jueves, 28 de mayo de 2020
Inédito de Antonio Rodríguez García Vao
viernes, 26 de mayo de 2017
La muerte de Larmig
domingo, 3 de abril de 2016
El jardín de Proserpina, de Algernon Charles Swinburne
Aquí, donde el mundo se acalla;
aquí, donde todas las aflicciones
se agolpan como olas exhaustas,
o como un tumulto de muertas corrientes
en un dudoso sueño de sueños.
Veo crecer las verdes campiñas
entre sembradores y labradores,
en tiempos de cosecha y en tiempos de siega;
un dormido mundo de arroyos.
Cansado estoy de la alegría y la tristeza,
de los hombres que ríen y lloran,
y el destino que aguarda a sus cosechas.
Los días y las horas me fastidian,
marchitos capullos de flores estériles,
y también los anhelos, poderes y deseos;
dormir, solo quiero dormir.
Aquí la vida es vecina de la muerte;
lejos de la vista y el oído, en otras regiones,
resuena el sollozo de las olas y de los vientos
empujando al espíritu en frágiles embarcaciones.
A la deriva, sin rumbo fijo.
Mas aquí, del otro lado del mundo,
donde nada florece,
esos vientos no soplan.
Aquí no brotan hierbas ni malezas;
no hay brezos ni vid;
entre débiles juncos donde las hojas no crecen,
sólo mustios capullos de amapola,
verdes racimos de Proserpina,
para que ella exprima su vino mortal
y lo entregue a los muertos.
Pálidos, innumerables, sin nombre,
inclinándose en sombríos campos de mieses
durante toda la noche,
esos muertos, como almas tardías,
no acunadas en cielo o infierno alguno,
abatidas por la neblina y la tiniebla,
buscan el brillo de una luz
que los aleje para siempre de las sombras.
Mas por fuerte que sea nuestra vida,
también algún día habremos de morir.
Y no seremos ángeles, si ascendemos al cielo,
ni sufriremos dolores, si caemos al infierno.
Pero la belleza que hay en nosotros
habrá de nublarse hasta perecer
y nuestro amor, ya en reposo, tocará su fin.
Allí está ella, detrás de atrios y pórticos,
coronada de yermas hojas,
recogiendo toda cosa mortal
que llegue hasta sus frías e inmortales manos.
Allí está ella, temida por el amor
a quien supera en dulzura,
acercando sus labios
a tantos hombres de tierras y tiempos diversos.
A la espera de todos nosotros,
nacidos para morir,
ella nos hace olvidar esta tierra, nuestra madre,
y la vida de los frutos y las mieses.
La primavera, las semillas y las golondrinas
emprenden vuelo y la siguen,
allí donde el canto del verano se ahueca
y la vida se aleja.
Allá van los amores marchitos,
los viejos amores con sus alas cansadas,
y los años perdidos y las cosas deshechas.
Moribundos sueños de inhóspitos días,
ciegos capullos arrancados por la nieve,
hojas salvajes arrastradas por el viento,
sangrientos extravíos de arruinadas primaveras.
Ni las tristezas ni las alegrías son seguras;
el presente ha de morir en el mañana
y nada hay que pueda doblegar el señorío del tiempo.
El corazón, decaído y displicente, suspira acongojado;
sus ojos abatidos y olvidadizos
gimen la brevedad del amor.
Por grande que sea nuestro apego a la vida,
buscamos liberarnos de esperanzas y temores;
por eso agradecemos a los dioses,
no importa quiénes sean,
que la vida no dure para siempre,
que nada perturbe el dormir de los muertos,
que hasta el río menos generoso
haya siempre de retornar al mar.
Porque entonces no habrá estrellas ni soles
ni cambios de luz que puedan despertarnos;
no habrá agua que se agite tumultuosa
ni sonidos ni visiones;
tampoco habrá días, estaciones, o seres luminosos;
solo un eterno sueño
en una eterna noche.
Traducción de Armando Roa Vial
viernes, 26 de noviembre de 2010
Ricardo Blanco Asenjo
PROMETEO.
(A mi querido amigo, el eminente poeta lírico don Ramón de Campoamor)
Las gradas estaban llenas;
ruidosa y alborotada,
la muchedumbre apiñada
cabía en el circo apenas.
Desierta quedose Atenas
desde el Pireo al Pecilo,
que más que al famoso Milo,
el atleta de Crotona,
el pueblo aplaude y pregona
las creaciones de Esquilo.
Hierve la inmensa canalla
con estrépito sonoro;
comienza a cantar el coro
y el ronco murmullo calla.
Cruza el rayo, el trueno estalla;
sobre el Cáucaso elevado,
desnudo y ensangrentado,
gime un hombre sin consuelo;
pero en vano clama al cielo
Prometeo encadenado.
De aquel gigante caído
que en vano impotente lucha,
con espanto el pueblo escucha
el aterrador gemido:
bate el pueblo conmovido
las palmas con emoción,
sin saber que la ficción
que en el escenario aprueba,
es la tragedia que lleva
el hombre en su corazón.
Como gigante caído
que se revuelve y se agita,
así el corazón palpita
dentro del pecho escondido.
Misterio no comprendido
que le condena a ser reo,
cadenas forja el deseo
que intenta romper en vano:
cada corazón humano
lleva dentro un Prometeo.
No hay razón por que se asombre
el pueblo ante aquella escena,
arriba el cielo que truena,
abajo el dolor del hombre.
De otra tragedia sin nombre
la humanidad es actora:
eterna y aterradora
la gran tragedia se mueve:
arriba el cielo que llueve
abajo el hombre que llora.
Inquietud gigante, inmensa
que al espíritu combate
lo que en nuestro pecho late,
lo que nuestra mente piensa.
Esa vaguedad intensa
en que se agita el deseo
fe inspirada en Galileo,
constancia heroica en Colón,
ensueño, caos, razón,
¡Prometeo! ¡Prometeo!
Destino, error, fatalismo,
virtud, serena conciencia,
de un lado el bien y la ciencia,
del otro el mal y el abismo;
en medio noble heroísmo
que alienta en el corazón,
por el hombre abnegación
por la patria libertad,
por el progreso verdad,
por el cielo religión.
Firme fe, que contra el yugo
de la ignorancia y del vicio
en heroico sacrificio
su cerviz rinde al verdugo.
Defender al bien le plugo
en titánica disputa,
y ningún temor le inmuta,
ante el bien nada le arredra:
ni Esteban teme la piedra
ni Sócrates la cicuta.
El cielo airado, teñido
de nieblas el horizonte,
sobre la cima de un monte
desnudo un hombre oprimido.
Mal que triunfa, bien vencido,
Verbo de Dios encarnado,
Cristo en la Cruz enclavado,
llanto y dolor: no os asombre,
es la tragedia del hombre,
Prometeo encadenado.
Rodando en la inmensidad
peñasco informe es la tierra,
quebrado monte que encierra
sujeta a la humanidad.
Luchando por la verdad
y de la ignorancia esclava,
su dolor el tiempo agrava,
su mal nunca se remedia:
esa es la eterna tragedia,
tragedia que nunca acaba.
¡Ay! Al pueblo que aplaudía
más que al esfuerzo de Milo
el genio sacro de Esquilo
que el Prometeo escribía,
nadie le dijo aquel día:
“La poética ficción
que tu aplauso y tu emoción
en el escenario aprueba,
es la tragedia que lleva
el hombre en el corazón".
Manuel de la Revilla
Si de la nada vengo y en la nada
triste fin ha de hallar mi amarga vida,
y el alma pura que en mi pecho anida
ha de ser en el polvo sepultada;
si es ilusión la gloria deseada
y mentira la dicha prometida,
y el eterno ideal sombra fingida,
del vano sueño en la región forjada;
¿por qué me diste, bárbaro destino,
esta sed de placeres insaciable
y este ideal de espléndida hermosura,
si al término fatal de la jornada
me ha de arrojar la muerte inexorable
en el abismo de la nada impura?
jueves, 4 de noviembre de 2010
Prometeo, de Joaquín Dicenta Benedicto
domingo, 8 de agosto de 2010
El anillo de Wagner
jueves, 25 de marzo de 2010
Un soneto de Manuel del Palacio
En recuerdo de la Revolución de septiembre de 1868
Un año cumple que la inmunda tropa
de moderados, frailes y Borbones,
del poder arrojada á pescozones
pasó á la emigración con viento en popa.
Dejando de ser fábula de Europa,
reconquistó la España sus blasones
y entre vivas y aplauso y ovaciones
bebimos del placer la dulce copa.
Hoy, pueblo, te amenazan nuevos daños:
los que cual rey te adulan á porfía,
te envuelven en la red de sus engaños.
¡Tú, de ti mismo rey! No todavía;
¡has llevado la albarda muchos años,
para vestir la púrpura en un día!
Madrid, 1869.
Manuel del Palacio es el gran satírico del siglo XIX, el Quevedo de su época. Algunos botones de muestra; el primero, de su facilidad para versificar:Por cuestión de negra honrilla
me propongo demostrar
que el hacer una quintilla
es la cosa más sencilla
que se puede imaginar.
Contra la famosa monja de las llagas, sor Patrocinio
Tuvo sobre Isabel mucho dominio
la milagrosa monja Patrocinio.
Quien el motivo averiguar anhele
cambie la pe de Patrocinio en ele.
El segundo, dedicado al duque de Almodóvar del Río, ministro de Estado que lo castigó con la jubilación forzosa:
Parece Grande y es chico;
fue ministro porque sí;
y en cuatro meses y pico
perdió a Cuba, a Puerto Rico,
a Filipinas y a mí.
O El que dedica al Ministerio, como dice Valle, de Desgobernación; el reloj aludido lo compondría un famoso liberal emigrado en Londres, Losada, que tenía ahí un afamado taller de relojería:
-Ese reló tan fatal
que hay en la Puerta del Sol
-dijo a un turco un español-
¿por qué anda siempre tan mal?
Y el turco, con desparpajo,
contestó cual perro viejo:
-Ese reló es el espejo
del gobierno que hay debajo.
Y un famoso epigrama:
¡Igualdad! oigo gritar
al jorobado Torroba,
y se me ocurre pensar:
¿Quiere verse sin joroba,
o nos quiere jorobar?
Otro:
Mas, si queréis ejemplo más profundo,
en Palacio hallaréis una señora
que es capaz de joder con todo el mundo.
Un belén es en la lengua clásica un "alboroto, asunto o situación confusa y complicada", en este caso en política. Por cierto que hizo célebre su definición de esta última, que aún hoy muestra justeza:
Política: arte ramplón
que se aprende mal y pronto,
y en la española nación
es constante ocupación
de algún sabio y muchos tontos.
Como recuerda nuestro manchego Pepe Esteban, Eduardo de Lustonó, que acabó el pobre, como tantos posrománticos, loco de atar, lo retrató con claridad:
Cáustico, duro, severo,
eco fiel de claridades,
nos dijo cuatro verdades...
y paró en el Saladero.
Allí purgó noche y día
pecados de su soneto
por revelar un secreto
que todo el mundo sabía.