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lunes, 24 de marzo de 2025

Un musulmán explica la islamofobia

 Dan Burmawi

Déjenme explicarles por qué un musulmán conduciría su automóvil contra una multitud de personas inocentes. Yo fui criado como musulmán y sé exactamente por qué sucede esto. No es pobreza, ni opresión, ni siquiera radicalización. Es el resultado lógico de la doctrina islámica en sí.

No importa si eres musulmán o no. Los seres humanos llevamos la culpa muy dentro de nosotros. Sabemos que no somos lo suficientemente buenos y pasamos la vida intentando redimirnos mediante buenas acciones, pensando que con ello desaparecerá la culpa.

El cristianismo, por ejemplo, ofrece una salida a la culpa, una solución que no se basa en tus obras, sino en las de Cristo. La salvación no se gana, se da. Aceptas que no puedes redimirte porque Cristo hizo todo por ti. Eso significa que eres libre. Libre para vivir, libre para construir, libre para servir, libre para amar.

Cuando los cristianos se sienten perdidos, destrozados y necesitan perdón, pueden ir a la iglesia, hablar con un pastor o sacerdote y salir sabiendo que han sido perdonados.

El Islam, por otra parte, no ofrece redención, sino que convierte la culpa en un arma. En lugar de brindarnos salvación, Alá nos expone, nos hace recaer sobre nuestros pecados y nos amenaza con el fuego del infierno y la tortura en la tumba.

El Corán no es un libro de paz, sino un libro de amenazas. Obliga a los musulmanes a obedecer mediante el miedo, la humillación y el castigo.

Entonces, ¿qué sucede cuando un musulmán busca la redención? Trata de ser mejor musulmán. Reza, ayuna, hace caridad, va al Hajj y hace todo lo que Alá ordena. Pero nunca funciona. Lo sé. Yo lo hice.

Y por mucho que reces, por mucho que lo intentes, la culpa nunca desaparece. Porque en el fondo, todo musulmán sabe que no es suficiente. Alá siempre exige más.

Dios ama a quienes mueren luchando contra los infieles. No es una opinión, está en el Corán, en los hadices y en todas las lecciones que se enseñan a los niños.

Por eso los musulmanes, incluso los llamados "moderados", siempre dudan en condenar el terrorismo: saben que Alá exige la yihad. Puede que no estén dispuestos a cometerla, pero no pueden decir que está mal.

Entonces, cuando un musulmán no logra alcanzar la paz a través de los rituales religiosos, tiene dos opciones:

Ríndete, deja de ser devoto y aprende a vivir con la culpa, o comprométete con la yihad porque esa es la única manera de ser fiel a ti mismo.

El Corán lo explica claramente: “Matad a quienes no adoren a Dios ni obedezcan al Profeta” (9:29).

De modo que cuando un musulmán abraza plenamente esta identidad, matar a los infieles no sólo está justificado, sino que es motivo de alegría. Es un acto de:

✔ Salvarse a sí mismo

✔ Obedecer a Allah

✔ Asegurando tu eternidad

✔ Finalmente escapando del peso aplastante de la culpa

Es por esto que un musulmán puede conducir su coche contra una multitud de personas inocentes y no sentir nada más que satisfacción.

Porque por primera vez en su vida, finalmente cree que ha hecho algo digno de redención”.

sábado, 22 de febrero de 2025

Morofobia

 Morofobia

El racismo contra el moro es específicamente español, con características construidas a lo largo del tiempo y cargas y matices que no existen en ningún otro lado

Najat El Hachmi

21 feb 2025

Hace tiempo que la palabra racismo me parece poco exacta, tal vez por haberse generalizado su uso aplicado a realidades muy distintas entre sí. El término se me antoja ajustado cuando se aplica a sociedades post esclavistas como la americana, donde la raza construida sobre quienes no tienen los rasgos fenotípicos denominados “caucásicos” tiene una historia y un origen bien conocidos. En España el “racismo” más persistente y normalizado es, de hecho, el que han venido sufriendo personas que llevan más de cinco siglos siendo “de aquí”: los gitanos. También existió un antisemitismo atroz con devastadores efectos pero parece que esa animadversión ha caído en desuso. Prueba de ello es que la extrema derecha no solo no muestra rechazo alguno al judío sino que se alinea con el sionismo colonizador de Israel y es favorable, como demuestra la afinidad de Abascal con Netanyahu, a la aniquilación de los palestinos.

Sin embargo hay otro “racismo” muy patrio, muy enraizado en la conciencia colectiva, que tiene orígenes históricos precisos muy nuestros: el rechazo al moro. Sí, al moro, que es un sujeto específicamente español, cuyas características han sido construidas a lo largo del tiempo y tiene cargas y matices que no existen en ningún otro lado. Ni siquiera en Francia, donde el árabe es otra cosa. Porque esa delimitación del otro y sus contornos, los rasgos que lo caracterizan, se desprende de sucesos del pasado que ni siquiera recuerdan quienes hoy discriminan al “moro” pero que han dejado un rastro indeleble en el modo en que se ve a quienes así se etiqueta.

Dejar de usar el término porque nos resulta incómodo por haberse convertido en un insulto no solo no soluciona el problema, sino que lo agrava por disfrazarlo con otros vocablos más correctos pero también más engañosos. No es racismo porque nunca se difundió la idea de que el “moro” era de otra raza, no es xenofobia porque muchos moros con nacionalidad española reciben el mismo trato que los que acaban de aterrizar. No es islamofobia porque se puede ser crítico con el islam sin ser racista y porque este término de uso reciente denota un rechazo a la religión y no a sus practicantes. Los jeques adinerados que se instalan en Marbella no reciben el mismo trato que las mujeres y los niños puestos en la diana por Vox en Murcia. El término más apropiado es morofobia: rechazo y discriminación del moro, que es una persona que se tiene como opuesto y contrario al español y a quien se atribuye maldad intrínseca, deslealtad, atraso y fanatismo religioso.

domingo, 25 de enero de 2015

Entrevista a David Rieff

Ana Carbajosa,  “La gran sorpresa ha sido la crisis del islam. Entrevista con David Rieff” El País, 25-I-2015:

El historiador, reportero y ensayista estadounidense reflexiona sobre las tensiones de las sociedades multiculturales europeas y cree que el Islam atraviesa una crisis profunda

A David Rieff (Boston, 1952) hay que escucharle con atención para no perder el hilo de sus argumentos. Salta de un extremo ideológico al otro sin complejos y fabrica conclusiones que rara vez encajan en corsés políticos. Le guían la valentía intelectual y décadas de estudio y observación sobre un terreno que a Rieff le gusta patear. A este historiador, le preocupa el encaje de los inmigrantes en Occidente y la malformación de las llamadas sociedades multiculturales; un asunto del que se ocupa desde hace décadas. Una Europa que percibe desnortada y naif, el Islam sumido en una crisis profunda o los derechos humanos como credo absolutista son algunos de los asuntos que desgrana en una entrevista con este diario poco antes de disertar sobre inmigración en el Espacio Bertelsmann en Madrid. Autor de ensayos como El Matadero: Bosnia y el fracaso de Occidente (Aguilar) o A punta de pistola (Debate), Rieff vive a caballo entre Estados Unidos y Europa y escribe y enseña —en el Instituto de Estudios Políticos de París— sobre conflictos internacionales y acción humanitaria.

Rieff prefiere durante este encuentro aparcar su faceta de hijo. Su madre fue Susan Sontag, gran referente del pensamiento progresista estadounidense y cuyo legado Rieff se siente en la obligación moral de mimar. “Una de mis responsabilidades en la vida es mirar por su trabajo, pero no me gusta ejercer de hijo profesional”.

Pregunta. En los años ochenta ya escribía sobre inmigración y multiculturalidad. Algunos de los problemas de integración de los que hablaba continúan vigentes y otros se han agudizado sin que los Gobiernos de Europa hayan encontrado remedio.

Europa no se da cuenta de que el mundo es irracional y cruel [...]  los noventa fueron una excepción de prosperidad y disminución de la barbarie. Que la vuelta de la barbarie es solo una vuelta a la normalidad.

Respuesta. Lo que está pasando ya se podía vislumbrar en los ochenta si querías mirar. No había duda de que pobres del sur iban a venir al norte. En seguida entendimos de qué iba la globalización, a pesar de que algunos pensaran que podía afectar solo a los ricos y que los pobres simplemente no participarían. Por ese lado no me sorprende. La gran sorpresa ha sido el Islam y su crisis. La gente no teme a los inmigrantes, teme al Islam. Es absolutamente cierto que los gobiernos están ciegos. No es posible que los alemanes en los sesenta pensaran que los gastarbeiter [los que emigraron a Alemania para trabajar] iban a volver a sus países, o que alguien piense que la gente no va a intentar cruzar a Ceuta y a Melilla. Es sorprendente que un cambio territorial minúsculo en Ucrania suponga horas y horas de dedicación para un ministro y que de las muertes en el Mediterráneo se encargue casi de pasada y por obligación. Hace falta más voluntad política.

P. En Europa, el populismo de derechas explota el miedo al diferente, mientras la izquierda, acomplejada, teme siquiera abordarlo en muchos países. ¿Por qué no somos capaces de mantener un debate sereno y racional sobre inmigración?

R. Porque no solo la izquierda progresista defiende a los inmigrantes, también están los empresarios. La inmigración se ha vuelto inevitable gracias a una alianza de la izquierda con la clase empresarial. La ruptura de los sindicatos es en parte consecuencia de la llegada de más inmigración. Los efectos de esta globalización hacen que la clase trabajadora entre en pánico. Ellos son los grandes perdedores de estos cambios globales. El futuro no pinta bien para ellos. Si eres un obrero de Lille, sabes que tus mejores años han quedado atrás, que ahora te enfrentas a deslocalizaciones, a más inmigrantes dispuestos a trabajar por menos dinero. Esto explica por ejemplo que el Frente Nacional sea la fuerza dominante en Francia.

P. Los gobiernos no acaban de reaccionar y los extremistas copan el discurso. ¿Cómo se puede romper esta dinámica?

Una de mis responsabilidades en la vida es mirar por su trabajo, pero no me gusta ejercer de hijo profesional. Lo único positivo que veo de la catástrofe de París es que, ahora, las élites biempensantes francesas ya no podrán decir que no está pasando nada. Los franceses son la sociedad más esclerotizada que conozco en Europa. Están ciegos, encantados de haberse conocido. Ahora, sin embargo, el primer ministro francés habla de apartheid en la banlieue [los barrios periféricos] y eso es bueno. Esos jóvenes [inmigrantes y descendientes de inmigrantes] están muy enfadados y algunos son susceptibles de caer en las redes del Daesh [el Estado Islámico]. Los jóvenes que crecen en Europa saben que el islamismo radical es lo que más asusta aquí. Se sienten impotentes porque no tienen poder económico ni cultural. Su única arma es la brutalidad. Europa tiene que darse cuenta de no ha sabido transmitir su narrativa histórica a los musulmanes. El hecho de que cada instituto judío de Europa esté protegido tiene que ver con que no han asumido la narrativa europea. En 1945 nadie hubiera podido pensar que esto iba a suceder.

P. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

R. Europa está especialmente mal preparada para este tipo de problema. Las élites europeas se han convencido a sí mismas de que el mundo es un lugar racional. No se dan cuenta de que el mundo es irracional y cruel. Creo sinceramente que el periodo que hemos vivido entre 1945 y los noventa fueron una excepción de prosperidad y disminución de la barbarie. Que la vuelta de la barbarie es solo una vuelta a la normalidad. Aquí hay además un componente político. En EE. UU. o en América Latina, los jóvenes enfadados montan bandas criminales. Aquí se apuntan a la yihad. Es un problema real, no se lo ha inventado la derecha.

P. Usted sostiene que uno de los problemas es que los valores europeos se han diluido casi hasta dejar de existir.

R. A los chicos de la banlieue les dicen: tienes que aceptar los valores europeos. ¿Pero qué valores son esos? Esto es como el póker. No puedes derrotar algo con nada. Los valores se reducían a ofrecer una vida mejor, prosperidad, pero eso ya no está ahí. En Francia además, un factor muy importante fue la crisis del comunismo, que era un motor de asimilación también en los suburbios. Los comunistas controlaban a los conflictivos y mantenían la disciplina social en los barrios. Ahora ya no hay partido; hay imanes. Muchos de ellos hacen lo que pueden, pero no es suficiente. Hoy vivimos en un mundo en el que las cuestiones de identidad cobran mucha importancia. Otra razón fundamental es la crisis del Islam.

En la historia de la cristiandad, hubo épocas de fanatismo que se llevaron por delante otras corrientes cristianas. Creo que estamos en una de esas épocas en el Islam"

P. ¿A qué se refiere?

R. El Islam ha entrado en una crisis profunda. La brecha entre suníes y chiíes se ha convertido en guerra. Las guerras que observamos en Oriente Próximo tienen que ver con esa fractura. En Siria, por ejemplo, está claro que se trata de una guerra entre Catar y Arabia Saudí contra Irán. Si nos fijamos en la historia de la cristiandad, también vemos épocas de fanatismo que se llevaron por delante otras corrientes cristianas. Creo que estamos en una de esas épocas en el Islam.

P. Chérif Kouachi, uno de los atacantes de Charlie Hebdo dijo en el pasado que fueron las torturas a musulmanes en Abu Ghraib lo que le cambió.

R. No creo que el terrorismo islámico tenga que ver con que Occidente no sea justo en Palestina o en Irak. Es verdad que en el caso de la identidad judía, también en Francia, el gran pegamento que mantiene a la comunidad unida en la diáspora es el sionismo y que eso genera tensiones con otras minorías. Puede haber explicaciones, pero no justificaciones. O crees que se pueden poner bombas en los mercados o no. No hay camino intermedio. Los derechos humanos son un credo absolutista.

P. Siria se ha convertido en el gran imán para el yihadismo planetario. Europa y EE. UU. parecen estar un poco perdidos sobre cómo actuar.

R. No puedes esperar que habiendo una guerra a las puertas de Europa la gente no huya. Mire, yo soy profesor de intervención humanitaria y le puedo decir que no hay una guerra justa. En el caso sirio, no es posible justificar una intervención internacional, porque las posibilidades de éxito son demasiado pequeñas y ese es uno de los requisitos morales para intervenir.

P. ¿Debe resignarse la comunidad internacional?

R. La comunidad internacional como concepto no existe. Hay un orden global, dominado por EE. UU. y Breton Woods. Entramos en un mundo multipolar, pero me cuesta imaginar que EE. UU. no vaya a ser un gran poder. En realidad, no creo que el mundo haya cambiado tanto, que el poder militar haya perdido tanta relevancia. Esa es una ilusión europea que parte de asunciones irreales, según las cuales, las guerras son algo del pasado, y la gente va a ser cada vez más rica. Eso no es así.

P. Resulta difícil no preguntarle por su madre, Susan Sontag. ¿Está trabajando en nuevos proyectos vinculados con ella?

R. Tengo una pequeña fundación que creé en nombre de mi madre y que otorga premios a jóvenes traductores. Ahora tengo que editar el tercer volumen de sus diarios en los próximos seis meses. Hay muchísimo material. Hay que seleccionar, porque ella no lo hizo. Hay miles y miles de páginas, que en el tercer volumen quedarán reducidas a unas 300. Una de mis responsabilidades en la vida es mirar por su trabajo, pero no me gusta ejercer de hijo profesional.