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lunes, 7 de noviembre de 2022
viernes, 16 de diciembre de 2016
Una historiadora de las supersticiones españolas, María Tausiet
He escrito un artículo de Wikipedia sobre una historiadora de la superstición española, María Tausiet. Es este:
María Tausiet Carlés (Zaragoza, 27 de agosto de 1963 - ) es una historiadora española, hermana del escritor y cineasta Antonio Tausiet. Nacida en Zaragoza, estudió el bachillerato en el Instituto de La Magdalena y empezó filosofía pura en Valencia, pero luego se licenció (1987) y doctoró (1997) en Historia por la Universidad de Zaragoza con una tesis dirigida por Eliseo Serrano Martín, conociendo también a la medievalista Isabel Falcón y al antropólogo Ángel Gari Lacruz. Trabajó en el departamento de Historia de la Ciencia del Centro de Ciencias Humanas y Sociales (CCHS) del CSIC (2008-2011); también ha sido profesora de Historia de Educación Secundaria (1988-2007) en Talavera de la Reina y Alcorcón, y actualmente fue profesora residente en la Universidad de Virginia (febrero-marzo de 2014) y profesora en el ACCENT (International Consortium for Academic Programs Abroad) por la Universidad de California en Madrid (marzo-junio 2015).
Se dedica sobre todo a investigar la superstición, la magia, la posesión demoniaca y la brujería en la historia de España, más en concreto los conflictos derivados de la Reforma protestante en la España de los siglos XVI y XVII, como la excomunión, la resistencia a la confesión y a la eucaristía, el Purgatorio, la blasfemia, el discurso moral sobre la locura o el llamado "don de lágrimas`", así como la noción de inmortalidad (reliquias) y su plasmación en representaciones científicas y fabulosas del Más allá; también ha publicado trabajos sobre la alquimia, los aquelarres y el sabbat. Entre otros, descubrió y estudió los procesos sobre las reliquias de San Ildefonso, así como el del cura Joan Vicent y el de los 32 endemoniados de Tosos (1812-1814).
Obras
Con James S. Amelang (eds.), El Diablo en la Edad Moderna (Barcelona: Marcial Pons, 2004).
Con James S. Amelang (eds.), Accidentes del alma. Las emociones en la Edad Moderna. Madrid: Abada, 2009.
Ponzoña en los ojos. Brujería y superstición en Aragón en el s. XV (Zaragoza: Institución Fernando el Católico, 2000; 2.ª ed. Madrid: Turner, 2004).
Los posesos de Tosos (1812-1814). Brujería y justicia popular en tiempos de revolución (Zaragoza: Instituto Aragonés de Antropología, 2002).
Abracadabra omnipotens: magia urbana en Zaragoza en la Edad Moderna, Madrid: Siglo XXI de España, 2007
Un Proceso de brujería abierto en 1591 por el Arzobispado de Zaragoza: (contra Catalina García, vecina de Peñarroya), Zaragoza: Institución Fernando el Católico, 1988
El dedo robado: reliquias imaginarias en la España moderna Madrid: Abada, 2013.
Urban Magic in Early Modern Spain. Abracadabra Omnipotens, Hampshire and New York: Palgrave Macmillan, 2014.
Con Hélène Tropé (eds.), Folclore y leyendas en la Península Ibérica. En torno a la obra de François Delpech Madrid: CSIC, 2014.
(Ed.), Alegorías. Imagen y discurso en la España Moderna, Madrid: CSIC, 2014.
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domingo, 30 de octubre de 2016
Brujas manchegas
M. Cebrián, "Brujas, haberlas haylas en Castilla-La Mancha. Con la cercanía de Halloween y el Día de los Difuntos, la historiadora guadalajareña María Lara habla con ABC de su nuevo libro, «Pasaporte de bruja»", en Abc de Toledo, 30/10/2016:
Brujas, haberlas haylas. Y no hace falta irse a Galicia o al valle navarro de Baztán para encontrar su rastro. De hecho, en el territorio que hoy ocupa Castilla-La Mancha se han registrado numerosos casos de brujería. Esto es lo que asegura María Lara Martínez, joven y prestigiosa historiadora y escritora guadalajareña, en su nuevo libro, «Pasaporte de bruja. Volando en escoba, de España a América, en el tiempo de Cervantes» (Editorial Alderabán).
Lo que el lector se va encontrar en este libro, explica la autora, «es una aventura en el tiempo, un viaje al Siglo de Oro para conocer su faceta más mágica y también para desvelar enigmas desconocidos por muchos. Unos enigmas que ayudan a contradecir ingredientes de la leyenda negra que las potencias europeas contrincantes vertieron contra España en los siglos XVI y XVII».
En este sentido, María Lara aclara que la caza de brujas venía desde tiempo atrás. Si atendemos a las cifras, en Europa central perecieron en la hoguera unas 25.000 personas acusadas de brujería; en Castilla, con un censo de 8 millones de habitantes, hubo unas 300 hogueras y en el territorio que hoy ocupa Castilla-La Mancha encendieron unas 50 hogueras, en las que ardieron brujas, magos y hechiceros.
Más allá de las cifras, «Pasaporte de bruja» pretende acercar a los lectores un relato protagonizado por brujas, hechiceras y magos que existieron de verdad en España y Latinoamérica desde la Baja Edad Media, a los que la investigadora les he seguido la pista mediante una ardua documentación y manuscritos, gran parte de ellos encontrados en los archivos de la Inquisición. El reparto está integrado además por los seres de ficción del Siglo de Oro que aparecen en las obras literarias, como la celestina, el vidente, la curandera, el pícaro, el aficionado a las novelas de caballería, el embaucador y el astrólogo.
Muchas de estas personas fueron temidas y perseguidas, e incluso hay localidades que presumen de ser el pueblo de las brujas, como es el caso de Daimiel, en Ciudad Real, donde sobresale el caso de Juana Ruiz. El 10 de junio de 1541, el Tribunal de la Santa Inquisición la absolvió de las acusaciones que pesaban sobre ella. Durante su proceso, los testigos contaban que salía de noche por la chimenea de su casa y que robaba huesos de los cadáveres del cementerio. En su defensa alegó que los quería para practicar un conjuro con el que salvar a su hija enferma.
Su caso fue uno de los seis sobre los que existe constancia escrita en los archivos del Tribunal de Toledo entre los siglos XV y XVI. Los de Apolonia «La Forastera», Isabel de la Higuera o Ana Díaz fueron otros: «Fabricaban pociones y ungüentos con los que decían curar enfermedades mientras pronunciaban oraciones en las que invocaban al demonio o convocaban aquelarres a la luz de la luna».
Pero esta no es la única localidad castellano-manchega que tiene esta fama. En la provincia de Guadalajara también destaca Pareja, donde se dieron casos de brujas perversas, conocidas como Las Morillas. Allí, cuenta la escritora, los vecinos fueron conscientes del problema que suponía la actuación de estas mujeres que cometían delitos y llamaron al inquisidor del Obispado de Cuenca, ya que el pueblo era la residencia de verano del obispo conquense.
También, entre las provincias de Guadalajara y Cuenca, en la zona limítrofe de los pantanos de Entrepeñas y Buendía, localidades como Sacedón, Alcocer, Buendía o Tinajas eran puntos donde existieron algunos casos en el siglo XVI y XVII, según ha podido comprobar María Lara en documentos de la época. Así, por ejemplo, en Tinajas, uno de los delatores afirmaba haber visto vestidas de bruja a las hermanas Juliana, Ana y Catalina de León, que iban con el cabello suelto, la cara y los brazos untados con señales negras, y bailaban con un panderillo y con una luz en la mano.
Relación con Cervantes
En la provincia de Cuenca, existieron también episodios de brujería en todas las comarcas (Mancha, Manchuela, Alcarria y Serranía). También es digno de reseñar cómo Miguel de Cervantes –a quien está dedicada la tercera parte del libro, «Los encantadores del viejo hidalgo»- habla en una de sus novelas ejemplares, «El coloquio de los perros», de tres brujas: la Camacha, la Montiela y la Cañizares.
Estas tres mujeres eran rivales entre sí y, tal y como asegura María Lara, la última de ellas toma su nombre de la localidad conquense de Cañizares, donde el yerno de Cervantes, Luis de Molina, tenía arrendada una finca en las inmediaciones, en la Herrería de Santa Cristina. Allí existió una bruja de verdad llamada María Bodoca, una de las brujas más malévolas de la provincia, que vivió a finales del siglo XVI y principios del XVII.
En La Manchuela está constatada la existencia de otra bruja, Juana García, natural de Sisante. La Inquisición abrió un proceso contra ella en 1625 por brujería, acusándola de intentar envenenar a su yerno, Fernán López, quien había intentado obtener la herencia al poco de casarse viviendo aún su suegra.
La investigadora también cuenta que en la Alcarria conquense, concretamente en Villar del Águila, vivía una de las brujas místicas más aclamadas en Cuenca, Isabel María Herráiz. Tanto era así que sus vecinos la llevaban en hombros a la iglesia y le encendían velas, al creer que tenía una unión mística con Cristo. Algo que ella afirmaba y que le valió la pena capital.
Además de brujas, María Lara habla de la existencia de magos como Eugenio Torralba, el más famoso del Renacimiento español, nacido en el barrio conquense de San Martín. A Torralba lo utilizaron el Gran Capitán y el arzobispo de Bari como astrólogo para que adivinara el desenlace de las batallas. Además, presagió el saqueo de Roma de 1527 por las tropas de Carlos V, hizo un vuelo astral de Valladolid a Roma y lo cita Cervantes en El Quijote.
Y, como no podía ser de otro modo, también destaca Toledo –famosa otrora por su escuela de nigromancia y por la mezcla de culturas y saberes-. María Lara relata que en 1524 el Tribunal de la Inquisición dictó la pena de garrote y hoguera para la Manjirona, una hechicera de La Puebla de Montalbán que causaba el mal mediante fetiches y filtros amorosos.
Sin embargo, la Manjirona se libró, debido a su vejez, de ser ejecutada en la plaza de Zocodover, escenario donde se celebraban los autos de fe y donde hubo episodios de derramamiento de sangre como, por ejemplo, el de Catalina Tapia, una alcahueta a la que se definía como «experta en amansar maridos» y que fue ajusticiada en 1534.
De este modo, más allá de la imagen de la anciana haciendo pócimas o subida a una escoba, lo que queda claro es que a lo largo de la historia ha habido mujeres y hombres conocedores de los saberes de la naturaleza y de la buenaventura. Pero, aparte de estos, también están los farsantes y embaucadores, al igual que la magia negra o el vudú, que siguen existiendo, así que ándense con ojo y más en estos días.
Tradiciones en torno a la muerte en la región
Otro de los asuntos que trata María Lara en su libro, ahora que se acerca el Día de Todos los Santos o Halloween, son los distintos acercamientos a la muerte de cada territorio y de cada localidad. En esta festividad, aparte de la tradición solemne de las velas y las flores, existían algunas costumbres más profanas como los bailes, la gastronomía o las colectas, como los pozos de nieve, una especie de neveras para donaciones que custodiaban algunas cofradías de ánimas de algún pueblo.
Entre las localidades castellano-manchegas donde hay rastro de brujería y de estas costumbres, destaca Campillo de Altobuey (Cuenca), donde la Cofradía de Ánimas del Purgatorio controlaba el pozo de nieve empleado con fines terapéuticos o conservar víveres y también un alambique para destilar licores. Esta hermandad también recaudaba dinero en torno al 31 de octubre y 1 de noviembre para pagar el entierro de pobres o misas que pedían por las almas del purgatorio a través de la celebración de festejos taurinos, bailes o juegos de pelota y mediante sorteo de dulces, buñuelos y bizcochos.
En la Alcarria conquense también sobresale la tradición gastronómica de los puches en las noches que van del 31 de octubre al 2 de noviembre, en las que los mozos esparcen esta especie de gachas en las cerraduras de las puertas de las casas de las mujeres jóvenes casaderas. Entre las localidades de esta comarca que sigue vigente esta costumbre, están Villaconejos de Trabaque y Albalate de las Nogueras.
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lunes, 24 de octubre de 2016
El evemerismo moderno
Sergio Parra, "¿A quién vas a llamar si has visto a un fantasma?", en JotDown: X, 2016:
[...] ¿En qué debo creer?
Hay una película que, sin pretenderlo, sí ofrece una respuesta contundente frente al modo en que debemos proceder frente a un fantasma. Doce hombres sin piedad, de Sidney Lumet, habla de un jurado obcecado en la culpabilidad de un chico, a pesar de que las pruebas no son concluyentes. Pero también habla de otra cosa. De que la gente se forma opiniones de muchas formas, y no siempre esas opiniones se ajustan a la verdad de los hechos. Es decir, que los testigos oculares no son tan fiables como creemos.
De Doce hombres sin piedad, pues, podemos extraer la mejor lección del cine acerca de la epistemología de lo sobrenatural. Doce hombres sin piedad, en el fondo, aborda las diferencias entre la fe racional y la fe irracional. O entre conocimiento temporal y fe, a secas.
Por ejemplo, si profesas un fe irracional, creerás en cosas avaladas por pocas fuentes (generalmente de autoridad), que tienen cientos o miles de años de antigüedad y que son incuestionables (de hecho, cuestionarlas denota irrespetuosidad).
La fe racional, a diferencia de la irracional, es una fe saludable y necesaria, sobre todo por puro pragmatismo. Por ejemplo, creer en la existencia de Japón es un ejemplo de fe racional si nunca has visitado Japón y solo infieres su existencia por fuentes indirectas. Los datos que refrendan la existencia de Japón son amplios, contrastados, no proceden de ninguna autoridad, no son indiscutibles (puedes viajar a Japón para comprobar que no existe y publicar el hallazgo en una revista científica, por ejemplo).
Pero esto es una parodia. En realidad, la fe racional funciona de un modo mucho más sutil. Y, en ocasiones, tampoco queda meridianamente claro si estamos ante un caso de fe racional o irracional, o si bascula de un lado a otro continuamente. Un caso más complejo es el la existencia del átomo. Todos nosotros creemos en él, a pesar de que no los hemos visto más que en dibujos esquemáticos. De hecho, en general, los científicos, tampoco los han visto. ¿Estamos ante un caso de fe irracional?
De hecho, esta pregunta se la han formulado en numerosas ocasiones al físico Leon Lederman, y a ella se ha acostumbrado a responder tal y como escribe en La partícula divina:
Cuando quiero responder a esa espinosa pregunta empiezo siempre por intentar una generalización de la palabra «ver». ¿«Ve» esta página si usa gafas? ¿Y si mira una copia en microfilm? ¿Y si lo que mira es una fotocopia (robándome, pues, mis derechos de autor)? ¿Y si lee el texto en una pantalla de ordenador? Finalmente, desesperado, pregunto: «¿Ha visto usted alguna vez al papa?». «Sí, claro» es la respuesta usual. «Lo he visto por televisión.» ¡Ah!, ¿de verdad? Lo que ha visto es un haz de electrones que da en el fósforo pintado en el interior de la pantalla de cristal. Mis pruebas del átomo, o del quark, son igual de buenas. ¿Qué pruebas son esas? Las trazas de las partículas en una cámara de burbujas. En el acelerador Fermilab, un detector de tres pisos de altura que ha costado sesenta millones de dólares capta electrónicamente los «restos» de la colisión entre un protón y un antiprotón. Aquí la «prueba», el «ver», consiste en que decenas de miles de sensores generen un impulso eléctrico cuando pasa una partícula.
Durante la Segunda Guerra Mundial, el ejército estadounidense estableció bases militares en islas del Pacífico Sur. En tales islas residían nativos que nunca habían tenido contacto con la civilización. A efectos prácticos vivían tal y como lo hacían las sociedades prehistóricas.
[...] ¿En qué debo creer?
Hay una película que, sin pretenderlo, sí ofrece una respuesta contundente frente al modo en que debemos proceder frente a un fantasma. Doce hombres sin piedad, de Sidney Lumet, habla de un jurado obcecado en la culpabilidad de un chico, a pesar de que las pruebas no son concluyentes. Pero también habla de otra cosa. De que la gente se forma opiniones de muchas formas, y no siempre esas opiniones se ajustan a la verdad de los hechos. Es decir, que los testigos oculares no son tan fiables como creemos.
De Doce hombres sin piedad, pues, podemos extraer la mejor lección del cine acerca de la epistemología de lo sobrenatural. Doce hombres sin piedad, en el fondo, aborda las diferencias entre la fe racional y la fe irracional. O entre conocimiento temporal y fe, a secas.
Por ejemplo, si profesas un fe irracional, creerás en cosas avaladas por pocas fuentes (generalmente de autoridad), que tienen cientos o miles de años de antigüedad y que son incuestionables (de hecho, cuestionarlas denota irrespetuosidad).
La fe racional, a diferencia de la irracional, es una fe saludable y necesaria, sobre todo por puro pragmatismo. Por ejemplo, creer en la existencia de Japón es un ejemplo de fe racional si nunca has visitado Japón y solo infieres su existencia por fuentes indirectas. Los datos que refrendan la existencia de Japón son amplios, contrastados, no proceden de ninguna autoridad, no son indiscutibles (puedes viajar a Japón para comprobar que no existe y publicar el hallazgo en una revista científica, por ejemplo).
Pero esto es una parodia. En realidad, la fe racional funciona de un modo mucho más sutil. Y, en ocasiones, tampoco queda meridianamente claro si estamos ante un caso de fe racional o irracional, o si bascula de un lado a otro continuamente. Un caso más complejo es el la existencia del átomo. Todos nosotros creemos en él, a pesar de que no los hemos visto más que en dibujos esquemáticos. De hecho, en general, los científicos, tampoco los han visto. ¿Estamos ante un caso de fe irracional?
De hecho, esta pregunta se la han formulado en numerosas ocasiones al físico Leon Lederman, y a ella se ha acostumbrado a responder tal y como escribe en La partícula divina:
Cuando quiero responder a esa espinosa pregunta empiezo siempre por intentar una generalización de la palabra «ver». ¿«Ve» esta página si usa gafas? ¿Y si mira una copia en microfilm? ¿Y si lo que mira es una fotocopia (robándome, pues, mis derechos de autor)? ¿Y si lee el texto en una pantalla de ordenador? Finalmente, desesperado, pregunto: «¿Ha visto usted alguna vez al papa?». «Sí, claro» es la respuesta usual. «Lo he visto por televisión.» ¡Ah!, ¿de verdad? Lo que ha visto es un haz de electrones que da en el fósforo pintado en el interior de la pantalla de cristal. Mis pruebas del átomo, o del quark, son igual de buenas. ¿Qué pruebas son esas? Las trazas de las partículas en una cámara de burbujas. En el acelerador Fermilab, un detector de tres pisos de altura que ha costado sesenta millones de dólares capta electrónicamente los «restos» de la colisión entre un protón y un antiprotón. Aquí la «prueba», el «ver», consiste en que decenas de miles de sensores generen un impulso eléctrico cuando pasa una partícula.
Durante la Segunda Guerra Mundial, el ejército estadounidense estableció bases militares en islas del Pacífico Sur. En tales islas residían nativos que nunca habían tenido contacto con la civilización. A efectos prácticos vivían tal y como lo hacían las sociedades prehistóricas.
Cuando estos nativos descubrieron a los occidentales descargando toda clase de tesoros tecnológicos desde sus aviones, no se limitaron a rascarse la cabeza, admitir que no tenían ni idea de lo que estaban viendo, y que ya era hora de ponerse a investigar sistemáticamente cómo funcionaba todo aquello. Lo que hicieron fue lo que nuestro instinto nos dicta: rellenar sus lagunas de ignorancia con mitos. Forjaron los llamados cultos cargo, creyeron que los estadounidenses eran dioses y, cuando acabó la guerra y las bases se desmantelaron, los nativos elaboraron toda clase de ritos para hacer que regresaran: movían los brazos como los controladores aéreos para que los aviones aterrizaran, concebían precarias pistas de aterrizaje, levantaban estatuas…
A día de hoy, si visitas lugares como Vanuatu, aún quedan grupos que rinden culto a esta clase de dioses. Ninguno de esos nativos ha logrado saber absolutamente nada real sobre ese militar, sobre los regalos que traía con él, sobre las leyes de la aerodinámica que hacían suspender los enormes pájaros de hierro en el cielo. Los nativos, sencillamente, no quieren admitir su desconocimiento, y como la incertidumbre resulta inquietante, se cuentan historias bonitas para apaciguarla. Probablemente, si preguntamos a uno de esos nativos si es posible conocer a sus dioses, te negarán con la cabeza.
Otro fenómeno de culto cargo sucedió con la tribu de los Yaohanen, en Papúa-Nueva Guinea, que recibió la visita en 1974 del príncipe Felipe de Edimburgo, que les colmó de regalos. Desde entonces, los nativos considerar al príncipe una deidad, y también creen que su espíritu se les aparece en mitad de la jungla para aconsejarles o mitigar sus zozobras. Aquí el grado de ridículo es todavía mayor. Pero ¿acaso no tropezamos nosotros en el mismo error cuando tratamos de interpretar fenómenos desconocidos?
Esa es la forma en la que el cine ha abordado siempre la relación del ser humano con lo sobrenatural. Y es la forma en la que nosotros abordamos muchas de las cosas que desconocemos, desde una puerta crujiendo en una noche de tormenta hasta una luz en el cielo, pasando por el origen del universo. Si no sabemos algo, lo suponemos. Si queremos saber algo, lo miramos y creemos que lo que vemos es la verdad, tanto porque consideramos que sabemos interpretarlo como porque consideramos fiables nuestros sentidos.
En realidad, las cosas funcionan exactamente al revés. Cuando aduzco mi escepticismo sobre cualquier cuestión sobrenatural, la gente suele espetarme que, claro, yo solo creo en lo que veo. Lo irónico es que son justamente ellos los que creen en lo que ven, cuando lo ven, y yo no creo ni siquiera en lo que veo.
Ser consciente de cuán imperfecto es nuestro aparato sensorial y cuántas veces la pifia es como preguntarle a un pez sobre la sensación de estar mojado. Casi todos somos víctimas de alucinaciones, pero casi nadie es consciente de ello. Es relativamente fácil que oigamos un ruido que no se ha producido. O que contemplemos un espectro en una casa encantada sencillamente porque las ondas sonoras de muy baja frecuencia han hecho vibrar anormalmente nuestro globo ocular.
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lunes, 11 de enero de 2016
Cómo se generan los factoides, las leyendas urbanas y las teorías conspirativas según el filósofo Karl Hepfer
Patricio Pron, "No fue Lee Harvey Oswald. El filósofo alemán Karl Hepfer plantea un estudio crítico del auge y popularidad de las versiones que persiguen manipular la realidad", en El País, 10-I-2016:
Todo el mundo sabe que los atentados en Nueva York, el 11 de septiembre de 2001, fueron perpetrados por los servicios secretos estadounidenses, pero resulta difícil averiguar quién es ese “todo el mundo” y, más aún, a qué se denomina aquí “saber”. En un libro publicado recientemente, el filósofo alemán Karl Hepfer se pregunta ambas cosas en relación al auge de las teorías conspirativas en Europa, y responde que se trata de “modelos de interpretación de la realidad simplificados”, intentos de regresar a un estadio anterior de nuestra cultura en el que la realidad supuestamente era sencilla de comprender, y los actores, buenos o malos. Así, el presidente norteamericano John F. Kennedy (bueno) no habría sido asesinado por un paranoico llamado Lee Harvey Oswald, sino en realidad por la mafia, por el Gobierno cubano o por el vicepresidente Lyndon B. Johnson (malos), según las versiones.
Para el historiador alemán Dieter Groh las teorías conspirativas son una “constante antropológica” a lo largo de la Historia.
El libro de Hepfer, Teorías conspirativas: Una crítica filosófica de la sinrazón (Transcript), presenta, sin embargo, algunos problemas. Uno es que soslaya el hecho de que la nostalgia de un mundo más “simple” de comprender y el consiguiente auge de las teorías conspirativas, no son algo reciente. En el año 64, por ejemplo, un gran incendio en Roma fue atribuido a los cristianos para justificar su persecución. En 1312, el rey francés Felipe IV acusó de prácticas heréticas y sodomía a los templarios para eximirse del pago de una importante deuda económica que había contraído con ellos. Durante la Edad Media, se acusó a los judíos de beber la sangre de niños cristianos y de envenenar las fuentes para desatar la peste. Más adelante casi todo acontecimiento político de relevancia fue atribuido a una conspiración de alguna índole. Así, la disolución de la orden jesuitica habría sido la respuesta a un supuesto intento de asesinato de la reina de Inglaterra para reinstaurar el catolicismo y convertir a un Habsburgo en rey de Estados Unidos; detrás de la Revolución Francesa y el auge de los nacionalismos habrían estado masones e Illuminati; y la derrota alemana en la I Guerra Mundial habría sido producto una conspiración de socialdemócratas y judíos. También la Revolución Rusa, la propagación del VIH-Sida y la crisis de los refugiados tendrían una trama secreta. Para el historiador alemán Dieter Groh las teorías conspirativas serían, en ese sentido, una “constante antropológica” a lo largo de la Historia.
El otro problema del libro de Hepfer es que sostiene que las teorías conspirativas serían un modelo simplificado de interpretación de la realidad, un argumento que la complejidad de ciertas teorías parece desmentir. Piénsese, por ejemplo, en las del británico David Icke, quien afirma que el mundo estaría siendo controlado por una alianza de judíos e Illuminati, los cuales serían extraterrestres “reptiloides” dirigidos por la familia Rothschild. Esta teoría no sólo es absurda —una afirmación que se enfrenta a la popularidad de su autor y de los foros dedicados a su trabajo—, sino también extremadamente complicada. ¿No es más sencillo pensar que son la desigualdad económica y política y la concentración de poder los responsables de las catástrofes del presente?
Naturalmente, la respuesta es que no. Las teorías conspirativas proponen (a pesar de su complejidad) un modelo de interpretación más simple y más atractivo de la realidad para ciertas personas porque articulan procesos económicos, políticos y demográficos simultáneos y de gran complejidad en un relato coherente. Vivimos, sostiene Hepfner, en el mundo del “Logos destruido”. Y esto equivale a decir, como hace el británico John Higgs en su excelente Historia alternativa del siglo XX: Más extraño de lo que cabe imaginar (Taurus), que vivimos en una realidad desasosegante en la que —al menos desde la Teoría de la Relatividad— debemos aceptar que estamos imposibilitados para ofrecer una explicación racional, absoluta y libre de paradojas de cómo funciona el mundo.
En ese sentido, el auge de las teorías conspirativas no sólo se apoyaría en una intencionalidad deliberada —como la que llevó recientemente a que, en el marco de las elecciones españolas, regresasen las teorías conspirativas acerca de los hechos trágicos del 11 de marzo de 2004 en ciertas televisiones—, sino en la necesidad humana —la “constante antropológica” de Groh— de articular los hechos en series y estas series en relatos, como pondría también de manifiesto la popularidad de las ucronías literarias en las que se especula con la pregunta acerca de qué habría pasado si, por ejemplo, Alemania hubiese ganado la II Guerra Mundial.
Existe, por supuesto, una diferencia entre especular literariamente con la posibilidad de un triunfo nacionalsocialista en 1945 —lo hicieron Philip K. Dick y Philip Roth, entre muchos otros— y creer que ese triunfo tuvo lugar, efectivamente y de forma secreta, por ejemplo, a través de la influencia que las empresas alemanas ejercen en la economía mundial. Pero esa diferencia sólo existe en relación con lo que hacemos con ambos tipos de relatos. Los dos comparten, sin embargo, un fondo de miedo y de perplejidad. Si las teorías conspirativas funcionan, lo hacen debido a ese fondo común, como prueban la popularización tímida pero constante en la Red de versiones conspirativas de lo sucedido en París el 13 de noviembre de este año. Son la dificultad de comprender que alguien pueda desplazarse armado por una ciudad como París y el miedo a que todo ello se repita, en la capital francesa o en cualquier otra parte, los que impulsan la creación anónima de explicaciones que a muchos no les parecen más implausibles que las que ofrecen la prensa y el Gobierno.
David Icke afirma que el mundo estaría siendo controlado por una alianza de judíos e Illuminati, los cuales serían extraterrestres “reptiloides” dirigidos por la familia Rothschild
Bajo la impresión de hechos conmovedores —el asesinato de un presidente, por ejemplo— es más fácil creer en una conspiración antes que en la acción individual. Lo que las teorías de este tipo evidencian es que lo primero que se pierde bajo esa impresión es la capacidad del individuo de formarse un juicio crítico: es bueno pensar que ese juicio podría ser estimulado con más y mejor educación. Pero esto también es discutible, como pone de manifiesto la proliferación de teorías conspirativas durante el siglo XX. A ese siglo, nos recuerda Higgs, le debemos dos neologismos que lo describen bien, “racismo” y “genocidio”, y es nuestra responsabilidad individual en relación con ambos lo que explica el auge de la teoría conspirativa, que permite que los “malos” sean, por una vez, los otros.
jueves, 29 de abril de 2010
El arca de Noé
Dicen que han encontrado el arca de Noé, que quiere decir "no tengo" (no he), como dice la coplilla de Garcilaso de la Vega; a mí me parece que es más difícil encontrar las humanidades, la cultura, el sentido crítico y la arqueología suficientes como para demostrar que ese tipo de tonterías son eso, tonterías, y que uno sólo encuentra lo que quiere encontrar, pero, claro, en EE. UU., donde si usted paga cincuenta dólares le dan un papelito que le nombra teólogo, se puede creer en lo que dé la gana y, encima, desgrava impuestos, porque tienen fe en un Dios de color verde. El único libro que han leído todos los norteamericanos es la Biblia (y muy bien leído, pero no entendido) y así les va, (muy bien en los negocios, proque la Biblia es todo un tratado de capitalismo, ya que su cometido es llevar a sus creyentes al paraíso... fiscal) discutiendo la teoría de la evolución todavía (eso de descender de un primo del mono te hace tan humilde que no puedes ni siquiera explotar al prójimo; es mejor descender de Dios y poder humillar y explotar a tu antojo de pueblo elegido); en primer lugar, para encontrarle sentido a un libro, si es que lo tuviera, hacen falta todos los demás, y muy pocos han leído lo suficiente como para tener siquiera una vaga idea de tan formidable contexto, cuya presunta y siempre discutible objetividad sólo podría alcanzarse mediante la comunión crítica de numerosos especialistas. Noé nunca existió, y si existió, sería seguramente un pastor de cabras víctima de un proceso de evemerización; el relato tradicional, de difusión prácticamente global, deriva acaso de alguna catástrofe natural, como la presunta creación del mar Negro mediante un terremoto que creó el estrecho del Bósforo e inundó en corto tiempo la depresión geográfica que hoy ocupa, suscitando una emigración de pueblos sin precedentes por toda Eurasia, lo que aun así se presenta muy discutible; podría ser también un relato simbólico del inconsciente colectivo jungiano, como los padres que devoran a los hijos, que también es universal.
jueves, 8 de abril de 2010
San Cucufato
San Cucufato (que los catalanes llaman San Cugat o San Cucufate), es el santo de las pérdidas; un mártir muy antiguo, de los primeros tiempos del Cristianismo (siglo III d. C.). Todo el mundo conoce la consabida copla de invocación, con variantes más o menos chuscas, pero que sirve para encontrar las cosas a trasmano es cierto. A mí me ha salvado de grandes apuros en incontables ocasiones, con la ceremonia del nudo y todo o sin ella; además es un santo instantáneo, pues encontrar el objeto apenas se demora tras la invocación. Por eso yo no lo invoco ya casi nunca, sino cuando la necesidad es verdaderamente perentoria, porque le tengo un respeto nacido de su eficiencia y no le quiero dar la lata. Ahora mismo hay una zapatilla mía, viuda y desconsolada, que espera pacientemente el milagro del retorno de su marido desde hace ya lo menos dos meses. ¿Dónde se habrá metido el travieso zapatillo? Pero no he pedido el concurso de San Cucufato porque tengo otro par. La ceremonia del nudo se debe a su horroroso martirio, pues le sacaron las tripas (el "alambique interior", diría Savater) , y él se las volvió a introducir y se las cosió con un nudo. Estampitas de santos adornan el entorno de mi ordenador. Somos muy devotos de San Ramón Nonato, que protegió particularmente el nacimiento de mis hijos; mi hija mayor venía por los pies, pero justo en el parto se dio la vuelta y cuando volvimos a casa vimos que la estampita de San Ramón se había dado la vuelta también; también tengo una estampita de María Auxiliadora y de San Blas, y últimamente se ha unido al coro una de Santa Ángela de la Cruz, a la que veneran unas monjas de aquí que me caen muy simpáticas, consagradas al auxilio de los pobres de los que no se acuerda nadie. Pues yo si me acuerdo de los pobres santos, muchos de ellos olvidados, como el modesto y silencioso San Andrés Avelino, cuya muerte, tan curiosa, dio mucho que hablar. De San Francisco me conmueve su lírico amor a la naturaleza y a los animales. De San Martín de Porres, el ángel negro peruano, me conmueve también todo, hasta la escoba. Uno de mis sueños imposibles, fuera de conseguir un reloj de arena de una hora, un arpa eolia, algunos libros raros y estancias en el hotel Parajas, en el desierto de Bolarque o en el rincón más ignoto de los Montes de Toledo, es conseguir la verdadera y poderosísima medalla de San Benito, el que se revolcaba desnudo entre espinas, que protege un montón de todo tipo de maldades, aojamientos y fascinaciones; el apotropaico rito pagano de la higa no funciona nada de nada, y sobre la Cruz de Caravaca tengo dudas. ¿Quieren saber lo que cuesta conseguir una medalla de San Benito? Inténtenlo y verán: Dios no las da así como así: primero hay que merecerla, y después sólo en alguna ocasión tengas la oportunidad de poseerla. En cuanto a San Antonio, siempre le he tenido afecto por su rito de bendecir animales; en la iglesia de Santiago había antes una efigie del mismo, con cerdito y todo.
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lunes, 8 de septiembre de 2008
La oscuridad
Los niños temen la oscuridad; mis hijas también; yo les digo que lo que hay fuera entre las sombras en realidad está dentro de sus cabezas, así que no tienen que tener miedo. Que piensen en dibujos animados cuando les asalten ilusiones de monstruos y demás. O que enciendan la luz, coño.
Yo también fui un niño timorato respecto a los espectros que moran en las tinieblas. Estas se poblaban de espectros copiados de las películas de terror que veía por entonces, ayudados por el blanco y negro que por entonces se vestía en las grises pantallas y en los grises periódicos. Por ahí andaban el robot de Ultimatum a la tierra, de Robert Wise, el indio de Moby Dick, de John Huston; la acuática dama del pelo largo y el predicador de la Noche del cazador de Charles Laugton y el taxista de Historias para no dormir, de Chicho Ibáñez Serrador. Y los terroríficos Reyes Magos, además. Cocos que acobardaron mi tenebrosa infancia.
Luego me harté de consumir películas de terror y de leer manuales de criminología, de estudiar Historia de la religión, Antropología, Mitología y Filosofía, Folcklore, Literatura, Cuentos y Leyendas.
Ya no creo en estupideces y tonterías y para mí los muertos son como los muñecos de goma. Temo al dolor, como todo el mundo, pero no tanto a mi propio dolor como al que pueda causar a otros; a la muerte no le temo, porque la muerte no es nada. Yo incluso temería tener que repetir otra vez las mismas cosas sin haber aprendido nada. Temería la estupidez y la ignorancia.
Como Shakespeare, temo mi propio miedo y el de los demás. Los fantasmas que hay dentro de mi cabeza, mi propia oscuridad, mi propia estupidez. La oscuridad de fuera lo único que me hace es dormir, si no me duele la espalda, que es lo que suele ocurrir. Si apareciera en esos momentos un fantasma, le diría que me dejase en paz, que mañana tengo que levantarme y trabajar, que me deje dormir. Como el padre Feijoo, creo que no hay espectro que no se desvanezca al conjuro de una buena cachiporra. Iker Jiménez es un payaso. Lo que me da miedo de su programa es tenerlo que ver hasta el final, y sobre todo los anuncios con que lo vende.
Los escépticos deberían aprender de mí. Ni siquiera creo en los telediarios ni en los periódicos; son como las Caras de Belmez, algo improbable e imposible de demostrar, o cuya demostración, si existe, incumbe a lo meramente real y material o a esas sombras cerebrales que hay en mi cabeza de las que hablaba.
Supongo que acabaré transformado en un fantasma, porque, como no me asusto de esas cosas, cuando muera, quedaré tranformado en una de esas sombras que asustan y que no se asustan de aproximarse a seres fantásticos e irreales como los seres reales. Seré una sombra asustando dentro del cerebro de un niño. El niño asustadizo que yo era.
Yo también fui un niño timorato respecto a los espectros que moran en las tinieblas. Estas se poblaban de espectros copiados de las películas de terror que veía por entonces, ayudados por el blanco y negro que por entonces se vestía en las grises pantallas y en los grises periódicos. Por ahí andaban el robot de Ultimatum a la tierra, de Robert Wise, el indio de Moby Dick, de John Huston; la acuática dama del pelo largo y el predicador de la Noche del cazador de Charles Laugton y el taxista de Historias para no dormir, de Chicho Ibáñez Serrador. Y los terroríficos Reyes Magos, además. Cocos que acobardaron mi tenebrosa infancia.
Luego me harté de consumir películas de terror y de leer manuales de criminología, de estudiar Historia de la religión, Antropología, Mitología y Filosofía, Folcklore, Literatura, Cuentos y Leyendas.
Ya no creo en estupideces y tonterías y para mí los muertos son como los muñecos de goma. Temo al dolor, como todo el mundo, pero no tanto a mi propio dolor como al que pueda causar a otros; a la muerte no le temo, porque la muerte no es nada. Yo incluso temería tener que repetir otra vez las mismas cosas sin haber aprendido nada. Temería la estupidez y la ignorancia.
Como Shakespeare, temo mi propio miedo y el de los demás. Los fantasmas que hay dentro de mi cabeza, mi propia oscuridad, mi propia estupidez. La oscuridad de fuera lo único que me hace es dormir, si no me duele la espalda, que es lo que suele ocurrir. Si apareciera en esos momentos un fantasma, le diría que me dejase en paz, que mañana tengo que levantarme y trabajar, que me deje dormir. Como el padre Feijoo, creo que no hay espectro que no se desvanezca al conjuro de una buena cachiporra. Iker Jiménez es un payaso. Lo que me da miedo de su programa es tenerlo que ver hasta el final, y sobre todo los anuncios con que lo vende.
Los escépticos deberían aprender de mí. Ni siquiera creo en los telediarios ni en los periódicos; son como las Caras de Belmez, algo improbable e imposible de demostrar, o cuya demostración, si existe, incumbe a lo meramente real y material o a esas sombras cerebrales que hay en mi cabeza de las que hablaba.
Supongo que acabaré transformado en un fantasma, porque, como no me asusto de esas cosas, cuando muera, quedaré tranformado en una de esas sombras que asustan y que no se asustan de aproximarse a seres fantásticos e irreales como los seres reales. Seré una sombra asustando dentro del cerebro de un niño. El niño asustadizo que yo era.
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jueves, 24 de enero de 2008
Platillos engordantes
Determinadas personas tendrían que dejar de vivir del cuento y de la credulidad de la gente, especialmente periodistas como el listillo Iker Jiménez o su directo antecesor, el nefasto psiquiatra Jiménez del Oso, quien ha originado más gente chalada que ha curado. Ya casi todo el mundo se ha olvidado de las imbecilidades del desacreditado Erich von Daniken, pero esta mala hierba no deja de crecer mientras que los pobres escépticos tienen que sudar para ser oídos y publicados por los periodistas, siempre más atentos a las tonterías y proclives a rodear los misterios con las vendas de un lenguaje críptico y nebuloso que recuerda el clásico procedimiento de timo de la lectura en frío. Mientras existan esos periodistas consagrados a estupidizar a la gente con embolados sobrenaturales o a engatusarlos con historias del corazón, los cojones y el hígado, el sentido común de la gente se atrofiará y la falta de educación y ética de la prensa generará gilipollas sin sentido crítico; no sabremos cuánta verdad verdadera hay en los hechos extraños, si es que los hay, que lo dudo, pues hasta ahora no se ha movido un solo molino con ese viento.
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lunes, 23 de julio de 2007
Esticomancia
Entre los distintos modos de vaticinio, hay uno que, como exige algo de cultura, ha sido dejado de la mano de los espíritus, por lo general bastante incultos (Julius Marx, más conocido como Groucho Marx, según cuenta en sus memorias, que escribió el mismo, al contrario que Harpo, que prefirió a un periodista como intermediario, preguntó a una medium poseída por un espíritu cuál era la capital de Mongolia, a lo que el espíritu nada supo contestar), la bibliomancia o esticomancia, que consiste en formular una pregunta, abrir un libro al azar y señalar un párrafo de forma fortuita, que se tomará como oráculo o respuesta a la cuestión planteada. Por lo general se usaron para este menester la Biblia o las obras de Virgilio -la llamada sortes Vergiliana-; aconsejo a los novatos que no intenten hacer la prueba con el primero de estos libros, porque se les puede quedar la carne de gallina. En cuanto a lo segundo, si no tienen las obras completas de Virgilio, quedan eximidos de intentarlo; lo peor que les podría ocurrir es que les omine aquello tan gordo de Una salus victis, nulla sperarse salutem. Otras culturas han usado también para estos menesteres el I Ching y el Alcorán.
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miércoles, 28 de febrero de 2007
Espectros del Diccionario
Si peregrinamos por los proverbios y la literatura españoles en busca de aparecidos, gnomos, hadas, duendes, búes, elfos, endriagos, cancones, meigas, espíritus foletos, lamias, gafes, martinicos, sacamantecas, longaevi, cocos,trasgos, garibayes, monstruos, estantiguas, brujas, aojadores, hombres del saco, ángeles de la guarda, genios, moros encantados y demás dioses en el exilio o espectros, podemos llevarnos no ya alguna que otra sorpresa, sino incluso tal cual susto, por más que el juanazo sin alma del padre Feijoo raciocine que "no hay fantasma que no desaparezca al conjuro de una buena tranca". Ni siquiera la Inquisición y su auto de fe de siglos han conseguido echarlos a todos del diccionario.
Hay un enigmático verso en el "Cantar de la afrenta de Corpes" del Poema de Mío Cid que dice "allí son los caños do a Elpha encerró", lo que, según Menéndez Pidal, parece ser más o menos la alusión a alguna leyenda o cuento de fantasmas sobre un espíritu subterráneo encerrado en unos caños o cuevas. Losobrenatural aparece, pues, incluso en el primero de nuestros textos literarios.El elfo tiene un origen germánico, y Menéndez Pidal documenta Elpha como nombre propio en cuatro casos en la Edad Media. ¿Pervivencias paganas? AverígüeloVargas.
En la Edad Media se suele llamar al diablo Martín Piñol, o "bestiónmascariento". Don Juan Manuel llama a un diablo que abusa de un humano "don Martín". Por lo visto era costumbre llamar a los duendes "martinicos". Como a los duendes nórdicos, se les atribuían crueles chascos. Antiguamente se les responsabilizaba de los ruidos en las alacenas, de apagar los fuegos del hogar yde otros trastornos domésticos relacionados con los pucheros. También se comentaba que todos los duendes desaparecieron con la bula de la Santa Cruzada.
Los martinicos eran enanos y llevaban hábitos franciscanos muy holgados. Así lospintó Goya en algunos de sus Caprichos. Esto es todo lo que sé y he ido coleccionando sobre estos seres. A los niños se les solía asustar hasta el siglo XIX con el Bu y el Cancón. Según el DRAE, la primera voz parece tener un origen onomatopéyico. La segunda es de origen incierto, quizá por deformación de "coco". Coco, quién lo iba a decir, es un lusismo; en portugués el coco es un fantasma que lleva unacalabaza vacía a modo de cabeza. ¿Algo que ver con Halloween?
La "estantigua", contracción de "huest antigua", es "una procesión defantasmas o fantasma que se ofrece a la vista por la noche, causando pavor y espanto". En segunda acepción, "persona muy alta y seca, mal vestida". Parece ser algo así como la Santa Compaña gallega, a la que en Castilla se le habría llamado hueste antigua. Rancio abolengo tiene, por lo menos. Cuando Don Quijote ve a los monjes benitos andando de noche, quizá algo de esto se le pasara por lacabeza.
Un "trasgo" es, según el diccionario, "espíritu enredador" que anda denoche. Yo creo que se asociaba a las pesadillas, donde solía aparecer para atormentar, como los duendes que se situaban sobre el pecho cuando se duerme, porque Quevedo, acordándose de unos versos de Aldana, dijo que por las noches luchaba "con un trasgo que traigo entre los brazos". Cito de memoria, pero creo que el endecasílabo de Aldana es "y con un trasgo a ratos debatiendo". De ambos versos, cuando menos, se deduce de que era un espíritu molesto e incordiante.
Las "lamias" tienen abolengo mitológico. Son dragones con cara de mujer. Las hadas tenían poder mágico y la facultad de ver el futuro. Quizá tuvieran algo que ver con los genios, pues siempre se presentaban en el nacimiento paraotorgar dones relacionados con el destino.
¿Y los endriagos? Para monstruos, estos, sobre todo si es verdad la etimología conjetural de los académicos, que le hacen fruto de la mezcla entre hidra y dragon. Menos mal que Amadís nos libró del último que había. Ni siquiera el demogorgón, que nació de una errata en la Genealogía de los dioses paganos de Boccaccio, tiene un origen tan bastardo. Sea como fuere, el endriago es un"monstruo fabuloso, con facciones humanas y miembros de varias fieras".
Los "gafes" tienen tal nombre por la gafedad, tipo de lepra contagiosa de la que la gente huía, aunque ellos gozan una envidiable salud. Sólo que dan malísima suerte, mal fario, incluso al acordarse de ellos o pronunciar su nombre, por lo que hay que hacerlo con alguna ceremonia apotropaica, sea tocando madera, o aludiendo con perífrasis, o llevando el índice a los labios para señalar al cielo, indicando que Dios escucha, y por lo tanto hay que callarlo."Apotropaico", palabra que no figura en el DRAE, es el gesto o acción supersticiosa encaminada a purificar algo. Así, cuando se estornuda, hay que decir "¡Jesús!", para conjurar la superstición de que cualquier cosa en lo quese estaba pensando ocurrirá mal. Los anglosajones, más pragmáticos, lo llaman la ley de Murphy: si algo puede ir mal, irá mal. Los físicos lo llaman entropía. En literatura, ubi sunt?
Los "aojadores" o fascinadores son muy parecidos a los anteriores, puesto que echan mal de ojo, esto es, desgracian o malogran alguna cosa o a algunapersona con su mirada. Es tradición que los gitanos o los que tienen un ojo decada color lo arrojan con más facilidad. Los viernes son los días críticos: los aojados empeoran o mueren en ese día de la semana. Uno lo previene con la "higa" (amuleto de brazo o mano cortada cerrada con el dedo pulgar entre índice y corazón), o dirigiendo ese gesto contra el aojo. Se evita con el conjuro del cabello, la gota de aceite y la taza de agua, que hay que repetir si es muy fuerte.
Los "aparecidos" o revenants son los que llamamos también "almas en pena": muertos quevuelven porque tienen una preocupación que les atormenta. ¿Quién no ha oído alguna historia de estas? Los garibayes, de Garibay, cuya alma no la quiso ni Dios ni el Diablo, llamados también Juan Tontón, son las almas en pena más curiosas de la paremiología. Garibay se acostaba con su abuela, y cuando murió, fue al infierno; allí el Diablo no le dejó pasar: tan tonto, nadie ha llegado aquí. Vete a otra parte. Entonces se fue al cielo. San Pedro no le dejó pasar: esascosas no se hacen. En fin, que el alma de Garibay va por ahí errante, sin paz.
Los "gnomos", seres fantásticos "reputados por los cabalistas como espíritus o genios de la tierra, y que después se han imaginado en figura de enanos que guardaban o trabajaban los veneros de las minas". Nada que añadir. Bécquer ya los pintó en una de sus leyendas. Debían ser bastante tacaños y celosos de sus riquezas. Los "espíritus foletos" o "duendes", de "duen de casa", es decir, dueño de la casa, son casi como los martinicos: "espíritu fantástico del que se dice quehabita en algunas casas y que travesea, causando en ellas trastorno y estruendo. Aparece con figura de viejo o de niño en las narraciones tradicionales." Tiene cierto atractivo, o embrujo, porque de ahí viene la frase hecha "tener duende",que vale por tener encanto, pero también por tener inquietud. Las "meigas", pues eso: no existen. Pero haberlas, haylas. Y hacen unasqueimadas con conjuro de tres pares de narices. Quien no las haya probado, que lo haga, no se arrepentirá.
El popular "hombre del saco", con el que se aterroriza a los niños que no han visto ninguna de Freddy Kruger, no aparece en el diccionario, con lo que resulta aún doblemente misterioso. Es algo así como el Arropiero, el famoso asesino en serie de la posguerra española conocido también como el estrangulador del puerto, que según él exterminó a unas cuarenta personas. El "sacamantecas" es otra denominación del mismo, también para señalar a un legendario personaje: "Familiarmente, criminal que despanzurra a su víctimas". ¡Familiarmente! Me parece que más de uno no querría a este sujeto en su familia ni en pintura.
Sobre los ángeles de la guarda, hay poco que decir. Son, lo cual es extraño en una lista tan siniestra, las únicas deidades protectoras; se desconoce si son de colores, o tienen los millares de colores del fénix, del queno se sabe si es macho o hembra, ya que sólo hay uno que es su propio padre y madre, exactamente igual que el sexo de los ángeles. Machín pensaba que también los había negros. Pero por esa regla de tres también los tiene que haber fucsia, marengo y azul marino. El Pseudodionisio Areopagita afirmaba que había nueve entres círculos sucesívamente más cercanos a Dios: los ángeles de la guarda, los arcángeles (San Miguel, etc...), los principados forman la primera tríada: potestades, virtudes y dominaciones la segunda, y querubines, serafines, y tronos la última. Los serafines son de fuego, y los tronos son los que miran directamente a la cara de Dios, por lo que son los primeros en enterarse de lo que quiere transmitir a los mortales. Quien quiera saber el porqué, que se ponga las botas de Don Juan de Cárcamo. Los moros encantados poseen una historia más moderna. Hay muchos cuentos andaluces sobre ellos, atribuyéndoles el papel antiguamente encomendado a los gnomos como guardianes de tesoros, y todos se remontan a la época de la conquista musulmana. Irving escribió algunos.
Los "longaevi" o longevos son los espíritus que cuando Lucifer se levantó contra Dios, no se pusieron de parte ni de este ni de aquel; Dios ha suspendido su sentencia hasta el día del juicio final, y mientras tanto circulan por el orbe infranatural, es decir, por debajo de la órbita de la luna, pues por encima está lo sobrenatural. No son exactamente demonios ni ángeles: son los duendes, hadas, etc... de que se ha hablado anteriormente, según Lewis en su libro "La imagen del mundo", que estudia estos aspectos de la Edad Media. Heine llama a toda esta gente "dioses en el exilio", porque antiguamente eran los que detentaban las funciones religiosas, y ahora han sido arrojados al margen, por lo que aparecen ridiculizados por la tradición religiosa dominante. Su aspecto es risible y sólo tienen importancia para los niños impresionables.
Después de todo, el DRAE no es tan seco, racional y dieciochesco como parece.
Hay un enigmático verso en el "Cantar de la afrenta de Corpes" del Poema de Mío Cid que dice "allí son los caños do a Elpha encerró", lo que, según Menéndez Pidal, parece ser más o menos la alusión a alguna leyenda o cuento de fantasmas sobre un espíritu subterráneo encerrado en unos caños o cuevas. Losobrenatural aparece, pues, incluso en el primero de nuestros textos literarios.El elfo tiene un origen germánico, y Menéndez Pidal documenta Elpha como nombre propio en cuatro casos en la Edad Media. ¿Pervivencias paganas? AverígüeloVargas.
En la Edad Media se suele llamar al diablo Martín Piñol, o "bestiónmascariento". Don Juan Manuel llama a un diablo que abusa de un humano "don Martín". Por lo visto era costumbre llamar a los duendes "martinicos". Como a los duendes nórdicos, se les atribuían crueles chascos. Antiguamente se les responsabilizaba de los ruidos en las alacenas, de apagar los fuegos del hogar yde otros trastornos domésticos relacionados con los pucheros. También se comentaba que todos los duendes desaparecieron con la bula de la Santa Cruzada.
Los martinicos eran enanos y llevaban hábitos franciscanos muy holgados. Así lospintó Goya en algunos de sus Caprichos. Esto es todo lo que sé y he ido coleccionando sobre estos seres. A los niños se les solía asustar hasta el siglo XIX con el Bu y el Cancón. Según el DRAE, la primera voz parece tener un origen onomatopéyico. La segunda es de origen incierto, quizá por deformación de "coco". Coco, quién lo iba a decir, es un lusismo; en portugués el coco es un fantasma que lleva unacalabaza vacía a modo de cabeza. ¿Algo que ver con Halloween?
La "estantigua", contracción de "huest antigua", es "una procesión defantasmas o fantasma que se ofrece a la vista por la noche, causando pavor y espanto". En segunda acepción, "persona muy alta y seca, mal vestida". Parece ser algo así como la Santa Compaña gallega, a la que en Castilla se le habría llamado hueste antigua. Rancio abolengo tiene, por lo menos. Cuando Don Quijote ve a los monjes benitos andando de noche, quizá algo de esto se le pasara por lacabeza.
Un "trasgo" es, según el diccionario, "espíritu enredador" que anda denoche. Yo creo que se asociaba a las pesadillas, donde solía aparecer para atormentar, como los duendes que se situaban sobre el pecho cuando se duerme, porque Quevedo, acordándose de unos versos de Aldana, dijo que por las noches luchaba "con un trasgo que traigo entre los brazos". Cito de memoria, pero creo que el endecasílabo de Aldana es "y con un trasgo a ratos debatiendo". De ambos versos, cuando menos, se deduce de que era un espíritu molesto e incordiante.
Las "lamias" tienen abolengo mitológico. Son dragones con cara de mujer. Las hadas tenían poder mágico y la facultad de ver el futuro. Quizá tuvieran algo que ver con los genios, pues siempre se presentaban en el nacimiento paraotorgar dones relacionados con el destino.
¿Y los endriagos? Para monstruos, estos, sobre todo si es verdad la etimología conjetural de los académicos, que le hacen fruto de la mezcla entre hidra y dragon. Menos mal que Amadís nos libró del último que había. Ni siquiera el demogorgón, que nació de una errata en la Genealogía de los dioses paganos de Boccaccio, tiene un origen tan bastardo. Sea como fuere, el endriago es un"monstruo fabuloso, con facciones humanas y miembros de varias fieras".
Los "gafes" tienen tal nombre por la gafedad, tipo de lepra contagiosa de la que la gente huía, aunque ellos gozan una envidiable salud. Sólo que dan malísima suerte, mal fario, incluso al acordarse de ellos o pronunciar su nombre, por lo que hay que hacerlo con alguna ceremonia apotropaica, sea tocando madera, o aludiendo con perífrasis, o llevando el índice a los labios para señalar al cielo, indicando que Dios escucha, y por lo tanto hay que callarlo."Apotropaico", palabra que no figura en el DRAE, es el gesto o acción supersticiosa encaminada a purificar algo. Así, cuando se estornuda, hay que decir "¡Jesús!", para conjurar la superstición de que cualquier cosa en lo quese estaba pensando ocurrirá mal. Los anglosajones, más pragmáticos, lo llaman la ley de Murphy: si algo puede ir mal, irá mal. Los físicos lo llaman entropía. En literatura, ubi sunt?
Los "aojadores" o fascinadores son muy parecidos a los anteriores, puesto que echan mal de ojo, esto es, desgracian o malogran alguna cosa o a algunapersona con su mirada. Es tradición que los gitanos o los que tienen un ojo decada color lo arrojan con más facilidad. Los viernes son los días críticos: los aojados empeoran o mueren en ese día de la semana. Uno lo previene con la "higa" (amuleto de brazo o mano cortada cerrada con el dedo pulgar entre índice y corazón), o dirigiendo ese gesto contra el aojo. Se evita con el conjuro del cabello, la gota de aceite y la taza de agua, que hay que repetir si es muy fuerte.
Los "aparecidos" o revenants son los que llamamos también "almas en pena": muertos quevuelven porque tienen una preocupación que les atormenta. ¿Quién no ha oído alguna historia de estas? Los garibayes, de Garibay, cuya alma no la quiso ni Dios ni el Diablo, llamados también Juan Tontón, son las almas en pena más curiosas de la paremiología. Garibay se acostaba con su abuela, y cuando murió, fue al infierno; allí el Diablo no le dejó pasar: tan tonto, nadie ha llegado aquí. Vete a otra parte. Entonces se fue al cielo. San Pedro no le dejó pasar: esascosas no se hacen. En fin, que el alma de Garibay va por ahí errante, sin paz.
Los "gnomos", seres fantásticos "reputados por los cabalistas como espíritus o genios de la tierra, y que después se han imaginado en figura de enanos que guardaban o trabajaban los veneros de las minas". Nada que añadir. Bécquer ya los pintó en una de sus leyendas. Debían ser bastante tacaños y celosos de sus riquezas. Los "espíritus foletos" o "duendes", de "duen de casa", es decir, dueño de la casa, son casi como los martinicos: "espíritu fantástico del que se dice quehabita en algunas casas y que travesea, causando en ellas trastorno y estruendo. Aparece con figura de viejo o de niño en las narraciones tradicionales." Tiene cierto atractivo, o embrujo, porque de ahí viene la frase hecha "tener duende",que vale por tener encanto, pero también por tener inquietud. Las "meigas", pues eso: no existen. Pero haberlas, haylas. Y hacen unasqueimadas con conjuro de tres pares de narices. Quien no las haya probado, que lo haga, no se arrepentirá.
El popular "hombre del saco", con el que se aterroriza a los niños que no han visto ninguna de Freddy Kruger, no aparece en el diccionario, con lo que resulta aún doblemente misterioso. Es algo así como el Arropiero, el famoso asesino en serie de la posguerra española conocido también como el estrangulador del puerto, que según él exterminó a unas cuarenta personas. El "sacamantecas" es otra denominación del mismo, también para señalar a un legendario personaje: "Familiarmente, criminal que despanzurra a su víctimas". ¡Familiarmente! Me parece que más de uno no querría a este sujeto en su familia ni en pintura.
Sobre los ángeles de la guarda, hay poco que decir. Son, lo cual es extraño en una lista tan siniestra, las únicas deidades protectoras; se desconoce si son de colores, o tienen los millares de colores del fénix, del queno se sabe si es macho o hembra, ya que sólo hay uno que es su propio padre y madre, exactamente igual que el sexo de los ángeles. Machín pensaba que también los había negros. Pero por esa regla de tres también los tiene que haber fucsia, marengo y azul marino. El Pseudodionisio Areopagita afirmaba que había nueve entres círculos sucesívamente más cercanos a Dios: los ángeles de la guarda, los arcángeles (San Miguel, etc...), los principados forman la primera tríada: potestades, virtudes y dominaciones la segunda, y querubines, serafines, y tronos la última. Los serafines son de fuego, y los tronos son los que miran directamente a la cara de Dios, por lo que son los primeros en enterarse de lo que quiere transmitir a los mortales. Quien quiera saber el porqué, que se ponga las botas de Don Juan de Cárcamo. Los moros encantados poseen una historia más moderna. Hay muchos cuentos andaluces sobre ellos, atribuyéndoles el papel antiguamente encomendado a los gnomos como guardianes de tesoros, y todos se remontan a la época de la conquista musulmana. Irving escribió algunos.
Los "longaevi" o longevos son los espíritus que cuando Lucifer se levantó contra Dios, no se pusieron de parte ni de este ni de aquel; Dios ha suspendido su sentencia hasta el día del juicio final, y mientras tanto circulan por el orbe infranatural, es decir, por debajo de la órbita de la luna, pues por encima está lo sobrenatural. No son exactamente demonios ni ángeles: son los duendes, hadas, etc... de que se ha hablado anteriormente, según Lewis en su libro "La imagen del mundo", que estudia estos aspectos de la Edad Media. Heine llama a toda esta gente "dioses en el exilio", porque antiguamente eran los que detentaban las funciones religiosas, y ahora han sido arrojados al margen, por lo que aparecen ridiculizados por la tradición religiosa dominante. Su aspecto es risible y sólo tienen importancia para los niños impresionables.
Después de todo, el DRAE no es tan seco, racional y dieciochesco como parece.
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