I
Ricardo de Querol, "Karen Armstrong: Nuestro laicismo está pasado de moda", en Babelia, suplemento cultural de El País, 20-VI-2015:
A los 18 años se metió a monja católica, pero admite que era “una monja muy mala”. En vez de seguir esa vocación, Karen Armstrong (Wildmoor, Worcestershire, 1944), inglesa de ascendencia irlandesa, dedicó su vida a conocer a fondo todas las creencias —cristianismo, islam, judaísmo, budismo o hinduismo— desde fuera de los dogmas. Se alejó de la fe, pero tampoco se define como agnóstica: su religión ahora es el estudio de las religiones.
Frente al activismo ateo, un laicismo que considera agresivo y los crecientes recelos contra el islam, Armstrong defiende una visión comprensiva del hecho religioso y, sobre todo, de la tendencia humana a la búsqueda de la espiritualidad. Miembro del grupo de expertos para la Alianza de Civilizaciones en la ONU, Armstrong es autora de 25 libros sobre este tema, articulista en prensa, conferenciante en foros como el TED, que le dio su premio anual en 2008, y promotora de la Carta por la Compasión, un documento que aboga por el entendimiento entre culturas y credos. Su iniciativa recabó la firma de premios Nobel de la paz como el Dalai Lama o Desmond Tutu, de la reina Rania de Jordania, el empresario Richard Branson o los músicos Peter Gabriel y Paul Simon.
Tiene dos obras traducidas al español en las estanterías de novedades. Una es la reedición de Historia de la Biblia (Debate), escrita en 2007, en la que explica el origen de los libros y la evolución de cómo se ha interpretado desde que se pusieron por escrito tradiciones orales diversas de Israel y Judea hasta hoy. La otra es Campos de sangre. La religión y la historia de la violencia (Paidós Orígenes), de este 2015, en la que combate la idea de que la intolerancia o el terrorismo vengan implícitos en la tradición religiosa. Más bien al contrario, explica cómo el nacimiento de esas creencias favoreció la solidaridad en las muy crueles sociedades agrícolas del primer milenio antes de nuestra era. No es tan reciente, pero sí imprescindible, su Islam, de 2001 (reeditado por Debate en 2013), en el que intenta combatir la ignorancia sobre esa cultura.
Recibe en una coqueta casa adosada, situada en una tranquila calle rodeada de tiendas de antigüedades del barrio londinense de Islington. El hogar parece un museo romántico por su mobiliario tradicional. Y alberga enormes bibliotecas hasta en el hueco de la escalera.
PREGUNTA. Sostiene que las religiones hacen bien a la gente. Pero ¿están en lo cierto? ¿Existe un dios, un cielo?
RESPUESTA. En el mundo moderno, tenemos una idea muy primitiva de Dios: que hay algo allá arriba que creó el mundo y escribió un libro, que sabe las cosas y piensa como nosotros... Esa idea de los primeros libros de la Biblia es un paquete para principiantes, algo con lo que empezar. Mucha gente en Occidente oye hablar de Dios por primera vez igual que de Papá Noel. Dios refleja una capacidad de los seres humanos, de su mente, de tener experiencias trascendentes.
P. La religión ¿es una creación humana?
R. Sí.
P. ¿Y está perdiendo terreno según avanza la ciencia y el racionalismo?
R. Está perdiendo terreno en Europa, pero Europa se está quedando muy pasada de moda en su secularismo. En otros lugares la gente se está haciendo más religiosa, para bien o para mal. En la religión hay de todo, como en el arte, el sexo o la gastronomía. Hay excelente arte, o sexo, y muy malo. La idea de que la religión es dañina no es muy inteligente.
En el mundo moderno tenemos una idea muy primitiva de Dios. La gente oye hablar de él la primera vez como de Papá Noel.
P. Richard Dawkins nos dijo que no debemos educar a los niños en el pensamiento mágico, ni en dioses ni en hadas
R. Dawkins tiene una idea muy equivocada de la religión. Creo que los chicos deben ser educados no de una forma sectaria, pero sí para entender la religión porque es un hecho en la vida humana. Igual que la cultura o la economía.
P. ¿El laicismo puede ser intolerante?
R. Sí puede serlo, como la religión, porque somos gente agresiva. Hay quien dice que la religión está detrás de todas las guerras, pero aquí en Occidente tuvimos dos guerras mundiales, el Holocausto, el gulag, Hiroshima. La Revolución Francesa fue un gran momento en la historia europea pero causó miles de muertes.
P. Pero no es intolerante separar religión y política.
R. Creo que esa es una buena idea, y es una buena idea para la religión. Porque una vez que la religión tiende lazos con los aparatos del Estado pierde muchos de sus ideales. El problema es que en muchas partes del mundo la secularización se hizo de forma agresiva. El sha de Irán Reza Phalevi utilizaba a hombres armados para quitar el velo a las mujeres. Y ordenó al Ejército usar las armas contra cientos de manifestantes pacíficos. Hubo cientos de muertos. Tenemos el caso de Egipto, que tuvo campos de concentración para los Hermanos Musulmanes, o de Atatürk, relacionado con prácticas de limpieza étnica. En muchas partes del mundo el secularismo no ha sido liberador. Debemos avanzar en la secularización pero de forma gradual. A nosotros nos llevó tres siglos y se quiere hacer en unas pocas décadas, sin que se desarrolle naturalmente. No es algo que se pueda imponer desde el exterior.
P. Dice que en ausencia de religión, la gente busca experiencias místicas en la música, el sexo o las drogas.
R. Buscamos experiencias trascendentes, salir momentáneamente de nosotros mismos, en el arte, en la belleza, en el sexo. Es algo que forma parte de la humanidad. Antes de que existieran los museos o el disco compacto, la forma de buscar el arte era la religión. Como el mejor arte, la religión da la posibilidad de escapar del horror que nos rodea y buscar sentido para nuestras vidas.
P. Señala que el fundamentalismo es un fenómeno muy moderno, una reacción a la colonización, el laicismo, Darwin o la Ilustración. ¿De verdad nadie interpretaba literalmente los libros sagrados en el pasado?
R. No.
R. No.
P. Y dice que a los autores de la Biblia no le importaban las incoherencias. ¿De verdad no importan?
No podemos pensar que esos libros descendieron del cielo. La Biblia es una biblioteca elaborada durante siglos. No sabemos cuál fue el uso original de esos libros. Se convirtieron en algo sagrado después de la caída del templo de Jerusalén en el siglo VI antes de Cristo. Los judíos hicieron de la Biblia su templo. Cada vez que uno se enfrentaba a los textos sagrados tenía que usar su imaginación para encontrar un sentido diferente para su comunidad. Los católicos no leen mucho la Biblia. Es una colección de libros muy difícil. Calvino vio que muchos científicos estaban preocupados porque los descubrimientos contradecían los textos; y él respondió que si Júpiter es más grande que la Luna, no había problema porque la Biblia no está hablando de astronomía. Si quieres saber de astronomía ve a otro lugar. Mucha de la gente que lee la Biblia literalmente es calvinista, pero Calvino no lo habría aprobado. La doctrina de que cada palabra de la Biblia es cierta, como el controvertido dogma católico de la infalibilidad del Papa, surgió a finales del XIX. Fue un deseo de encontrar certezas en un mundo moderno en que todo se cuestionaba, como un niño buscando seguridad.
P. Pero mucho antes de esos fundamentalismos existió, por ejemplo, la Inquisición.
R. Sí, pero eso no iba sobre la Biblia. La Inquisición iba sobre todo sobre política interna en un tiempo en que España se enfrentaba a la amenaza del imperio otomano, estaba en la línea del frente, había caído Granada y el país tenía unas comunidades musulmana y judía. Se intentó unir al país luchando contra un enemigo común. Lo que llamamos herejía es casi siempre política.
P. Tampoco fue un fénomeno limitado a España.
R. No, lo tuvimos también aquí. La Inquisición mató a menos gente que lo que los católicos y protestantes mataron en Europa tras la reforma. Pero se convirtió en un símbolo del catolicismo ante los protestantes, símbolo del horror absoluto.
P. La España de los Reyes Católicos ¿perdió una oportunidad histórica de convertirse en un ejemplo de país multicultural para Europa occidental cuando expulsó a musulmanes y judíos?
R. Absolutamente. En España había convivencia. Cuando se introdujeron esas medidas muchos españoles se horrorizaron. El antisemitismo es algo característico de Europa occidental que no tenían los musulmanes.
P. Algunos autores creen que se ha idealizado la convivencia en Al Andalus
R. Cuando la gente convive siempre hay tensiones. Era mucho mejor de lo que ocurría en el resto de Europa.
P. La cristiandad y el islam llevaban siglos guerreando. Pero ¿cuál es el origen del antisemitismo?
R. El islam era lo que hoy son los Estados Unidos. Estaba en todas partes. En un momento en que, tras la caída del imperio romano, Europa cayó en un nivel muy bajo de civilización y desarrollo, aunque no España gracias al islam. En el siglo XIV, empezó la modernización que nos transformó de una economía agraria en una comercial. Eso ocurrió en las ciudades. A los judíos se les asociaba con esa nueva economía, que fue una ruptura social.
P. Usted defiende que el Corán es un mensaje de paz.
R. Sí.
P. Y que Mahoma fue más un pacificador que un guerrero.
R. A diferencia de Jesús, Mahoma se convirtió en jefe de Estado cuando todo Estado tenía que hacer la guerra. Cuando fue atacado por La Meca, tuvo que combatir. La historia dice que Mahoma levantó un imperio sobre todo mediante la diplomacia. Nosotros en Occidente tenemos la idea de que el Corán es sobre la yihad. La yihad y sus derivadas aparecen más de 40 veces en el Corán, solo en diez referidas a la guerra. La yihad también es la mejora personal, compartir con los pobres. Mahoma llevó la paz a Arabia y gestionó la unificación mediante la diplomacia.
P. Tanto en el Corán y la vida de Mahoma como en la Biblia uno puede encontrar justificaciones para la violencia.
R. El Corán tiene una actitud mucho más positiva hacia las demás religiones que ninguna escritura hasta ese momento. Dios le dice a Mahoma que la diversidad religiosa es parte de su deseo.
P. ¿Qué piensa cuando grupos violentos como el Estado Islámico proclaman que son los auténticos musulmanes?
R. Mucha de la militancia en el Estado islámico no era particularmente religiosa sino que procede del régimen de Sadam Husein, socialista y laicista.
P. Pero ¿por qué es tan magnético el Estado Islámico para tantos jóvenes occidentales? ¿Hay una motivación religiosa en los que marchan a combatir?
Los jóvenes que van a combatir no lo hacen movidos por el Corán, sino por el sufrimiento de los musulmanes
R. Es complicado. A muchos jóvenes que fueron a la yihad contra la Unión Soviética en Afganistán, y luego a Al Qaeda, no les movía la lectura del Corán sino por las imágenes de sufrimiento en el mundo islámico, en Palestina, en Líbano. Más recientemente en Abu Ghraib. Oficiales de la CIA que han entrevistado a personas en Guantánamo, después del 11-S, descubrieron que la mayoría eran conversos que no sabían mucho del islam. Dos jóvenes que abandonaron el Reino Unido hacia Siria hace un año habían encargado en Amazon un libro: Islam for dummies (El islam para torpes), lo que dice mucho del nivel de su compromiso religioso. No es muy distinto a lo ocurrido durante la Guerra Civil española, cuando mucha gente viajó allí a combatir el fascismo. La gente joven ama el combate particularmente. Para muchos es excitante, como un videojuego, se sienten vivos. Una de las cosas que más motiva para la guerra es el aburrimiento. Lo entiendo porque cuando entré en el convento miré a mi alrededor y dije: esto parece algo grande. Quería vivir intensamente. Y muchos miembros de las comunidades musulmanas en las sociedades occidentales no se siente en casa.
P. ¿Es la democracia compatible con el islam? Algunos lo dudan porque esa religión, en teoría, aspira a dominar la vida pública.
R. Sí lo es. Todas las religiones son así, la idea de una religión como algo privado y personal es algo moderno. Hasta el siglo XVIII, era conceptualmente imposible para los cristianos separar la religión de la política. Sería como sacar la ginebra del cóctel. Pero el islam está lleno de tradiciones que encajan con la democracia muy bien. Durante las manifestaciones en París tras los atentados contra Charlie Hebdo y contra la comunidad judía, se pedía libertad y se defendían valores de la Ilustración, y se decía que los musulmanes no se adaptan al mundo moderno porque no han tenido una Ilustración. La Liberté era un valor de la Ilustración. Pero no había libertad para los esclavos africanos trabajando en las plantaciones americanas, ni para los nativos americanos cuando los fundadores de EE UU se inspiraban en la Ilustración. Para la Ilustración, los derechos humanos eran solo para los europeos. John Locke no solo defendía la esclavitud en las colonias, sino el derecho del amo a matar al esclavo. Otro ejemplo: la democracia en Egipto a partir de la independencia fue un chiste malo.
P. Y parece seguir siéndolo: el expresidente Morsi ha sido condenado a muerte
R. Por un gobierno secular. Esta gente es peor que Mubarak. Es una dictadura militar. Mucha gente en esa región no tiene tradición democrática, porque han vivido o en el mundo colonial o en dictaduras sostenidas por nosotros. Ellos no tienen autodeterminación.
P. ¿Necesita el Islam una reforma, como ha escrito la escritora holandesa de origen somalí Ayaan Hirsi Ali?
R. Sí, y hay movimientos en ese sentido. Pero cuidado, porque nuestra reforma en el siglo XVI fue catastrófica por las muertes que provocó. A veces la reforma puede ser dura, cruel e intolerante. Lutero no era un hombre tolerante: él odiaba a católicos, judíos, mujeres, turcos y a cualquiera que le llevara la contraria. En cuanto al islam, es muy difícil para la gente ser creativa cuando está siempre a la defensiva. Es difícil encontrar el espacio.
P. ¿Es usted Charlie?
R. Sí.
P. Algunos escritores se han opuesto al premio del PEN a Charlie Hebdo por sus ofensas a los sentimientos religiosos.
R. Es triste que tengamos que expresar nuestra libertad insultando a la gente. Tenemos que recordar que caricaturas de este tipo han sido utilizadas en el pasado contra los judíos antes de que empezara el holocausto, preparando a los alemanes para el genocidio. Es verdad que Charlie Hebdo satirizaba todo, y que gente del periódico dijo que lo último que querían era ser antimusulmanes.
P. Meterse con una religión no es exactamente lo mismo que insultar a personas.
R. De acuerdo. Pero ¿por qué hacerlo? Creo que insultar a cosas o a personas es contraproducente. No me preocupa ese tipo de crítica, pero sí que se fomenten estereotipos que hacen que la gente piense de determinada manera. En un momento en que tratamos, pero no muy en serio, de crear una sociedad global, mostrarnos arrogantes y poco respetuosos es peligroso. En Occidente debemos aprender que compartimos el planeta con iguales y no con inferiores.
Un Dios temible, un Jesús misterioso
En Historia de la Biblia, Armstrong explica como el judaísmo primitivo integró tradiciones orales de Israel y Judea, entonces dos territorios separados. Unas sobre un dios compasivo y otras sobre un dios colérico. Elohim y Yahvé.
P. Antonio Muñoz Molina ha escrito que Yahvé es “el personaje más inquietante que ha inventado nunca la literatura ”.
R. Tiene que leer sobre Indra en India, o Thor en Escandinavia. Son los dioses de la guerra. Ninguno de esos dioses era omnipotente, sino fuerzas de la naturaleza. Reflejaban el aspecto terrible de la vida, el horror, la crueldad, los desastres naturales. Gradualmente, a lo largo de los siglos, esos dioses de la guerra se convirtieron en símbolos de la trascendencia.
P. Sabemos muy poco del Jesús histórico fuera de los Evangelios, que se escribieron un siglo después de su nacimiento. ¿Fue Pablo de Tarso el fundador del cristianismo como lo conocemos?
R. Uno de ellos. El que conocemos mejor. Es el primer escritor cristiano cuyos textos han sobrevivido. Es importante saber que antes del siglo XVIII los escritores que escribían historia o biografías no pretendían ser factuales. Hoy lo esperamos, porque tenemos la habilidad de serlo. Estudiamos restos arqueológicos, textos antiguos.
P. Y usted explica cómo la idea cristiana primitiva se impregnó de filosofía de la Grecia clásica después.
R. Todas las tradiciones tienen que evolucionar constantemente para decir algo y tener sentido para la gente muchos siglos después. Las religiones tienen que evolucionar o están muertas.
P. Defiende el entendimiento interreligioso. Y sugiere a los cristianos que reconozcan a Mahoma, los judíos a Jesús, ambos a Buda…
R. No todo el mundo está preparado para eso. Pero es arrogante decir que una sola fe tiene la verdad.
P. Todas las religiones pretenden ser la única verdadera.
R. Eso es ego humano. Como cuando decimos que nuestro país es el mejor.
Palabra de Armstrong
La Alianza de Civilizaciones. “Pienso que aún es una buena idea tratar de analizar las causas del extremismo, pero ha perdido parte de su espíritu. Se hacen largos discursos, pero ¿qué vamos a hacer prácticamente? Nos queda mucho trabajo concreto por hacer.
El debate del velo. Prohibir el uso del pañuelo islámico, como en Francia, “es contraproducente. Cuando se prohíbe, muchas mujeres se lo ponen otra vez. No quiero ni que les pongan el pañuelo a las mujeres ni que les pongan ropa occidental. Tampoco nuestra forma de vestir es sagrada”.
El sexismo. “Todas las religiones son patriarcales, porque son controladas por hombres. Además, el fundamentalismo se rebela contra la modernidad, y la mayor participación de la mujer es una seña de modernidad. Pero, en su origen, el cristianismo y el islam tenían un buen mensaje para las mujeres”. Eso sí, en represión de la sexualidad "el cristianismo ha ido más lejos que ninguna otra religión que haya estudiado”.
EE UU tras el 11-S. “Allí hay una ignorancia masiva sobre el resto del mundo en general, y sobre el islámico en concreto, y eso crea tensiones. He pasado momentos terribles: decir cualquier palabra positiva sobre el islam se veía antisemita”.
Reseña de A. Bastenier en Babelia de Campos de sangre. Karen Armstrong. Paidós. Barcelona, 2015. 575 páginas.
Karen Armstrong, la historiadora que profesó como monja católica, ha escrito una obra monumental de recopilación y ordenación de datos que constituye una historia política de las relaciones entre violencia, política y religión, tríptico al que podríamos añadir un cuarto elemento: la guerra, desde sus más o menos remotos comienzos hasta la actualidad. Y lo ha hecho con el objetivo de desentrañar las responsabilidades causales entre esos factores, tan constitutivos del mundo contemporáneo.
Un empeño tan ambicioso plantea un problema ab origine que es dónde puede o no detenerse el autor en el discurso envolvente, la historia évenémentielle en la que se inscribe el fenómeno a estudiar. La elección de la señora Armstrong es discutible en la medida en que la narración se pierde un poco en la descripción de ese contexto, pero igualmente podría argumentarse que sin el mismo nos hallaríamos ante un ensayo puramente teórico, desgajado de los acontecimientos.
Religión y política, dice la autora, nacen indisolublemente unidas. En los comienzos del tiempo histórico, hace entre 10.000 y 12.000 años, la deidad se identifica con las fuerzas de la naturaleza que son tanto guía como justificación de los balbuceos de entidades que ya podemos llamar políticas. Y esa simbiosis genera como subproducto la guerra, que puede concebirse como la continuación de la religión no por otros, sino por los mismos medios. La religión, que más que generar vive con el recurso a la violencia, es en todo momento un factor que condiciona el disciplinado comportamiento del súbdito, y yo añadiría que un consuelo terrenal para los que en su tiempo se convertirán en ciudadanos. Hebreos y sarracenos, con el cristianismo inserto históricamente entre unos y otros, operan una mutación que el mundo occidental ha elevado por encima de cualquier otro credo: el monoteísmo. Y con lo que la historia llama el descubrimiento de América, jalón o epifanía, comienza el largo proceso de alejamiento formal del hecho religioso de la realidad política circundante.
El Estado o imperio agrario ha desaparecido ante el incipiente desarrollo del capitalismo comercial, y la industrialización, que comienza a hacerse efectiva en la segunda mitad del XVIII, hace retroceder el papel público de la religión, sin que esta por ello llegue a desvanecerse en la sociedad occidental, mientras que permanece muy vivo como elemento constituyente del mundo islámico y, de forma algo menos evidente, del judaísmo. La constitución de los Estados, que es ya reconocible tras la firma de los tratados de Westfalia (1648), y que culmina en el siglo XIX, completa esa retirada del hecho religioso que, con una venganza, se parapeta, sin embargo, en lo que llamamos Nación. Y en esa transubstanciación, que es tanto o más lingüística que una realidad sobre el terreno, se produce la mutación del hereje en disidente, otra demostración de que muchas cosas cambian para seguir (casi) igual. La propia Inquisición, con la que Armstrong se muestra, de acuerdo con el revisionismo de las últimas décadas, menos agravante que la condenación habitualmente infligida, era una institución que se movía por objetivos patentemente políticos: la eliminación de quienes consideraba enemigos potenciales o reales de la monarquía hispánica. Y el hecho de que en las guerras del XVII católicos apoyaran cuando les convenía al bando protestante y viceversa prueba el carácter politizado de la religión.
La religión, más que generar, vive con el recurso a la violencia. La causa está en la naturaleza humana. La autora llega solo en el epílogo a lo que podría entenderse como un veredicto. La guerra ha sido a todos los efectos realidad perdurable de cualquier civilización, pero ¿es la religión o la política su primus movens? Y la afirmación final, quizá algo desligada de todo lo anterior, es la de que la culpable de que así sea es la propia naturaleza humana, de la que emanan política, religión y guerra como un segregado indiferenciable. Pero también cabría señalar que esa naturaleza no es sino el precipitado de la simbiosis religión-política. Armstrong nos ha dado otra obra esencial para la comprensión de nuestro mundo, cuyos antecedentes se remontan a las primeras construcciones político-religiosas del ser humano: aquello que empezó en Sumer.
Índice de la obra
Inicios
1. Granjeros y pastores
2. India: el noble sendero
3. China: guerreros y caballeros
4. El dilema hebreo
Segunda parte Mantener la paz
5. Jesús: ¿no era de este mundo?
6. Bizancio: la tragedia del Imperio
7. El dilema musulmán
8. Cruzada y yihad
Tercera parte Modernidad
9. La llegada de la «religión»
10. El triunfo de lo secular
11. La religión contraataca
12. Terror sagrado
13. Yihad global
Epílogo
Reseña por J. Sampedro de Karen Armstrong, La historia de la Biblia, en Babelia
La Biblia como organismo vivo. El trabajo de Armstrong sobre el proceso evolutivo de los libros sagrados es sólido y legible. Los corolarios, opinables.
Si cualquier libro antiguo es un organismo vivo —siendo la de Trapiello la última innovación evolutiva del Quijote—, la Biblia será seguramente el más vivo de todos. El linaje del Viejo Testamento se escindió pronto en dos géneros, judío y cristiano, y el segundo generó después los subgéneros católico y ortodoxo, por un lado, y el más selectivo y breve protestante, que considera apócrifo mucho libro y mucho párrafo de los sureños. Incluso antes de todo eso, la adición del Nuevo Testamento a las biblias occidentales se puede ver como un caso palmario de evolución por simbiosis. Más recientemente, las radiaciones de especies han sido numerosas y con rasgos de adaptación local. El libro que el lector tal vez tenga en su salita es el fruto de un milenario proceso evolutivo: un producto de la historia, en gran medida único e irrepetible. Es esa biografía de la Biblia como organismo vivo, como narración evolutiva, la que quiere acercarnos Karen Armstrong con su Historia de la Biblia. Quién escribió qué —en los no tan frecuentes casos en que se sabe tal cosa—, qué función cumplía tal libro para cuál tribu de Israel y, sobre todo, cómo llegó un mero texto, en sí mismo, a convertirse en un objeto sagrado, en la fe y la esperanza de millones de personas en su sano juicio, en una religión. También en una fuente ocasional de violencia. Es lo que tienen las religiones. El trabajo es sólido y legible. La interacción entre mito e historia, permanente. Los teoremas y corolarios, opinables. Lo que se espera de un libro de Debate. El gran problema al que se enfrenta este censor es: ¿a quién recomendarlo? Estoy razonablemente seguro de que interesará a los lectores creyentes. Pero no sé qué hacer con mis colegas descreídos. ¿Qué pueden sacar de La historia de la Biblia los agnósticos, los ateos, los apóstatas y toda esa ralea? Déjenme ponerles un ejemplo. Con la excepción de algún chiflado del desierto de Arizona, nadie cree que toda la Biblia deba entenderse como una narración literal, pero si hay algo que hasta los académicos más sobrios han considerado veraz, o al menos verosímil, durante dos milenios es que el núcleo del Viejo Testamento es una narración, más o menos dramatizada, de la migración de los judíos desde el opresor Egipto hasta su patria original, que son los actuales Israel y Palestina. Pero la documentación de la monja o exmonja Armstrong deja muy claro que esa historia no es mucho más verdadera que la narrada en el Génesis. Los arqueólogos israelíes —entre los que se cuentan algunos de los mejores de nuestro tiempo— han dedicado grandes esfuerzos en las últimas décadas a encontrar los previsibles signos de esa migración bíblica: los indicadores de un incremento de la población nutrido y súbito, los rescoldos de un cambio cultural traído de Egipto por los nómadas, las joyas, ecuaciones y percepciones nuevas que seguramente habrían introducido en las deprimidas tierras palestinas los inmigrantes llegados del país de las pirámides y la burocracia. Y no hay nada. Armstrong nos muestra de forma convincente que el éxodo no existió. Caray con la monja.
La autora cree que hay algo en la Biblia que no puede ser captado por la razón, lo que los ateos no podremos entender si en el infierno. Pese a lo anterior, no me atrevo a recomendar el libro a un ateo. Al menos no a cualquier ateo. La autora no da ningún valor a la Biblia como registro histórico, pero tampoco la considera un mero artefacto literario, que es lo que hacen los que piensan como yo. Armstrong cree —o da por hecho como simple axioma— que las Sagradas Escrituras van mucho más allá de la historia, el arte o la ciencia. Cree que sobre ese libro antiguo y vivo hay algo que explicar, algo que no puede ser captado con la razón, la inteligencia ni la creatividad. Algo que, en el fondo de nuestras almas, los ateos no podremos entender ni entre los fuegos del infierno. Si le ha irritado el tonillo de esta crítica, lea el libro. En caso contrario, siga buscando una fuente de trascendencia en las leyes de la naturaleza.
Historia de la Biblia. Karen Armstrong. Debate. Barcelona, 2015. 297 páginas. 15,90 euros.
Palabra de Armstrong
La Alianza de Civilizaciones. “Pienso que aún es una buena idea tratar de analizar las causas del extremismo, pero ha perdido parte de su espíritu. Se hacen largos discursos, pero ¿qué vamos a hacer prácticamente? Nos queda mucho trabajo concreto por hacer.
El debate del velo. Prohibir el uso del pañuelo islámico, como en Francia, “es contraproducente. Cuando se prohíbe, muchas mujeres se lo ponen otra vez. No quiero ni que les pongan el pañuelo a las mujeres ni que les pongan ropa occidental. Tampoco nuestra forma de vestir es sagrada”.
El sexismo. “Todas las religiones son patriarcales, porque son controladas por hombres. Además, el fundamentalismo se rebela contra la modernidad, y la mayor participación de la mujer es una seña de modernidad. Pero, en su origen, el cristianismo y el islam tenían un buen mensaje para las mujeres”. Eso sí, en represión de la sexualidad "el cristianismo ha ido más lejos que ninguna otra religión que haya estudiado”.
EE UU tras el 11-S. “Allí hay una ignorancia masiva sobre el resto del mundo en general, y sobre el islámico en concreto, y eso crea tensiones. He pasado momentos terribles: decir cualquier palabra positiva sobre el islam se veía antisemita”.
II
Reseña de A. Bastenier en Babelia de Campos de sangre. Karen Armstrong. Paidós. Barcelona, 2015. 575 páginas.
Karen Armstrong, la historiadora que profesó como monja católica, ha escrito una obra monumental de recopilación y ordenación de datos que constituye una historia política de las relaciones entre violencia, política y religión, tríptico al que podríamos añadir un cuarto elemento: la guerra, desde sus más o menos remotos comienzos hasta la actualidad. Y lo ha hecho con el objetivo de desentrañar las responsabilidades causales entre esos factores, tan constitutivos del mundo contemporáneo.
Un empeño tan ambicioso plantea un problema ab origine que es dónde puede o no detenerse el autor en el discurso envolvente, la historia évenémentielle en la que se inscribe el fenómeno a estudiar. La elección de la señora Armstrong es discutible en la medida en que la narración se pierde un poco en la descripción de ese contexto, pero igualmente podría argumentarse que sin el mismo nos hallaríamos ante un ensayo puramente teórico, desgajado de los acontecimientos.
Religión y política, dice la autora, nacen indisolublemente unidas. En los comienzos del tiempo histórico, hace entre 10.000 y 12.000 años, la deidad se identifica con las fuerzas de la naturaleza que son tanto guía como justificación de los balbuceos de entidades que ya podemos llamar políticas. Y esa simbiosis genera como subproducto la guerra, que puede concebirse como la continuación de la religión no por otros, sino por los mismos medios. La religión, que más que generar vive con el recurso a la violencia, es en todo momento un factor que condiciona el disciplinado comportamiento del súbdito, y yo añadiría que un consuelo terrenal para los que en su tiempo se convertirán en ciudadanos. Hebreos y sarracenos, con el cristianismo inserto históricamente entre unos y otros, operan una mutación que el mundo occidental ha elevado por encima de cualquier otro credo: el monoteísmo. Y con lo que la historia llama el descubrimiento de América, jalón o epifanía, comienza el largo proceso de alejamiento formal del hecho religioso de la realidad política circundante.
El Estado o imperio agrario ha desaparecido ante el incipiente desarrollo del capitalismo comercial, y la industrialización, que comienza a hacerse efectiva en la segunda mitad del XVIII, hace retroceder el papel público de la religión, sin que esta por ello llegue a desvanecerse en la sociedad occidental, mientras que permanece muy vivo como elemento constituyente del mundo islámico y, de forma algo menos evidente, del judaísmo. La constitución de los Estados, que es ya reconocible tras la firma de los tratados de Westfalia (1648), y que culmina en el siglo XIX, completa esa retirada del hecho religioso que, con una venganza, se parapeta, sin embargo, en lo que llamamos Nación. Y en esa transubstanciación, que es tanto o más lingüística que una realidad sobre el terreno, se produce la mutación del hereje en disidente, otra demostración de que muchas cosas cambian para seguir (casi) igual. La propia Inquisición, con la que Armstrong se muestra, de acuerdo con el revisionismo de las últimas décadas, menos agravante que la condenación habitualmente infligida, era una institución que se movía por objetivos patentemente políticos: la eliminación de quienes consideraba enemigos potenciales o reales de la monarquía hispánica. Y el hecho de que en las guerras del XVII católicos apoyaran cuando les convenía al bando protestante y viceversa prueba el carácter politizado de la religión.
La religión, más que generar, vive con el recurso a la violencia. La causa está en la naturaleza humana. La autora llega solo en el epílogo a lo que podría entenderse como un veredicto. La guerra ha sido a todos los efectos realidad perdurable de cualquier civilización, pero ¿es la religión o la política su primus movens? Y la afirmación final, quizá algo desligada de todo lo anterior, es la de que la culpable de que así sea es la propia naturaleza humana, de la que emanan política, religión y guerra como un segregado indiferenciable. Pero también cabría señalar que esa naturaleza no es sino el precipitado de la simbiosis religión-política. Armstrong nos ha dado otra obra esencial para la comprensión de nuestro mundo, cuyos antecedentes se remontan a las primeras construcciones político-religiosas del ser humano: aquello que empezó en Sumer.
Índice de la obra
Inicios
1. Granjeros y pastores
2. India: el noble sendero
3. China: guerreros y caballeros
4. El dilema hebreo
Segunda parte Mantener la paz
5. Jesús: ¿no era de este mundo?
6. Bizancio: la tragedia del Imperio
7. El dilema musulmán
8. Cruzada y yihad
Tercera parte Modernidad
9. La llegada de la «religión»
10. El triunfo de lo secular
11. La religión contraataca
12. Terror sagrado
13. Yihad global
Epílogo
III
Reseña por J. Sampedro de Karen Armstrong, La historia de la Biblia, en Babelia
La Biblia como organismo vivo. El trabajo de Armstrong sobre el proceso evolutivo de los libros sagrados es sólido y legible. Los corolarios, opinables.
Si cualquier libro antiguo es un organismo vivo —siendo la de Trapiello la última innovación evolutiva del Quijote—, la Biblia será seguramente el más vivo de todos. El linaje del Viejo Testamento se escindió pronto en dos géneros, judío y cristiano, y el segundo generó después los subgéneros católico y ortodoxo, por un lado, y el más selectivo y breve protestante, que considera apócrifo mucho libro y mucho párrafo de los sureños. Incluso antes de todo eso, la adición del Nuevo Testamento a las biblias occidentales se puede ver como un caso palmario de evolución por simbiosis. Más recientemente, las radiaciones de especies han sido numerosas y con rasgos de adaptación local. El libro que el lector tal vez tenga en su salita es el fruto de un milenario proceso evolutivo: un producto de la historia, en gran medida único e irrepetible. Es esa biografía de la Biblia como organismo vivo, como narración evolutiva, la que quiere acercarnos Karen Armstrong con su Historia de la Biblia. Quién escribió qué —en los no tan frecuentes casos en que se sabe tal cosa—, qué función cumplía tal libro para cuál tribu de Israel y, sobre todo, cómo llegó un mero texto, en sí mismo, a convertirse en un objeto sagrado, en la fe y la esperanza de millones de personas en su sano juicio, en una religión. También en una fuente ocasional de violencia. Es lo que tienen las religiones. El trabajo es sólido y legible. La interacción entre mito e historia, permanente. Los teoremas y corolarios, opinables. Lo que se espera de un libro de Debate. El gran problema al que se enfrenta este censor es: ¿a quién recomendarlo? Estoy razonablemente seguro de que interesará a los lectores creyentes. Pero no sé qué hacer con mis colegas descreídos. ¿Qué pueden sacar de La historia de la Biblia los agnósticos, los ateos, los apóstatas y toda esa ralea? Déjenme ponerles un ejemplo. Con la excepción de algún chiflado del desierto de Arizona, nadie cree que toda la Biblia deba entenderse como una narración literal, pero si hay algo que hasta los académicos más sobrios han considerado veraz, o al menos verosímil, durante dos milenios es que el núcleo del Viejo Testamento es una narración, más o menos dramatizada, de la migración de los judíos desde el opresor Egipto hasta su patria original, que son los actuales Israel y Palestina. Pero la documentación de la monja o exmonja Armstrong deja muy claro que esa historia no es mucho más verdadera que la narrada en el Génesis. Los arqueólogos israelíes —entre los que se cuentan algunos de los mejores de nuestro tiempo— han dedicado grandes esfuerzos en las últimas décadas a encontrar los previsibles signos de esa migración bíblica: los indicadores de un incremento de la población nutrido y súbito, los rescoldos de un cambio cultural traído de Egipto por los nómadas, las joyas, ecuaciones y percepciones nuevas que seguramente habrían introducido en las deprimidas tierras palestinas los inmigrantes llegados del país de las pirámides y la burocracia. Y no hay nada. Armstrong nos muestra de forma convincente que el éxodo no existió. Caray con la monja.
La autora cree que hay algo en la Biblia que no puede ser captado por la razón, lo que los ateos no podremos entender si en el infierno. Pese a lo anterior, no me atrevo a recomendar el libro a un ateo. Al menos no a cualquier ateo. La autora no da ningún valor a la Biblia como registro histórico, pero tampoco la considera un mero artefacto literario, que es lo que hacen los que piensan como yo. Armstrong cree —o da por hecho como simple axioma— que las Sagradas Escrituras van mucho más allá de la historia, el arte o la ciencia. Cree que sobre ese libro antiguo y vivo hay algo que explicar, algo que no puede ser captado con la razón, la inteligencia ni la creatividad. Algo que, en el fondo de nuestras almas, los ateos no podremos entender ni entre los fuegos del infierno. Si le ha irritado el tonillo de esta crítica, lea el libro. En caso contrario, siga buscando una fuente de trascendencia en las leyes de la naturaleza.
Historia de la Biblia. Karen Armstrong. Debate. Barcelona, 2015. 297 páginas. 15,90 euros.
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