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miércoles, 19 de marzo de 2025

Los cuadernos de trabajo de Ingmar Bergman

 Cuaderno de trabajo I y II’, de Ingmar Bergman: el tumulto de miedo, depresión y angustia del director sueco, en El País, Por Anna Caballé, 2 de diciembre de 2024:

El cineasta esbozó en sus libretas las ideas para sus guiones y documentó sus rutinas. En esos textos, recuperados ahora siguiendo la edición sueca, abordó cualquier conflicto con conmovedora sencillez para dejar constancia de las sombras que le acechaban

Esa mañana Ingmar Bergman permanecía aislado en su casa. Su pareja, Liv Ulmann, se había ido a un festival de cine, él se mantenía, quieto y mudo, a la espera de las primeras críticas de La vergüenza. “Es un placer no tener que enseñarle la cara a nadie. Es un placer poder tener uno su fiebre, su locura y su histeria totalmente a solas”. Una observación jugosa sobre la soledad que, sin embargo, a partir de la estabilidad de su relación con la baronesa Ingrid von Rosen, en 1971, dejaría de hacer, pues ella le aportó paz a su espíritu y una complicidad que transformó su forma de entender el amor y las relaciones de pareja. En la época de su matrimonio con ella (Ingrid, doce años más joven que Bergman, falleció en 1995) filmó sus películas más luminosas, entre ellas Fanny y Alexander, entre muchas otras del mismo periodo, pues su capacidad de trabajo era brutal. En todo caso, Bergman se hallaba en su casa humillado por el malestar físico, sin tener que disimular la intuición de que las críticas no iban a ser favorables.

¿No sería mejor pasarse a la televisión y ahorrarse aquellas experiencias tan penosas que sufría cada vez que ponía en escena una obra en el cine o en el teatro? Las críticas no fueron buenas y en plena revolución juvenil (1968) se le acusó de escapismo. Como tantas otras veces leemos en sus excepcionales Cuaderno de trabajo (1955-2001), mantenidos prácticamente a lo largo de toda su vida profesional, vemos cómo crece la angustia en su interior con todas las consecuencias físicas que le ocasionaba. Se pregunta qué se le exige, porque su compromiso con el arte es suyo y personal: “Yo no quiero contar historias. Quiero liberar tensiones y sucesos secretos”.

Ahí está, en mi opinión, el eje de su objetivo como creador. Porque luego, pese al insomnio, la taquicardia y la preocupación que le generaban las críticas desfavorables y en especial sentir que perdía el favor del público, unas semanas después del disgusto, Bergman ya estaba pensando en el guion de La carcoma (su peor película, en su opinión). “Ponte a trabajar, Bergman, esta es tu fórmula”. Y, en efecto, su trabajo como guionista es la columna vertebral que se desprende de la lectura de las casi mil páginas imprescindibles para los amantes del director.

El motivo de dichas libretas, concebidas con despreocupación de su calidad (aunque la tienen), era depositar en ellas ideas y esbozos de guion de sus películas, de modo que tenemos la oportunidad de conocer cómo trabaja la complejidad de sus tramas y muy en especial la forma de dibujar a sus personajes. Lo primero que hace al pensar en un guion es darles estructura: identidad, pasado y profundidad psicológica. A partir de aquí va desarrollando las tramas. Pero sus cuadernos de trabajo se muestran abiertos asimismo a su cotidianidad y, sobre todo, al tumulto que Bergman llevaba dentro, y que llegamos a conocer con mucha precisión. La existencia de Bergman estuvo marcada por la ansiedad, la depresión, la angustia y el miedo (formidables las páginas que le dedica, casi al final —”yo siempre he tenido miedo”—). Pese a ello, pese a todos sus miedos y a los estados paralizantes que a veces le ocasionaban, desarrolló una trayectoria artística impresionante y personalísima, sobreponiéndose a ese tumulto interior con el que convivía.

Diría que esto es lo más llamativo: la capacidad que muestra el autor y director por la regeneración emocional que conseguía de sí mismo. Es muy interesante asistir al progreso de la escritura de su autobiografía, Linterna mágica, cuya publicación supuso un punto de inflexión. Escrita con la mayor prevención, le proporcionó un gran reconocimiento como escritor. A partir de allí fue como si se hubiera abierto una espita. Siguió la conocida trilogía sobre sus padres (Las mejores intenciones, Niños de domingo y Encuentros privados) y continuaría con esa apasionante veta hasta Saraband. Bergman se mostraba convencido de que la verdad es una cualidad interna que se ve distorsionada en contacto con la realidad exterior y el deseo de agradar a otros. Él se sabía vulnerable al entorno (¿y quién no?) y hace lo posible en la escritura de los Cuadernos por mantener a raya la artificiosidad y el manierismo. Adoro la sencillez con que aborda cualquier conflicto.

Nórdica, en su recuperación de la obra de Bergman, replica la edición sueca. Una edición de una limpieza admirable al cederse todo el protagonismo al autor. Se mantienen los prólogos originales (uno de ellos escrito por Knausgard, con el que el autor de Mi lucha tiene tanto en común). Mi único reparo es la falta de un índice clarificador que informe de la distribución de los años facilitando la consulta. Porque los dos volúmenes son dos pequeñas joyas (mi preferencia descansa en el segundo, el que da fe conmovedora de sus últimos años) y aunque su autor se defina como “un ser espiritualmente inválido” lo cierto es que toda su escritura conserva la peculiar distinción de quien no sintiéndose superior a nadie consiguió serlo.

Cuaderno de trabajo I (1955-1974) , Ingmar Bergman

Prólogo de Dorthe Nors, Traducción de Carmen Montes

Nórdica, 2024, 461 páginas. 27,50 euros

Cuaderno de trabajo II (1975-2001), Ingmar Bergman

Prólogo de Karl Ove Knausgard, Traducción de Carmen Montes

Nórdica, 2024, 525 páginas. 27,50 euros

Nueva biografía de Azorín

 La clave de un escritor retraído: el problema intestinal crónico de Azorín, en El País, por Anna Caballé, 18 marzo de 2025

Una nueva biografía dedicada al autor de ‘La voluntad’ escrita por Francisco Fuster viene a rescatar al personaje, desafiando la indiscutible monotonía de su peripecia vital y ubicándola en el marco más amplio de una escritura infatigable y obsesiva

Ramón Gómez de la Serna en su particular biografía de Azorín, publicada en 1930, lo presentaba como un hombre de espíritu que anhelaba distinguir un ideal literario propio. Se concedió a sí mismo la etiqueta de “pequeño filósofo” que por la precariedad que impone el adjetivo no le comprometía a nada.

Pequeño filósofo enlutado, procedente de una pequeña ciudad levantina y con pequeñas aspiraciones vitales: así podría definirse sucintamente la biografía del escritor, un poco a la manera de cómo procedió Ortega con el humanista Juan Luis Vives: “nació, estudió, escribió, murió”. Se diría que Azorín, pseudónimo de José Martínez Ruiz (Monóvar, 1873- Madrid, 1967) solo confiaba en el camino largo de la vida y, viéndose en él, su mirada quiso reunir lo nuevo y lo antiguo, sobre todo lo antiguo —su verdadera pasión—, con una gran tenacidad descriptiva, más que propiamente narrativa. Frente a la literatura de acción y de personajes, en su obra lo que destaca es el contento del ir viviendo, sin aspavientos y sin mucho que decir, salvo el sedimento espiritual que el tiempo va dejando en las cosas, en las costumbres, en el vivir de pueblos y ciudades. Un prodigio de fineza.

En todo caso, la biografía de Ramón sobre Azorín recorrería todo el espectro afectivo: desde la admiración de 1930 al desprecio mostrado en el ex libris que añadió a su primitiva edición en 1954, donde le acusaba de haber engañado a todo el mundo, cuando su principal interés estaba en conseguir una vida cómoda de rentista de las letras, pactando con quien hubiera que pactar.

Umbral se haría eco de este último juicio de Ramón y en Las palabras de la tribu trataría su literatura de excesivamente limitada y cobarde. Quo vadis, Azorín? ¿Qué se hace del incisivo y memorable autor de La voluntad? Porque lo cierto es que sus primeros libros, artículos e intervenciones políticas prometían un nivel de rebeldía y de compromiso político con su tiempo que muy pronto se deshizo en la minucia de una literatura estática y a menudo decepcionante. “En la permanencia de las cosas está la norma definitiva de la vida” (Don Juan, 1922): esta vendría a ser su filosofía de madurez.

Ahora la biografía del profesor Francisco Fuster, Azorín. Clásico y moderno viene a rescatar al personaje, desafiando la indiscutible monotonía de su peripecia vital y ubicándola en el marco más amplio de una escritura infatigable, obsesiva, vastísima (más de cien libros y unos 5.500 artículos), lógicamente irregular, alentada siempre por una profunda coherencia interna, como ya señaló Andrés Trapiello en un prólogo a sus artículos sobre cine (una de las últimas pasiones de Azorín: podía ver una sesión doble cada tarde).

Lo cierto es que Azorín tenía también un ego que alimentar, a pesar de su timidez y su apocamiento, y lo catalizaría reverenciando el poder constituido, fuera el de Antonio Maura en 1904 o el de Franco en 1940. Reseguir su trayectoria política, como hace Fuster, historiador de profesión, es interesante e instructivo sobre el personaje. En todo caso, para mí la aportación fundamental de la biografía, que elude la hermenéutica tanto de la vida como de la obra, está en la información que proporciona en las últimas páginas fundiendo bios con zoé. Azorín sufrió durante casi toda su vida de un grave problema intestinal crónico (¿enfermedad de Crohn?) que le obligaba a una vida cartuja, exenta del menor exceso o contratiempo y que repercutió tanto en los cambios que experimentaría su físico como en la naturaleza de su carácter retráctil y cohibido.

Como señala Fuster, su fijación con el tema de la enfermedad no era, pues, baladí, sino fruto de una experiencia de sufrimiento y resignación sobrellevadas ambas con el mayor decoro, pero condicionantes, en definitiva, de su personalidad y sus decisiones. Azorín quiere, pero en la mayoría de los casos no puede. No puede mantener una vida pública, por ejemplo. ¿Cómo lo vivió su esposa, Julia Guinda de Urzanqui? Nada sabemos.

Azorín. Clásico y moderno. Francisco Fuster. Madrid: Alianza, 2025

377 páginas, 22,50 euros

sábado, 15 de marzo de 2025

Anécdotas de la enemistad entre Valle-Incán y José Echegaray

  Se recuerdan varias disputas famosas en la literatura, pero pocas tan cómicas como la que se dio entre José Echegaray y Ramón Valle-Inclán.

En 1904, la Academia Sueca le otorgó el Premio Nobel de Literatura a José Echegaray "por haber revivido las tradiciones de la dramaturgia española".

En respuesta, muchos escritores de la generación del 98 protestaron abiertamente, llegando algunos, entre los que estaba Valle-Inclán, a firmar un manifiesto.

Años más tarde, Echegaray como jurado literario negaría el premio a un cuento presentado por Ramón.

Así nació este enfrentamiento del cual aquí algunos capítulos.

Estando Valle-Inclán en su habitual tertulia de café, vio entrar al hijo de Echegaray. Alzando la voz comenzó a decir que Echegaray no tenía talento, y que estaba obesionado con la infidelidad matrimonial ya que siempre incluía en sus obras maridos cornudos y mujeres infieles.

El hijo de Echegaray, molesto, le dijo:

"¡Más respeto, que está usted hablando de mi padre!"

A lo que Valle-Inclán respondió:

"¿Está usted seguro de que es su padre?"

Tras ganar el Nobel, en Madrid, renombraron una calle José Echegaray. Para mala suerte de Valle-Inclán, en ella vivía un gran amigo suyo. Cada vez que Ramón le escribía cartas a su amigo, en la dirección ponía "calle del Viejo Idiota". ¡Y las cartas llegaban! A raíz de esto, Valle-Inclán afirmaba que Madrid tenía el mejor servicio de correos del mundo.

Valle-Inclán, no perdía oportunidad para molestar a Echegaray, y solía acudir a los estrenos de sus obras para boicotearlos.

En una ocasión, un personaje dijo:

"Es una mujer con nervios de acero bajo una piel de seda". Y Ramón gritó desde el público: "¡Eso no es una mujer, es un paraguas!"

Por último, ya en su lecho de muerte, Valle Inclán necesitaba una transfusión de sangre. Al enterarse que se había presentado como donante Echegaray, se negó a recibirla porque decía que esa sangre estaba llena de gerundios.

Echegaray se casó a los 25 años con la asturiana Ana Estrada Sánchez, que al parecer debía de ser muy bella. Cuando el rey Amadeo de Saboya abandonó el trono español (1873) y estaba en el muelle de Lisboa aguardando para subirse al barco que le llevaría de vuelta a Turín, fue abordado por unos periodistas que le hicieron una entrevista. Uno de ellos le preguntó: "¿Qué es lo que más le ha gustado de España?", y él contestó: "La catedral de Burgos y la señora de Echegaray".

miércoles, 26 de febrero de 2025

Jorge Semprúm, Monografía y antología

 La gran aventura europea de Jorge Semprún, en El País, suplemento Babelia, andrea Aguilar y Jordi Amat, 9-XII-2023. El original, con gran aportación  fotográfica, aquí.

Vida y obra se entrecruzan en este mapa del escritor y político. Desde el Madrid republicano hasta la Grecia de la dictadura, pasando por la Francia de la resistencia o el campo de concentración de Buchenwald, en sus libros y guiones dejó constancia de su intenso recorrido por el Viejo Continente y la historia del siglo XX

El 10 de diciembre se cumplen cien años del nacimiento de Jorge Semprún (Madrid, 1923-París, 2011). Su vida, marcada por el exilio de su familia en julio de 1936, tuvo dos ejes centrales: la política y la escritura, que le llevaron a trazar un extenso mapa por la Europa del siglo XX. En sus libros y guiones —escritos casi en su totalidad en francés— Semprún empleó como material literario su experiencia en la Resistencia contra los nazis y en el campo de concentración de Buchenwald, sus casi diez años en la clandestinidad como dirigente del Partido Comunista en la España franquista, su expulsión del PCE y también sus años como ministro de Cultura en el gobierno de Felipe González. Este recorrido por lugares clave en su biografía permite, a través de una selección de citas tomadas de sus trabajos literarios y cinematográficos, recordar su historia y su obra.

Madrid

Nacido el 10 de diciembre de 1923, en julio de 1936 abandonó la ciudad con su familia. No regresó hasta 1953, cuando vivió como clandestino, bajo el alias Federico Sánchez, entre otros nombres, y trabajó para el Partido Comunista Español desde Madrid hasta 1962. Su siguiente estancia en la ciudad fue como ministro de Cultura entre 1988 y 1991.

Biriatou

A finales de agosto de 1939 vio España como exiliado por primera vez desde esta pequeña localidad en la frontera. Aquí se encuentra una lápida de homenaje al escritor.

La Haya

La familia Semprún se instaló en la capital holandesa a fines de 1936, donde su padre, José María Semprún fue agregado de negocios de la embajada de la República española hasta el final de la Guerra Civil

París

Se traslada como estudiante en febrero de 1939 y en 1945 regresa. Será en esta ciudad donde mayormente viva hasta su muerte en 2011.

Borgoña

Como miembro de la Resistencia a la ocupación nazi de Francia, formó parte del grupo Jean-Marie Action, hasta ser detenido en 1943.

De Compiègne a Buchenwald

El tren de deportados partió el 27 de enero de 1944 con 1583 hombres. La mayoría, como Semprún, eran resistentes contra la ocupación nazi que habían sido detenidos. El tren llegó al campo de concentración el día 29. A los presos les correspondió la numeración que iba del 43870 al 45048. Sobrevivieron 867.

Buchenwald

Apresado e interrogado por la Gestapo, llegó al campo de concentración próximo a Weimar en 1944.

Suiza

En las inmediaciones de Locarno pasó los últimos meses de 1945, y trató por primera vez de escribir sobre su experiencia en Buchenwald.

Praga

Visitó la ciudad durante sus años en el Partido Comunista de España. En un castillo de la ciudad fue expulsado del PCE en 1964.

Bucarest

A Bucarest viajó con La Pasionaria en enero de 1956 en tren desde Praga.

Salzburgo

En 1964 recibe el Premio Formentor en esta ciudad por su primer libro 'El largo viaje', que escribió en sus años de clandestinidad.

Grecia

Guionista de 'Z' (1969), la película que le valió una nominación a los Oscar presenta de una forma ficticia los hechos que rodearon el asesinato del político demócrata griego Grigoris Lambrakis en 1963 y está basada en la novela de Vasilis Vasilicós.

Madrid

A la izquierda, placa que recuerda el domicilio de Semprún en el número 12 de la calle Alfonso XI de Madrid. A la derecha, única foto de sus años de clandestinidad en España.

A la izquierda, placa que recuerda el domicilio de Semprún en el número 12 de la calle Alfonso XI de Madrid. A la derecha, única foto de sus años de clandestinidad en España.

“Había abandonado esta calle una mañana de julio de 1936, para las vacaciones de verano. Había vuelto en 1953, paseante inquieto, a finales del mes de junio, en el curso de mi primer viaje clandestino a España: primera salida de Federico Sánchez”

(….)

“Así medio siglo después de haber abandonado el barrio del Retiro —el parque, el museo, el jardín botánico, la iglesia de San Jerónimo, las calles residenciales la tienda de Santiago Cuenllas, el hotel Gaylord’s— después de dos guerras, el exilio, Buchenwald, el comunismo, algunas mujeres, unos cuantos libros, resulta que he regresado al punto de partida”.

[Federico Sánchez se despide de ustedes. Tusquets, 1993].

“El escaparate de esta mercería totalmente olvidada, emergía en la noche, y sus luces proclamaban el nombre irrisorio: La Gloria de las Medias. En el cataclismo de los años, de las guerras, de los exilios, del universo entero, la permanencia insólita, probablemente irónica, de esta mecería de barrio, con su nombre grandilocuente, era el único lazo con un pasado remoto, tal vez inasequible. Tanto más remoto cuanto que esta tienda, este nombre tan sólo había conservado la esencia inalterable y fugitiva de los días de antaño. Como si en el momento en que iba a perderme de nuevo, seguir siendo un extraño en mi propio país —¿y por qué no serlo, por otra parte?, ¿no se es por definición extraño en el mundo?, ¿no es esta extrañeza al mundo la condición misma de la emergencia de lo humano?—, como si en aquel momento mismo, la aparición de esta mercería su permanencia humilde y testaruda me permitieran no solo recuperar mi memoria, sino también, paradójicamente a primera vista, reencontrar las raíces de mi extrañeza fundamental que me constituyera como personaje de mi propia vida”.

[Federico Sánchez se despide de ustedes. Tusquets, 1993].

“En este periplo imaginario, sin embargo, todo empieza y concluye ante Las meninas de Velázquez. Mi vida está ligada a esta obra fascinante, se aparta de ella y vuelve a ella sin cesar, encontrándola siempre en su camino”.

(…)

“Desde 1953, año de mi primer retorno clandestino a Madrid, me he plantado muy a menudo ante el cuadro de Velázquez, le he consagrado horas de meditación contemplativa. Diversas circunstancias han concurrido en esta predilección. Los recuerdos de infancia, sin duda. Razones menos íntimas, también, impuestas en realidad por las condiciones de la vida clandestina”.

“En los primeros tiempos, el Prado era un lugar ideal para matar el tiempo, para hacer vivir los tiempos muertos. Y en el Prado el emplazamiento de Las meninas era privilegiado.

En aquella época, la tela de Velázquez se exponía en una sala del museo que le estaba reservada. Allí se encontraba, en su sombrío fulgor, suntuosamente aislada, entenebrecida por la pátina de los siglos. La sala de Las meninas tenía una particularidad: un gran espejo a la derecha del cuadro, si se miraba de frente. Aquella superficie reflectante —y tal vez reflexiva— permitía reproducir el juego de puntos de vista que el cuadro propone de manera tan evidente como enigmática. Pero aquel espejo de la sala de Las meninas tenía otra virtud: permitía vigilar fácilmente el entorno. Sin que se hiciera nada —o mejor dicho, como si se estuviera observando el cuadro en aquel espejo, para recomponer los efectos sutiles de inversión de situaciones que aquel induce insidiosamente— podía comprobarse si alguien te había seguido”.

[Federico Sánchez se despide de ustedes. Tusquets, 1993].

“En 1953, durante mi primer viaje clandestino a Madrid, había visitado a Aleixandre, gran poeta, gran personaje del exilio interior. Lo había visitado con el nombre de Grador. Había fingido ser un hispanista francés que trabajaba en una tesis sobre la poesía española del siglo XX. Buen tema de tesis, por otra parte. Vicente Aleixandre vivía en una casita de un barrio residencial de la periferia, al norte de la ciudad. Las calles llevaban nombres de árboles y flores. La suya se llamaba ‘Velintonia’ que es otro nombre, como se sabe, para la sequoya. La conversación había sido apasionante, al menos para mí”.

[Federico Sánchez se despide de ustedes. Tusquets, 1993].

Calle Concepción Bahamonde, número 5

“Siempre te ha hecho gracia eso de vivir en Concepción Bahamonde: la cárcel de Ventas está ahí, a la vuelta de la esquina. Bueno, también te hacía gracia, unos años antes, vivir en la Travesía del Reloj. Bajabas a veces a la peluquería y estaba el barbero afeitando a los soldaditos de guardia en el Tribunal Especial del coronel Eymar, de la calle del Reloj. Si te llegan a coger en esa época, treinta metros escasos separaban tu diminuto ático —con azotea y vista panorámica sobre el paisaje del norte de Madrid, pero por su reverso velazqueño, o sea, por el reverso del perfil que a Velázquez se le ha ocurrido pintar —, treinta metros separaban ese domicilio clandestino del tribunal que habría de juzgarte. Luego, en Concepción Bahamonde, a finales de los años 50, lo que tenías a mano era la cárcel de Ventas”.

“Pero es la noche del 17 de junio de 1959 y has entrado en Marqués de Mondéjar, hacia Concepción Bahamonde. De pronto, al acercarte al portal del número 5 de Concepción Bahamonde, comprendes con toda claridad por qué has decidido venir a dormir aquí, a pesar de que Simón conozca este domicilio clandestino. Habías vuelto, por tanto, a esta casa de Concepción Bahamonde, número cinco, para no dejarle solo a Simón, para no abandonarle. Para que entre Simón y tú siguiese habiendo, como un secreto compartido, este lazo, este vínculo, esta relación. Y es que Simón sabe dónde estás. Conoce esta habitación, con su cama de hierro, su armario, su mesilla de noche. Conoce la habitación contigua, en la que trabajas: una mesa, una silla, la máquina de escribir, algunos libros. Conoce estas dos habitaciones diminutas, desnudas. Él ha vivido en esta casa de Concepción Bahamonde antes de que tú vivas en esta casa. Y cuando tú dejes de vivir en esta casa, Julián Grimau vivirá en esta casa”.

[Autobiografía de Federico Sánchez. Planeta, 1977].

“¿Azar simbólico o guiño del destino? Como quiera que sea, el edificio en el cual estaban instalados los servicios de mi ministerio había sido construido en el solar de un antiguo circo. Durante mi infancia, allí se alzaban las instalaciones permanentes del Circo Price, que tan a menudo había frecuentado con mis hermanos. Más tarde cuando el circo fue derribado, se construyó un edificio de una modernidad relativamente sobria, no demasiado insólita en le paisaje urbano circundante. Albergaba los servicios del Banco Urquijo.

Aunque fuera objetivamente inocente, este emplazamiento no dejaba de tener su irónica significación. Podía servir de advertencia. Porque los juegos de circo y los imperativos de rentabilidad constituyen dos límites, dos obstáculos en los que pueden quebrarse las políticas culturales”.

[Federico Sánchez se despide de ustedes. Tusquets, 1993].

“Eran las 12 de la noche en la entrada de la La Moncloa y yo me preguntaba en el silencio de mi fuero íntimo si Jaime Gil de Biedma, gran poeta, compañero de largos paseos e interminables conversaciones nocturnas, no se había equivocado por una vez. Había vaticinado, al final de uno de sus Poemas morales escritos bajo el franquismo, que ‘de todas las historias de la Historia / la más triste sin duda es la de España / porque termina mal…'

¿Y si la historia de España, por una vez, no terminara mal?”

[Federico Sánchez se despide de ustedes. Tusquets, 1993].

“Por la noche, sin embargo, a veces en el frescor parsimonioso y provisional de una brisa del norte, volvía a encontrar el ambiente de antaño. Gracias a los amigos de antaño, claro está. Volvía a encontrarme con algunos de ellos para cenar, en la terraza de un restaurante que frecuentábamos desde hacía años, La Ancha. Volvía a encontrarme allí en el ambiente característico de las interminables conversaciones nocturnas: el espíritu de Madrid”.

“En La Ancha, una vida más tarde, varias muertes más tarde, alguien murmuró que sólo nos faltaba Domingo. Nos miramos y era verdad. Había sido nuestro amigo, a veces incluso el vínculo entre nosotros, la amistosa conciencia de nuestra amistad”.

[Federico Sánchez se despide de ustedes. Tusquets, 1993].

Biriatou

“Pediría que me enterraran en el pequeño cementerio de Biriatou. En este lugar frontera, posible patria de apátridas, entre una y otra pertenencia —la española, que es de nacimiento, con toda la imperiosidad, arrolladora por momentos, de lo que es evidente; la francesa, que es de elección, con toda la incertidumbre, a veces angustiosa, y el apasionamiento—, en esta antigua tierra de Euskal Herria. Un lugar para que mi ausencia se perpetúe”

[Adiós, luz de veranos... Tusquets, 1998].

La Haya

Iglesia de Parkstraat

“Ocurrió, en efecto, que el sacerdote de la Parkstraat que pronunció el sermón de la misa mayor se despachó con una diatriba de inusitada violencia contra los rojos españoles, llamando a la guerra santa contra ellos, a la cruzada de la fe contra los enemigos de la Iglesia.

Mi padre no conocía lo suficiente la lengua holandesa como para entender aquella prédica guerrera en sus detalles y matices. Así y todo, captó que el cura había hablado de España y de los rojos españoles. Al concluir la misa, mientras salíamos de la iglesia, me pidió que le resumiera la encendida soflama de cura, cosa que hice con la mayor precisión posible.

Cuando concluí mi detallado resumen, mi padre se detuvo ante la reja que dejaba a la Parkstraat. Estaba lívido; su mirada traslucía desesperada ira”.

[Adiós, luz de veranos... Tusquets, 1988]

París

Boulevard Saint-Michel

“La panadera del bulevar Saint-Michel, mujer de lengua larga e ideas cortas —curvas, más bien: torcidas, quiero decir—, me había expulsado, con una frase que pretendía ser hiriente (’español del ejército derrotado’) de la comunidad de los elegidos. Mi detestable acento no sólo me había impedido obtener el panecillo o el croissant que deseaba, sino que también me había desgajado de la comunidad lingüística, que es uno de los elementos fundamentales de un vínculo social, colectivo. Tomé una decisión de inmediato. En circunstancias como ésas, no es recomendable remolonear. Disimular, darle largas al asunto con la esperanza que todo se arregle: no se arregla nunca. Así pues, acepté ser rechazado. Soy un extranjero, muy bien; seguiré siéndolo, pensé. Con todo, para que esa decisión íntima, repentina, tan apremiante como la chispa de la gracia —si me fío de los que experimentaron dicha chispa o, al menos, la convirtieron en un gratificante tema literario—, fuese realmente eficaz, mi condición de extranjero no debía ser ostensible, perceptible para cualquiera. Debía ser una virtud secreta, y para ello tenía yo que dominar la lengua francesa como un autóctono”.

[Adiós, luz de los veranos... Tusquets, 1998].

“Había en el Liceo Henri IV dos cursos de filosofía. El profesor de uno de los cursos era Maublanc, un marxista. El otro era Bertrand, un racionalista crítico”.

[La escritura o la vida. Tusquets, 1995].

Rue Balise-Desgoffe

“Con El hombre sin atributos, de Musil, había encontrado, en efecto, Los sonámbulos, de Hermann Broch, en la biblioteca de Édouard-Auguste Frick de la Rue Balise-Desgoffe, en París. Frick era un ginebrino erudito, rico y generoso, amigo del grupo Esprit, que nos había alojado durante varios meses a mi hermano Álvaro y a mí. Disponía de una biblioteca extraordinaria, de la cual una buena parte era en lengua alemana. Yo había ido engullendo los volúmenes por decenas”.

[La escritura o la vida. Tusquets, 1995].

“En 1942, en el Café de Flore, lo que me llamó la atención fueron la silueta y el andar de Simone Kaminker. También ella se movía entre las mesas, y aquel día yo no podía distinguir su rostro. No vi realmente su rostro hasta tres años más tarde, en 1945, el verano de mi regreso, en la terraza de ese mismo café. La pequeña Kaminker había cambiado de nombre, pero su mirada no desmentía su andar altivo, danzante que creaba alrededor de su silueta espacio móviles de luz y de silencio, y que ya me habían llamado la atención la primera vez”.

[La escritura o la vida. Tusquets, 1995].

Rue de Vaugirard

“Es la antevíspera del 1 de mayo: el 29 de abril, por lo tanto. Por la tarde, para ser del todo exactos. Llegué en el transcurso de la tarde del 29 de abril a París, a la Rue de Vaugirard, en un convoy de la misión de repatriación del padre Rodhain”.

[La escritura o la vida. Tusquets, 1995].

Keystone-France / Gamma-Rapho / Getty Images

“Una breve borrasca de nieve se abatió sobre las banderas del 1 de mayo.

Yo estaba en la esquina de la Avenue Bel-Air y la Place de la Nation. Iba solo, veía desfilar la marea de manifestantes, rematada por las pancartas, las banderas rojas. Oía el rumor de los cantos antiguos.

Había vuelto. Estaba vivo”.

[La escritura o la vida. Tusquets, 1995].

“Fue en el Petit Schubert del Boulevard Montparnasse donde bailé con Odile por primera vez, unos días después de mi regreso. Después de la noche en vela de Eisenach.

Estaba otra vez la trompeta de Armstrong, todas las trompetas del paraíso. Estaba la noche en vela, el alcohol, la insensata esperanza de una vida reiniciada. Estaba Odile M., que era la prima de uno de mis amigos de adolescencia. Tras una cena conversaciones, risas, una discusión confusa en casa de unos desconocidos, en la Avenue de Saxe, en torno a Albert Camus, acabamos juntándonos una pandilla en le Petit Schubert, pasada la medianoche”.

[La escritura o la vida. Tusquets, 1995].

“Lees tu dirección de entonces y te pones a reír silenciosamente. Aquel apartamento en el que viviste fugazmente había sido el de André Breton. Y éste te lo traspasó, cuando se mudó a otro piso más grande en la misma casa. Era un apartamento-taller de pintor, con la amplia vidriera del estudio orientada a la luz del norte que era la luz de Montmartre, por cierto. Llegaste un día con 250.000 francos de entonces, céntimos de hoy, que era el precio del traspaso. Te abrió la puerta André Breton ue era parecidísimo al poeta André Breton, tal y como sale en las fotos, de las historias ilustradas del surrealismo. Bueno casi todos los poetas que has conocido tenían aires de poeta”.

[Autobiografía de Federico Sánchez. Planeta, 1977].

“Te acordarías de tu primer encuentro con Pasionaria.

Fue en París, en 1947

¿En primavera? Tal vez, no es imposible. Crees recordar que fue uno de esos días de París, con aguacero, de que hablara César Vallejo. En todo caso, fue en el local de que disponía la dirección del partido en la avenida Kléber. El local fue clausurado en septiembre de 1950, cuando el gobierno francés prohibió las actividades del partido español en Francia y puso fuera de la ley vuestras organizaciones. Pero incluso antes de la ilegalidad, antes de que las citas con los camaradas se hicieran en un parque, a la salida de un metro, en un apartamento discreto —o en la acera de la plaza de la República, delante de los escaparates de La Toile d’Avio, cuando se tratara de los dirigentes del PSUC, que no parecían conocer en París otro lugar para encontrarse, y, de hecho, sabes de camaradas llegados de Cataluña, de forma imprevista, y con algún recado urgente, a los cuales les bastaría tomar contacto con situarse estratégicamente frente a aquel trozo de acera de la plaza de la República, a esperar que pasara, inexorablemente, acudiendo a alguna cita, alguno de los dirigentes del PSUC— incluso, decías, antes de la ilegalidad del año 50, ese nombre de Kléber ira aureolado de algo de misterio”.

[Autobiografía de Federico Sánchez. Planeta, 1977].

“A nadie le agrada lo que yo pienso sobre España. Creo que ni a mí mismo me agrada. ¡La desgraciada España, la España heroica, la España del corazón sobre la razón! Se ha convertido en la conciencia lírica de la izquierda. Un mito de viejos combatientes. 14 millones de turistas viajan a España. España meca del turismo o leyenda de la guerra civil. Todo mezclado con Lorca. Yo ya estoy harto de Lorca. ¡Mujeres estériles, dramas rurales, ya estoy harto de la leyenda de España!”

[Discurso que pronuncia en su piso parisino Diego Mora, personaje protagonista de la película La guerra ha terminado (1966), dirigida por Alain Resnais con guion de Jorge Semprún].

‘La guerra ha terminado’ (1966)

Director: Alain Resnais. Guion: Jorge Semprún. Intérpretes: Yves Montand, Ingrid Thulin y Geneviève Bujold.

Borgoña

“Fue en 1943. En otoño, en la comarca de Semur-en-Auxois. En un recodo del río había una especie de presa natural que retenía el agua”.

“El alemán estaba solo, teníamos nuestras Smith and Wesson. La distancia que nos separaba de él era la correcta, lo teníamos perfectamente al alcance de nuestras armas. Se podía recuperar una moto, una metralleta.

El joven alemán se ha vuelto de espaldas, se dirige a pasos cortos hacia su motocicleta, inmóvil en el caballete.

Entonces empuño el arma con ambas manos. Apunto a la espalda del alemán, aprieto el gatillo de la Smith and Wesson. Oigo a mi lado las detonaciones del revólver de Julien, que ha disparado varias veces, él también”.

[Ejercicios de supervivencia. Tusquets, 2016].

“Julien era mi compañero de rondas en el maquis de la comarca, donde repartíamos las armas que nos habían lanzado en paracaídas por cuenta de ‘Jean-Marie Action’, la red de Henri Frager para la cual yo trabajaba. Julien conducía los coches Citroën y las motocicletas a toda velocidad por las carreteras de los departamentos de Yonne y de Côte-d’Or, y compartir con él la emoción de las carreras nocturnas era una maravilla. Con Julien les tomábamos el pelo a las patrullas de Feld. Pero Julien cayó en una trampa, se defendió como un demonio. Su última bala de la Smith and Wesson fue para sí mismo: se la disparó en la cabeza”.

[La escritura o la vida. Tusquets, 1995].

“Yo había ido al Tabou con Julien. Les llevábamos a los resistentes del Tabou un suministro de explosivos plásticos con vistas a no recuerdo qué operación de sabotaje. Estábamos en el calvero del Tabou, anochecía. Yo me había sentido un poco apartado, releía un capítulo de La esperanza. Era un libro que siempre llevaba metido en la bolsa. Había acabado impregnándose del olor nauseabundo y persistente del explosivo plástico”.

[Aquel domingo. Tusquets, 1999]

Épiazy

“La casa de Irène Chiot era una antigua granja, con varias dependencias rodeando un corral herboso. Eran las doce, más o menos. La antevíspera habíamos volado un tren de municiones de la Wehrmacht, en Pointigny, y uno de los miembros de nuestro equipo desapareció. Yo fui a Laroche-Migennes, donde teníamos apoyos: escondites, buzones, un grupo de choque bien armado. Pero Georges V. seguía desaparecido. No hubo modo de restablecer el contacto con él. Algunos indicios hacían temer que lo hubieran detenido. De regreso en Épiazy, al alba, tras una noche en blanco, dormité unas horas en el cuarto que ocupaba habitualmente.

Retrato de Irène Chiot, que prestaba apoyo a la Resistencia y en cuya granja fue detenido Jorge Semprún por la Gestapo. Fue torturada en Auxerre y deportada. Murió pocos en el campo de concentración de Bergen-Belsen pocas semanas después de la liberación.

Retrato de Irène Chiot, que prestaba apoyo a la Resistencia y en cuya granja fue detenido Jorge Semprún por la Gestapo. Fue torturada en Auxerre y deportada. Murió pocos en el campo de concentración de Bergen-Belsen pocas semanas después de la liberación.

Musée de la Résistance Groupe Bayard

Eran las doce, más o menos; me desperté con la boca pastosa. Pensé en Georges V., desaparecido. Me encaminé a través del patio hacia el edificio que albergaba la cocina: necesitaba que Irène me preparara un café.

Pero, claro, nos había visitado la Gestapo”.

[Ejercicios de supervivencia. Tusquets, 2016].

Tusquets, 2016.

Auxerre

“Había descubierto mi cuerpo de nuevo, su realidad por sí misma, su opacidad, también su autonomía en la sublevación, a los diecinueve años, en Auxerre, en un chalet de la Gestapo, en el transcurso de los interrogatorios.

De repente mi cuerpo se volvía problemático, se despegaba de mí, vivía de esta separación, para sí, contra mí, en la agonía del dolor. Los esbirros de Haas, el jefe de la Gestapo local, me colgaban en el aire, con los brazos estirados hacia atrás y las manos sujetas en la espalda por unas esposas. Me sumergían la cabeza en el agua de la bañera, que ensuciaban deliberadamente con desperdicios y excrementos.”

[Ejercicios de supervivencia. Tusquets, 2016].

“Fue pocas horas después de la salida. Apenas comenzábamos a darnos cuenta de que no se trataba de una broma pesada, de que iba a ser preciso, en realidad, permanecer así días y noches, apretados, prensados, ahogados. Algunos viejos empezarían ya a gritar, enloquecidos. No lo aguantarían, se iban a morir. En verdad, tenían razón, en realidad algunos iban a morir”.

(...)

“Hay gente en el andén de la estación, y acaban de comprender que no somos un tren como cualquiera. Han debido de ver agitarse las siluetas a través de las aberturas cubiertas con alambre de espino. Hablan entre sí, señalan el tren con el dedo, parecen excitados. Hay un chaval de unos diez años, con sus padres, justo ante nuestro vagón. Escucha a sus padres, mira hacia nosotros, agacha la cabeza. Luego se va corriendo. Luego vuelve también corriendo, con una piedra enorme en la mano. Al poco se acerca a nosotros y arroja la piedra, con todas sus fuerzas, hacia la abertura cerca de donde estamos. Nos echamos hacia atrás, deprisa, la piedra rebota en los alambres, pero por poco le da en la cara al chico de Semur”.

[El largo viaje. Seix Barral, 1965 / Tusquets, 2004].

Campo de Buchenwald

“Pues el prisionero que fui yo, el número 44.904, era un joven comunista de veinte años que tuvo sus experiencias en Buchenwald durante dieciséis meses como militante de la organización secreta. Que, una vez finalizado el periodo de cuarentena en el barracón 62 del campo pequeño, trabajó en la oficina de estadística del trabajo, es decir en uno de centro de poder neurálgicos de aquella organización interna. Por supuesto yo no pertenecía a la troika dirigente del Partido Comunista de España en Buchenwald, pero como yo era el único de todos mis camaradas que dominaba el alemán, se me encomendó esa tarea de gran responsabilidad. Así conocí algunos problemas, algunas actividades y también algunos secretos de la resistencia antifascista en Buchenwald”.

[’Weimar-Buchenwald’, dicurso pronunciado en el Teatro Nacional de Weimar el 9 de abril de 1995, recogido en el volumen Pensar Europa. Tusquets, 2006].

Bloque 56, Campo pequeño

“Doblemente enclaustrada, esta parte del recinto interior estaba reservada al periodo de cuarentena de los recién llegados. Reservada a los inválidos —el bloque 56 en particular— y a todos los deportados que todavía no habían sido integrados en le sistema productivo de Buchenwald.

Me acercaba los domingos por la tarde, todas las tardes de domingo de aquel otoño, en 1944, tras la lista del mediodía, tras la sopa de fideos de los domingos. Saludaba a Nicolai, mi compañero ruso, el joven bárbaro. Charlábamos un poco. Más valía estar a buenas con él. Que él me considerara a buenas con él, mejor dicho. Era el jefe del Stubendienst, el servicio de intendencia del bloque 56. Era también uno de los cabecillas de las pandillas de adolescentes rusos, salvajes, que controlaban los tráficos y los repartos de poder en el Campo Pequeño.

Nicolai me consideraba de confianza. Me acompañaba hasta los camastros en los que se pudrían Halbwachs y Maspero”.

[La escritura o la vida. Tusquets, 1995].

Semisótano sala de los contagiosos

“Solo en la voz se desplegaban esas emociones demasiado fuertes, como olas de un mar de fondo que removieran la superficie de aguas aparentemente tranquilas. Era el miedo de no ser creído, sin duda. De, ni siquiera, ser oído. Pero resultaba del todo creíble. A ese superviviente del Sonderkomando de Auschwitz le oíamos perfectamente”.

[La escritura o la vida. Tusquets, 1995].

Plaza

“Estábamos concentrados, treinta mil hombres inmóviles, en la plaza mayor donde pasaban lista, y los de la SS habían levantado en medio los andamios para la horca. Estaba prohibido mover la cabeza, bajar la vista. Era preciso que viéramos morir a aquel compañero. Le veíamos morir”.

[El largo viaje. Seix Barral, 1965 / Tusquets, 2004].

Crematorio

“Las hice entrar por la puertecita del crematorio, que llevaba al sótano. Acaban de comprender que no era una cocina y, de repente, enmudecieron. Les enseñé los ganchos donde colgaban a los deportados, pues el sótano del crematorio también servía de sala de tortura. Les enseñé los látigos y las porras. Les enseñé los montacargas que subían los cadáveres a la planta baja, directamente delante de la hilera de hornos. Subimos a la planta baja y les enseñé los hornos. Ya no tenían nada que decir. No más risas, ni conversaciones, ruidosa pajarera: silencio. Suficientemente pesado, suficientemente espeso como para desvelar su presencia detrás de mí. Me seguían, como una masa de silencio angustiado, de repente. Sentía el peso de su silencio a mis espaldas.

Les enseñé la hilera de hornos, los cadáveres medio calcinados que habían quedado en su interior. Casi no les hablaba. Les nombraba sencillamente las cosas, sin comentarios. Después las hice salir del crematorio, al patio interior rodeado de una alta empalizada. Una vez ahí, ya no dije nada, nada en absoluto. Les dejé que vieran. Había en medio del patio, un amasijo de cadáveres que superaba con mucho los tres metros de altura. Un amasijo de esqueletos macilentos, torsionados, con ojos de espanto”.

[La escritura o la vida. Tusquets, 1995].

Letrinas del Campo Pequeño

“Sin embargo, pese al vaho mefítico y al olor pestilente que envolvían constantemente el edificio, las letrinas del Campo Pequeño era un lugar convivencial, una especie de refugio donde encontrarse con compatriotas, con compañeros de barrio o de maquis; un lugar donde intercambiar noticias, briznas de tabaco, recuerdos, risas, un poco de esperanza; algo de vida en suma. Las letrinas inmundas del Campo Pequeño eran un espacio de libertad: por su propia naturaleza, por los olores nauseabundos que desprendían, a los S.S. y a los Kapos les repelía acudir al edificio, que se convertía así en el sitio de Buchenwald donde el despotismo inherente al funcionamiento mismo del conjunto concentracionario se hacía sentir menos”.

[La escritura o la vida. Tusquets, 1995].

Casa de Goethe

“Contemplo el sol de abril sobre el césped que baja hasta el Ilm. Contemplo la casita de campo de Goethe. Oigo el susurro profuso de los pájaros a mi alrededor: la vida reiniciada, en suma. Sin embargo un sentimiento inexplicable se podera de mí: estoy contento de volver, como acaba de decir Rosenfeld. Tengo ganas de volver a Buchenwald, entre los míos, entre mis compañeros, los aparecidos que regresan de una larga ausencia mortal ”.

[La escritura o la vida. Tusquets, 1995].

Suiza

“Yo vivía en Solduno, aquel invierno, en las inmediaciones de Locarno. Mi hermana Maribel había alquilado una casa en el valle de la Maggia, al sol de Tesino, para que yo pudiera descansar. Y escribir también” (...)

“En Ascona, en el Tesino, un día soleado de invierno en diciembre de 1945, me encontré ante la tesitura de tener que escoger entre la escritura o la vida”.

[La escritura o la vida. Tusquets, 1995].

Praga

“Me gustaría recordar brevemente a Rescheke, Busse y Bartel. Los conocí en la oficina de estadística del trabajo de Buchenwald, adonde acudían con frecuencia para discutir con el capo Willi Seifert y también con Josef Frank, uno de sus colaboradores. A Frank se lo condenó a muerte en Praga en el proceso contra Rudolf Slansky. Se le ahorcó y sus cenizas se esparcieron en una carretera abandonada y cubierta de nieve. Josef Frank, Pepikou, como le llamaban su compatriotas checos, confesó haber trabajado en Buchenwald para las SS y la Gestapo. Una declaración falsa, por supuesto, engañosa obtenida mediante tortura”.

[’Una tumba en las nubes’, discurso por la recepción del premio de los libreros alemanes en Frankfurt en 1994, recogido en Pensar Europa. Tusquets, 2006].

“En 1964 regresé a Praga con un pasaporte francés a nombre de Camille Salagnac…. Era mi último viaje con pasaporte falso. En las cercanías de Praga, en un antiguo castillo de los reyes de Bohemia, durante una larga reunión del Ejecutivo —apelación perfectamente merecida por una vez, puesto que realmente me ejecutaron— acababan de expulsarme del Partido Comunista de España”.

[Federico Sánchez se despide de ustedes. Tusquets, 1993].

En el momento mismo en que Pasionaria pide la palabra, en que, alisándose un mechón de pelo blanco, rebelde, colocaba en la mesa la cuartilla que iba a leeros, en ese mismo momento, se han abierto de par en par las puertas del gran salón y han entrado varios camareros de chaquetilla blanca y guante inmaculado.

Silenciosos y diligentes, se acercan a la mesa y comienzan a retirar los ceniceros llenos de colillas, las botellas de agua mineral y de zumo de naranja medio vacías. Diligentes y silenciosos, colocan en la larga mesa ceniceros limpios, vasos limpios, botellas frescas de agua mineral, grandes garrafas de zumo de naranja.

Con un aire de desagrado y de impaciencia, Pasionaria espera que terminen para hacer uso de la palabra.

Te quedan, pues, unos instantes de respiro …

Pero Pasionaria está hablando.

Mientras andabas perdido en tu memoria, mientras evocabas una imposible conversación verídica con ella, Pasionaria ha tomado la palabra. Está leyendo la cuartilla que tenía preparada, con su espléndida voz metálica, rugosa y armoniosa. Está fulminando contra vosotros los rayos de la cólera. Está hablando en nombre del Espíritu-de-Partido, el sacrosanto Espíritu-de-Partido. Está diciendo que sois, Fernando y tú, ‘intelectuales con cabeza de chorlito”.

[Autobiografía de Federico Sánchez. Planeta, 1977].

“En Praga, el último día, anduve recorriendo, con el temor angustiado de no volver a verlos nunca más, los lugares privilegiados de mi memoria de la ciudad. Así, fui a la tumba de Franz Kafka, en el nuevo cementerio judío de Strasnice. Fui a ver el cuadro de Renoir, expuesto en la Galería Nacional, en el recinto del Castillo”.

[Federico Sánchez se despide de ustedes. Tusquets, 1993].

“En enero de 1968 los conservadores habían sido descartados de la dirección del partido comunista checoeslovaco. Empezaba una nueva era. El pueblo podía hablar una vez más después de años de silencio, de pasividad, de indiferencia y de desprecio. Se había hecho la prueba. El socialismo vive en la libertad de las masas como el pez vive en el agua. Pero el mismo día que llegué a Praga fui testigo de la invasión del país por 600.00 mil hombres y 6.000 tanques de los ejércitos del Pacto de Varsovia”.

[Guion de La confesión (1970)].

Director: Costa Gavras. Guion: Jorge Semprún. Basado en la autobiografía 'La confesión' de Artur London. Intérpretes: Yves Montand, Simone Signoret, Michel Vitold.

Bucarest.

“Dolores Ibárruri, que regresaba de no sé qué congreso en Berlín Este en el tren especial de la delegación rumana —aquel año, Dolores había instalado sus cuarteles de invierno en Bucarest—, iba a pasar por la estación de Praga el día siguiente mismo. Acordamos en consecuencia que yo también tomaría ese tren oficial, si los rumanos no tenían nada que objetar, para acompañar a la Pasionaria a Bucarest, exponerle durante el viaje las críticas del grupo de Carrillo y esperar su veredicto, que yo comunicaría a la vuelta al núcleo parisino del Buró Político del PCE.

Sea como fuere en el interminable viaje del tren especial de Praga a Bucarest me pasé una buena parte del tiempo con Kafka y Milena, aquel mes de enero de 1956, pocas semanas antes del que el XX Congreso del Partido Comunista Ruso empezara a desvelar, parcialmente todavía, con una prudencia dialéctica extrema, la realidad kafkiana del universo estalinista”.

[Federico Sánchez se despide de ustedes. Tusquets, 1993].

Salzburgo

“Algunas semanas más tarde, en otro castillo, esta vez en Salzburgo, que no había pertenecido a los reyes de Bohemia sino a la familia de los príncipes de Hohenlohe, se me iba a entregar el Premio Formentor de Literatura por El largo viaje. Otra vida comenzaba sin documentación falsa. Y aún no estaba seguro de no sentir nostalgia de la antigua, nostalgia al menos de la aventura y de la fraternidad de aquella otra vida”.

[Federico Sánchez se despide de ustedes. Tusquets, 1993]

“Cuando Barral me haya entregado el ejemplar español de El largo viaje, cuando sostenga el volumen en mi mano, mi vida habrá cambiado. Y uno no cambia de vida impunemente, sobre todo cuando el cambio se hace a sabiendas, con una conciencia aguda y clara del acontecimiento, del advenimiento de un porvenir distinto, en ruptura radical con el pasado, cualquiera que le sea el curso que le está reservado”

(...)

“Carlos Barral me explica la singularidad del libro que sostiene en la mano y que va a entregarme.

Resulta, en efecto, que la censura franquista ha prohibido la publicación de El largo viaje en España. (…) Barral ha encargado la realización de un ejemplar único de mi novela. El formato, la encuadernación, el número de páginas, la sobrecubierta ilustrada: todo es conforme al modelo de la futura edición mexicana. Salvo un detalle: las páginas de mi ejemplar de hoy están en blanco, vírgenes de cualquier carácter de imprenta”.

[La escritura o la vida. Tusquets, 1995].

“Habíamos conversado mucho sobre los problemas políticos e históricos de Grecia, que en cierto modo, enlazaban con los de España. Costa-Gavras era un emigrado griego, Montand un emigrado italiano; había una complicidad que hizo que los proyectos se encadenaran”.

[Vivir es resistir. Tusquets, 2014].

“Cualquier coincidencia con los hechos, los muertos y los supervivientes con la realidad no es casualidad. ES VOLUNTARIA. Jorge Semprún / Costa-Gavras”.

[Nota en los créditos de Z, (1969)].

“El señor subsecretario de agricultura acaba de recordarles que para el mildiu son necesarios tres sulfatados preventivos. Al igual que el mildiu, las enfermedades ideológicas deben combatirse en forma preventiva. Estas, como el mildiu, son debidas a la acción de gérmenes mórbidos y parásitos de diversas especies. Por tanto, la pulverización de los hombres, por los medios más apropiados, es indispensable. Las escuelas, en este caso, son nuestro primer objetivo. Es allí, si ustedes me permiten la metáfora, donde los brotes jóvenes no han alcanzado los 12 o 15 centímetros. La segunda pulverización debe hacerse poco antes o poco después de la floración. Se trata, evidentemente, de la universidad, de la juventud obrera y la época del servicio militar es el mejor momento para aplicarla y salvar el árbol sagrado de la libertad nacional de la infección de este mildiu ideológico. Este año los panfletos lanzados desde aviones, hablan a nuestros campesinos de otra clase de enfermedad ideológica que comienza a hacer estragos en nuestro país”.

[Diálogo del gendarme en el guión de Z (1969)].

“Tres años de cárcel por haber retenido y difundido documentos oficiales. Al mismo tiempo los militares prohibían el pelo largo, las minifaldas, Sófocles, Tolstoi, Eurípides, romper los pasos a la rusa, hacer huelgas, Aristófanes, Ionesco, Sartre, Albee, Pinter, la libertad de prensa, la sociología, Beckett, Dostoievski, la música moderna, la música popular, las matemáticas modernas y la letra Z que en griego antiguo quiere decir está vivo”.

[Discurso final de la película Z (1969)].

Créditos

Formato y coordinación: Guiomar del Ser

Dirección de arte y diseño: Fernando Hernández

Programación: Alejandro Gallardo

Edición gráfica: Aitor Sol y Beatriz Palomo

Fotografía de apertura: Uly Martín

sábado, 15 de febrero de 2025

Entrevistas y reseñas de la biografía de Julián Casanova sobre Franco, por Guillermo Martínez y José Andrés Rojo

 I Entrevista:

Julián Casanova, biógrafo de Franco: “En España, en 1945, sabían que la represión era una inversión de futuro”,  en La Marea, por Guillermo Martínez, 2 marzo 2025:

Una biografía para la gente que no sabe apenas sobre Franco. Ese es el propósito que se fijó Julián Casanova, catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza, cuando comenzó a preparar una de sus obras culmen. La editorial Crítica acaba de publicar esta monografía que condensa cuatro décadas de investigación de Casanova en torno al franquismo. Como él mismo dice al final del libro, “tiene que ser posible, 50 años después, volver la vista a ese pasado y no buscar solo aprobación o condena”. En esta dilatada conversación, el historiador repasa algunos de los momentos decisivos de Franco y de la España más reciente.

No es fácil abordar en una entrevista la figura de Franco, que usted ha narrado de forma profusa y largamente documentada en su biografía de casi 500 páginas. Empecemos por el principio. ¿Cómo influyó en Franco su paso por África? En su obra afirma que aquello lo elevó a “categoría de héroe nacional”.

El caso de África y los africanistas solo se entiende en julio de 1936, ahí encuentran la culminación al embrutecimiento que venían experimentando. Jugaron tres factores cruciales. Pensaban que el desastre del 98 español había sido causa del liberalismo y la mala política; y que ellos necesitan otro tipo de políticos porque se sienten desamparados. Por otro lado, que Azaña eliminara los méritos de guerra como forma de ascenso hizo que todos reaccionaran. Ahí Franco ya llevaba muchos años destinado en África, y él siempre dijo que le dejó una huella indeleble.

Estamos ante una de las carreras militares más rápidas del ejército español en el siglo XX. Cuatro meses después de desembarcar en Melilla en 1912 fue nombrado teniente; el 1 de febrero de 1914 ascendió a capitán; en 1917, a comandante; en 1923, a teniente coronel; en 1925, a coronel; y en 1926, el 3 de febrero, con 33 años, era ya general de brigada. ¿Qué tenía Franco de excepcional?

Tenía una planificación de todo eso, aunque se da una reinvención de su figura después. África fue la universidad de Franco. Mientras muchos están en los despachos, él se hace con esa figura de hombre valiente y bravo. Es un ascenso común en otros militares que sí lucharon en la Primera Guerra Mundial, pero es extraño que eso pase con un español. Por eso, hay que ver a África como una guerra de brutalización y no solo colonial.

De todas formas, si Franco hubiera desaparecido en 1936, no hubiera quedado ni una biografía sobre él. Otros muchos militares ya tenían la suya propia, pero a Franco le llegan como hagiografías cuando ya es Generalísimo en las que le trataban como a un santo, y ya se sabe que los santos están predestinados desde el nacimiento a llevar la corona.

La llegada de la Segunda República en 1931 y las decisiones de Manuel Azaña crearon en Franco un sentimiento de desafección al nuevo régimen democrático. ¿Hasta qué punto esto impulsó la sublevación en 1936?

La reforma militar impulsada por Azaña es clave para entender la sublevación. Si ves el nombre de las calles tras la victoria de los sublevados, todo eran nombres de tenientes, coroneles o capitanes que en su mayoría habían pasado por África. Franco pensaba que la República había realizado un gran agravio, más allá del espíritu de cuerpo que pueda llegar a sentir. Luego vendría otra reinvención contra la República, como que era la antipatria y que quería romper la unidad de España. De hecho, en las proclamas de los pronunciamientos militares del 36 no aparece ninguna mención a la religión, aunque poco después la Guerra se torne en cruzada. Esa es otra reinvención.

Sobre esto que comenta de la cruzada, dice que “obispos, sacerdotes y religiosos comenzaron a tratarlo como un enviado de Dios para poner orden en la “ciudad terrenal” y Franco acabó creyendo que, efectivamente, tenía una «relación especial con la divina providencia”. ¿Los españoles realmente lo vieron como el nuevo mesías?

Caló bastante porque la Iglesia hizo mucho por ello. En mi monografía La iglesia de Franco expliqué cómo se elaboró la teoría de la cruzada, que fue una simbiosis entre catolicismo y militarismo al principio, y luego entre catolicismo y fascismo hasta 1945. También hay que ubicar este fenómeno en su contexto y como una reacción al anticlericalismo, otro de los ejes fundamentales de la historia de la España contemporánea.

«El fascismo es como una religión política, y Franco la va llenando con ritos muy importantes que conectan con la tradición de muchas personas»

Elevar un golpe de Estado que provoca una Guerra Civil a concepto de cruzada solo puede pasar si alguien lo legitima, y eso lo hizo la Iglesia. Para mí, la imagen más clara de eso es la cesión por parte de la Iglesia de su Palacio Episcopal en Salamanca, donde Franco tuvo su primer cuartel general. El fascismo es como una religión política, y Franco la va llenando con ritos muy importantes que conectan con la tradición de muchas personas. Yo diría que a la altura de 1939 ya es un mesías para muchos.

El 19 de abril de 1937 promulgó el decreto de unificación entre Falange y los Tradicionalistas. Boina roja carlista y camisa azul falangista pasaba a ser el uniforme oficial, y se institucionalizó el saludo romano. Se creaba el partido único. ¿Esto significó una forma de quitarse del medio a posibles competidores por el poder? En sus manos quedaba ejército, iglesia y el partido.

Serrano Súñer le hizo saber a Franco que necesitaba un estado a la italiana y la alemana, con una construcción administrativa coercitiva, y en la política para eso se necesita un partido único. En abril de ese año Franco ya ha visto que militarmente no es bueno tener un poder por debajo en forma de requetés y milicias falangistas, por lo que se decanta por la militarización de la política y la creación de un partido milicia. Es paradójico también porque este partido llamado a ser de masas lo crea sin ellas, a diferente de Italia y Alemania, aunque llegarán tras el triunfo de la Guerra.

La paz de Franco transformó la sociedad, destruyó familias enteras, rompiendo las redes básicas de solidaridad social, e impregnó la vida cotidiana de miedo, prácticas coercitivas y de castigo”, comenta en la biografía. Al mismo tiempo, el régimen levantó más de 100 campos de concentración estable con 500.000 prisioneros de guerra en espera de ser clasificados, reeducados y castigados. ¿De dónde procedía tanta venganza hacia los perdedores?

En parte, es fruto de la contemporaneidad. En todos los países fascistas se destruye claramente a la izquierda. Si la universidad fue África, para Franco la tesis doctoral es la Guerra Civil, donde dejaron bien claro que ante cualquier intento de negociación, la rendición incondicional es la única salida. En el libro me detengo en explicar cómo esa venganza llegó hasta el último momento de la dictadura, y también intento desterrar esa idea de que los dictadores no estaban en la parte sucia de la historia, manchados de fango, como también se intentó dar a entender de Stalin o Hitler. En España, en 1945, sabían que la represión era una inversión de futuro.

Justo ese año el dictador promulgó la Ley de Referéndum, la cuarta de las Leyes Fundamentales de la dictadura. Se convirtió en regente vitalicio de una monarquía sin rey. ¿Cómo se desarrolló la relación entre el franquismo y la monarquía a lo largo de la dictadura?

Al principio de la dictadora hay algunos monárquicos en España que piensan que debe ser don Juan quien ocupe el trono. En cambio, Carrero Blanco y Franco lo dejaron bien claro desde el principio: o se estaba con ellos o contra ellos. En 1945 y 1946, don Juan todavía tenía algunas posibilidades de hacer algo, pero muy pronto pactan que su hijo será educado e irá a las academias militares en España.

Más tarde, con la llegada del Opus Dei, Laureano López Rodó dirá que a partir de entonces se emprendió toda una larga marcha hacia la monarquía, que en ningún caso estaba previsto en el guion que fuera liberal. 

Finalizada la Segunda Guerra Mundial, España se convirtió en refugio placentero para nazis perseguidos por las fuerzas aliadas. ¿Le pasó factura al dictador el haber recibido apoyo y haber apoyado un régimen cuyo objetivo era el exterminio de los judíos?

Nunca le llegó a pasar factura, ni a nivel social ni internacional, porque el anticomunismo protagonizó las alianzas muy pronto tras el término de la Segunda Guerra Mundial. En 1953 se firmaron los pactos con Estados Unidos, y también llegó el Concordato con el Vaticano. El mismo Franco lo dijo cuando lo consiguió: “Al fin he ganado la guerra”.

Para aquellos años, la costa mediterránea de España se había convertido en el paraíso para auténticos criminales de guerra que estuvieron detrás del Holocausto y las políticas de exterminio en muchos países. La Iglesia salvó a muchos de ellos por ser católicos, sobre todo croatas y eslovacos.

En la biografía señala que Franco “sabía que la corrupción a escala masiva garantizaba lealtad y fidelidad personal”, y que “eligió las armas antes que alimentar a la población”. ¿Era realmente el franquismo un régimen de orden y disciplina?

Lo era, pero también de autovigilancia. Una vez despejado el camino mediante la represión, vendría la delación. Una casa cualquiera en Madrid ya no necesitaba policía para saber si ahí vivía algún rojo, porque los vecinos lo comunicarían.

Años antes de 1960 entraron los tecnócratas del Opus Dei al Gobierno. ¿Cómo sacaron de la bancarrota al régimen?

Carrero le dijo a Franco que la única forma de salvar la economía era racionalizar la administración e introducir cambios, y hacer caso a instituciones internacionales tachadas antes de liberales y masonas, como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Central Europeo.

Realizan un Plan de estabilización muy duro que crea una migración hacia el exterior muy fuerte, la gente se aprieta el cinturón y el PIB crece como consecuencia de las profundas desigualdades. Nadie dudó de que esta liberalización de la economía y modernización no traería ningún cambio en la estructura política, y así ocurrió.

No hay que infravalorar el desarrollismo porque les permitió reinventarse de nuevo. Primero habían desterrado el comunismo de España, y ahora era el momento de cambiar la alpargata por el coche, el estraperlo por la televisión, la miseria por la nevera.

Mucha gente defiende hoy la dictadura precisamente por este cambio en la economía.

Eso es lo que utilizan algunos para decir que el franquismo fue mejor que la democracia actual, porque todo lo demás lo vendieron como necesario. El golpe era legítimo y provocado por los desmanes de la República, la Guerra Civil era necesaria, y luego hubo que poner orden. Más tarde llegarían los pantanos y la Seguridad Social, y el desarrollismo. A la gente le funciona pensar eso y con eso es con lo que se quedan.

En los años 60 comenzaron las movilizaciones estudiantiles por opositores que no habían vivido la Guerra Civil, y los llamados “curas rojos” utilizaban sus prédicas para alentar al pueblo. El régimen no comprendió muy bien cómo hijos de los vencedores podían ser opositores, pero lo que más le fastidió a Franco fue la disidencia en la Iglesia. La modernización no solo trajo liberalización, sino asociaciones de vecinos, luchas de las mujeres… Y eran movimientos que no querían la revolución, sino alcantarillas y unos barrios obreros dignos. También se da un éxodo a la ciudad. Hay 3,5 millones de personas que van al extranjero a trabajar, pero 5,4 millones de personas cambian del mundo rural al urbano. En los pueblos la gente estaba controlada, en las ciudades ya no tanto.

Después llegó un repunte de ETA y la conflictividad laboral con “huelgas que derivaban en enfrentamientos con la Policía y con muchos huelguistas torturados y en la cárcel”. ¿Cuándo se empieza realmente a resquebrajar el régimen?

Lo hace en 1969, cuando estalla el caso Matesa. Ahí hay un repunte del sector falangista que reacciona contra los tecnócratas y denuncia un caso de corrupción relacionado con el Opus. Carrero decide hacer una limpia y, en contra de lo que parecía, echa a todos los falangistas del Gobierno. Ese año también culminan las nuevas Comisiones Obreras, los curas rojos, y ETA ha comenzado a matar. Se da una conflictividad importante que no deja de crecer hasta el asesinato de Carrero en 1973.

Desde el exterior siguen con mucho detalle lo que sucede, y sobre todo a Estados Unidos le preocupa la posterior caída de Salazar en Portugal y la Dictadura de los Coroneles en Grecia.

Pero el régimen siguió reprimiendo.

Para entonces todavía nadie estaba pensándose cambiar de chaqueta, así que la represión continúa. Se ve en el Tribunal de Orden Público, que desde 1974 a 1976, porque desapareció en enero de 1977, tiene más expedientes de depuración abiertos que en todos los años que había estado vigente desde su creación a finales de 1963.

«Pensar que los defectos de la democracia son herencia del franquismo y la Transición me parece mucho decir si uno analiza la historia más reciente de España. Yo no soy partidario de pensar que hay un pecado original en la Transición que seguimos pagando medio siglo después«

Por último, este 2025 se conmemoran los 50 años del fallecimiento de Franco. Medio siglo después, ¿hasta qué punto considera que la democracia actual en España es heredera de la dictadura?

Aquí quizá yo tenga una apreciación algo diferente a la mayoritaria. Pienso que la Transición fue muy difícil, que no fue inmaculada, que se hizo desde arriba y hubo conflictos, muertos y tensiones que modelaron toda esa época. Con la democracia y la entrada en la Unión Europea, la sociedad civil y política ya ha tenido muchos años para que haya cambiado eso.

Pensar que los defectos de la democracia son herencia del franquismo y la Transición me parece mucho decir si uno analiza la historia más reciente de España. Yo no soy partidario de pensar que hay un pecado original en la Transición que seguimos pagando medio siglo después. Me parece que el presentismo es más poderoso que la historiografía, y vivimos en un momento en que, en lugar del conocimiento, se estimula la ignorancia y es fácil decir simplezas y volver a consignas que yo pensaba superadas.

II Reseña:

Julián Casanova, historiador: “Lo bueno que hizo Franco lo hicieron las democracias sin tortura ni pena de muerte”, José Andrés Rojo, en El País, suplemento Babelia, 14-II-2025:

El catedrático de Historia Contemporánea publica una nueva biografía del dictador, un sólido retrato que muestra desde su paso por África y la ayuda de Hitler al inicio de la Guerra Civil hasta el esencial papel de la Iglesia en el régimen

Dice Julián Casanova (Zaragoza, 1956) que la historia conduce “por muchas calles y direcciones” y que solo se entiende a través de una “indagación profunda” en los hechos del pasado. En Franco, Casanova construye un retrato del dictador para el siglo XXI en casi 400 páginas con 30 capítulos breves y muy ágiles, que ha completado con un álbum fotográfico que da cuenta de los personajes que lo rodearon, una rigurosa cronología y un amplio comentario bibliográfico. Hay algo en Casanova, catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza, que lo convierte en una rara avis dentro de su oficio: los largos periodos de tiempo que ha enseñado fuera de España, en Estados Unidos pero sobre todo en Budapest y Viena en la Central European University, y su afán por intervenir en la discusión pública, ya sea en las redes o en los medios de comunicación tradicionales. Ha estudiado y escrito sobre el anarquismo, la República o la Guerra Civil, pero también sobre Europa rota tras la Gran Guerra, la Revolución Rusa o la violencia que ha marcado el siglo XX. Dice que “es posible explorar el pasado sin buscar una condena o una absolución”: “No se puede poner a nadie en una sala de juicio porque la bondad o la maldad de los personajes no es un concepto histórico”. De Francisco Franco comenta que “no fue un personaje carismático”, pero que frente a otros, que sí lo fueron, murió en su cama y tuvo un entierro faraónico, “y habrá que explicar por qué”.

Pregunta. ¿De dónde viene Franco?

Respuesta. Nace en 1892 en una familia gallega que estuvo largo tiempo vinculada a la Armada en un momento en que España ha perdido las colonias y en la que pertenecer a la Armada ya no supone ninguna gloria. Su padre, que abandona a la familia justo cuando él inicia sus estudios en Infantería, no es nunca una referencia en su vida; su madre es para él la bondad. Su formación es la típica que hubiera tenido en la Galicia de finales y principios de siglo un hijo de militares, una mezcla de tradición castrense y catolicismo. Nada extraordinario hubiera sucedido si Franco no pasa por África.

P. ¿Es entonces África una de las claves?

R. Me di cuenta de que todos los dictadores de su época habían pasado por la I Guerra Mundial, y él no. Y África fue para él algo muy similar a aquella experiencia. Franco ha dicho que la Academia Militar de Toledo, a la que entró en 1907, hizo de él un hombre, y su hija ha recordado que allí sufrió humillaciones. A África llega en 1912, tras salir de la Academia con un expediente poco prometedor, y está hasta 1926, y le deja una huella indeleble.

P. ¿En qué sentido?

R. Entendió que allí se estaban partiendo el pecho por la patria y los políticos los tenían abandonados, y empezó a inventarse un personaje que se sostenía en el heroísmo, en el “todo lo hago por mi patria”. Ascendió de manera rapidísima por méritos de guerra.

P. Llegó a ser general con 33 años.

R. El ascenso rápido por méritos de guerra es importante para entender el odio que le tuvo a Azaña cuando en su reforma militar echó abajo este tipo de promoción. También lo odió por cerrar la Academia General Militar, que creó la dictadura de Primo de Rivera y de la que Franco fue director. Ahí entramos ya en la zona de los agravios. Los fue acumulando y los irá soltando a lo largo de su vida, y puede hacerlo porque llega a tener un poder con el que nunca había soñado.

P. ¿En qué momento lo obtiene?

R. Sin el golpe de Estado, tal como le salió, porque él no era el principal de los implicados, y sin la guerra, tal como le empezó a ir a partir de octubre, cuando fue elegido por los suyos jefe del Gobierno del Estado español, Franco no hubiera sido tan importante. Antes de 1936, solo era un héroe de guerra más, el general de división más joven de Europa.

P. ¿Qué importancia tuvo que al inicio de la guerra fuera quien contactó con Hitler?

R. Sin estar en Marruecos, la carta que le envía a Hitler nunca hubiera existido. Tuvo acceso a algunos alemanes allí que le permitieron llegar a él. Cuando su emisario llega a ver al Führer con la carta no le dice que se la envía Franco, sino un general español que está en dificultades tras dar un golpe de Estado contra la revolución. Y es entonces cuando Hitler muestra interés. Ya lo había explicado Preston: el ascenso a la cúspide del poder de un nadie más que nadie se produce porque sabe jugar la carta de la internacionalización y consigue pasar las tropas por el Estrecho y la ayuda de Hitler. Dos semanas después de empezar todo, alemanes e italianos ya se han puesto de acuerdo para que todas las armas pasen por Franco. Mola, Queipo de Llano y los demás quedan descartados. Tras la toma del Alcázar, que le da fama, empieza otro Franco.

P. ¿El Franco político?

R. En Zaragoza, en la Academia, con los múltiples agasajos que recibe, empieza a ver la miel del poder político. Que, claro, tiene que estar subordinado al poder militar. Y ya no piensa en otra cosa.

P. ¿Qué significa su victoria?

R. Que no tiene que demostrar nada. A él lo quieren porque ha ganado la guerra y librado a España de los comunistas.

P. ¿Qué tipo de régimen y de personaje construye durante la guerra?

R. Cuando se convierte en el jefe se da cuenta de que los militares rebeldes no tienen ningún plan. Serrano Suñer le dice que gobierna un Estado campamental y que necesita un Estado moderno: nazi, fascista, con un partido único. Franco tiene que conjugar la tradición militar de la que viene con el muy importante peso del catolicismo que lo apoya y con una fuerza nueva, la de Falange, que no ha llegado a ser un partido de masas. Franco fue construyendo su régimen mientras guerreaba.

P. ¿Y eso qué importancia tuvo?

R. Le permitió darse cuenta de la importancia de la religión y de los ritos. No solo sirve la propaganda, hacen falta los rituales. Y los ritos se realizan en torno a los mártires. Es lo que Gentile llama la religión política del fascismo. Los mártires empiezan a aparecer por todas partes, y los lugares de memoria.

P. Tras el final de la II Guerra Mundial, Franco se reinventa de nuevo.

R. El fascismo y la Iglesia, esa combinación para mí es la clave, y repartir juego, sin olvidar a los militares que estuvieron con él. Sabe que, por mucho fascismo y por mucha Iglesia, sin los militares que están a su lado no va a durar nada. Son los tres grandes ejes que van a marcar la historia de España. Cuando uno de ellos tiene que desa­parecer, con la derrota del fascismo en la guerra, Franco recibe de Carrero Blanco un informe en el que le dice que desde fuera no los van a echar, así que de lo que se trata es de mantener el orden y aguantar.

P. ¿Qué ha ocurrido mientras tanto dentro del país?

R. Franco se ha dedicado seis años a limpiar España y ha liquidado al enemigo interno, que está en el cementerio o en el exilio. Franco consigue en la posguerra, en medio del hambre y la represión, explicarle a la gente que él no tiene nada que ver en todo eso. Y consigue también transmitir que la monarquía que don Juan representa es la monarquía liberal que ha llevado a España a un fracaso rotundo, así que hace bien en saltarse la línea dinástica. Y conservar el poder.

P. ¿Cómo lo consigue?

R. La parte más sucia de las dictaduras no la llevan los dictadores. Kershaw, en su biografía de Hitler, inventó un término que yo lo aplico a Franco: “En la dirección del Führer”. El Führer no tenía que recordarle a nadie lo que tenía que hacer. Y lo mismo pasa con Franco.

P. Dice que los años cincuenta son la edad dorada de la tiranía.

R. Le doy mucha importancia a la guerra de Corea. Es el punto de inflexión que les permite a los poderes occidentales darse cuenta de que la Unión Soviética fue un aliado contra el fascismo pero que en ese momento es el enemigo. Franco lo capta de inmediato. Ese cambio es clave; el otro es el amigo americano. Que entiende que Franco más Salazar más lo que ocurre en Grecia son decisivos para controlar el Mediterráneo. El año 1953 es clave: se firma el concordato con el Vaticano y los acuerdos con Estados Unidos. Sabe que ya nadie lo va a tocar y, a partir ahí, ancha es Castilla. Para la corrupción y para todo.

P. ¿Qué ocurre con la llegada del Opus Dei al poder a finales de los cincuenta?

R. El Opus, desde un enfoque weberiano, hizo en un país sin protestantismo lo que produjo la ética protestante: racionalizar la Administración y el Estado para modernizar el capitalismo, y lo hizo sin abandonar el autoritarismo.

P. ¿Y los sesenta?

R. Conseguir aguantar con los grandes cambios que se producen entonces tiene mucho mérito. Además de recurrir a la represión, deja trabajar a la gente del Opus y, además, se produce una edad dorada del falangismo con gente del Movimiento tipo Fraga. Hasta que en 1969 sale a la luz Matesa, y se airea un caso de corrupción que toca a la Falange: el régimen se parte por arriba. Todos los estudios de las dictaduras muestran que estas solo caen por las luchas internas entre los que mandan. De la dictadura saco una conclusión clara: todos los personajes que rodean a Franco son masculinos, y tienen una doble moral. De los 119 ministros que tuvo, no hubo ninguna mujer, pero tampoco en la vida personal tenían relevancia: en las cacerías se sentaban en otro sitio, no comían con los hombres. Era una mentalidad cuartelera, pero pasada por África. Había misoginia en la forma de gobernar, en las leyes, en el desprecio y la subordinación de la mujer.

P. ¿Y la oposición?

R. Antes de la aparición de Comisiones Obreras, la oposición está en la catacumba. El sindicalismo clásico de la UGT y la CNT y los partidos políticos están desmontados, tienen un miedo terrorífico. Lo que surge es una nueva mentalidad que ya no va a luchar para echar a Franco y hacer la revolución. Esto lo captó Santos Juliá, lo captó Javier Pradera. Los nuevos eran gente de izquierda, pero ya no peleaban por la conquista de la Bastilla. Con un ejército unido, eso no se puede hacer. La verdadera oposición estaba en las asociaciones vecinales de barrio, en los curas obreros que por primera vez hablan de socialismo, en CC OO y en una decena de grupúsculos revolucionarios maoístas que aún creían que se podía hacer algo. Pero se veía que no iba a poder ser.

P. A Franco se lo defiende diciendo que fue un modernizador.

R. Que haya hoy quienes desde la ultraderecha quieren revitalizar a alguien que ya la mayoría de la gente sabía que no había hecho ningún bien a la historia de España, me permite creer que una biografía como esta pueda servir para hacer pensar. Hacer pensar, no adoctrinar. La gran peculiaridad de nuestra historia es que durante las tres décadas en las que en la Europa occidental se consolida la democracia y el Estado social de derecho, España está fuera de eso. Si Franco hubiera muerto en 1945, hoy sería recordado como un fascista.

P. ¿Hasta cuándo se mantuvo la represión?

R. Hasta el final. El Tribunal de Orden Público, el TOP, se crea en 1963 y se disuelve en enero de 1977. Todas las cosas buenas que hizo Franco las hicieron las democracias occidentales sin necesidad de torturas, de cárcel, de políticas de exclusión, de penas de muerte. Si la democracia no sabe explicar estas cosas, eso es otro problema: la historia sí lo hace.

P. Su biografía de Franco aparece en el contexto de una ácida polémica sobre los actos programados para celebrar su muerte.

R. Creo que 50 años después de la muerte de una persona que estuvo 40 años en el poder y que marcó la vida de España es un buen momento para explicarles a los ciudadanos muchísimas cosas. La fecha merece una conmemoración y que la gente pueda saber qué fue la dictadura de Franco. Un Gobierno, socialista o no, democrático no debe tener en 2025 ninguna duda sobre esto. Tenemos una peculiaridad, y no está en Sánchez, sino en un PP que nunca va a participar en esto, en una derecha que no ha sabido abordar nunca con libertad un pasado que también perteneció a la derecha de otros países europeos. Podría mirarse en Adenauer, en la democracia cristiana, para entender que a estas alturas todo lo que sea fascismo o autoritarismo no vale.

Franco, Julián Casanova, Barcelona: Crítica, 2025, 528 páginas. 22,90 euros.

jueves, 13 de febrero de 2025

P. G. Wodehouse

 Sobre uno de los autores que más me han gustado en mi carrera de lector, el sobrino eterno P. G. Wodehouse:

 "¡Gracias, P. G. Wodehouse!", en El País, 13 de febrero de 2025, por Daniel Gascón:

Hace 50 años falleció el que tal vez haya sido el mejor novelista cómico de siglo XX y un genio del lenguaje

Mañana se cumplen 50 años de la muerte de P. G. Wodehouse, quizá el mejor novelista cómico del siglo XX. Se le recuerda por el mentecato Bertie Wooster y su mayordomo Jeeves, o por el castillo de Blandings, donde el noveno conde de Emsworth se enorgullece de su cerda mientras su hermano Gally aterroriza a todo el mundo con el proyecto de escribir unas memorias. Wodehouse, nacido en 1881, era un hijo del imperio británico. Su padre era magistrado en Hong Kong. Se crio sin mucho contacto con sus padres, entre niñeras y tías (las tías son una fuente constante de terror cómico en su obra). Le encantó el internado y no pudo estudiar en Oxford por motivos financieros. Entró a trabajar en un banco; lo detestaba. Empezó a vender obras a revistas. Trabajó en Broadway y en Hollywood; sus novelas tuvieron mucho éxito. Vivió dos guerras mundiales. Su ficción recrea una Inglaterra idílica y casi invariable, con una clase privilegiada entre excéntrica y cabeza de chorlito. Uno de los episodios más controvertidos de su vida ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial. Residía con su mujer en Francia; los alemanes los detuvieron. Estuvo internado en Polonia. Le obligaron a hacer cinco emisiones de radio desde Berlín. No era propaganda: “Muchos jóvenes que comienzan su vida me preguntan: ‘¿Cómo se llega a ser prisionero?’ Bueno, hay varias maneras. Mi propio método fue comprar una casa de campo en el norte de Francia y esperar a que llegara el ejército alemán. Probablemente es el plan más sencillo. Tú compras la casa y el ejército alemán se encarga del resto”, decía en la primera emisión. Lo acusaron de traidor; Orwell fue uno de sus pocos defensores. Aunque fue rehabilitado, Wodehouse no volvió a su país; en 1947 se trasladó definitivamente a Estados Unidos. Escribió más de 90 novelas, además de películas, obras de teatro, relatos. Era un autor popular y un escritor de escritores: lo admiraban Auden, Waugh, Kipling. (Sobre él han escrito hace poco Jorge Freire y Daria Galateria; Anagrama ha publicado muchas de sus obras y un ómnibus.) Era tímido, generoso, meticuloso e infatigable. Inventó personajes y situaciones inolvidables, pero era sobre todo un genio del lenguaje, con un talento asombroso para los símiles: “Una vida de almuerzos había hecho que su pecho se desplomara a la entreplanta”, “Parecía una oveja con una pena secreta”, “Una tía llamaba a la otra, como dos mastodontes mugiendo en la ciénaga primigenia”. ¿Dónde empezar? ¿El código de los Wooster? ¿De acuerdo, Jeeves? Cualquier sitio es bueno: como decían Mathew Parris y Stephen Fry en una conversación sobre The Master, es difícil distinguir a Wodehouse de un rayo de sol.

sábado, 8 de febrero de 2025

El gran corruptor Juan March y sus negocios criminales, por David Cot.

 “Nuestra Cruzada es la única lucha en la que  los ricos que fueron a la guerra salieron más ricos.” Franco pronunciaba estas palabras tan  sorprendentemente honestas en un discurso de 1942 en Lugo. La historia de la guerra civil y de la dictadura franquista representa muchas cosas, pero entre otras, es la historia de un reducido número de personajes y familias que amasaron una fortuna al estar en los círculos de poder del nuevo estado que construyó el general Francisco Franco. 

Soy David Cot, presentador de Memorias Hispánicas,  y esta es la última entrega de la serie dedicada a Juan March Ordinas, el mallorquín que fue  el hombre más rico de España. En esta ocasión veremos algunos de sus negocios de posguerra, su  época de oposición al régimen franquista que él mismo había aupado, cómo surgió la Fundación Juan March, y su muerte y herencia. Veamos los últimos años de vida de uno de los hombres más  importantes de la historia de España del siglo XX. 

Negocios de posguerra

Ya vimos que Juan March tuvo un rol crítico en la  guerra civil española y que hizo un gran negocio con ella, gracias a sus préstamos, el tráfico de  armas y el control del comercio exterior. March hizo una apuesta arriesgada con los sublevados,  pero le salió bien y reforzó su papel como hombre más rico de España, eso sí, como un gran patriota  tenía el dinero principalmente en Suiza y Reino Unido. Se convirtió en el séptimo hombre más rico  del mundo según estimaba un diario londinense en 1943 gracias a los beneficios extraordinarios  de guerras. Mientras millones de personas habían muerto, estaban refugiadas, o pasaban toda  clase de penurias, el mercader de la muerte se construyó un palacio en Palma de Mallorca. En los primeros meses de 1939 fundó Aucona para centralizar sus actividades de exportación e  importación, en unos años en los que prácticamente monopolizaba el comercio exterior de España.  También poco antes de terminar la guerra civil fundó en Londres la Juan March & Co. con el  objetivo de controlar el mercado de divisas de España y el comercio con Reino Unido. Servía  de agencia financiera, de bolsa y de cambio de divisas, y entre los directores de esta sociedad  estaba un agente del servicio secreto británico, lo que remarca las buenas conexiones  de March con el gobierno británico. 

En España el capitalista mallorquín ganó mucho  dinero con el estraperlo, la venta de artículos eludiendo el control estatal, aprovechándose  del contexto de miseria de la posguerra. Nunca dejó el contrabando. En los años 50 seguía  traficando con tabaco, e incluso sacerdotes de Estados Unidos le pasaban cigarrillos de  forma ilegal. Eso pese a que, cuando se fundó Tabacalera en 1945 para monopolizar la venta de  tabaco, la familia March poseía en torno al 10%  de las participaciones. Ya vimos en el episodio  sobre los sobornos británicos que Juan March hizo negocios con los dos bandos de la Segunda Guerra  Mundial, aunque principalmente con los aliados, y ganó mucho dinero con el tráfico de armas.

 En este contexto, el hombre más rico de España aumentó las exportaciones de bienes de primera  necesidad. Esto ocurrió entre 1939 y 1942, cuando se produjo en España la hambruna más brutal  de su historia, que provocó la muerte de más de 200.000 españoles. Pero al cerdo capitalista y  traidor de Juan March esto le daba igual. España se había convertido en un estado totalitario, así  que ya no se tuvo que enfrentar a protestas por falta de alimentos como ocurrió cuando había  mallorquines que sufrían de hambre por sus exportaciones durante la Primera Guerra Mundial. Arturo Dixon recogió una anécdota que retrataba perfectamente a Juan March: “Desde Checoslovaquia  llegó a un puerto español un barco con un cargamento de zapatos. Cuando se examinó la carga,  se vio que todos eran del pie izquierdo y que, por lo tanto, no servían. La única persona que  pujó para quedárselos — naturalmente a un precio enormemente bajo— fue Juan March. Poco después  llegó otro barco con un cargamento de zapatos. Esta vez todos eran del pie derecho. Y de nuevo  March los compró a un precio verdaderamente irrisorio. Solo él sabía que los zapatos del  segundo envío hacían juego con los del primero. Además, ambas entregas fueron declaradas por la aduana como «mercancías inacabadas», y por lo tanto, libres de impuestos.” Otra anécdota que refleja el carácter de March viene del que había sido confesor  de Alfonso XIII. En 1945 era un hombre mayor en apuros económicos, y decidió reclamarle  a March todas las promesas económicas que le había hecho por sus favores. Este confesor fue clave en convencer a la empresa francesa, quien tenía el monopolio de venta de tabaco en el  Marruecos español, para que renovasen el contrato de subarrendamiento a March en los años 20. Pero  March nunca le pagó ni se dignó a contestar a la carta. Así de desagradecido era con quienes ya veía que no podía sacar ningún provecho. 

March contra el régimen franquista

Pero las relaciones de Juan March con la dictadura  franquista no siempre fueron buenas. Conforme se consolidaba en su puesto, Franco se irritó cada vez más por las deudas contraídas en la guerra con el mallorquín y no quería permitir que su  pretensión de monopolizar el comercio exterior pusiera en peligro la estabilidad de las finanzas  estatales. March chocó sobre todo con el ministro de Comercio e Industria, Demetrio Carceller, un  falangista favorable al intervencionismo estatal extremo que se enriqueció con comisiones obtenidas del mercado negro y el comercio  exterior, como el tráfico de wolframio y petróleo. Era por tanto un competidor directo de Juan March, y así debe entenderse estos choques dentro de la  dictadura franquista, que era una cleptocracia como ya vimos en el episodio anterior de esta  serie. En 1941 Carceller acusó a March de masón y de provocar escasez de materias en España, y  el ministro de Trabajo José Antonio Girón exigió que lo fusilaran por alta traición. A Valentín  Galarza, ministro de Gobernación, le ordenaron que retirase el pasaporte a Juan March y que lo  pusiera bajo arresto domiciliario. Sin embargo, Galarza era uno de los que recibían los sobornos  británicos directamente de March, y le trasladó la información para que pudiera abandonar el país. March envió una carta a Franco negando las acusaciones y pidiendo ir al Consejo de Ministros  para defenderse, donde podría denunciar la corrupción de dos o tres ministros. El fascismo falangista odiaba a March por representar el arquetipo de capitalista insaciable sin  patria, pero March no había financiado una rebelión militar para instaurar un gobierno que le  pusiera trabas a sus negocios. En julio de 1942, Juan March fue detenido durante unas horas porque  los servicios secretos españoles tenían indicios  de que participaba en una  conspiración monárquica contra Franco. Cuando fue liberado, no se la jugó y huyó  de España para fijar residencia en Lisboa, centro de conspiraciones monárquicas. Otros  monárquicos, como Pedro Sainz Rodríguez y Eugenio Vegas Latapié, quienes ya desde  el día de la proclamación de la República conspiraban contra ella, tuvieron que  trasladarse a Portugal debido a las amenazas de detención por parte de la dictadura  de Franco. Allí también residía José Gil Robles. 

Tras la operación Torch en el norte de  África en noviembre de 1943, la presión privada y pública para restaurar la monarquía en  España aumentó. Juan de Borbón expresó que había llegado el momento de sustituir la dictadura  de Franco, vista como un régimen de transición, y generales monárquicos como Orgaz y Kindelán  pidieron a Franco que abandonase el poder y dejase las formas de gobierno a imitación de  otras extranjeras, en referencia al fascismo, y volviese a formas genuinamente  españolas, la de la monarquía católica. 

March gastó al menos un millón de francos suizos a  favor de Juan de Borbón durante la Segunda Guerra  Mundial. El capitalista creía que lo mejor sería  que la dictadura franquista fuese sustituida por una monarquía aceptada por la izquierda y capaz  de cohesionar España. Básicamente se adelantó a lo que sería luego la Transición. En 1944 la  victoria ya se veía a favor de los aliados, y se formó la Alianza de Fuerzas Democráticas  entre socialistas, anarquistas y republicanos, excluyendo a comunistas. Franco y todo su  régimen temían que, pese a haber ganado la guerra civil, ahora perdiesen el poder. March celebró una reunión con las fuerzas opositoras en el piso de su amante Matilde  Reig. El mallorquín ofreció un cheque y le dijo a Régulo Martínez, presidente de la Alianza,  que pusiera la cantidad que quisiera. Lo que querían los opositores era hacer propaganda para  difundir las corrupciones de Franco y su régimen, pero Juan March se negó porque temía que eso le  costara la vida. Al final, esto quedó en nada, pero Franco se enteró de la reunión. March volvió a Portugal, porque le llegó el soplo de que Franco había expresado  que quería matarlo, y al terminar la Segunda Guerra Mundial fijó su residencia  en Ginebra, Suiza, aunque siguió visitando España muy frecuentemente. En 1946, viendo que el  régimen de Franco estaba para quedarse y que las victoriosas potencias aliadas no se estaban  moviendo para cambiarlo, Juan March comunicó que no iba a dar más dinero a la oposición  monárquica encabezada por Juan de Borbón. 

Juan March no mantuvo una relación estrecha con  Franco al finalizar la guerra civil. Bartolomé March, hijo del banquero, visitaba asiduamente el  palacio de El Prado e implicaba en los negocios familiares al entorno del dictador. Por tanto,  se puede describir la relación entre Franco y March como unmatrimonio de conveniencia. No había  amor ni confianza mutua, sino intereses comunes.   

 Pese a que tuvieron roces importantes, Barcelona Traction, uno de los mayores robos de la historia. Así nació FECSA Francisco Franco supo recompensar bien a Juan  March por su apoyo. El mallorquín se aprovechó de la coyuntura de la Segunda Guerra Mundial  para tomar medidas hostiles contra empresas extranjeras en suelo español y comprarlas a precio  de saldo. Así lo hizo con la filial mallorquina de General Electric, que a base de hostigamiento  los propietarios vendieron a March en 1942. 

Pero el mayor regalo de la dictadura franquista  a Juan March fue la Barcelona Traction. Estamos hablando de la compañía eléctrica de Cataluña,  conocida popularmente como La Canadiense, que por activos era la tercera empresa más grande  de España y producía el 20% de la electricidad del país. Era un holding con un entramado  empresarial muy complejo y opaco, constituido con capital extranjero que se aprovechaba de esta  estructura para no pagar sus impuestos en España. 

Su accionista principal y dirigente era Dannie  Heineman, un judío de nacionalidad estadounidense y belga que no pudo ejercer un control efectivo  sobre la compañía desde la guerra civil, primero por haber sido colectivizada y después  porque Franco prohibió la compra de divisas a  sociedades extranjeras. El ministerio de Industria  no permitía subir precios en las tarifas,  ni tampoco llevar a cabo nuevas inversiones.  Entre esto y que la compañía cobraba en pesetas que no paraban de devaluarse y debía  pagar a los acreedores en libras esterlinas, el negocio estaba en una situación complicada. Desde 1945 March fue comprando obligaciones de la Barcelona Traction hasta convertirse en  su mayor acreedor. Tras la constitución de la ONU y la exclusión de España de este organismo  internacional, existía un clima muy contrario a las empresas extranjeras del que March se  aprovechó, presentándose como un patriota  español dispuesto a poner su fortuna contra las  oligarquías financieras internacionales de las que él mismo pertenecía. Por ideología y como  recompensa por su contribución en la guerra, a Franco ya le interesaba que una gran empresa  pasase a estar en manos de un capitalista español. 

El 12 de febrero de 1948 un juez de la  localidad tarraconense de Reus declaró en quiebra La Canadiense, después de que hombres  de March presentasen una demanda para reclamar el pago de las obligaciones. Con eso, los intereses  de los acreedores pasaban a ponerse por delante de los accionistas, y el mayor acreedor era  March. Que el mallorquín untó al juez para que fallara a su favor con una medida tan  desproporcionada ni cotiza, porque muchas otras empresas no eran declaradas en quiebra  por simple falta de disponibilidad de divisas. 

Además, a los pocos días de la sentencia,  sin que los accionistas y directivos de la Barcelona Traction pudieran reaccionar  porque no les notificaron a tiempo, un hombre presentó un recurso de apelación. Este  era un secuaz de March, que hizo este movimiento para evitar que los propietarios de la Barcelona  Traction pudieran presentar su propio recurso.  

Inmediatamente hombres de March tomaron el  control de la Barcelona Traction, y hubo negociaciones en vano con Heineman y protestas  de los gobiernos de Bélgica, Reino Unido, Canadá y Estados Unidos, aunque finalmente los  británicos actuaron a favor de su antiguo aliado. 

En enero de 1952 se procedió a la subasta  pública de la compañía. Solo pujó Fuerzas Eléctricas de Cataluña, conocida por sus  siglas FECSA, una empresa creada por Juan March expresamente para la ocasión y que contaba  también con la participación de diversos bancos, como el Santander y Pastor. El precio de compra  de las acciones fue de 10 millones de pesetas, cuando su valoración estimada estaba entre  los 1.000 y 3.000 millones de pesetas. Un robo en toda regla revestido de legalidad. Esta es solo una de las muchísimas pruebas que demuestran que la dictadura franquista fue  una cleptocracia, un gobierno donde primaba el enriquecimiento personal de algunos cercanos al  régimen. El magnate judío podría haber presentado una oferta por el mismo valor o superior  para evitar la venta. Se recurrió en vano la sentencia y los accionistas presentaron distintas  demandas en juzgados de España. Pero en la España de Franco no había independencia judicial, y  nadie podía ir contra el gobierno y contra March. 

El gobierno estadounidense, cuando se negoció  normalizar relaciones diplomáticas con la España franquista, presionó sobre esta cuestión  y advirtió de las consecuencias negativas en la imagen de España entre inversores internacionales,  pero Franco dijo que era una cuestión privada y que no podía hacer nada. Al final, Estados Unidos  proporcionó un crédito de cien millones de dólares a España, y así empezó su proceso de reapertura,  sin que afectase negativamente el caso Barcelona Traction a la atracción de inversiones  extranjeras. El caso terminó en el tribunal internacional de La Haya con una resolución  favorable para los March en 1970, cuando ya Juan March y Dannie Heineman habían muerto. En los años 50, ya en su vejez, Juan March Fundación Juan March, o cómo lavar la imagen de un capitalista corruptor con las manos manchadas de sangre quiso crearse la imagen de benefactor. En  consonancia con ser el más rico de España, era el que más aportaba en campañas benéficas  organizadas por la dictadura, como contra la tuberculosis o para viudas y huérfanos de familias  de militares. Con su dinero manchado de sangre y corrupción, March, sobre todo a través de su  esposa, financió algunas obras caritativas y religiosas, como la construcción del  colegio de los franciscanos en Palma. 

Sin embargo, su mayor acción en este sentido  filántropo fue en 1955. El capitalista mallorquín copió el modo de hacer de los ricos anglosajones  y creó la Fundación Juan March para que su nombre se recordara por generaciones, para lavar su  imagen y para pagar menos impuestos. La Fundación Juan March promueve la formación con becas e  intercambios de estudiantes e investigadores, la elevación y difusión de la cultura, así como  la investigación científica. La constituyó con 300 millones de pesetas y 1.200.000 dólares, siendo la  fundación con más recursos de Europa y equiparable a las grandes fundaciones estadounidenses. En  los años siguientes los March fueron ampliando su capital hasta los 1.000 millones de pesetas. La decisión de formar la fundación vino por sugerencia del catalanista Joan Mascaró,  nacido también en Santa Margalida y que fue trabajador de March, pero que, al acompañar  al hijo de este a estudiar en el extranjero, se licenció en lenguas y se convirtió en uno de los mayores especialistas en sánscrito. Este le envió una carta en 1951 sugiriéndole  imitar el ejemplo de otros millonarios en obras sociales o culturales para que su  nombre se perpetuase en la historia. Juan March quería morir sabiendo que la gente le  lloraría y honraría, y hay que decir que lo consiguió. A su muerte fue recordado por  su fundación y hoy en día mucha gente ni siquiera sabe quién fue realmente Juan March.  

Muerte de Juan March Ordinas

Hablando de su muerte, el 25 de febrero de 1962, su chófer conducía un Cadillac para  llevar a March a una reunión por Madrid, pero un vehículo circulaba en dirección contraria  y chocó violentamente con el coche del hombre más rico de España. El millonario de 81 años se llevó  la peor parte y sufrió numerosas fracturas y un shock traumático, aunque permaneció consciente.  El prestigioso médico catalán Josep Trueta se desplazó expresamente desde Londres para  examinarlo, y también se desplazó desde Barcelona el doctor Puigvert, pero era difícil que  sobreviviera con 81 años y varios traumatismos. 

Modificó el testamento para elevar hasta los  2.000 millones de pesetas el capital de la Fundación Juan March. Mostró algunos signos  de mejoría, pero nadie se atrevía a hacer un pronóstico optimista. Su amante Matilde Reig,  familiares, y ministros de Franco lo visitaron,  y un padre lo confesó y administró los sacramentos  el 4 de marzo. Juan March nunca fue religioso,  pero debió pensar que más valía ser pragmático  y asegurarse una plaza en el cielo por si  existía. En sus últimos días las mejorías  desaparecieron y entró en un estado delirante. 

Finalmente, el 10 de marzo de 1962 falleció  Juan March Ordinas. Se oficiaron misas en Madrid y Palma de Mallorca en las que asistieron  todas las grandes personalidades del momento. La Banca March y FECSA suspendieron sus actividades,  y los barcos de la Transmediterránea ondearon las banderas a media asta. Fue enterrado en el panteón  familiar en Palma de Mallorca, junto a su esposa que ya había muerto unos años antes. La noticia  de su muerte llegó a ocupar primeras páginas en diarios de todo el mundo, que tildaban a March del  hombre más misterioso del mundo y el Rockefeller español. Un becario envió esta carta: “No conocí  a don Juan. Pero difícilmente olvidaré su nombre. Sin su ayuda nunca habría pisado la Universidad.  Le ruego acepte esta pequeña nota de condolencia.” 

Así fue Juan March, en pocas palabras ¿Quién fue, por tanto, Juan March Ordinas? Después  de haber estudiado su biografía, describiría al  mallorquín como un capitalista que no tuvo ningún  escrúpulo para conseguir sus objetivos. Siempre que podía buscaba la colaboración voluntaria de otros o inducirlos a ello mediante sobornos, se valió de la corrupción empresarial y política  para hacerse el hombre más rico de España, pero aquellos que no se sometían a su  voluntad se aseguraba que lo pagasen caro.  

No tenía ninguna moral más que el dinero. March era un hombre que tenía como objetivo y obsesión hacerse siempre más y más rico e  influyente, no llegó un momento en que dijo, vale, estoy feliz con la riqueza que he acumulado  y ahora voy a disfrutar. Azaña lo describía en 1932 como un hombre intrépido, inteligente,  y lleno de rabia. Juan March no era el típico mafioso italiano que actuaba de patriarca de un  clan familiar extenso. Era un hombre solitario, con muchos lacayos a sueldo, y que sabía hacerse  imprescindible y moverse en la política para que sus negocios triunfasen. Se rodeaba de  un equipo de técnicos competentes que le fuesen fieles. Era un mafioso a la española. Era un hombre muy individualista y egocéntrico que solo velaba por sus propios intereses. Por  eso tampoco tuvo inconveniente en proporcionar suministros a dos bandos en guerra, porque lo importante era ganar dinero. Cuando le convenía,  se presentaba al público como alguien preocupado por el patriotismo, la religión, o como un mecenas de artes y ciencias, pero eso no eran más que  maneras de justificar sus acciones y lavar su imagen. Juan March Ordinas fue sin duda uno de  los hombres más listos, ambiciosos, amorales  y más importantes de la España del siglo XX. 

Juan March y la legitimidad de las herencias

El testamento de Juan March declaraba heredero único a su hijo mayor Juan March Servera. Este se  quedó en pleno dominio con el 60% de los bienes, y el usufructo del 40% restante para dos  nietos del patriarca familiar. En cambio,  excluyó de la herencia y solo dejó la legítima  que le correspondía a su hijo menor Bartolomé. 

Juan apenas se relacionó con este hijo, que  las malas lenguas decían que ni era hijo suyo, y en cambio fue el mimado de su madre Eleonor y  recibió todos sus bienes en herencia. Bartolomé era un mecenas y coleccionista, un vividor  alejado del espíritu capitalista de su padre. Quizás por eso Juan March lo repudiaba  y no quiso fragmentar el patrimonio familiar. 

Pero esto no es lo importante. Lo importante es  preguntarse qué legitimidad tiene la herencia de Juan March y que hoy los March sigan siendo una  de las familias más ricas de España. La memoria histórica sobre la Segunda República, guerra  civil y dictadura franquista sigue siendo un campo de batalla ideológico muy importante  porque los beneficiarios del franquismo saben que el reconocimiento de la ilegitimidad del  franquismo y de todas sus acciones criminales es solo un primer paso que luego puede derivar en  la exigencia de políticas de reparación económica y devolución del patrimonio robado, como se  hizo en Alemania a las víctimas del nazismo. 

En el caso de los March, no es solo que  se lucrasen en la dictadura franquista, sino que sus chanchullos ya venían de antes.  Hemos visto a lo largo de la serie de episodios sobre Juan March que la riqueza de los March se  formó a base de la corrupción, el contrabando, el tráfico de armas, la especulación  inmobiliaria, las actividades bancarias, los monopolios ilegales, la exportación de  alimentos mientras se provocaba hambre en España, los asesinatos y la financiación de los golpistas  en la guerra civil, aparte de por supuesto las relaciones laborales propias del capitalismo. Desde mi posicionamiento anarquista, la propiedad privada es en sí misma ilegítima,  porque se basa en desigualdades y las reproduce, en términos tanto de poder como de riqueza  material. No es aceptable que la riqueza, que es el resultado de esfuerzos colectivos  acumulados durante siglos, sea monopolizada por unos pocos y que estos vivan del trabajo de otros.  Pero incluso si no cuestionas la legitimidad de la propiedad privada y con ella las herencias,  creo que si tienes un mínimo de moralidad verás que no puede justificarse la concentración y  perpetuación de la riqueza en una familia que cometió tantas actividades ilegales y muchas  de ellas en contra de la mayoría de españoles. 

El sistema de leyes y gobiernos protege a los  grandes ladrones como Juan March, mientras que  cae todo el peso de la ley sobre los que cometen  pequeños hurtos. ¿Cómo se puede defender esta injusticia? ¿Cómo alguien puede decir sin  que se le caiga la cara de vergüenza que no, que Juan March fue un gran empresario y que su  familia está donde está gracias a que era un genio y trabajó más que nadie, y que si eres pobre será  porque eres un vago? ¿Cómo alguien aún puede caer en el discurso meritocrático del capitalismo? Es indecente que no se aplicase la Ley de Memoria Democrática a la Fundación Juan  March, que lleva el nombre del principal, y más indispensable, financiador del golpe y de  los sublevados en la guerra civil. Pero claro, es más fácil atacar a las élites políticas  y militares que ya no están en el poder que a las élites económicas beneficiarias del  franquismo, que siguen perpetuándose hoy en día. 

La abolición del capitalismo y propiedad  privada creo que es la forma más simple de hacer tabula rasa, porque además pueden  haberse cometido todo clase de atropellos en la formación de la riqueza familiar de cada  uno de nosotros, pero ahora te pregunto a ti qué opinas sobre el debate de la legitimidad  de la herencia de Juan March y blanqueamiento de su figura a través de su fundación, y  sobre el debate de las herencias en general.  

Espero tus reflexiones en los comentarios. En cualquier caso, espero que si te has visto la serie completa sobre Juan March Ordinas  hayas aprendido mucho sobre este personaje tan importante de la historia de España y del que se  habla poco para no enfadar a los March, y espero que te lleve a reflexiones más profundas sobre el sistema en que vivimos que recompensa a tipos sin escrúpulos como Juan March. Si es así, por favor  dale a me gusta y compártelo para ayudar en su  difusión, y suscríbete al programa si eres nuevo. Puedes apoyarme en patreon.com/lahistoriaespana a cambio de beneficios exclusivos, también  en YouTube y Spotify con membresías, o con una donación en la página web del programa, donde  también encontrarás los guiones y fuentes de mis  episodios. Muchas gracias por cierto a Juan Carlos  Traversi por haberse hecho miembro del canal. 

Hacer esta serie ha sido gratificante por todo  lo aprendido, pero también me ha recordado porqué ya no hacía series, por el compromiso de  dedicación y tiempo que suponen. Lo próximo de Memorias Hispánicas quizás serán ya entrevistas a historiadores, que tengo muchas ganas de hacer, así que permanece atento por ello y  mantén las notificaciones activadas o sigue el Discord o canal de WhatsApp.  ¡Gracias por escucharme y hasta la próxima!