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miércoles, 23 de noviembre de 2016
Se venden cientos de comics en Bethel
Varias cajas enteras de Cimoc, Metal Hurlant, Makoki, El Víbora, El Jueves, Cairo, Creepy etc. Hay cosas bastante raras; también venden revistas de rock y libros sobre música ligera moderna. En Bethel.
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jueves, 9 de julio de 2015
El Jabato y el filólogo
Jon Juaristi, "Jabatos", en Abc, 11/07/2010
El Mundial hace aflorar imágenes ancestrales, a contrapelo de la erosión posmoderna de la identidad nacional
Tratándose de San Fermín, eran previsibles metáforas taurinas, pero brillaron por su ausencia. Después del partido, fue José Antonio Camacho el primero en referirse a los de la Roja como «jabatos». Lo hizo a continuación Del Bosque, reiteradamente, e incluso algún jugador, no recuerdo si Alonso o Ramos, definió a Puyol con el mismo término. Mi hijo Íñigo, de ocho años, terminó por preguntarme qué significaba esa palabra.
Del Bosque, de 1950, y Camacho, cinco años más joven, crecieron seguramente, como yo, leyendo las aventuras del Jabato, aquel rebelde ibero contra Roma, que crearon, en 1958 y para los tebeos de Bruguera, el guionista de El Capitán Trueno, Víctor Mora, y el dibujante Francisco Darnís. Para mitigar la relación entre ambos héroes, Mora recurrió a un seudónimo —R.Martín—, pero resultaba demasiado obvio que el Jabato se inspiraba en su antecesor medieval, nacido para el arte secuencial en 1956, y ello a pesar de las diferencias de estilo entre Darnís y el dibujante del Capitán Trueno, Ambrós (es decir, Miguel Ambrosio Zaragoza).
El Jabato, por cierto, no habría podido llamarse así en la Hispania romana. Jabato es un derivado romance del arabismo jabalí («montés»), por analogía con voces como lobato (de lobo). No sabemos cuál era el equivalente ibérico de jabato, pero podría estar emparentado con el vasco urde («puerco» o «puerco montés»), del que proceden dos variantes como nombre de persona correspondiente a jabato: Ordoño y Urco, ambos formados sobre la raíz urde con sendos sufijos diminutivos. Urco desarrolló una forma femenina románica, Urraca. Lo malo es que dichos nombres no se documentan antes de la Edad Media.
El nombre ibérico del Jabato habría podido ser Endobeles o Indíbil, como el del cabecilla ilergete que luchó contra los romanos en el Pirineo oriental. Endobeles era también el nombre del dios más popular de la antigua Iberia, cuyo significado vendría a ser «el negrísimo», y al que se representaba como un jabalí o en figura humana acompañado de un jabalí. Adorado por gentes de toda la península, se le tenía por una divinidad infernal a la que los guerreros consagraban sus armas. En lápidas de la época romana aparece bajo la forma Endobelico, un diminutivo cariñoso que delata su reducción a diosecillo familiar. Sí: Endobelico habría podido ser el nombre totémico del Jabato, pequeño dios-jabalí.
En el folclore español, jabalíes y jabatos siguieron vinculados al trasmundo hasta tiempos muy recientes. Quizá la cercanía del latín porcus y de Orcus u Orco, la divinidad romana del infierno, propició la aparición de la figura del Huerco, el gran jabalí negro que el romancero identifica con la Muerte. La temible espada de los iberos, que los romanos denominaban falcata por encontrarle semejanza con la hoz, se parece, en realidad, a un gran colmillo de jabalí. Los guerreros ibéricos se consideraban jabatos de Endobeles, como el Camborio, de García Lorca, que clavaba sobre las botas enemigas mordiscos de jabalí. Bon colp de falç o de falcata. Es curioso que esta memoria ancestral nos rebose por las orejas al conjuro del gol de un catalán o de la dentellada de un andaluz sobre la bota de Podolski, hazaña también digna de recordación.
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viernes, 15 de abril de 2011
Chistes editoriales
Soy un aficionado al humor gráfico. Es casi lo único que me interesa de forma constante en los diarios. Creo en el humor, he reflexionado sobre el mismo más de una vez. A veces un chiste define más un tema que un largo ensayo sobre el mismo.
Forges es sólo un costumbrista; lo demuestra incluso en su sensibilidad ante el lenguaje, algo poco habitual entre los humoristas gráficos. Es ingenioso y muy creativo, y también un artista comprometido. Lo único que me molesta de él es lo impostado de su ingenuismo, aunque lo entiendo y aun lo defiendo. Se puede decir que es la antítesis de Máximo, su antes colega en El País. Máximo es un intelectual un poco gilipollas y pedante y no sabe dibujar, aunque con todas esas manías y en su estilo es de lo mejor que hay. Peridis es sólo un copión de los humoristas gráficos franceses. Gallego y Rey tienen muy mala leche, hay que reconocerlo, a veces ponen el dedo en el ojo de forma incomparable; cuando están poco inspirados, sin embargo, suelen caer en cierto automatismo de fórmulas, y se les nota. Son los únicos humoristas gráficos a los que han echado de un periódico (El País) por su ácido inconformismo e independencia. Y, último, más no menos importante, el mala leche superior, un filósofo del humor que domina forma y fondo, discípulo digno de Goya y Solana, El Roto, el mejor de todos, un genio. Se podría hacer una tesis sobre él. No le han echado de ningún periódico porque, de hecho, juega en otra galaxia donde no pueden identificarse nombres propios, sino la lucha a bayoneta y sangrienta de las ideas abstractas.
Forges es sólo un costumbrista; lo demuestra incluso en su sensibilidad ante el lenguaje, algo poco habitual entre los humoristas gráficos. Es ingenioso y muy creativo, y también un artista comprometido. Lo único que me molesta de él es lo impostado de su ingenuismo, aunque lo entiendo y aun lo defiendo. Se puede decir que es la antítesis de Máximo, su antes colega en El País. Máximo es un intelectual un poco gilipollas y pedante y no sabe dibujar, aunque con todas esas manías y en su estilo es de lo mejor que hay. Peridis es sólo un copión de los humoristas gráficos franceses. Gallego y Rey tienen muy mala leche, hay que reconocerlo, a veces ponen el dedo en el ojo de forma incomparable; cuando están poco inspirados, sin embargo, suelen caer en cierto automatismo de fórmulas, y se les nota. Son los únicos humoristas gráficos a los que han echado de un periódico (El País) por su ácido inconformismo e independencia. Y, último, más no menos importante, el mala leche superior, un filósofo del humor que domina forma y fondo, discípulo digno de Goya y Solana, El Roto, el mejor de todos, un genio. Se podría hacer una tesis sobre él. No le han echado de ningún periódico porque, de hecho, juega en otra galaxia donde no pueden identificarse nombres propios, sino la lucha a bayoneta y sangrienta de las ideas abstractas.
martes, 1 de febrero de 2011
Crisis de la historieta
Tereixa Constenla, "Se puede vivir del cómic... hecho en París", El País, 1-II-2011.
En un lugar llamado España hubo un tiempo en el que se vendían más de siete millones de tebeos al mes. Se ofertaban en cualquier esquina, en miles de reductos conocidos como quioscos. Había historias sobre espías torpes, albañiles chapuzas y casposas comunidades de vecinos. Fuese por inteligencia o mordacidad, entre los lectores triunfaban los antihéroes. La factoría que saciaba aquella voracidad se llamaba Bruguera.
Luego los lectores crecieron, una guerra por petróleo disparó el precio del papel, se difundieron los videojuegos y nuevas formas de entretenimiento juvenil. Los tebeos se marchitaron, Bruguera cayó. En el mundillo, un cataclismo. "Fue como si cerrase la General Motors", compara Carles Santamaría, director de la Feria Internacional del Cómic de Barcelona. Fue la muerte del tebeo. El sector entró en coma. Eran los noventa.
Enjuiciar la salud actual de la industria del cómic obliga a recordar los antecedentes. El diagnóstico no es simple. Comparada con los días de vino y rosas, vive una época de tiradas timoratas -el gran superventas de los últimos años, Arrugas (Astiberri), de Paco Roca, va por los 30.000 ejemplares-. Si pensamos en los ruinosos noventa, la situación es floreciente (incorporación de nuevos lectores, proliferación de tiendas especializadas y presencia en grandes superficies). ¿Da para vivir del cómic? No.
Bueno, un momento. Los autores españoles no pueden vivir del cómic español (salvo contadas excepciones) pero... pueden vivir del cómic extranjero. El cómic exporta talento a mansalva. Algo novedoso. Santamaría calcula que unos 60 autores trabajan para editoriales de Francia o Estados Unidos. El Salón del Cómic de Barcelona contribuye a que el idilio no decaiga: en la última edición propiciaron 300 entrevistas entre editores extranjeros y creadores españoles.
El éxito tiene un claro efecto bumerán. Si un español triunfa en Estados Unidos o Francia, las editoriales españolas (incluidas aquellas que le hayan ninguneado en sus días de perfecto desconocido) lo recibirán con los brazos abiertos. Lean algunos ejemplos.
Blacksad (Norma editorial), una de las series más vendidas en Francia, es una creación de Juan Díaz Canales y Juanjo Guarnido. El asunto arrancó en aquellos tiempos malos. "En España era la época de la crisis más profunda. Juanjo ya vivía en París, había trabajado para Disney y nos animamos a intentarlo allí", revive Juan Díaz Canales (Madrid, 1972). El primer Blacksad, un cómic de género detectivesco con animales como personajes, arrancó con 30.000 ejemplares que se volatilizaron en un mes. Desde entonces la serie que edita Dargaud para el mercado franco-belga ha vendido más de 200.000 ejemplares. "Hemos entrado en un club muy selecto, muy pocas series venden esas cifras", reconoce el guionista Díaz Canales.
En España también es un éxito, aunque la tirada esté a años luz. "Es casi matemático, la proporción es de 1 a 10 respecto a Francia", explica. Blacksad se acerca a los 20.000 ejemplares, una menudencia comparada con el mercado vecino pero un superventas frente a las tiradas medias españolas, que oscilan entre 1.000 y 2.000 volúmenes.
El guionista Juan Torres (Málaga, 1972) paseó El velo por varias editoriales y revistas españolas sin despertar interés. Avalado por anteriores trabajos (entre ellos CSI) tanteó el mercado en Estados Unidos, donde anteponen las series a las historias propias. "Fueron un poco reticentes pero probaron y funcionó bien, ahora se ha traducido al español", cuenta. Y sin sorna añade: "Estamos todos locos por publicar en España, pero las editoriales prefieren comprar los derechos para traducir, mucho más barato que producir una obra".
Jaime Martín (Barcelona, 1966) aborrece a los superhéroes. Cuando cerró El Víbora, revista de cómic de adultos donde había recreado historias de sexo, drogas y rock'n'roll generacionales, miró hacia Estados Unidos y concluyó que tenía cero opciones y cero interés. "Si el concepto de héroe me echa para atrás, al de superhéroe, un tipo con el pijama apretado y el calzoncillo por fuera, lo detesto. Si estás dispuesto a dibujar cualquier cosa y eres rápido puedes vivir de ello, pero quería dibujar mis propias historias".
El manga japonés, el otro gran mercado mundial, tampoco le sedujo. Quedaba Francia, el tercer coloso. Le costó vender su primer álbum hasta que un agente lo hizo por él a la misma editorial que antes le había rechazado. Ahora su último trabajo, Todo el polvo del camino (Dupuis en Francia, Norma editorial en España), una historieta sobre la Gran Depresión con ecos de John Steinbeck y aroma a Dorothea Lange escrita por el brasileño Wander Antunès, ha vendido en Francia unos 7.000 ejemplares y en España, más de un millar.
Unas cifras alejadas de las 18.000 copias que vendió Martín de su primer álbum, Sangre de barrio, en 1990. Tiempos aún de alegrías. "No sé por qué ha pasado pero las tiradas han ido disminuyendo continuamente desde la primera guerra del Golfo. Mi teoría es que hay demasiadas opciones de ocio y tienes que escoger, no hay dinero para ir al cine, comprar tebeos y videojuegos a la vez", expone. Su predicción es apocalíptica: "El cómic se extinguirá o se convertirá en algo minoritario, como la poesía. Y tampoco será una catástrofe, pero ¿qué sentido tendrá cuando puedas tener sensaciones virtuales?".
Díaz Canales, Torres y Martín viven, con sus matices, del mercado exterior. Porque también los royalties generados por sus ventas en España llegan a través de las editoriales extranjeras que tienen los derechos sobre sus álbumes en todo el mundo. De esta paradoja no se ha librado ni el exitoso Arrugas, premio Nacional del Cómic en 2008.
Paco Roca (Valencia, 1969), tras algunas obras en revistas y el álbum El juego lúgubre (La Cúpula), miró a Francia. "Vi que era un mercado fuerte, se vende más y también se paga más". Un agente colocó Arrugas en Francia, donde recibió buenas críticas y logró unas ventas medianas (entre 10.000 y 13.000). Y entonces Astiberri compró los derechos para España y se desató el fenómeno: las ventas del cómic donde Roca desnuda con ternura exquisita los estragos del alzhéimer se desmadraron. En dos años han superado los 30.000 libros. De cada ejemplar, la editorial francesa matriz se lleva entre el 8 y el 10%. Con su siguiente álbum, Las calles de arena, se repitió este circuito: derechos para todo el mundo en manos de la francesa Delcourt. En este proceso, el papel de la editorial española es mínimo, su riesgo escaso y sus ganancias estrechas.
Pero en 2010, Astiberri, una pequeña editorial fundada hace diez años por tres socios que no aspiraban a hacerse ricos y sí a disfrutar del trabajo, recuerda Laureano Domínguez, uno de los socios, se decidió a dar el paso y producir el nuevo título de Paco Roca, El invierno del dibujante. Salió a la calle a finales del año pasado y lleva 12.000 ejemplares despachados. Cuando se traduzca en otros países, Astiberri hará caja por los royalties. Pleno al quince. "Ganaría más dinero si trabajase para el mercado francés, pero por el idioma, la cercanía y las influencias me resulta perfecto trabajar como hemos hecho con El invierno del dibujante", se sincera Roca, dispuesto a repetir la experiencia en su próximo trabajo.
El escaso riesgo de las editoriales españolas -que facturan al año unos 90 millones de euros- es uno de los reproches más comunes entre los dibujantes. "Comprar derechos es más barato que producir un álbum", reitera Roca.
En 2010, según Carles Santamaría, solo el 15% de las novedades que llegaron al mercado español fueron títulos producidos en casa. Un porcentaje que coincide con la actividad de Glénat. Entre los 200 títulos que sacó a la calle el año pasado, el manga fue hegemónico: el 60%. La producción propia rondó entre el 15% y el 20%, entre ellos un álbum en el que Félix Sabaté, editor jefe de Glénat, se empeñó especialmente: Quince años en la calle, el cómic autobiográfico en el que Miguel Fuster narraba su vida como sin techo.
"Personal y profesionalmente prefiero la producción propia, es más gratificante trabajar con el autor mano a mano. Además, cuando tú produces algo, todos los derechos son para ti", sostiene Sabaté. La compra de un título en el exterior, la opción más barata y sencilla, tiene sus desventajas. "Es un arma de doble filo porque puedes explotar la licencia unos años pero no siembras, mientras que un autor que llevas tú es alguien que puedes tener en catálogo y sin catálogo estás muerto", concluye el editor de Glénat.
Sabaté es de los que ven el vaso medio lleno. "Quien se queja es un quejica. Estamos mejor que nunca. Hemos ocupado el espacio que antes las grandes superficies dedicaban al DVD. El lector especializado va a las tiendas y el ocasional, a las grandes cadenas". Ahora bien, si Mireia Pérez (Valencia, 1984), ganadora del premio de la FNAC y Sins Entido para editar una novela gráfica, le pidiese consejo sobre su futuro, Sabaté sería claro. No le recomendaría que abandonase otra ocupación para vivir del tebeo. "Es difícil, casi imposible ganarse la vida con el cómic", dice el editor.
Los 10.000 euros que recibirá Mireia Pérez son como una beca que le permitirá desarrollar su historia. La próxima vez, cuando pugne con el mercado, podrá aspirar a un anticipo sobre las ventas. Los autores ponen la creatividad y reciben un escuálido 10%. Las editoriales ponen el riesgo y se quedan entre un 30% y un 40%. El resto es para los distribuidores y librerías, una parte del negocio que sí da de sí: hay ya casi 240 tiendas especializadas en España. "Lo más importante en el mercado español, que es el segundo en Europa y está en plena transformación", sentencia un optimista Carles Santamaría, "es el recorrido que nos queda".
lunes, 11 de octubre de 2010
Retales y recuales
Son las vísperas de algo y, como siempre, se me carga el subconsciente. Hace unos días tuve unos sueños complejos, maravillosos, creo que a consecuencia de la agradecida digestión de dos litros de té con limón, que me gustaría ahora poder recordar... Esperemos que se repitan, como suele suceder con mis sueños, algo que creo es muy común; muchos son unos auténticos obcecados y siguen rondando la nocturna luz de mis neuronas durante años.
A fin de dar mulé al gandul que llevo dentro voy a cambiar mis rutinas para oxigenar algo mis ideas; no quiero volverme un apéndice del sofá y creo que un mero cambio de posición GPS hará milagros: iré a instalarme todos los días de seis y media a siete y media más o menos al Guridi. Aprovecharé esos momentos para, con ayuda de esos cuadernos de canutillo que me gustan tanto, ordenar mis ideas y tomar notas y apuntes para mi trabajo y escritos; creo que me vendrá bien este cambio de contexto para agitar mis estrecheces. Además, ya no se fuma en ese garito tan frecuentado por los ultraicos. Para animarme, vi la película Buried... , sobre un tema de comedia ya tratado por Poe, ese genio. Lo que más me hizo gracia fue la llamada del abogado de la compañía de seguros; yo la recomendaría a cualquiera que abuse del móvil, para ver si se desengancha, pero no me animé, la verdad, y aconsejo a Zapatero que la vea, a ver si se cura, arsa pilili, de la alegría sevillana de la que goza. Hubiera preferido ver El gran Vázquez, pero su actor protagonista me causa urticaria; la mítica biografía de Manolo, de quien tantas historietas he leído, que viene a ser como el último pícaro del Siglo de Oro, merece los cinco eurazos que vale la entrada, aunque la crítica no dice ni fu ni fa. A mí me gustaba sobre todo su mendaz y autobiográfico Vázquez perpetuamente perseguido por una banda de sastres letales y tramposos, su Angelito, el bebé gitano abandonado y anarquista, siempre dando botes por el campo en su orinal, el decimonónico Abuelo Cebolleta (ya por entonces me identificaba con el XIX) y la abuelita Paz, que repartía su descomunal bondad a todo el mundo dividiendo su minúscula pensión en moneditas de diez céntimos, recibiendo en pago el desprecio universal de todo ese mundo; sin embargo, no lograba entrar en el mundo de las hermanas Gilda -he vuelto a revisar Gilda, y maravillosa película, donde se dice aquello de "el mundo es un lugar muy grande, lleno de gente muy pequeña". Vázquez, que conoció de chico a uno de los discípulos de Ramón, el absurdista Jardiel Poncela, como Fernando Fernán Gómez, otro anarquista, era tan vago que solía llevar a su agente secreto, Anacleto, de misión al desierto para así no tener que pintar tantos paisajes de fondos de viñeta... ¿Se cree que se me pasaba el ardid? Ni por un momento, tío.
Mi sexto sentido me advierte de algo y sin saber muy bien por qué, leo El Mundo. Sé que entre sus redactores hay varios ciudarrealeños, como bien me canta el archivo de periodistas que llevo para mi Historia de la literatura manchega; trae un reportaje en las páginas de economía sobre diversos manchegos del gremio de la manganza. La fuente es el informe inédito del Banco de España sobre la intervención de CCM, que descubre, como afirma el editorial, la sustracción, o "impropio manejo incontrolado", si hemos de ser políticamente correctos, de 60 millones de euritos por el miguelturreño Antoñito Barco, el hermano de Ignacio y casi ahijado de Sacomán, el balomaniaco posesor del galardonado club entrenado por Tálant, el Bárbaro, y arrimado a los bonos para ser uno de ellos ("no sigas a ningún líder...").
De qué cosas se entera uno, qué escándalos, por Dios; si yo hablara de todo lo que me cuentan... No quiero ser venenosillo, así que callaré y dejaré en paz a los reductores de cabezas, para que sigan haciendo su estéril tarea abonando la paz de los cementerios y predicando la palabra del Mercado, el Clemente, el Misericordioso. Jeffry Lane ha adaptado Women on the verge of a nervous breakdown de Amodólar y la estrena en Broadway con canciones de David Yazbek y una dirección y plantel de actores atiborrado de premios Tony... La espectación es mucha salvo aquí, en La Mancha, donde eso no cunde. Pero como yo me entero de todo lo pongo aquí.
El Tea party está recaudando una cantidad espectacular de dinero para combatir a Obama: el negro ha tocado los cigotos de la América más profunda con las dos tremendas reformas que ya lleva: la de la seguridad social y la de política energética; ahora, además, quiere sacar a los americanos del mundo árabe. El que llaman Anticristo, que extrañamente no ha sido asesinado todavía, lo va a tener crudo para poder lavar algo la deturpada conciencia del paleto americano medio.
He visto el blog de Paquito Chaves, que sigue aprendiendo cosas todavía a sus sesenta añitos de edad, por ejemplo a escribir blogs. He aquí alguien entregado a la escritura, al que más de una vez le he pedido que redacte unas memorias, pero se niega pertinazmente a ello e insiste en escribir, y bien, sus artículos y ensayos en el Lanza.
Se discute en mi casa la compra de un can como regalo navideño colectivo; Paloma prefiere un pastor alemán, o un siberiano, pero eso no se puede tener en un piso; yo quiero un amigo pequeño y lo más bastardo e hideputa posible, a más de salvado de la perrera municipal, como un nuevo Boudu sauvé des eaux, quien creo recordar perdía un perro lanudo antes de caer al agua y que lo rescatara el bouquiniste. Es la única que me gusta del muy plasta de Jean Renoir. El pedigree de los perros de raza casi siempre es fruto de consanguinidad e incesto y acaban, como las estirpes de faranones egipcios, siendo físicamente víctimas de malformaciones genómicas, como la misma Duquesa de Alba, que tiene más sangre azul que el mismo rey y es creo que veintiséis veces grande de España. Que tenga un hoyo por boca y unos pelos dignos de la Medusa, además de una jeta industrial y una piel de momia a medio resucitar no dice mucho en favor de los genes de postín, aunque hay que reconocer que la fertilidad es un carácter nobiliario muy potenciado, como cualquiera puede ver en las fotos en bolas del rey publicadas en Italia o de uno de los de la línea de sucesión, el conde Lecquio, que también fue pillado en esas, aunque esta vez por dinero.
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miércoles, 1 de octubre de 2008
Buenos ratos con los tebeos e historietas Bruguera
He pasado muy buenos ratos con los tebeos e historietas de la Editorial Bruguera. Tal vez, incluso, a ellos debo mi afición a leer. Desarrollaron no sólo mi imaginación, sino la de miles de niños en una época confusa, plana y huérfana como era la de los últimos años de Franco. Fui un auténtico perseguidor de historietas en mi infancia en Puertollano, a través de bibliotecas, amigos o tiendas donde se intercambiaban tebeos a cambio de poquísimo dinero. Ahora no hay cosas así y los jóvenes no tienen ni tebeos ni tiendas de esa clase, y ni siquiera pueden leerse novelitas de a duro: así les va. Ni tienen imaginación, ni afición a leer; al menos unos cuantos. Yo, y muchos otros como yo, pudimos por el contrario acceder a cantidades ingentes de lectura.
Los primeros tebeos que leí fueron los de Pulgarcito, luego DDT, Tiovivo, Mortadelo; los rivales TBO, Strong y Pumby tampoco estaban nada mal; recuerdo en especial las creaciones del genial y llorado Vázquez: su homónimo, el moroso que huía de los sastres, la abuelita Paz, Angelito, Anacleto, agente secreto; la familia Cebolleta, con el abuelo que contaba batallitas. También andaban por ahí Carpanta, Mortadelo y Filemón, el Capitán Trueno (que fue el primer español que se ligó a una sueca), acompañado del inefable Goliath y de Crispín, con guiones de Mora; el Corsario de Hierro, Dani Futuro, que estaba muy bien dibujado y tenía buenos guiones; Supernova etcétera; nunca comulgué con los comics extranjeros franceses: aborrecí a los Pitufos y no terminaban de gustarme del todo los Asterix; prefería los norteamericanos de la Marvel (el Spiderman de la pistola y el de Stan Lee, del que no me resigno a que no sea el viudísimo inconsolable de Gwen; los Cuatro fantásticos, los Vengadores, pese a toda la patriotería de Nick Furia y el Capitán América; la Masa, a quien insisten en llamar Hulk y en Sudamérica llaman La Mole; la Patrulla X, El motorista fantasma, Luke Cage, que hacía de Aquiles negro; Thor, que se las tenía tiesas con el maligno Loki y me hizo aprender mitología escandinava; El doctor Extraño, etc...), pero siempre aborrecí a Supermán y a Batman; también me iban los españoles vanguardistas de Trinca: Ventura y Nieto, Haxtur, el cómico Yago Veloz, etc; Mafaldas las leí todas, con sus inseparables Manolito, gallego emigrado devoto de la Virgen del puño; Miguelito, emigrantillo italiano fantasioso y ególatra; Felipe, acomplejado y timidísimo; Libertad, pequeña y bravucona; Guille, anarquista como un pequeño Guillermo Brown; Susanita, marujita y cotorrona, etcétera; siempre le tuve una especial devoción al belga Tintín y sobre todo al capitán Haddock, de poliédricos insultos, en su castillo del Loira. A Los cuatro ases, también, aunque no sean muy conocidos; me los leí todos en la Biblioteca Municipal de Puertollano. Por leer, incluso leí comics tan raros como los marcianos de Diego Valor, que hallé preguntándole a una ancianita de la Calle Santa Lucía del mismo lugar, si mal no recuerdo, o los del Guerrero del Antifaz y Roberto Alcázar y Pedrín, estos últimos sosísimos, mariconísimos e insoportabilísimos, (más de uno pensaba que la relación que existía entre Roberto Alcázar y Pedrín era la misma que entre Trueno y Crispín y entre Batman y Robin...) los de Flash Gordon -de los que prefería la versión moderna más que la antigua a todo color y en libro-, los del Espectro que camina, los de Mikros, y una lista interminable a que no puede bastar cuenta cierta.
Ya he perdido ese tren, y, por ejemplo, estoy, aunque no del todo, casi medianamente pez de lo que es la novela gráfica y sus autores, los últimos éxitos o hits del cómic (que prefiero llamar historieta) etcétera. No sabía quién coño era el autor de 300 ni de Sin City, ni conocía el comic en que se inspira la nueva y apocalíptica película de Hollywood que se está preparando.
Los primeros tebeos que leí fueron los de Pulgarcito, luego DDT, Tiovivo, Mortadelo; los rivales TBO, Strong y Pumby tampoco estaban nada mal; recuerdo en especial las creaciones del genial y llorado Vázquez: su homónimo, el moroso que huía de los sastres, la abuelita Paz, Angelito, Anacleto, agente secreto; la familia Cebolleta, con el abuelo que contaba batallitas. También andaban por ahí Carpanta, Mortadelo y Filemón, el Capitán Trueno (que fue el primer español que se ligó a una sueca), acompañado del inefable Goliath y de Crispín, con guiones de Mora; el Corsario de Hierro, Dani Futuro, que estaba muy bien dibujado y tenía buenos guiones; Supernova etcétera; nunca comulgué con los comics extranjeros franceses: aborrecí a los Pitufos y no terminaban de gustarme del todo los Asterix; prefería los norteamericanos de la Marvel (el Spiderman de la pistola y el de Stan Lee, del que no me resigno a que no sea el viudísimo inconsolable de Gwen; los Cuatro fantásticos, los Vengadores, pese a toda la patriotería de Nick Furia y el Capitán América; la Masa, a quien insisten en llamar Hulk y en Sudamérica llaman La Mole; la Patrulla X, El motorista fantasma, Luke Cage, que hacía de Aquiles negro; Thor, que se las tenía tiesas con el maligno Loki y me hizo aprender mitología escandinava; El doctor Extraño, etc...), pero siempre aborrecí a Supermán y a Batman; también me iban los españoles vanguardistas de Trinca: Ventura y Nieto, Haxtur, el cómico Yago Veloz, etc; Mafaldas las leí todas, con sus inseparables Manolito, gallego emigrado devoto de la Virgen del puño; Miguelito, emigrantillo italiano fantasioso y ególatra; Felipe, acomplejado y timidísimo; Libertad, pequeña y bravucona; Guille, anarquista como un pequeño Guillermo Brown; Susanita, marujita y cotorrona, etcétera; siempre le tuve una especial devoción al belga Tintín y sobre todo al capitán Haddock, de poliédricos insultos, en su castillo del Loira. A Los cuatro ases, también, aunque no sean muy conocidos; me los leí todos en la Biblioteca Municipal de Puertollano. Por leer, incluso leí comics tan raros como los marcianos de Diego Valor, que hallé preguntándole a una ancianita de la Calle Santa Lucía del mismo lugar, si mal no recuerdo, o los del Guerrero del Antifaz y Roberto Alcázar y Pedrín, estos últimos sosísimos, mariconísimos e insoportabilísimos, (más de uno pensaba que la relación que existía entre Roberto Alcázar y Pedrín era la misma que entre Trueno y Crispín y entre Batman y Robin...) los de Flash Gordon -de los que prefería la versión moderna más que la antigua a todo color y en libro-, los del Espectro que camina, los de Mikros, y una lista interminable a que no puede bastar cuenta cierta.
Ya he perdido ese tren, y, por ejemplo, estoy, aunque no del todo, casi medianamente pez de lo que es la novela gráfica y sus autores, los últimos éxitos o hits del cómic (que prefiero llamar historieta) etcétera. No sabía quién coño era el autor de 300 ni de Sin City, ni conocía el comic en que se inspira la nueva y apocalíptica película de Hollywood que se está preparando.
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