Jon Juaristi, "Jabatos", en Abc, 11/07/2010
El Mundial hace aflorar imágenes ancestrales, a contrapelo de la erosión posmoderna de la identidad nacional
Tratándose de San Fermín, eran previsibles metáforas taurinas, pero brillaron por su ausencia. Después del partido, fue José Antonio Camacho el primero en referirse a los de la Roja como «jabatos». Lo hizo a continuación Del Bosque, reiteradamente, e incluso algún jugador, no recuerdo si Alonso o Ramos, definió a Puyol con el mismo término. Mi hijo Íñigo, de ocho años, terminó por preguntarme qué significaba esa palabra.
Del Bosque, de 1950, y Camacho, cinco años más joven, crecieron seguramente, como yo, leyendo las aventuras del Jabato, aquel rebelde ibero contra Roma, que crearon, en 1958 y para los tebeos de Bruguera, el guionista de El Capitán Trueno, Víctor Mora, y el dibujante Francisco Darnís. Para mitigar la relación entre ambos héroes, Mora recurrió a un seudónimo —R.Martín—, pero resultaba demasiado obvio que el Jabato se inspiraba en su antecesor medieval, nacido para el arte secuencial en 1956, y ello a pesar de las diferencias de estilo entre Darnís y el dibujante del Capitán Trueno, Ambrós (es decir, Miguel Ambrosio Zaragoza).
El Jabato, por cierto, no habría podido llamarse así en la Hispania romana. Jabato es un derivado romance del arabismo jabalí («montés»), por analogía con voces como lobato (de lobo). No sabemos cuál era el equivalente ibérico de jabato, pero podría estar emparentado con el vasco urde («puerco» o «puerco montés»), del que proceden dos variantes como nombre de persona correspondiente a jabato: Ordoño y Urco, ambos formados sobre la raíz urde con sendos sufijos diminutivos. Urco desarrolló una forma femenina románica, Urraca. Lo malo es que dichos nombres no se documentan antes de la Edad Media.
El nombre ibérico del Jabato habría podido ser Endobeles o Indíbil, como el del cabecilla ilergete que luchó contra los romanos en el Pirineo oriental. Endobeles era también el nombre del dios más popular de la antigua Iberia, cuyo significado vendría a ser «el negrísimo», y al que se representaba como un jabalí o en figura humana acompañado de un jabalí. Adorado por gentes de toda la península, se le tenía por una divinidad infernal a la que los guerreros consagraban sus armas. En lápidas de la época romana aparece bajo la forma Endobelico, un diminutivo cariñoso que delata su reducción a diosecillo familiar. Sí: Endobelico habría podido ser el nombre totémico del Jabato, pequeño dios-jabalí.
En el folclore español, jabalíes y jabatos siguieron vinculados al trasmundo hasta tiempos muy recientes. Quizá la cercanía del latín porcus y de Orcus u Orco, la divinidad romana del infierno, propició la aparición de la figura del Huerco, el gran jabalí negro que el romancero identifica con la Muerte. La temible espada de los iberos, que los romanos denominaban falcata por encontrarle semejanza con la hoz, se parece, en realidad, a un gran colmillo de jabalí. Los guerreros ibéricos se consideraban jabatos de Endobeles, como el Camborio, de García Lorca, que clavaba sobre las botas enemigas mordiscos de jabalí. Bon colp de falç o de falcata. Es curioso que esta memoria ancestral nos rebose por las orejas al conjuro del gol de un catalán o de la dentellada de un andaluz sobre la bota de Podolski, hazaña también digna de recordación.
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