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lunes, 30 de septiembre de 2024

¿Por qué el cerebro prefiere los libros en papel?

De Pedro Pizarro, en Quora, y, a su vez, tomado de Ivonne María Valdez en Tribuna Económica, 2024:

 ¿Por qué el cerebro prefiere los libros en papel?

Porque el cerebro humano es capaz de percibir un texto en su totalidad, como si se tratara de una especie de paisaje físico. Y es que cuando leemos, no solo estamos recreando un mundo con las palabras del relato, sino que construimos una representación mental del mismo texto.

Al pasar las páginas de un libro de papel, realizamos una actividad similar a dejar una huella tras otra por un sendero, hay un ritmo, una cadencia y un registro visible en el transcurrir de las hojas impresas.

La prestigiosa revista Scientific American publicó un artículo con el que se busca dar una explicación a esta paradoja: en la época de la hiperconectividad, cuando cada vez tenemos más equipos que nos permiten leer con mayor facilidad y contamos con acceso a bibliotecas enteras en formato electrónico, muchos siguen prefiriendo al formado de papel.

El libro tradicional, la revista, el diario, siguen siendo los favoritos del público en general. Aunque resulte difícil de creer, siendo que los formatos digitales nos abren las puertas a muchas libertades.

Papel versus píxeles Muchos trabajos hablan de que en pantalla se lee más lentamente y, además, se recuerda menos. Hay “fisicabilidad” en la lectura, dice Maryanne Wolf de la Universidad de Tufts. Las personas necesitan sentir el papel al leer, el cerebro lo pide inconscientemente.

Nosotros no hemos nacido con circuitos cerebrales dedicados a la lectura, porque la escritura se inventó hace relativamente poco tiempo en nuestra evolución: alrededor de cuatro milenios antes de Cristo.

En la niñez, el cerebro improvisa nuevos circuitos para leer y para ello usa parte de otros dedicados al habla, a cuya habilidad se suma la coordinación motora y la visión.

El cerebro comienza a reconocer las letras con base en líneas curvas y espacios y utiliza procesos táctiles que requieren los ojos y las manos. Los circuitos de lectura de los niños de 5 años muestran actividad cuando practican la escritura a mano, pero no cuando se escriben las letras en un teclado.

Más allá de tratar a las letras individuales como objetos físicos, el cerebro humano puede percibir un texto en su totalidad como una especie de paisaje físico. Cuando leemos, construimos una representación mental del texto.

La naturaleza exacta de tales representaciones permanece clara, pero algunos investigadores creen que son similares a un mapa mental que creamos de un terreno, como montañas y ciudades, y de espacios físicos de interior, tales como departamentos y oficinas.

En paralelo, en la mayoría de los casos, los libros de papel tienen una topografía más evidente que el texto en pantalla. Un libro de papel abierto presenta dos dominios claramente definidos: páginas de izquierda y derecha y un total de ocho esquinas en las que uno se orienta.

Al pasar las páginas de un libro de papel se realiza una actividad similar a dejar una huella tras otra por un sendero, hay un ritmo y un registro visible del transcurrir de las hojas. Todas estas características permiten formar un mapa mental, coherente, del texto.

En contraste, la mayoría de los dispositivos digitales interfieren con la navegación intuitiva de un texto y a pesar de que los e-readers (libros electrónicos) y tabletas replican el modelo de páginas, estas son efímeras. Una vez leídas, esas páginas se desvanecen.

“La sensación implícita de dónde usted está en un libro físico se vuelve más importante de lo que creíamos”, dice el artículo de la Scientific American.

También pone en cuestión que los fabricantes de libros electrónicos hayan pensado lo suficiente sobre cómo es posible visualizar dónde está el lector en un libro.

En un trabajo sobre comprensión de texto, al comparar alumnos que leyeron en papel con otros que leyeron un texto en versión PDF en la pantalla, se concluyó que los primeros tuvieron mejor rendimiento.

Otros investigadores están de acuerdo con que la lectura basada en pantallas puede empeorar la comprensión, ya que es mentalmente más exigente e incluso físicamente más cansadora que la lectura en papel.

La tinta electrónica refleja la luz ambiental al igual que la tinta de un libro de papel, pero las pantallas de ordenadores, teléfonos inteligentes y tabletas hacen brillar la luz directamente en los rostros de las personas y la lectura puede causar fatiga visual, dolores de cabeza y visión borrosa.

En un experimento realizado por Erik Wästlund, de la Universidad de Karlstad en Suecia, las personas que tomaron una prueba de lectura comprensiva en un equipo electrónico obtuvieron calificaciones más bajas e informaron mayores niveles de estrés y cansancio que las personas que completaron en papel.

Las investigaciones más recientes sugieren que la sustitución del papel por pantallas a una edad temprana tiene desventajas. En 2012, un estudio en el Joan Ganz Cooney Center en la ciudad de Nueva York reclutó 32 parejas de padres e hijos de 3 a 6 años de edad.

Los niños recordaron más detalles de las historias que leyeron en el papel, pese a que las digitales estaban complementadas con animaciones interactivas, videos y juegos, que en realidad desviaban la atención lejos de la narrativa.

Como resultado de un trabajo que involucró el seguimiento de una encuesta de 1.226 padres, se informó que, al leer juntos, la mayoría de ellos y sus niños prefirieron libros impresos sobre los libros electrónicos.

Al leer los libros de papel a sus niños de 3 a 5 años de edad, los niños podían relatar la historia de nuevo a sus padres, pero al leer un libro electrónico con efectos de sonido, los padres con frecuencia tuvieron que interrumpir su lectura para pedir al niño que dejara de jugar con los botones y recuperara la concentración en la narración. Tales distracciones finalmente impidieron comprender incluso la esencia de las historias.

Muchas personas aseguran que cuando realmente quieren centrarse en un texto, lo leen en papel. Por ejemplo, en una encuesta realizada en 2011 entre estudiantes de posgrado en la Universidad Nacional de Taiwán, la mayoría aseguró que navegaba algunos párrafos de un artículo en línea antes de imprimir todo el texto para una lectura más a fondo.

Y en una encuesta realizada en 2003 en la Universidad Nacional Autónoma de México, cerca del 80 por ciento de los 687 estudiantes dijo preferir leer el texto impreso.

Encuestas e informes sobre los consumidores sugieren que los aspectos sensoriales de la lectura en papel importan a la gente más de lo que cabría suponer: la sensación de papel y tinta; la opción de suavizar o doblar una página con los dedos, el sonido distintivo de pasar una página, la posibilidad de subrayar, de detenerse y tomar nota, hacen que se elija más el papel.

Para compensar este déficit sensorial, muchos diseñadores digitales tratan de hacer que la experiencia de los lectores electrónicos –en inglés, e-reader– esté tan cerca de la lectura en formato de papel como sea posible.

La composición de la tinta electrónica se asemeja a la química típica de la tinta, y el diseño sencillo de la pantalla del Kindle (una marca de libro electrónico) se parece mucho a una página en un libro de papel. Sin embargo, estos esfuerzos –que fueron replicados por su competidora Apple iBooks– hasta ahora tienen más efectos estéticos que prácticos.

El desplazamiento vertical puede no ser la forma ideal de navegar un texto tan largo y denso como en los libros de muchas páginas, pero medios como el New York Times, el Washington Post y ESPN crearon atractivos artículos, altamente visuales, que no pueden aparecer en la impresión, ya que combinan texto con películas y archivos de sonido.

Es probable que el organismo de los nuevos nativos digitales cree otras redes neuronales que les permitan preferir lo electrónico al papel, pero mientras tanto, hoy el resto de la población sigue prefiriendo el contacto con las históricas hojas.

jueves, 31 de agosto de 2023

Sam Vaknin, El futuro del libro

Sam Vaknin, El futuro del libro

Uno de los primeros actos de la Asamblea Nacional francesa en 1789 fue emitir esta declaración: “La libre comunicación del pensamiento y de la opinión es uno de los derechos más preciosos del hombre; por tanto, todo ciudadano puede hablar, escribir e imprimir libremente”. La UNESCO todavía define "libro" como "una publicación impresa no periódica de al menos 49 páginas sin incluir las portadas".

Sin embargo, ¿las innovaciones de los últimos veinte años han transformado irreversiblemente el concepto de “libro”?

Los libros electrónicos no son una idea novedosa. Vannevar Bush escribió en 1945 en The Atlantic:

“Aparecerán formas totalmente nuevas de enciclopedias, ya preparadas con una malla de senderos asociativos que las atraviesan, listas para ser lanzadas al memex y allí amplificadas”.

Cuando Alan Kay creó el Dynabook, un prototipo de cartón de un lector de libros electrónicos similar a una tableta, en 1968, declaró:

“Creamos un nuevo tipo de medio para impulsar el pensamiento humano, para amplificar el esfuerzo intelectual humano. Pensamos que podría ser tan importante como la invención de la imprenta por parte de Gutenberg hace 500 años”.

Robert Coover, de la Universidad de Brown, opinó en el New York Times en 1992 que el “fin de los libros” está cerca:

“Fluidez, contingencia, indeterminación, pluralidad, discontinuidad son las palabras de moda del hipertexto de hoy en día, y parecen convertirse rápidamente en principios, de la misma manera que la relatividad desplazó no hace mucho a la manzana que cae... El medio impreso es un medio condenado y obsoleto. tecnología, una mera curiosidad de tiempos pasados ​​destinada pronto a ser consignada para siempre a esos museos polvorientos y desatendidos que ahora llamamos bibliotecas”.

Las empresas comerciales entraron en acción y publicaron enciclopedias en CD-ROM (Encarta de Microsoft , luego Enciclopedia Británica ). Voyager Company publicó varios títulos en su plataforma hipermedia de libros ampliados Hypercard. Rocket eBook (1998), e-ink Librie de Sony (2004), iPhone y Kindle (2007), iPad (2010) no lograron iniciar la revolución largamente anunciada.

Dejando a un lado Amazon KDP , miles de otras empresas emergentes, editores, plataformas tecnológicas de autoedición y distribuidores fracasaron entre 201 y 2018. Los capitalistas de riesgo como Kleiner Perkins (iFund) perdieron una pequeña fortuna apostando a la próxima revolución editorial. En 2018, Amazon terminó controlando alrededor de la mitad de todas las ventas impresas y cuatro quintas partes de todas las ventas de contenido digital. Los iBooks de Apple controlan el resto (aprox. 10% del mercado).

La ahora desaparecida BookTailor solía vender su software de personalización de libros principalmente a agentes de viajes. Los suscriptores crearon su propia edición privada a partir de una biblioteca de contenido electrónico. La antología idiosincrásica emergente se imprimió y encuadernó a pedido o se empaquetó como un libro electrónico.

Consideremos lo que este simple modelo de negocio afecta a nociones antiguas y arraigadas como “original” y “copias”, derechos de autor e identificadores de libros. ¿Es el “original” el libro final, personalizado por el usuario, o sus fuentes? ¿Deberían dichas tiradas de una sola copia ser elegibles para identificadores únicos (por ejemplo, ISBN únicos)? ¿Posee el usuario algún derecho sobre el producto final elaborado por él? ¿Se siguen aplicando los derechos de autor de los autores originales?

Los miembros de la comunidad BookCrossing.com registran sus libros en una base de datos central, obtienen un BCID (Número de identificación de BookCrossing) y luego le dan el libro a alguien, o simplemente lo dejan tirado para que lo encuentren. Los sucesivos propietarios del volumen proporcionan a BookCrossing sus coordenadas. Este modelo inocuo subvierte el concepto legal de propiedad y transforma el libro de un objeto pasivo e inerte a un catalizador de interacciones humanas. En otras palabras, devuelve el libro a sus orígenes: una cápsula del tiempo que invita al diálogo.

Sus defensores protestan diciendo que los libros electrónicos no son simplemente una interpretación efímera de sus predecesores impresos: son un nuevo medio, una experiencia de lectura completamente diferente. Se suponía que cada elemento del libro electrónico, desde la trama hasta los garabatos, era animado, responsivo, interactivo y basado en elecciones.

Los libros electrónicos se programarán para reaccionar al estado de ánimo del lector, su ubicación (realidad aumentada) e incorporar información en tiempo real (cumpleaños, nombres de restaurantes y museos que visitó el lector). Las comunidades de lectores resaltarán, compartirán y comentarán y sus aportes se convertirán en una parte integral del libro electrónico, se pensó.

Se promocionaron estas opciones: hipervínculos dentro del libro electrónico a contenido web y herramientas de referencia; compras y pedidos instantáneos integrados; tramas divergentes, interactivas para el usuario y basadas en decisiones; interacción con otros libros electrónicos mediante Bluetooth o algún otro estándar inalámbrico; autoría colaborativa, juegos y actividades comunitarias; contenido actualizado automática o periódicamente; capacidades multimedia; bases de datos de marcadores, registros de hábitos de lectura, hábitos de compra, interacción con otros lectores y decisiones relacionadas con la trama; capacidades de traducción y conversión de audio automáticas e integradas; capacidades completas de picoredes inalámbricas y redes de dispersión; y más.

En un ensayo titulado “El libro procesado”, Joseph Esposito expone cinco capacidades importantes de los libros electrónicos: como portales o interfaces hacia otras fuentes de información, como textos autorreferenciados, como plataformas “tocadas” por otros recursos, como entradas procesadas por máquinas y libros electrónicos que sirven como nodos en redes.

Los libros electrónicos, contrariamente a sus oponentes, han cambiado poco más allá del formato y el medio. Los audiolibros son más revolucionarios que los libros electrónicos porque ya no utilizan símbolos visuales. Considere los protocolos de desplazamiento: lateral y vertical. El papiro, el periódico de gran formato y la pantalla de la computadora son tres ejemplos del tipo vertical. El libro electrónico, el microfilme, la vitela y el libro impreso son ejemplos del rollo lateral. Nada nuevo aquí.

Los libros electrónicos son un retroceso a los días del papiro. El texto se coloca a un lado de una serie de “hojas” conectadas. El pergamino, en comparación, tenía varias páginas, era fácil de navegar y estaba impreso en ambos lados de la hoja. Condujo a una revolución en la edición y, en última instancia, en el libro impreso. Todos estos avances ahora están siendo revertidos por el libro electrónico, lamentan los antagonistas.

La verdad, como siempre, se encuentra a medio camino entre la burla y la adulación.

El libro electrónico conserva una innovación del pergamino: el hipertexto. Los primeros textos judíos y cristianos, así como los estudios jurídicos romanos, fueron inscritos o, más tarde, impresos, con numerosos enlaces intertextuales. El Talmud, por ejemplo, comprende un texto principal (la Mishná) rodeado de referencias a interpretaciones académicas (exégesis).

Ya sea en papiro, pergamino, papel o PDA, todos los libros son portátiles. El libro es como un perpetuum mobile. Difunde su contenido de forma viral, haciéndose circular, y no es disminuido ni alterado en el proceso. Aunque físicamente erosionado, se puede copiar fielmente. Es permanente y, sujeto a fiel replicación, inmutable.

Es cierto que los textos electrónicos dependen del dispositivo (lectores de libros electrónicos o unidades de ordenador). Son específicos del formato. Los cambios en la tecnología (tanto en hardware como en software) hacen que muchos libros electrónicos sean ilegibles. Y la portabilidad se ve obstaculizada por la duración de la batería, las condiciones de iluminación o la disponibilidad de infraestructura adecuada (por ejemplo, de electricidad).

La tecnología de la imprenta acabó con el monopolio de contenidos. En cincuenta años (1450-1500), el número de libros en Europa aumentó de unos pocos miles a más de nueve millones. Y, como señaló McLuhan, cambió el énfasis del modo oral de distribución de contenido (es decir, “comunicación”) al modo visual.

Los libros electrónicos son sólo la última aplicación de principios antiguos a nuevos "contenedores de contenido". Cada una de estas transmutaciones produce un aumento en la creación y difusión de contenidos. Los incunables –los primeros libros impresos– hicieron accesible el conocimiento (a veces en lengua vernácula) tanto a eruditos como a profanos y liberaron a los libros de la tiranía de los scriptoria y las “bibliotecas” monásticas.

Los libros electrónicos prometen hacer lo mismo.

En el futuro previsible, los “cajeros automáticos de libros” ubicados en rincones remotos de la Tierra podrán imprimir bajo demanda (POD) cualquier libro seleccionado de listas editoriales anteriores y anteriores que comprendan millones de títulos. Las editoriales personalizadas y la autoedición permiten a los autores superar las barreras editoriales de entrada y publicar su trabajo a un precio asequible.

Internet es el canal ideal de distribución de libros electrónicos. Amenaza el monopolio de las grandes editoriales. Irónicamente, los primeros editores se rebelaron contra el monopolio del conocimiento de la Iglesia. La industria floreció en sociedades no teocráticas como los Países Bajos e Inglaterra, y languideció donde reinaba la religión (el mundo islámico y la Europa medieval).

Con los libros electrónicos, el contenido vuelve a ser un esfuerzo colaborativo, como lo fue hasta bien entrada la Edad Media. El conocimiento, la información y las narrativas alguna vez se generaron a través de las interacciones entre los autores y la audiencia (recuerde a Sócrates). Los libros electrónicos interactivos, los multimedia, las listas de discusión y los esfuerzos de autoría colectiva restauran esta gran tradición.

Los autores vuelven a ser los editores y comercializadores de su trabajo, como lo fueron hasta bien entrado el siglo XIX, cuando muchos libros debutaron como folletos serializados en periódicos o revistas o se vendieron mediante suscripción. Los libros electrónicos serializados se remontan a estas tradiciones interválicas. Los libros electrónicos también pueden ayudar a restablecer el equilibrio entre los más vendidos y los autores intermedios y entre la ficción y la no ficción. Los libros electrónicos son los más adecuados para atender a nichos de mercado desatendidos.

Los libros electrónicos, más baratos incluso que los de bolsillo, son la “literatura para millones” por excelencia. Tanto las antiguas bibliotecas de reimpresiones como los actuales editores de libros electrónicos se especializan en libros baratos de dominio público (es decir, cuyos derechos de autor han expirado). John Bell (compitiendo con el Dr. Johnson) publicó “Los poetas de Gran Bretaña” en 1777-83. Cada uno de los 109 volúmenes costó seis chelines (en comparación con la guinea habitual o más). La Biblioteca Ferroviaria de novelas (1.300 volúmenes) cuesta 1 chelín cada una sólo ocho décadas después. El precio siguió cayendo a lo largo del siguiente siglo y medio. Los libros electrónicos y POD retoman esta tendencia.

La caída de los precios de los libros, la reducción de las barreras de entrada ayudadas por las nuevas tecnologías y el crédito abundante, la proliferación de editoriales y la competencia despiadada entre los libreros fue tal que hubo que introducir una regulación de precios (cártel). Los precios netos de las editoriales, los descuentos comerciales y los precios de lista son prácticas anticompetitivas de la Europa del siglo XIX. Aún así, este lamentable período también dio origen a asociaciones comerciales, organizaciones editoriales, agentes literarios, contratos de autor, acuerdos de regalías, marketing masivo y derechos de autor estandarizados.

A menudo se percibe que Internet no es más que un catálogo glorificado (aunque digitalizado) de pedidos por correo. Pero los libros electrónicos son diferentes. Los legisladores y los tribunales aún tienen que establecer si los libros electrónicos son libros. Los contratos existentes entre autores y editores pueden no cubrir la interpretación electrónica de textos. Los libros electrónicos también ofrecen una seria competencia de precios a las formas más tradicionales de publicación y, por lo tanto, es probable que provoquen una realineación de toda la industria.

Es posible que sea necesario reasignar derechos, redistribuir ingresos y reconsiderar las relaciones contractuales. Hasta ahora, los libros electrónicos equivalían a poco más que versiones reformateadas de las ediciones impresas. Pero los autores publican cada vez más sus libros principal o exclusivamente como libros electrónicos, socavando así tanto los libros de tapa dura como los de bolsillo.

Los impresores y editores luditas resistieron –a menudo violentamente– a cada fase de la evolución del oficio: los estereotipos, la prensa de hierro, la aplicación de la fuerza del vapor, la encasillación y composición tipográfica mecánica, los nuevos métodos de reproducción de ilustraciones, las encuadernaciones en tela, el papel hecho a máquina, Libros encuadernados, libros de bolsillo, clubes de lectura y fichas de libros.

Sin excepción, finalmente cedieron y adoptaron las nuevas tecnologías con considerable ventaja comercial. De manera similar, los editores se mostraron inicialmente vacilantes y reacios a adoptar Internet, POD y la publicación electrónica. No es de extrañar que se dieran cuenta.

Los libros impresos de los siglos XVII y XVIII fueron ridiculizados por sus contemporáneos por ser inferiores a sus antecedentes laboriosamente hechos a mano y a los incunables. Estas quejas recuerdan las críticas actuales a los nuevos medios (Internet, libros electrónicos): mala calidad de fabricación, apariencia lamentable y piratería desenfrenada.

Las primeras décadas que siguieron a la invención de la imprenta fueron, como dice la Enciclopedia Británica, “un periodo inquieto y altamente competitivo libre para todos... (con) enorme vitalidad y variedad (que a menudo conduce a) un trabajo descuidado”. Hubo actos atroces de piratería, por ejemplo, la copia ilícita de los “libros de bolsillo” latinos de Aldo Manuzio, o el omnipresente contrabando de libros en Inglaterra en el siglo XVII, resultado directo de la sobrerregulación y los monopolios coercitivos de derechos de autor.

La obra de Shakespeare fue replicada repetidamente por infractores de derechos de propiedad intelectual emergentes. Más tarde, las colonias americanas se convirtieron en el centro mundial de la piratería de libros industrializada y sistemática. Enfrentados a libros extranjeros pirateados, abundantes y baratos, los autores locales recurrieron al trabajo independiente en revistas y a giras de conferencias en un vano esfuerzo por llegar a fin de mes.

Los piratas y los editores sin licencia (y, por lo tanto, subversivos) fueron procesados ​​bajo una variedad de leyes de monopolio y difamación y, más tarde, bajo leyes de seguridad nacional y obscenidad. Tanto los gobiernos reales como los “democráticos” actuaron despiadadamente para preservar su control sobre las publicaciones.

John Milton escribió su apasionado alegato contra la censura, Areopagitica, en respuesta a la ordenanza de concesión de licencias de 1643 aprobada por el Parlamento británico. La revolucionaria Ley de Derechos de Autor de 1709 en Inglaterra decretó que los autores y editores tienen derecho a cosechar exclusivamente los beneficios comerciales de sus esfuerzos, aunque sólo durante un período de tiempo prescrito.

La batalla incesante entre los editores industriales y comerciales con su arsenal tecnológico y legal cada vez más potente y la multitud de artes y artesanías de espíritu libre se libra ahora más ferozmente que nunca en numerosas listas de discusión, foros, tomos y conferencias.

William Morris inició el movimiento de la “prensa privada” en Inglaterra en el siglo XIX para contrarrestar lo que consideraba la cruel comercialización de la edición de libros. Cuando se inventó la imprenta, los empresarios privados (comerciantes) de la época la utilizaron comercialmente. Los “editores” establecidos (monasterios), con algunas excepciones (por ejemplo, en Augsburgo, Alemania y en Subiaco, Italia), lo rechazaron como una amenaza importante para la cultura y la civilización. Sus ataques a la imprenta se leen como las letanías actuales contra la autoedición o las publicaciones controladas por corporaciones.

Pero, a medida que el número de lectores aumentó (las mujeres y los pobres se volvieron cada vez más alfabetizados), el número de editores se multiplicó. A principios del siglo XIX, los innovadores procesos litográficos y offset permitieron a los editores occidentales agregar ilustraciones (al principio, en blanco y negro y luego en color), tablas, mapas detallados, diagramas anatómicos y otros gráficos a sus libros.

Editores y bibliotecarios se peleaban por los formatos (tamaños de los libros) y las fuentes (góticas versus romanas), pero prevalecían las preferencias de los consumidores. Nació el libro multimedia. Los libros electrónicos probablemente experimentarán una transición similar desde versiones digitales estáticas de una edición impresa a objetos vivos, coloridos, interactivos y comerciales.

La biblioteca de préstamo comercial y, más tarde, la biblioteca gratuita fueron dos reacciones adicionales a la creciente demanda. Ya en el siglo XVIII, editores y libreros expresaron el temor (infundado) de que las bibliotecas canibalizaran su comercio. Sin embargo, las bibliotecas han mejorado las ventas de libros y se han convertido en un mercado importante por derecho propio. Es probable que hagan lo mismo con los libros electrónicos.

La edición siempre ha sido una actividad social, muy dependiente de los avances sociales, como la expansión de la alfabetización y la liberación de las minorías (especialmente de las mujeres). A medida que cada nuevo formato madura, está sujeto a regulación interna y externa. Los libros electrónicos y otros contenidos digitales no son una excepción. De ahí los intentos recurrentes y actuales de regulación restrictiva y las escaramuzas legales que les siguen.

En sus inicios, cada nueva variante de empaquetado de contenidos se consideraba "peligrosa". La Iglesia, anteriormente la mayor editorial de biblias y otros textos religiosos y “terrenales” y defensora y protectora de la lectura en la Edad Media, castigó y censuró la impresión de libros “heréticos”, especialmente las biblias vernáculas de la Reforma.

Incluso restauró la Inquisición con el propósito específico de controlar la publicación de libros. En 1559 publicó el Index Librorum Prohibitorum (“Índice de libros prohibidos”). Unos pocos editores, principalmente holandeses, terminaron en juego. Los gobernantes europeos emitieron proclamas contra los “libros impresos traviesos” de herejía y sedición.

La impresión de libros estaba sujeta a una licencia del Privy Council de Inglaterra. El concepto mismo de copyright surgió de la inscripción forzada de títulos en el registro de la English Stationer's Company, un instrumento real de influencia e intriga. Ese registro obligatorio otorgaba al editor el derecho a copiar exclusivamente el libro registrado –o, más frecuentemente, una clase de libros– durante varios años, pero restringía políticamente el contenido imprimible, a menudo por la fuerza.

La libertad de prensa y la libertad de expresión son todavía sueños lejanos en la mayor parte del mundo. Incluso en Estados Unidos, la Ley de Copyright del Milenio Digital (DMCA), el V-chip y otras medidas que invaden la privacidad, inhiben la difusión y imponen censura perpetúan una tradición veterana aunque no tan venerable.

Para 2018, la función de financiación, edición, diseño, impresión, distribución, cumplimiento, marketing y creación de comunidades de los editores tradicionales se ha mercantilizado, democratizado, desintermediado y se ha vuelto asequible y accesible para los creadores de contenido individuales (“autores”). Las empresas POD ( Blurb , Amazon , Lulu , Lightning Source e Ingram Spark ) también ofrecen servicios relacionados con marketing y ventas, envío y procesamiento de pagos. Los libros publicados de forma independiente ofrecen tres veces las regalías pagadas por los Cinco Grandes (70% frente a 25%) y constituyen aproximadamente la mitad de todas las ganancias de los autores.

El crowdfunding ahora proporciona una fuente alternativa de capital para los escritores en ciernes. Irónicamente, la mayor parte del dinero recaudado se destina a libros impresos y campañas promocionales de boletines informativos por correo electrónico en Substack, Mailchimp y servicios similares que se lanzaron a partir de 2017. Los boletines informativos cualitativos equivalen a minitomos de prosa tipo libro. Las redes sociales, por otro lado, están perdiendo fuerza debido a la excesiva comercialización.

Los audiolibros y los podcasts también están aumentando y generaron casi 3 mil millones de dólares en 2018. Esto se debe a que la tecnología ha mejorado dramáticamente: mayor duración de la batería, auriculares Bluetooth baratos, sincronización en la nube de múltiples dispositivos. Un estudio de locución casero decente ahora cuesta menos de 800 dólares. Los canales de distribución proliferaron.

Cuanto más cambia, más permanece igual. Si algo nos enseña la historia del libro es que no hay límites al ingenio con el que editores, autores y libreros reinventan viejas prácticas. Las innovaciones tecnológicas y de marketing se perciben invariablemente como amenazas, para luego ser consideradas artículos de fe. La edición enfrenta los mismos problemas y desafíos que enfrentó hace quinientos años y responde a ellos de manera muy similar.

jueves, 1 de marzo de 2018

Bibliotecas didácticas y para profesores y alumnos



https://www.educaciontrespuntocero.com/recursos/bibliotecas-on-line-docentes/17634.html

lunes, 20 de noviembre de 2017

Los niños ya no saben leer, se ha jodido todo

Luis Alemany, "Los niños ya no saben leer. Se ha jodido todo", El País, 20 NOV. 2017

El profesor Miguel Díez Rodríguez, autor de Cómo enseñar a leer en clase. Memorias de un viejo profesor clama contra el abandono de la Lengua y la Literatura en los planes de estudios
El profesor Miguel Díez Rodríguez fue casi famoso en 1985, cuando editó Antología del cuento literario, una selección de 25 relatos entre los que leía a sus alumnos. «En las clases leía cuentos de Poe, de Rulfo... Y los chicos encantados». De aquella antología se vendieron medio millón de ejemplares. 32 años después, Díez publica Cómo enseñar a leer en clase (Reino de Cordelia) que es lo mismo pero con matices: el propósito ya no es la excelencia lectora sino la supervivencia de la literatura como una forma de conocimiento relevante en la educación.

Ya no me acuerdo de cuánta Lengua y Literatura dábamos en BUP y COU.

En primero, cinco horas semanales de Lengua. En segundo, cinco de Literatura Española. En tercero estaba la opción de Literatura Universal que eran cuatro horas. Era el mejor curso que había. Y en COU, tres horas de lengua obligatorias y la opción de Literatura Española y Latinoamericana.

¿Y después?

Después vino la LOGSE que decía que lo importante era que los niños vinieran contentos a clases. Un buenismo que inventaron psicopedagogos en un laboratorio, gente que en la vida había pisado un aula con 30 chavales. Todo lo que vino después fue horrible, todo, lo de los socialistas y lo de los del PP. Ángel Gabilondo propuso reformas que estaban bien pero no le dejaron.

¿Y qué fue de Lengua y Literatura?

Literatura se ha convertido en todo lo que odiábamos: se enseñan datos y no se lee. «Lope de Vega nació nosedónde el año tal». Y la lengua está pésimamente enfocada.El chaval aprende a hacer análisis sintácticos en cuarto de la ESO y se pasa repitiendo lo mismo dos años más. En cambio, nadie le enseña a leer. No entiende qué pone la frase que ha analizado. Se ha jodido todo. Y así quedamos como quedamos en el Informe Pisa, a la altura del betún.

Bueno...

Leer exige concentración, tranquilidad, respeto. Antes, yo le daba a mis alumnos El guardián entre el centeno y lo leían como obsesos.Cómo no iban a hacerlo, si la adolescencia está ahí, perfectamente actual. Ahora, no lo entienden, así de sencillo. Eso si no ha aparecido antes un padre que vete el libro porque hay una escena en la que Caufeld llama a unas prostitutas. Y yo pienso: debe de ser que soy un hombre muy viejo porque el que no entiende nada soy yo.

Pero se venden muchos libros para críos. Aunque estén más dirigidos al entretenimiento que a desarrollar una educación literaria...

Los niños leen. Hasta los 12 años sí que leen. Después... Yo lo entiendo, hay tantas distracciones a su alcance.

El hecho de que para algunos de nosotros sea importante la literatura no significa que lo tenga que ser para todo el mundo.

Estoy de acuerdo, se puede vivir y ser un buen ciudadano sin que la literatura te importe mucho. Pero sin leer es imposible. En España estamos en un 50% de población que no lee nunca. En Suecia, es un 30%. Y en Estados Unidos es mucho más. Luego no hay que sorprenderse si votan a Donald Trump.

martes, 30 de mayo de 2017

Varios escritores y artistas narran qué libros les introdujeron al hábito lector

¿Por qué leer? La primera vez de los creadores, en El Cultural, 26/05/2017:

Hoy arranca la 76ª Feria de Libro de Madrid, compuesta este año por 367 casetas -una menos que en 2016- y 488 expositores -ocho más que el año pasado-. Coincide en los medios con el recién estrenado Plan de Fomento de la Lectura. Por esta razón nos preguntamos si sirve de algo invitar a leer desde los márgenes de una biblioteca. Los creadores -cineastas, artistas, escritores- nos cuentan cómo y cuándo empezaron ellos a leer, y por qué merece la pena hacerlo. Luis Mateo Díez, además, se remonta en un artículo a su infancia de niño curioso, o lo que es lo mismo, de niño lector.

Inculcar el placer de la lentitud

Luis Landero. Escritor

Me enganché a la lectura con las novelas del Oeste y las Mil mejores poesías de la lengua castellana. De las novelas me encantaba la posibilidad de habitar en otro mundo durante unas horas, y de la poesía, la magia de las palabras y del ritmo, o lo que es lo mismo: la belleza. 
Para fomentarla propondía que las clases de Literatura, y muchas de las de Lengua, se dediquen mayormente a leer y a comentar lo leído. Que se trate de inculcar en los niños y jóvenes el placer de la lentitud. Que se les enseñe a distinguir entre lo que es cultura y lo que es mero entretenimiento. Que la sociedad haga suyos algunos de los valores propios de la escuela, y que los lleve a la práctica. 

Leer a los clásicos en voz alta

Javier Gomá. Filósofo

Recuerdo como mi primer libro los comentarios de San Juan de la Cruz a sus propios poemas, “Noche oscura”, “Cántico espiritual” y “Llama de amor viva”. Produjeron en mi alma adolescente, tierna e inflamable, un incendio que dura hasta hoy. Es posible que el incendio se hubiera declarado de todas maneras y que aquella lectura simplemente fuera una ocasión más o menos azarosa. Pero esa lectura fue el desencadenante.

Propongo la lectura en público, por un actor sensible y experto, con voz educada y bella, de textos clásicos que resistan esta prueba de la oralidad. Cuando funciona, el amor que genera se extiende tan rápido como la electricidad. 

El peligro de la imposición

Israel Elejalde. Actor

No recuerdo muy bien si el primer libro que leí fue Momo de Michael Ende o El hobbit de Tolkien. Lo que sí recuerdo es que leí los dos de un tirón y a partir de ahí decidí leer toda la obra de ambos autores. Debía tener ocho o nueve años. Me gustaría saber cuál es la razón de que la gente se aburra leyendo. Si lo supiera sería maravilloso para poder cambiarlo. Me cuesta entender que la gente se aleje de la lectura. Estoy convencido de que es fundamental transmitir ese hábito desde pequeños, y creo que los padres tienen tanta responsabilidad como los profesores. Si los padres tiene el hábito de la lectura, normalmente los hijos también leen. Elegir bien cuales son los primeros acercamientos es central para que no arraigue esa sensación de que leer es algo pesado y arduo. Creo que obligar a un chaval de 13 o 14 años a leer un clásico puede ser contraproducente.

Si alguien al que respetas te habla de un libro...

Antoni Muntadas. Artista

Recuerdo un atlas de geografía. Me creó interés por lo desconocido, los viajes. A mi juicio, la recomendación de un lector es el inicio de una cadena de posibles lectores. Ocurre con el cine, la exposiciones...que alguien que respetas sus opiniones y que te diga vale la pena que lo leas, que lo veas, que lo escuches... es un posible inicio. En los 70 los reading groups (¿grupos de lectura?) eran formas de intercambiar o profundizar en la lecturas ...pero eso ya es otra cosa. 

Hablar de los libros que leemos

José Antonio Marina. Filósofo

Cuando era niño, librarnos del aburrimiento era lo que nos llevaba a la lectura. Recuerdo que devoraba las novelas de colecciones populares como El coyote, Marcial Lafuente Estefanía...

Para fomentar la lectura me parece imprescindible reconocer que la lectura es una actividad difícil y lenta, que compite con medios potentes y rápidos como el cine, o los videojuegos. Un gran obstáculo muy frecuente son los problemas de comprensión lectora, que hacen más costosa aun la lectura. En cada edad el fomento de la lectura debe hacerse de diferente manera. La familia juega un papel importante, pero no obvio. Ver a los padres leer puede producir gusto por la lectura (para imitarles) o rechazo (porque es una competidora). La solución es que los padres lean pero que sobre todo hablen de lo que leen. También es útil leer cuentos a los niños, pero eso no basta. El niño debe comprender que lo que le divierte tanto está en las misteriosas líneas del libro.

¿Cómo puede alguien no querer leer?

Fernando Savater. Escritor

Me es imposible responder, porque por más que retrocedo en mis recuerdos no encuentro ninguna época en mi vida en que no prefiriese la lectura a cualquier otra cosa. Cuando aún no sabía leer, me aprendìa de memoria los cuentos que me leía mi madre. Después los tebeos, las aventuras de Tarzán, los cuentos de Poe, La isla del tesoro, el padre Brown, Guillermo Brown, Sherlock Holmes, Salgari... Todo me gustaba, todo me enganchaba. Fue la lectura la que me enganchó a la vida, no al revés.

No imagino cómo alguien puede no querer leer. Sé que tener una madre como la mía ayuda mucho, pero no sé si abundan ahora. De todas formas, creo que lo importante es ayudar desde el principio al que quiere leer, no empeñarse en que lea el que no quiere.

Pasión por los robinsones

Luis Gordillo. Artista

Mi padre tenía una colección muy bella y muy clásica de Julio Verne que devoré. Pero sobre todo tuve pasión por los robinsones: hay muchos más de lo que parece. Incluso hay robinsones vascos. Yo creo que esta pasión estaba relacionada con mi carácter introvertido.

Conozco muy bien a jóvenes inteligentes, entre 18 y 30 años, que no han leído más de 4 o 5 libros en lo que llevan de vida, exceptuando los de sus estudios. Estamos asistiendo a cambios muy profundos de la sociedad en general: ¿no será éste uno de ellos? Tampoco leen periódicos. Habría que prohibir el cine, la TV, los iphones, los juegos electrónicos, internet, etc., etc. y eso no lo veo probable.

Contra la crueldad y la ignorancia

Judith Jáuregui. Pianista

Uno de mis primeros libros fue Matilda de Roald Dahl. Me enganchó la historia de esa niña que se enfrentaba a la crueldad e ignorancia de su mundo con la fuerza de sus superpoderes, mucha personalidad e ingenio, ¡era una auténtica heroína. La clave es potenciar la lectura desde la infancia, desde la adolescencia, dejando que cada uno encuentre sus gustos, sin juzgar. Tanto prejuicio no hace más que alejarla. Como todo en la vida, la virtud está en el equilibrio: es necesaria una lectura profunda e introspectiva pero también es positiva una lectura meramente lúdica. 

Soy capaz de hacer adictos con la Ilíada

Javier Cercas. Escritor

No recuerdo el primer libro que leí, porque no me recuerdo sin leer. Pero sólo he leído una vez Miguel Strogoff, de niño, y tengo la impresión de haberla leído anteayer.

Propongo simplemente que se les den a los niños buenos libros, adecuados a su edad. No quisiera pecar de vanidoso, pero me creo capaz de convertir en adictos a la lectura a chavales de 15 años con una buena versión en prosa de la Ilíada; el único peligro es que, a partir de entonces, el 95% de las novelas les parezcan exasperantemente lentas.

Curiosidad ligada a la creatividad

Concha Jerez. Artista

Mis padres me fomentaron el interés por la lectura. Cuando comencé Ciencias Políticas en 1959, el Ateneo se convirtió en mi segunda casa. En esa biblioteca se produjo mi verdadero enganche a la literatura. Leía todo tipo de libros, incluidos muchos prohibidos por el franquismo. La lectura está ligada a la curiosidad, como parte importante en la búsqueda del Conocimiento. Esa curiosidad, si no se tiene de forma innata, se puede generar mediante la creatividad, que permita el juego de acercamiento a los libros, que plantee cuestiones sobre sus contenidos, que induzca a la búsqueda de las riquezas ocultas en su interior, que ayude a descubrir los mundos imaginarios que contienen, que transmita el placer que genera la palabra bien escrita. 

Más que libros, hubo personajes

Manuel Gutiérrez Aragón. Director de cine

Leí los primeros libros, con conciencia de leer, en medio de la fiebre y la enfermedad. Nunca me he curado, ni me he querido curar de aquella fiebre. No hay un primer libro: hay unos personajes, una historia que es como un sueño… A ese periodo pertenece La isla del tesoro y las historias de Celia y Cuchifritín. Hay un libro que me hizo pensar que los libros estaban escritos por otro, por una persona que vivía en el mismo mundo que yo. Fue el Quijote. Leí o al menos revolví las páginas del Quijote a edad temprana. Y guardo un buen recuerdo de aquellos maestros que me ofrecieron la ocasión de hacerlo. 

Prohibir la lectura, a ver si así...

Antonio Orejudo. Escritor

Recuerdo la colección de Los Cinco, de Enid Blyton. Los leí, pero nunca fui consciente de que leía. Fue una experiencia preliteraria. Lo más parecido a sumergirme en un videojuego. A la lectura me enganché de adolescente, con Hermann Hesse, Cortázar y Benedetti.

Para fomentar la lectura, lo mejor sería prohibirla. Sé que suena a boutade, pero no se me ocurre otro modo de despertar la curiosidad. Hay una medida menos radical, pero no sé si tan eficaz: que los maestros lean a los niños en clase. Que elijan historias adecuadas, con una cierta intriga, e interrumpan la lectura en lo más interesante. 

Nadie lleva nunca un libro en la mano

Isaki Lacuesta. Director de cine

La primera novela que leí fue Los piratas del Halifax, en la misma edición que mi padre leyó de niño. En la portada, un pirata aferrado salta al abordaje hacia nosotros, directo a por el lector: las palabras del libro te asaltaban igual. Yo empecé a leer porque veía que mis padres disfrutaban leyendo. Todo lo demás, palabrería. Siempre habrá quien se aburra con cualquier placer extremo. Eso no es problema de los profesores. Si los padres nos pasamos el día con el móvil y no existe ni un referente social al que nuestros hijos vean leyendo en público (nadie lleva libros en las películas, ni en la tele, ni en la publicidad), no echemos la culpa a la escasísima lectura obligatoria: me obligaron a leer a Foix y aún lo agradezco.

Contra la visión academicista

Sara Mesa. Escritora

Lo primero que leí con verdadero placer fue Mortadelo y Filemón. Ahí adquirí vocabulario, el hábito de la lectura y la adicción por la relectura… y de ahí pasé a los libros.

Las lecturas escolares son un desastre. Se enseña historia de la literatura, no literatura en sí. Predomina una visión academicista y obsoleta, y los profesores tienen poco margen porque hay que cumplir los programas. Los chicos vinculan la lectura con la obligación escolar, cuando en realidad debería ser justo lo contrario. 

Para leer, primero hay que escuchar

Alicia Martín. Artista

Me viene a la memoria Rayuela de Cortázar. Tendría unos quince años. Recuerdo el vértigo que sentí al ver que la misma historia se podía contar de maneras distintas. No creo que los “almacenes de libros” fomenten la lectura. La condición humana se ha caracterizado siempre por la necesidad de contar y escuchar historias. El origen del gusto por la lectura está en hablar y escuchar, en incentivar la curiosidad. Lo urgente hoy es que aprendamos a escuchar. 

¿Cuándo leer el Quijote? Todavía no

Juan Soto Ivars. Escritor

El libro que me enganchó fue Hambre, de Knut Hamsun. Primero fue su prosa y sus hallazgos. Hamsun fue doscientos días al colegio y ganó el Nobel. En su vejez se dejó hipnotizar por los nazis. Quedó maldito, y con razón. Pero su gravísimo error político me enseñó que hay que separar la obra del autor. Que debemos defender la obra incluso de los crímenes de su autor.

La lectura está mal planteada en la escuela. Deberían enganchar a los niños a la lectura, y no hacerles comulgar con las ruedas de molino del Quijote a una edad en la que es vital que el niño se vea reflejado en la vivencia lectora. La enseñanza debería, primero, enganchar y después enseñar las joyas, cuando el alumno ya sepa que el libro puede ser más alucinante que la PlayStation. 

Tú te lo pierdes

Ernesto Caballero. Director y autor de teatro

El primer libro que me fascinó fue Viaje al centro de la tierra. Ese viaje a lo desconocido dispara las ensoñaciones del lector y recuerda la Divina Comedia. De fondo se percibe una pátina de verosimilitud del Verne visionario. No soy muy partidario de la imposición. Defiendo más bien el placer individual. Si un niño no quiere leer, hay que dejarle claro que él se lo pierde. La clave está en hacerle sentir que su renuncia a la lectura le aleja de un gran placer y de una oportunidad de ser más feliz. Si, además,esos personajes de los realitis que se pasan el día tumbados alguna vez salieran leyendo un libro... 

Que los libros te hablen

Eduardo Chapero Jackson. Director de cine

Recuerdo The History of Luminous Motion de Scott Bradfield. Lo leí con 18, había sido lector antes, pero esta novela me habló como si hubiese una gramática del alma. A la lectura hay que enganchar mediante la identificación emocional, eso que de repente te habla a ti y que expresaba las cosas que no sabías cómo decir. Es entonces cuando la semilla ya está plantada para descubrir la aventura del lenguaje. Recuerdo una profesora americana de literatura que una mañana sin decir una palabra nos puso en clase la canción Killing an Arab de The Cure para comenzar a presentarnos la lectura de La nausea de Sartre. Nos conquistó. Eso sí lo entendíamos, eso sí nos hablaba a nosotros. 

Visibilizar la lectura como algo divertido

Dolores Redondo. Escritora

Los cuentos me introdujeron a la lectura. El puntito de crueldad aleccionadora y la posibilidad de transitar entre dos mundos en los que todo podía ocurrir, sigue siendo la base de las historias que me gustan. En cuanto al fomento de la lectura, algunos educadores ya han dado un paso en la dirección adecuada dejando que sean los niños quienes propongan lecturas escolares. Debemos invertir en campañas de visibilización de la lectura como algo cotidiano, divertido, social y accesible. Eso además acotaría la piratería. 

El niño raro que lee

Guillermo Heras. Director de teatro

Me inicié con las lecturas de los grandes autores de aventuras: Verne, Salgari. Y también estoy muy orgulloso de la lectura apasionada que hacía de El capitán Trueno. Ya un poco después me impresionó La busca de Baroja. Los malos métodos educativos en mi generación hicieron mucho daño. En mi bachillerato no recuerdo un solo maestro que nos introdujera en el placer de la lectura. De hecho yo era un “niño raro” por lo mucho que me gustaba leer. Y no podemos olvidar que gran parte de la literatura atractiva estaba fuera de cualquier opción de lectura por culpa de la censura. Desconozco qué selección de obras se hace hoy, pero imagino que seguirá habiendo demasiada canonización y más para un tiempo en que la cultura audiovisual o el cómic debe ser preferente en las mentes juveniles. De cualquier manera estoy en contra de cualquier cosa obligatoria. 

Rastros de lectura, niveles de complejidad

Cristina Lucas. Artista

Recuerdo La cabeza del dragón de Valle Inclán. Lo leí a los seis o siete años, y para mí era solo un cuento de dragones y caballeros. Cuando llegué al instituto, me enteré de que mi hermano lo estaba estudiando cuando me lo regaló y de que la obra tenía muchos aspectos críticos. Es bonito descubrir esos rastros y entender que la literatura tiene niveles de complejidad que dependen del lector. 

La narrativa se consume hoy más en formato audiovisual. Las series y documentales han desplazado, al menos en parte, al libro. Eso no quiere decir que sean excluyentes, pero satisfacen la misma necesidad de historias y desde hace poco es posible consumirlas sin estar sujeto a los horarios del cine o de la televisión. Funcionan como un libro en ese sentido, lo abres cuando quieres. 

A favor de ciertas lecturas obligatorias

Borja Cobeaga. Director de cine

Recuerdo El retrato de Dorian Gray de Wilde. Conocía la historia porque me la había contado mi madre. Me enganchó por lo siniestro del asunto, que para un chaval que entra en la pubertad esas cosas oscuras resultan fascinantes. Leer no es algo pasivo como ver una película. Creo que también pasa que cada lector es diferente y que tiene sus propias lecturas.

A lo mejor alguien se engancharía a un thriller de LeCarré pero jamás debería leer a Foster Wallace. Por otro lado, creo que las lecturas obligatorias deben existir. No sé si funcionan, pero eso no significa que no haya libros que deban ser lectura obligada en las escuelas. 

Curiosidad, asombro por lo desconocido

Manuel Martín Cuenca. Director de cine

Recuerdo los libros de Enid Blyton. La aventura, el misterio, la identificación con los protagonistas. Supongo que pensaba: de mayor quiero ser como ellos.

Los que se aburren con la literatura es porque no han leído nunca o porque no han leído sobre lo que les apasionan, o porque no tienen pasión, que también es posible. Creemos que el mundo lo mueve la pasión, pero en realidad lo mueve la indiferencia. Para mucha gente asomarse por la ventana y mirar da pereza. Supongo que te tienen que enseñar de pequeño. O quizás la curiosidad y el asombro por lo desconocido vengan en el ADN. 

Inculcar el amor a los libros

Juan Pérez Floristán. Pianista

Lo primero que me enganchó de verdad a la lectura fue Astérix y Obélix y Mortadelo y Filemón, que leía obsesivamente (¡aún sigo devorándolos!).

Tengo claro que no hay que impartir Lengua y Literatura desde una perspectiva historicista, es decir, partiendo del presupuesto de que para empezar a leer hay que empezar por los fundamentos de la literatura e ir “de atrás para adelante”. El Conde Lucanor y La Celestina les quitaron las ganas de leer a demasiados compañeros míos. Lo importante es inculcar el amor a la lectura y no imponer estas lecturas tan áridas a un chaval de 14 años. 

Súbditos de lo inmediato

Ramón Andrés. Escritor

No tengo el recuerdo exacto de una primera lectura, pero me ha quedado, de mis primeros años, la fuerte impresión que me causaban los mundos de Verne y la grandeza de los héroes de la Ilíada, de la que tenía una versión abreviada y con viñetas. Yo tendría unos siete años.

Creo que se ha perdido el sentido de la espera. Hoy, todo es inmediato. La lectura es un proceso, un camino a veces intrincado. Leer exige tiempo, y es algo que, en general, no se está dispuesto a emplear. Este tiempo de pensar, aburre a muchos porque no procura una satisfacción instantánea. Somos súbditos de la inmediatez, que, por naturaleza, es lo contrario de la literatura. Y una cosa más: lo que no es visual carece hoy de valor. 

En el presente

Cristina Garrido. Artista

Comenzó a interesarme leer con los libros de Roald Dahl. Supongo que porque no trataba a los niños de manera infantil como otro tipo de cuentos. Pero recuerdo que los que me engancharon verdaderamente, como buena millennial, fueron los libros de la serie Pesadillas, que leía sin parar. Recuerdo que me gustaban sus portadas, que tenían relieve y brillaban en la oscuridad.

Pienso que las escuelas no fomentan que los jóvenes descubran lo que les interesa ni les orienta. A veces las lecturas obligatorias llegan demasiado pronto como para poder entender nada de las obras. Tampoco se buscan maneras de relacionar esas obras con el presente; hacerlas contemporáneas para que el alumno sienta que puede relacionarse con ellas.

Lectura menos reflexiva, probablemente peor

Félix Sabroso. Cineasta

Seguramente lo que más me impactó de joven fueron los relatos de Carver. Esa literatura abierta que permitía despertar al imaginario. No solo me invitaban a leer más. Me invitaban a escribir. Agradezco haber leído en mi formación libros que quizá no leería ahora. Creo que se han cambiado los hábitos de acercamiento a la ficción, creo que vivimos una época donde Internet, los móviles nos hacen leer de otra manera. Más breve, menos reflexiva, probablemente peor, seguro, pero me esfuerzo en no ser negativo y me trato de adaptar a este tiempo para que también será mí tiempo. Por ejemplo valoro mucho la condensación expresiva y permito que una simple foto de Instagram, o el acercamiento a un relator un poema a través de la red me acerque a un autor o dispare igualmente mi imaginario. 

miércoles, 23 de noviembre de 2016

Se venden cientos de comics en Bethel

Varias cajas enteras de Cimoc, Metal Hurlant, Makoki, El Víbora, El Jueves, Cairo, Creepy etc. Hay cosas bastante raras; también venden revistas de rock y libros sobre música ligera moderna. En Bethel.

martes, 3 de mayo de 2016

Fahrenheit 451

Es una de las películas más inquietantes que he visto, Fahrenheit 451 de François Truffaut, sobre una novela de Ray Bradbury. Hoy tendría más sentido hacerla que antes, porque la cultura audiovisual está aplastando a la escrita. La escena en la que la mujer se quema viva entre sus libros me conmocionó.

1. Avance, o, como se suele decir, trailer.
2. El discurso del jefe de bomberos.
3. Película pirateada completa. Véase especialmente a partir de 47 minutos 12 segundos. Es una escena que me impresionó y a la que pertenece la imagen de abajo. 

En El nombre de la rosa también se quema una biblioteca. Se oponen apocalípticos e integrados:

4. La risa y el segundo libro de la Poética de Aristóteles


5. Artículo mío sobre la quema de libros en la literatura.

martes, 26 de mayo de 2015

Cada vez cierran más librerías en España



Winston Manrique Sabogal "Dos librerías se cierran cada día en España", El País, 26 V 2015:


I

La eternidad literaria no siempre protege del olvido. Lo saben en El Toboso, Zalamea y Fuente Obejuna, emblemáticos lugares cuyos lectores no disfrutan de una sola librería. La vida los ha igualado a los de otros 7.310 municipios españoles en los que tampoco pueden comprarse libros. Solo hay librería en 807 municipios españoles. Y la tendencia es a la baja: cada día se cierran dos.

Donde antes había libros ahora hay de todo… menos libros. Hay silencio. No se salva ni Barcelona, capital de la edición en español. Allí, un McDonald’s ha reemplazado a una librería emblemática como Catalònia. En otra vitrina, antes compartida por Homero o por el último best seller, hay piezas antiguas para ser subastadas en Internet. En eso, en pujas online, quedó convertida Proa Espais, del Grup Enciclopèdia Catalana, que cerró por la caída en ventas y por el alto coste del alquiler.

Una sombra imparable que el año pasado cerró 912 de estos locales, a la vez comercios y espacios culturales. Una amenaza que ronda las 3.650 librerías que sobreviven, las tradicionales e independientes, medianas y pequeñas, muchas de las cuales se apoyan en venta de papelería. Lo hacen en un país donde reconoce leer con frecuencia no más del 30% de las personas. Y si alguna de ellas vive en uno de los 7.310 municipios que carecen de librerías y un día quiere comprar una obra, deberá buscarse la vida en varios kilómetros a la redonda, según el informe Observatorio de Librería 2014, de la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros (Cegal).

Aunque del olvido y las cenizas, a veces surge la vida. Una de esas vidas la crearon Olga Federico, Mireia Perelló y Tono Cristofol y la llamaron La impossible. Está en Barcelona. En 2012, ante la delicada situación de la librería Proa Espais, donde Federico y Perelló trabajaban, se implicaron en salvarla buscando locales y explorando fórmulas para revivirla. En vano. El 31 de enero de 2013 quedaron en el paro. Al día siguiente, delante de un café y en medio de la tristeza, se dijeron: “¿Y por qué no montamos una librería?”. Así, de la calle Roselló 232 pasaron seis meses después a abrir una puerta a la lectura en el 212 de la calle Provenza.

Del olvido y las cenizas, a veces surge la vida. Una de esas vidas la crearon Olga Federico, Mireia Perelló y Tono Cristofol y la llamaron La impossible. Está en Barcelona.

Solo que su criatura iba a estar más acorde a los tiempos de reinvención: una librería especializada en literatura catalana y humanidades pero sin descuidar la oferta general, y con la vocación de empezar a crear un fondo de calidad y ensayo, y con un rincón para los niños; a la vez, convirtieron La impossible en un punto de encuentro con presentaciones, recitales de poesía y talleres infantiles. Además, cada mes una editorial protagoniza el ciclo de charlas con los lectores titulado precisamente así, Protagonista. Todo divulgado en Facebook y su blog. “Encontramos una gran solidaridad en la gente del sector y en la familia… Todos echaron una mano. Fue algo muy especial”, recuerdan Federico y Perelló.

A unas ocho horas de allí por carretera, en El Ejido (Almería), el matrimonio formado por Manuel García Iborra y Matilde Gómez Flores llevan 13 años haciendo algo parecido en la librería Sintagma. Es la única de la zona y se ha convertido en un agente cultural clave de un municipio de rápido enriquecimiento debido a la agricultura de invernadero, y con alto porcentaje de inmigrantes. El Ejido, el Mar de plástico, era también un mar de ausencias culturales. Eso animó a este filólogo y a la psicopedagoga a abrir su librería. García dice que “es una zona de trabajadores agrícolas, no universitarios y con bajo índice de lectura, pero donde los padres quieren que sus hijos lean”.

Se especializaron en literatura infantil y juvenil y artículos aledaños al libro, sin descuidar las novedades. Luego empezaron a destacar las obras de autoedición. "No hay que subestimar los libros que editan los propios autores porque es una realidad social importante y en muchos de ellos hay calidad”, recomienda García Iborra. Y allí, en El Ejido, está Círculo rojo, uno de los sellos más grandes de autoedición de España.

Sintagma es el espejo del destino vivido por el libro en este siglo: auge, descenso y supervivencia. Cuando empezó en 2002 no había nada parecido en la zona, el ascenso de de la industria del libro alcanzó techo con una facturación de 3.789 millones de euros, luego llegó el despeñadero que ha llevado las cifras a 2.700 millones de euros, igual que en 1994. La razón: la confluencia de la crisis económica, la jubilación de un modelo de negocio ante el nuevo paradigma digital, la irrupción de operadores globales y virtuales, cambios de hábitos de consumo y poco fomento y promoción de la lectura. Aunque aun así el libro es la industria cultural que más aporta a Producto Interior Bruto (PIB), 0,7% (todas las industrial culturales representan el 3,7%).

“Todos esos números son reales, pero también ha sido el momento de la reinvención, de mostrar lo recursivos que podíamos ser”, asegura García Iborra. “Aunque desde el comienzo yo no esperé a que el cliente viniera, sino que salíamos a buscarlo a través de diferentes actividades hasta convertirnos en el punto de referencia literario de la zona”. Una gestión por la cual ganaron el Premio a la Mejor Librería Cultural.

Sintagma es la única en El Ejido y se ha convertido en un agente cultural clave de un municipio de rápido enriquecimiento debido a la agricultura de invernadero, y con alto porcentaje de inmigrantes.

Es un martes de mayo. Debajo de unos affiches de Geronimo Stilton y Yoda, de La guerra de las galaxias, los autores Juan Pardo Vidal, Miguel Ángel Muñoz, Miguel Naveros y Carlos Maleno debaten ante un grupo de personas en la librería sobre la importancia de recomendar lecturas más complejas y no solo best sellers. La función del librero, afirma Miguel Naveros, “debe reafirmarse como prescriptor y ayudar a crear lectores de calidad”.

Es lo que hacen desde 1968 María Teresa Castells e Ignacio Latierro en la librería Lagun, de San Sebastián. A lo largo de casi cinco décadas les tocó afrontar no solo los vaivenes del sector, sino también la mirada de reojo del franquismo, primero, y los ataques del entorno de ETA, después, en forma de pintadas, amenazas y cócteles molotov contra su antigua sede de la Plaza de la Constitución en la Parte Vieja donostiarra (hoy se encuentra en un local del centro de San Sebastián). Desde el comienzo, recuerda Latierro, parlamentario vasco por el PSOE (1995-1998), han buscado representar “además del compromiso político, la defensa de la cultura democrática. Y esa pluralidad y carácter abierto no ha gustado a ciertos sectores”.

Si La impossible surgió de unas cenizas y Sintagma en medio del olvido, a Lagun le ha tocado luchar contra los elementos externos...

A lo largo de casi cinco décadas, Lagun, les tocó afrontar no solo los vaivenes del sector, sino también la mirada de reojo del franquismo, primero, y los ataques del entorno de ETA, después, en forma de pintadas, amenazas y cócteles molotov.

Creada en el corazón de San Sebastián, uno de los primeros ataques que Lagun recibió fue 1976 cuando le colocaron un explosivo. Otro grave fue en las Navidades de 1995 con un incendio, a la vez que arrojaron pinturas, “pero el 26 de diciembre la gente nos hizo continuar cuando empezaron a llegar y a comprar los libros manchados con pintura. Luego en el 2000 fue el atentado casi mortal al marido de María Teresa, José Ramón Recalde, exconsejero vasco de Educación y Justicia, que reduce las garantías. Pero varias personas crean una sociedad y compran el local donde estamos ahora”.

Hoy su panorama es hoy parecido al del resto de librerías. “El problema no es el supuesto duelo libro de papel y el digital”, analiza Latierro. El cambio más importante, agrega, "es el de prácticas de consumo cultural y cambio de la función del libro en el marco de la cultura. Se ha perdido su valor, la capacidad de crear lectores por parte del sector, se ha resquebrajado la red de confianza de los lectores por la calidad de las editoriales, así como la capacidad de prescripción por parte de los medios de comunicación especializados y en la jerarquización de la información cultural. Todo eso se resume en una crisis del ecosistema cultural del libro”.

Es una renovación y revolución silenciosas donde las librerías se adaptan a una nueva era en la que no basta con tener asegurado un lugar en la eternidad literaria o en la tradición comercial. Ahí están sin librería en El Toboso, el lugar donde don Quijote vio a la emperatriz de sus sueños, tras leer los libros de caballería que lo convirtieron en ingenioso hidalgo. Tampoco hay en Zalamea, donde Calderón de la Barca situó su drama de honor. Ni en Fuente Obejuna, donde Lope de Vega sublevó al pueblo contra el alcalde.

En tierras de El cid la historia es otra. En Burgos está la librería más antigua de España. Más de 150 años después, lucha cada día como si fuera el primero. Su secreto es parecido al de una de las más nuevas y singulares en Málaga donde el futuro empieza a echar raíces.

En España existen librerías en 807 municipios. No cuentan con ninguna 7.310 localidades, de las que 7.282 tienen menos de 25.000 habitantes, según los datos del Observatorio de Librería 2014,elaborado por Cegal.

En total, existen 3.650 librerías independientes, tradicionales. No se incluyen las grandes superficies ni en cadena.En 2014, cerraron 912 y nacieron otras 226, es decir que se cerraron por término medio 2,5 librerías cada día. Las ventas han caído un 18,7% desde 2011, pasando de 870 millones de euros ese año a 707 millones en 2014.

Hay 7,8 librerías por cada 100.000 españoles. La primera comunidad es Galicia, con 14,4, seguida por La Rioja (11,9) y Canarias (11). En términos absolutos, el mayor número de librerías abre sus puertas en la Comunidad de Madrid (el 17,1% del total nacional). Le siguen Andalucía (12,1%) y Cataluña (11,8%).

En cuanto a tipología, la mayoría es general de proximidad (35,4%). Le siguen general de fondo (27,9%), especializadas (27,6%) y general con especialización (9,25%).

Sólo el 1% factura más de un millón y medio de euros al año. Entre 600.000 y un millón y medio, se sitúan el 4,7%; entre 300.000 y 600.000, el 9,8%; entre 150.00 y 300.000, el 17,7%; entre 90.000 y 150.000, el 14,8%; entre 30.000 y 90.000, el 28,6%, y menos de 30.000, el 23,4%.

II

W. M. S., Librerías en la encrucijada, 2: El futuro y las siete vidas del gato, El País, 27-V-2015:

Segunda etapa del viaje por las librerías: ¿qué tienen en común la 
librería más antigua de España y algunas de las recién llegadas?


Un rincón de cuentacuentos y otro de Cuentogatos es el secreto que une los 164 años que separan la librería más antigua de España de una de las más nuevas y singulares. La primera abrió en Burgos en 1850 bajo el nombre de Hijos de Santiago Rodríguez, hoy llevada por la quinta y sexta generación de la familia; la segunda se inauguró en Málaga, hace diez meses, como Librería de Los Gatos.

Es el arco de la vida de las librerías españolas, bajo el cual han desaparecido en los últimos cinco años 2.237 de las 5.887 que existían en 2009. Las de Burgos y Málaga representan el pasado y el presente, que se hace porvenir con una estrategia parecida: diversificar las técnicas para seducir al lector, tener vendedores y propietarios que sepan de libros y mimen a sus clientes, fomentar y promover la lectura de los más pequeños, abrirse camino como espacios culturales que los diferencie de los demás y moverse en el ciberespacio como gatos por su casa.


Solo quedan 103 librerías fundadas antes de 1940, del total de 3.650 que sobreviven. La más antigua es la citada de Burgos: Hijos de Santiago Rodríguez. Desde 1960, se ubica bajo los soportales de la plaza Mayor. Su emplazamiento original estaba detrás, en un local de la calle Laín Calvo. “Aún recuerdo cuando iba de pequeña y la librería olía a madera, y el uniforme de las vendedoras era con una chaquetilla”, dice Mercedes Rodríguez Plaza, responsable del local, donde trabaja con sus dos hijas: Lucía, encargada de Internet, y Sol, coordinadora de las actividades culturales.

La llegada de los años malos, desde 2008, le ha enseñado a buscar nuevas rutas y tratar de reconvertirse, cuenta esta profesora, dedicada a la librería desde comienzo de este siglo. Esa escuela le permite decir que “hay que estar atentos a los gustos de los lectores, como cierta poesía romántica y narraciones fantásticas por las que los jóvenes preguntan ahora”. Y empezar por los niños.

En la buena literatura infantil, sobre todo en gallego, y los álbumes ilustrados se ha especializado Marxe, en A Estrada (Pontevedra). Galicia, con 305 locales, es la comunidad con mayor número de librerías por cien mil habitantes (14,4), muy por encima de la media nacional (7,8).


Xan Astorga abrió Marxe hace tres años, en mitad de la crisis económica y del sector. Parecía una locura, pero confió en su experiencia, pues a principios de los noventa trabajó en una librería, luego en una editorial, después montó una librería con otros amigos, hasta que en 2010 salió de allí: “¿Y, ahora, qué camino cojo?”. Astorga volvió entonces a la casilla de salida, pero ya por su cuenta. Desde 2012, pasa la mitad de sus días en unos cuarenta metros cuadrados llenos de libros, en especial para los niños, que completa con la venta de papelería. “El problema es que se están acabando los lectores”, advierte. Y apostilla: “¿Qué podemos esperar de un país donde el periódico más leído es el Marca?”.

Para contrarrestar ese sino, Carmen María Vela García ha creado la Librería de Los Gatos, en Málaga. Esa especialización se le ocurrió en el penúltimo minuto. Toda la vida había querido abrir una librería infantil, pero intuía que algo faltaba. La singularización que busca todo librero, sobre todo en estos tiempos.

A ella, que le gustan los gatos desde los cuatro años, cuando su padre le enseñó a acariciar uno, de repente supo que su animal preferido y su presencia temática en los libros para su crianza y cuidado y su protagonismo en la literatura, más de lo que nadie se imagina, era la clave. De esta forma, desde el 11 de julio de 2014, la malagueña calle Fajardo, 4 tiene una librería dedicada a una mascota. La segunda parte del local se dedica a la literatura infantil, con énfasis en volúmenes ilustrados y de gran formato, y la tercera, a los artículos alrededor del mundo del gato y los libros.

Al fondo, a la izquierda, está el secreto que la une con aquel local de Burgos abierto en 1850, un espacio aquí llamado El rincón del Cuentogatos, a veces con música y canciones en vivo. Hay una pizarra, libros, juguetes y una pequeña mesa redonda con sillas en forma de gato que los niños, cuando ven todo eso desde la calle, entran hasta allí como felinos. Y detrás de ellos sus padres a rescatarlos… pero, al final, se quedan un rato más porque se topan con la coartada perfecta para reencontrarse con una parte de sus gustos y debilidades.

Esas especializaciones son parte de la metamorfosis que viven las librerías. Todas buscan las siete vidas del gato al saltar al mundo digital y reinventar las estrategias del pasado. El éxito del futuro está en el pasado, a veces.

Mañana, tercera y última entrega: De la diversidad analógica al mundo digital.