Mostrando entradas con la etiqueta Biografías. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Biografías. Mostrar todas las entradas

domingo, 5 de mayo de 2024

Un buen artículo biográfico sobre el medievalista Ernst Robert Curtius

 


.

Lara Vilà

ERNST ROBERT CURTIUS

(Thann 1886 – Roma 1956)

Hablar de Ernst Robert Curtius significa hablar de Literatura Europea y Edad Media latina, una obra que, saludada por muchos como un monumento de la medievalística de este siglo, detractada por otros a causa de la rigidez y el carácter incompleto de parte de sus bases teóricas, posee, por ese mismo carácter polémico, todos los ingredientes propios de un clásico de su género. Su tesis central, la de la continuidad de la cultura occidental –entiéndase, europea- basada en un concepto de latinidad que incluye, no sólo a las literaturas en lenguas romances, sino también a su mismo país de origen, Alemania, es el resultado de una vida dedicada al estudio de la literatura desde los más diversos frentes, ya que en la trayectoria de este intelectual alemán cabe no sólo hablar de literatura medieval y de filología sino también de literatura moderna y de crítica.

Ernst Robert Curtius nace en Alsacia durante uno de los períodos de gobierno alemán del territorio, en el seno de una familia aristocrática, vinculada a la burocracia y al mundo académico del momento. Ernst Curtius (1814-1896), abuelo de nuestro biografiado, fue uno de sus miembros más ilustres. Famoso historiador y arqueólogo, y tutor durante un breve periodo de tiempo del príncipe de Prussia, dirigió las excavaciones en Olímpia y fue el descubridor del Hermes de Praxíteles. Su obra Geschichte Griechenlands, una introducción a la cultura griega escrita para el gran público, levantó protestas entre los académicos alemanes, algo que, pasados los años, habría de sufrir su nieto por sus primeras obras. La madre de Ernst Robert era la condesa Erlach-Hindelbank, miembro de una familia patricia de Suiza, y su padre, Friedrich, además de funcionario, era el director de la Iglesia luterana en Alsacia. En sus memorias, Friedrich Curtius expresa el deseo de que Alsacia, que compartía la lengua y la cultura de dos pueblos, se convirtiera en una intermediaria entre ambos, sentimiento que heredó su hijo y que expresó en sus primeras obras. 

En 1904, Curtius estudia sánscrito y filología comparada en Berlín. Fue, sin embargo, en Estrasburgo y a través de su maestro Gustav Gröber (1844-1911) como descubrió su vocación. Éste, discípulo de Adolf Ebert (1820-1890), fue el primero entre los filólogos modernos que desarrolló de manera crítica y sistemática el concepto de literatura medieval y se interesó en demostrar la influencia de la literatura latina medieval en las incipientes literaturas en romance. Interesado también en la literatura francesa moderna y en la crítica literaria, sentía que era una especie de mediador entre Francia y Alemania cuya misión era hacer comprender la herencia francesa a Alemania. Estos intereses son el génesis de una vasta obra que no llegó a terminar, el Grundiss der romanischen Philologie, y que transmitió a su discípulo. Bajo la dirección de Gröber, Curtius publica en 1911 su tesis doctoral, una edición de una adaptación del Libro de los Reyes en francés antiguo. 

 Después de la muerte de Gröber, Curtius se aparta de las enseñanzas sobre filología y literatura medieval de éste debido a su entusiasmo por la literatura francesa moderna y dedica sus esfuerzos al periodismo, sintiéndose atraído por la Nouvelle Révue Française. Entre 1910 y 1930, la mayoría de sus escritos tratan sobre literatura francesa moderna. Sus esfuerzos como intérprete de la cultura francesa llamaron la atención del matrimonio Mayrisch, magnates industriales interesados en las relaciones europeas. Invitado a su residencia en Colpach, entabló amistad con escritores como André Gide y Jacques Rivière. Estas relaciones hicieron que fuera invitado a asistir y participar en Pontigny a las famosas décades, acompañado en una ocasión por el filósofo Max Scheler (1874-1928) donde se reunían artistas y estudiosos europeos de diversas nacionalidades. Para el entonces joven alemán, estas reuniones significaban un contacto íntimo y directo con la elite intelectual francesa.

Mis primeros trabajos trataban de literatura francesa. Lo que la poesía es puede aprenderse de la antigüedad, de España, Inglaterra, Alemania. Pero lo que es la literatura sólo puede aprenderse de Francia. [prefacio a sus Ensayos de Literatura europea, en PG, 609]

 Sus ensayos sobre literatura francesa moderna ponen ya de relieve el interés del joven Curtius por la tradición occidental. No existe contradicción entre ellos y los posteriores sobre la Edad Media, puesto que todos expresan un idéntico interés.

Mi preocupación ha sido siempre la misma: la conciencia de Europa y la tradición de Occidente. [PG, 610]

 En este periodo de juventud, además de la influencia de Gröber, es fundamental su relación con Friedrich Gundolf que le puso en contacto con el poeta Stefan George, quien ejerció una gran influencia sobre Curtius. La influencia del poeta y su círculo y las doctrinas estéticas expresadas en la NRF expresaban una preocupación común por un renacimiento espiritual, que, en el caso de Curtius, debía mucho a la propia tradición familiar.

Por las tardes leo, para mis propios fines, algunas de las cartas del abuelo de su periodo en Bonn para ser transportado a una atmósfera de hermosa pureza .... En su vida existen una armonía y una simplicidad perfectas que hoy nos está negada. Somos demasiado diferentes, hemos leído y nos hemos familiarizado con demasiadas cosas –con la sabiduría inglesa, la francesa, la moderna, incluso con la eslava y la oriental. ¿De qué manera nos ayuda todo esto a conseguir una integración de la personalidad similar a la suya? [carta escrita a su madre desde Bonn, 28 de enero de 1917, en PG, 601]

  Este ansia de renovación espiritual coexistía con un deseo de reforma en el terreno académico al que Curtius pertenecía gracias a su cargo de profesor en la universidad de Bonn desde 1914 donde daba clases sobre literatura francesa moderna, una asignatura bastante inusual en la Alemania de la época. Esta reforma académica fue impulsada en 1919 por el entonces Ministro de Cultura, Carl Heinrich Becker, que deseaba acercar a las universidades a la vida nacional y hacer que el profesorado llegara a un mayor público. Curtius se entusiasmó con el proyecto, que ponía de manifiesto, contra la crisis cultural, un deseo de síntesis, de reconciliación de las distintas nacionalidades en un ideal de comunidad internacional. Estas ideas no eran compartidas por Stefan George, y ello hizo que se negara a interceder en la publicación de la obra de Curtius Die literarischen Wegbereiter des neuen Frankreichs, el volumen que recogía algunos de sus ensayos críticos sobre literatura francesa. Poco a poco, se fue distanciando del círculo de George y de la NRF y empezó a interesarse en la literatura inglesa. La publicación de un artículo sobre el Ulises de Joyce y la traducción al alemán de The Waste Land de T.S. Eliot fueron el primer paso de la relación que mantuvo con éste último, al tiempo que cierran la etapa marcada por la “centralidad francesa” de su obra y el retorno al estudio de la Edad Media. 

Gracias a esta primera etapa, Curtius se convirtió en un intelectual europeo, entre cuyas amistades podían contarse, además de los ya citados, a Jean-Paul Sartre, Stephen Spender y Thomas Mann. Se trataba de una persona independiente que creía firmemente en una cultura común de Occidente frente los nacionalismos extremos, lo que le valió las antipatías de sus colegas que no impidieron, sin embargo, que ganara la cátedra de Literatura Romance de la Universidad de Bonn gracias a la intervención de Carl Becker, interesado en la elección de un liberal que apoyara a la república de Weimar, cargo que ocupó hasta que se retiró en 1951. Su dedicación, durante su juventud, al periodismo y a la literatura francesa moderna le valieron la oposición de sus colegas más académicos. La visión que él mismo tenía sobre su persona y su  obra estaba alejada de los círculos universitarios más ortodoxos.

Personalmente, incluso el mundo de la erudición académica no ocupa para mí la elevada posición que reclaman mis colegas. A medida que envejezco, mayor es mi sentimiento de que no pertenezco a él. (...) Quiero ser libre para bañarme en el Neckar en las animadas noches de verano o para ver a mis amigos incluso si hay miles de reuniones o de conferencias esa misma tarde (...) Para mí, el cosmos de la mente no es un museo sino un jardín por el que pasear y del que recoger los frutos. [en PG, 605]

 Sus creencias políticas estaban íntimamente relacionadas al terreno de sus intereses culturales. En el sentido estricto del término, Curtius no se sentía interesado en la política, lo que no significa que se abstuviera de hacer comentarios políticos. Más bien, lo que no le interesaban eran los partidos políticos. En una carta dirigida a su madre en 1918 desde Bonn, por ejemplo, escribe:

Aquí todo el mundo está creando partidos políticos... Naturalmente no me inclino por ninguno. Todos dicen más o menos lo mismo a través de sus usados eslóganes. Los Conservadores carecen de atractivo y no poseen ninguna libertad de espíritu, los Demócratas son estéticamente imposibles. Del Centro podrían decirse muchas cosas en su favor, pero es básicamente anti-protestante, intolerante... Por supuesto, uno debe, y así lo haré, votar por los Demócratas. Pero nunca llegaré a tener una participación plena en la política. [30 de diciembre de 1918, en PG, 603]

 Estas palabras reflejan los pensamientos de la clase a la que Curtius pertenecía y están marcadas por un sentimiento elitista del que el autor haría gala a lo largo de toda su vida y que se reflejó en todas sus obras, especialmente en Literatura Europea y Edad Media Latina. La lectura de Ortega y Gasset y su relación con éste le proporcionan una visión de la sociedad expresada en La rebelión de las masas que él considera paralela a la situación de Alemania durante la victoria del nazismo, un periodo marcado por un nacionalismo extremo y la ascensión de las masas al poder, algo que Curtius consideraba un signo de la barbarie, de la crisis que estaba sufriendo Europa. Su antipatía por los partidos políticos y por los movimientos de masas contrastan con su creencia en una aristocracia del intelecto. Estas consideraciones son la génesis del panfleto Deutscher Geist in Gefahr (1932), en el que aboga por un nuevo humanismo cuyos enemigos son tanto los movimientos de extrema izquierda como los fascismos nacionalistas. Curtius cree firmemente en una solución liberal-conservadora que debe ser llevada a cabo por las minorías intelectuales, indispensables para la democracia. Contra el nacionalismo teutónico de los nazis, recupera la figura de Carlomagno cuyo imperio representa el nexo de unión entre Alemania y Roma, el símbolo de la unidad cultural de Occidente que había entrado en decadencia durante años de crisis y que sólo el nuevo humanismo, entendido como una postura intelectual y política, podía curar. Éste es el auténtico patriotismo, declara, y Goethe es su personificación más auténtica.

 La publicación de este panfleto tuvo consecuencias negativas para Curtius. Los nazis condenaron públicamente la obra, alegando que su autor, a causa de su contacto con los judíos no había sido capaz de comprender las bases biológicas de la cultura alemana. A pesar de su carácter cultural e intelectual, los nazis consideraron que se trataba, efectivamente, de una obra política. Cuando Hitler llegó al poder en 1933 la posición de Curtius era incierta. Sin embargo, a pesar de su europeísmo nunca se sintió cómodo en otro país que no fuera Alemania y no se exilió. Tenía la creencia de que los buenos europeos y anti-nazis que no eran ni judíos ni comunistas entre la profesión docente proscrita tenían la obligación moral de quedarse en el país para llevar a cabo una resistencia sutil al nazismo desde el interior. Curtius era un hombre sospechoso para el régimen nazi. En 1944, el agente político destinado a la universidad de Bonn seguía enviando informes confidenciales sobre su persona en los que afirmaba que se trataba de un “liberal” y de un manifiesto anti-nazi. Al tiempo que intentaba mantenerse públicamente al margen de cualquier problema político tuvo un gesto que podía haberle costado su puesto y posiblemente su vida, al esconder, en colaboración con un colega, a un secretario judío en el departamento hasta el final de la guerra. 

Un testimonio único de la vida del autor durante ese periodo de resistencia lo constituye la correspondencia mantenida con Gertrud Bing (1892-1964), asistente personal de Aby Warburg en los últimos años de la vida de éste y más tarde directora del Instituto Warburg de Londres, a la que conoció en Roma en el invierno de 1928. Durante la era nazi, Curtius y su esposa conseguían pasar una temporada en el extranjero cada año, a veces tras graves dificultades. Los lugares de destino solían ser Italia, Suiza y Luxemburgo, donde Curtius sentía que podía comunicarse libremente y desde donde aumentaba el número de cartas dirigidas a Gertrud Bing, a la que solía dirigirse como “Liebste Bingine” (querida Bingine) o como “Fräulein Doctor”. 

Al igual que usted, sufro por la manera como ha empeorado la situación en Alemania y en Austria. Es como una tuerca que se aprieta cada vez más. (...) A veces, uno se siente como si su alma se hubiera debilitado y tuviera que armarse de valor para permanecer activo. Cada vez hay más amigos que emigran a los Estados Unidos –y cada vez resulta más incierto si volveremos a vernos o si podremos mantenernos en contacto. Tan hermosa como ha sido esta estancia en Mürren, esta vez, también, la idea de volver a casa es como una pesadilla. En Alemania uno siente que esta pesadilla es menor, especialmente si se dedica a investigaciones diversas en campos que no han sido nunca explorados, y, de este modo, tiene la ilusión de que sea lo que sea lo que uno está haciendo resulta de la mayor importancia para la república del conocimiento. [Agosto de 1938, en PD, 1106]

 En algunas de las cartas se vislumbra la nostalgia de Curtius por tiempos mejores, de paz, al tiempo que se lamenta amargamente por su difícil situación que le acarrea también disgustos en el terreno académico.

Desde ayer disfrutamos de una tranquilidad apacible aquí [en Luxemburgo] –y de libertad democrática. Cada vez que cruzamos la frontera respiramos de nuevo (...)  Estamos tan “socializados” que ya no podremos viajar al extranjero de nuevo.... Me resulta opresivo el hecho de estar aislado de otras tierras. Acaba de quedar vacante una cátedra de literatura francesa en Basel. Pero nadie parece pensar en mí. [Julio de 1936, en PD, 1105]

  La dificultad de su situación hace que conseguir los libros necesarios para continuar sus investigaciones se convierta en toda una odisea. Gracias a su relación con Gertrude Bing pone remedio a algunas de estas necesidades aunque, eso sí, consciente de ser espiado por agentes nazis como muy bien demuestra la siguiente misiva, enviada desde Luxemburgo:

Por favor, sea tan amable decirme en Bonn de cuanto dispongo [para comprar libros ingleses], pero, como precaución, no mencione ni libras ni peniques, sólo quilómetros. La disposición novelística de esta factura de quilómetros, la dejo a su imaginación. [en PD, 1106]

A medida que avanzan sus investigaciones sobre la Edad Media latina, los pensamientos de Curtius se vuelven cada vez más hacia la obra de Aby Warburg quien, junto a Jung y Hoffmansthal, es una de las influencias reconocidas más destacadas de Literatura Europea y Edad Media Latina. En una de las cartas expresa su deuda teórica e intelectual con él, al que dedicó, juntamente con Gröber, la que habría de ser su obra más famosa.

Cuando reflexiono sobre lo que significa Warburg para mí en este momento, no necesito ni pensar en lo que habría significado si lo hubiera conocido diez años antes. [Enero de 1935, en PD, 1105] 

A partir de 1937 vio reducida sus horas lectivas dedicadas a la literatura francesa contemporánea, que se consideraba una asignatura provocativa, y se concentró en sus estudios sobre literatura medieval latina. 

Divido mi tiempo entre largos paseos y la lectura, y la lectura entre los autores antiguos y Tauchnitz [libros de bolsillo]. Pero los antiguos resultan mucho más entretenidos. Lamento haber desperdiciado tanta energía estudiando durante décadas a los modernos. En cualquier caso, uno nunca es libre en la elección del propio camino sino que sigue a un guía espiritual más o menos ciego. [Agosto de 1938, en PD, 1106]

Alejado por la situación política de sus intereses más inmediatos, fue paradójicamente la amenaza nazi la que le hizo regresar a la filología románica y a la herencia de Gröber. Tras la guerra Curtius se sentía amargado y deprimido. Había perdido la fe en la izquierda europea y se sentía preocupado por el futuro de la civilización occidental y de la tradición humanista alemana en particular. Lentamente, a medida que reanudaba sus clases y al tiempo que las penurias, no sólo intelectuales, sufridas durante el periodo de entreguerras y la guerra quedaban atrás, recobró su confianza y decidió utilizar las investigaciones sobre literatura medieval a las que se había dedicado durante el nazismo para escribir un libro que fuera un llamamiento en favor de lo que amaba: la tradición humanística y la continuidad de la civilización europea cuyo nexo es la latinidad: Literatura Europea y Edad Media latina (1948). En ella podría decirse que culmina la trayectoria intelectual personal iniciada con sus estudios sobre literatura francesa moderna, una trayectoria siempre guiada por un europeísmo manifiesto.

Mi libro (...) nació de un espíritu preocupado por la preservación de la cultura occidental (...) Me he esforzado por poner de manifiesto su unidad en el espacio y en el tiempo, sirviéndome de métodos nuevos. En el caos espiritual de la época presente, se ha hecho necesario –y también posible- demostrar esa unidad de las tradiciones culturales de Occidente. Pero ello sólo puede realizarse partiendo de un punto de vista universal: la latinidad nos ofrece justamente ese punto de vista. El latín fue la lengua cultural de los trece siglos que median entre Virgilio y Dante. Sin ese trasfondo latino es imposible entender las literaturas vulgares de la Edad Media. [LEEML, 10]

 Curtius creía firmemente que la afirmación de la continuidad y la homogeneidad de ideas en la Edad media y en la cultura europea en general impediría que volviera repetirse la situación que vivió Alemania durante los años 30. Amaba la estabilidad cultural y la continuidad intelectual absoluta porque consideraba que la cultura era frágil y difícil de preservar, lo que explica también su aversión por la ideología.

 La Edad Media latina es el puente que une al mundo antiguo con el moderno y la retórica y el estudio histórico de la tópica llevado a cabo en Literatura Europea es el vínculo entre la expresión pagana y la cristiana. La tradición retórica era la clave de la comprensión del progreso de la vida literaria occidental, a la que estaba vinculada Alemania a través del imperio carolingio. La Cristiandad, Roma y Alemania constituyen el centro neurálgico de la totalidad de la obra (y de la vida) de Curtius. En este sentido, el propio sentido religioso del autor enlaza perfectamente con su trayectoria personal. A lo largo de su vida mantuvo una profunda fe cristiana, no ajena al entorno familiar paterno, convencido de que la religión era una señal “de una humanidad elevada, de lo heroico y de lo sagrado” [en PG, 615]. En una carta a Max Rychner expresa, en términos en parte religiosos, sus presuposiciones intelectuales:

Soy una persona extremadamente ortodoxa, y que se siente únicamente cómoda con aquello que está determinado. Me resulta suficiente reconocer, con un amor incondicional, los arquetipos predeterminados del intelecto para los que nací. [1923, en PG, 603]

Su religiosidad le acercó a personajes como Claudel, Péguy, y contribuyó en su relación con autores como Eliot, Rolland y André Gide y en el vínculo epistolar que estableció con Jean de Menasce, un dominico a quien Curtius hacía frecuentes consultas de tipo teológico, y cuya influencia en Literatura Europea ha sido pocas veces señalada. Como centro de esa relación intelectual con escritores de diversas nacionalidades hay que hablar del sentimiento de pertenecer a una pequeña comunidad de autores dotados, un sentimiento que no desapareció a pesar de las vicisitudes de aquellos años, y que le hacían creer, como expresó en una carta a Eliot, en la creación de un “directorio secreto para la política cultural occidental” [en PG, 619], que es también el producto de una generación que alcanzó la madurez en los años veinte. Incluso la afirmación de que su obra Literatura Europea no está escrita para especialistas sino para los amantes de la literatura no debe tomarse en el sentido estricto, pues para Curtius esas personas no son sino el círculo selecto de sus pares, los intelectuales. La obra es un credo que conjuga los temas fundamentales y las influencias dominantes de la vida de un alemán cosmopolita.

Entre esas influencias, una de las mayores es, sin duda, Roma, la Roma imperial cantada por Virgilio, que le hizo abandonar la poesía moderna. Aficionado a dar largos paseos y al excursionismo, Curtius convirtió a Roma en un centro de peregrinación personal ya desde su primera visita a la ciudad eterna.

¡Qué puedo decirte de Roma! Todas las capas de mi formación, sedimentadas con lentitud, han sido removidas, divididas. La esfera de mi espíritu ha sido arada y germinada de nuevo por completo. Roma me ha hecho todo esto. Todo en mí es desorden y aún no sé qué va a suceder. Puedes estar seguro de que jamás volveré a experimentar una revelación semejante, un cambio de gravedad igual. [carta a Gundolf, 1912, en AE, 125]

 Para Curtius, Roma es el símbolo de la promesa de una paz ordenada e ininterrumpida, precisamente el objeto de su vida y sus escritos. El estado intelectual ideal con el que soñaba es el frágil fruto de “una nostalgia romántica purificada por la disciplina clásica” [AE, 128]. La demostración de su herencia en occidente y su preservación es el objeto, no sólo de de Literatura Europea, sino de la totalidad de su obra. La publicación del primer capítulo en el periódico Merkur en 1947, sin embargo, no estuvo exento de polémica, algo que habría de perseguir, y persigue aún, a la obra y que preocupaba a Curtius. 

 Amante del estudio y la investigación, tras haber publicado su obra más famosa, sigue dedicándose a su trabajo incansablemente. En su cabeza hay grandes proyectos que teme no poder terminar dada su edad.

Hay muchos proyectos literarios y de investigación que me rodean como almas que desean apoderarse de un cuerpo. Trabajo sin descanso –y con pasión. Tengo dos nuevos libros en preparación. (...) Las materias de las que trato son de una especie tal que sólo yo puedo tratarlas y sólo yo puedo resolverlas. Ya tengo casi 63 años. ¿Hasta cuándo podré seguir trabajando? [carta a Gertrude Bing, 1949, en PD, 1106]

 Sus temores no resultaban infundados. Curtius no tardó muchos años en morir. A los 70 años, durante una estancia en Roma, y dejando inconclusos algunos de esos proyectos.

* * * * * *

Bibliografía sobre Ernst Robert Curtius

 ANTONELLI, Roberto,”Filologia e modernità”, Letteratura europea e Medio Evo latino, La Nuova Italia Editrice, Firenze, 1992.[RA]

CANTOR, Norman F., Inventing the Middle Ages. The Lives, Works, and Ideas of the Great Medievalists of the Twentieth Century, William Morrow and company, Inc., New york, 1991 [NC].

DÍAZ Y DÍAZ, Manuel C., “Imagen de España en E.R. Curtius”, Ernst Robert Curtius. Werk, Wirkung, Zukunftsperpectiven, Sonderdruck, Heidelberg, 1989 [DD].

DRONKE, Peter, “Curtius as medievalist and modernist”, Times Literary Suplement, October 3 (1980), pp. 1103-1106 [PD].

EVANS, Jr., Arthur R., “Ernst Robert Curtius”, On Four Modern Humanists, Arthur R. Evans, Jr. (ed.), Princeton Essays in European and Comparative Literature, Princeton University Press, princeton, New Jersey, 1970 [AE].

GODMAN, Peter, “The Ideas of Ernst Robert Curtius and the Genesis of ELLMA”, Epilogue to European Literature and the Latin Middle Ages, Princeton, 1990 [PG].

LIDA, María Rosa, “Perduración de la literatura antigua en Occidente. A propósito de Ernst Robert Curtius, Europäische Literatur und lateinisches Mittelalter”, en La tradición clásica en España, Ariel, Letras e Ideas, Barcelona, 1975. [MRL]

RUBIO TOVAR, Joaquín, “Cincuenta años de Literatura europea y Edad Media latina de E.R. Curtius (1948-1998), ¿

Bibliografía de Ernst Robert Curtius

Quatre livre des Reis (1911)

Die literarischen Wegbereiter des neuen Frankreischs (1919)

Deutscher Geist in Gefahr (1932)

Literatura europea y Edad Media latina (1948)

Gesammelte aufsätze zur Romanischen Philologie (1960)

miércoles, 27 de marzo de 2024

Harpo Marx

Harpo Marx fue una buena persona. Adoraba a los animales y a las personas, y adoptó a todos sus hijos y a cualquier perro callejero que se encontrase.  Nunca se divorció y ejerció su talento de cómico, músico y mimo ejercitando una imaginación desbordante. Su esposa, la actriz Susan Fleming, lo describió como un “arquitecto de lo impredecible”. Es una definición que no incorpora todo su talento como mero ser humano. Fue, no cabe duda, un ejemplo a imitar, casi un personaje sacado del futuro o de la misma fantasía impredecible dentro de la que vivía. Era natural que fuese amigo de Salvador Dalí, quien lo dibujó una vez. Y, siendo un cómico experto, fue la única persona que hizo llorar en toda su larga vida a Groucho Marx cuando murió. El amigo ideal de Dorothy Parker en la mesa redonda del Algonquin.






martes, 1 de agosto de 2023

Lista de raros de Javier Memba

Lista de 75 escritores raros y frikis (o, como él dice, malditos, heterodoxos y alucinados) tomada de El Mundo. Todos los entretenidos artículos correspondientes escritos por el cinéfilo periodista Javier Memba (un especialista en ello, o en el ello, para ser (im-) precisos) sobre estos autores y sus obras pueden leerse en este enlaceNo halagaron opiniones (2014), es su último libro, un recorrido por la literatura maldita, heterodoxa y alucinada

Louis-Ferdinand Céline (I)

Howard Phillips Lovecraft (II)

Jean Genet (III)

Yukio Mishima (IV)

Emilio Carrere (V)

Boris Vian (VI)

Algernon Blackwood (VII)

Alejandro Sawa (VIII)

François Villon (IX)

Neal Cassady (X)

Julio Verne (XI)

Arthur Machen (XII)

Marqués de Sade (XIII)

Rutebeuf (XIV)

Leopoldo María Panero (XV)

Malcolm Lowry (XVI)

Guy de Maupassant (XVII)

Eduardo Haro Ibars (XVIII)

Remigio Vega Armentero (XIX)

Andrés Carranque de Ríos (XX)

Cecco Angiolieri (XXI)

Arthur Rimbaud (XXII)

Hölderlin (XXIII)

Antonin Artaud (XXIV)

Robert Ervin Howard (XXV)

Luis Cernuda (XXVI)

Philip K. Dick (XXVII)

August Strindberg (XXVIII)

Pierre Drieu La Rochelle (XXIX)

Edgar Allan Poe (XXX)

Charles Baudelaire (XXXI)

Alfred Jarry (XXXII)

Paul Verlaine (XXXIII)

William S. Burroughs (XXXIV)

Joseph-Pétrus Borel (XXXV)

Horacio Quiroga (XXXVI)

Bram Stoker (XXXVII)

Julio Herrera y Reissig (XXXVIII)

Carson McCullers (XXXIX)

H.P. Blavatsky (XL)

Anne Radcliffe (XLI)

John Polidori (XLII)

Percy Bysshe Shelley (XLIII)

Raymond Radiguet (XLIV)

Djuna Barnes (XLV)

Chester Himes (XLVI)

Anaïs Nin (XLVII)

Flannery O'Connor (XLVIII)

Hunter Stockton Thompson (XLIX)

Jaime Gil de Biedma(L)

William Hope Hodgson (LI)

Maurice Sachs (LII)

Sheridan Le Fanu (LIII)

Charles Robert Maturin (LIV)

Mary Wollstoncraft Shelley (LV)

André Breton (LVI)

Kurt Siodmak (LVII)

Blaise Cendrards (LVIII)

H. G. Wells (LIX)

Jean Cocteau (LX)

Pierre Boulle (LXI)

Jack London (LXII)

Oscar Wilde (LXIII)

Francis Scott Fitzgerald (LXIV)

Charles Bukowski (LXV)

William Gibson (LXVI)

Thomas de Quincey (LXVII)

Dylan Thomas(LXVIII)

Paul Bowles (LXIX)

Guillaume Apollinaire (LXX)

Aphra Behn (LXXI)

Jan Potocki (LXXII)

Mijail Bakunin (LXXIII)

Samuel Butler(LXXIV)

Leo Ferré (y LXXV)

sábado, 10 de octubre de 2020

El diccionario biográfico de la ciencia y la técnica en La Mancha (2020)

Acaba de publicarse Ciencia y técnica en Castilla-La Mancha. Diccionario biográfico (nombres y hechos). Un grueso volumen editado por Almud y coordinado por Alfonso González Calero y Enrique Díez Barra en el que más de 80 especialistas, entre los que han querido incluirme, han contribuido con un total de 320 entradas sobre todas las figuras importantes de la ciencia en la región a lo largo de la historia. No había nada como esto realizado hasta ahora.

El prototipo del manchego típico, desde tiempos de Quevedo, que nos pintaba "atestados de ajos las barrigas", o de Francisco Gregorio de Salas, que también había vivido entre nosotros, ha sido cuando menos el de un paleto ignorante. Y cuando más se ha elevado este estereotipo no ha sido precisamente en la persona de Sancho Panza, ni siquiera en la de Don Quijote, figuras universales que excluyen toda regionalidad, sino en la de Sansón Carrasco, cuyo oficio fue derrotar el entusiasmo y la ilusión de quienes han intentado mejorarse o mejorar  a otros. La ciencia y la tecnología no han sobresalido por ello entre nosotros, porque, aparte de no tener contexto ni situación para ello, un tradicionalismo mal entendido y de fácil crédito en estas coordenadas ha considerado una locura cualquier idea de conocimiento y progreso común. 

Y así, de la lectura de esta magna obra se desprende que quien ha querido ahondar estudiando, investigando o desarrollando alguna iniciativa nueva en las ciencias, ha tenido siempre que emigrar fuera de la región e incluso de España, buscando espacios y vientos más favorables. Y, cuando han querido repatriar algo del éxito que han tenido, el reduccionismo de las mentes estrechas en todos los campos, la falta de apoyo y de oportunidades y el nulo entusiasmo general ha terminado por convertir sus esfuerzos en poco más que inútiles. La carencia de mercados, de instituciones universitarias, de industria y de tecnología nos ha obligado con frecuencia a recurrir a fuentes extranjeras o a "extranjerizar" a nuestros naturales. Y los que han quedado aquí han crecido casi siempre al estilo bonsái dentro de los límites del autodidactismo, incluso en el terreno de la enología, que tanto se ha desarrollado en la región, o han terminado por militar en las filas del meapilismo de una Iglesia que siempre se ha asegurado, con el monopolio que largo tiempo ha tenido de la enseñanza, las mentes más creativas. No resulta extraño que habiendo tantos célebres médicos y astrónomos en el Toledo medieval, la única obra realmente extensa que se haya traducido entonces no sea científica, sino el Corán por parte del médico mozárabe Marcos de Toledo en 1210, por orden del arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada, quien prefería que dejase sus traducciones de Galeno y se dedicase a combatir a los herejes. Las estanterías de las antiguas bibliotecas manchegas están llenas de obras teológicas que no mueven molino. 

La obra tiene por supuesto las limitaciones que toda producción humana ha de tener; faltan aún algunos autores y hay erratas y descompensaciones, pero esos defectillos pueden suplirse perfectamente en ediciones ulteriores y ofrece un panorama inmenso y muy revelador de lo que ha sido y es la ciencia en la región. En Ciudad Real debemos recordar, por ejemplo, más que al Quijote a Alfonso X el Sabio, porque hay una facultad de lenguas modernas y clásicas y no estaría de más que hubiera un premio de traducción técnica que llevase su nombre.

Las grandes figuras de la ciencia en la región, ninguneadas como se ha hecho ahora con el español Mojica en la concesión del premio Nobel de Medicina, ahora tienen donde reunirse para hablar de su pertinaz mala suerte si se han quedado aquí. Porque abundan en estas biografías las derrotas de la voluntad, los frutos medianos o extraídos de afuera, la increíble hostilidad de la cizaña y de lo que Unamuno denominó cainismo y la consciente autolimitación dentro de las fronteras de la divulgación y de la mera enseñanza de lo ajeno.

Pero no conviene cerrar los ojos a las propias limitaciones naturales de esta tierra. El toledano Blasco de Garay, inventor de la máquina de vapor avant-la lettre, no pudo hallar el carbón ni el hierro que en Inglaterra propiciaron la revolución industrial y, lo que es peor, el entusiasmo, el eco y la ambición necesarios para impulsarla. El raquitismo del capital, el centralismo, el analfabetismo, la falta de promoción de las iniciativas inteligentes, la ausencia de imprentas, de buenas bibliotecas y de comunicaciones solventes justifican también el mediano fracaso de la investigación científica en la región. 

lunes, 15 de junio de 2020

Autores ciudadrealeños olvidados, y algunos enigmas y curiosidades sobre los mismos

Fray Juan García, natural de Almagro según Nicolás Antonio, fue un religioso dominico, que pasó a China como misionero junto al padre Díaz; después pasó a América; dejó un manuscrito, Manual de las cosas del Perú. Estos datos los he tomado de la Biblioteca americana (1807) de Antonio Alcedo

Francisco Duarte Méndez, médico natural de Ciudad Real formado en Alcalá, donde fue su profesor, según Anastasio Chinchilla, que lo alaba, autor de una Cuestión médica: si en la curación de las enfermedades, principalmente en las calenturas podridas, es conveniente purgar los enfermos en algunos casos antes que se sangren, Madrid, 1648, cuarto.

El ingeniero de minas Juan Inza escribió mucho sobre las minas de Ciudad Real en el XIX. Memoria sobre la riqueza mineral de La Mancha..., Ciudad Real,  imprenta de José Román Muñoz, 1844. La modesta, sociedad minera. Informe sobre la mina Santa Hermegilda, Alcudia, Madrid: Imprenta del Boletín Oficial del Ejército, 1853 (cuarzo con galena en El Hato, cerca de Hinojosillas). Sociedad minera Sierra Madrona. Prospecto para la formación de esta sociedad e informe del ingeniero... 1858 (hasta la página 10 firmado por Melitón Cid; sobre las minas de El Horcajo)

Amalio Maestre e Ibáñez, Ciudad Real 10 de julio de 1812 - 5 de febrero de 1872) ingeniero de minas, arqueólogo y bibliófilo, compiló una gran colección de libros y, amigo de Eugenio Maffei y Ramón Rúa Figueroa, falleció mientras corregía los Apuntes para una biblioteca española de libros: Folletos y artículos, impresos y manuscritos...1872 de estos autores.

Pedro Martínez Carnerero, natural de Abenójar y vecino de Fuenlabrada en 1678, nombra una mina de rosicler que empieza con soroches de plomo a un cuarto de legua de Cabezarados en el término de Villamayor, así como otra en la dehesa de Villagutiérrez con tres vetas de plata que corren paralelas al mismo rumbo y otras dos de cobre y oro cerca de Fuenlabrada

Hernando de Poblete nació en Ciudad Real en 1519, hijo de Diego de Poblete y Beatriz de San Martín. El apellido Poblete es hidalgo de Ciudad Real. Su padre pereció corneado por un toro. Hizo la campaña de Los Mojos con el capitán Alonso de Mercadillo. En Chile se asoció con Alonso de Córdoba y se dedicó al comercio. Tuvo una hija mestiza peruana, Isabel de Poblete, que murió en Santiago en 1553. Un año antes, en 1552, testó el 15 de abril instituyendo herederos a sus primos hermanos, hijos de Juan de Céspedes el Viejo y de Isabel Poblete y falleció antes del 14 de julio de ese año, dejando bienes por valor de más de trece mil pesos.

El desgraciado navegante y descubridor García Jofre de Loaysa (1490-1526) nacido en Ciudad Real, aunque de origen vizcaíno, fue mandado por Carlos I a las Molucas tras las huellas de Magallanes para echar a los portugueses de esas islas y traerse de paso especias (Carlos todavía no había renunciado a su soberanía, disputada con Portugal); tras descubrir el tramposo cabo de Hornos (porque son dos cabos, no uno, lo que puede enviar a la muerte al navegante descuidado sin derrotero) y las islas Marshall, falleció el 30 de julio de 1526 en el Pacífico, seguramente de escorbuto; era hermano del obispo de Mondoñedo y del comendador de Paracuellos.  Él era de la Orden de Malta o de San Juan y comendador de Barbales. Da cuenta de su expedición a Filipinas la Colección de los viajes y descubrimientos que hicieron por mar los españoles desde fines del siglo XV, con varios documentos inéditos concernientes a la Historia de la Marina Castellana y de los establecimientos españoles en Indias de Martín Fernández de Navarrete (Madrid: Imprenta Nacional, 1867). En dicha expedición iban Andrés de Urdaneta y Elcano, que falleció durante la misma. Estaba formada por cinco naos y dos pataches. La Historia General de las Islas Occidentales a la Asia adyacentes, llamadas Philipinadel agustino recoleto fray Rodrigo de Aganduru Moriz es algo fantasiosa, pese a que el fraile había estado en Filipinas y en Persia y conocía el paño; por ejemplo, afirma que llegaron a una tierra de gigantes donde las mujeres medían trece palmos (cada palmo castellano equivale a unos veinte centímetros), esto es, dos metros sesenta. Andrés de Urdaneta logró llegar a España doce años después, tras haber circunnavegado por segunda vez el Globo.

Fray Hernando Ayala nació en Ballesteros en 1575, tomó el hábito agustino en Montilla; estudió en Alcalá, donde fue lector de filosofía. En 1603 pasó a México y luego a Filipinas; escribió muchas cartas, al parecer conservadas.. Fue martirizado en Japón

Fray Juan Estrada, dominico traductor de La escala espiritual de San Juan Clímaco, pero no directa del griego, sino desde la traducción latina de Ambrosio camaldulense, primer libro impreso en México: Juan Pablo, 1532, es también de Ciudad Real. Su libro fue la tercera traducción al español que se hizo en el siglo. Fue muy niño a México con su padre Alonso de Estrada, primero tesorero y luego gobernador de Nueva España y por lo visto hijo natural de Fernando el Católico y de una mujer de la burgalesa casa de Estrada, según ha documentado con rigor Jaime García Mendoza ("Velo y mortaja, del cielo bajan": la historia de Antonio Serrano de Cardona e Isabel de Ojeda", en VV. AA., Historia de Morelos. Tierra, gente, tiempos del Sur. Tomo III: de los señoríos indios al orden novohispano, dir. por Horacio Crespo, coord. por José García Mendoza y Guillermo Nájera Nájera. México: Universidad Autónoma del Estado de Morelos, 2018, pp. 729-730); ese origen, que algunos discuten (el motivo aducido es que el salario que le fue asignado por la Corona fue de 510 mil maravedíes por año, número muy superior a los 310 mil asignados al Marqués del Valle, Hernán Cortés, lo que levantó sospechas acerca de su claro favoritismo por parte de S. M. el Rey Carlos I y se ha utilizado para sugerir una posible filiación de Alonso de Estrada con el rey Fernando el Católico, teoría contradicha indirectamente por las pruebas de limpieza de sangre efectuadas por uno de sus bisnietos, algo que con frecuencia era muy falseado) hizo que su padre se criase en palacio como caballero principal y desde muy joven pasó a formar parte de la Guardia Real. En 1516 acompañó a su sobrino Carlos I a Flandes. De allí fue enviado a Málaga como Almirante, para luego marchar a Sicilia, donde estuvo casi tres años. En 1520, como era natural, luchó a favor de su sobrino en la Guerra de las Comunidades. En 1521 fue nombrado Corregidor de Cáceres y el 25 de octubre de 1522 fue nombrado, como ya se ha dicho, tesorero de la Real Hacienda en Nueva España. Llegó allí con su hijo Juan y su esposa Marina Flores de la Cavallería o Caballería (apellido sin duda judío y con amplia descendencia en Almagro) en 1523. Ella era hija de Juan Gutiérrez de la Cavallería y Luna y de Mayor Flores de Guevara. 

Su hijo, el dominico Juan Estrada, pasó de México a un convento del reino de Granada, pero su enorme rigor ascético le hizo enfermar, por lo que su hermano Luis Alonso de Estrada, señor de Picón, se lo trajo a esta villa, donde murió en 1579 (otros dicen que en 1570).

Pero volvamos al padre, Alonso de Estrada, situado en Nueva España por el emperador para controlar al marqués del Valle, Hernán Cortés; don Alonso fue el primer gobernador de Nueva España antes de que esa función fuera desempeñada por virreyes, y no paró de intrigar contra Cortés. Por el expediente de limpieza de sangre de Jorge de Alvarado y Villafaña, su bisnieto, se sabe que Alonso de Estrada fue "oficialmente" hijo de un tal Juan Hernández Hidalgo y de su primera esposa (cuyo nombre no recordaban los testigos), siendo sus abuelos paternos Diego Hernández Hidalgo (residente en Ciudad Real) y María González de Estrada.

Sin embargo, lo normal entre los bastardos reales era que se hicieran religiosos, para así impedir peligrosas pretensiones políticas. Ello sería aún más deseable en el caso de Fernando el Católico, rey de Aragón sin otra descendencia que la castellana.

Pedro Antonio Castellanos (Ciudad Real, 1480 - La Solana, 1556) fue un conquistador español. Su madre, María Pimentel, poseía una haciendilla en La Solana a la que se retiró en su vejez. Su padre era amigo de Jerónimo Velázquez, gobernador de Cuba, así que no quiso ir con Hernán Cortés, antes bien marchó en la expedición que hizo Velázquez contra él como uno de sus jefes; pero la mayoría de sus soldados se unieron a Cortés, y este lo aprisionó. Regresó a Cuba liberado, y Velázquez lo mandó con sus acusaciones a Cortés a ver a Felipe II, pero ya se había vuelto partidario de Cortés; cuando este regresó a la Corte se lo agradeció y se hicieron amigos. Murió Castellanos en La Solana, dejando tres hijos, dos varones que fueron a pelear al Nuevo Mundo y una hija que fue dama de honor de Isabel de Valois, tercera mujer de Felipe II; no sabemos por qué, quizá por cuestiones de espionaje, Felipe II la desterró y marchó a Francia, donde murió separada de su familia. Su hijo Bernardo, nieto de Pedro Antonio, empero, fue un gran aficionado a las antigüedades y escribió unos diálogos de numismática sobre las distintas monedas de los reyes de España hasta Felipe II; el manuscrito lo conservaba Basilio Sebastián Castellanos de Losada, fundador de la Academia de Arqueología en 1837.

El franciscano fray Antonio de Ciudad Real nació en Ciudad Real en 1551; pasó a México en 1573 con el nefasto obispo de Yucatán Diego de Landa, quien quemó los códices mayas; en 1582 fue nombrado secretario del padre Alonso Ponce, comisario general de los franciscanos, a quien acompañó en su vistia; fray Antonio escribió entonces una Relación de las cosas que sucedieron... que solo fue publicada en Madrid en 1872. Es autor también, entre otras obras, de un gran diccionario de la lengua maya, el Gran diccionario o Calepino de la lengua maya de Yucatán en seis volúmenes, que se conserva en parte el manuscrito en su convento de Yucatán, aunque el Duque del Infantado poseía una copia completa que se ha perdido. Es un diccionario maya / latín. Le costó a su autor cuarenta años de trabajo. Otras obras: Sermones santos en lengua maya y Tratado curioso de las grandezas de la Nueva España, ambos manuscritos. Murió en 1617.

José de Aguilar imprimió en 1858, en Ciudad Real, imprenta de Muñoz, un poema romántico muy curioso, el Sebastián, del que no queda sino un ejemplar, de posesión privada y de típicamente difícil consulta, y la fotocopia que le hice, que tengo delante. Creo que estaba emparentado con los Aguilar de Alcázar de San Juan, y por eso imprimió en Ciudad Real su poema, en alguno de los viajes de vuelta que hizo a la Península. Según mis investigaciones este hombre fue un reputado sinólogo, amigo del gran Sinibaldo de Mas, y embajador durante veinte años en Hong Kong, con residencia en Macao. Escribió un manual para aprender mandarín, El intérprete chino, este poema narrativo y alguna cosa más. El poema es bueno, sobre todo por una antológica descripción de un ciclón en alta mar que marea al más pintado. El estilo, algo deudor de Espronceda y con resabios clasicistas de Calderón y otros. Prometió una segunda parte que no llegó a la imprenta. Véase el Diccionario histórico, genealógico y heráldico de las familias ilustres de la monarquía española (1859) de Luis Vilar y Pascual, p. 63.

miércoles, 20 de mayo de 2020

Vicente Sabariegos

Vicente Sabariegos (Piedrabuena, 1810 - Deleitosa, 1873), fue, según el jurisconsulto Nicolás María Serrano, carlista como él, un abogado y pintor guerrillero en la I.ª, la II.ª y la III.ª guerras carlistas.

Hijo legítimo del Licenciado Don Eusebio Sabariegos, natural de Ciudad Real, y de Doña Josefa Sánchez, su mujer natural de Piedrabuena. Fue bautizado ahí. Se casó con la hija única de Manuel Adame, el Locho, en cuya partida estuvo. Anduvo en el exilio por Europa (Francia, Portugal), donde sus cuadros eran bastante solicitados, siempre según las noticias recogidas de la prensa por Serrano en su historia de las guerras carlistas. A fines de julio de 1869 levantó una partida carlista de campesinos y menestrales contra los acaparadores en las ciudades, los desamortizadores absentistas del campo, contra los usurpadores del patrimonio comunal municipal y para restablecer el poder económico de la Iglesia. Tuvo una refriega en los baños de Fuensanta contra la Guardia Civil. En la noche del 23 al 24, siendo brigadier de las tropas legitimistas y con el mando militar de La Mancha, junto con el coronel Joaquín Tercero se sublevaron en las afueras de Ciudad Real con un centenar de hombres, algunos veteranos de la primera guerra. Pero cayó en combate en Extremadura y allí está sepultado. Su nombre está escrito en el palazzo veneciano del rey que juró servir.

Así dice el DBE:

Sabariegos Sánchez, Vicente. Piedrabuena de Calatrava (Ciudad Real), 19.IV.1810 – Deleitosa (Cáceres), 6.XI.1873. Guerrillero y general carlista.

Era yerno de Manuel Adame, El locho, a cuyas órdenes se lanzó a la campaña carlista de 1833, y al que acompañó en su retirada a Portugal, donde se unieron a don Carlos. A principios de junio de 1834 su nombre aparece, con el grado de teniente coronel, en la lista de oficiales que embarcan con don Carlos hacia Inglaterra. De allí pasó al Norte, formando parte del escuadrón de la Legitimidad.

En algún momento de la campaña, y muy posiblemente debido a su participación en una de las expediciones que salieron del Norte, Sabariegos se volvió a incorporar a las partidas de su tierra natal, donde estuvo al frente del escuadrón de Tiradores de la Mancha. No aceptó el Convenio de Vergara y se retiró a Francia con las tropas de Cabrera. Tras una breve estancia en Bourges, donde residía don Carlos, Sabariegos se estableció en Portugal, desde donde penetró en España en 1848, durante la Segunda Guerra Carlista. Subordinado del brigadier Peco, este le encargó establecer la guerra en la provincia de Ciudad Real, pero herido en un encuentro tuvo que regresar pronto al país vecino. Allí residió hasta 1858, en que volvió a España, y tras la revolución de septiembre se puso a las órdenes de Carlos (VII), que le nombró mariscal de campo.

Nombrado comandante general de Ciudad Real, se sublevó en las proximidades de la capital de la provincia en la noche del 23 al 24 de julio, reuniendo inicialmente en torno a un centenar de hombres, con los que sorprendió al pequeño destacamento de la guardia civil de Picón, al que hizo prisionero, pero poco más tarde era batido en las proximidades de Piedrabuena. Derrotado y preso a mediados de agosto el general Polo, jefe del alzamiento, Sabariegos trató aún de mantenerse en campaña, pero se vio obligado a refugiarse en Portugal a principios de septiembre.
No tuvo más suerte en su intento de establecer la guerra en Extremadura en abril de 1872, coincidiendo con el gran alzamiento carlista que dio comienzo a la Tercera Guerra. Nombrado comandante general de Galicia a principios de 1873 se trasladó a su nuevo campo de operaciones, siendo derrotado nada más comenzar la campaña en la Sierra de San Mamed, por lo que optó por situarse sobre la frontera hasta que a principios de mayo lanzó a una nueva correría, ocupando Ginzo de Limia al frente de sesenta hombres, pero siendo batido el 12 en el puerto de Barrozos y obligado a refugiarse en Portugal.

En septiembre de 1873 Carlos (VII) le confirió el mando de las provincias de Ciudad Real, Toledo, Badajoz y Cáceres, y en menos de un mes consiguió reunir cuatrocientos diez jinetes y cuarenta infantes, con los que mantuvo varios encuentros favorables con las tropas liberales, consiguiendo entrar en Urda, Fernán-Caballero, Herrera del Duque y Guadalupe. El 6 de noviembre derrotó en Retamosa a una columna de ciento cincuenta guardias civiles, pero falleció en el combate, siendo enterrado en la vecina localidad de Deleitosa.

Bibl.: F. de P. Oller, Álbum de personajes carlistas con sus biografías, t. III, Barcelona, La Propaganda Catalana, 1890, págs. 120-124.

Alfonso Bullón de Mendoza y Gómez de Valugera

Así dice la Wikipedia:


Vicente Sabariegos Sánchez (Piedrabuena, 19 de abril de 1810 - Retamosa, 6 de noviembre de 1873) fue un militar español que intervino en las tres guerras carlistas, apoyando en todas ellas al bando carlista.

Biografía

Nació en Piedrabuena el 19 de abril de 1810.1​nota 1​ Estudió en Ciudad Real Filosofía y Bellas Artes. Contrajo matrimonio con la única hija del coronel carlista Manuel Adame Locho. Formando parte de la partida de su suegro, participó en la Primera Guerra Carlista llegando a obtener el grado de coronel mayor del Regimiento de Tiradores de la Mancha.1​ Con el citado regimiento formó parte sucesivamente de los ejércitos del Norte, de la Mancha, y de Aragón y Valencia. A pesar de la capitulación de las tropas carlistas del Norte en el Convenio de Vergara, continuó la lucha en las filas del general Ramón Cabrera con cuyos batallones se retiró a Francia en mayo de 1840.

Exiliado en Londres, frecuentó los círculos del pretendiente Carlos VI, quien al comienzo de la Segunda Guerra Carlista le ascendió a brigadier y lo nombró comandante general de la Mancha. A partir de 1847 hasta finalizar el conflicto en 1848 organizó las partidas guerrilleras en ese territorio hasta que tuvo que entrar derrotado en Portugal en 1848. Por sus méritos le fue concedida la Gran Cruz de Isabel la Católica.

En 1869 se alzó en La Mancha por el nuevo pretendiente, Carlos de Borbón y Austria-Este, pero debido al fracaso de la insurrección general, la partida se disolvió pronto, logrando escapar Sabariegos.3​ En 1872, al comienzo de la Tercera Guerra Carlista, se levantaría de nuevo, siendo nombrado por Don Carlos comandante de las provincias de Extremadura. Más tarde organizó y dirigió la rebelión en Galicia y finalmente volvió a hacerse cargo de los batallones extremeños, manchegos y andaluces. Recibió la orden del cuartel real de impedir el reclutamiento de tropas que había acordado el gobierno republicano para enviarlas a sofocar el Cantón de Cartagena y la rebelión carlista. Tras recorrer las provincias de Ciudad Real, Badajoz, y el norte de las provincias de Sevilla y de Huelva volvió al norte de Cáceres donde en un encuentro con una compañía de la Guardia Civil en las cercanías de la aldea de Retamosa, en la provincia de Cáceres, resultó muerto el 6 de octubre de 1873. Su cuerpo está enterrado en la cercana población de Deleitosa.2​ Fue sustituido en el mando por José Díez de la Cortina y Cerrato.4​

Notas

 La Ilustración Española y Americana sitúa su nacimiento en Portugal, donde habrían estado exiliados sus padres durante la Guerra de Independencia Española.2​

Referencias

 Ayuntamiento de Piedrabuena

 Martínez de Velasco, Eusebio (24 de noviembre de 1873). «El jefe carlista don Vicente Sabariegos». La Ilustración Española y Americana: 707.

 «Tradicionalismo». Enciclopedia universal ilustrada europeo-americana. Tomo 63 (Espasa-Calpe). 1928. p. 474.

 B. de Artagán (1918). Príncipe heroico y soldados leales. Biblioteca de "La Bandera Regional". p. 120.

miércoles, 16 de mayo de 2018

Rajoy e Íñigo

Los políticos no suelen quejarse de que la opinión los maltrate, pero los del pepeísmo son un caso (o un Casado) aparte. Quizá porque no son políticos, sino mangos y mangueras acostumbrados desde hace ochenta años a vivir a lo piojo. Unos piojos que se sienten picados por los demás, cuando son ellos los irritantes. Los otros se encogen de hombros con lo que decía Heine: "Dios me perdonará. Es su oficio". Y qué oficio más desagradable. Creo recordar que el Jefe también tenía un cajón para irrecuperables como Rajoy, aunque el teólogo Karl Rahner postule que está vacío. Lo de Rajoy no es ya corrupción, sino cadaverina. Si sigue así, incluso se volverá inorgánico, que carcinogénico ya es. Aunque se vista de seda. ¿Se han fijado en que se tiñe el pelo cuando las elecciones?

Al respecto juzgo que no se ha considerado bien el único y luminoso neologismo que ha creado esta bendición para la izquierda, el miserable y tartapensante Ruiz: aprovechategui. Los ingenuos de siempre creerán que la voz tiene emanación etarrasuna, pero no, qué va; lo apaladinaré para que todo el mundo lo entienda, que soy casi filólogo. De la yerma cultura de este brote patatal solo puede surgir algo que tenga que ver con el Marca, única nublada y dudosa fuente de donde nace ese Nilillo gallego. Sicut cervos ad fontes. Y hete aquí que surge el nombre de un tal Lopetegui, seleccionador nacional de balompata. Si se apercibe que el galaico gargajo llevaba la dirección del señor Rivera cuando este divulgó que buscaba "seleccionar" candidatos foráneos limpitos para las alcaldías de Barcelona (Valls) y Madrid (Bragas Rosa), uno entenderá la mente preclara del inefable. ¿Con quién iba a sustituir a tanto encausado con causa? Problema futbolístico este que ni Zidane.

Esto me recuerda a cuando nadie entendió por qué el canciller Kohl se rio al oír un momento de la traducción simultánea alemana del discurso de Umbral en los premios Príncipe de Asturias. El hijo bastardo de Leopoldo de Luis había comparado a Kohl con un mandarín, y el orondo alemán se descojonó que no pudo más. El poeta había intuido lo que Kohl y los mandarines tenían en común: el muro de Berlín no era sino una muralla china entre bárbaros y civilizados, y Kohl lo había echado abajo patrocinando la reunificación alemana.

Pero nosotros somos gente seria y decente y no hablamos de política, como no se suele hablar de los crímenes, las cunetas y de otras cosas vergonzosas, sana costumbre que heredamos del higiénico y censurador franquismo. Es de mal gusto, como la democracia. Yo venía a hablarles a ustedes de Íñigo. No de Errejón precisamente, sino del simpático José María. Ese preguntador implacable que era el rey de las entrevistas. Todavía recuerdo cómo su agresiva e inagotable curiosidad, tan bien dirigida, dejó en pelota picada la indecencia y corrupción del embajador de Guinea Ecuatorial rodeándolo de una placenta de cuestiones espinosas. Hoy mismo he comprado en una librería de viejo un libro suyo, Mundo famoso, impreso por una caja de ahorros en 1979. Es una colección de entrevistas precedida por una autobiografía de cuarenta páginas que no ha citado ni uno solo de los periodistas que le han hecho necrológica (o, como se suele decir en jerga periodística, morituri: un artículo periodístico biográfico escrito en previsión de que alguien célebre se muera al que se echa mano veloz cuando sucede). Tratar con esa desmemoria a tan poliédrico personaje es como matarlo dos veces. Pero como la misión de un (casi) filólogo es ir a las fuentes, allá me voy y les resumo el escrito.

Íñigo se dice de familia obrera vasconavarra; en su casa nunca paraban los Reyes Magos porque no había con qué. Se sacó en un solo año el bachillerato elemental con reválida y todo, en el colegio de los claretianos de Bilbao "no porque fuera un niño prodigio, sino porque estudiaba día y noche, laborables y festivos. Por desgracia, ese es el único título que tengo. Título que ahora han devaluado mucho y llaman graduado escolar". Pero el chico, de pocas palabras, introvertido, reconcentrado y tímido, era un lector compulsivo:

Pasaba las horas leyendo libros de toda especie, hojas de periódicos, revistas... Lo mismo un tratado de química orgánica que la vida de Santa Lucía, lo mismo una entrevista con Jorge Negrete que los horarios de los barcos del puerto. Hasta que tropecé con un método de inglés. Se trataba solo de una jerga americana, no de verdadero inglés, pero me lo aprendí y salía a la calle dispuesto a encontrar empleo como traductor o intérprete. A los doce años me metía entre los turistas para practicar el idioma y señalarles por donde se iba a un sitio u otro. Caían algunas propinas, pocas. Recuerdo que un día me encontré en la calle con un grupo de militares egipcios de estado mayor. Me contraté informalmente como guía y le caí simpático a uno de ellos llamado Nasser. Nos hicimos amigos... nos hemos carteado, me invitó a su país y aún conservo en mi cajón de tesoros aquellas cartas del dirigente árabe (pp. 14-16)

Entró de chico de los recados en una compañía de suministros eléctricos. Amante del trabajo, además empezó a dar clases de inglés en varias academias. Más adelante llegó a dominar también el francés, portugués, italiano y alemán; por su cuenta aprendió también a leer en otros idiomas que no llegó a manejar como esos. Tradujo tomos de cirugía y de fundición del inglés y a los diecisiete años se introdujo en Radio Bilbao como locutor de inglés para emisiones especiales. Le importaba un rábano la música joven y pop, pero se convirtió en el primer jinete de discos o disc-jockey de Bilbao, bajo el nombre de "mister Ritmo". Escribía además (y traducía) reportajes en La Gaceta del Norte. Y poco después envió otros originales para los servicios especiales de la agencia Efe. Incluso pudo comprarse un coche. Le tocó entonces irse a la mili en El Carrascal de Pamplona. Allí conoció al director y realizador Pedro Olea, quien luego lo introduciría en televisión. De Pamplona salió con la idea de meterse en Madrid.

Para  no andarme por las ramas (cosa que nunca me ha gustado mucho) me fui directamente a hablar con el director de la SER [...] En Radio Madrid (vino a decirme) solo trabajaban primeras series, primerísimas series. Voces superconocidas. yo no era más que un chico de provincia con buenas intenciones y un currículum muy ruidoso, pero de escaso prestigio [...] ¿Qué línea de tu currículum puede convencer al mundo de que eres un tipo bueno en este oficio?) La BBC. La bibisí de Londres! (p. 20)

De modo que vendió el coche y se fue a Londres en 1965. 

Se rompieron pocas lanzas en favor de nuestra generación. Dicen la generación bocadilllo, la generación del silencio. Pero nosotros ¿qué? Con nuestra hambre nos lo comeríamos. Y eso que no teníamos culpa de nada. Y lo que es peor, tampoco teníamos idea de nada. Digo lo del hambre porque es lo que a mí me ocurrió en Londres. Me tiré los cuatro primeros meses viviendo del coche y otros ahorrillos en una habitación mísera. Luego las reservas se me acabaron y continué viviendo en el mismo sitio. Lo llamaban el Valle de los canguros por la cantidad de australianos que allí vivían y quizá porque otros como yo vivíamos a salto de mata. Calculando mi primera estancia en Londres en quinientos días, debí de comer unas ochocientas tortillas de patatas. Otros manjares ni soñarlos, claro (p. 21).

Después de medio año intentando introducirse en la BBC consiguió únicamente que un tipo le diera un buen consejo: "Si consigue usted que las casas de discos renuncien a sus derechos de retransmisión por radio, obtendrá trabajo". Algo prácticamente imposible. Pero él iba haciendo trabajillos de intérprete para músicos españoles que paraban por allí.

Me encontré que un gitano estaba actuando en un teatro de Londres. Era una noticia sensacional e insólita. Me raspé los bolsillos con las uñas, compré una entrada y fui a verlo. Se llamaba Pedro Calaf, pero se hacía llamar Peret. Por supuesto, ni él ni sus compañeros sabían una palabra de inglés. Aproveché la coyuntura para servirles de guía fiel e introducirles en los antros londinenses que yo había empezado a conocer. Incluso los hice ir a sitios en que las primeras gogós de la historia mostraban sus muslos sin vergüenza. Me lo agradecieron mucho. Querían pagarme. Me negué. Aquello venía a ser una cuestión de patriotismo. ¿Cómo pagarme el favor entonces? "En fin, podrían ustedes renunciar a los derechos de emisión de los discos..." Insinué yo por milésima vez. Señores ¡lo hicieron...! Fue un favor tan grande que se lo recuerdo al bueno de Peret siempre que nos topamos en el oficio. A pocas personas debo tanto. Así conseguí ser aceptado en los estudios de la BBC... Para celebrar el éxito me dejé crecer el bigote y arrojé mi cotidiana tortilla al cubo de la basura. Solo me pagaban quince mil pesetas al mes, una auténtica miseria en Londres, y desde luego mucho menos de lo que yo ganaba en Bilbao, pero me había convertido en locutor de una emisora inglesa... Era un pop, un yeyé, un in... Desde luego me sobraba tiempo para pensar. Para pensar en serio. Habitualmente andaba solo, estaba solo. Veía películas, leía libros, presenciaba todos los espectáculos que se ponían a tiro. Incluso decidí ligar con alguna chavala, por aquello de mejorar el idioma, no por otra cosa. Estaría bueno. Y pensé en mí y en lo que yo quería y en cómo conseguirlo. Los caminos estaban claros: un porvenir de oficinista ilustrado parloteando inglés, o el riesgo de un oficio que todavía hoy no sé dónde me llevará. Aborrecía los horarios y me divertía la diversión. La acción, no la canción, aunque viviese de ella. Quería ser lo que hoy soy. Sin problemas económicos, sin rigidez de horarios, libre, obrar a mi gusto, no estar debajo de nadie. En fin, quería lo que todos quieren a los veintitrés años... Al año y medio de haber llegado a Londres, volví a Madrid (pp. 22-24).

El señor Fontán lo contrató en Radio Madrid. Trabajó en programas musicales, algo que nunca le gustó demasiado. Había aprendido mucho en Londres y se convirtió en un crítico musical independiente, muy sincero y temible. "Si un disco me parecía malo, lo decía con toda la tranquilidad del mundo y con las debidas palabras, no a medias. Era muy agresivo. Continúo siéndolo, dicho sea de paso, pero entonces lo era con furor. Creo que me encontraba en Madrid demasiado solo, lo mismo que en Londres, y descargaba mi furia contra los cantantes". Vivía en una modesta pensión de la Gran Vía. 

Vivía de noche y era raro que se fuese a la cama antes de las cinco de la madrugada. "Lo hacía en parte porque me gustaba y en parte porque resultaba deprimente encerrarse en la habitación alquilada, sin nadie con quien hablar ni nada que hacer. Por supuesto, conocía como nadie el Madrid nocturno del ambiente musical. Quizás ni los mismos camareros han pasado tantas horas como yo en aquellas rutilantes discotecas de la Gran Vía. Y sentado en la escalera, siempre en la escalera... bebiendo naranjada. Nunca he bebido combinados, whiskies ni alcoholes de otro tipo. Tampoco fumaba, ni entonces ni ahora. ¿Qué diablos estaba yo haciendo ahí? Contemplar, mirar, escuchar. ¿Por qué en una escalera? A finales de los sesenta, e imagino que ahora también, la gente del mundillo no pagaba por entrar en las discotecas. Hasta las consumiciones eran gratis. Pero yo, que quería conservar por encima de todo mi fiera independencia, pagaba todos los días. Entonces, dado que la sala estaba siempre abarrotada, los camareros echaban de las mesas a los que bebían de gorra y me hacían sentar a mí. Como estaba solo y era conocido, muy pronto empezaban a llegar cantantes, músicos y las primeras fans para hacerme compañía. Aquello no me divertía nada, así que opté por sentarme siempre en las escaleras. De ese modo nadie se me acercaba. Era un mundo fascinante y loco, un mundo que, al menos para mí, no volverá más (p. 27-28).

En un extravagante concurso organizado por Licor 43, llegó a dormir dentro de la gran pirámide de Keops... pero no pegó ojo. Escribió en la revista Mundo Joven, recorrió medio mundo, muchas veces como corresponsal en festivales de la canción, tuvo una novia inglesa con la que rompió porque no pudo soportar comer angulas, se casó a los ocho días de conocer a una judía brasileña, Josette, y tuvo de ella dos hijos. Coleccionó rinocerontes de todo tipo, en piedra, cristal, cuero, madera, cerámica, metal barro, pintados... llegó a tener unos cuatrocientos. Luego sustituyó esa manía por la de la fotografía y coleccionó las "comprometidas" de los toreros en apuros. Sus experiencias en la tele darían para otro artículo. 

sábado, 6 de enero de 2018

Epistolarios

Anna Caballé, "Literatura a la carta. La constante aparición de nuevos epistolarios demuestra el creciente interés por el género que se vive en la cultura española. Pero no siempre fue así", en El País, 5 ENE 2018

La reciente publicación de dos importantes epistolarios —Cartas a Mercedes, del novelista murciano Miguel Espinosa, y las cartas cruzadas entre Gerardo Diego y Juan Larrea entre 1916 y 1980—, así como la traducción de la correspondencia íntegra, sin cortes, de Virginia Woolf con Lytton Strachey, nos permite reflexionar, una vez más, sobre el interés emergente de las correspondencias en el seno de la cultura española. Bienvenido sea, pues sabemos que no siempre fue así. De hecho, hasta fechas recientes las cartas, así como otra documentación autobiográfica —archivos, diarios, notas personales, borradores, manuscritos—, fueron papeles que tenían una dimensión estrictamente erudita, cuando la tenían, sin que se comprendiera su enorme alcance testimonial, biográfico y tantas veces literario.

Pero la función principal de la carta ha sido siempre la comunicación. Alguien tiene algo que decir a otra persona y ese es el motivo que permite establecer una correa de transmisión gracias a la cual la distancia geográfica o la distancia psíquica logran superarse. Hasta la llegada del teléfono las cartas iban y venían constantemente, de una calle a otra de la misma ciudad, de una ciudad a otra, de un país a otro, de uno a otro imperio… Era el único modo eficaz de ponerse en contacto y, como ahora ocurre con el correo electrónico o las redes sociales, la gente ocupaba una parte significativa de su tiempo para mantener al día su correo. En la medida en que las cartas tienen un destinatario concreto, indicado, bien en los mismos pliegues del papel (procedimiento habitual cuando la carta se entregaba en mano), bien en el sobre, su contenido depende de a quién se dirigen. Es la naturaleza de la relación entre los corresponsales la que condiciona el contenido, el estilo y el mundo de afectos que se construye sobre el papel.

Dicho esto, es evidente que, aunque la carta esté condicionada por el destinatario y por la relación contraída con él, hay mucho que decir del remitente. Américo Castro, cuando escribe a su amigo Guillermo Díaz-Plaja, poco antes de morir, le dice que, solo y aislado en un hotel de Playa de Aro, la carta es su única forma de poder tocar todavía el mundo. Muy al contrario, Ignacio de Cepeda le pedía discreción y reserva a Gertrudis Gómez de Avellaneda en 1840 cuando esta intentaba seducir al joven y pacato sevillano a través de unas valientes y al mismo tiempo estudiadas cartas autobiográficas: la escritora cubana estaba convencida de que Cepeda se enamoraría de ella a poco que conociese la nobleza de sus sentimientos. Pero no fue así: descubrir que era una intelectual aficionada a reflexionar sobre su mundo le asustó indeciblemente. Por una poco frecuente, entonces, decisión de los descendientes de Cepeda, se conserva aquella interesante correspondencia, aunque solo del lado de la autora cubana. Nadie se preocupó de la preservación de su archivo cuando murió en 1873. Como escribiría Juan Valera, a su entierro no acudieron más de 10 o 12 personas. ¿Y qué pensar de lo ocurrido con el romántico Enrique Gil y Carrasco? Cuando muere precozmente en Berlín (1846), sus amigos (entre ellos, Alexander von Humboldt) recogen sus papeles y cartas y los depositan en la Embajada de España. Allí quedarían, muertos de risa, hasta el bombardeo del edificio en la Segunda Guerra Mundial. A nadie le importaban.

Duele pensar en el maltrecho epistolario de Ramón y Cajal. La mayor parte se ha perdido

Es mejor no pensar en la pérdida documental sobre la que se ha edificado la cultura española. La destrucción, la dejadez, la rapiña, la censura propia y ajena… Concepción Arenal quemando sus cartas enviadas a la condesa de Mina dos meses antes de morir; Manuel Murguía destruyendo la correspondencia de su esposa, la gran Rosalía de Castro, después de su muerte, porque las cartas le comprometían; la viuda de José Tarín Iglesias presumiendo de haber quemado las cartas más personales de su amigo el escritor Joaquín Montaner. Todo ello nos impide a menudo escribir como deberíamos las vidas de personajes fascinantes que cruzaron nuestra historia sin que apenas tengan entidad, más allá de los hechos escuetos de su vida.

Duele pensar en el maltrecho epistolario de Santiago Ramón y Cajal. Su hijo lo depositó íntegramente en el Instituto Cajal. Pero la mayor parte de las cartas (unas 12.000, según cálculo de su editor, Juan Antonio Fernández Santarén) se han perdido. Es decir, se vendieron en su día fraudulentamente a anticuarios, pasaron a engrosar colecciones particulares o bien fueron a parar a un contenedor cuando el Centro de Investigaciones Biológicas necesitó tener más sitio en su laboratorio. ¿Son pues papeles viejos que ocupan espacio, un objeto preferido de la rapiña nacional, una huella incómoda y pertinaz de una vida vivida y que debe eliminarse? ¿O bien las cartas vienen a ser una especie de carbono 14 de la cultura biográfica, el peso atómico de una vida humana de la cual, una vez transcurrida, nos queda tan solo la acumulación de las huellas que la sobrevivieron? Dos formas, en definitiva, de tratar el pasado y de entender la cultura, pero entre una y otra hay un mundo, el que va de la barbarie o la mezquindad al respeto y el reconocimiento del prójimo y de su mundo. Pensemos en las sabrosas cartas que han sobrevivido a la historia de amor entre Emilia Pardo Bazán y Benito Pérez Galdós.

El correo es un medio cultural fundamental: promueve la escritura, teje relaciones entre personas y comunidades y, como dijo Carlos Monsiváis, mantiene viva la esperanza. “Renuncio a tus poemas si piensas que con ellos sustituyes tus cartas; ese montón de alas estremecidas que vibran en mis manos, frescas con el rocío de nuestra intimidad”, escribe una moderna y abierta Ernestina de Champourcín a Carmen Conde, dos años menor y en cierto modo su discípula. Alas estremecidas, huellas supervivientes, trozos de vida perdida que nos conectan prodigiosamente con lo que un día fue.

¿Hay placer mayor que recibir una carta de alguien a quien se ama? “Me gustaría recibir aún más cartas tuyas. Me gustaría que me inundases de palabras, que me dijeses lo que ya sé pero que tanto me gusta oírte. Así, por carta, resulta menos ruborosa la confesión”, escribe un joven y ansioso Camilo José Cela a su novia, Charo Conde, el 8 de julio de 1941. La “manía epistolar” de Cela le llevaba a copiar las cartas que escribía y que por supuesto guardaba en su impresionante archivo. Casi 100.000 cartas, conservadas en la desdichada Fundación CJC y que van saliendo con cuentagotas. ¿Hasta cuándo habrá que esperar para que los investigadores puedan acceder libremente a la correspondencia del premio Nobel, imprescindible en la comprensión del funcionamiento de la cultura española durante el franquismo?

Al comienzo del artículo señalábamos el cambio de mentalidad operado en cuanto a la percepción del valor de las cartas. ¿Cuándo se produjo este cambio? Más allá de un fenómeno importante como ha sido la traducción de epistolarios escritos en otras lenguas —un hecho decisivo pues nuestra cultura es fundamentalmente una cultura de importación, que también operó en otros géneros como el diario o la autobiografía—, diría que fue la publicación del epistolario entre Jorge Guillén y Pedro Salinas, editada por Andrés Soria Olmedo. Una importante apuesta de la editorial Tusquets, pero también de la Dirección General de Investigación Científica y Técnica (DGICYT), que abrió el horizonte historiográfico a los especialistas en la generación del 27 y al público cultivado: ahí teníamos a dos grandes poetas y dos grandes amigos a los que solo conocíamos hasta entonces por sus versos volcando en la intimidad de sus cartas muchos años de vida literaria, de opiniones contundentes, voluntades, exilio, amores, logros e insatisfacciones. La publicación (1992) coincidía con la maravillosa explosión memorialística de los años ochenta y noventa, que nos permitió recuperar una experiencia colectiva hasta entonces severamente deturpada.

A los biógrafos nos queda mucha reflexión por delante dada la labilidad de la escritura digital

¿Qué ocurrirá en un futuro inmediato? Las cartas viajaron en el pasado de todas las formas imaginables. Fueron en manos de un mensajero a pie o a caballo, en recuas de acémilas, diligencias, carruajes de tiro, trenes, aviones, barcos. Metidas en sacas, perfumadas y con bellos adornos en el papel, enfundadas dentro de una botella echada al mar por pura desesperación. El siglo XXI ha revolucionado, una vez más, el formato del correo. Las nuevas tecnologías conceden de nuevo a la escritura (correo electrónico, SMS, Whats­App, Telegram, redes sociales) un espacio impensable hace unos años, cuando el teléfono era el medio hegemónico de comunicación. A medio camino de lo oral, lo escrito y lo visual (gracias a los emoticonos), el correo digital fluye torrencialmente. Con su inmensa variedad de recursos, es fruto de una creativa mutación que nos permite mantener viva la esperanza de contactar con el ausente y de tejer, o destejer, lazos con él. Incluso con los muertos, como hace Vicente Molina Foix en El joven sin alma, o bien Cecilio de Oriol y José Lázaro en El alma de las mujeres.

Tampoco la novela epistolar murió porque nunca dimos tanto valor a las cartas. ¿Cómo no aprovechar ese interés para fundar un museo nacional dedicado a promover el conocimiento de correspondencias y legados personales? ¿Cómo no hemos preparado todavía una antología con las mejores cartas escritas en castellano para ofrecer a los estudiantes un modelo histórico-literario y un estímulo humano? A los biógrafos nos queda mucha reflexión por delante dada la labilidad de la escritura digital, pero no parece que el futuro sea menos interesante que el pasado, cuando las cartas servían para envolver el pescado. Siempre se ha trabajado así, con lo que queda del día, por decirlo con Kazuo Ishiguro. Lo que queda, nunca lo que fue.

‘Cartas a Mercedes’. Miguel Espinosa. Alfaqueque, 2017. 720 páginas. 25 euros.

‘Epistolario’. Gerardo Diego y Juan Larea. Residencia de Estudiantes, 2017. 1.050 páginas. 25 euros.

‘600 libros desde que te conocí’. Virginia Woolf y Lytton Strachey. Traducción de Socorro Giménez. Jus ediciones, 2017. 128 páginas. 4,50 euros.

martes, 12 de diciembre de 2017

Gumersindo de Azcárate, el impulsor de la ley contra la usura

Andrea Aguilar, "El testamento vivo de Azcárate. El centenario de la muerte de una de las figuras claves de la modernización de la España del cambio de siglo impulsa la recuperación de su legado", en El País, 11 DIC 2017:

Desterrado en Cáceres, el jurista Gumersindo de Azcárate (León, 1840- Madrid, 1917) emprendió la redacción de un peculiar testamento cuatro décadas antes de su fallecimiento. No había acatado la directriz gubernamental de 1875 que exigía a los profesores universitarios que sus enseñanzas defendieran la monarquía y la religión católica y apelaba a la libertad de cátedra. No era la primera vez que se calentaba la “cuestión universitaria”, pero esta vez, en plena batalla por borrar el legado liberal del Sexenio Democrático y reinstaurar la monarquía borbónica, el Gobierno de Cánovas impuso el destierro a tres catedráticos: Nicolás Salmerón, Francisco Giner de los Ríos y el propio Azcárate, seguidores de los principios progresistas del alemán Karl Krause.

El calor del verano extremeño de 1875 —explicaba Azcárate en una carta a su colega Giner —le hacía añorar León y plantearse si debían “aguantar” o marchar al exilio extranjero. No hizo falta. El castigo gubernamental acabó pronto y al año siguiente impulsarían, junto a otros catedráticos, el nacimiento de uno de los pilares de la España moderna: la Institución Libre de Enseñanza.

En las cuatro décadas transcurridas desde la redacción del testamento ficticio hasta su muerte, de la que el viernes se cumplen 100 años, Azcárate y sus compañeros se emplearon en el avance y el progreso de un país convulso y atrasado. Calificado de san Gumersindo en un semanario satírico, o de un “Don Quijote vuelto a la cordura”, como le definió José Ortega y Gasset, el idealismo social y político, la irrenunciable fe en un cambio posible, fueron señas del infatigable Azcárate.

Este mes arrancan los homenajes a su legado en Madrid y León con la celebración de un seminario en la Fundación Sierra-Pambley (del 12 al 15 de diciembre Gumersindo de Azcárate, un leonés universal); la reedición de su obra Minuta de un testamento a cargo de Gonzalo Capellán de Miguel; y la celebración de debates en la sede de la Fundación Francisco Giner de los Ríos, de Madrid, en torno a uno de los principios básicos de Azcárate: la tolerancia. “En el legado de la Institución está hablar de tolerancia y también de intolerancia. La nueva edición del libro de Azcárate sitúa esta obra en su contexto europeo”, apuntó José García-Velasco, presidente del patronato de esta fundación, en la presentación de Minuta de un testamento. Le acompañó Gonzalo Aguilera, decano del Colegio de Registradores, quien recordó que Azcárate fue letrado de la Dirección General de Registros antes de volcarse en la docencia y explicó que el colegio se ha aliado con la Institución Libre de Enseñanza en el homenaje. “Este libro es el testimonio de un modo de pensar, de la preocupación constante por la reforma social de España”, apuntó Aguilera.

Las críticas que recibió en su momento se incluyen en esta quinta edición de Minuta de un testamento, a medio camino entre un ensayo político, una obra de ficción y un tratado de reformas sociales que Azcárate presentó disfrazado como un manuscrito encontrado en el que un médico anónimo trata de poner orden en sus ideas, bienes y pareceres, a la vez que ofrece una recapitulación de su vida y del contexto político. En él plantea una visión personal y razonada del credo que defendió. El jurista fue un firme defensor de la separación entre Iglesia y Estado; promotor de leyes para poner coto a la usura (la ley Azcárate, que aún sigue en vigor y a la que se han remitido los tribunales en los últimos años a propósito de las cláusulas suelo); agente del Instituto de Reformas Sociales, que trataba de mejorar las condiciones de las clases pobres; pieza angular en la organización y desarrollo de los programas de estudio en el extranjero coordinados desde la Junta para la Ampliación de Estudios. Como apuntaba la necrológica que le dedicó el diario El Sol en 1917 (y que la leyenda atribuye a Ortega) “seguir a Azcárate —como seguir a Giner— es seguir hacia delante”.

LA GIMNASIA DE TOLERAR

JUAN CRUZ

Tolerar es una gimnasia del espíritu extremadamente exigente, porque obliga también a no tolerar lo intolerable. Este tiempo en el que vivimos ha dejado entrar, en el concepto de tolerancia, la idea de que todo está permitido. Y lo que está surgiendo es la falta de respeto al verdadero concepto de la tolerancia. La tolerancia es “la paciencia por comprender lo que el otro dice”, lo que permite el diálogo que impida “la degeneración, el desgénero humano”.

Emilio Lledó, filósofo, 90 años, que ha hecho del estudio de la ética la gimnasia de su vida, dijo todo eso anoche, lunes, a partir de la figura de Gumersindo de Azcárate y de su realización principal en el siglo XX: la enseñanza como punto de partida para la educación y para la convivencia. Solo la educación, dijo Lledó en la sede de la Institución Libre de Enseñanza (ILE), nos puede defender de una sociedad que ha hecho del insulto y de la malversación de la libertad de expresión un elemento que convierte al ser humano en una amenaza del otro.

Partió el filósofo del libro Minuta de un testamento, de Azcárate. Lo había leído ya, en la edición que hace 50 años hizo de la misma obra el profesor Elías Díaz, allí presente, como el pintor Eduardo Arroyo, que ha hecho la cubierta de esta nueva edición publicada por la ILE y la Fundación Francisco Giner de los Ríos. Fue convocado el académico para un debate con los profesores Fernando Vallespín y Maribel Fierro. El primero subrayó, como Lledó, que la tolerancia no es una puerta que permita que entre todo el aire viciado que la sociedad ha de filtrar. Y la profesora Fierro se refirió a épocas pretéritas en que las tres culturas que convivieron también en la Península aceptaban convivencias ahora imposibles. Para Lledó, los malentendidos que hay acerca de la tolerancia han convertido en “un problema terrible” la deriva social en que ahora nada la definición de este concepto. Tanto Vallespín como él se refirieron a la libertad de expresión como uno de esos malentendidos que permite la laxitud con que se tolera lo intolerable. “No sirve de nada la libertad de expresión”, dijo Lledó, “si tan solo es útil para decir imbecilidades”.

domingo, 29 de octubre de 2017

Biografía inédita de Stalin por Trotski

Bernardo Marín, "Retrato de mi asesino. Se publica una biografía de Stalin en gran parte inédita que Trotski escribía cuando fue asesinado", en El País, 28 de oct. de 2017:

“Stalin se divertía en su casa de campo degollando ovejas o vertiendo queroseno en los hormigueros y prendiéndoles fuego. Kámenev me dijo que, en sus visitas de ocio sabatinas a Zubalovka, Stalin caminaba por el bosque y continuamente se divertía disparando a los animales salvajes y asustando a la población local. Tales historias sobre él, procedentes de observadores independientes, son numerosas. Y, sin embargo, no faltan personas con este tipo de tendencias sádicas en el mundo. Fueron necesarias condiciones históricas especiales antes de que estos instintos oscuros encontraran una expresión tan monstruosa”.

Estas palabras forman parte de una biografía singular. Por la relevancia de sus protagonistas, dos de las figuras prominentes de la Revolución Rusa, enfrentadas por una de las rivalidades más encarnizadas del siglo XX. Y porque el perfil quedó inconcluso después de que el retratado ordenara la muerte de su biógrafo. Stalin, la obra que León Trotski escribía cuando fue asesinado por Ramón Mercader en México en agosto de 1940, ha permanecido dormida durante más de siete décadas. Y después de muchas peripecias, mutilaciones y añadidos, vuelve a ver la luz en un volumen de casi mil páginas, en gran parte inédito, coincidiendo con el centenario de la llegada al poder de los bolcheviques.

La historia de este libro merecería la publicación de otro que la contara. Trotski, exiliado en México tras serle denegado el asilo en varios países, se sabía sentenciado por el líder de la Unión Soviética Josif Stalin. Pero no tenía particular interés en escribir la vida de su antiguo camarada. “No fue una venganza. Escribir esta biografía no entraba en los planes del abuelo. Estaba centrado en acabar otra sobre Lenin”, explica Esteban Volkov, nieto del revolucionario, en conversación telefónica desde Ciudad de México, donde reside. “Pero necesitaba dinero y la editorial Harper & Brothers de Nueva York le hizo una oferta generosa”.

Volkov, a punto de cumplir 92 años, ha sido durante décadas el guardián de la memoria de su abuelo. También es director de la Casa Museo León Trotski, entre cuyos muros fue asesinado el revolucionario en agosto de 1940 por un golpe de piolet del agente estalinista Ramón Mercader. El mismo escenario donde se presentará la versión en español del libro, publicada por la editorial mexicana Fontamara, el día 11, coincidiendo con el aniversario de una Revolución de Octubre que por diferencias entre los calendarios gregoriano y juliano, sucedió en noviembre para el resto del mundo. La obra se publicó hace un año en inglés en una editorial marxista de Londres y fue traducida después al italiano y al portugués, pero la noticia no tuvo repercusión en los grandes medios.

SANGRE SOBRE PAPEL, por JORGE F. HERNÁNDEZ

La biografía más trascendental de Joseph Vissarionovich, tristemente celebrado aún por algunos por su apodo: Stalin, es un retrato minucioso del diabólico dictador ruso en 890 páginas, escrito nada menos que por León Davidovich Bronstein, que conocemos como Trotski. Parece increíble que al publicarse en inglés hace un año no haya provocado titulares a ocho columnas o revuelo en las redes ni reseñas diversas. Vivimos en amnesias funcionales que creen saciarse con 140 caracteres donde al menos dos generaciones sólo saben algo de León Trotski por las películas, postales, cafeteras y demás productos que circulan desde que Frida Kahlo se convirtió en marca registrada.

La inmensa biografía firmada por uno de los principales líderes de la Revolución Rusa desmenuza quirúrgicamente la demencia increíble de un sanguinario traidor de esa misma Revolución: un animal que parecería indescriptible de no contarse con miles de documentos, fotografías (incluso las alteradas “por el bien de la Historia”), testimonios, sobrevivientes de las purgas, náufragos del Gulag, proscritos redimidos y seguidores arrepentidos que incluso desde el primer triunfo bolchevique dejaron constancia de su reguero de desgracias y compendio constante de crímenes. Entre los párrafos que pergeñaba Trotski durante su exilio incansable en su frágil fortaleza de Coyoacán, estaban sobre la mesa los papeles que serían su lápida, cuya redacción se interrumpió en cuanto Ramón Mercader clavó su piolet de montañista en su cráneo.

Trotski forcejeó con el enviado, sabiendo que su verdugo se hallaba sonriente en el Kremlin y quizá durante su agonía pensó que al menos gran parte de la escrupulosa biografía del verdugo de él y de casi toda su familia, de millones de seres humanos y de no pocas ilusiones utópicas estaba prácticamente terminada. Había aceptado escribirla por el jugoso pago que prometió una editorial americana, cuyo traductor tuvo a bien mal-traducir, editar e incluso, enmendar y añadirle párrafos de su propia cosecha. Eso ya quedó corregido y contamos ahora con la publicación de un retrato del Diablo hecho en prosa sobre papeles… manchados de sangre.

Harper & Brothers publicó una versión incompleta del libro en inglés en 1946. Antes no era posible, porque EE UU y la Unión Soviética eran aliados contra Alemania. Pero la viuda de Trotski, Natalia Sedova, pleiteó en los tribunales sin éxito para que fuera retirada. Sus objeciones se dirigían, sobre todo, contra el editor y traductor de la obra. “Hizo una deficiente edición del libro, con mutilaciones y múltiples añadidos de su cosecha muy alejados del pensamiento político del abuelo”, explica Volkov. El propio Trotski nunca tuvo demasiada confianza en su traductor, y había montado en cólera cuando supo que había enseñado algunos originales a terceras personas. “Parece tener al menos tres cualidades: que no sabe ruso, que no sabe inglés y que es tremendamente pretencioso”, escribió en una carta al periodista estadounidense Joseph Hansen.

Pero una parte de la obra no llegó nunca a manos de la editorial. Cuando se supo sentenciado, Trotski envió a la Universidad de Harvard, en Estados Unidos, muchos de sus documentos para su custodia. “Los archivos salen esta mañana en tren”, había escrito el revolucionario el 17 de julio de 1940, un mes y tres días antes de su asesinato. Y allí se acumularon 20.000 documentos que ocupaban 172 cajas de artículos, fotografías y papeles manuscritos, mecanografiados, traducidos y sin traducir, con gran cantidad de correcciones que demostraban lo extraordinariamente meticuloso que era con su trabajo.

Capítulos enteros del libro sobre Stalin permanecieron así dormidos hasta que en 2003 el historiador galés Alan Woods comenzó a indagar en la montaña de documentos para rescatar la versión más amplia e íntegra posible del libro. Y después de más de diez años de trabajo el resultado fue una obra un tercio más extensa que el libro publicado en los años 40, sin los añadidos del primer traductor y, ahora sí, con las bendiciones de la familia de Trotski.

Woods coincide con Volkov en que Trotski no quería escribir este libro. “Pero una vez que se puso a ello, lo hizo concienzudamente, con mucha documentación y detalles incluso del periodo más desconocido de la vida de Stalin, su infancia. Para cualquier lector es un estudio psicológico fascinante”, explica desde Londres, donde reside. El historiador es un activo miembro de la Corriente Marxista Internacional. Participó en la lucha contra el Franquismo en España y fue firme defensor de la revolución bolivariana y amigo personal de Hugo Chávez, aunque en los últimos tiempos se ha distanciado de la deriva del Gobierno venezolano.

Los dirigentes del Partido Bolchevique eran en general gente muy capacitada, y entre ellos brillaba Trotski, que dominaba cinco idiomas y escribía varios libros a la vez. Stalin aparece en cambio retratado por su gran rival político como un hombre de horizontes limitados. Ese perfil mediocre coincide con el que hicieron otros observadores, como el periodista estadounidense John Reed, que en su crónica Diez días que estremecieron al mundo menciona a El hombre de acero solo dos veces y a Trotski nada menos que 67.

Pero, por lo que se cuenta en el libro que ahora se presenta, las cualidades de Stalin eran otras:  la astucia y el arte de la manipulación. “La técnica de Stalin consistía en avanzar gradualmente paso a paso hacia la posición de dictador, mientras que representaba el papel de un defensor modesto del Comité Central y de la dirección colectiva. Utilizó a fondo el período de enfermedad de Lenin para colocar a individuos que le eran devotos. Se aprovechó de cada situación, de cada circunstancia política, de cualquier combinación de personas para promover su propio avance que le ayudara en su lucha por el poder y lograr su deseo de dominar a los demás. Si no podía elevarse a su altura intelectual, podía provocar un conflicto entre dos competidores más fuertes. Elevó el arte de manipular los antagonismos personales o de grupo a nuevas alturas. En este campo desarrolló un instinto casi infalible”.

Sin embargo, Woods no atribuye la llegada al poder de Stalin a su carácter. “Era un niño maltratado por su padre, rencoroso y con tendencias sádicas. Pero no todos los maltratados se vuelven monstruos. Como no todos los artistas fracasados se vuelven Hitler”. Y propone un argumento marxista para explicar su ascenso. “En todas las revoluciones hay un periodo que necesita héroes, gigantes. Cuando llega a un periodo de declive, necesitan mediocres. La degeneración burocrática hubiera tenido lugar sin o con Stalin, porque Rusia era un país aislado y atrasado. Pero en este caso la burocracia se encarnó en un personaje sanguinario”.

¿Pudo acelerar el libro el asesinato? Stalin estaba muy bien informado de lo que hacía su rival. Cada mañana tenía los últimos artículos de Trotski sobre su mesa. Y Volkov recuerda cómo Robert Sheldon Harte, guardaespaldas de su abuelo a quien se atribuye la traición que facilitó un primer atentado contra él en mayo de 1940, le preguntaba siempre por la marcha de la obra. “Como cualquier criminal tenía que eliminar los testigos”, coincide Woods.

ESTEBAN VOLKOV: “UNO DE LOS GRANDES CRÍMENES DE STALIN FUE MUTILAR LA MEMORIA”

B. M.

Esteban Volkov (Yalta, entonces Unión Soviética,1926), nieto de León Trotski y heredero de su legado, prepara estos días los actos para conmemorar el centenario de la Revolución Rusa en Ciudad de México, donde preside la Casa Museo en la que fue asesinado su abuelo. Allí llegó en 1939 para acompañarle en su exilio siendo apenas un adolescente, después de que su padre desapareciera en el Gulag y de que su madre muriera acosada por los sicarios de Stalin. Fue herido en un pie en el atentado que el pintor David Alfaro Siqueiros organizó para acabar con la vida del revolucionario en mayo de 1940 y pocos meses después fue testigo de la agonía de su abuelo tras ser atacado por Ramón Mercader. Pese a los terribles acontecimientos que ha presenciado, mantiene un espíritu sereno y un humor envidiable y a sus 91 años dice que espera vivir muchos más “para compensar todos los años que Stalin arrebató a sus familiares”.

Ha dedicado gran parte de su vida y de sus energías a defender la memoria de su abuelo. ¿Qué le ha movido a hacerlo?

Fui testigo de su asesinato y de la campaña de calumnias y difamaciones contra él de la prensa estalinista. Mentiras que muchos se encargaban de repetir una y mil veces para tratar de convertirlas en verdades. Uno de los más grandes crímenes de Stalin ha sido mutilar la memoria histórica. Si es un delito darle un mapa falso a un explorador que va a entrar en el Amazonas, dar falsos planos a la humanidad es un crimen aún más grave, dejar con una venda en los ojos al género humano entre profundos abismos es uno de los peores crímenes que se puede cometer.

¿Qué valor tiene la publicación de su biografía de Stalin tantos años después?

No era el libro que mi abuelo quería escribir, y lo hizo acuciado por las estrecheces económicas. Pero es muy interesante, porque fue escrito en la época de mayor madurez política de Trotski y cuenta el entorno en que un personaje de las características de Stalin, que rebasa la escala ética de cualquiera, puede llegar al poder. No hay duda de que fue un individuo sui generis, de una crueldad como pocas veces se ha visto en la historia. Personajes como Nerón o Atila se quedan chiquitos a su lado. Y por ello posiblemente aceleró la sentencia de muerte que había lanzado contra mi abuelo cuando supo que se estaba escribiendo su biografía.

¿Qué queda del pensamiento de Trotski cien años después de la Revolución Rusa?

Mi abuelo dejó un arsenal de ideas políticas para cambiar la sociedad. Para construir un mundo que vele por el ser humano y no por la codicia. Estudió a fondo el proceso estalinista y la contrarrevolución. Y predijo con 70 años de antelación la caída del totalitarismo burocrático en la Unión Soviética