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domingo, 16 de febrero de 2025

El club de los cinco, la película clásica sobre adolescentes

 "Cinco jóvenes hablando durante hora y media: cómo ‘El club de los cinco’ se convirtió en un clásico inesperado", en El País, Eva Güimil, 15 feb 2025:

Hace 40 años se estrenó una película de bajo presupuesto, rostros desconocidos y prácticamente un solo escenario que dinamitaba todo lo que la industria de Hollywood creía saber sobre el cine adolescente

Un cerebro, un atleta, una inconformista, una princesa y un criminal. Hace 40 años, cinco estudiantes que pasaron su castigo sabatino en la biblioteca del Shermer High School cambiaron el cine adolescente en 93 minutos. Más desesperanzada y menos autocomplaciente de lo que se esperaría de una cinta juvenil ochentera, ha influido de manera invaluable en a ficción que a posteriori reflejó esa franja de edad. Fue un éxito de taquilla, Bret Easton Ellis la consideró “una sesión de terapia de hora y media” y aunque funcionó bien en las pantallas de cine, fue un éxito en los videoclubs que empezaban a cambiar la manera de consumir el entretenimiento. Los adolescentes la veían en grupo, se reflejaban en uno de sus personajes y recitaban los diálogos. Como define la crítica Kaia Placa, tenía más que ver con el indie que con el cine mainstream en el que solían englobarse las películas de y para adolescentes.

El club de los cinco es la versión cinematográfica indie del sueño americano: a pesar de todos los obstáculos, se convirtió en una historia de éxito”, afirmó Placa en un largo análisis en Film Independent. “Esta película es a la vez arquetípica y subversiva, con la cantidad justa de sentimentalismo para dejar un sabor dulce en tu boca sin abrumarte. John Hughes hizo, sin grandes recursos de estudio, lo que todo cineasta sueña con hacer: un clásico”.

Ya se había hecho cine adolescente en Estados Unidos. Los jóvenes se habían enamorado de la atormentada arrogancia de James Dean en Rebelde sin causa y dos novelas de S.E.Hinton, Rebeldes y La ley de la calle, se habían adaptado con éxito. Pero lo que John Hughes ofrecía era una visión contemporánea, personajes reales con los que cualquier adolescente se podía identificar. “Hablan como nosotros”, decían los que la veían. Y hablaban como ellos porque la persona que estaba al frente no era mucho mayor que ellos. Cuando empezó a desarrollar el guion, John Hughes era un veinteañero no muy alejado de los personajes que escribía.

Hugues ya había escrito los guiones de ¡Socorro! Llegan las vacaciones uno de los grandes éxitos de Chevy Chase, y Las locas aventuras de un señor mamá, dos taquillazos (ambos de 1983) que ayudaron a que lo escucharan cuando ofreció una historia sobre un grupo de adolescentes recluidos en una biblioteca, un argumento casi teatral y más parecido a 12 hombres sin piedad (1957) que a Desmadre a la americana, la película que en 1978 había fijado el canon de las comedias adolescentes. Para demostrarles su valía como realizador hizo antes la mucho más convencional Dieciséis velas (1984), historia de una adolescente que vive inmersa en un triángulo amoroso mientras su familia, demasiado ocupada por la boda de su hermana, olvida su cumpleaños.

En ella ya había mucho de lo que definió su cine: inadaptados, amores imposibles y Molly Ringwald. Hughes tenía claro que no quería resultar paródico porque, como sentenció en Vanity Fair, “nadie se toma a sí mismo más en serio que los adolescentes”. A Universal le entusiasmó Dieciséis velas y le dio carta blanca para rodar El club de los cinco aunque no la entendían porque “no había pechos desnudos, ni escena de fiesta, ni chicos bebiendo cerveza, las cosas que pensaban que necesitaba una foto película sobre adolescentes”. Sólo cinco jóvenes hablando. Pero era barata: el presupuesto fue apenas un millón de dólares. Hughes se lo puso fácil a sí mismo: tan sólo había una localización y un vestuario, Lo importante eran los diálogos y dar con cinco actores que encajaran en los arquetipos que había diseñado. Sabía que el reparto era tan esencial que prefirió perder dinero, pero asegurarse que tenía la última palabra sobre el elenco. “Solo tengo cinco personas, así que tiene que haber alguna química interesante entre ellas. O funciona o falla por completo”, afirmó años después en una larga historia oral sobre el rodaje.

Además de Ringwald, Hughes tenía claro que quería en el reparto a Anthony Michael Hall, con quien habían trabajado en Dieciséis velas, y ¡Socorro! Llegan las vacaciones. El papel de Emilio Estévez estaba pensado como un jugador de fútbol americano, pero una vez que Estevez estuvo en el proyecto, Hughes lo convirtió en un luchador, deporte que requiere menos envergadura. El papel más complicado para el casting fue el de Bender –si alguien se pregunta si el robot deslenguado de Futurama se llama así por este personaje, la respuesta es sí–, estaba destinado a Nicolas Cage. Universal quería algún rostro famoso en la película, pero Hughes no lo consideró suficientemente atractivo. También estuvo a punto de interpretarlo John Cusack, pero lo descartaron por parecer demasiado buen chico. Cuando apareció Judd Nelson, el papel fue suyo. Era duro, pero vulnerable, tosco pero atractivo. Y peligroso, quizás demasiado: llevó el personaje tan lejos y fue tan despreciable con todo el reparto (especialmente con Ringwald) que estuvieron a punto de despedirlo varias veces.

Molly Ringwald, Ally Sheedy y la coproductora Michelle Manning se opusieron firmemente a un desnudo femenino que según ellas no aportaba nada al guión. Para ganarse las simpatías de Universal, Hughes había escrito una secuencia en la que los chicos espiaban en las duchas a una atractiva profesora de natación sincronizada, un tipo de gamberrada que ya se había visto en comedias desmadradas como Porky’s. “Es sexista y misógino”, le dijeron. Y Hughes la eliminó.

“Y estos niños a los que escupís mientras intentan cambiar sus mundos son inmunes a vuestras consultas. Pero son conscientes de lo que están pasando”. Que una cita de Changes de David Bowie de inicio a la película dejaba claro que para Hughes la música era capital. En plena eclosión de la MTV sabía que un tema principal potente era esencial y que en la adolescencia la música tiene un poder catártico. “Empecé a pensar en la música cuando todavía estaba escribiendo el guión. Quería que se sustentase en la batería y el bajo porque había relojes haciendo tic tac y emociones haciendo tic tac. Elegí a Keith Forsey como compositor porque era baterista. Keith entró y vio el ensayo, habló con los actores, y Don’t You (Forget About Me) fue lo que sacó de aquello”, declaró a la revista Premiere. Como fans de la nueva ola británica, volaron a Inglaterra para encontrar a alguien que la interpretase. “Literalmente caminábamos por las calles por la noche, diciendo: ‘Vale, ¿a quién podemos ir mañana?’. Chrissie Hynde, de The Pretenders, era su primera opción, pero estaba embarazada. Convenció a su entonces marido Jim Kerr, cantante de Simple Minds, para que lo hiciera”, explicó Michelle Manning. Si la canción se ha convertido en un himno de los ochenta no fue menos inspirador su póster, con una foto de Annie Leibovitz que ha sido tan imitada como parodiada.

Se estrenó el 15 de febrero de 1985 y debutó en el tercer puesto de la taquilla, por debajo de la imbatible Superdetective en Hollywood y Único testigo de Harrison Ford. Pero su verdadero impacto se demostró gracias al vídeo (se vendieron más de un millón de copias en Estados Unidos) y a sus reposiciones en televisión. El público la adoró y la crítica se dividió. Hubo quien señaló lo obvio: estaba llena de clichés y hay pocos lugares para la sorpresa. Si al empezar a verla nos hubieran preguntado cómo terminaría, todos habríamos dicho que la princesa se quedaría con el matón y que a medida que se quitasen las capas que definían a sus personajes sus debilidades los igualarían. Hasta sabíamos que Allyson viviría uno de esos momentos en los que una mujer guapa y con personalidad se transforma en vulgar gracias a un cambio de imagen innecesario.

La película que Entertainment Weekly considera la número uno de su lista de las cincuenta mejores películas de instituto influyó de manera invaluable no sólo a los adolescentes sino también a los creadores. Es imposible pensar en los adolescentes parlanchines de The OC (2003-2007) o de Dawson crece (1998-2003) sin el precedente de Hughes. “John Hughes fue vital para ayudarnos a todos a entender que los adolescentes no eran niños grandes y que la adolescencia está separada de la infancia”, dijo el novelista John Green cuando Rolling Stone pidió a un grupo de creadores que hablasen de la influencia de Hughes entre los que escribían para adolescentes. Diablo Cody, guionista de Juno y Young Adult, fue más allá. “Las películas de Hughes, más que influirme como cineasta, me influyeron como persona”.

El club de los cinco dio el pistoletazo de salida a un nuevo fenómeno, antes de que Charlie XCX se apropiase del término brat, los ochenta tuvieron al brat pack, el atajo de mocosos, la inspirada etiqueta que el periodista David Blum hizo uniendo a los jóvenes actores de los ochenta y el rat pack de Frank Sinatra y Dean Martin. Cuarenta años después, el actor Andrew McCarthy, protagonista junto a Ringwald de La chica de rosa (el siguiente proyecto de Hughes tras El club de los cinco y estrenada en 1986) intentó reunirse con los actores que se vieron en ese grupo a pesar de que su trayectorias tenían orígenes muy distintos, en el documental Brats: las jóvenes estrellas de los 80, recientemente estrenado en Movistar. Por él desfilan Anthony Michael Hall, Ally Sheedy, Emilio Estévez, Demi Moore o Rob Lowe. Todos llevan cuatro décadas luchando contra aquella etiqueta que a sus ojos los devaluaba, algunos con éxito como Moore y otros sin haberlo aceptado todavía, como McCarthy.

Las carreras de los protagonistas fueron dispares. Tras La chica de rosa, que Hughes escribió pero no quiso dirigir, la relación entre el creador y su musa se rompió. Sucedió lo mismo con Anthony Michael Hall, que no volvió a trabajar con el director tras La mujer explosiva. Hall sospecha que se debió al romance que ambos actores vivieron durante el rodaje de El club de los cinco y que hizo que el director se sintiese traicionado por sus pupilos, lo que llevó a que el papel de Ferris Buller en Todo en un día (1986) no fuese para él sino para Matthew Broderick. Tanto Ringwald como Hall han tenido carreras por debajo de lo que se esperaba. Ella se fue a Europa y trabajó con Godard en una extraña versión de El rey Lear junto a Woody Allen, es escritora y ha vuelto a la palestra gracias a Feud: Capote vs. The Swans. Hall terminó en producciones de serie B y capítulos televisivos, al igual que Judd Nelson, que sólo brilló en la telecomedia De repente Susan (1996-2000) al lado de Brooke Shields. Ally Sheedy tan sólo tuvo un éxito posterior, High Art, que en 1999 la hizo ganar el Independent Spirit Award a la mejor actriz. La imparable carrera de John Hugues también fue decayendo paulatinamente, más por su propio desinterés que por el de Hollywood, que lo veía como una mina de oro. Todo en un día fue un éxito incuestionable y la gigantesca Solo en casa le permitió vivir desahogadamente hasta su prematura muerte a los cincuenta y nueve años. Dejó tras de sí un puñado de películas que explican a la juventud estadounidense blanca y acomodada de los ochenta mejor que ningún tratado de sociología.

sábado, 15 de febrero de 2025

Crítica de las críticas a la Ilustración

 "Criticar no es destruir: en favor de la Ilustración", en El País, por Miguel Seguró, 14 de febrero de 2025:

El Siglo de las Luces pasa por horas bajas y ha recibido críticas en las últimas décadas, pero estos ataques olvidan la influencia liberadora y revolucionaria de sus ideas.

El café Le Procope es uno de los lugares más visitados del centro de París. Situado en las inmediaciones de la antigua Comédie-Française y de Saint-Germain-des-Prés, el establecimiento abrió en 1686 por iniciativa del siciliano Francesco Procopio dei Coltelli y es, además de una concurrida atracción turística, un lugar de obligada visita para quienes se interesan por la filosofía. No en vano, Voltaire, Montesquieu o Rousseau fueron habituales cafeteros de Le Procope, y cuenta la leyenda que la Encyclopédie nació tras un encuentro entre D’Alembert y Diderot en alguno de sus pomposos salones, e incluso que Benjamin Franklin concibió ahí pasajes de la futura Constitución estadounidense.

Adentrarse en el café Le Procope es en cierto modo regresar al cénit de la Ilustración (siglo XVIII), un periodo llamado de las luces por su gran confianza en la razón, en el conocimiento científico, en el progreso y en la promoción de las libertades políticas. Un periodo que se vio a sí mismo como un tiempo deslumbrante, pero que, sin embargo, tampoco estuvo exento de densas brumas. La Ilustración fue un fenómeno cultural fundamentalmente pensado y procesado por y para hombres en el cual no se contaba con las mujeres en el grado que sería de esperar en un movimiento reformista. En un entorno marcadamente machista, disponer de un salón literario era una de las vías que tenía una mujer para formar parte de ese mundo tan profundamente desigual. Los salones, además, estaban anegados de soberbia, y aunque uno tiende a imaginarse a todas aquellas mentes ilustres tratando del destino del ser humano con la humildad por bandera, la realidad era menos ejemplar de lo figurado.

Robert Peckham, historiador: “La libertad da miedo”

Quien nunca pisó Le Procope fue Immanuel Kant. El autor de las tres Críticas no salió de su ciudad natal, Königsberg, en la cual permaneció toda su vida. Esta pecu­liar característica convertiría hoy a Kant en casi un antisistema: en primer lugar por no caer en la movilidad permanente en la que estamos atrapados, y después porque su sedentarismo militante contradice la creencia de que para ser un cosmopolita y decir cosas relevantes sobre el mundo antes hay que haberlo recorrido. Kant pensó y transformó el mundo sin moverse de su casa. De hecho, Kant es conocido por popularizar uno de los lemas más ambiciosos que todavía existen para moverse por los caminos de la vida: sapere aude, que habitualmente se traduce como “atrévete a saber”. La expresión, formulada por Horacio siglos antes, es la protagonista del escrito kantiano de 1784 Respuesta a la pregunta: ¿Qué es Ilustración? Kant equipara la decisión de delegar la propia capacidad de pensar con la minoría de edad. ¡Es tan cómodo ser menor de edad!, dice el texto al poco de comenzar. Así que ya pueden triunfar todas las revoluciones posibles, que hasta que uno no se atreva a pensar por sí mismo no se producirá ninguna emancipación real.

Actualmente, las cosas se ven de otro modo, y la posibilidad de llegar a pensar por sí mismo (que no significa opinar lo que a uno le dé la gana) parece una fake news. Es más, es el propio ideal de la Ilustración el que pasa hoy por horas bajas. Las razones de esta crisis son diversas, pero la clave de cualquier proceso de ajuste de cuentas con un ideal personal o social se encuentra en la finalidad con el que se hace. Si el ajuste de cuentas se lleva a cabo desde dentro, como cuando nos estiramos en un diván para hablar en canal abierto de lo que nos hace sufrir y queremos transformar, la crítica se convierte en potencialmente renovadora. En cambio, si el ejercicio de revisión se realiza con el fin de hurgar morbosamente en la herida, la crítica toma un carácter más destructivo.

Una de las razones del actual eclipse de la Ilustración se encuentra en las revisiones críticas realizadas por Theodor Adorno, Max Horkheimer, Michel Foucault o Ágnes Heller, que más recientemente ha recogido y ampliado Antoine Lilti en su libro La herencia de la Ilustración. Ambivalencias de la modernidad. Se trata de relecturas que ponen de relieve algunas sombrías contradicciones presentes en el corazón de la Ilustración, y que por eso hay que atender y afrontar. Sin embargo, puede que además de este tipo de motivos más analíticos haya otros que también pesen en el desprestigio actual de la razón ilustrada.

Tras leer ¿La izquierda contra la Ilustración?, de Stéphanie Roza, a uno le queda el runrún de querer saber con qué intenciones se han esgrimido algunas críticas, atendiendo sobre todo a las consecuencias que han comportado algunas de estas, aunque no fueran buscadas. Uno piensa, por ejemplo, en asuntos tan presentes en nuestra cotidianidad política como la tan manida posverdad. ¿Hasta qué punto la proliferación de las posverdades (o también de la hiperemotividad política, la falta de conciencia comunitaria o el menguante respeto institucional) son en parte consecuencia de un exceso de pulsión antiilustrada?

La intuición que recorre el libro de Stéphanie Roza da que pensar: incriminar impulsivamente la Ilustración no tiene nada de emancipador y sí de potencialmente reaccionario, en el sentido de que se alinea, aun sin quererlo, con las tesis y corrientes típicamente antiilustradas. Algunas enmiendas a la totalidad del proyecto ilustrado son tan “totales” que no dejan resquicio para salvar algo de la Ilustración, cuando resulta que es del legado de la Ilustración del que se nutren muchos de los discursos emancipatorios que ponen en duda, precisamente, a la Ilustración. Cuando la crítica se convierte en un fin en sí mismo fácilmente se convierte en una rueda de molino que deja tras de sí un mundo embarrado en su bucle. En ocasiones parece que de tanto postureo posmoderno hemos acabado por contracturar el pensamiento audaz, haciendo de cualquier discurso racional algo sospechosamente anquilosado. Y en estas circunstancias es bastante difícil que el pensamiento no languidezca en sus propias sombras, sin grandes esperanzas de vislumbrar el mundo de otra forma.

Ni tanto ni tan poco: la razón ilustrada tiene indudablemente sus miserias (como cualquier modelo de racionalidad, huelga decir), pero más que un análisis de trazo fino lo que a veces parece que se ha llevado a cabo es una desfiguración integral de la cual acabamos siendo rehenes nosotros mismos, y de la cual quienes más tajada sacan son aquellos que nunca han creído demasiado en las ideas ilustradas. Seamos críticos con la Ilustración, sí, pero seamos también críticos con la crítica de la Ilustración. No vaya a ser que de tanto echarle agua al café se diluya definitivamente la posibilidad de encontrarle el gusto a la Ilustración.

Miquel Seguró Mendlewicz es doctor en Filosofía y licenciado en Humanidades. Su último libro es Vulnerabilidad ( Herder, 2021).

viernes, 14 de febrero de 2025

Malas noticias sobre el calentamiento global

 Detectadas fugas masivas de metano en la Antártida, una posible bomba para el calentamiento del planeta, en El País, por Manuel Ansede, Base antártica Gabriel de Castilla, 12 feb 2025:

Una expedición científica española descubre columnas de gas que brotan del subsuelo marino.

Un equipo de científicos españoles ha detectado en el subsuelo marino de la Antártida “emisiones masivas” de metano, un gas con una capacidad de calentar el planeta unas 30 veces superior a la del dióxido de carbono (CO₂). Los investigadores, a bordo del buque Sarmiento de Gamboa, han observado columnas de metano en el océano de hasta 700 metros de longitud y 70 metros de ancho, según explican a EL PAÍS los geólogos Ricardo León y Roger Urgeles, líderes de la expedición. Estas emisiones desconocidas hasta ahora podrían ser una bomba para el clima del planeta.

Lo que han descubierto es exactamente lo que temían. Los científicos zarparon el 12 de enero en busca de estas fugas masivas, entonces hipotéticas. El compuesto se acumuló en el subsuelo marino hace unos 20.000 años por la descomposición de materia orgánica, en forma de hidratos de metano, un sólido cristalino. “Es como un hielo al cual podrías prender fuego y ardería”, explica Urgeles, del Instituto de Ciencias del Mar, con sede en Barcelona. La teoría decía que el adelgazamiento de la descomunal capa de hielo antártica, iniciado al final de la última glaciación, provoca una disminución del peso sobre la tierra y un levantamiento del continente; y este fenómeno, conocido como rebote posglaciar, favorece los escapes del metano helado oculto durante milenios en el subsuelo marino.

Los investigadores han buscado fugas en los márgenes de la península antártica, una de las regiones del planeta más golpeadas por el calentamiento global, con una subida de la temperatura de más de tres grados en apenas medio siglo. “Hemos estimado que en esta zona hay unas 24 gigatoneladas de carbono acumuladas en los hidratos de metano, una cantidad equivalente a lo que emite toda la humanidad en dos años”, advierte Urgeles.

El metano helado, sólido, se está transformando en gas metano. “Estos fenómenos ya se habían registrado en el Ártico, pero esta es la primera vez que se detecta en la Antártida”, afirma León, del Instituto Geológico y Minero de España. Su equipo se cruzó con dos periodistas de EL PAÍS en la isla antártica Rey Jorge el 8 de febrero, el día en que finalizaron su expedición. Sus resultados, todavía muy preliminares, sugieren que el gas está brotando del subsuelo a lo largo de fallas, a menudo a través de volcanes de fango de cientos de metros de altitud respecto al fondo marino.

El buque Sarmiento de Gamboa, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), ha surcado los peligrosos mares antárticos durante casi un mes, tomando muestras de agua y sedimentos y realizando radiografías del subsuelo. Los hidratos de metano, semejantes al hielo, son estables a bajas temperaturas y altas presiones, pero con el calentamiento del océano y la disminución del peso del mar —por el levantamiento del continente antártico— se desestabilizan y brota el gas. Las columnas de metano que han observado los investigadores se disuelven a unos 150 metros de la superficie del océano. El futuro análisis de las muestras revelará hasta qué punto se libera el gas a la atmósfera.

Los geólogos Ricardo León y Roger Urgeles alertan de otra amenaza. La inestabilidad de los sedimentos marinos puede generar enormes deslizamientos del talud continental, con potencial de generar tsunamis. “Cuando los hidratos de metano pasan al estado de gas, ocupan un volumen 160 veces mayor. Si no se disipa de manera rápida, puede provocar enormes deslizamientos, como el de Storegga en el Ártico”, subraya Urgeles. El investigador habla del mayor deslizamiento submarino conocido, un movimiento que provocó un tsunami que arrasó las costas del norte de Europa hace unos 8.150 años.

La altura de las olas alcanzó entonces los 20 metros en las islas Shetland de la actual Escocia, pero las huellas geológicas de la catástrofe todavía se pueden encontrar por toda la costa noruega, en Dinamarca e incluso en Groenlandia. “El deslizamiento de Storegga tuvo unas dimensiones similares a las de Andalucía entera y coincidió con periodos de grandes cambios climáticos en la Tierra. Viendo cuándo ocurrió, una de las razones pudo ser que estos cambios generaran una disociación de hidratos de metano y desencadenaran el enorme deslizamiento”, advierte León.

El fenómeno Eloy Moreno

 De funcionario de Castellón a vender dos millones de libros y batir el récord mundial de firmas: el huracán Eloy Moreno. En El País, Adrián Cordellat, 13 de febrero de 2025:

El autor, capaz de arrasar entre públicos de todas las edades con sus novelas y la adaptación a serie de su mayor éxito, ‘Invisible’, culmina su ascenso al batir, con 11.088 volúmenes autografiados en 12 horas, la anterior marca histórica

Son las 18:00 del sábado 8 de febrero, la tarde aún luminosa de un día de invierno casi primaveral, cuando en la madrileña plaza de Callao Anouk de Timary, jueza de Guinness World Record, certifica que el escritor Eloy Moreno (Castellón, 49 años) ha pulverizado el récord del mundo de libros firmados en 12 horas. Autografió 11.088, más de 4.000 por encima de la anterior marca —la logró en 2016 el indio Vickrant Mahajan, con 6.904 libros—. Moreno muestra a los cientos de personas que rodean la carpa donde realizó la hazaña el diploma que da fe de su gesta. Lo hace con una amplia sonrisa. Esa sonrisa que, como bien apunta la jueza, no ha abandonado su cara en las 12 horas de firma. Esa que el autor convertirá muchas veces en risa franca a lo largo de una entrevista con EL PAÍS. Y que, de alguna manera, resume una carrera fulgurante, capaz de vender millones de novelas, juveniles y para adultos, y tratar temas como el acoso escolar.

Un día antes, en unas oficinas de Penguin Random House totalmente volcadas con el evento, el autor de superventas como Invisible, Redes, Tierra o El bolígrafo de gel verde, explica a EL PAÍS la intrahistoria del récord, que se empezó a gestar en la última Feria del Libro de Madrid, tras dedicar más de 1.500 libros en 15 horas de firmas durante un fin de semana: “Las colas eran enormes, así que un poco en broma me pregunté quién tendría el récord. Empezamos a hacer cálculos y pensé que 7.000 se podrían hacer. Y aquí estamos”. El detalle de lanzarse a por el récord dice mucho de la personalidad de Moreno. “Intenté frenarlo por todos mis medios, porque es algo que no se había hecho jamás en nuestra editorial, pero Eloy consigue llevar sus metas mucho más allá y que tú también lo hagas”, afirma Melca Pérez, responsable de comunicación de la División Infantil, Juvenil y Cómic en Penguin Random House. Pero la decisión de buscar la marca histórica también explica el ascenso del escritor, uno de esos milagros editoriales que son como el cometa Halley: solo se ven una vez cada muchos años.

Eloy Moreno, ingeniero informático, se animó a escribir su primera novela, El bolígrafo de gel verde —para adultos, sobre un hombre cualquiera atrapado en su vida cotidiana—, tras ganar varios concursos literarios para aficionados. Por la mañana trabajaba como funcionario en el Ayuntamiento de Castellón. Por la tarde, escribía. Cuando tuvo el libro acabado renunció a buscar editorial. “Pensé: ‘He tardado un año y medio en escribirlo, como tenga que esperar otro año y medio a que un sello me conteste…. Al final ya se me habría olvidado el libro y la ilusión la tenía entonces, cuando acababa de terminarlo. Así que me lancé a publicarlo por mi cuenta”, rememora. Empezó a vender los ejemplares él mismo, uno a uno, en las puertas de diferentes librerías. Llegó a despachar 3.000, más que la inmensa mayoría de los libros publicados en España. El éxito de la novela, que empezó a ocupar conversaciones en redes como Facebook, llegó a una gran editorial, Espasa, que compró los derechos de El bolígrafo de gel verde y lo volvió a publicar.

El resto es historia del mercado editorial. Una tras otra empezaron a llegar las novelas Lo que encontré bajo el sofá (Espasa, 2013), El regalo (Ediciones B, 2015), Invisible (Nube de tinta, 2018), Tierra (Ediciones B, 2019), Diferente (Ediciones B, 2021), Cuando era divertido (Ediciones B, 2022) y Redes (Nube de tinta, 2024), además de varios álbumes ilustrados infantiles y libros de cuentos. Entre todos suman más de 2,5 millones de ejemplares vendidos. Moreno ha logrado crear un fenómeno pocas veces visto, una inmensa comunidad de lectores fieles que no tiene edad y que acude a sus eventos en masa desde todos los rincones de España. Por la firma en Madrid desfilaron familias completas, parejas, grupos de amigas, adultos, jóvenes, adolescentes que temblaban y lloraban mientras esperaban su turno, niños y niñas cargados con sus álbumes ilustrados.

“Muy pocos escritores pueden decir que escriben de verdad para todas las personas”, concede Laia Zamarrón, editora de Eloy Moreno. La directora literaria de Nube de Tinta destaca varios factores que explican su éxito. Por un lado, que siempre toca temas importantes y cotidianos, con los que se puede sentir identificado cualquiera. Por otro, el elemento mágico, presente en casi todas sus novelas, y la carga emocional: “Son libros que se quedan muy dentro y generan una impronta importante”. Por último, la sencillez en el estilo de Moreno. “En los libros de Eloy nunca sobra ni falta una palabra. Eloy tiene un don de escritura clara y bella. No da rodeos. Todo lo que dice es necesario e imprescindible”, apunta.

Esta última apreciación se puede aplicar al propio Moreno. Viste con sencillez —pantalón vaquero, camiseta blanca básica de manga corta, zapatillas deportivas Adidas—, transmite sencillez y en sus respuestas es directo. Sus reflexiones en voz alta son como los capítulos de sus libros: breves. La sencillez, sin embargo, podría verse también como un lastre. No le faltan críticos, lectores que apuntan a la simplicidad de su escritura, a la poca hondura de sus textos. Él no le da mayor trascendencia. Escribe, dice, lo que le gusta leer. “Me agobian los libros con capítulos muy largos y las novelas con demasiadas descripciones. Siento que es un aburrimiento y no deja lugar para la imaginación del lector”. Esa corriente explica en parte que, pese a su triunfo comercial, sea difícil encontrar una entrevista suya en los suplementos culturales. También que nadie parezca esperar su nombre en las galas de los premios más prestigiosos. “Me da absolutamente igual”, afirma. Nuevamente su risa franca. “Cuando escribo un libro pienso en que entre 12 y 100 años lo pueda leer cualquiera. Obras que en principio podrían ser para adultos, como Tierra o El regalo, se leen también en institutos. Y, sin embargo, en el caso de Invisible, que puede parecer más destinado al público juvenil, la mitad de los lectores son adultos”, asegura.

El fenómeno ‘Invisible

Invisible es el título estrella de Eloy Moreno. Esta novela, que centra su atención en el acoso escolar, ha vendido más de un millón de ejemplares —su continuación, Redes, ha superado los 130.000 tras apenas tres meses en las librerías—. “Si el poder de la lectura es transformar personas y transformar sociedades, Invisible y Redes son el mayor exponente de esto”, apunta Laia Zamarrón. Cientos de profesores de Educación Secundaria en España, convertidos en los mejores prescriptores del libro, ya recomiendan a sus alumnos la lectura de Invisible. A su modo, la novela se ha transformado en una especie de medicamento. ¿Le duele la garganta? Tómese paracetamol. ¿Tiene que hablar de bullying? Léase Invisible. “Permite abordar un tema que a un profesor seguramente le costaría hablar directamente. Y a través del libro pueden salir muchas conversaciones. Desde su publicación me ha escrito mucha gente que ha sufrido bullying para darme las gracias porque refleja lo mucho que sufren las víctimas”, señala Moreno.

La novela está conquistando ahora a miles de nuevos lectores gracias a la adaptación a miniserie, realizada por Paco Caballero y disponible en Disney+, donde lleva semanas entre lo más visto de la plataforma. El impacto se pudo apreciar en la firma de libros. Invisible fue, sin lugar a duda, el título más firmado. “La calidad de la serie es brutal. Y sé que es muy raro que un autor te diga eso. Yo creo que no conozco a ninguno”, bromea Moreno, que se involucró en el rodaje e incluso tiene un cameo a modo Alfred Hitchcock en el último capítulo.

La serie ha lanzado al estrellato a sus jóvenes protagonistas, que desataron la histeria colectiva al aparecer por sorpresa en la carpa de Callao, y ha provocado que la fama de Moreno alcance nuevas cotas. Él parece asimilarla con naturalidad. “Si esto me pasa con 20 años, igual me explota un poco la cabeza, lo mismo que si esto hubiese llegado de golpe, pero por suerte ha sido un proceso muy lento, de más de 12 años, así que no me ha afectado demasiado. Hago la misma vida de siempre con la misma gente de siempre”, reflexiona.

Tras batir el récord, se abraza con su mujer y sus dos hijas. También con el equipo de Penguin que le ha acompañado en la aventura, y con los actores y las actrices de la serie. Lo hace en mitad de un ruido ensordecedor, con cientos de personas haciendo retumbar su nombre en pleno epicentro de Madrid ante el desconcierto de los viandantes que pasean ajenos a lo que acaba de ocurrir. “Jo, qué suerte ser la hija de Eloy Moreno”, se escucha comentar a una fan. La piña familiar es la viva imagen de la felicidad. Y Eloy Moreno es la viva imagen de un hombre sencillo que, sin grandes pretensiones, ha sido capaz de enganchar a la lectura a miles y miles de personas, difuminando con su escritura las barreras de la edad.

jueves, 13 de febrero de 2025

P. G. Wodehouse

 Sobre uno de los autores que más me han gustado en mi carrera de lector, el sobrino eterno P. G. Wodehouse:

 "¡Gracias, P. G. Wodehouse!", en El País, 13 de febrero de 2025, por Daniel Gascón:

Hace 50 años falleció el que tal vez haya sido el mejor novelista cómico de siglo XX y un genio del lenguaje

Mañana se cumplen 50 años de la muerte de P. G. Wodehouse, quizá el mejor novelista cómico del siglo XX. Se le recuerda por el mentecato Bertie Wooster y su mayordomo Jeeves, o por el castillo de Blandings, donde el noveno conde de Emsworth se enorgullece de su cerda mientras su hermano Gally aterroriza a todo el mundo con el proyecto de escribir unas memorias. Wodehouse, nacido en 1881, era un hijo del imperio británico. Su padre era magistrado en Hong Kong. Se crio sin mucho contacto con sus padres, entre niñeras y tías (las tías son una fuente constante de terror cómico en su obra). Le encantó el internado y no pudo estudiar en Oxford por motivos financieros. Entró a trabajar en un banco; lo detestaba. Empezó a vender obras a revistas. Trabajó en Broadway y en Hollywood; sus novelas tuvieron mucho éxito. Vivió dos guerras mundiales. Su ficción recrea una Inglaterra idílica y casi invariable, con una clase privilegiada entre excéntrica y cabeza de chorlito. Uno de los episodios más controvertidos de su vida ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial. Residía con su mujer en Francia; los alemanes los detuvieron. Estuvo internado en Polonia. Le obligaron a hacer cinco emisiones de radio desde Berlín. No era propaganda: “Muchos jóvenes que comienzan su vida me preguntan: ‘¿Cómo se llega a ser prisionero?’ Bueno, hay varias maneras. Mi propio método fue comprar una casa de campo en el norte de Francia y esperar a que llegara el ejército alemán. Probablemente es el plan más sencillo. Tú compras la casa y el ejército alemán se encarga del resto”, decía en la primera emisión. Lo acusaron de traidor; Orwell fue uno de sus pocos defensores. Aunque fue rehabilitado, Wodehouse no volvió a su país; en 1947 se trasladó definitivamente a Estados Unidos. Escribió más de 90 novelas, además de películas, obras de teatro, relatos. Era un autor popular y un escritor de escritores: lo admiraban Auden, Waugh, Kipling. (Sobre él han escrito hace poco Jorge Freire y Daria Galateria; Anagrama ha publicado muchas de sus obras y un ómnibus.) Era tímido, generoso, meticuloso e infatigable. Inventó personajes y situaciones inolvidables, pero era sobre todo un genio del lenguaje, con un talento asombroso para los símiles: “Una vida de almuerzos había hecho que su pecho se desplomara a la entreplanta”, “Parecía una oveja con una pena secreta”, “Una tía llamaba a la otra, como dos mastodontes mugiendo en la ciénaga primigenia”. ¿Dónde empezar? ¿El código de los Wooster? ¿De acuerdo, Jeeves? Cualquier sitio es bueno: como decían Mathew Parris y Stephen Fry en una conversación sobre The Master, es difícil distinguir a Wodehouse de un rayo de sol.

sábado, 8 de febrero de 2025

El gran corruptor Juan March y sus negocios criminales, por David Cot.

 “Nuestra Cruzada es la única lucha en la que  los ricos que fueron a la guerra salieron más ricos.” Franco pronunciaba estas palabras tan  sorprendentemente honestas en un discurso de 1942 en Lugo. La historia de la guerra civil y de la dictadura franquista representa muchas cosas, pero entre otras, es la historia de un reducido número de personajes y familias que amasaron una fortuna al estar en los círculos de poder del nuevo estado que construyó el general Francisco Franco. 

Soy David Cot, presentador de Memorias Hispánicas,  y esta es la última entrega de la serie dedicada a Juan March Ordinas, el mallorquín que fue  el hombre más rico de España. En esta ocasión veremos algunos de sus negocios de posguerra, su  época de oposición al régimen franquista que él mismo había aupado, cómo surgió la Fundación Juan March, y su muerte y herencia. Veamos los últimos años de vida de uno de los hombres más  importantes de la historia de España del siglo XX. 

Negocios de posguerra

Ya vimos que Juan March tuvo un rol crítico en la  guerra civil española y que hizo un gran negocio con ella, gracias a sus préstamos, el tráfico de  armas y el control del comercio exterior. March hizo una apuesta arriesgada con los sublevados,  pero le salió bien y reforzó su papel como hombre más rico de España, eso sí, como un gran patriota  tenía el dinero principalmente en Suiza y Reino Unido. Se convirtió en el séptimo hombre más rico  del mundo según estimaba un diario londinense en 1943 gracias a los beneficios extraordinarios  de guerras. Mientras millones de personas habían muerto, estaban refugiadas, o pasaban toda  clase de penurias, el mercader de la muerte se construyó un palacio en Palma de Mallorca. En los primeros meses de 1939 fundó Aucona para centralizar sus actividades de exportación e  importación, en unos años en los que prácticamente monopolizaba el comercio exterior de España.  También poco antes de terminar la guerra civil fundó en Londres la Juan March & Co. con el  objetivo de controlar el mercado de divisas de España y el comercio con Reino Unido. Servía  de agencia financiera, de bolsa y de cambio de divisas, y entre los directores de esta sociedad  estaba un agente del servicio secreto británico, lo que remarca las buenas conexiones  de March con el gobierno británico. 

En España el capitalista mallorquín ganó mucho  dinero con el estraperlo, la venta de artículos eludiendo el control estatal, aprovechándose  del contexto de miseria de la posguerra. Nunca dejó el contrabando. En los años 50 seguía  traficando con tabaco, e incluso sacerdotes de Estados Unidos le pasaban cigarrillos de  forma ilegal. Eso pese a que, cuando se fundó Tabacalera en 1945 para monopolizar la venta de  tabaco, la familia March poseía en torno al 10%  de las participaciones. Ya vimos en el episodio  sobre los sobornos británicos que Juan March hizo negocios con los dos bandos de la Segunda Guerra  Mundial, aunque principalmente con los aliados, y ganó mucho dinero con el tráfico de armas.

 En este contexto, el hombre más rico de España aumentó las exportaciones de bienes de primera  necesidad. Esto ocurrió entre 1939 y 1942, cuando se produjo en España la hambruna más brutal  de su historia, que provocó la muerte de más de 200.000 españoles. Pero al cerdo capitalista y  traidor de Juan March esto le daba igual. España se había convertido en un estado totalitario, así  que ya no se tuvo que enfrentar a protestas por falta de alimentos como ocurrió cuando había  mallorquines que sufrían de hambre por sus exportaciones durante la Primera Guerra Mundial. Arturo Dixon recogió una anécdota que retrataba perfectamente a Juan March: “Desde Checoslovaquia  llegó a un puerto español un barco con un cargamento de zapatos. Cuando se examinó la carga,  se vio que todos eran del pie izquierdo y que, por lo tanto, no servían. La única persona que  pujó para quedárselos — naturalmente a un precio enormemente bajo— fue Juan March. Poco después  llegó otro barco con un cargamento de zapatos. Esta vez todos eran del pie derecho. Y de nuevo  March los compró a un precio verdaderamente irrisorio. Solo él sabía que los zapatos del  segundo envío hacían juego con los del primero. Además, ambas entregas fueron declaradas por la aduana como «mercancías inacabadas», y por lo tanto, libres de impuestos.” Otra anécdota que refleja el carácter de March viene del que había sido confesor  de Alfonso XIII. En 1945 era un hombre mayor en apuros económicos, y decidió reclamarle  a March todas las promesas económicas que le había hecho por sus favores. Este confesor fue clave en convencer a la empresa francesa, quien tenía el monopolio de venta de tabaco en el  Marruecos español, para que renovasen el contrato de subarrendamiento a March en los años 20. Pero  March nunca le pagó ni se dignó a contestar a la carta. Así de desagradecido era con quienes ya veía que no podía sacar ningún provecho. 

March contra el régimen franquista

Pero las relaciones de Juan March con la dictadura  franquista no siempre fueron buenas. Conforme se consolidaba en su puesto, Franco se irritó cada vez más por las deudas contraídas en la guerra con el mallorquín y no quería permitir que su  pretensión de monopolizar el comercio exterior pusiera en peligro la estabilidad de las finanzas  estatales. March chocó sobre todo con el ministro de Comercio e Industria, Demetrio Carceller, un  falangista favorable al intervencionismo estatal extremo que se enriqueció con comisiones obtenidas del mercado negro y el comercio  exterior, como el tráfico de wolframio y petróleo. Era por tanto un competidor directo de Juan March, y así debe entenderse estos choques dentro de la  dictadura franquista, que era una cleptocracia como ya vimos en el episodio anterior de esta  serie. En 1941 Carceller acusó a March de masón y de provocar escasez de materias en España, y  el ministro de Trabajo José Antonio Girón exigió que lo fusilaran por alta traición. A Valentín  Galarza, ministro de Gobernación, le ordenaron que retirase el pasaporte a Juan March y que lo  pusiera bajo arresto domiciliario. Sin embargo, Galarza era uno de los que recibían los sobornos  británicos directamente de March, y le trasladó la información para que pudiera abandonar el país. March envió una carta a Franco negando las acusaciones y pidiendo ir al Consejo de Ministros  para defenderse, donde podría denunciar la corrupción de dos o tres ministros. El fascismo falangista odiaba a March por representar el arquetipo de capitalista insaciable sin  patria, pero March no había financiado una rebelión militar para instaurar un gobierno que le  pusiera trabas a sus negocios. En julio de 1942, Juan March fue detenido durante unas horas porque  los servicios secretos españoles tenían indicios  de que participaba en una  conspiración monárquica contra Franco. Cuando fue liberado, no se la jugó y huyó  de España para fijar residencia en Lisboa, centro de conspiraciones monárquicas. Otros  monárquicos, como Pedro Sainz Rodríguez y Eugenio Vegas Latapié, quienes ya desde  el día de la proclamación de la República conspiraban contra ella, tuvieron que  trasladarse a Portugal debido a las amenazas de detención por parte de la dictadura  de Franco. Allí también residía José Gil Robles. 

Tras la operación Torch en el norte de  África en noviembre de 1943, la presión privada y pública para restaurar la monarquía en  España aumentó. Juan de Borbón expresó que había llegado el momento de sustituir la dictadura  de Franco, vista como un régimen de transición, y generales monárquicos como Orgaz y Kindelán  pidieron a Franco que abandonase el poder y dejase las formas de gobierno a imitación de  otras extranjeras, en referencia al fascismo, y volviese a formas genuinamente  españolas, la de la monarquía católica. 

March gastó al menos un millón de francos suizos a  favor de Juan de Borbón durante la Segunda Guerra  Mundial. El capitalista creía que lo mejor sería  que la dictadura franquista fuese sustituida por una monarquía aceptada por la izquierda y capaz  de cohesionar España. Básicamente se adelantó a lo que sería luego la Transición. En 1944 la  victoria ya se veía a favor de los aliados, y se formó la Alianza de Fuerzas Democráticas  entre socialistas, anarquistas y republicanos, excluyendo a comunistas. Franco y todo su  régimen temían que, pese a haber ganado la guerra civil, ahora perdiesen el poder. March celebró una reunión con las fuerzas opositoras en el piso de su amante Matilde  Reig. El mallorquín ofreció un cheque y le dijo a Régulo Martínez, presidente de la Alianza,  que pusiera la cantidad que quisiera. Lo que querían los opositores era hacer propaganda para  difundir las corrupciones de Franco y su régimen, pero Juan March se negó porque temía que eso le  costara la vida. Al final, esto quedó en nada, pero Franco se enteró de la reunión. March volvió a Portugal, porque le llegó el soplo de que Franco había expresado  que quería matarlo, y al terminar la Segunda Guerra Mundial fijó su residencia  en Ginebra, Suiza, aunque siguió visitando España muy frecuentemente. En 1946, viendo que el  régimen de Franco estaba para quedarse y que las victoriosas potencias aliadas no se estaban  moviendo para cambiarlo, Juan March comunicó que no iba a dar más dinero a la oposición  monárquica encabezada por Juan de Borbón. 

Juan March no mantuvo una relación estrecha con  Franco al finalizar la guerra civil. Bartolomé March, hijo del banquero, visitaba asiduamente el  palacio de El Prado e implicaba en los negocios familiares al entorno del dictador. Por tanto,  se puede describir la relación entre Franco y March como unmatrimonio de conveniencia. No había  amor ni confianza mutua, sino intereses comunes.   

 Pese a que tuvieron roces importantes, Barcelona Traction, uno de los mayores robos de la historia. Así nació FECSA Francisco Franco supo recompensar bien a Juan  March por su apoyo. El mallorquín se aprovechó de la coyuntura de la Segunda Guerra Mundial  para tomar medidas hostiles contra empresas extranjeras en suelo español y comprarlas a precio  de saldo. Así lo hizo con la filial mallorquina de General Electric, que a base de hostigamiento  los propietarios vendieron a March en 1942. 

Pero el mayor regalo de la dictadura franquista  a Juan March fue la Barcelona Traction. Estamos hablando de la compañía eléctrica de Cataluña,  conocida popularmente como La Canadiense, que por activos era la tercera empresa más grande  de España y producía el 20% de la electricidad del país. Era un holding con un entramado  empresarial muy complejo y opaco, constituido con capital extranjero que se aprovechaba de esta  estructura para no pagar sus impuestos en España. 

Su accionista principal y dirigente era Dannie  Heineman, un judío de nacionalidad estadounidense y belga que no pudo ejercer un control efectivo  sobre la compañía desde la guerra civil, primero por haber sido colectivizada y después  porque Franco prohibió la compra de divisas a  sociedades extranjeras. El ministerio de Industria  no permitía subir precios en las tarifas,  ni tampoco llevar a cabo nuevas inversiones.  Entre esto y que la compañía cobraba en pesetas que no paraban de devaluarse y debía  pagar a los acreedores en libras esterlinas, el negocio estaba en una situación complicada. Desde 1945 March fue comprando obligaciones de la Barcelona Traction hasta convertirse en  su mayor acreedor. Tras la constitución de la ONU y la exclusión de España de este organismo  internacional, existía un clima muy contrario a las empresas extranjeras del que March se  aprovechó, presentándose como un patriota  español dispuesto a poner su fortuna contra las  oligarquías financieras internacionales de las que él mismo pertenecía. Por ideología y como  recompensa por su contribución en la guerra, a Franco ya le interesaba que una gran empresa  pasase a estar en manos de un capitalista español. 

El 12 de febrero de 1948 un juez de la  localidad tarraconense de Reus declaró en quiebra La Canadiense, después de que hombres  de March presentasen una demanda para reclamar el pago de las obligaciones. Con eso, los intereses  de los acreedores pasaban a ponerse por delante de los accionistas, y el mayor acreedor era  March. Que el mallorquín untó al juez para que fallara a su favor con una medida tan  desproporcionada ni cotiza, porque muchas otras empresas no eran declaradas en quiebra  por simple falta de disponibilidad de divisas. 

Además, a los pocos días de la sentencia,  sin que los accionistas y directivos de la Barcelona Traction pudieran reaccionar  porque no les notificaron a tiempo, un hombre presentó un recurso de apelación. Este  era un secuaz de March, que hizo este movimiento para evitar que los propietarios de la Barcelona  Traction pudieran presentar su propio recurso.  

Inmediatamente hombres de March tomaron el  control de la Barcelona Traction, y hubo negociaciones en vano con Heineman y protestas  de los gobiernos de Bélgica, Reino Unido, Canadá y Estados Unidos, aunque finalmente los  británicos actuaron a favor de su antiguo aliado. 

En enero de 1952 se procedió a la subasta  pública de la compañía. Solo pujó Fuerzas Eléctricas de Cataluña, conocida por sus  siglas FECSA, una empresa creada por Juan March expresamente para la ocasión y que contaba  también con la participación de diversos bancos, como el Santander y Pastor. El precio de compra  de las acciones fue de 10 millones de pesetas, cuando su valoración estimada estaba entre  los 1.000 y 3.000 millones de pesetas. Un robo en toda regla revestido de legalidad. Esta es solo una de las muchísimas pruebas que demuestran que la dictadura franquista fue  una cleptocracia, un gobierno donde primaba el enriquecimiento personal de algunos cercanos al  régimen. El magnate judío podría haber presentado una oferta por el mismo valor o superior  para evitar la venta. Se recurrió en vano la sentencia y los accionistas presentaron distintas  demandas en juzgados de España. Pero en la España de Franco no había independencia judicial, y  nadie podía ir contra el gobierno y contra March. 

El gobierno estadounidense, cuando se negoció  normalizar relaciones diplomáticas con la España franquista, presionó sobre esta cuestión  y advirtió de las consecuencias negativas en la imagen de España entre inversores internacionales,  pero Franco dijo que era una cuestión privada y que no podía hacer nada. Al final, Estados Unidos  proporcionó un crédito de cien millones de dólares a España, y así empezó su proceso de reapertura,  sin que afectase negativamente el caso Barcelona Traction a la atracción de inversiones  extranjeras. El caso terminó en el tribunal internacional de La Haya con una resolución  favorable para los March en 1970, cuando ya Juan March y Dannie Heineman habían muerto. En los años 50, ya en su vejez, Juan March Fundación Juan March, o cómo lavar la imagen de un capitalista corruptor con las manos manchadas de sangre quiso crearse la imagen de benefactor. En  consonancia con ser el más rico de España, era el que más aportaba en campañas benéficas  organizadas por la dictadura, como contra la tuberculosis o para viudas y huérfanos de familias  de militares. Con su dinero manchado de sangre y corrupción, March, sobre todo a través de su  esposa, financió algunas obras caritativas y religiosas, como la construcción del  colegio de los franciscanos en Palma. 

Sin embargo, su mayor acción en este sentido  filántropo fue en 1955. El capitalista mallorquín copió el modo de hacer de los ricos anglosajones  y creó la Fundación Juan March para que su nombre se recordara por generaciones, para lavar su  imagen y para pagar menos impuestos. La Fundación Juan March promueve la formación con becas e  intercambios de estudiantes e investigadores, la elevación y difusión de la cultura, así como  la investigación científica. La constituyó con 300 millones de pesetas y 1.200.000 dólares, siendo la  fundación con más recursos de Europa y equiparable a las grandes fundaciones estadounidenses. En  los años siguientes los March fueron ampliando su capital hasta los 1.000 millones de pesetas. La decisión de formar la fundación vino por sugerencia del catalanista Joan Mascaró,  nacido también en Santa Margalida y que fue trabajador de March, pero que, al acompañar  al hijo de este a estudiar en el extranjero, se licenció en lenguas y se convirtió en uno de los mayores especialistas en sánscrito. Este le envió una carta en 1951 sugiriéndole  imitar el ejemplo de otros millonarios en obras sociales o culturales para que su  nombre se perpetuase en la historia. Juan March quería morir sabiendo que la gente le  lloraría y honraría, y hay que decir que lo consiguió. A su muerte fue recordado por  su fundación y hoy en día mucha gente ni siquiera sabe quién fue realmente Juan March.  

Muerte de Juan March Ordinas

Hablando de su muerte, el 25 de febrero de 1962, su chófer conducía un Cadillac para  llevar a March a una reunión por Madrid, pero un vehículo circulaba en dirección contraria  y chocó violentamente con el coche del hombre más rico de España. El millonario de 81 años se llevó  la peor parte y sufrió numerosas fracturas y un shock traumático, aunque permaneció consciente.  El prestigioso médico catalán Josep Trueta se desplazó expresamente desde Londres para  examinarlo, y también se desplazó desde Barcelona el doctor Puigvert, pero era difícil que  sobreviviera con 81 años y varios traumatismos. 

Modificó el testamento para elevar hasta los  2.000 millones de pesetas el capital de la Fundación Juan March. Mostró algunos signos  de mejoría, pero nadie se atrevía a hacer un pronóstico optimista. Su amante Matilde Reig,  familiares, y ministros de Franco lo visitaron,  y un padre lo confesó y administró los sacramentos  el 4 de marzo. Juan March nunca fue religioso,  pero debió pensar que más valía ser pragmático  y asegurarse una plaza en el cielo por si  existía. En sus últimos días las mejorías  desaparecieron y entró en un estado delirante. 

Finalmente, el 10 de marzo de 1962 falleció  Juan March Ordinas. Se oficiaron misas en Madrid y Palma de Mallorca en las que asistieron  todas las grandes personalidades del momento. La Banca March y FECSA suspendieron sus actividades,  y los barcos de la Transmediterránea ondearon las banderas a media asta. Fue enterrado en el panteón  familiar en Palma de Mallorca, junto a su esposa que ya había muerto unos años antes. La noticia  de su muerte llegó a ocupar primeras páginas en diarios de todo el mundo, que tildaban a March del  hombre más misterioso del mundo y el Rockefeller español. Un becario envió esta carta: “No conocí  a don Juan. Pero difícilmente olvidaré su nombre. Sin su ayuda nunca habría pisado la Universidad.  Le ruego acepte esta pequeña nota de condolencia.” 

Así fue Juan March, en pocas palabras ¿Quién fue, por tanto, Juan March Ordinas? Después  de haber estudiado su biografía, describiría al  mallorquín como un capitalista que no tuvo ningún  escrúpulo para conseguir sus objetivos. Siempre que podía buscaba la colaboración voluntaria de otros o inducirlos a ello mediante sobornos, se valió de la corrupción empresarial y política  para hacerse el hombre más rico de España, pero aquellos que no se sometían a su  voluntad se aseguraba que lo pagasen caro.  

No tenía ninguna moral más que el dinero. March era un hombre que tenía como objetivo y obsesión hacerse siempre más y más rico e  influyente, no llegó un momento en que dijo, vale, estoy feliz con la riqueza que he acumulado  y ahora voy a disfrutar. Azaña lo describía en 1932 como un hombre intrépido, inteligente,  y lleno de rabia. Juan March no era el típico mafioso italiano que actuaba de patriarca de un  clan familiar extenso. Era un hombre solitario, con muchos lacayos a sueldo, y que sabía hacerse  imprescindible y moverse en la política para que sus negocios triunfasen. Se rodeaba de  un equipo de técnicos competentes que le fuesen fieles. Era un mafioso a la española. Era un hombre muy individualista y egocéntrico que solo velaba por sus propios intereses. Por  eso tampoco tuvo inconveniente en proporcionar suministros a dos bandos en guerra, porque lo importante era ganar dinero. Cuando le convenía,  se presentaba al público como alguien preocupado por el patriotismo, la religión, o como un mecenas de artes y ciencias, pero eso no eran más que  maneras de justificar sus acciones y lavar su imagen. Juan March Ordinas fue sin duda uno de  los hombres más listos, ambiciosos, amorales  y más importantes de la España del siglo XX. 

Juan March y la legitimidad de las herencias

El testamento de Juan March declaraba heredero único a su hijo mayor Juan March Servera. Este se  quedó en pleno dominio con el 60% de los bienes, y el usufructo del 40% restante para dos  nietos del patriarca familiar. En cambio,  excluyó de la herencia y solo dejó la legítima  que le correspondía a su hijo menor Bartolomé. 

Juan apenas se relacionó con este hijo, que  las malas lenguas decían que ni era hijo suyo, y en cambio fue el mimado de su madre Eleonor y  recibió todos sus bienes en herencia. Bartolomé era un mecenas y coleccionista, un vividor  alejado del espíritu capitalista de su padre. Quizás por eso Juan March lo repudiaba  y no quiso fragmentar el patrimonio familiar. 

Pero esto no es lo importante. Lo importante es  preguntarse qué legitimidad tiene la herencia de Juan March y que hoy los March sigan siendo una  de las familias más ricas de España. La memoria histórica sobre la Segunda República, guerra  civil y dictadura franquista sigue siendo un campo de batalla ideológico muy importante  porque los beneficiarios del franquismo saben que el reconocimiento de la ilegitimidad del  franquismo y de todas sus acciones criminales es solo un primer paso que luego puede derivar en  la exigencia de políticas de reparación económica y devolución del patrimonio robado, como se  hizo en Alemania a las víctimas del nazismo. 

En el caso de los March, no es solo que  se lucrasen en la dictadura franquista, sino que sus chanchullos ya venían de antes.  Hemos visto a lo largo de la serie de episodios sobre Juan March que la riqueza de los March se  formó a base de la corrupción, el contrabando, el tráfico de armas, la especulación  inmobiliaria, las actividades bancarias, los monopolios ilegales, la exportación de  alimentos mientras se provocaba hambre en España, los asesinatos y la financiación de los golpistas  en la guerra civil, aparte de por supuesto las relaciones laborales propias del capitalismo. Desde mi posicionamiento anarquista, la propiedad privada es en sí misma ilegítima,  porque se basa en desigualdades y las reproduce, en términos tanto de poder como de riqueza  material. No es aceptable que la riqueza, que es el resultado de esfuerzos colectivos  acumulados durante siglos, sea monopolizada por unos pocos y que estos vivan del trabajo de otros.  Pero incluso si no cuestionas la legitimidad de la propiedad privada y con ella las herencias,  creo que si tienes un mínimo de moralidad verás que no puede justificarse la concentración y  perpetuación de la riqueza en una familia que cometió tantas actividades ilegales y muchas  de ellas en contra de la mayoría de españoles. 

El sistema de leyes y gobiernos protege a los  grandes ladrones como Juan March, mientras que  cae todo el peso de la ley sobre los que cometen  pequeños hurtos. ¿Cómo se puede defender esta injusticia? ¿Cómo alguien puede decir sin  que se le caiga la cara de vergüenza que no, que Juan March fue un gran empresario y que su  familia está donde está gracias a que era un genio y trabajó más que nadie, y que si eres pobre será  porque eres un vago? ¿Cómo alguien aún puede caer en el discurso meritocrático del capitalismo? Es indecente que no se aplicase la Ley de Memoria Democrática a la Fundación Juan  March, que lleva el nombre del principal, y más indispensable, financiador del golpe y de  los sublevados en la guerra civil. Pero claro, es más fácil atacar a las élites políticas  y militares que ya no están en el poder que a las élites económicas beneficiarias del  franquismo, que siguen perpetuándose hoy en día. 

La abolición del capitalismo y propiedad  privada creo que es la forma más simple de hacer tabula rasa, porque además pueden  haberse cometido todo clase de atropellos en la formación de la riqueza familiar de cada  uno de nosotros, pero ahora te pregunto a ti qué opinas sobre el debate de la legitimidad  de la herencia de Juan March y blanqueamiento de su figura a través de su fundación, y  sobre el debate de las herencias en general.  

Espero tus reflexiones en los comentarios. En cualquier caso, espero que si te has visto la serie completa sobre Juan March Ordinas  hayas aprendido mucho sobre este personaje tan importante de la historia de España y del que se  habla poco para no enfadar a los March, y espero que te lleve a reflexiones más profundas sobre el sistema en que vivimos que recompensa a tipos sin escrúpulos como Juan March. Si es así, por favor  dale a me gusta y compártelo para ayudar en su  difusión, y suscríbete al programa si eres nuevo. Puedes apoyarme en patreon.com/lahistoriaespana a cambio de beneficios exclusivos, también  en YouTube y Spotify con membresías, o con una donación en la página web del programa, donde  también encontrarás los guiones y fuentes de mis  episodios. Muchas gracias por cierto a Juan Carlos  Traversi por haberse hecho miembro del canal. 

Hacer esta serie ha sido gratificante por todo  lo aprendido, pero también me ha recordado porqué ya no hacía series, por el compromiso de  dedicación y tiempo que suponen. Lo próximo de Memorias Hispánicas quizás serán ya entrevistas a historiadores, que tengo muchas ganas de hacer, así que permanece atento por ello y  mantén las notificaciones activadas o sigue el Discord o canal de WhatsApp.  ¡Gracias por escucharme y hasta la próxima!

viernes, 7 de febrero de 2025

Tsundoku: la acumulación inútil de libros

 El fenómeno ‘tsundoku’ o cómo hemos normalizado acumular libros que no leeremos, por Jorge Marzo Arauzo, en El País 6 feb 2025: 

Esta palabra japonesa describe un hábito que, sin saberlo, realizan muchos lectores cada vez que adquieren nuevos ejemplares cuando tienen títulos aún pendientes

Uno, dos, tres… y así hasta más de 30 libros. Este es el número de ejemplares que tiene Andrea Aragón en las estanterías de su casa sin leer. Una extraña colección que, para esta lectora, no parece ser suficiente. Va a seguir comprándolos en las librerías, independientemente de si lo hace de manera impulsiva o de un modo planificado. Como ella, muchas personas almacenan en su biblioteca personal tomos que ni siquiera han empezado ni ojeado la primera página. A este fenómeno ya le dieron un término en Japón en el siglo XIX: tsundoku. O, en otras palabras, el hábito de comprar libros y acumularlos sin llegar a leerlos, aunque con intención de hacerlo.

“A mí me gusta verlos apilados. Uno encima de otro, al lado, compartir ese espacio. No es que sienta alegría, pero sí que me da un poquito de emoción interna saber que tengo una colección que va a ser como mi propia biblioteca”, afirma con orgullo la lectora. Sus visitas a librerías siempre suelen saldarse con alguna nueva adquisición: “Me ha pasado alguna vez de acercarme a una, enamorarme de una portada y de una sinopsis, y decir: ‘Me lo llevo”. Esta vivencia también la ha sentido Beatriz Marín, o bea_lalectora en redes sociales —tiene más de 30.000 seguidores solo en su cuenta de TikTok—. “Hoy por hoy, con el capitalismo, con tantas novedades que hay y cosas que salen, vas a comprar y encuentras tres ejemplares que te llaman la atención, los coges y luego tienes el tiempo que tienes. Esto es una cuestión de que los libros no caducan, y tampoco lo hace la literatura”, explica en conversación con este periódico.

Hay dos variables que pueden llegar a definir este fenómeno, según explica Montserrat Lacalle, profesora colaboradora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC). “El primero es cuando las personas hacen una conducta. En este caso, es el hecho de comprar una obra. Hay una parte en la que la persona siente la emoción, una sensación como si ya lo hubiese leído o si ya tuviese el conocimiento. Y esa experimentación es muy placentera”. El otro aspecto es el de la procrastinación. “A veces, pensamos en ella como una conducta que se hace desde el desinterés o la poca motivación, y no necesariamente es así. Hay personas que, como ese momento de lectura tiene que ser tan plácido o ideal, no lo encuentran y, conductualmente, acaban procrastinando. En el fondo, es ir encadenando un día tras otro y ver que nunca llega el momento de realizar esa conducta”.

La Federación de Gremios de Editores (FGEE) recoge, según el Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros en España 2024, presentado en enero, que algo más de la mitad de la población de 14 o más años lee con frecuencia, un 14,3% de manera ocasional y poco más de un tercio casi nunca o nunca lo hace. De este último grupo, un 46,8% admite que es por la falta de tiempo. “Sigue habiendo mucha gente que acumula libros, porque cada mes salen muchas novedades, y te los compras pensando que llegarás, y si no es este mes, será el que viene, y entonces saldrán otras tantas más”, apunta la tiktoker Marín.

Pero, ¿por qué dejamos obras sin leer, aunque la intención inicial haya sido hacerlo? “Las personas somos así a veces. Ponemos el foco de atención o la solución donde no es. Entonces se convierte en una especie de círculo vicioso. ¿Puede haber alguien que se sienta culpable? Sí: ‘Tengo que hacerlo, tengo que leer’. Pero, curiosamente, esta persona va a comprar otro tomo”, comienza a explicar Lacalle. “Cuando nuestro pensamiento y nuestra conducta no van alineados en el mismo sentido, uno pensaría que lo que hay que hacer es cambiar la conducta para ser consecuente. Pues no. A este fenómeno lo llamamos disonancia cognitiva. Lo que hacen la mayoría de personas es cambiar el pensamiento y desarrollar un relato que vaya de acuerdo a su conducta”, sostiene la experta.

Los volúmenes se amontonan uno encima de otro en la estantería de Andrea Aragón. Sabe que no tiene tiempo para leer todos los títulos pendientes, pero también que su intención es hacerlo en algún momento. “Soy consciente de que tengo demasiados, pero quiero leérmelos todos. Mi deseo es que esa pila interminable vaya bajando, aunque siempre acabo comprando. ¡Es inevitable!”, reconoce.

Y ¿qué pasa con las redes sociales? Desde el punto de vista de Marín, creadora de contenido especializada en literatura, estas fomentan el consumo, aunque depende de cada persona. En esa línea, como lectora individual, Aragón cree que influyen más las relaciones personales que posibles prescriptores de la comunidad virtual: “Me gusta intercambiar con mis amigas opiniones de libros, títulos de autores o autoras... Y que decidan compartir eso conmigo me parece muy bonito, por eso la mayoría de las veces me inclino a seguir esas recomendaciones”.

En TikTok, la tendencia #BookTok reúne más de 44 millones de publicaciones, mientras que, en Instagram, #Bookstagrammer suma más de 21 millones. ¿Indican estas cifras algún tipo de presión social por tener ejemplares de los que muchos hablan? Para Aragón, no es el caso: “Como el mundo va tan rápido, no te da tiempo a seguir el ritmo a toda esa gente que te dice: ‘Tienes que leer esto o ver tal película’. Es imposible. Entonces, yo tiendo a ir un poco más por mis gustos, recomendaciones o flechazos en la propia librería”.

Desde hace varios años, y con la llegada de la tecnología, la presencia de las obras en digital ha ido tomando peso entre los lectores españoles. Tanto es así que, según Statista, en 2023 las ventas de estos formatos de texto en España alcanzaron una facturación de 144 millones de euros, lo que supuso un incremento del 181,6% respecto a 2009. Aun así, en 2023 algo más de un tercio de los encuestados todavía leía solo en papel, casi un 20% de ambas maneras y solo un 8,5% en digital. “Con la cantidad de novelas que salen, sí que hay mucha tendencia de gente de decir: ‘Es que no tengo espacio’, ‘no tengo dinero’, ‘no puedo mantener el ritmo’. Con lo cual, últimamente, hay bastante conciencia. Se fomenta una compra y un consumo un poco más responsables”, argumenta Marín sobre cómo pueden cambiar nuestros hábitos de consumo. Aunque también matiza que hay mucha gente que descarga libros y luego “nunca los lee”.

La psicóloga Lacalle, por su parte, compara el almacenamiento de ejemplares en digital con otros casos similares. “La persona que acumula en un ebook, igual que la que lo hace con fotos, experimenta el mismo proceso de gratificación: el simple hecho de pensar ‘esto lo tengo’. A lo mejor no lo consultaré, pero ya me produce tranquilidad o satisfacción saber que es mío. El estímulo visual no es el mismo que al observar una biblioteca, pero el sistema de gratificación es muy parecido”, confirma.

En algunos casos, lo que se vende no es el texto en sí, sino la edición. Y más si se realiza de una manera exclusiva. La existencia de ediciones limitadas, según Marín, afecta a que los consumidores sean más impulsivos a la hora de comprar algo que no necesitan, pero que se agotará. “Se fomenta que la gente deba comprarlo ahora, porque es el momento, entonces sí que se anima a que acumulen, aunque no sepan si lo van a leer o no. Se lo compran con muchas ganas, pero luego no saben si tienen tiempo”, destaca la creadora de contenido. Este fenómeno, conocido como bibliomanía, dista del tsundoku en cuanto a que se hace acopio de volúmenes para coleccionar y no para leer.

La tenencia de volúmenes también puede ir vinculada emocionalmente a un lugar o a una persona, lo que dificulta darle una segunda vida. “Siempre que voy de viaje a un sitio me llevo uno o dos ejemplares. A la vuelta, me suelo traer otro par: mis amigas a las que voy a visitar son lectoras y me suelen regalar. Yo no puedo resistirme y algo siempre cae”, expone Aragón. Según Lacalle, las personas les damos un significado a todo tipo de objetos: “Si a ti, quien sea, te regala algo, ¿qué significado le atribuyes? Desde el punto de vista emocional, no te quieres separar de lo que representa, no del objeto en sí. Por eso es tan difícil para algunas personas desprenderse de los libros y acumulan y acumulan”.

Con este afán de posesión, es inevitable que el espacio físico se vuelva limitado o que el interés por algunas obras ya adquiridas disminuya. Esto lleva a muchos a considerar deshacerse de ciertos ejemplares, ya sea a través de donaciones o ventas. Aragón destaca lo significativo de llevarlos a librerías con fines sociales cuando ocupan demasiado espacio o sabe que no se leerán. Una postura que comparte Marín: “Si son en castellano, los dono y si son en inglés, los vendo por internet. Soy una firme partidaria de que deben tener una segunda vida y solo me quedo aquellos que vaya a querer releer”.

jueves, 6 de febrero de 2025

Entrada y salida de Andorra, por César Bruto

 De uno de los heterónimos del humorista argentino Carlos Warnes (1905-1984), César Bruto, "Entrada y salida de Andorra", en su Lo que me hubiera gustado ser a mí si no fuera lo que yo soy (1947).

Lo que menos tenía pensado era de quen mi viage iba a agarrar y visitar este paíx, pero una cosa es lo que uno se propone y otra cosa lo que le sale, como en el caso de mi primito casimirO, que resulta quen el último carnavaL agarró y se lebantó de programA en el baile del lunA paR a una prinsesA rusA que le dijo questaba esperando de un día para el otro la caída del comunismO para volber a rusiA y subir arriba del tronO y pedir que le dean la corona de briliantes de la familia, y resulta que despué quel chitrulo de mi primito bailó dos piesas con élia se dió cuenta de que le faltaba la cartera, el relog, los jemelos del púnio de la camisa de plancha, una medallita que sienpre tenía colgada del pescueso desde quera chico, los tiradores de vidro del pantalón y un anilio con el retrato en esmalte de su vieja y el cual no se lo podía sacar del dedo porquelera apretado... ¡En fin, basta la salú!

Resulta de que tuve la suerte de que al pasar ayer por la frontera deste paíx, justamente en ese momento salía para afuera del mismo un ciudadano que se iba de viage, y entonses, como quedaba un lugar bacante en el espasio del territoriO lo pude ocupar yo y entrar como pedrO por su casa. La jente que agarre y lea esto se pensará de que yo esagero, pero la pura verdá es que andorrA es un paíx tan pequenio, pero tan pequenio, que para quentre un habitante más de los que tiene se presisa que alguno se vaya, o sea que sienpre se queda con la misma cantidá de habitantes. Las cálies son chicas, pero bien estrechas, o sea que la solusión consiste en que la jente salga por turno afuera y otros se quedan adentro de las casas, porque si un día se le da la loca a todos de salir a dar una vuelta se afisiarían apretados unos en contra de los otros.

Otra cosa quel gobiernO de acá tiene que andar con cuidado es con la cosa de los nasimientos y vijilar de que no nascan ninios si antes no desaparece una persona grande, a los efectos de lo cual hay una ofisinA destadísticA que da permisos de nasimientos sienpre y cuando antes se presente una bacante en la poblasión. El día que liegué yo, presensié con mis propios ojos el caso de un matrimonio que inaguraba un nene de lo más lindo, pero que lo tuvieron que dar a crear enseguida afuera del paíx, porque adentro de andorrA no cabía. ¡Ha, lo mal questá repartida la tierrA y lo ques la injustisia humanA! ¿Qué les costaría, por egenplo, a otros paíx que tienen tantos y tanto quilómetros agarrar y darle unos metros más a andorrA para que pueda espaciarse a gusto y no verse presisada a tener que andar contando todos los día sus habitantes para ver de que no haiga uno de más y se arruine el equilibrio de la nacióN?

Un amigo que mencontré en un café chiquito de andorrA me dijo de que haora estaban estudeando un proyedto de un norteamericano, el cual consiste en haser un 2º piso al paíx, o sea lo mismo que cuando un dueño quiere agarrar y sacar más renta. El asunto de haser un paíx de 2 pisos trajo gran discusión adentro del parlamento, donde se trensaron en peleas los 3 diputados de la derechA y los 3 de la isquierdA, lo cual puede ser que se arregle como otras veses jugando un truco de 6 y se haga lo que mande el que gana. Por los planos que me mostraron, el paíx de 2 pisos tiene su lado bueno y su lado malo, ques lo que pasa con muchas cosas, y si uno lo mira por el lado bueno, bien, pero si lo mira por el lado malo, mal, o sea que lo mismo pasa con el trabajo, por egenplo, ques muy lindo en los días de pagO cuando uno va y cobra, pero es cansador a más no poder en los demás días cuando hay que ir a cinchar el lomo y lebantarse tenprano dejando las cubijas calientitas y el dulse arrulio de la linda esposa que le dise toda mimosienta: –¡Andá, quedate un rato más y despué le contás al gefe de que perdistes el ónibus y se acabó...!

La ventaja que tiene al ser chico un paíx como andorrA es de que todo el mundo agarra y se conoce y nadies puede enganiar a nadies. Los gastos del gobierno son más bien pocos, porquen toda la nasióN hay sólo 2 vijilantes, uno de día y otro de noche, o sea de que no pueden darse el lujo de andar los 2 juntos como en otras partes, porquentonses se quedaría sin vigilancia el otro turno y andarían a sus anchas los 2 ladrones que hay en el paíx y que sienpre andan sueltos, porque como son tan pocos sería propio una locura irles a costruir una cárseL especiaL para élios. Otra cosa deconomía es que no hay casA de gobiernO, sino que cada presidentE cuando lo eligen agarra y manda desde su casa lo poco que tiene que mandar. Ministerio de marinA no hay por falta de agua; ministerio de guerrA no esiste por falta de soldados; ministerio de agriculturA no hay por falta de campo; ministerio de obraS públicA no hace falta porque todo el paíx está costruído..., en fin, que tanpoco hace falta correO, porque siendo tan chico la jente agarra y se lieba las cartas a pie; tranvía hay uno solo que da la vuelta a la nasión en 20 minuto, y tamién hay un solo aparato de radio colocado en el medio de la plasA sentraL del paíx y que puede ser escuchado por todos los habitantes. Lo más que tiene andorrA son fronteraS; uno las encuentra por todas partes y apenas camina durante un rato sienpre está en peligro de salirse y meterse en la nasión de al lado, y así me pasó a mí, que salí a dar una vuelta para bajar la comida y cuando quise acordar estaba fuera y ya no me dejaron entrar más porque resulta que por el otro lado entró otro tipo y ya estaba completa otra vez la población.

Si todos los paíx fueran como este, uno la vuelta al mundO la daba en meno de 80 día como desía juliO vierneS.

lunes, 3 de febrero de 2025

Solaris y sus citas al Quijote

 Publicado el domingo 23, febrero 2020 por BarbaRoja898 en Zoonpolitikon

Solaris (1972)

Hoy nos toca analizar la década de los años setenta, que no es otra que la que da comienzo a la edad de plata del cine. Como no podía ser de otra manera, nos encontramos con grandes de la ciencia ficción, entre las que cabe destacar “Alien el octavo pasajero” (1979), “La naranja mecánica” (1971) o “La guerra de las galaxias” (1977) en el plano comercial, y dos de las grandes de Tarkovsky en el cine más intimista: la que hoy nos incumbe y “Stalker” (1979), que ya analizamos en su momento. Sin contar, además, con gran cantidad de obras de referencia: la llegada a la gran pantalla de “Star Trek” (1979), la maltratada serie “Galáctica” (1978), “Westworld” (1973) —peor que la primera temporada de la nueva serie y mejor que el despropósito de la segunda—, “La invasión de los ultracuerpos” (1978) o “Encuentros en la tercera fase” (1977). Existen, a su vez, numerosas películas sobrevaloradas, destacando entre todas ellas la insufrible “El hombre que cayó a la tierra” (1977) o la asquerosa “La montaña sagrada” (1973). Respecto a “El planeta salvaje” (1973), la verdad es que he de reconocer que, puestos a ver animación surrealista, prefiero “Contact (C)” (1978), que resulta ser más interesante, sugerente y corta. Y sí, está pendiente “Doctor Who” (1963-1989)… aunque el problema es un poco como con la ya mencionada “Star Trek”: entre series y películas, da cierta sensación de infinito e, irremediablemente, de pereza; pues el tiempo que implicaría un visionado tranquilo sería de años, y todavía existen obras menos exigentes que merecen más la pena a la hora de analizar. Una vez comentado el contexto, hablemos ya de “Solaris” (1972).

«—No soy partidario de obtener conocimientos a toda costa. La verdadera sabiduría se basa en la moral.

—Del hombre depende que la ciencia sea inmoral».

Lo primero que destaca de esta cinta es su cuidadísima fotografía, la particular obsesión de su director con el agua y su ritmo pausado. Sin olvidar que lo importante son las ideas, cómo se articulan y su relación con la alegoría —que, como ya hemos repetido muchas veces, es algo propio del género; siendo esta película ejemplar en este sentido—. Para esto, se emplean todos los medios cinematográficos disponibles: desde el montaje hasta la música, pasando por el escenario, el vestuario, los movimientos de cámara o los diálogos. El uso del color, el paso al blanco y negro, los sonidos de sintetizador… el soviético es un maestro de la atmósfera. Además, no puede tener mejor guión. Poco más se puede decir de esta película sin entrar a destriparla… por lo tanto, a partir de esta línea, quien no la haya visto que se haga un favor y vaya aquí a verla, sin ignorar la segunda parte, o que tome la opción de dejar el cine.

«—»Sólo una cosa sé, Señor. Cuando yo… Cuando yo duermo, no conozco el miedo, ni las esperanzas, ni los trabajos, ni la dicha… Gracias a quien inventó el sueño, esta es la única balanza, que iguala al pastor y al rey, al tonto y al sabio. Sólo es malo el sueño profundo: se parece demasiado a la muerte.

—Sancho, nunca habías dicho un discurso tan elegante»».

Una de las primeras cosas que llama la atención es que, en una película de dos partes y de algo más de dos horas y media, antes de los primeros diez minutos destaca ya un busto de Sócrates, que veremos varias veces a lo largo de la película al estar uno en la casa —localización recurrente— y otro en la biblioteca de la nave. Nos encontramos ante varias conversaciones que nos ponen en situación sobre los extraños fenómenos en forma de alucinaciones que ocurren cerca del planeta oceánico de Solaris y sobre la problemática de experimentar irradiando el planeta para así intentar conocer sus secretos. Esta primera parte de la película provoca una cierta sensación de sobresalto si uno no viene de hacer un ciclo de cine independiente. En los tiempos en los que nos movemos, el cine cada vez es más rápido y está más programado para contentar a un público que, poco a poco, va siendo menos capaz de concentrar la atención. En mi caso, la última película que he ido a ver al cine fue la actual de “Mujercitas” (2019); que, evidentemente, no es una de “Los vengadores”, pero sí se mueve en el lenguaje audiovisual actual. Choca volverse a encontrar con una película que se toma su tiempo a la hora de generar la atmósfera y que no tiene intención de contentar al gran público. Después de la presentación, pasamos por una escena tremendamente abstracta —al estilo de la llegada a la Zona de “Stalker”— con cambios de colores y unos sonidos electrónicos bastante ominosos. Descubrimos una secuencia donde se están quemando unos papeles, una secuencia que remarca el libro del “Quijote” sobre una mesa y, más tarde, saltamos al viaje hacia Solaris; en el cual, por cierto, si algo destaca es el paso por un agujero de gusano que luego volveremos a ver en “Interestelar” (2014). De hecho, tanto eso como la existencia de un planeta acuático son las únicas semejanzas entre dos películas que, en el fondo, se parecen como un huevo a una castaña. Cerramos la primera parte con muchas preguntas y pocas respuestas. Aparece también el personaje de Hari, que tiene el vestido cosido de tal manera que nunca se lo pudo haber puesto.

«En realidad, no queremos conquistar ningún Cosmos. Queremos ampliar la Tierra hasta sus confines. No necesitamos otros mundos. Queremos un espejo. Buscamos un contacto, pero nunca lo encontraremos. Estamos en la necia situación del hombre que busca la cadena que teme y no necesita. Al ser humano le hace falta otro ser humano».

Comenzamos la segunda parte. Entra nuestro protagonista en pánico —con todo el sentido del mundo— y decide lanzar al espacio exterior a la aparición de su esposa difunta. Descubrimos que Solaris, de alguna manera, conoce los recuerdos de los humanos que se acercan y provoca que aparezcan unos visitantes compuestos de neutrinos en base a ellos. Sí, ni siquiera la premisa de “Horizonte Final” (1997) era original… pero es que también comprobamos que el núcleo de “Blade Runner” (1982) ya está en juego aquí, así como parte de las ideas de “Matrix” (1999). Se plantea la problemática de si algo que parece humano y se comporta como un humano, sabiendo a ciencia a cierta que no es humano, se podría considerar provisto de humanidad y, por lo tanto, también de dignidad. Con esta metáfora nos damos cuenta de que se plantea la pregunta de qué nos hace humanos y de cuál es la característica fundamental de la humanidad: ¿el conocimiento?, ¿el sentimiento?, ¿el amor?, ¿la importancia de la muerte, de la pérdida, de la finitud? Comprobamos que en “Solaris” Tarkovsky está poniendo en juego las cuestiones fundamentales que nos mueven y motivan, y que son al mismo tiempo aquellas que dieron origen propiamente a la civilización y a lo que es Occidente desde el sacrificio de Sócrates. También es cierto que se puede igualmente interpretar como una reflexión sobre el paso del tiempo y sobre si realmente somos los mismos cuando crecemos e, inevitablemente, cambiamos; además de como una meditación acerca de la cuestión del amor, ya en sí misma profundísima y capital.

«Yo sé cuál es mi lugar. La Naturaleza hizo al hombre para que la conozca. Al buscar la verdad, el hombre está condenado a trabar conocimiento. Lo demás es un desatino».

Después de la discusión en la biblioteca, la copia de Hari acaba —como la original— suicidándose (aunque, en este caso, bebiendo oxígeno líquido). Ocurre la escena de resurrección más impactante de la historia del cine, además de ser la secuencia en la que Hari descubre que, a diferencia de su homóloga humana, ella no puede morir tan fácilmente. Después de este suceso, nuestro protagonista enferma y en medio de un estado delirante nos presenta las últimas reflexiones de la película, que versan sobre el dolor, la pérdida, la muerte y el sentido de todo ello para el ser humano. Nos retrotraemos en el tiempo a una visión de su pasado familiar —con uno de esos cambios de color tan característicos de este director—, y comprobamos que nuestro protagonista no amaba a su familia porque no creía que la podía perder, así como igualmente comprendemos —a la vez que él— que no apreció su amor por Hari hasta que ésta se suicidó. Nuestro protagonista se despierta y comprueba que Hari se ha matado por tercera y última vez; y esta vez lo ha hecho por él, ya que no era buena idea el plan de quedarse en Solaris para vivir con su recuerdo.

«—¿Sabes qué? Al mostrar piedad nos vaciamos. Quizás sea cierto que el sufrimiento da a la vida un aire sombrío, lleno de sospechas. Pero yo no reconozco… No, no lo reconozco… ¿Acaso lo que no es una necesidad para nuestra vida la perjudica? No la perjudica. Claro que no. ¿Te acuerdas de los sufrimientos de Tolstoi por no poder amar a toda la humanidad? ¿Cuánto tiempo ha pasado desde entonces? No puedo comprenderlo… Ayúdame. Por ejemplo, yo te amo como ser humano. El amor es un sentimiento que se puede experimentar, pero no hay forma de explicar como si fuera un concepto. Uno ama lo que puede perder: a sí mismo, a la mujer, a la patria… Hasta ahora la humanidad y la Tierra eran inaccesibles para el amor. ¿Me comprendes? ¡Somos tan pocos! ¡Tan sólo varios miles de millones! ¿Quizás estemos aquí sólo para sentir por primera vez al ser humano como motivo de amor?

—Tiene fiebre.

—¿Cómo murió Guibarián? No me lo has contado.

—Te lo diré luego.

—Guibarián no murió de miedo, sino de vergüenza. ¡La vergüenza salvará a la humanidad!»

En estas últimas escenas antes de la recta final, el problema concreto de Kris es un tema importante entre tantos otros que se sugieren; de hecho, de alguna manera, ya estaba insinuado desde el principio. No es otra cosa que una crítica al hombre pragmatista, inevitablemente individualista, subjetivista y egoísta; aquel que, incapaz de tolerar su finitud y la de los otros, cree que todo está por y para él. Por eso, Kris es incapaz de valorar —más allá de la mutua explotación basada en el mero placer— tanto a su familia como a Hari; no es capaz de comprender la delicadeza del ser humano y la facilidad con la que uno puede morir. Está muy claro en la escena con su madre en la que ella le lava las heridas, pero esta idea se encuentra ya también en las primeras secuencias de la cinta —por ejemplo, cuando comentan que se dedica a su informe incansablemente como un contable—, sin olvidar lo clara que es a este respecto la escena del garaje convertido en cuadra. Kris es un hombre que ha vivido postrado a los vientos de su época y que, cuando ya se encuentra en la recta final de su vida, empieza a comprender hasta dónde ha perdido el tiempo y ha despreciado la importancia de vivir acorde al drama característico del ser humano: todos vamos a morir y, como uno se descuide, lo hará sólo; por lo tanto, no debemos despreciar el amor ni emplear el poco tiempo que tenemos en la infinita variedad de banalidades que nos ofrece nuestra época.

«—Tienes mal aspecto. ¿Eres feliz?

—Ahora ese término es un poco anticuado».

Va terminando la película y nos sugiere, muy poco sutilmente, la comparación de Hari con Jesucristo; con todo lo que eso conlleva. Después, reflexiona sobre el hecho de pensar y su relación con la felicidad. La idea de que uno al meditar sobre los temas fundamentales de la humanidad se acerca al día de su muerte es muy poderosa. A su vez, la reflexión sobre la felicidad es aguda y explica muy bien por qué la gran mayoría de la gente prefiere no pensar: hacerlo, inevitablemente, te pone en contacto con la muerte, y todo el mundo prefiere vivir distraído sintiéndose inmortal. La idea de que ciertas cuestiones perviven mejor bajo el misterio y la superstición es una idea que vuelve una y otra vez en la obra de este autor, y tiene mucho sentido, además de ser un tema que hay que pensarse dos veces a la luz de todo lo ocurrido en los últimos dos siglos. Termina la película con un final que no te ves venir y que te vuela la cabeza, pero después de todo lo visto —la segunda venida de Jesucristo en forma de mujer (con resurrección y todo e incluyendo su muerte definitiva) y el descubrir que Snawt no es otro que Sócrates—, no sorprende cómo culmina la historia. ¿Es toda la película una alegoría del hecho de reflexionar? ¿Es Solaris nuestro fuero interno, mente o alma? Da igual cómo lo llamemos en este caso. El póster de la película cobraría un nuevo sentido… de alguna manera, ¿no es en ese lugar donde viven los recuerdos?, ¿o es todo un sueño? Los sueños no son sino alucinaciones mientras dormimos, y el acto de pensar tiene mucho de alucinación —aunque, eso sí, controlada—. También nos podríamos encontrar ante… ¿un paseo practicando el método peripatético?, ¿un paseo por nuestros pensamientos? Referencias a estas ideas a lo largo de la película no faltan; de hecho, al principio nos dicen que el protagonista se pasa horas paseando solo. En cualquiera de los casos, el final no es gratuito y le da una vuelta más a lo que nos están contando de una manera magistral. Es el mejor ejemplo de lo que es la ciencia ficción y el mejor canon para juzgar al resto de películas del género.

«—Últimamente no congeniábamos. Oye, Snawt, ¿por qué él nos atormenta?

—Hemos perdido el sentido de lo cósmico. Los antiguos lo percibían mejor. Ellos no preguntarían por qué… Recuerda el mito de Sísifo».

Es cierto que la primera parte tiene momentos donde se hace un poco lenta y que el final es un poco demasiado, pero, de alguna manera, el tono pausado favorece que se genere el contraste necesario para que emerjan los momentos más brillantes y ayuda, a su vez, a parar un poco al público más acelerado, ayudándole a ponerse, en la medida de lo posible, ante la posibilidad de aburrirse un poco, y dando paso así a la meditación reflexiva que se nos propone. Es una película exigente intelectualmente, de eso no cabe duda, pero tampoco implica necesariamente haber leído ni haberse planteado nada con anterioridad para su disfrute. Es lo bueno de ser todos mortales. Un servidor la vio por primera vez hace más de diez años cuando poco sabía de Platón, del amor, de la muerte o del “Quijote” —cierto es que tenía ya inquietudes, angustias y tiempo para aburrirse, pero era mucho más imbécil e inculto que ahora—, y con todo y aun quedándose en la superficie tuvo claro que “Solaris” era una película valiosa e interesante. Cualquiera con dos dedos de frente, inquietudes y el tiempo para verla sin interrupciones la va a disfrutar; y cuanto más culto e inteligente se sea, más se haya leído y más se haya reflexionado sobre los temas fundamentales, más profundamente se entenderá su sentido, más grato será su disfrute y más fecundo resultará el poso que deje. Es una película que, como los buenos libros, hay que verla muchas veces a lo largo de la vida, para enriquecerse con otras obras y reflexiones entre una vez y otra; y es probable que cada vuelta a ella sea mejor, más profunda y se logren captar nuevos matices. Ocurre como con “Stalker”, pero con más pureza y claridad.

«—Cuando el hombre es feliz, el sentido de la vida y los demás temas eternos le interesan muy poco. Hay que abordarlos al final de la vida.

—Pero no sabemos cuándo llegará ese fin y por eso nos apresuramos.

—Las personas más felices son las que nunca se han interesado por esas malditas cuestiones.

—Preguntar es querer siempre conocer, pero para conservar las simples verdades humanas se necesitan los misterios: el misterio de la felicidad, el de la muerte, el del amor.

—Quizás tengas razón, pero trata de no pensar en todo eso.

—Pensar en esto es lo mismo que conocer el día de tu muerte. El desconocimiento de ese día nos hace inmortales».

Por todo lo dicho, concluimos que “Solaris” es una obra maestra que estaría, sin lugar a dudas, entre las 20 mejores del género y, posiblemente, entre las 20 mejores películas de la historia del cine. También deducimos que el señor Tarkovsky no es sólo un grandísimo director de cine y guionista, sino también un pensador; y, dado que está muerto, le debemos reconocer la autoridad de llegar por méritos propios a la categoría de filósofo —todo un honor teniendo en cuenta que a la altura del siglo XX la mayoría terminaron siendo sofistas—, y el primero en serlo a través del medio cinematográfico. Es un igual en toda regla. No tengáis ninguna duda de que volverá a estar en el foco de nuestras reflexiones.

«—¿Qué hacer después? ¿Volver a la Tierra? Poco a poco todo se normalizará. Surgirán nuevos intereses, conocidos, pero no podré dedicarme a ellos plenamente. ¿Acaso tengo derecho a renunciar, aunque sea a una supuesta posibilidad de contacto con el Océano, al que tantos años trata de tender mi raza hilos de comprensión? ¿Quedarme aquí, entre los objetos que ambos tocamos, que aún recuerdan nuestro aliento? ¿En aras de qué? ¿Con la esperanza de que regrese? Mas no tengo esa esperanza. Lo único que me queda es esperar. ¿Qué esperar? No sé… Nuevos milagros.

—¿No te has cansado?

—No, me siento muy bien.

—Me parece que ya es hora de que retornes a la Tierra.

—¿Así lo crees?

—Parménides fue el primero en tener razón—

domingo, 2 de febrero de 2025

Los últimos días de Patricia Highsmith

 Aquellos meses oscuros que compartí con Patricia Highsmith hace 30 años, en El País, Elena Gosálvez Blanco, New Haven (Connecticut, EE UU), 2 feb 2025:

Huraña y enferma, la autora de ‘Extraños en un tren’ pasó su último invierno encerrada en su casa de Suiza con una asistente española entonces veinteañera

Leí toda la obra de Patricia Highsmith de una sentada en otoño de 1994. Yo tenía veinte años y vivía con la autora en su casa de Tegna (Suiza) en una habitación empapelada con sus primeras ediciones en orden cronológico. Pat tenía 73 y sabía que estaba a punto de morir.

Mis recuerdos empiezan en un tranvía blanco y azul yendo a la casa de Anna y Daniel Keel en Zúrich. Anna era pintora y tuve la suerte de ser una de sus modelos desde que mi novio de entonces me la presentó a los 17 años. Su marido Daniel, cofundador y dueño de la editorial Diogenes Verlag, era brutalmente honesto, pero tenía ojos bondadosos. Sus muchas pilas de libros les valían de muebles.

En una de las “cenas interesantes” que celebraban, Dani me comentó que estaba “desesperado” buscando a alguien que hablara inglés, tuviera carné de conducir y pudiera mudarse a cuidar de un autor en su casa del Ticino. “No puedo anunciar el puesto en el periódico”, suspiró. El hombre discreto que había ocupado el cargo durante meses acababa de anunciar que no podía más y se iba a meter a monje. “Hablo inglés”, dije en inglés. Estaba a punto de volver a España para empezar tercero de carrera, pero podía recoger los libros, volver en octubre y quedarme hasta los exámenes de diciembre. Dani negó con la cabeza y me dijo que el autor era Patricia Highsmith. Yo no reaccioné. “¿Qué libros suyos has leído?”, me preguntó. “Ninguno”. Se le escapó una carcajada. Preguntaría a Pat pero, dada mi edad, no debíamos hacernos ilusiones.

Menos de una semana después, cogí el tren de Zúrich a Locarno. Patricia Highsmith había aceptado entrevistarme. En el viaje terminé El temblor de la falsificación, el primer libro suyo que leí. El hombre que había cuidado de ella me abrazó cuando vino a recogerme a la estación. “Es una autora extraordinaria...”, me dijo. “Pero no le gusta mucho la gente. Vas a notar que la molestas; no pienses que es algo que has hecho tú. Ella es así”. Me dejó en su puerta exclamando “Buena suerte”, sin bajarse del coche.

La casa brutalista, de ladrillo blanco y una sola planta, me pareció una enorme U. Highsmith la diseñó con ayuda de un arquitecto de Zúrich, Tobias Ammann, en 1988. Era la casa de sus sueños (con la que había soñado literalmente) y muy similar a la del arquitecto protagonista de su primera novela Extraños en un tren. Estaba bastante aislada, pero me gustaba el contraste de sus líneas rectas con el paisaje del valle. Aquel sábado de finales de agosto de 1994 el jardín era una maraña de malas hierbas y la fachada amarillenta había perdido su blanco original.

Patricia Highsmith abrió la puerta antes de que llamase al timbre, como si me hubiera estado espiando tras las cortinas. Llevaba un jersey de lana, unos vaqueros amplios y tenía cara de pocos amigos. Su flequillo canoso y grasiento caía sobre sus ojos. Me estrechó la mano. Sin mirarme, me ofreció cerveza o té, yo le pedí agua y desapareció hacia la cocina. En el salón había una revista literaria que nombraba a los cien mejores escritores vivos: García Márquez justo encima de Pat, que tardó más de diez minutos en volver con mi vaso de agua y su taza de café que entonces yo no sabía contenía cerveza.

“¿Te gusta Hemingway?”, me preguntó sin preámbulos. Por primera vez me miró a los ojos. Bebí un poco. No sabía nada de su vida, ni podía haberla buscado en Google en el tren en 1994. Decidí decir mi verdad por si acaso pedía argumentos. “No”, contesté como quien pone ficha en la mesa del casino. Todo al negro. Silencio.

“¡Odio a Hemingway!”, exclamó ella poniéndose de pie y caminando hacia la puerta. “¿Eso es todo?”, me preguntaba a mí misma sin atreverme a abrir la boca, aunque tenía mil preguntas sobre el trabajo, el sueldo, el horario, las fechas... Me dio las gracias y abrió la puerta para invitarme a salir. De vuelta en el Volkswagen —para sentarme tuve que coger un montón de correspondencia del asiento remitida simplemente a “Patricia Highsmith, Suiza”—, el futuro monje me dijo que sabía que la entrevista iba a durar poco, pero no tan poco. “¿Será que no le he gustado?”, le pregunté. “El próximo tren a Zúrich sale en unos quince minutos”, contestó, ignorando mi pregunta.

Estaba segura de que jamás volvería a ver a la gran dama de la novela negra que ni siquiera necesitaba dirección para recibir cartas. Pero justo antes de ir al aeropuerto para volver a Madrid donde me esperaba tercero de Filosofía en la Complutense, Daniel Keel llamó: “Esto es un milagro, Pat quiere saber cuándo puedes empezar”.

Regresé a la casa de Tegna a finales de octubre, con mi gorro negro, mis botines de tacón y un abrigo largo con vuelo, lista para mi aventura literaria. Mi cuarto era amplio y en las estanterías estaban todas las primeras ediciones de sus libros “en orden”, me explicó Pat. Le conté que solamente había leído El temblor y me había encantado. Dijo que esa era su mejor novela, así que todo lo que leyera después iba a defraudarme. No fue verdad y pronto El diario de Edith se convirtió en mi favorito. El cuarto tenía dos grandes puertas de cristal que abrían al patio frente al cual, como si fuera un espejo, estaba el cuarto de Pat en el otro palo de la U. Sus visillos estaban abiertos y podía ver su cama individual y su escritorio. Esta disposición le permitía también a ella verme a mí.

Se fue para dejarme deshacer la maleta. No sabía muy bien qué esperaba de mí. Cuando salí a esperarla al salón, se había metido en su cuarto. Podía oírla teclear la vieja máquina que usaba desde que escribió su primera novela, Extraños en un tren, durante su estancia en la colonia de escritores Yaddo. Cuando por fin salió de su cuarto para cenar puso un poco de agua a hervir y añadió un cubito de caldo. Me preguntó si yo quería. Asentí y añadió otro cubito. Esa era la cena. Se sirvió un gran tazón de cerveza oscura de una litrona que tenía en cajas fuera de la nevera.

Ahora yo era el chofer del Volkswagen polo negro. Era muy mala conductora, pero Pat no paraba de decirme lo bien que conducía probablemente porque iba despacio, lo cual, según ella, gastaba menos gasolina. Me explicó que yo iría sola una vez a la semana a comprar cubitos para la sopa, cajas de cerveza y comida para el gato que solo comía pulmones de vaca crudos. Pat llevaba bolsas de plástico en el bolso para no pagar los céntimos que costaban. Yo intentaba memorizar todo sin caer en la cuenta de que me iba a morir de hambre.

Cada cuatro o cinco días venía la cocinera con un guiso ya hecho porque no la dejaba cocinar allí. Pat apenas lo probaba cuando cada noche a las siete en punto, nos sentábamos en la penumbra a “cenar” juntas. Cada una se servía en la cocina en un bol, ella muy poco, pero traía una botella entera de cerveza a la mesa que despejábamos un poco de las montañas de correspondencia sin abrir. Yo comía despacio intentando copiar su falta de hambre y le hacía muchas preguntas que a ella le encantaba contestar. Nunca me ofreció cerveza, se sobrentendía que si quería beber debía traer mi propio alcohol. Los médicos no la dejaban beber su veneno favorito (whisky) pero en la cocina había una botella de Johnny Walker escondida que menguaba aunque ella decía que era para las visitas (que nunca venían). No debía beber y había dejado de fumar por sus problemas de salud. En teoría era un secreto, pero Anna insinuó que se trataba de cáncer.

La gata Charlotte pedía su comida en cuanto salía el sol. Pat me había explicado cómo tenía que trocear los pulmones crudos con las tijeras de cocina, los alvéolos estallando como miles de globitos. Pat escuchaba siempre las noticias de la BBC en la cama durante una hora antes de levantarse. Los días que tardaba en encender la radio me torturaba pensando que tal vez se había muerto y que me tocaría a mí encontrarla.

A veces me pedía que fuera a por el correo o salía a pasear por Tegna, donde aprovechaba para tomar un café como Dios manda en el diminuto bar, me comía un cruasán o me fumaba un cigarro, las cosas que ella solía hacer y ya no podía. En Correos siempre había algo para Pat pero los empleados me miraban mal. Supongo que sabían que Pat era lesbiana e imaginaban que una chica tan joven debía ser una amante remunerada. Yo pinta de enfermera no tenía. Entendí por qué ella jamás iba a por sus cartas. Mis paseos me valían para respirar antes de volver aquella casa opresiva y deprimente. La revista de los cien mejores escritores vivos le invitó a una celebración en París a la que por supuesto no fue: se consideraba entre los cien mejores, pero no tanto entre los “vivos”.

Anna y Dani llamaban cada domingo. Pat estaba corrigiendo las galeradas de Small G: un idilio de verano y tenía que mandarle las correcciones por fax. Cada día me pedía que mandara la misma página una y otra vez. Ella misma se refería a Small G como su última novela y parecía que quería salir por la puerta grande. Cuando la leí, unos meses después de su muerte, me impresionó cuánto sabía de la comunidad gay de Zúrich.

Pat no me dejaba llamar a mi novio y cuando él me llamaba decía que no estaba. Yo contaba con que él me podría visitar, incluso quedarse a dormir. Cuando tuve el valor de preguntar, ella me dijo que de ninguna manera. No le dejaría siquiera pisar el jardín, y si yo iba al bar del pueblo a verle, no podía faltar más de una hora. Mi novio y yo decidimos limitarnos a escribir cartas. Lo mismo ocurrió con mis padres y amigos. Las cartas tardaban unos diez días desde España, pero yo no podía ocupar la línea telefónica. No cuestioné las normas de Pat, ni la agresividad con que ella se negaba a compartirme, nadie podía interrumpir su amarga espera. Yo era sumisa, por la edad, la falta de experiencia y el miedo a que le pasara algo estando conmigo. Me obsesionaba no molestarla. Mis paseos por el pueblo se fueron acortando: me atormentaba que Pat estuviera sola, se encontrara mal o me tuviera que esperar para mandar, otra vez, la misma página corregida por fax.

Igual de aislada que ella, yo vivía leyendo sus libros y esperando la llamada de los domingos. Dani hablaba con Pat unos minutos y Anna hablaba conmigo un buen rato porque Pat se portaba mejor y no nos interrumpía. Anna notó que yo no estaba muy bien, así que vinieron de visita como habían prometido. Aparecieron con poco aviso y llegaron tarde, —”qué maleducados”, despotricaba Pat—, con un precioso ramo de dos docenas de rosas de té. Pat refunfuñó delante de ellos por haberse gastado cientos de francos en algo que no iba a tardar en morirse delante de nuestras narices.

Dani se entendía bien con Pat, tal vez porque era tan impaciente y abrasivo como ella. Llevaba décadas controlando los derechos de todas sus obras y ella, que había despedido a todos sus editores anteriores, le respetaba. Mientras despachaban los detalles de publicación de Small G, Anna vino a mi cuarto preocupada por mis ojeras y mi pérdida de peso. “Vives con alguien muy difícil que está esperando la muerte y tú le recuerdas todo lo que ya no podrá tener”, me consoló.

Pat no sabía decirle que no a Dani y les dio permiso para sacarme a cenar. Les confesé que al principio fue difícil que no me dejara recibir visitas ni llamadas, pero había logrado entender que Pat era mayor y maniática y también estaba aprendiendo mucho de ella leyendo cronológicamente sus libros, me impactaban sus antihéroes humanos e infelices, almas complicadas. Al principio me chocó tener que moverme con una linterna por la noche para no encender las luces, o que me gritara por gastar agua o gasolina… Era inexplicable para alguien con tanto dinero aquella obsesión patológica por ahorrar, pero cuando al morir donó toda su fortuna a Yaddo y otras colonias para escritores entendí que su frugalidad tenía la intención de ayudar al mayor número de autores posible. Aquella noche Anna me dijo que creía que Pat estaba enamorada de mí y yo bromee que más bien iba a intentar cometer el crimen perfecto conmigo. Cuando volví a casa, Pat me esperaba viendo la televisión visiblemente enfadada. Me había perdido el programa de crímenes semanal de la BBC que solíamos ver juntas y que le había dado muchas ideas.

Una o dos veces por semana la llevaba al hospital de Locarno para sus largos tratamientos. Leía mis deberes de Filosofía para que no me viera leer sus libros en público, porque le incomodaba ser reconocida. Entonces se podían encontrar en en la sección de “Misterio” en Estados Unidos; pero en Europa era una autora súper ventas de “literatura de verdad”. Mientras esperaba, solía irme a pasear por Locarno, que olía a castañas asadas igual que Madrid en noviembre. Pat salía sintiéndose mejor. La causa de su muerte (cáncer de pulmón) no fue pública hasta mucho después. A Pat le importaba el qué dirán y me pedía que confirmara a los médicos que no estaba bebiendo. Leí que también se había sentido muy culpable por ser homosexual, lo había ocultado y había probado relaciones con hombres, pero que en un momento dado logró aceptarse. La mujer que yo conocí había regresado a la vergüenza.

Dejé a Pat a mediados de diciembre de 1994. Le recordé mi partida durante semanas. No intentó reemplazarme, sólo me pidió que me quedara. Le expliqué que tenía que volver a hacer los exámenes y a mi casa por Navidad. No me hizo mucho caso, pensando que podía escribir nuestro destino como si fuera una novela. La noche anterior a mi marcha evitó hablarme y mirarme por completo. Con las maletas en la puerta me estrechó la mano, aunque yo esperaba un abrazo. Le pedí que me firmara un libro sobre su vida que me había regalado Dani y firmó su nombre, sin dedicatoria, ni nada personal. Estaba muy enfadada de que la abandonara como siempre habían hecho “otros”. Me dio un sobre con el dinero que me debía. Desapareció hacia su cuarto y me tuve que ir cerrando la puerta tras de mí y caminar hasta el trenecito rojo que me llevó a Locarno. No la volví a ver. En el tren soñé que nunca llegaba a casa y la policía les explicaba a mis padres que no podían encontrarme.

Al poco de irme, después de Navidad, la ingresaron. Murió el 4 de febrero de 1995 en el hospital y me alegre de no haber tenido que lidiar con los peores días. Sentí culpa y vergüenza. Dani me invitó a su funeral en marzo, justo el día que yo cumplía veintiún años, pero no quise ir. Solo regresé a Tegna ― donde ella vivió veinte años y reposan sus cenizas ― mucho después, en 2021. A Pat le hubiera horrorizado ver su pueblo lleno de chalés vacacionales y saber que su casa no es un museo sobre ella como me aseguró que sería. La tenía alquilada una familia con niños y trastos por todas partes. Desde el jardín podado a la perfección vi un cuarto de jugar y en el patio, dentro de la U, una alberca. Me alegré de que Pat no viviera para verlo. La casa de sus sueños no tenía piscina.

Elena Gosálvez Blanco dirige el programa Yale Young Global Scholars en la Universidad de Yale.