jueves, 17 de mayo de 2012
Apólogo del jugador de Doom
Me regalaron un juego de ordenador llamado Doom. Consistía, fundamentalmente, en matar para que no te mataran, dentro de laberínticos bunkers y bajo cielos gachos y plomizos. Quienes me disparaban eran de tres clases: militares locos, demonios y monstruos de diversas clases. Me esforcé en exterminar todos los niveles de ese mundo y al final conseguí el genocidio total del planeta. Ya no había ni un solo enemigo. Pero estaba solo y me entró una sensación rara, como de inutilidad o soledad... El juego no permitía pegarse un tiro (los programadores deberían aprender de lo que digo), así que concluí que matar por matar no tenía razón alguna, es más, era vagamente depresivo... Tenía que haber algo mejor y más grato. Desde entonces me dedico a entablar interminables partidas de Mahjong; estoy igual de solo, pero no es posible ganar siempre y no mato a nadie. Quizá, ese es mi deseo, alguien me enseñe alguna vez un juego en que pueda perder siempre.
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