vida, o un sucedáneo aproximado de ella, a los muertos sin daños orgánicos graves. Para ello perfeccionó los experimentos anteriores del doctor George W. Crile, creando una máquina de girar y balancear cadáveres mientras se inyectaba a los cuerpos una perfusión de sangre canina, adrenalina y anticoagulantes heparina y fibrina; la máquina fue llamada teeterboard. Funcionó; Cornish probó en 1934 la técnica en cinco foxterriers a los que bautizó como Lázaro I, II, III, IV y V. Primero los asfixió con nitrógeno y éter, esperó a que permaneciesen muertos durante diez minutos y utilizó su máquina de reanimación, el teeterboard. Los dos primeros intentos fueron un fracaso más o menos previsto, porque había que perfeccionar las rutinas del procedimiento y ajustar dosis, movimientos y velocidades, así como examinar las autopsias; el primero no revivió; el segundo lo hizo durante ocho horas y trece minutos, tras pasar por un estado de coma inquieto, gimiendo y ladrando, con ayuda de una inyección de glucosa, y los tres siguientes resucitaron, aunque ciegos y con importantes daños cerebrales; vivieron, si esto puede llamarse vida, durante meses, en casa del científico, inspirando, según cuentan, verdadero terror a otros perros. Caminaban lentamente, con rigidez, los ojos vacíos, arrastrando las patas traseras por hemiplejía, y, aunque comían con regularidad, lo hacían sin ganas y no podían quedarse solos. Cornish fue expulsado de la Universidad a causa de la presión de las asociaciones protectoras de animales. Años después, en 1947, había perfeccionado el teeterboard lo bastante como para realizar el experimento con un ser humano. Thomas McMonigle, un prisionero en el corredor de la muerte, se ofreció voluntario; pero el estado de California denegó la petición, porque temían que si tenía éxito habría que ponerlo en libertad. La figura de Cornish inspiró no pocas películas de terror de la época, pero en la actualidad el teeterboard podría perfeccionarse más aún.

Desde hace tiempo se sabe que la hierba loca y la mandrágora, y la datura o estramonio (también llamada túnica de Cristo, trompeta de ángel, burladora, hierba hedionda, del infierno o del diablo y floripondio), así como el veneno del pez globo, sustancias utilizadas por la brujería europea y el vudú antillano, consumidas en dosis apropiadas, pueden causar la muerte aparente y la locura perpetua; estos psicotrópicos son los responsables de los revenants o zombis documentados.