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miércoles, 25 de marzo de 2020

Oído en canciones y visto en pinturas

Es curioso que haya falleciddo en estas fechas Max von Sydow, el caballero que jugaba al ajedrez con la Muerte (así, con mayúsculas de alegoría o antonomasia) en plena pandemia de Peste Negra medieval. Fue en El séptimo sello, la película de Bergman que antaño anduvo entre las siete mejores de todos los tiempos y trata un tema muy inédito en esta época de buitres: el fin de la vida. Solo All that jazz, Blade Runner o El hombre que mató a Liberty Valance se le han aproximado algo. 

Acaba de fallecer un gran amigo, Pedro Ysado, probablemente el profesor más entregado y bueno que he tenido la suerte de conocer. Ruego a sus innumerables alumnos y amigos una oración por su alma generosa, que, de seguro, habita ahora en un orden mejor y enseña materias que no son materia, sino espíritu, aprendiendo en la tarea, como todo profesor que se precie.



Es difícil escribir en estos momentos, pero tengo que hacerlo. No puedo ofrecer sabias estadísticas, ni elaborados pensamientos o especulaciones sobre algo de que no quería tratar, la pandemia. Añadiré tan solo a lo mucho y bien que ya se ha dicho que, si alguna guerra pudiera haber sentido, la única sería la guerra contra la ignorancia, la enfermedad y el sufrimiento. Cuando todos nos demos cuenta de ello habremos llegado verdaderamente a la Edad de Oro del hombre, y no a este estúpido simulacro. Por eso no es congruente criticar al gobierno en estos momentos, sino ayudarlo, cada uno en la medida en que pueda hacerlo.

Ernest Hemingway escribió no pocos relatos memorables, como El invicto, sobre la última oportunidad de un torero en Las Ventas, pero en uno de ellos, Una historia natgural de los muertos, habla de las clases de muertos que encontró a lo largo de toda su vida  como corresponsal de guerra o conductor de ambulancias en la Primera Guerra mundial. Algunas de estas estampas recuerdan al Territorio comanche de Pérez Reverte y al Eclesiastés, ("la muerte de los animales y de los hombres es una sola y la misma") pero lo hacen porque tienen una fuente común, la realidad. Hace unos días Isidro hablaba de la pandemia de gripe española, llamada por muchos "Soldado de Nápoles", por algunos versos alusivos de la famosa zarzuela La canción del olvido. Yo solo copiaré el pasaje en que Hemingway la describe, en el cuento citado, tras decir que había visto pocos muertos naturales:

En ella, los enfermos se ahogan en moco, sofocados. Cuando llega el fin se transforman nuevamente en niños, conservando su fuerza de hombres, y llenas las sábanas como si fuera un simple pañal, con una vasta y fina catarata amarillenta que fluye y avanza aún después de la muerte... Quisiera contemplar la muerte de uno de quienes se llaman a sí mismos humanistas...

Y cuenta cómo un teniente discute con un cirujano entreteniéndolo mientras un enfermo se muere. 

¿Ve usted, mi pobre teniente? Hemos disputado sin objeto. ¡En tiempo de guerra, disputar así por una tontería!

En el Eclesiastés se dice que "escribir libros es una tarea sin fin". En todo caso, es un fin muy lejano. El poeta de la I Guerra Mundial Wilfred Owen, fallecido una semana antes de que terminara la guerra (hemos visto además una gran película sobre esa fiesta, 1917), donde se sufrió de lo lindo la gripe española, no tenía muy claro qué era peor, si el nacionalismo o la enfermedad. El poema, que hace tiempo traduje bastante mal para otro lugar, es Dulce et decorum est:

Doblados como viejos mendigos bajo fardos, / entrechocando las rodillas y tosiendo como viejas, maldecimos a través del lodo / hasta darle la espalda a las condenadas bengalas / y empezar a arrastrarnos a un descanso inalcanzable. / Los hombres marchaban dormidos. Muchos, ya sin botas, / cojeaban calzados de sangre. Todos patéticos, ciegos todos, / bebidos por el cansancio, sordos incluso a los silbidos / de frustrados obuses que caían de espaldas. / ¡Gas! ¡Gas! ¡De prisa, chicos! En un éxtasis de torpeza / nos calamos zafias máscaras justo a tiempo; / pero alguno seguía pidiendo ayuda a gritos, tropezando / indeciso, como hombre ardiendo en llamas o cal viva. / Borroso tras los vidrios empañados de la máscara, / y, a través de aquella verde luz espesa, / como hundido en un mar verde, lo vi ahogarse. / En todos mis sueños, ante mi vista indefensa: / se abalanza sobre mí, se atraganta, se ahoga, se apaga. / Si en algún sueño asfixiante también pudieras seguir a pie / la carreta donde lo arrojamos / y ver cómo retorcía los ojos blancos en su cara, / una cara colgante, como un diablo harto de pecado; / si pudieras oír, a cada tumbo, la espuma de sangre que vomitan los pulmones podridos, / obscena como el cáncer, amarga como pus / de llagas viles e incurables en lenguas inocentes, / ¡oh amigo! no contarías con tanto entusiasmo / a los niños que arden ansiosos de gloria / la vieja mentira: Dulce et decorum est / pro patria mori

Un arma de destrucción masiva eran los gases, que ni siquiera un monstruo como Hitler, que había sido cegado temporalmente por ellos, quiso emplear, ni Stalin. Pero ahora que la naturaleza o Dios nos humilla con su poder, y nos hace emporcar menos el aire, el agua y la tierra, podemos decir que no hubo ni hay pandemia tan grande y malvada como la de la gilipollez.

jueves, 12 de marzo de 2020

Ugh

Me gusta Madrid porque es un lugar que todavía tiene rincones y mugres de penumbra donde uno se puede acomodar. En ella el conocimiento se muestra liberado en las personas. Pero hoy en día todo el mundo prefiere el fiestorro, los neones epilépticos y los sueños despiertos de la noche, un agónico All that jazz, aunque allí hasta los mendigos imparten cátedra horizontal de filosofía cínica, perroflautista o simplemente chulesca. El paro de todo es una buena oportunidad (al menos para los que no tienen que soportar a los hijos) para ir a las bibliotecas, si es que las dejan abiertas. Madrid no es solo una urbe, sino una ubre nutricia, la de la piel de vaca / toro que nos decía Estrabón.

Sin embargo, el centro peninsular anda estos días vacuo y desgentificado, que parecía imposible, allí, donde todo lo que falta a la España vacía se había ido. Uno está hasta la viruscoronilla, pero tiene que reconocer que nuestros hijos, y sobre todo nuestros nietos, parados ahora antes de estarlo definitivamente, lo van a tener chungo. Tras dos grandes recesiones, las de 2008 y 2020, el capitalismo, que ha vuelto a las crisis de preguerra al abandonar las ideas keynesianas de separar crédito especulativo del social, debería readaptarse o al menos refundarse de una forma más nórdica, sensata y desinteresada (los porcentajes de interés, se entiende). Deben ser repuestos los impuestos. Porque, si no, nuestros hijos no van ni a poder pagar el pato a la miseria por falta de fondos, de trabajo, de estado, de pensión, de educación, de salud, de seguridad social, de todo lo que les ha ido quitando el capitalismo buitre y neocón que impera salvajemente desde que la Thatcher y el Reagan empezaron a fragmentar el empleo y a roer el hígado del prometeico estado, que ya no está ni siquiera para  promesas y ahora mismo tiene que padecer a neothatchers y neorreaganes paleofascistas. Decía Quevedo a Felipe IV.º, como pudiera decirlo al VI.º:

Grande sois, Filipo, a manera de hoyo; / ved esto que digo en razón de apoyo: / quien más quita al hoyo más grande lo hace; / mirad quién lo ordena y veréis a quién place. /  Porque lo demás todo es cumplimiento / de gente civil que vive del viento. / Más de mil nos cuesta el daros quinientos; / lo demás nos hurtan para los asientos. / Y el pueblo doliente llega a recelar / no le echen gabela sobre el respirar.

¡Atchís! Como el deporte, que habría que hacerlo amateur, habría que sustituir a estos políticos de tan mala calidad, puros piojos del sistema, por otros elegidos meramente por sorteo, y dar a los técnicos lo que es de los técnicos. Si la vida está gobernada por el azar, el país también debería estar gobernado por tal principio, que es natural y eficiente. Un anarquista a lo Thoreau como Borges ya especulaba con ello en su cuento La lotería en Babilonia, pero se resignaba a decir en otro lado que "con el tiempo mereceremos que no haya gobiernos". Otro anarquista nacido en Galilea decía "que gobierne a todos el que sea esclavo de todos". Nuestros políticos no solo padecen la incapacidad de poder gestionar incluso nuestro fin como civilización, ya en el horizonte por el cambio climático y el aumento global e hipercomunicado de la ignorancia selectiva, sino que padecen una ingénita discapacidad moral. Por ello los que se agarran a la teta de la vaca estatal, los políticos profesionales, deberían resignarse a un nuevo mundo en que solo podrían agruparse no en partidos, sino en asociaciones como "Políticos anónimos".

En este tipo de asociaciones (no criminales) hay que seguir estrictamente el Programa de doce pasos y empezar reconociendo que existe un Poder Superior que es el que es (llamémoslo Anonymous, si os place) sin nombre ni siglas, que representa la voluntad general de la especie humana. Sería el derecho natural, que, como dice Cicerón en un pasaje muy estoico de su De república, (III, 22, 33) se identifica con la conciencia, la ética y la naturaleza:

La verdadera ley es una razón recta y congruente con la naturaleza, general para todos, constante, perdurable, que impulsa con sus preceptos a cumplir el deber y aparta del mal con sus
prohibiciones; pero que, aunque no ordena o prohibe algo inútilmente a los buenos, no conmueve a los malos con sus preceptos o prohibiciones. Tal ley no es lícito suprimirla, ni derogarla parcialmente, ni abrogarla por entero, ni podemos quedar exentos de ella por voluntad del Senado o del Pueblo, ni debe buscarse un Sexto Elio que la explique como intérprete, ni puede ser distinta en Roma y en Atenas ni hoy y mañana, sino que habrá de ser siempre una misma ley para todos los pueblos y momentos, perdurable e inmutable; y habrá un único dios como maestro y jefe común de todos, autor de la ley, juez y legislador, que no podemos desobedecer sin huir de nosotros mismos y sufrir la más cruel expiación por el hecho mismo de haber despreciado la naturaleza humana, aunque se haya evitado en otro tiempo lo que se llama suplicio.

Ese principio no reconoce naciones, sino conciencias. Se trata ya de apelar a los Deberes del hombre, no a sus Derechos. Los poderosos tienen todos los derechos que compra la ley y los débiles casi todas las obligaciones que exige la brutalidad de los primeros. Pero la Ley debe ser igual para todos, en deberes y derechos. La libertad tiene que ser una consecuencia de la responsabilidad y no al revés; no se puede poner el carro delante del burro ni la necesidad delante de la satisfacción. Con algunas cosas no se puede comerciar, por ejemplo con la vida, las medicinas, la educación, la investigación científica y la cultura. Tampoco con la política, cuando el interés supremo es la especie humana y está en juego el futuro de la misma, nuestros hijos. No es de creer que males tan globales como la crisis económica, las plagas, y el cambio climático puedan ser combatidos por naciones y principios egoístas, partidistas, nacionales o no sociales, porque eso equivale a promover nuestra extinción

martes, 3 de marzo de 2020

Cuentos chinos

El pobrecillo (o no: habría que ver las cuentas suizas de su papi, el creador del negocio, que ha reclamado incluso un juez) Felipe VI.º el Urgente, que dicen es un rey y no un ninot de Eugenio Merino, todavía sin quemar (Eugenio es un artista conceptual frustrado, como Hitler, que solo quemaba judíos), no es un coronavirus, ni siquiera un monarcavirus (han matado en México a dos protectores de la mariposa Monarca, pero eso en México es habitual) porque en España esa infección es, al parecer, incurable, aunque tan benigna como la venida de China. Qué le vamos a hacer... Nada.

Nos han informado mal con la Corona, como con el virus chino, que nos alcanza y nos afecta a todos aunque digan que no. Uno puede huir incluso a la cara oscura de la Luna, y allí se encuentra también con un chino, un coche llamado Chang'e 4, instalado en una depresión más profunda que la de un joven parado español. Coronas era una marca de tabaco tan mortífero como ese virus (una idea para los de Vox y otros amantes de las hogueras, como el difunto Krahe: expulsar a los estanqueros por genocidio, o peor, por sobrecargar a la Seguridad Social, que es más económico / importante). 

Otro pobrecillo, mi coterráneo Joaquín Sabina, menos difunto que Krahe, ha estado a punto de bajar el último escalón, el de la fosa, pero como tiene más baraka que el santísimo Caudillo, le ha dado por resucitar y todavía nos va a dejar alguno de esos sonetos tan buenos que escribe.

Yo le prefiero la escritura al canto, porque la escritura te enseña a asimilar; hoy en día hasta los guasap se envían hablados para no cometer las cada vez más abundosas y víricas faltas de ortografía, no digamos los artículos de prensa y la educación, cada vez más en vídeo. Con tanto ortopédico relajo se está perdiendo hasta la capacidad de abstraer, que es necesaria no digo ya que para redactar al menos una carta, sino para resumir un mundo tan complejo como el nuestro, que uno termina por concluir absente en un bar. La lectura siempre ha ejercitado la facultad de sacar algún sentido, incluso el común, a lo que no lo tiene, como se saca el común denominador a las fracciones de un mundo deshecho por la ignorancia, que es uno de los tres pecados capitales del budismo; los otros dos son el deseo y el desprecio; con esos tres nuestro mundo parece ir de cabeza no al nirvana, sino a la mierda. Porque nuestro mundo ha sido fragmentado por ese uno por ciento que posee el 86 % de la riqueza. Su voz es la única que suena, su estampa es la única que se retrata en los medios, de los que nos han hecho desaparecer, aunque seamos más reales que ellos, al menos cuantitativamente, pues somos tan muchos como los odiados chinipones.  

Ellos han levantado un hospital en diez días. ¡Carape! ¡Atiza! ¡Arrea!, como decían nuestros abuelos: en Ciudad Real tardamos un poco más... no verás en Puertollano... Un amigo vasco de los que uno hace en Youtube, Jabiertzo, que es sociólogo y tiene un canal en que habla junto con su esposa china Lele, muy guapa ella, de lo mal que entendemos a los chinos (siempre habrá una Gran Muralla entre nosotros), ha desmontado todo el meollo que esconde el antisinismo actual. En el fondo es otra hoguera en la que queremos hacer arder al peligro amarillo. Soñamos con dejar KO a Bruce Lee, pero eso es historia alternativa, como la de Tarantino.  No en vano auguraba ese gran profeta y visionario de la modernidad, Philip K. Dick, que nuestra época se caracterizaba por la desaparición de la realidad. Nosotros mismitos nos hemos metido dentro de un capullo o laberinto de pantallas, móviles, televisiones, muros, drogas, psicosis y paredes. De cuentos chinos en suma. Es hora no ya de ponerle puertas al campo, sino de pasar por ellas y dejarlo menos vacío y contaminado. Porque pronto dejará de existir.