Veamos si hay democracia en España mediante la prueba del escandinavo. Hay motivos suficientes para estar preocupados por la corrupción, pero en España no se puede ejecutar lo que cabría llamar la “prueba del escandinavo”: imaginar un hecho en el que ponemos a un político sueco en el lugar de nuestros responsables políticos y a un ciudadano danés en el del ciudadano español para ver si sus comportamientos son homólogos. ¿Cómo reaccionaría cada uno de ellos ante la corrupción? Es algo parecido a lo que hizo Woody Allen en Annie Hall cuando sacó al M. McLuhan real para verificar si lo que decía su pedante personaje de ficción sobre él se correspondía con la auténtica opinión del profesor. Así vemos que, si los casos de corrupción que nos acechan ocurrieran en países escandinavos, las dimisiones serían inmediatas y los ciudadanos no volverían a votar a políticos corruptos. Y, sin embargo, nos decimos tener una democracia homologable a la escandinava
¿Qué harían nuestros McLuhans de una democracia de calidad? Ya saben la respuesta. El ciudadano danés exigirá responsabilidades políticas inmediatas, y el político sueco cortará por lo sano ofreciendo alguna cabeza y convocará al instante una comisión de investigación. Lo que no ocurrirá en España y, si ocurre, ya se sabe qué juez juzgará la cosa antes de que ocurra y cuál será su sentencia, o se hará una ley ad hoc, o se recurrirá a una puerta giratoria, o se le dará una patada hacia arriba, o se dejarán las cosas para mañana, sine die y ad calendas graecas hasta que prescriban, o no se hablará de ello, o se ocultará, o se formatearán hasta setenta veces siete los discos duros, que todo eso es democracia en España.
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viernes, 26 de mayo de 2017
domingo, 17 de julio de 2016
Falacia de la ventana rota y obsolescencia programada
La falacia de la ventana rota fue propuesta por el economista liberal Frédéric Bastiat en su ensayo de 1850 Ce qu'on voit et ce qu'on ne voit pas ("Lo que vemos y lo que no vemos") para ilustrar la idea de los costes escondidos o costes de oportunidad: si un niño rompe el cristal de un comercio, al principio, todo el mundo simpatiza con el comerciante, pero algunos pronto empiezan a sugerir que el cristal roto beneficia al cristalero, que comprará pan con ese beneficio; a su vez beneficia al panadero, quien con ese dinero comprará zapatos, beneficiando al zapatero y así sucesivamente. En fin, el pensamiento capitalista vulgar, imbuido de un patológico optimismo emprendedor y cortoplacista llega a la conclusión de que el niño no es culpable de vandalismo: ha hecho un favor a la sociedad creando beneficio a toda ella.
Bastiat indica que la falacia consiste en que se consideran los beneficios del cristal roto pero se ignoran los costes escondidos: el comerciante está obligado a comprar un cristal nuevo cuando con ese dinero habría ido a comprar pan beneficiando al panadero de un modo más legítimo a largo plazo. Al final, mirando al conjunto de la industria, el resultado es negativo: se ha perdido el valor de un cristal, llegando Bastiat a la conclusión de que «la sociedad pierde el valor de los objetos inútilmente destruidos» y que «la destrucción no es beneficio».
Pues bien, esto se asocia estrechamente al defecto principal de la sociedad capitalista: produce demasiada basura (incluso basura humana, gente que en sí misma es basura porque no se les castigan este tipo de conductas: el niño al que se le permite romper ventanas, banqueros con contratos blindados que provocan la ruina de varias familias impunemente, políticos que se acogen a la prebenda de no ser juzgados y pasan o se desentienden de toda responsabilidad moral o no, técnicos que escogen tuberías de fibrocemento porque son más baratas aunque al cabo resulten más caras etc.), y esa basura, a la larga, perjudicará seriamente a la humanidad (o a nosotros, que duele más) porque, malthusianamente, los bienes son más escasos que nuestra capacidad para procesarlos. La obsolescencia programada es el resultado más perverso de esa manera capitalista de concebir el beneficio atendiendo solo a bienes particulares y no a bienes generales, como pretende el imperativo categórico kantiano. El mejor resumen de lo que expreso lo hizo un basurero al indicar que "quienes no recogen la basura que tiran con el pretexto de que así le dan trabajo al basurero deberían dejar que les rompiera la dentadura de un puñetazo para que los dentistas tuvieran trabajo".
La falacia de la ventana rota sirve para determinar si una medida es buena o mala mirando sus consecuencias a largo plazo para toda la población, y no sólo las que tienen lugar a corto plazo para una parte de la misma (por ejemplo, para ese porcentaje mínimo de ricos que se ha beneficiado de las políticas de Rajoy o, a mayor escala, de la patrona a la que sirve, la Merkel -y en el pasado a los políticos del pan para hoy y hambre para mañana: Thatcher y Reagan- a costa del adelgazamiento de un mucho mayor sector de la clase media, como ha señalado Thomas Piketty, y una mayor oscilación y falta de estabilidad en la economía a causa de la desregularización promovida por el neoliberalismo y sus no declarados discípulos socialistas: Blair, González etc.: la existencia de contrapesos reguladores garantiza la estabilidad a largo plazo. Y también a largo plazo es el cuidado de la buena calidad educativa de la población: ya se ve que ni Thatcher ni Reagan cumplían con un mínimo de humanidades, ni mucho menos de humanidad. En ellos eso era cuando menos rudimentario.
Y al final, resulta que la mayoría de nuestros políticos son unos niños irresponsables a los que hay que culpar de haber roto el cristal del futuro de la mayor parte de la sociedad, la clase media.
La falacia de la ventana rota sirve para determinar si una medida es buena o mala mirando sus consecuencias a largo plazo para toda la población, y no sólo las que tienen lugar a corto plazo para una parte de la misma (por ejemplo, para ese porcentaje mínimo de ricos que se ha beneficiado de las políticas de Rajoy o, a mayor escala, de la patrona a la que sirve, la Merkel -y en el pasado a los políticos del pan para hoy y hambre para mañana: Thatcher y Reagan- a costa del adelgazamiento de un mucho mayor sector de la clase media, como ha señalado Thomas Piketty, y una mayor oscilación y falta de estabilidad en la economía a causa de la desregularización promovida por el neoliberalismo y sus no declarados discípulos socialistas: Blair, González etc.: la existencia de contrapesos reguladores garantiza la estabilidad a largo plazo. Y también a largo plazo es el cuidado de la buena calidad educativa de la población: ya se ve que ni Thatcher ni Reagan cumplían con un mínimo de humanidades, ni mucho menos de humanidad. En ellos eso era cuando menos rudimentario.
Y al final, resulta que la mayoría de nuestros políticos son unos niños irresponsables a los que hay que culpar de haber roto el cristal del futuro de la mayor parte de la sociedad, la clase media.
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martes, 1 de septiembre de 2015
Parábola para los tiempos que corren: el hundimiento del Titánic
Los pasajeros que sobrevivieron al hundimiento del Titánic en el bote salvavidas número uno, el primero a que corrieron los gordos millonarios de primera clase, fue apodado el «barco de dinero» puesto que los pasajeros ricos que subieron a bordo sobornaron presuntamente a miembros de la tripulación para que remaran lejos de la catástrofe antes de que el bote estuviera lleno y, si no lo hicieron, de todas formas fue eso lo que se hizo, pese a que las barcas estaban menos que medio vacías. Y, de todas maneras, para ahorrar dinero y engordar a los millonarios, el Titanic había sido diseñado sin botes suficientes para salvar a todos los pasajeros. No pudieron salvarse los pobres.
O sea, como hacen ahora nuestros gobernantes nacionales y europeos, sobornados por bancos, ricoshomes y multinacionales, para salvarse ellos de la crisis que han provocado y para la que ni siquiera pensaron en cómo evitar sufrimiento a sus víctimas, a las que les quitaron y quitan cada vez más barcas y de las que se pretenden segregar.
jueves, 17 de mayo de 2012
Apólogo del jugador de Doom
Me regalaron un juego de ordenador llamado Doom. Consistía, fundamentalmente, en matar para que no te mataran, dentro de laberínticos bunkers y bajo cielos gachos y plomizos. Quienes me disparaban eran de tres clases: militares locos, demonios y monstruos de diversas clases. Me esforcé en exterminar todos los niveles de ese mundo y al final conseguí el genocidio total del planeta. Ya no había ni un solo enemigo. Pero estaba solo y me entró una sensación rara, como de inutilidad o soledad... El juego no permitía pegarse un tiro (los programadores deberían aprender de lo que digo), así que concluí que matar por matar no tenía razón alguna, es más, era vagamente depresivo... Tenía que haber algo mejor y más grato. Desde entonces me dedico a entablar interminables partidas de Mahjong; estoy igual de solo, pero no es posible ganar siempre y no mato a nadie. Quizá, ese es mi deseo, alguien me enseñe alguna vez un juego en que pueda perder siempre.
domingo, 17 de octubre de 2010
Suerte y Justicia
Dios, o lo que haya en su lugar, lo debe tener dificilillo.
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