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sábado, 15 de febrero de 2025

Reseña de la biografía de Julián Casanova sobre Franco, por José Andrés Rojo

 Julián Casanova, historiador: “Lo bueno que hizo Franco lo hicieron las democracias sin tortura ni pena de muerte”, José Andrés Rojo, en El País, suplemento Babelia, 14-II-2025:

El catedrático de Historia Contemporánea publica una nueva biografía del dictador, un sólido retrato que muestra desde su paso por África y la ayuda de Hitler al inicio de la Guerra Civil hasta el esencial papel de la Iglesia en el régimen

Dice Julián Casanova (Zaragoza, 1956) que la historia conduce “por muchas calles y direcciones” y que solo se entiende a través de una “indagación profunda” en los hechos del pasado. En Franco, Casanova construye un retrato del dictador para el siglo XXI en casi 400 páginas con 30 capítulos breves y muy ágiles, que ha completado con un álbum fotográfico que da cuenta de los personajes que lo rodearon, una rigurosa cronología y un amplio comentario bibliográfico. Hay algo en Casanova, catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza, que lo convierte en una rara avis dentro de su oficio: los largos periodos de tiempo que ha enseñado fuera de España, en Estados Unidos pero sobre todo en Budapest y Viena en la Central European University, y su afán por intervenir en la discusión pública, ya sea en las redes o en los medios de comunicación tradicionales. Ha estudiado y escrito sobre el anarquismo, la República o la Guerra Civil, pero también sobre Europa rota tras la Gran Guerra, la Revolución Rusa o la violencia que ha marcado el siglo XX. Dice que “es posible explorar el pasado sin buscar una condena o una absolución”: “No se puede poner a nadie en una sala de juicio porque la bondad o la maldad de los personajes no es un concepto histórico”. De Francisco Franco comenta que “no fue un personaje carismático”, pero que frente a otros, que sí lo fueron, murió en su cama y tuvo un entierro faraónico, “y habrá que explicar por qué”.

Pregunta. ¿De dónde viene Franco?

Respuesta. Nace en 1892 en una familia gallega que estuvo largo tiempo vinculada a la Armada en un momento en que España ha perdido las colonias y en la que pertenecer a la Armada ya no supone ninguna gloria. Su padre, que abandona a la familia justo cuando él inicia sus estudios en Infantería, no es nunca una referencia en su vida; su madre es para él la bondad. Su formación es la típica que hubiera tenido en la Galicia de finales y principios de siglo un hijo de militares, una mezcla de tradición castrense y catolicismo. Nada extraordinario hubiera sucedido si Franco no pasa por África.

P. ¿Es entonces África una de las claves?

R. Me di cuenta de que todos los dictadores de su época habían pasado por la I Guerra Mundial, y él no. Y África fue para él algo muy similar a aquella experiencia. Franco ha dicho que la Academia Militar de Toledo, a la que entró en 1907, hizo de él un hombre, y su hija ha recordado que allí sufrió humillaciones. A África llega en 1912, tras salir de la Academia con un expediente poco prometedor, y está hasta 1926, y le deja una huella indeleble.

P. ¿En qué sentido?

R. Entendió que allí se estaban partiendo el pecho por la patria y los políticos los tenían abandonados, y empezó a inventarse un personaje que se sostenía en el heroísmo, en el “todo lo hago por mi patria”. Ascendió de manera rapidísima por méritos de guerra.

P. Llegó a ser general con 33 años.

R. El ascenso rápido por méritos de guerra es importante para entender el odio que le tuvo a Azaña cuando en su reforma militar echó abajo este tipo de promoción. También lo odió por cerrar la Academia General Militar, que creó la dictadura de Primo de Rivera y de la que Franco fue director. Ahí entramos ya en la zona de los agravios. Los fue acumulando y los irá soltando a lo largo de su vida, y puede hacerlo porque llega a tener un poder con el que nunca había soñado.

P. ¿En qué momento lo obtiene?

R. Sin el golpe de Estado, tal como le salió, porque él no era el principal de los implicados, y sin la guerra, tal como le empezó a ir a partir de octubre, cuando fue elegido por los suyos jefe del Gobierno del Estado español, Franco no hubiera sido tan importante. Antes de 1936, solo era un héroe de guerra más, el general de división más joven de Europa.

P. ¿Qué importancia tuvo que al inicio de la guerra fuera quien contactó con Hitler?

R. Sin estar en Marruecos, la carta que le envía a Hitler nunca hubiera existido. Tuvo acceso a algunos alemanes allí que le permitieron llegar a él. Cuando su emisario llega a ver al Führer con la carta no le dice que se la envía Franco, sino un general español que está en dificultades tras dar un golpe de Estado contra la revolución. Y es entonces cuando Hitler muestra interés. Ya lo había explicado Preston: el ascenso a la cúspide del poder de un nadie más que nadie se produce porque sabe jugar la carta de la internacionalización y consigue pasar las tropas por el Estrecho y la ayuda de Hitler. Dos semanas después de empezar todo, alemanes e italianos ya se han puesto de acuerdo para que todas las armas pasen por Franco. Mola, Queipo de Llano y los demás quedan descartados. Tras la toma del Alcázar, que le da fama, empieza otro Franco.

P. ¿El Franco político?

R. En Zaragoza, en la Academia, con los múltiples agasajos que recibe, empieza a ver la miel del poder político. Que, claro, tiene que estar subordinado al poder militar. Y ya no piensa en otra cosa.

P. ¿Qué significa su victoria?

R. Que no tiene que demostrar nada. A él lo quieren porque ha ganado la guerra y librado a España de los comunistas.

P. ¿Qué tipo de régimen y de personaje construye durante la guerra?

R. Cuando se convierte en el jefe se da cuenta de que los militares rebeldes no tienen ningún plan. Serrano Suñer le dice que gobierna un Estado campamental y que necesita un Estado moderno: nazi, fascista, con un partido único. Franco tiene que conjugar la tradición militar de la que viene con el muy importante peso del catolicismo que lo apoya y con una fuerza nueva, la de Falange, que no ha llegado a ser un partido de masas. Franco fue construyendo su régimen mientras guerreaba.

P. ¿Y eso qué importancia tuvo?

R. Le permitió darse cuenta de la importancia de la religión y de los ritos. No solo sirve la propaganda, hacen falta los rituales. Y los ritos se realizan en torno a los mártires. Es lo que Gentile llama la religión política del fascismo. Los mártires empiezan a aparecer por todas partes, y los lugares de memoria.

P. Tras el final de la II Guerra Mundial, Franco se reinventa de nuevo.

R. El fascismo y la Iglesia, esa combinación para mí es la clave, y repartir juego, sin olvidar a los militares que estuvieron con él. Sabe que, por mucho fascismo y por mucha Iglesia, sin los militares que están a su lado no va a durar nada. Son los tres grandes ejes que van a marcar la historia de España. Cuando uno de ellos tiene que desa­parecer, con la derrota del fascismo en la guerra, Franco recibe de Carrero Blanco un informe en el que le dice que desde fuera no los van a echar, así que de lo que se trata es de mantener el orden y aguantar.

P. ¿Qué ha ocurrido mientras tanto dentro del país?

R. Franco se ha dedicado seis años a limpiar España y ha liquidado al enemigo interno, que está en el cementerio o en el exilio. Franco consigue en la posguerra, en medio del hambre y la represión, explicarle a la gente que él no tiene nada que ver en todo eso. Y consigue también transmitir que la monarquía que don Juan representa es la monarquía liberal que ha llevado a España a un fracaso rotundo, así que hace bien en saltarse la línea dinástica. Y conservar el poder.

P. ¿Cómo lo consigue?

R. La parte más sucia de las dictaduras no la llevan los dictadores. Kershaw, en su biografía de Hitler, inventó un término que yo lo aplico a Franco: “En la dirección del Führer”. El Führer no tenía que recordarle a nadie lo que tenía que hacer. Y lo mismo pasa con Franco.

P. Dice que los años cincuenta son la edad dorada de la tiranía.

R. Le doy mucha importancia a la guerra de Corea. Es el punto de inflexión que les permite a los poderes occidentales darse cuenta de que la Unión Soviética fue un aliado contra el fascismo pero que en ese momento es el enemigo. Franco lo capta de inmediato. Ese cambio es clave; el otro es el amigo americano. Que entiende que Franco más Salazar más lo que ocurre en Grecia son decisivos para controlar el Mediterráneo. El año 1953 es clave: se firma el concordato con el Vaticano y los acuerdos con Estados Unidos. Sabe que ya nadie lo va a tocar y, a partir ahí, ancha es Castilla. Para la corrupción y para todo.

P. ¿Qué ocurre con la llegada del Opus Dei al poder a finales de los cincuenta?

R. El Opus, desde un enfoque weberiano, hizo en un país sin protestantismo lo que produjo la ética protestante: racionalizar la Administración y el Estado para modernizar el capitalismo, y lo hizo sin abandonar el autoritarismo.

P. ¿Y los sesenta?

R. Conseguir aguantar con los grandes cambios que se producen entonces tiene mucho mérito. Además de recurrir a la represión, deja trabajar a la gente del Opus y, además, se produce una edad dorada del falangismo con gente del Movimiento tipo Fraga. Hasta que en 1969 sale a la luz Matesa, y se airea un caso de corrupción que toca a la Falange: el régimen se parte por arriba. Todos los estudios de las dictaduras muestran que estas solo caen por las luchas internas entre los que mandan. De la dictadura saco una conclusión clara: todos los personajes que rodean a Franco son masculinos, y tienen una doble moral. De los 119 ministros que tuvo, no hubo ninguna mujer, pero tampoco en la vida personal tenían relevancia: en las cacerías se sentaban en otro sitio, no comían con los hombres. Era una mentalidad cuartelera, pero pasada por África. Había misoginia en la forma de gobernar, en las leyes, en el desprecio y la subordinación de la mujer.

P. ¿Y la oposición?

R. Antes de la aparición de Comisiones Obreras, la oposición está en la catacumba. El sindicalismo clásico de la UGT y la CNT y los partidos políticos están desmontados, tienen un miedo terrorífico. Lo que surge es una nueva mentalidad que ya no va a luchar para echar a Franco y hacer la revolución. Esto lo captó Santos Juliá, lo captó Javier Pradera. Los nuevos eran gente de izquierda, pero ya no peleaban por la conquista de la Bastilla. Con un ejército unido, eso no se puede hacer. La verdadera oposición estaba en las asociaciones vecinales de barrio, en los curas obreros que por primera vez hablan de socialismo, en CC OO y en una decena de grupúsculos revolucionarios maoístas que aún creían que se podía hacer algo. Pero se veía que no iba a poder ser.

P. A Franco se lo defiende diciendo que fue un modernizador.

R. Que haya hoy quienes desde la ultraderecha quieren revitalizar a alguien que ya la mayoría de la gente sabía que no había hecho ningún bien a la historia de España, me permite creer que una biografía como esta pueda servir para hacer pensar. Hacer pensar, no adoctrinar. La gran peculiaridad de nuestra historia es que durante las tres décadas en las que en la Europa occidental se consolida la democracia y el Estado social de derecho, España está fuera de eso. Si Franco hubiera muerto en 1945, hoy sería recordado como un fascista.

P. ¿Hasta cuándo se mantuvo la represión?

R. Hasta el final. El Tribunal de Orden Público, el TOP, se crea en 1963 y se disuelve en enero de 1977. Todas las cosas buenas que hizo Franco las hicieron las democracias occidentales sin necesidad de torturas, de cárcel, de políticas de exclusión, de penas de muerte. Si la democracia no sabe explicar estas cosas, eso es otro problema: la historia sí lo hace.

P. Su biografía de Franco aparece en el contexto de una ácida polémica sobre los actos programados para celebrar su muerte.

R. Creo que 50 años después de la muerte de una persona que estuvo 40 años en el poder y que marcó la vida de España es un buen momento para explicarles a los ciudadanos muchísimas cosas. La fecha merece una conmemoración y que la gente pueda saber qué fue la dictadura de Franco. Un Gobierno, socialista o no, democrático no debe tener en 2025 ninguna duda sobre esto. Tenemos una peculiaridad, y no está en Sánchez, sino en un PP que nunca va a participar en esto, en una derecha que no ha sabido abordar nunca con libertad un pasado que también perteneció a la derecha de otros países europeos. Podría mirarse en Adenauer, en la democracia cristiana, para entender que a estas alturas todo lo que sea fascismo o autoritarismo no vale.

Franco, Julián Casanova, Barcelona: Crítica, 2025, 528 páginas. 22,90 euros.

jueves, 13 de febrero de 2025

P. G. Wodehouse

 Sobre uno de los autores que más me han gustado en mi carrera de lector, el sobrino eterno P. G. Wodehouse:

 "¡Gracias, P. G. Wodehouse!", en El País, 13 de febrero de 2025, por Daniel Gascón:

Hace 50 años falleció el que tal vez haya sido el mejor novelista cómico de siglo XX y un genio del lenguaje

Mañana se cumplen 50 años de la muerte de P. G. Wodehouse, quizá el mejor novelista cómico del siglo XX. Se le recuerda por el mentecato Bertie Wooster y su mayordomo Jeeves, o por el castillo de Blandings, donde el noveno conde de Emsworth se enorgullece de su cerda mientras su hermano Gally aterroriza a todo el mundo con el proyecto de escribir unas memorias. Wodehouse, nacido en 1881, era un hijo del imperio británico. Su padre era magistrado en Hong Kong. Se crio sin mucho contacto con sus padres, entre niñeras y tías (las tías son una fuente constante de terror cómico en su obra). Le encantó el internado y no pudo estudiar en Oxford por motivos financieros. Entró a trabajar en un banco; lo detestaba. Empezó a vender obras a revistas. Trabajó en Broadway y en Hollywood; sus novelas tuvieron mucho éxito. Vivió dos guerras mundiales. Su ficción recrea una Inglaterra idílica y casi invariable, con una clase privilegiada entre excéntrica y cabeza de chorlito. Uno de los episodios más controvertidos de su vida ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial. Residía con su mujer en Francia; los alemanes los detuvieron. Estuvo internado en Polonia. Le obligaron a hacer cinco emisiones de radio desde Berlín. No era propaganda: “Muchos jóvenes que comienzan su vida me preguntan: ‘¿Cómo se llega a ser prisionero?’ Bueno, hay varias maneras. Mi propio método fue comprar una casa de campo en el norte de Francia y esperar a que llegara el ejército alemán. Probablemente es el plan más sencillo. Tú compras la casa y el ejército alemán se encarga del resto”, decía en la primera emisión. Lo acusaron de traidor; Orwell fue uno de sus pocos defensores. Aunque fue rehabilitado, Wodehouse no volvió a su país; en 1947 se trasladó definitivamente a Estados Unidos. Escribió más de 90 novelas, además de películas, obras de teatro, relatos. Era un autor popular y un escritor de escritores: lo admiraban Auden, Waugh, Kipling. (Sobre él han escrito hace poco Jorge Freire y Daria Galateria; Anagrama ha publicado muchas de sus obras y un ómnibus.) Era tímido, generoso, meticuloso e infatigable. Inventó personajes y situaciones inolvidables, pero era sobre todo un genio del lenguaje, con un talento asombroso para los símiles: “Una vida de almuerzos había hecho que su pecho se desplomara a la entreplanta”, “Parecía una oveja con una pena secreta”, “Una tía llamaba a la otra, como dos mastodontes mugiendo en la ciénaga primigenia”. ¿Dónde empezar? ¿El código de los Wooster? ¿De acuerdo, Jeeves? Cualquier sitio es bueno: como decían Mathew Parris y Stephen Fry en una conversación sobre The Master, es difícil distinguir a Wodehouse de un rayo de sol.

sábado, 8 de febrero de 2025

El gran corruptor Juan March y sus negocios criminales, por David Cot.

 “Nuestra Cruzada es la única lucha en la que  los ricos que fueron a la guerra salieron más ricos.” Franco pronunciaba estas palabras tan  sorprendentemente honestas en un discurso de 1942 en Lugo. La historia de la guerra civil y de la dictadura franquista representa muchas cosas, pero entre otras, es la historia de un reducido número de personajes y familias que amasaron una fortuna al estar en los círculos de poder del nuevo estado que construyó el general Francisco Franco. 

Soy David Cot, presentador de Memorias Hispánicas,  y esta es la última entrega de la serie dedicada a Juan March Ordinas, el mallorquín que fue  el hombre más rico de España. En esta ocasión veremos algunos de sus negocios de posguerra, su  época de oposición al régimen franquista que él mismo había aupado, cómo surgió la Fundación Juan March, y su muerte y herencia. Veamos los últimos años de vida de uno de los hombres más  importantes de la historia de España del siglo XX. 

Negocios de posguerra

Ya vimos que Juan March tuvo un rol crítico en la  guerra civil española y que hizo un gran negocio con ella, gracias a sus préstamos, el tráfico de  armas y el control del comercio exterior. March hizo una apuesta arriesgada con los sublevados,  pero le salió bien y reforzó su papel como hombre más rico de España, eso sí, como un gran patriota  tenía el dinero principalmente en Suiza y Reino Unido. Se convirtió en el séptimo hombre más rico  del mundo según estimaba un diario londinense en 1943 gracias a los beneficios extraordinarios  de guerras. Mientras millones de personas habían muerto, estaban refugiadas, o pasaban toda  clase de penurias, el mercader de la muerte se construyó un palacio en Palma de Mallorca. En los primeros meses de 1939 fundó Aucona para centralizar sus actividades de exportación e  importación, en unos años en los que prácticamente monopolizaba el comercio exterior de España.  También poco antes de terminar la guerra civil fundó en Londres la Juan March & Co. con el  objetivo de controlar el mercado de divisas de España y el comercio con Reino Unido. Servía  de agencia financiera, de bolsa y de cambio de divisas, y entre los directores de esta sociedad  estaba un agente del servicio secreto británico, lo que remarca las buenas conexiones  de March con el gobierno británico. 

En España el capitalista mallorquín ganó mucho  dinero con el estraperlo, la venta de artículos eludiendo el control estatal, aprovechándose  del contexto de miseria de la posguerra. Nunca dejó el contrabando. En los años 50 seguía  traficando con tabaco, e incluso sacerdotes de Estados Unidos le pasaban cigarrillos de  forma ilegal. Eso pese a que, cuando se fundó Tabacalera en 1945 para monopolizar la venta de  tabaco, la familia March poseía en torno al 10%  de las participaciones. Ya vimos en el episodio  sobre los sobornos británicos que Juan March hizo negocios con los dos bandos de la Segunda Guerra  Mundial, aunque principalmente con los aliados, y ganó mucho dinero con el tráfico de armas.

 En este contexto, el hombre más rico de España aumentó las exportaciones de bienes de primera  necesidad. Esto ocurrió entre 1939 y 1942, cuando se produjo en España la hambruna más brutal  de su historia, que provocó la muerte de más de 200.000 españoles. Pero al cerdo capitalista y  traidor de Juan March esto le daba igual. España se había convertido en un estado totalitario, así  que ya no se tuvo que enfrentar a protestas por falta de alimentos como ocurrió cuando había  mallorquines que sufrían de hambre por sus exportaciones durante la Primera Guerra Mundial. Arturo Dixon recogió una anécdota que retrataba perfectamente a Juan March: “Desde Checoslovaquia  llegó a un puerto español un barco con un cargamento de zapatos. Cuando se examinó la carga,  se vio que todos eran del pie izquierdo y que, por lo tanto, no servían. La única persona que  pujó para quedárselos — naturalmente a un precio enormemente bajo— fue Juan March. Poco después  llegó otro barco con un cargamento de zapatos. Esta vez todos eran del pie derecho. Y de nuevo  March los compró a un precio verdaderamente irrisorio. Solo él sabía que los zapatos del  segundo envío hacían juego con los del primero. Además, ambas entregas fueron declaradas por la aduana como «mercancías inacabadas», y por lo tanto, libres de impuestos.” Otra anécdota que refleja el carácter de March viene del que había sido confesor  de Alfonso XIII. En 1945 era un hombre mayor en apuros económicos, y decidió reclamarle  a March todas las promesas económicas que le había hecho por sus favores. Este confesor fue clave en convencer a la empresa francesa, quien tenía el monopolio de venta de tabaco en el  Marruecos español, para que renovasen el contrato de subarrendamiento a March en los años 20. Pero  March nunca le pagó ni se dignó a contestar a la carta. Así de desagradecido era con quienes ya veía que no podía sacar ningún provecho. 

March contra el régimen franquista

Pero las relaciones de Juan March con la dictadura  franquista no siempre fueron buenas. Conforme se consolidaba en su puesto, Franco se irritó cada vez más por las deudas contraídas en la guerra con el mallorquín y no quería permitir que su  pretensión de monopolizar el comercio exterior pusiera en peligro la estabilidad de las finanzas  estatales. March chocó sobre todo con el ministro de Comercio e Industria, Demetrio Carceller, un  falangista favorable al intervencionismo estatal extremo que se enriqueció con comisiones obtenidas del mercado negro y el comercio  exterior, como el tráfico de wolframio y petróleo. Era por tanto un competidor directo de Juan March, y así debe entenderse estos choques dentro de la  dictadura franquista, que era una cleptocracia como ya vimos en el episodio anterior de esta  serie. En 1941 Carceller acusó a March de masón y de provocar escasez de materias en España, y  el ministro de Trabajo José Antonio Girón exigió que lo fusilaran por alta traición. A Valentín  Galarza, ministro de Gobernación, le ordenaron que retirase el pasaporte a Juan March y que lo  pusiera bajo arresto domiciliario. Sin embargo, Galarza era uno de los que recibían los sobornos  británicos directamente de March, y le trasladó la información para que pudiera abandonar el país. March envió una carta a Franco negando las acusaciones y pidiendo ir al Consejo de Ministros  para defenderse, donde podría denunciar la corrupción de dos o tres ministros. El fascismo falangista odiaba a March por representar el arquetipo de capitalista insaciable sin  patria, pero March no había financiado una rebelión militar para instaurar un gobierno que le  pusiera trabas a sus negocios. En julio de 1942, Juan March fue detenido durante unas horas porque  los servicios secretos españoles tenían indicios  de que participaba en una  conspiración monárquica contra Franco. Cuando fue liberado, no se la jugó y huyó  de España para fijar residencia en Lisboa, centro de conspiraciones monárquicas. Otros  monárquicos, como Pedro Sainz Rodríguez y Eugenio Vegas Latapié, quienes ya desde  el día de la proclamación de la República conspiraban contra ella, tuvieron que  trasladarse a Portugal debido a las amenazas de detención por parte de la dictadura  de Franco. Allí también residía José Gil Robles. 

Tras la operación Torch en el norte de  África en noviembre de 1943, la presión privada y pública para restaurar la monarquía en  España aumentó. Juan de Borbón expresó que había llegado el momento de sustituir la dictadura  de Franco, vista como un régimen de transición, y generales monárquicos como Orgaz y Kindelán  pidieron a Franco que abandonase el poder y dejase las formas de gobierno a imitación de  otras extranjeras, en referencia al fascismo, y volviese a formas genuinamente  españolas, la de la monarquía católica. 

March gastó al menos un millón de francos suizos a  favor de Juan de Borbón durante la Segunda Guerra  Mundial. El capitalista creía que lo mejor sería  que la dictadura franquista fuese sustituida por una monarquía aceptada por la izquierda y capaz  de cohesionar España. Básicamente se adelantó a lo que sería luego la Transición. En 1944 la  victoria ya se veía a favor de los aliados, y se formó la Alianza de Fuerzas Democráticas  entre socialistas, anarquistas y republicanos, excluyendo a comunistas. Franco y todo su  régimen temían que, pese a haber ganado la guerra civil, ahora perdiesen el poder. March celebró una reunión con las fuerzas opositoras en el piso de su amante Matilde  Reig. El mallorquín ofreció un cheque y le dijo a Régulo Martínez, presidente de la Alianza,  que pusiera la cantidad que quisiera. Lo que querían los opositores era hacer propaganda para  difundir las corrupciones de Franco y su régimen, pero Juan March se negó porque temía que eso le  costara la vida. Al final, esto quedó en nada, pero Franco se enteró de la reunión. March volvió a Portugal, porque le llegó el soplo de que Franco había expresado  que quería matarlo, y al terminar la Segunda Guerra Mundial fijó su residencia  en Ginebra, Suiza, aunque siguió visitando España muy frecuentemente. En 1946, viendo que el  régimen de Franco estaba para quedarse y que las victoriosas potencias aliadas no se estaban  moviendo para cambiarlo, Juan March comunicó que no iba a dar más dinero a la oposición  monárquica encabezada por Juan de Borbón. 

Juan March no mantuvo una relación estrecha con  Franco al finalizar la guerra civil. Bartolomé March, hijo del banquero, visitaba asiduamente el  palacio de El Prado e implicaba en los negocios familiares al entorno del dictador. Por tanto,  se puede describir la relación entre Franco y March como unmatrimonio de conveniencia. No había  amor ni confianza mutua, sino intereses comunes.   

 Pese a que tuvieron roces importantes, Barcelona Traction, uno de los mayores robos de la historia. Así nació FECSA Francisco Franco supo recompensar bien a Juan  March por su apoyo. El mallorquín se aprovechó de la coyuntura de la Segunda Guerra Mundial  para tomar medidas hostiles contra empresas extranjeras en suelo español y comprarlas a precio  de saldo. Así lo hizo con la filial mallorquina de General Electric, que a base de hostigamiento  los propietarios vendieron a March en 1942. 

Pero el mayor regalo de la dictadura franquista  a Juan March fue la Barcelona Traction. Estamos hablando de la compañía eléctrica de Cataluña,  conocida popularmente como La Canadiense, que por activos era la tercera empresa más grande  de España y producía el 20% de la electricidad del país. Era un holding con un entramado  empresarial muy complejo y opaco, constituido con capital extranjero que se aprovechaba de esta  estructura para no pagar sus impuestos en España. 

Su accionista principal y dirigente era Dannie  Heineman, un judío de nacionalidad estadounidense y belga que no pudo ejercer un control efectivo  sobre la compañía desde la guerra civil, primero por haber sido colectivizada y después  porque Franco prohibió la compra de divisas a  sociedades extranjeras. El ministerio de Industria  no permitía subir precios en las tarifas,  ni tampoco llevar a cabo nuevas inversiones.  Entre esto y que la compañía cobraba en pesetas que no paraban de devaluarse y debía  pagar a los acreedores en libras esterlinas, el negocio estaba en una situación complicada. Desde 1945 March fue comprando obligaciones de la Barcelona Traction hasta convertirse en  su mayor acreedor. Tras la constitución de la ONU y la exclusión de España de este organismo  internacional, existía un clima muy contrario a las empresas extranjeras del que March se  aprovechó, presentándose como un patriota  español dispuesto a poner su fortuna contra las  oligarquías financieras internacionales de las que él mismo pertenecía. Por ideología y como  recompensa por su contribución en la guerra, a Franco ya le interesaba que una gran empresa  pasase a estar en manos de un capitalista español. 

El 12 de febrero de 1948 un juez de la  localidad tarraconense de Reus declaró en quiebra La Canadiense, después de que hombres  de March presentasen una demanda para reclamar el pago de las obligaciones. Con eso, los intereses  de los acreedores pasaban a ponerse por delante de los accionistas, y el mayor acreedor era  March. Que el mallorquín untó al juez para que fallara a su favor con una medida tan  desproporcionada ni cotiza, porque muchas otras empresas no eran declaradas en quiebra  por simple falta de disponibilidad de divisas. 

Además, a los pocos días de la sentencia,  sin que los accionistas y directivos de la Barcelona Traction pudieran reaccionar  porque no les notificaron a tiempo, un hombre presentó un recurso de apelación. Este  era un secuaz de March, que hizo este movimiento para evitar que los propietarios de la Barcelona  Traction pudieran presentar su propio recurso.  

Inmediatamente hombres de March tomaron el  control de la Barcelona Traction, y hubo negociaciones en vano con Heineman y protestas  de los gobiernos de Bélgica, Reino Unido, Canadá y Estados Unidos, aunque finalmente los  británicos actuaron a favor de su antiguo aliado. 

En enero de 1952 se procedió a la subasta  pública de la compañía. Solo pujó Fuerzas Eléctricas de Cataluña, conocida por sus  siglas FECSA, una empresa creada por Juan March expresamente para la ocasión y que contaba  también con la participación de diversos bancos, como el Santander y Pastor. El precio de compra  de las acciones fue de 10 millones de pesetas, cuando su valoración estimada estaba entre  los 1.000 y 3.000 millones de pesetas. Un robo en toda regla revestido de legalidad. Esta es solo una de las muchísimas pruebas que demuestran que la dictadura franquista fue  una cleptocracia, un gobierno donde primaba el enriquecimiento personal de algunos cercanos al  régimen. El magnate judío podría haber presentado una oferta por el mismo valor o superior  para evitar la venta. Se recurrió en vano la sentencia y los accionistas presentaron distintas  demandas en juzgados de España. Pero en la España de Franco no había independencia judicial, y  nadie podía ir contra el gobierno y contra March. 

El gobierno estadounidense, cuando se negoció  normalizar relaciones diplomáticas con la España franquista, presionó sobre esta cuestión  y advirtió de las consecuencias negativas en la imagen de España entre inversores internacionales,  pero Franco dijo que era una cuestión privada y que no podía hacer nada. Al final, Estados Unidos  proporcionó un crédito de cien millones de dólares a España, y así empezó su proceso de reapertura,  sin que afectase negativamente el caso Barcelona Traction a la atracción de inversiones  extranjeras. El caso terminó en el tribunal internacional de La Haya con una resolución  favorable para los March en 1970, cuando ya Juan March y Dannie Heineman habían muerto. En los años 50, ya en su vejez, Juan March Fundación Juan March, o cómo lavar la imagen de un capitalista corruptor con las manos manchadas de sangre quiso crearse la imagen de benefactor. En  consonancia con ser el más rico de España, era el que más aportaba en campañas benéficas  organizadas por la dictadura, como contra la tuberculosis o para viudas y huérfanos de familias  de militares. Con su dinero manchado de sangre y corrupción, March, sobre todo a través de su  esposa, financió algunas obras caritativas y religiosas, como la construcción del  colegio de los franciscanos en Palma. 

Sin embargo, su mayor acción en este sentido  filántropo fue en 1955. El capitalista mallorquín copió el modo de hacer de los ricos anglosajones  y creó la Fundación Juan March para que su nombre se recordara por generaciones, para lavar su  imagen y para pagar menos impuestos. La Fundación Juan March promueve la formación con becas e  intercambios de estudiantes e investigadores, la elevación y difusión de la cultura, así como  la investigación científica. La constituyó con 300 millones de pesetas y 1.200.000 dólares, siendo la  fundación con más recursos de Europa y equiparable a las grandes fundaciones estadounidenses. En  los años siguientes los March fueron ampliando su capital hasta los 1.000 millones de pesetas. La decisión de formar la fundación vino por sugerencia del catalanista Joan Mascaró,  nacido también en Santa Margalida y que fue trabajador de March, pero que, al acompañar  al hijo de este a estudiar en el extranjero, se licenció en lenguas y se convirtió en uno de los mayores especialistas en sánscrito. Este le envió una carta en 1951 sugiriéndole  imitar el ejemplo de otros millonarios en obras sociales o culturales para que su  nombre se perpetuase en la historia. Juan March quería morir sabiendo que la gente le  lloraría y honraría, y hay que decir que lo consiguió. A su muerte fue recordado por  su fundación y hoy en día mucha gente ni siquiera sabe quién fue realmente Juan March.  

Muerte de Juan March Ordinas

Hablando de su muerte, el 25 de febrero de 1962, su chófer conducía un Cadillac para  llevar a March a una reunión por Madrid, pero un vehículo circulaba en dirección contraria  y chocó violentamente con el coche del hombre más rico de España. El millonario de 81 años se llevó  la peor parte y sufrió numerosas fracturas y un shock traumático, aunque permaneció consciente.  El prestigioso médico catalán Josep Trueta se desplazó expresamente desde Londres para  examinarlo, y también se desplazó desde Barcelona el doctor Puigvert, pero era difícil que  sobreviviera con 81 años y varios traumatismos. 

Modificó el testamento para elevar hasta los  2.000 millones de pesetas el capital de la Fundación Juan March. Mostró algunos signos  de mejoría, pero nadie se atrevía a hacer un pronóstico optimista. Su amante Matilde Reig,  familiares, y ministros de Franco lo visitaron,  y un padre lo confesó y administró los sacramentos  el 4 de marzo. Juan March nunca fue religioso,  pero debió pensar que más valía ser pragmático  y asegurarse una plaza en el cielo por si  existía. En sus últimos días las mejorías  desaparecieron y entró en un estado delirante. 

Finalmente, el 10 de marzo de 1962 falleció  Juan March Ordinas. Se oficiaron misas en Madrid y Palma de Mallorca en las que asistieron  todas las grandes personalidades del momento. La Banca March y FECSA suspendieron sus actividades,  y los barcos de la Transmediterránea ondearon las banderas a media asta. Fue enterrado en el panteón  familiar en Palma de Mallorca, junto a su esposa que ya había muerto unos años antes. La noticia  de su muerte llegó a ocupar primeras páginas en diarios de todo el mundo, que tildaban a March del  hombre más misterioso del mundo y el Rockefeller español. Un becario envió esta carta: “No conocí  a don Juan. Pero difícilmente olvidaré su nombre. Sin su ayuda nunca habría pisado la Universidad.  Le ruego acepte esta pequeña nota de condolencia.” 

Así fue Juan March, en pocas palabras ¿Quién fue, por tanto, Juan March Ordinas? Después  de haber estudiado su biografía, describiría al  mallorquín como un capitalista que no tuvo ningún  escrúpulo para conseguir sus objetivos. Siempre que podía buscaba la colaboración voluntaria de otros o inducirlos a ello mediante sobornos, se valió de la corrupción empresarial y política  para hacerse el hombre más rico de España, pero aquellos que no se sometían a su  voluntad se aseguraba que lo pagasen caro.  

No tenía ninguna moral más que el dinero. March era un hombre que tenía como objetivo y obsesión hacerse siempre más y más rico e  influyente, no llegó un momento en que dijo, vale, estoy feliz con la riqueza que he acumulado  y ahora voy a disfrutar. Azaña lo describía en 1932 como un hombre intrépido, inteligente,  y lleno de rabia. Juan March no era el típico mafioso italiano que actuaba de patriarca de un  clan familiar extenso. Era un hombre solitario, con muchos lacayos a sueldo, y que sabía hacerse  imprescindible y moverse en la política para que sus negocios triunfasen. Se rodeaba de  un equipo de técnicos competentes que le fuesen fieles. Era un mafioso a la española. Era un hombre muy individualista y egocéntrico que solo velaba por sus propios intereses. Por  eso tampoco tuvo inconveniente en proporcionar suministros a dos bandos en guerra, porque lo importante era ganar dinero. Cuando le convenía,  se presentaba al público como alguien preocupado por el patriotismo, la religión, o como un mecenas de artes y ciencias, pero eso no eran más que  maneras de justificar sus acciones y lavar su imagen. Juan March Ordinas fue sin duda uno de  los hombres más listos, ambiciosos, amorales  y más importantes de la España del siglo XX. 

Juan March y la legitimidad de las herencias

El testamento de Juan March declaraba heredero único a su hijo mayor Juan March Servera. Este se  quedó en pleno dominio con el 60% de los bienes, y el usufructo del 40% restante para dos  nietos del patriarca familiar. En cambio,  excluyó de la herencia y solo dejó la legítima  que le correspondía a su hijo menor Bartolomé. 

Juan apenas se relacionó con este hijo, que  las malas lenguas decían que ni era hijo suyo, y en cambio fue el mimado de su madre Eleonor y  recibió todos sus bienes en herencia. Bartolomé era un mecenas y coleccionista, un vividor  alejado del espíritu capitalista de su padre. Quizás por eso Juan March lo repudiaba  y no quiso fragmentar el patrimonio familiar. 

Pero esto no es lo importante. Lo importante es  preguntarse qué legitimidad tiene la herencia de Juan March y que hoy los March sigan siendo una  de las familias más ricas de España. La memoria histórica sobre la Segunda República, guerra  civil y dictadura franquista sigue siendo un campo de batalla ideológico muy importante  porque los beneficiarios del franquismo saben que el reconocimiento de la ilegitimidad del  franquismo y de todas sus acciones criminales es solo un primer paso que luego puede derivar en  la exigencia de políticas de reparación económica y devolución del patrimonio robado, como se  hizo en Alemania a las víctimas del nazismo. 

En el caso de los March, no es solo que  se lucrasen en la dictadura franquista, sino que sus chanchullos ya venían de antes.  Hemos visto a lo largo de la serie de episodios sobre Juan March que la riqueza de los March se  formó a base de la corrupción, el contrabando, el tráfico de armas, la especulación  inmobiliaria, las actividades bancarias, los monopolios ilegales, la exportación de  alimentos mientras se provocaba hambre en España, los asesinatos y la financiación de los golpistas  en la guerra civil, aparte de por supuesto las relaciones laborales propias del capitalismo. Desde mi posicionamiento anarquista, la propiedad privada es en sí misma ilegítima,  porque se basa en desigualdades y las reproduce, en términos tanto de poder como de riqueza  material. No es aceptable que la riqueza, que es el resultado de esfuerzos colectivos  acumulados durante siglos, sea monopolizada por unos pocos y que estos vivan del trabajo de otros.  Pero incluso si no cuestionas la legitimidad de la propiedad privada y con ella las herencias,  creo que si tienes un mínimo de moralidad verás que no puede justificarse la concentración y  perpetuación de la riqueza en una familia que cometió tantas actividades ilegales y muchas  de ellas en contra de la mayoría de españoles. 

El sistema de leyes y gobiernos protege a los  grandes ladrones como Juan March, mientras que  cae todo el peso de la ley sobre los que cometen  pequeños hurtos. ¿Cómo se puede defender esta injusticia? ¿Cómo alguien puede decir sin  que se le caiga la cara de vergüenza que no, que Juan March fue un gran empresario y que su  familia está donde está gracias a que era un genio y trabajó más que nadie, y que si eres pobre será  porque eres un vago? ¿Cómo alguien aún puede caer en el discurso meritocrático del capitalismo? Es indecente que no se aplicase la Ley de Memoria Democrática a la Fundación Juan  March, que lleva el nombre del principal, y más indispensable, financiador del golpe y de  los sublevados en la guerra civil. Pero claro, es más fácil atacar a las élites políticas  y militares que ya no están en el poder que a las élites económicas beneficiarias del  franquismo, que siguen perpetuándose hoy en día. 

La abolición del capitalismo y propiedad  privada creo que es la forma más simple de hacer tabula rasa, porque además pueden  haberse cometido todo clase de atropellos en la formación de la riqueza familiar de cada  uno de nosotros, pero ahora te pregunto a ti qué opinas sobre el debate de la legitimidad  de la herencia de Juan March y blanqueamiento de su figura a través de su fundación, y  sobre el debate de las herencias en general.  

Espero tus reflexiones en los comentarios. En cualquier caso, espero que si te has visto la serie completa sobre Juan March Ordinas  hayas aprendido mucho sobre este personaje tan importante de la historia de España y del que se  habla poco para no enfadar a los March, y espero que te lleve a reflexiones más profundas sobre el sistema en que vivimos que recompensa a tipos sin escrúpulos como Juan March. Si es así, por favor  dale a me gusta y compártelo para ayudar en su  difusión, y suscríbete al programa si eres nuevo. Puedes apoyarme en patreon.com/lahistoriaespana a cambio de beneficios exclusivos, también  en YouTube y Spotify con membresías, o con una donación en la página web del programa, donde  también encontrarás los guiones y fuentes de mis  episodios. Muchas gracias por cierto a Juan Carlos  Traversi por haberse hecho miembro del canal. 

Hacer esta serie ha sido gratificante por todo  lo aprendido, pero también me ha recordado porqué ya no hacía series, por el compromiso de  dedicación y tiempo que suponen. Lo próximo de Memorias Hispánicas quizás serán ya entrevistas a historiadores, que tengo muchas ganas de hacer, así que permanece atento por ello y  mantén las notificaciones activadas o sigue el Discord o canal de WhatsApp.  ¡Gracias por escucharme y hasta la próxima!

domingo, 2 de febrero de 2025

Los últimos días de Patricia Highsmith

 Aquellos meses oscuros que compartí con Patricia Highsmith hace 30 años, en El País, Elena Gosálvez Blanco, New Haven (Connecticut, EE UU), 2 feb 2025:

Huraña y enferma, la autora de ‘Extraños en un tren’ pasó su último invierno encerrada en su casa de Suiza con una asistente española entonces veinteañera

Leí toda la obra de Patricia Highsmith de una sentada en otoño de 1994. Yo tenía veinte años y vivía con la autora en su casa de Tegna (Suiza) en una habitación empapelada con sus primeras ediciones en orden cronológico. Pat tenía 73 y sabía que estaba a punto de morir.

Mis recuerdos empiezan en un tranvía blanco y azul yendo a la casa de Anna y Daniel Keel en Zúrich. Anna era pintora y tuve la suerte de ser una de sus modelos desde que mi novio de entonces me la presentó a los 17 años. Su marido Daniel, cofundador y dueño de la editorial Diogenes Verlag, era brutalmente honesto, pero tenía ojos bondadosos. Sus muchas pilas de libros les valían de muebles.

En una de las “cenas interesantes” que celebraban, Dani me comentó que estaba “desesperado” buscando a alguien que hablara inglés, tuviera carné de conducir y pudiera mudarse a cuidar de un autor en su casa del Ticino. “No puedo anunciar el puesto en el periódico”, suspiró. El hombre discreto que había ocupado el cargo durante meses acababa de anunciar que no podía más y se iba a meter a monje. “Hablo inglés”, dije en inglés. Estaba a punto de volver a España para empezar tercero de carrera, pero podía recoger los libros, volver en octubre y quedarme hasta los exámenes de diciembre. Dani negó con la cabeza y me dijo que el autor era Patricia Highsmith. Yo no reaccioné. “¿Qué libros suyos has leído?”, me preguntó. “Ninguno”. Se le escapó una carcajada. Preguntaría a Pat pero, dada mi edad, no debíamos hacernos ilusiones.

Menos de una semana después, cogí el tren de Zúrich a Locarno. Patricia Highsmith había aceptado entrevistarme. En el viaje terminé El temblor de la falsificación, el primer libro suyo que leí. El hombre que había cuidado de ella me abrazó cuando vino a recogerme a la estación. “Es una autora extraordinaria...”, me dijo. “Pero no le gusta mucho la gente. Vas a notar que la molestas; no pienses que es algo que has hecho tú. Ella es así”. Me dejó en su puerta exclamando “Buena suerte”, sin bajarse del coche.

La casa brutalista, de ladrillo blanco y una sola planta, me pareció una enorme U. Highsmith la diseñó con ayuda de un arquitecto de Zúrich, Tobias Ammann, en 1988. Era la casa de sus sueños (con la que había soñado literalmente) y muy similar a la del arquitecto protagonista de su primera novela Extraños en un tren. Estaba bastante aislada, pero me gustaba el contraste de sus líneas rectas con el paisaje del valle. Aquel sábado de finales de agosto de 1994 el jardín era una maraña de malas hierbas y la fachada amarillenta había perdido su blanco original.

Patricia Highsmith abrió la puerta antes de que llamase al timbre, como si me hubiera estado espiando tras las cortinas. Llevaba un jersey de lana, unos vaqueros amplios y tenía cara de pocos amigos. Su flequillo canoso y grasiento caía sobre sus ojos. Me estrechó la mano. Sin mirarme, me ofreció cerveza o té, yo le pedí agua y desapareció hacia la cocina. En el salón había una revista literaria que nombraba a los cien mejores escritores vivos: García Márquez justo encima de Pat, que tardó más de diez minutos en volver con mi vaso de agua y su taza de café que entonces yo no sabía contenía cerveza.

“¿Te gusta Hemingway?”, me preguntó sin preámbulos. Por primera vez me miró a los ojos. Bebí un poco. No sabía nada de su vida, ni podía haberla buscado en Google en el tren en 1994. Decidí decir mi verdad por si acaso pedía argumentos. “No”, contesté como quien pone ficha en la mesa del casino. Todo al negro. Silencio.

“¡Odio a Hemingway!”, exclamó ella poniéndose de pie y caminando hacia la puerta. “¿Eso es todo?”, me preguntaba a mí misma sin atreverme a abrir la boca, aunque tenía mil preguntas sobre el trabajo, el sueldo, el horario, las fechas... Me dio las gracias y abrió la puerta para invitarme a salir. De vuelta en el Volkswagen —para sentarme tuve que coger un montón de correspondencia del asiento remitida simplemente a “Patricia Highsmith, Suiza”—, el futuro monje me dijo que sabía que la entrevista iba a durar poco, pero no tan poco. “¿Será que no le he gustado?”, le pregunté. “El próximo tren a Zúrich sale en unos quince minutos”, contestó, ignorando mi pregunta.

Estaba segura de que jamás volvería a ver a la gran dama de la novela negra que ni siquiera necesitaba dirección para recibir cartas. Pero justo antes de ir al aeropuerto para volver a Madrid donde me esperaba tercero de Filosofía en la Complutense, Daniel Keel llamó: “Esto es un milagro, Pat quiere saber cuándo puedes empezar”.

Regresé a la casa de Tegna a finales de octubre, con mi gorro negro, mis botines de tacón y un abrigo largo con vuelo, lista para mi aventura literaria. Mi cuarto era amplio y en las estanterías estaban todas las primeras ediciones de sus libros “en orden”, me explicó Pat. Le conté que solamente había leído El temblor y me había encantado. Dijo que esa era su mejor novela, así que todo lo que leyera después iba a defraudarme. No fue verdad y pronto El diario de Edith se convirtió en mi favorito. El cuarto tenía dos grandes puertas de cristal que abrían al patio frente al cual, como si fuera un espejo, estaba el cuarto de Pat en el otro palo de la U. Sus visillos estaban abiertos y podía ver su cama individual y su escritorio. Esta disposición le permitía también a ella verme a mí.

Se fue para dejarme deshacer la maleta. No sabía muy bien qué esperaba de mí. Cuando salí a esperarla al salón, se había metido en su cuarto. Podía oírla teclear la vieja máquina que usaba desde que escribió su primera novela, Extraños en un tren, durante su estancia en la colonia de escritores Yaddo. Cuando por fin salió de su cuarto para cenar puso un poco de agua a hervir y añadió un cubito de caldo. Me preguntó si yo quería. Asentí y añadió otro cubito. Esa era la cena. Se sirvió un gran tazón de cerveza oscura de una litrona que tenía en cajas fuera de la nevera.

Ahora yo era el chofer del Volkswagen polo negro. Era muy mala conductora, pero Pat no paraba de decirme lo bien que conducía probablemente porque iba despacio, lo cual, según ella, gastaba menos gasolina. Me explicó que yo iría sola una vez a la semana a comprar cubitos para la sopa, cajas de cerveza y comida para el gato que solo comía pulmones de vaca crudos. Pat llevaba bolsas de plástico en el bolso para no pagar los céntimos que costaban. Yo intentaba memorizar todo sin caer en la cuenta de que me iba a morir de hambre.

Cada cuatro o cinco días venía la cocinera con un guiso ya hecho porque no la dejaba cocinar allí. Pat apenas lo probaba cuando cada noche a las siete en punto, nos sentábamos en la penumbra a “cenar” juntas. Cada una se servía en la cocina en un bol, ella muy poco, pero traía una botella entera de cerveza a la mesa que despejábamos un poco de las montañas de correspondencia sin abrir. Yo comía despacio intentando copiar su falta de hambre y le hacía muchas preguntas que a ella le encantaba contestar. Nunca me ofreció cerveza, se sobrentendía que si quería beber debía traer mi propio alcohol. Los médicos no la dejaban beber su veneno favorito (whisky) pero en la cocina había una botella de Johnny Walker escondida que menguaba aunque ella decía que era para las visitas (que nunca venían). No debía beber y había dejado de fumar por sus problemas de salud. En teoría era un secreto, pero Anna insinuó que se trataba de cáncer.

La gata Charlotte pedía su comida en cuanto salía el sol. Pat me había explicado cómo tenía que trocear los pulmones crudos con las tijeras de cocina, los alvéolos estallando como miles de globitos. Pat escuchaba siempre las noticias de la BBC en la cama durante una hora antes de levantarse. Los días que tardaba en encender la radio me torturaba pensando que tal vez se había muerto y que me tocaría a mí encontrarla.

A veces me pedía que fuera a por el correo o salía a pasear por Tegna, donde aprovechaba para tomar un café como Dios manda en el diminuto bar, me comía un cruasán o me fumaba un cigarro, las cosas que ella solía hacer y ya no podía. En Correos siempre había algo para Pat pero los empleados me miraban mal. Supongo que sabían que Pat era lesbiana e imaginaban que una chica tan joven debía ser una amante remunerada. Yo pinta de enfermera no tenía. Entendí por qué ella jamás iba a por sus cartas. Mis paseos me valían para respirar antes de volver aquella casa opresiva y deprimente. La revista de los cien mejores escritores vivos le invitó a una celebración en París a la que por supuesto no fue: se consideraba entre los cien mejores, pero no tanto entre los “vivos”.

Anna y Dani llamaban cada domingo. Pat estaba corrigiendo las galeradas de Small G: un idilio de verano y tenía que mandarle las correcciones por fax. Cada día me pedía que mandara la misma página una y otra vez. Ella misma se refería a Small G como su última novela y parecía que quería salir por la puerta grande. Cuando la leí, unos meses después de su muerte, me impresionó cuánto sabía de la comunidad gay de Zúrich.

Pat no me dejaba llamar a mi novio y cuando él me llamaba decía que no estaba. Yo contaba con que él me podría visitar, incluso quedarse a dormir. Cuando tuve el valor de preguntar, ella me dijo que de ninguna manera. No le dejaría siquiera pisar el jardín, y si yo iba al bar del pueblo a verle, no podía faltar más de una hora. Mi novio y yo decidimos limitarnos a escribir cartas. Lo mismo ocurrió con mis padres y amigos. Las cartas tardaban unos diez días desde España, pero yo no podía ocupar la línea telefónica. No cuestioné las normas de Pat, ni la agresividad con que ella se negaba a compartirme, nadie podía interrumpir su amarga espera. Yo era sumisa, por la edad, la falta de experiencia y el miedo a que le pasara algo estando conmigo. Me obsesionaba no molestarla. Mis paseos por el pueblo se fueron acortando: me atormentaba que Pat estuviera sola, se encontrara mal o me tuviera que esperar para mandar, otra vez, la misma página corregida por fax.

Igual de aislada que ella, yo vivía leyendo sus libros y esperando la llamada de los domingos. Dani hablaba con Pat unos minutos y Anna hablaba conmigo un buen rato porque Pat se portaba mejor y no nos interrumpía. Anna notó que yo no estaba muy bien, así que vinieron de visita como habían prometido. Aparecieron con poco aviso y llegaron tarde, —”qué maleducados”, despotricaba Pat—, con un precioso ramo de dos docenas de rosas de té. Pat refunfuñó delante de ellos por haberse gastado cientos de francos en algo que no iba a tardar en morirse delante de nuestras narices.

Dani se entendía bien con Pat, tal vez porque era tan impaciente y abrasivo como ella. Llevaba décadas controlando los derechos de todas sus obras y ella, que había despedido a todos sus editores anteriores, le respetaba. Mientras despachaban los detalles de publicación de Small G, Anna vino a mi cuarto preocupada por mis ojeras y mi pérdida de peso. “Vives con alguien muy difícil que está esperando la muerte y tú le recuerdas todo lo que ya no podrá tener”, me consoló.

Pat no sabía decirle que no a Dani y les dio permiso para sacarme a cenar. Les confesé que al principio fue difícil que no me dejara recibir visitas ni llamadas, pero había logrado entender que Pat era mayor y maniática y también estaba aprendiendo mucho de ella leyendo cronológicamente sus libros, me impactaban sus antihéroes humanos e infelices, almas complicadas. Al principio me chocó tener que moverme con una linterna por la noche para no encender las luces, o que me gritara por gastar agua o gasolina… Era inexplicable para alguien con tanto dinero aquella obsesión patológica por ahorrar, pero cuando al morir donó toda su fortuna a Yaddo y otras colonias para escritores entendí que su frugalidad tenía la intención de ayudar al mayor número de autores posible. Aquella noche Anna me dijo que creía que Pat estaba enamorada de mí y yo bromee que más bien iba a intentar cometer el crimen perfecto conmigo. Cuando volví a casa, Pat me esperaba viendo la televisión visiblemente enfadada. Me había perdido el programa de crímenes semanal de la BBC que solíamos ver juntas y que le había dado muchas ideas.

Una o dos veces por semana la llevaba al hospital de Locarno para sus largos tratamientos. Leía mis deberes de Filosofía para que no me viera leer sus libros en público, porque le incomodaba ser reconocida. Entonces se podían encontrar en en la sección de “Misterio” en Estados Unidos; pero en Europa era una autora súper ventas de “literatura de verdad”. Mientras esperaba, solía irme a pasear por Locarno, que olía a castañas asadas igual que Madrid en noviembre. Pat salía sintiéndose mejor. La causa de su muerte (cáncer de pulmón) no fue pública hasta mucho después. A Pat le importaba el qué dirán y me pedía que confirmara a los médicos que no estaba bebiendo. Leí que también se había sentido muy culpable por ser homosexual, lo había ocultado y había probado relaciones con hombres, pero que en un momento dado logró aceptarse. La mujer que yo conocí había regresado a la vergüenza.

Dejé a Pat a mediados de diciembre de 1994. Le recordé mi partida durante semanas. No intentó reemplazarme, sólo me pidió que me quedara. Le expliqué que tenía que volver a hacer los exámenes y a mi casa por Navidad. No me hizo mucho caso, pensando que podía escribir nuestro destino como si fuera una novela. La noche anterior a mi marcha evitó hablarme y mirarme por completo. Con las maletas en la puerta me estrechó la mano, aunque yo esperaba un abrazo. Le pedí que me firmara un libro sobre su vida que me había regalado Dani y firmó su nombre, sin dedicatoria, ni nada personal. Estaba muy enfadada de que la abandonara como siempre habían hecho “otros”. Me dio un sobre con el dinero que me debía. Desapareció hacia su cuarto y me tuve que ir cerrando la puerta tras de mí y caminar hasta el trenecito rojo que me llevó a Locarno. No la volví a ver. En el tren soñé que nunca llegaba a casa y la policía les explicaba a mis padres que no podían encontrarme.

Al poco de irme, después de Navidad, la ingresaron. Murió el 4 de febrero de 1995 en el hospital y me alegre de no haber tenido que lidiar con los peores días. Sentí culpa y vergüenza. Dani me invitó a su funeral en marzo, justo el día que yo cumplía veintiún años, pero no quise ir. Solo regresé a Tegna ― donde ella vivió veinte años y reposan sus cenizas ― mucho después, en 2021. A Pat le hubiera horrorizado ver su pueblo lleno de chalés vacacionales y saber que su casa no es un museo sobre ella como me aseguró que sería. La tenía alquilada una familia con niños y trastos por todas partes. Desde el jardín podado a la perfección vi un cuarto de jugar y en el patio, dentro de la U, una alberca. Me alegré de que Pat no viviera para verlo. La casa de sus sueños no tenía piscina.

Elena Gosálvez Blanco dirige el programa Yale Young Global Scholars en la Universidad de Yale.

domingo, 5 de mayo de 2024

Un buen artículo biográfico sobre el medievalista Ernst Robert Curtius

 


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Lara Vilà

ERNST ROBERT CURTIUS

(Thann 1886 – Roma 1956)

Hablar de Ernst Robert Curtius significa hablar de Literatura Europea y Edad Media latina, una obra que, saludada por muchos como un monumento de la medievalística de este siglo, detractada por otros a causa de la rigidez y el carácter incompleto de parte de sus bases teóricas, posee, por ese mismo carácter polémico, todos los ingredientes propios de un clásico de su género. Su tesis central, la de la continuidad de la cultura occidental –entiéndase, europea- basada en un concepto de latinidad que incluye, no sólo a las literaturas en lenguas romances, sino también a su mismo país de origen, Alemania, es el resultado de una vida dedicada al estudio de la literatura desde los más diversos frentes, ya que en la trayectoria de este intelectual alemán cabe no sólo hablar de literatura medieval y de filología sino también de literatura moderna y de crítica.

Ernst Robert Curtius nace en Alsacia durante uno de los períodos de gobierno alemán del territorio, en el seno de una familia aristocrática, vinculada a la burocracia y al mundo académico del momento. Ernst Curtius (1814-1896), abuelo de nuestro biografiado, fue uno de sus miembros más ilustres. Famoso historiador y arqueólogo, y tutor durante un breve periodo de tiempo del príncipe de Prussia, dirigió las excavaciones en Olímpia y fue el descubridor del Hermes de Praxíteles. Su obra Geschichte Griechenlands, una introducción a la cultura griega escrita para el gran público, levantó protestas entre los académicos alemanes, algo que, pasados los años, habría de sufrir su nieto por sus primeras obras. La madre de Ernst Robert era la condesa Erlach-Hindelbank, miembro de una familia patricia de Suiza, y su padre, Friedrich, además de funcionario, era el director de la Iglesia luterana en Alsacia. En sus memorias, Friedrich Curtius expresa el deseo de que Alsacia, que compartía la lengua y la cultura de dos pueblos, se convirtiera en una intermediaria entre ambos, sentimiento que heredó su hijo y que expresó en sus primeras obras. 

En 1904, Curtius estudia sánscrito y filología comparada en Berlín. Fue, sin embargo, en Estrasburgo y a través de su maestro Gustav Gröber (1844-1911) como descubrió su vocación. Éste, discípulo de Adolf Ebert (1820-1890), fue el primero entre los filólogos modernos que desarrolló de manera crítica y sistemática el concepto de literatura medieval y se interesó en demostrar la influencia de la literatura latina medieval en las incipientes literaturas en romance. Interesado también en la literatura francesa moderna y en la crítica literaria, sentía que era una especie de mediador entre Francia y Alemania cuya misión era hacer comprender la herencia francesa a Alemania. Estos intereses son el génesis de una vasta obra que no llegó a terminar, el Grundiss der romanischen Philologie, y que transmitió a su discípulo. Bajo la dirección de Gröber, Curtius publica en 1911 su tesis doctoral, una edición de una adaptación del Libro de los Reyes en francés antiguo. 

 Después de la muerte de Gröber, Curtius se aparta de las enseñanzas sobre filología y literatura medieval de éste debido a su entusiasmo por la literatura francesa moderna y dedica sus esfuerzos al periodismo, sintiéndose atraído por la Nouvelle Révue Française. Entre 1910 y 1930, la mayoría de sus escritos tratan sobre literatura francesa moderna. Sus esfuerzos como intérprete de la cultura francesa llamaron la atención del matrimonio Mayrisch, magnates industriales interesados en las relaciones europeas. Invitado a su residencia en Colpach, entabló amistad con escritores como André Gide y Jacques Rivière. Estas relaciones hicieron que fuera invitado a asistir y participar en Pontigny a las famosas décades, acompañado en una ocasión por el filósofo Max Scheler (1874-1928) donde se reunían artistas y estudiosos europeos de diversas nacionalidades. Para el entonces joven alemán, estas reuniones significaban un contacto íntimo y directo con la elite intelectual francesa.

Mis primeros trabajos trataban de literatura francesa. Lo que la poesía es puede aprenderse de la antigüedad, de España, Inglaterra, Alemania. Pero lo que es la literatura sólo puede aprenderse de Francia. [prefacio a sus Ensayos de Literatura europea, en PG, 609]

 Sus ensayos sobre literatura francesa moderna ponen ya de relieve el interés del joven Curtius por la tradición occidental. No existe contradicción entre ellos y los posteriores sobre la Edad Media, puesto que todos expresan un idéntico interés.

Mi preocupación ha sido siempre la misma: la conciencia de Europa y la tradición de Occidente. [PG, 610]

 En este periodo de juventud, además de la influencia de Gröber, es fundamental su relación con Friedrich Gundolf que le puso en contacto con el poeta Stefan George, quien ejerció una gran influencia sobre Curtius. La influencia del poeta y su círculo y las doctrinas estéticas expresadas en la NRF expresaban una preocupación común por un renacimiento espiritual, que, en el caso de Curtius, debía mucho a la propia tradición familiar.

Por las tardes leo, para mis propios fines, algunas de las cartas del abuelo de su periodo en Bonn para ser transportado a una atmósfera de hermosa pureza .... En su vida existen una armonía y una simplicidad perfectas que hoy nos está negada. Somos demasiado diferentes, hemos leído y nos hemos familiarizado con demasiadas cosas –con la sabiduría inglesa, la francesa, la moderna, incluso con la eslava y la oriental. ¿De qué manera nos ayuda todo esto a conseguir una integración de la personalidad similar a la suya? [carta escrita a su madre desde Bonn, 28 de enero de 1917, en PG, 601]

  Este ansia de renovación espiritual coexistía con un deseo de reforma en el terreno académico al que Curtius pertenecía gracias a su cargo de profesor en la universidad de Bonn desde 1914 donde daba clases sobre literatura francesa moderna, una asignatura bastante inusual en la Alemania de la época. Esta reforma académica fue impulsada en 1919 por el entonces Ministro de Cultura, Carl Heinrich Becker, que deseaba acercar a las universidades a la vida nacional y hacer que el profesorado llegara a un mayor público. Curtius se entusiasmó con el proyecto, que ponía de manifiesto, contra la crisis cultural, un deseo de síntesis, de reconciliación de las distintas nacionalidades en un ideal de comunidad internacional. Estas ideas no eran compartidas por Stefan George, y ello hizo que se negara a interceder en la publicación de la obra de Curtius Die literarischen Wegbereiter des neuen Frankreichs, el volumen que recogía algunos de sus ensayos críticos sobre literatura francesa. Poco a poco, se fue distanciando del círculo de George y de la NRF y empezó a interesarse en la literatura inglesa. La publicación de un artículo sobre el Ulises de Joyce y la traducción al alemán de The Waste Land de T.S. Eliot fueron el primer paso de la relación que mantuvo con éste último, al tiempo que cierran la etapa marcada por la “centralidad francesa” de su obra y el retorno al estudio de la Edad Media. 

Gracias a esta primera etapa, Curtius se convirtió en un intelectual europeo, entre cuyas amistades podían contarse, además de los ya citados, a Jean-Paul Sartre, Stephen Spender y Thomas Mann. Se trataba de una persona independiente que creía firmemente en una cultura común de Occidente frente los nacionalismos extremos, lo que le valió las antipatías de sus colegas que no impidieron, sin embargo, que ganara la cátedra de Literatura Romance de la Universidad de Bonn gracias a la intervención de Carl Becker, interesado en la elección de un liberal que apoyara a la república de Weimar, cargo que ocupó hasta que se retiró en 1951. Su dedicación, durante su juventud, al periodismo y a la literatura francesa moderna le valieron la oposición de sus colegas más académicos. La visión que él mismo tenía sobre su persona y su  obra estaba alejada de los círculos universitarios más ortodoxos.

Personalmente, incluso el mundo de la erudición académica no ocupa para mí la elevada posición que reclaman mis colegas. A medida que envejezco, mayor es mi sentimiento de que no pertenezco a él. (...) Quiero ser libre para bañarme en el Neckar en las animadas noches de verano o para ver a mis amigos incluso si hay miles de reuniones o de conferencias esa misma tarde (...) Para mí, el cosmos de la mente no es un museo sino un jardín por el que pasear y del que recoger los frutos. [en PG, 605]

 Sus creencias políticas estaban íntimamente relacionadas al terreno de sus intereses culturales. En el sentido estricto del término, Curtius no se sentía interesado en la política, lo que no significa que se abstuviera de hacer comentarios políticos. Más bien, lo que no le interesaban eran los partidos políticos. En una carta dirigida a su madre en 1918 desde Bonn, por ejemplo, escribe:

Aquí todo el mundo está creando partidos políticos... Naturalmente no me inclino por ninguno. Todos dicen más o menos lo mismo a través de sus usados eslóganes. Los Conservadores carecen de atractivo y no poseen ninguna libertad de espíritu, los Demócratas son estéticamente imposibles. Del Centro podrían decirse muchas cosas en su favor, pero es básicamente anti-protestante, intolerante... Por supuesto, uno debe, y así lo haré, votar por los Demócratas. Pero nunca llegaré a tener una participación plena en la política. [30 de diciembre de 1918, en PG, 603]

 Estas palabras reflejan los pensamientos de la clase a la que Curtius pertenecía y están marcadas por un sentimiento elitista del que el autor haría gala a lo largo de toda su vida y que se reflejó en todas sus obras, especialmente en Literatura Europea y Edad Media Latina. La lectura de Ortega y Gasset y su relación con éste le proporcionan una visión de la sociedad expresada en La rebelión de las masas que él considera paralela a la situación de Alemania durante la victoria del nazismo, un periodo marcado por un nacionalismo extremo y la ascensión de las masas al poder, algo que Curtius consideraba un signo de la barbarie, de la crisis que estaba sufriendo Europa. Su antipatía por los partidos políticos y por los movimientos de masas contrastan con su creencia en una aristocracia del intelecto. Estas consideraciones son la génesis del panfleto Deutscher Geist in Gefahr (1932), en el que aboga por un nuevo humanismo cuyos enemigos son tanto los movimientos de extrema izquierda como los fascismos nacionalistas. Curtius cree firmemente en una solución liberal-conservadora que debe ser llevada a cabo por las minorías intelectuales, indispensables para la democracia. Contra el nacionalismo teutónico de los nazis, recupera la figura de Carlomagno cuyo imperio representa el nexo de unión entre Alemania y Roma, el símbolo de la unidad cultural de Occidente que había entrado en decadencia durante años de crisis y que sólo el nuevo humanismo, entendido como una postura intelectual y política, podía curar. Éste es el auténtico patriotismo, declara, y Goethe es su personificación más auténtica.

 La publicación de este panfleto tuvo consecuencias negativas para Curtius. Los nazis condenaron públicamente la obra, alegando que su autor, a causa de su contacto con los judíos no había sido capaz de comprender las bases biológicas de la cultura alemana. A pesar de su carácter cultural e intelectual, los nazis consideraron que se trataba, efectivamente, de una obra política. Cuando Hitler llegó al poder en 1933 la posición de Curtius era incierta. Sin embargo, a pesar de su europeísmo nunca se sintió cómodo en otro país que no fuera Alemania y no se exilió. Tenía la creencia de que los buenos europeos y anti-nazis que no eran ni judíos ni comunistas entre la profesión docente proscrita tenían la obligación moral de quedarse en el país para llevar a cabo una resistencia sutil al nazismo desde el interior. Curtius era un hombre sospechoso para el régimen nazi. En 1944, el agente político destinado a la universidad de Bonn seguía enviando informes confidenciales sobre su persona en los que afirmaba que se trataba de un “liberal” y de un manifiesto anti-nazi. Al tiempo que intentaba mantenerse públicamente al margen de cualquier problema político tuvo un gesto que podía haberle costado su puesto y posiblemente su vida, al esconder, en colaboración con un colega, a un secretario judío en el departamento hasta el final de la guerra. 

Un testimonio único de la vida del autor durante ese periodo de resistencia lo constituye la correspondencia mantenida con Gertrud Bing (1892-1964), asistente personal de Aby Warburg en los últimos años de la vida de éste y más tarde directora del Instituto Warburg de Londres, a la que conoció en Roma en el invierno de 1928. Durante la era nazi, Curtius y su esposa conseguían pasar una temporada en el extranjero cada año, a veces tras graves dificultades. Los lugares de destino solían ser Italia, Suiza y Luxemburgo, donde Curtius sentía que podía comunicarse libremente y desde donde aumentaba el número de cartas dirigidas a Gertrud Bing, a la que solía dirigirse como “Liebste Bingine” (querida Bingine) o como “Fräulein Doctor”. 

Al igual que usted, sufro por la manera como ha empeorado la situación en Alemania y en Austria. Es como una tuerca que se aprieta cada vez más. (...) A veces, uno se siente como si su alma se hubiera debilitado y tuviera que armarse de valor para permanecer activo. Cada vez hay más amigos que emigran a los Estados Unidos –y cada vez resulta más incierto si volveremos a vernos o si podremos mantenernos en contacto. Tan hermosa como ha sido esta estancia en Mürren, esta vez, también, la idea de volver a casa es como una pesadilla. En Alemania uno siente que esta pesadilla es menor, especialmente si se dedica a investigaciones diversas en campos que no han sido nunca explorados, y, de este modo, tiene la ilusión de que sea lo que sea lo que uno está haciendo resulta de la mayor importancia para la república del conocimiento. [Agosto de 1938, en PD, 1106]

 En algunas de las cartas se vislumbra la nostalgia de Curtius por tiempos mejores, de paz, al tiempo que se lamenta amargamente por su difícil situación que le acarrea también disgustos en el terreno académico.

Desde ayer disfrutamos de una tranquilidad apacible aquí [en Luxemburgo] –y de libertad democrática. Cada vez que cruzamos la frontera respiramos de nuevo (...)  Estamos tan “socializados” que ya no podremos viajar al extranjero de nuevo.... Me resulta opresivo el hecho de estar aislado de otras tierras. Acaba de quedar vacante una cátedra de literatura francesa en Basel. Pero nadie parece pensar en mí. [Julio de 1936, en PD, 1105]

  La dificultad de su situación hace que conseguir los libros necesarios para continuar sus investigaciones se convierta en toda una odisea. Gracias a su relación con Gertrude Bing pone remedio a algunas de estas necesidades aunque, eso sí, consciente de ser espiado por agentes nazis como muy bien demuestra la siguiente misiva, enviada desde Luxemburgo:

Por favor, sea tan amable decirme en Bonn de cuanto dispongo [para comprar libros ingleses], pero, como precaución, no mencione ni libras ni peniques, sólo quilómetros. La disposición novelística de esta factura de quilómetros, la dejo a su imaginación. [en PD, 1106]

A medida que avanzan sus investigaciones sobre la Edad Media latina, los pensamientos de Curtius se vuelven cada vez más hacia la obra de Aby Warburg quien, junto a Jung y Hoffmansthal, es una de las influencias reconocidas más destacadas de Literatura Europea y Edad Media Latina. En una de las cartas expresa su deuda teórica e intelectual con él, al que dedicó, juntamente con Gröber, la que habría de ser su obra más famosa.

Cuando reflexiono sobre lo que significa Warburg para mí en este momento, no necesito ni pensar en lo que habría significado si lo hubiera conocido diez años antes. [Enero de 1935, en PD, 1105] 

A partir de 1937 vio reducida sus horas lectivas dedicadas a la literatura francesa contemporánea, que se consideraba una asignatura provocativa, y se concentró en sus estudios sobre literatura medieval latina. 

Divido mi tiempo entre largos paseos y la lectura, y la lectura entre los autores antiguos y Tauchnitz [libros de bolsillo]. Pero los antiguos resultan mucho más entretenidos. Lamento haber desperdiciado tanta energía estudiando durante décadas a los modernos. En cualquier caso, uno nunca es libre en la elección del propio camino sino que sigue a un guía espiritual más o menos ciego. [Agosto de 1938, en PD, 1106]

Alejado por la situación política de sus intereses más inmediatos, fue paradójicamente la amenaza nazi la que le hizo regresar a la filología románica y a la herencia de Gröber. Tras la guerra Curtius se sentía amargado y deprimido. Había perdido la fe en la izquierda europea y se sentía preocupado por el futuro de la civilización occidental y de la tradición humanista alemana en particular. Lentamente, a medida que reanudaba sus clases y al tiempo que las penurias, no sólo intelectuales, sufridas durante el periodo de entreguerras y la guerra quedaban atrás, recobró su confianza y decidió utilizar las investigaciones sobre literatura medieval a las que se había dedicado durante el nazismo para escribir un libro que fuera un llamamiento en favor de lo que amaba: la tradición humanística y la continuidad de la civilización europea cuyo nexo es la latinidad: Literatura Europea y Edad Media latina (1948). En ella podría decirse que culmina la trayectoria intelectual personal iniciada con sus estudios sobre literatura francesa moderna, una trayectoria siempre guiada por un europeísmo manifiesto.

Mi libro (...) nació de un espíritu preocupado por la preservación de la cultura occidental (...) Me he esforzado por poner de manifiesto su unidad en el espacio y en el tiempo, sirviéndome de métodos nuevos. En el caos espiritual de la época presente, se ha hecho necesario –y también posible- demostrar esa unidad de las tradiciones culturales de Occidente. Pero ello sólo puede realizarse partiendo de un punto de vista universal: la latinidad nos ofrece justamente ese punto de vista. El latín fue la lengua cultural de los trece siglos que median entre Virgilio y Dante. Sin ese trasfondo latino es imposible entender las literaturas vulgares de la Edad Media. [LEEML, 10]

 Curtius creía firmemente que la afirmación de la continuidad y la homogeneidad de ideas en la Edad media y en la cultura europea en general impediría que volviera repetirse la situación que vivió Alemania durante los años 30. Amaba la estabilidad cultural y la continuidad intelectual absoluta porque consideraba que la cultura era frágil y difícil de preservar, lo que explica también su aversión por la ideología.

 La Edad Media latina es el puente que une al mundo antiguo con el moderno y la retórica y el estudio histórico de la tópica llevado a cabo en Literatura Europea es el vínculo entre la expresión pagana y la cristiana. La tradición retórica era la clave de la comprensión del progreso de la vida literaria occidental, a la que estaba vinculada Alemania a través del imperio carolingio. La Cristiandad, Roma y Alemania constituyen el centro neurálgico de la totalidad de la obra (y de la vida) de Curtius. En este sentido, el propio sentido religioso del autor enlaza perfectamente con su trayectoria personal. A lo largo de su vida mantuvo una profunda fe cristiana, no ajena al entorno familiar paterno, convencido de que la religión era una señal “de una humanidad elevada, de lo heroico y de lo sagrado” [en PG, 615]. En una carta a Max Rychner expresa, en términos en parte religiosos, sus presuposiciones intelectuales:

Soy una persona extremadamente ortodoxa, y que se siente únicamente cómoda con aquello que está determinado. Me resulta suficiente reconocer, con un amor incondicional, los arquetipos predeterminados del intelecto para los que nací. [1923, en PG, 603]

Su religiosidad le acercó a personajes como Claudel, Péguy, y contribuyó en su relación con autores como Eliot, Rolland y André Gide y en el vínculo epistolar que estableció con Jean de Menasce, un dominico a quien Curtius hacía frecuentes consultas de tipo teológico, y cuya influencia en Literatura Europea ha sido pocas veces señalada. Como centro de esa relación intelectual con escritores de diversas nacionalidades hay que hablar del sentimiento de pertenecer a una pequeña comunidad de autores dotados, un sentimiento que no desapareció a pesar de las vicisitudes de aquellos años, y que le hacían creer, como expresó en una carta a Eliot, en la creación de un “directorio secreto para la política cultural occidental” [en PG, 619], que es también el producto de una generación que alcanzó la madurez en los años veinte. Incluso la afirmación de que su obra Literatura Europea no está escrita para especialistas sino para los amantes de la literatura no debe tomarse en el sentido estricto, pues para Curtius esas personas no son sino el círculo selecto de sus pares, los intelectuales. La obra es un credo que conjuga los temas fundamentales y las influencias dominantes de la vida de un alemán cosmopolita.

Entre esas influencias, una de las mayores es, sin duda, Roma, la Roma imperial cantada por Virgilio, que le hizo abandonar la poesía moderna. Aficionado a dar largos paseos y al excursionismo, Curtius convirtió a Roma en un centro de peregrinación personal ya desde su primera visita a la ciudad eterna.

¡Qué puedo decirte de Roma! Todas las capas de mi formación, sedimentadas con lentitud, han sido removidas, divididas. La esfera de mi espíritu ha sido arada y germinada de nuevo por completo. Roma me ha hecho todo esto. Todo en mí es desorden y aún no sé qué va a suceder. Puedes estar seguro de que jamás volveré a experimentar una revelación semejante, un cambio de gravedad igual. [carta a Gundolf, 1912, en AE, 125]

 Para Curtius, Roma es el símbolo de la promesa de una paz ordenada e ininterrumpida, precisamente el objeto de su vida y sus escritos. El estado intelectual ideal con el que soñaba es el frágil fruto de “una nostalgia romántica purificada por la disciplina clásica” [AE, 128]. La demostración de su herencia en occidente y su preservación es el objeto, no sólo de de Literatura Europea, sino de la totalidad de su obra. La publicación del primer capítulo en el periódico Merkur en 1947, sin embargo, no estuvo exento de polémica, algo que habría de perseguir, y persigue aún, a la obra y que preocupaba a Curtius. 

 Amante del estudio y la investigación, tras haber publicado su obra más famosa, sigue dedicándose a su trabajo incansablemente. En su cabeza hay grandes proyectos que teme no poder terminar dada su edad.

Hay muchos proyectos literarios y de investigación que me rodean como almas que desean apoderarse de un cuerpo. Trabajo sin descanso –y con pasión. Tengo dos nuevos libros en preparación. (...) Las materias de las que trato son de una especie tal que sólo yo puedo tratarlas y sólo yo puedo resolverlas. Ya tengo casi 63 años. ¿Hasta cuándo podré seguir trabajando? [carta a Gertrude Bing, 1949, en PD, 1106]

 Sus temores no resultaban infundados. Curtius no tardó muchos años en morir. A los 70 años, durante una estancia en Roma, y dejando inconclusos algunos de esos proyectos.

* * * * * *

Bibliografía sobre Ernst Robert Curtius

 ANTONELLI, Roberto,”Filologia e modernità”, Letteratura europea e Medio Evo latino, La Nuova Italia Editrice, Firenze, 1992.[RA]

CANTOR, Norman F., Inventing the Middle Ages. The Lives, Works, and Ideas of the Great Medievalists of the Twentieth Century, William Morrow and company, Inc., New york, 1991 [NC].

DÍAZ Y DÍAZ, Manuel C., “Imagen de España en E.R. Curtius”, Ernst Robert Curtius. Werk, Wirkung, Zukunftsperpectiven, Sonderdruck, Heidelberg, 1989 [DD].

DRONKE, Peter, “Curtius as medievalist and modernist”, Times Literary Suplement, October 3 (1980), pp. 1103-1106 [PD].

EVANS, Jr., Arthur R., “Ernst Robert Curtius”, On Four Modern Humanists, Arthur R. Evans, Jr. (ed.), Princeton Essays in European and Comparative Literature, Princeton University Press, princeton, New Jersey, 1970 [AE].

GODMAN, Peter, “The Ideas of Ernst Robert Curtius and the Genesis of ELLMA”, Epilogue to European Literature and the Latin Middle Ages, Princeton, 1990 [PG].

LIDA, María Rosa, “Perduración de la literatura antigua en Occidente. A propósito de Ernst Robert Curtius, Europäische Literatur und lateinisches Mittelalter”, en La tradición clásica en España, Ariel, Letras e Ideas, Barcelona, 1975. [MRL]

RUBIO TOVAR, Joaquín, “Cincuenta años de Literatura europea y Edad Media latina de E.R. Curtius (1948-1998), ¿

Bibliografía de Ernst Robert Curtius

Quatre livre des Reis (1911)

Die literarischen Wegbereiter des neuen Frankreischs (1919)

Deutscher Geist in Gefahr (1932)

Literatura europea y Edad Media latina (1948)

Gesammelte aufsätze zur Romanischen Philologie (1960)

miércoles, 27 de marzo de 2024

Harpo Marx

Harpo Marx fue una buena persona. Adoraba a los animales y a las personas, y adoptó a todos sus hijos y a cualquier perro callejero que se encontrase.  Nunca se divorció y ejerció su talento de cómico, músico y mimo ejercitando una imaginación desbordante. Su esposa, la actriz Susan Fleming, lo describió como un “arquitecto de lo impredecible”. Es una definición que no incorpora todo su talento como mero ser humano. Fue, no cabe duda, un ejemplo a imitar, casi un personaje sacado del futuro o de la misma fantasía impredecible dentro de la que vivía. Era natural que fuese amigo de Salvador Dalí, quien lo dibujó una vez. Y, siendo un cómico experto, fue la única persona que hizo llorar en toda su larga vida a Groucho Marx cuando murió. El amigo ideal de Dorothy Parker en la mesa redonda del Algonquin.






martes, 1 de agosto de 2023

Lista de raros de Javier Memba

Lista de 75 escritores raros y frikis (o, como él dice, malditos, heterodoxos y alucinados) tomada de El Mundo. Todos los entretenidos artículos correspondientes escritos por el cinéfilo periodista Javier Memba (un especialista en ello, o en el ello, para ser (im-) precisos) sobre estos autores y sus obras pueden leerse en este enlaceNo halagaron opiniones (2014), es su último libro, un recorrido por la literatura maldita, heterodoxa y alucinada

Louis-Ferdinand Céline (I)

Howard Phillips Lovecraft (II)

Jean Genet (III)

Yukio Mishima (IV)

Emilio Carrere (V)

Boris Vian (VI)

Algernon Blackwood (VII)

Alejandro Sawa (VIII)

François Villon (IX)

Neal Cassady (X)

Julio Verne (XI)

Arthur Machen (XII)

Marqués de Sade (XIII)

Rutebeuf (XIV)

Leopoldo María Panero (XV)

Malcolm Lowry (XVI)

Guy de Maupassant (XVII)

Eduardo Haro Ibars (XVIII)

Remigio Vega Armentero (XIX)

Andrés Carranque de Ríos (XX)

Cecco Angiolieri (XXI)

Arthur Rimbaud (XXII)

Hölderlin (XXIII)

Antonin Artaud (XXIV)

Robert Ervin Howard (XXV)

Luis Cernuda (XXVI)

Philip K. Dick (XXVII)

August Strindberg (XXVIII)

Pierre Drieu La Rochelle (XXIX)

Edgar Allan Poe (XXX)

Charles Baudelaire (XXXI)

Alfred Jarry (XXXII)

Paul Verlaine (XXXIII)

William S. Burroughs (XXXIV)

Joseph-Pétrus Borel (XXXV)

Horacio Quiroga (XXXVI)

Bram Stoker (XXXVII)

Julio Herrera y Reissig (XXXVIII)

Carson McCullers (XXXIX)

H.P. Blavatsky (XL)

Anne Radcliffe (XLI)

John Polidori (XLII)

Percy Bysshe Shelley (XLIII)

Raymond Radiguet (XLIV)

Djuna Barnes (XLV)

Chester Himes (XLVI)

Anaïs Nin (XLVII)

Flannery O'Connor (XLVIII)

Hunter Stockton Thompson (XLIX)

Jaime Gil de Biedma(L)

William Hope Hodgson (LI)

Maurice Sachs (LII)

Sheridan Le Fanu (LIII)

Charles Robert Maturin (LIV)

Mary Wollstoncraft Shelley (LV)

André Breton (LVI)

Kurt Siodmak (LVII)

Blaise Cendrards (LVIII)

H. G. Wells (LIX)

Jean Cocteau (LX)

Pierre Boulle (LXI)

Jack London (LXII)

Oscar Wilde (LXIII)

Francis Scott Fitzgerald (LXIV)

Charles Bukowski (LXV)

William Gibson (LXVI)

Thomas de Quincey (LXVII)

Dylan Thomas(LXVIII)

Paul Bowles (LXIX)

Guillaume Apollinaire (LXX)

Aphra Behn (LXXI)

Jan Potocki (LXXII)

Mijail Bakunin (LXXIII)

Samuel Butler(LXXIV)

Leo Ferré (y LXXV)

sábado, 10 de octubre de 2020

El diccionario biográfico de la ciencia y la técnica en La Mancha (2020)

Acaba de publicarse Ciencia y técnica en Castilla-La Mancha. Diccionario biográfico (nombres y hechos). Un grueso volumen editado por Almud y coordinado por Alfonso González Calero y Enrique Díez Barra en el que más de 80 especialistas, entre los que han querido incluirme, han contribuido con un total de 320 entradas sobre todas las figuras importantes de la ciencia en la región a lo largo de la historia. No había nada como esto realizado hasta ahora.

El prototipo del manchego típico, desde tiempos de Quevedo, que nos pintaba "atestados de ajos las barrigas", o de Francisco Gregorio de Salas, que también había vivido entre nosotros, ha sido cuando menos el de un paleto ignorante. Y cuando más se ha elevado este estereotipo no ha sido precisamente en la persona de Sancho Panza, ni siquiera en la de Don Quijote, figuras universales que excluyen toda regionalidad, sino en la de Sansón Carrasco, cuyo oficio fue derrotar el entusiasmo y la ilusión de quienes han intentado mejorarse o mejorar  a otros. La ciencia y la tecnología no han sobresalido por ello entre nosotros, porque, aparte de no tener contexto ni situación para ello, un tradicionalismo mal entendido y de fácil crédito en estas coordenadas ha considerado una locura cualquier idea de conocimiento y progreso común. 

Y así, de la lectura de esta magna obra se desprende que quien ha querido ahondar estudiando, investigando o desarrollando alguna iniciativa nueva en las ciencias, ha tenido siempre que emigrar fuera de la región e incluso de España, buscando espacios y vientos más favorables. Y, cuando han querido repatriar algo del éxito que han tenido, el reduccionismo de las mentes estrechas en todos los campos, la falta de apoyo y de oportunidades y el nulo entusiasmo general ha terminado por convertir sus esfuerzos en poco más que inútiles. La carencia de mercados, de instituciones universitarias, de industria y de tecnología nos ha obligado con frecuencia a recurrir a fuentes extranjeras o a "extranjerizar" a nuestros naturales. Y los que han quedado aquí han crecido casi siempre al estilo bonsái dentro de los límites del autodidactismo, incluso en el terreno de la enología, que tanto se ha desarrollado en la región, o han terminado por militar en las filas del meapilismo de una Iglesia que siempre se ha asegurado, con el monopolio que largo tiempo ha tenido de la enseñanza, las mentes más creativas. No resulta extraño que habiendo tantos célebres médicos y astrónomos en el Toledo medieval, la única obra realmente extensa que se haya traducido entonces no sea científica, sino el Corán por parte del médico mozárabe Marcos de Toledo en 1210, por orden del arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada, quien prefería que dejase sus traducciones de Galeno y se dedicase a combatir a los herejes. Las estanterías de las antiguas bibliotecas manchegas están llenas de obras teológicas que no mueven molino. 

La obra tiene por supuesto las limitaciones que toda producción humana ha de tener; faltan aún algunos autores y hay erratas y descompensaciones, pero esos defectillos pueden suplirse perfectamente en ediciones ulteriores y ofrece un panorama inmenso y muy revelador de lo que ha sido y es la ciencia en la región. En Ciudad Real debemos recordar, por ejemplo, más que al Quijote a Alfonso X el Sabio, porque hay una facultad de lenguas modernas y clásicas y no estaría de más que hubiera un premio de traducción técnica que llevase su nombre.

Las grandes figuras de la ciencia en la región, ninguneadas como se ha hecho ahora con el español Mojica en la concesión del premio Nobel de Medicina, ahora tienen donde reunirse para hablar de su pertinaz mala suerte si se han quedado aquí. Porque abundan en estas biografías las derrotas de la voluntad, los frutos medianos o extraídos de afuera, la increíble hostilidad de la cizaña y de lo que Unamuno denominó cainismo y la consciente autolimitación dentro de las fronteras de la divulgación y de la mera enseñanza de lo ajeno.

Pero no conviene cerrar los ojos a las propias limitaciones naturales de esta tierra. El toledano Blasco de Garay, inventor de la máquina de vapor avant-la lettre, no pudo hallar el carbón ni el hierro que en Inglaterra propiciaron la revolución industrial y, lo que es peor, el entusiasmo, el eco y la ambición necesarios para impulsarla. El raquitismo del capital, el centralismo, el analfabetismo, la falta de promoción de las iniciativas inteligentes, la ausencia de imprentas, de buenas bibliotecas y de comunicaciones solventes justifican también el mediano fracaso de la investigación científica en la región. 

lunes, 15 de junio de 2020

Autores ciudadrealeños olvidados, y algunos enigmas y curiosidades sobre los mismos

Fray Juan García, natural de Almagro según Nicolás Antonio, fue un religioso dominico, que pasó a China como misionero junto al padre Díaz; después pasó a América; dejó un manuscrito, Manual de las cosas del Perú. Estos datos los he tomado de la Biblioteca americana (1807) de Antonio Alcedo

Francisco Duarte Méndez, médico natural de Ciudad Real formado en Alcalá, donde fue su profesor, según Anastasio Chinchilla, que lo alaba, autor de una Cuestión médica: si en la curación de las enfermedades, principalmente en las calenturas podridas, es conveniente purgar los enfermos en algunos casos antes que se sangren, Madrid, 1648, cuarto.

El ingeniero de minas Juan Inza escribió mucho sobre las minas de Ciudad Real en el XIX. Memoria sobre la riqueza mineral de La Mancha..., Ciudad Real,  imprenta de José Román Muñoz, 1844. La modesta, sociedad minera. Informe sobre la mina Santa Hermegilda, Alcudia, Madrid: Imprenta del Boletín Oficial del Ejército, 1853 (cuarzo con galena en El Hato, cerca de Hinojosillas). Sociedad minera Sierra Madrona. Prospecto para la formación de esta sociedad e informe del ingeniero... 1858 (hasta la página 10 firmado por Melitón Cid; sobre las minas de El Horcajo)

Amalio Maestre e Ibáñez, Ciudad Real 10 de julio de 1812 - 5 de febrero de 1872) ingeniero de minas, arqueólogo y bibliófilo, compiló una gran colección de libros y, amigo de Eugenio Maffei y Ramón Rúa Figueroa, falleció mientras corregía los Apuntes para una biblioteca española de libros: Folletos y artículos, impresos y manuscritos...1872 de estos autores.

Pedro Martínez Carnerero, natural de Abenójar y vecino de Fuenlabrada en 1678, nombra una mina de rosicler que empieza con soroches de plomo a un cuarto de legua de Cabezarados en el término de Villamayor, así como otra en la dehesa de Villagutiérrez con tres vetas de plata que corren paralelas al mismo rumbo y otras dos de cobre y oro cerca de Fuenlabrada

Hernando de Poblete nació en Ciudad Real en 1519, hijo de Diego de Poblete y Beatriz de San Martín. El apellido Poblete es hidalgo de Ciudad Real. Su padre pereció corneado por un toro. Hizo la campaña de Los Mojos con el capitán Alonso de Mercadillo. En Chile se asoció con Alonso de Córdoba y se dedicó al comercio. Tuvo una hija mestiza peruana, Isabel de Poblete, que murió en Santiago en 1553. Un año antes, en 1552, testó el 15 de abril instituyendo herederos a sus primos hermanos, hijos de Juan de Céspedes el Viejo y de Isabel Poblete y falleció antes del 14 de julio de ese año, dejando bienes por valor de más de trece mil pesos.

El desgraciado navegante y descubridor García Jofre de Loaysa (1490-1526) nacido en Ciudad Real, aunque de origen vizcaíno, fue mandado por Carlos I a las Molucas tras las huellas de Magallanes para echar a los portugueses de esas islas y traerse de paso especias (Carlos todavía no había renunciado a su soberanía, disputada con Portugal); tras descubrir el tramposo cabo de Hornos (porque son dos cabos, no uno, lo que puede enviar a la muerte al navegante descuidado sin derrotero) y las islas Marshall, falleció el 30 de julio de 1526 en el Pacífico, seguramente de escorbuto; era hermano del obispo de Mondoñedo y del comendador de Paracuellos.  Él era de la Orden de Malta o de San Juan y comendador de Barbales. Da cuenta de su expedición a Filipinas la Colección de los viajes y descubrimientos que hicieron por mar los españoles desde fines del siglo XV, con varios documentos inéditos concernientes a la Historia de la Marina Castellana y de los establecimientos españoles en Indias de Martín Fernández de Navarrete (Madrid: Imprenta Nacional, 1867). En dicha expedición iban Andrés de Urdaneta y Elcano, que falleció durante la misma. Estaba formada por cinco naos y dos pataches. La Historia General de las Islas Occidentales a la Asia adyacentes, llamadas Philipinadel agustino recoleto fray Rodrigo de Aganduru Moriz es algo fantasiosa, pese a que el fraile había estado en Filipinas y en Persia y conocía el paño; por ejemplo, afirma que llegaron a una tierra de gigantes donde las mujeres medían trece palmos (cada palmo castellano equivale a unos veinte centímetros), esto es, dos metros sesenta. Andrés de Urdaneta logró llegar a España doce años después, tras haber circunnavegado por segunda vez el Globo.

Fray Hernando Ayala nació en Ballesteros en 1575, tomó el hábito agustino en Montilla; estudió en Alcalá, donde fue lector de filosofía. En 1603 pasó a México y luego a Filipinas; escribió muchas cartas, al parecer conservadas.. Fue martirizado en Japón

Fray Juan Estrada, dominico traductor de La escala espiritual de San Juan Clímaco, pero no directa del griego, sino desde la traducción latina de Ambrosio camaldulense, primer libro impreso en México: Juan Pablo, 1532, es también de Ciudad Real. Su libro fue la tercera traducción al español que se hizo en el siglo. Fue muy niño a México con su padre Alonso de Estrada, primero tesorero y luego gobernador de Nueva España y por lo visto hijo natural de Fernando el Católico y de una mujer de la burgalesa casa de Estrada, según ha documentado con rigor Jaime García Mendoza ("Velo y mortaja, del cielo bajan": la historia de Antonio Serrano de Cardona e Isabel de Ojeda", en VV. AA., Historia de Morelos. Tierra, gente, tiempos del Sur. Tomo III: de los señoríos indios al orden novohispano, dir. por Horacio Crespo, coord. por José García Mendoza y Guillermo Nájera Nájera. México: Universidad Autónoma del Estado de Morelos, 2018, pp. 729-730); ese origen, que algunos discuten (el motivo aducido es que el salario que le fue asignado por la Corona fue de 510 mil maravedíes por año, número muy superior a los 310 mil asignados al Marqués del Valle, Hernán Cortés, lo que levantó sospechas acerca de su claro favoritismo por parte de S. M. el Rey Carlos I y se ha utilizado para sugerir una posible filiación de Alonso de Estrada con el rey Fernando el Católico, teoría contradicha indirectamente por las pruebas de limpieza de sangre efectuadas por uno de sus bisnietos, algo que con frecuencia era muy falseado) hizo que su padre se criase en palacio como caballero principal y desde muy joven pasó a formar parte de la Guardia Real. En 1516 acompañó a su sobrino Carlos I a Flandes. De allí fue enviado a Málaga como Almirante, para luego marchar a Sicilia, donde estuvo casi tres años. En 1520, como era natural, luchó a favor de su sobrino en la Guerra de las Comunidades. En 1521 fue nombrado Corregidor de Cáceres y el 25 de octubre de 1522 fue nombrado, como ya se ha dicho, tesorero de la Real Hacienda en Nueva España. Llegó allí con su hijo Juan y su esposa Marina Flores de la Cavallería o Caballería (apellido sin duda judío y con amplia descendencia en Almagro) en 1523. Ella era hija de Juan Gutiérrez de la Cavallería y Luna y de Mayor Flores de Guevara. 

Su hijo, el dominico Juan Estrada, pasó de México a un convento del reino de Granada, pero su enorme rigor ascético le hizo enfermar, por lo que su hermano Luis Alonso de Estrada, señor de Picón, se lo trajo a esta villa, donde murió en 1579 (otros dicen que en 1570).

Pero volvamos al padre, Alonso de Estrada, situado en Nueva España por el emperador para controlar al marqués del Valle, Hernán Cortés; don Alonso fue el primer gobernador de Nueva España antes de que esa función fuera desempeñada por virreyes, y no paró de intrigar contra Cortés. Por el expediente de limpieza de sangre de Jorge de Alvarado y Villafaña, su bisnieto, se sabe que Alonso de Estrada fue "oficialmente" hijo de un tal Juan Hernández Hidalgo y de su primera esposa (cuyo nombre no recordaban los testigos), siendo sus abuelos paternos Diego Hernández Hidalgo (residente en Ciudad Real) y María González de Estrada.

Sin embargo, lo normal entre los bastardos reales era que se hicieran religiosos, para así impedir peligrosas pretensiones políticas. Ello sería aún más deseable en el caso de Fernando el Católico, rey de Aragón sin otra descendencia que la castellana.

Pedro Antonio Castellanos (Ciudad Real, 1480 - La Solana, 1556) fue un conquistador español. Su madre, María Pimentel, poseía una haciendilla en La Solana a la que se retiró en su vejez. Su padre era amigo de Jerónimo Velázquez, gobernador de Cuba, así que no quiso ir con Hernán Cortés, antes bien marchó en la expedición que hizo Velázquez contra él como uno de sus jefes; pero la mayoría de sus soldados se unieron a Cortés, y este lo aprisionó. Regresó a Cuba liberado, y Velázquez lo mandó con sus acusaciones a Cortés a ver a Felipe II, pero ya se había vuelto partidario de Cortés; cuando este regresó a la Corte se lo agradeció y se hicieron amigos. Murió Castellanos en La Solana, dejando tres hijos, dos varones que fueron a pelear al Nuevo Mundo y una hija que fue dama de honor de Isabel de Valois, tercera mujer de Felipe II; no sabemos por qué, quizá por cuestiones de espionaje, Felipe II la desterró y marchó a Francia, donde murió separada de su familia. Su hijo Bernardo, nieto de Pedro Antonio, empero, fue un gran aficionado a las antigüedades y escribió unos diálogos de numismática sobre las distintas monedas de los reyes de España hasta Felipe II; el manuscrito lo conservaba Basilio Sebastián Castellanos de Losada, fundador de la Academia de Arqueología en 1837.

El franciscano fray Antonio de Ciudad Real nació en Ciudad Real en 1551; pasó a México en 1573 con el nefasto obispo de Yucatán Diego de Landa, quien quemó los códices mayas; en 1582 fue nombrado secretario del padre Alonso Ponce, comisario general de los franciscanos, a quien acompañó en su vistia; fray Antonio escribió entonces una Relación de las cosas que sucedieron... que solo fue publicada en Madrid en 1872. Es autor también, entre otras obras, de un gran diccionario de la lengua maya, el Gran diccionario o Calepino de la lengua maya de Yucatán en seis volúmenes, que se conserva en parte el manuscrito en su convento de Yucatán, aunque el Duque del Infantado poseía una copia completa que se ha perdido. Es un diccionario maya / latín. Le costó a su autor cuarenta años de trabajo. Otras obras: Sermones santos en lengua maya y Tratado curioso de las grandezas de la Nueva España, ambos manuscritos. Murió en 1617.

José de Aguilar imprimió en 1858, en Ciudad Real, imprenta de Muñoz, un poema romántico muy curioso, el Sebastián, del que no queda sino un ejemplar, de posesión privada y de típicamente difícil consulta, y la fotocopia que le hice, que tengo delante. Creo que estaba emparentado con los Aguilar de Alcázar de San Juan, y por eso imprimió en Ciudad Real su poema, en alguno de los viajes de vuelta que hizo a la Península. Según mis investigaciones este hombre fue un reputado sinólogo, amigo del gran Sinibaldo de Mas, y embajador durante veinte años en Hong Kong, con residencia en Macao. Escribió un manual para aprender mandarín, El intérprete chino, este poema narrativo y alguna cosa más. El poema es bueno, sobre todo por una antológica descripción de un ciclón en alta mar que marea al más pintado. El estilo, algo deudor de Espronceda y con resabios clasicistas de Calderón y otros. Prometió una segunda parte que no llegó a la imprenta. Véase el Diccionario histórico, genealógico y heráldico de las familias ilustres de la monarquía española (1859) de Luis Vilar y Pascual, p. 63.