viernes, 26 de noviembre de 2010

Ricardo Blanco Asenjo

Otro buen poeta posromántico: Ricardo Blanco Asenjo.


PROMETEO.


(A mi querido amigo, el eminente poeta lírico don Ramón de Campoamor)


Las gradas estaban llenas;
ruidosa y alborotada,
la muchedumbre apiñada
cabía en el circo apenas.
Desierta quedose Atenas
desde el Pireo al Pecilo,
que más que al famoso Milo,
el atleta de Crotona,
el pueblo aplaude y pregona
las creaciones de Esquilo.

Hierve la inmensa canalla
con estrépito sonoro;
comienza a cantar el coro
y el ronco murmullo calla.
Cruza el rayo, el trueno estalla;
sobre el Cáucaso elevado,
desnudo y ensangrentado,
gime un hombre sin consuelo;
pero en vano clama al cielo
Prometeo encadenado.

De aquel gigante caído
que en vano impotente lucha,
con espanto el pueblo escucha
el aterrador gemido:
bate el pueblo conmovido
las palmas con emoción,
sin saber que la ficción
que en el escenario aprueba,
es la tragedia que lleva
el hombre en su corazón.

Como gigante caído
que se revuelve y se agita,
así el corazón palpita
dentro del pecho escondido.
Misterio no comprendido
que le condena a ser reo,
cadenas forja el deseo
que intenta romper en vano:
cada corazón humano
lleva dentro un Prometeo.

No hay razón por que se asombre
el pueblo ante aquella escena,
arriba el cielo que truena,
abajo el dolor del hombre.
De otra tragedia sin nombre
la humanidad es actora:
eterna y aterradora
la gran tragedia se mueve:
arriba el cielo que llueve
abajo el hombre que llora.

Inquietud gigante, inmensa
que al espíritu combate
lo que en nuestro pecho late,
lo que nuestra mente piensa.
Esa vaguedad intensa
en que se agita el deseo
fe inspirada en Galileo,
constancia heroica en Colón,
ensueño, caos, razón,
¡Prometeo! ¡Prometeo!

Destino, error, fatalismo,
virtud, serena conciencia,
de un lado el bien y la ciencia,
del otro el mal y el abismo;
en medio noble heroísmo
que alienta en el corazón,
por el hombre abnegación
por la patria libertad,
por el progreso verdad,
por el cielo religión.

Firme fe, que contra el yugo
de la ignorancia y del vicio
en heroico sacrificio
su cerviz rinde al verdugo.
Defender al bien le plugo
en titánica disputa,
y ningún temor le inmuta,
ante el bien nada le arredra:
ni Esteban teme la piedra
ni Sócrates la cicuta.

El cielo airado, teñido
de nieblas el horizonte,
sobre la cima de un monte
desnudo un hombre oprimido.
Mal que triunfa, bien vencido,
Verbo de Dios encarnado,
Cristo en la Cruz enclavado,
llanto y dolor: no os asombre,
es la tragedia del hombre,
Prometeo encadenado.

Rodando en la inmensidad
peñasco informe es la tierra,
quebrado monte que encierra
sujeta a la humanidad.
Luchando por la verdad
y de la ignorancia esclava,
su dolor el tiempo agrava,
su mal nunca se remedia:
esa es la eterna tragedia,
tragedia que nunca acaba.

¡Ay! Al pueblo que aplaudía
más que al esfuerzo de Milo
el genio sacro de Esquilo
que el Prometeo escribía,
nadie le dijo aquel día:
“La poética ficción
que tu aplauso y tu emoción
en el escenario aprueba,
es la tragedia que lleva
el hombre en el corazón".

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