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viernes, 14 de marzo de 2025

Hill Museum and Manuscript Library. La biblioteca de los libros amenazados.

 El monje que rescata miles de manuscritos en los lugares más peligrosos del mundo: "Confían en mí porque soy un hombre de fe", en El Mundo, por Jorge Benítez, 13-III-2025:

El enlace a la biblioteca es este: HMML.

Columba Stewart salva libros amenazados por la guerra, el integrismo y el expolio en los escenarios más peligrosos del planeta usando la más alta tecnología. Dirige la Hill Museum & Manuscript Library, una entidad sin ánimo de lucro que desde hace décadas cataloga y escanea libros en riesgo de desaparición

Cuando el ISIS inició su expansión por Oriente Medio, sembrando el terror en nombre de su califato e imponiendo su versión de la sharia, un estadounidense se infiltró tanto en Irak como en Siria con una misión heroica: rescatar de la hoguera purificadora de los integristas decenas de libros centenarios. No era un agente secreto, ni un contrabandista ni un mercenario. Tampoco tenía cargo diplomático alguno. Se trataba de un simple monje llamado Columba Stewart.

El hermano de la orden de los benedictinos se jugó el pellejo en tierra hostil. Consiguió regatear la caza del Estado Islámico y salvaguardar un importante patrimonio que estaba en peligro. Lo hizo como representante de la Hill Museum & Manuscript Library (HMML), una organización sin ánimo de lucro que, desde hace 60 años, fotografía, cataloga y brinda acceso a las copias de manuscritos amenazados por la guerra y el expolio.

Esta institución liderada por Stewart, con sede en el campus de la Abadía y la Universidad de Saint John en Collegeville (Minnesota), cuenta en la actualidad con un fondo de 500.000 textos digitalizados, el mayor del mundo. Incluye códices cotizadísimos en copto, latín y arameo, así como documentos de pocas páginas sobre la vida de nuestros ancestros. Esta labor ha sido realizada durante décadas con las distintas técnicas de archivística vigentes en cada periodo: desde la microfilmación de los primeros manuscritos rescatados hasta el escaneo informático más sofisticado.

Pero la tecnología no lo es todo. El factor humano sigue siendo indispensable. De ahí que Columba Stewart sea considerado el Indiana Jones de los manuscritos: un erudito aventurero capaz de esquivar el peligro con tal de preservar una reliquia bibliófila para las generaciones venideras.

«A lo largo de estos años hemos creado una especie de mapa del conocimiento que confirma que en la Edad Media había un enorme intercambio cultural de libros. Una conexión extraordinaria entre el cristianismo, el islam y la cultura de África occidental», dice Stewart, de 67 años, por videollamada. «Queremos que esa conexión perviva y la potenciamos en los países y comunidades que sufren de falta de recursos y se enfrentan a grandes dificultades para proteger su patrimonio».

Nacido en Texas, fue bautizado con el nombre de Columba en honor a un santo irlandés del siglo VI. Tiene la cabeza rasurada, jersey negro de cuello alto y gafas de metal. Aunque hace poco pidió un permiso a la Abadía para abandonar la vida monástica mantiene su cargo de director ejecutivo del Hill Museum and Manuscript Library.

«Nosotros ni siquiera tocamos los libros, formamos a la población local que los posee y les facilitamos el equipo de reproducción», explica. «Les pagamos por cada imagen. Es lo contrario al modelo tradicional en el que el occidental aparecía y se llevaba el manuscrito a su país con el supuesto fin de protegerlo. Nosotros les ayudamos sin coger los libros y ellos nos permiten colgar las imágenes en una plataforma de internet y catalogarlos. Si por alguna razón algún manuscrito desapareciera, garantizamos la pervivencia de su contenido con una copia de seguridad».

Resumir el trabajo de Stewart resulta complicado. No se encarga de los asuntos técnicos, que delega en los miembros de su equipo, sino que ejerce de negociador en jefe. En cierta forma es un cónsul de los libros que viaja por el mundo con una valija que guarda la memoria escrita de los seres humanos. Es alguien que empezó su trayectoria protectora salvando manuscritos de los cristianos primitivos en Oriente Medio, que impulsó el escaneo de joyas de la Biblioteca de Sarajevo -gravemente dañada durante la Guerra de los Balcanes- y que estimuló proyectos de conservación de distintas colecciones de Tombuctú, en Mali, en peligro cuando en 2012 los yihadistas la ocuparon.

Este hombre viene de la escuela diplomática más curtida de la historia: la eclesiástica. Stewart se fogueó siendo monje en el diálogo ecuménico entre católicos y ortodoxos y ha intervenido con regularidad en las conversaciones sobre la protección de las bibliotecas de los distintos grupos religiosos que conviven en la Ciudad Vieja de Jerusalén. Una experiencia en el arte de la negociación con la que soñaría cualquier político y empresario. Hablamos de un personaje que ha mediado en Nepal en el rescate de textos budistas y que, en India, ayuda a la minoría musulmana a proteger su legado cultural, amenazado por el nacionalismo hindú del primer ministro Narendra Modi.

La idea de conformar esta gran biblioteca de manuscritos surgió en 1964 en los monasterios benedictinos de Austria. Tras los estragos de la Segunda Guerra Mundial y ante el miedo a un conflicto nuclear durante la Guerra Fría, la orden decidió fotografiar las páginas de sus libros para preservarlos en un gigantesco archivo en caso de catástrofe. Una idea que terminaron exportando a zonas de conflicto, como fue el caso de la Etiopía de los años 70, con el fin de proteger su legado de libros sacros. Desde entonces la HMML, que se financia con fundaciones y donaciones, ha ido extendiéndose por distintos continentes.

-¿Cómo viaja por un mundo en llamas un antiguo monje con un pasaporte tan odiado en muchos de sus destinos como el americano?

-Cuando estaba en el monasterio, interactuaba con otros monasterios en Irak o Siria y eso me facilitaba las cosas. Lo que aprendí pronto es que tu confesión no es importante. A la gente con la que hablaba lo que le importaba era que yo fuera un hombre de fe. Es cierto que mi pasaporte en algunos sitios no es bienvenido, pero para eso hay trucos...

-¿Cuáles?

-No comportarte como un americano (sonríe). Primero, escuchar. Segundo, mostrar respeto. Y tercero, tomarse el tiempo necesario para conocer a tu interlocutor. No puedes usar el típico estilo americano con estas personas, ese que consiste en mandar, ser ruidoso y cerrar un trato a toda prisa con un apretón de manos. Con ellos tienes que ir a tomar un café o un té en repetidas ocasiones y construir una relación real. Demostrar que pueden confiar en ti y que tú no buscas ningún rédito comercial. Con quienes trato se dan cuenta enseguida de que soy un hombre sincero sin afán de lucro. Voy con las manos abiertas.

Este Indiana Jones de los manuscritos, aparte de ser una persona valiente, está sobradamente cualificado para su trabajo. Antes de ingresar en el monasterio se licenció cum laude en Historia y Literatura en la Universidad de Harvard. Luego obtuvo una maestría en Estudios Religiosos en Yale y un doctorado en Teología por Oxford.

«Muchos de los libros perseguidos están escondidos: son protegidos con devoción y nunca se los enseñarán a los extranjeros. De ahí que sea es un privilegio poder disfrutarlos digitalmente», dice.

Por ello Stewart garantiza una copia de seguridad a quienes confían en él para ceder el visionado de sus obras para mitigar el impacto de muchas tragedias que ha vivido. «En Irak una colección extraordinaria fue destruida y hay otras muy valiosas que fueron evacuadas de Siria al Líbano y que no sé todavía si han sobrevivido», admite.

Karen Armstrong, premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales en 2017 y una eminencia en el estudio de los textos sagrados, describe que las Escrituras, sea cual sea la tradición religiosa, a menudo se emplean selectivamente para suscribir opiniones arbitrarias. En El arte perdido de las Escrituras (Paidós, 2019) sostiene que la lectura sesgada que hace que los radicales usen el Corán para justificar el terrorismo, la Torá para negar a los palestinos el derecho a vivir en la tierra de Israel y la Biblia para condenar la homosexualidad es un fenómeno relativamente reciente. Durante cientos de años estos textos fueron vistos como herramientas espirituales que conectaban al individuo con lo divino. Eran interpretados como fluidos y adaptables, no como un conjunto de reglas arcaicas vinculantes.

Este aperturismo del saber humano es lo que persigue Stewart con su labor. Por eso el trabajo recolector de su biblioteca de manuscritos, que comenzó con el rescate de libros cristianos, se ha ido extendiendo a otros credos, además de a obras seculares.

Su radio de acción ha crecido. Y también los peligros.

«Estuve en apuros en Tombuctú cuando nos pilló un fuego cruzado de un ataque yihadista al centro de comunicaciones de la ONU. Nos escondimos en la habitación del hotel y oímos helicópteros disparando con ametralladoras. El principal temor, además de las balas, era ser secuestrado por estos grupos, porque su estrategia consiste en mantenerte preso durante varios años y así aumentar el precio del rescate. Por suerte, fuimos evacuados por unos cascos azules suecos. En Mosul sí que viví una experiencia aterradora, porque estuve cerca del fuego de mortero y de los bombardeos aéreos. En esa zona de guerra, me encontré con iglesias destruidas, bibliotecas quemadas y población desplazada de sus casas. He vuelto en varias ocasiones».

En Irak se forjó la colaboración de Stewart con el arzobispo de Mosul, con el que recorrió la llanura de Nínive para escapar de la toma por el Daesh de ese territorio. «Es un hombre telegénico y con carisma con el que me comunicaba en francés», recuerda con simpatía. Esas travesías por los orígenes de la civilización en Oriente Próximo, por las piedras en las que nacieron las primeras formas de escritura, han dejado una profunda huella en el estadounidense. «Hablamos de culturas de una extraordinaria profundidad», afirma.

Así es la diplomacia monástica de Columba Stewart. Su modus operandi es el respeto, la paciencia y la resolución de problemas.

La cultura ha estado bajo sospecha desde tiempos inmemoriales. Persecuciones políticas o religiosas, además de las malas condiciones de conservación, han impedido que muchas obras capitales no lleguen hasta nosotros. Hoy distintas iniciativas intentan evitar esta amnesia, a veces provocada, a veces accidental.

La protección del Fondo Kati, que cuenta con financiación española, es una de ellas. Se trata de la biblioteca de Ali ben Ziyad al-Kati, un musulmán que se exilió de Toledo en 1467 para instalarse en Tombuctú con su colección de 12.000 manuscritos en hebreo, castellano y árabe. Estos libros fueron conservados por sus descendientes durante más de cinco siglos. Pero, como bien conoce Stewart, su heredero actual tuvo que recurrir a la ayuda internacional para salvarla en 2012 de los fanáticos religiosos y los rebeldes tuaregs.

Otra muy interesante, mucho más moderna, pero con un enorme significado en estos tiempos de cancelación, es la biblioteca Dawit Isaak, dedicada a la libertad de expresión y con sede en la ciudad sueca de Malmö. Es la primera y única colección internacional de literatura prohibida a disposición del público con libros cuyos autores han sido censurados, encarcelados o, en el peor de los casos, asesinados.

«Su nombre está dedicado al reportero sueco-eritreo encarcelado ilegalmente por las autoridades de Eritrea por su labor informativa y la defensa de la libertad de expresión», explica su bibliotecario, Jens Zingmark, que reconoce que el fondo del centro supera ya los 3.000 libros. «En el interior de cada libro ponemos una nota que explica en pocas palabras qué le ha pasado al autor o al libro, cuándo fue censurado, dónde y por qué».

Todo libro amenazado tiene una historia. Y necesita un ángel de la guarda. Quizás por eso, Columba Stewart considera que el afán de proteger la propia memoria cultural o religiosa es un impulso humano universal.

Para entenderlo basta leer una conferencia que impartió en 2019 sobre el francés Pedro El Venerable, un abad benedictino de Cluny del siglo XII que viajó hasta Toledo tiempo después de que la ciudad fuera reconquistada a los musulmanes por las tropas cristianas de Alfonso VI. A su llegada, este religioso encargó a distintos eruditos árabes la traducción al latín de los textos islámicos más importantes, incluido el Corán. Pedro adoptó, según Stewart, el principio humanista que dice que «para comprender a la gente de otra cultura, con creencias diferentes, debemos escucharlos con su propia voz, aprender su idioma, leer y comprender sus textos».

En esa intervención académica, Columba vistió el hábito benedictino -compuesto por un alba negra y un escapulario-, pero hizo referencia a los nuevos tiempos: «La tradición benedictina de preservar el pensamiento humano para el mundo contemporáneo requiere de un vestuario más versátil, adaptado al desierto de Tombuctú, al entorno de combate de Mosul o al entorno secular de la academia moderna».

En cierta forma, el hábito no hace el monje, que en el siglo XXI se mueve en vaqueros y cazadora caqui si hace falta.

-¿Cuando regresaba de la guerra cómo metabolizaba de repente el paso a una vida espiritual y académica?

-Metabolizar... Me gusta que haya usado esa palabra. Por supuesto, tuve que procesar lo sucedido en Tombuctú. Cuando vuelvo de viaje me doy cuenta de lo privilegiada que es mi vida en Estados Unidos, donde el mayor problema es pensar si tienes que cambiar la alfombra del salón. ¿Me entiende? Todo son problemas ridículos. Me imagino la situación de Gaza, donde teníamos un proyecto que la guerra canceló y pienso en cómo volvió a empezar todo de nuevo. Hace más de 80 años ustedes en España tuvieron una terrible Guerra Civil y también se vivió una Guerra Mundial en gran parte del planeta. Ya apenas queda gente que conoció en primera persona estos traumas. Le pongo el ejemplo de mi país. Han pasado 160 años desde la Guerra de Secesión y, por supuesto, no hay memoria viva de esa tragedia. Puede que actualmente tengamos huracanes e incendios, pero no nos hacemos a la idea de lo que sufre la gente en una guerra.

El trabajo que hace Stewart es una especie de póliza de seguros para los propietarios de los manuscritos, que saben que su contenido se conservará incluso en caso de pérdida o deterioro. Como se ha podido comprobar en muchas ocasiones, estas copias sirven de prueba de propiedad en caso de robo y su catalogación dificulta el millonario tráfico ilegal de manuscritos. Además, los dueños de los tesoros han aprendido que su apertura al mundo y la investigación académica revalorizan estos bienes.

Sin embargo, el valor económico no es importante para este antiguo monje. «Escaneamos todo», dice Stewart. «Lo que puede ser interesante para una comunidad en 2025 puede que en 2125 no lo sea, y viceversa. Esto es como el arte: cada época tiene sus gustos, que van y vienen».

Es la devoción por el testimonio escrito de este hombre que ya ha conseguido que en la HMML ya existan 100.000 manuscritos a disposición de los investigadores en una plataforma con una base de datos que permite buscar por país, lengua, autor, características y género. Cada semana se incluyen nuevos archivos.

«Hay manuscritos que puede que no sean hermosos, pero que pueden tener un valor que todavía desconocemos», cuenta. «Pienso que cada texto escrito hace siglos exigía un notable esfuerzo entonces, fuera económico -por los notables costes de la tinta y el papel- y de tiempo. Así que considero que hay que protegerlo a toda costa, ya que quien lo escribió se esforzó mucho y lo consideró importante».

viernes, 14 de febrero de 2025

El fenómeno Eloy Moreno

 De funcionario de Castellón a vender dos millones de libros y batir el récord mundial de firmas: el huracán Eloy Moreno. En El País, Adrián Cordellat, 13 de febrero de 2025:

El autor, capaz de arrasar entre públicos de todas las edades con sus novelas y la adaptación a serie de su mayor éxito, ‘Invisible’, culmina su ascenso al batir, con 11.088 volúmenes autografiados en 12 horas, la anterior marca histórica

Son las 18:00 del sábado 8 de febrero, la tarde aún luminosa de un día de invierno casi primaveral, cuando en la madrileña plaza de Callao Anouk de Timary, jueza de Guinness World Record, certifica que el escritor Eloy Moreno (Castellón, 49 años) ha pulverizado el récord del mundo de libros firmados en 12 horas. Autografió 11.088, más de 4.000 por encima de la anterior marca —la logró en 2016 el indio Vickrant Mahajan, con 6.904 libros—. Moreno muestra a los cientos de personas que rodean la carpa donde realizó la hazaña el diploma que da fe de su gesta. Lo hace con una amplia sonrisa. Esa sonrisa que, como bien apunta la jueza, no ha abandonado su cara en las 12 horas de firma. Esa que el autor convertirá muchas veces en risa franca a lo largo de una entrevista con EL PAÍS. Y que, de alguna manera, resume una carrera fulgurante, capaz de vender millones de novelas, juveniles y para adultos, y tratar temas como el acoso escolar.

Un día antes, en unas oficinas de Penguin Random House totalmente volcadas con el evento, el autor de superventas como Invisible, Redes, Tierra o El bolígrafo de gel verde, explica a EL PAÍS la intrahistoria del récord, que se empezó a gestar en la última Feria del Libro de Madrid, tras dedicar más de 1.500 libros en 15 horas de firmas durante un fin de semana: “Las colas eran enormes, así que un poco en broma me pregunté quién tendría el récord. Empezamos a hacer cálculos y pensé que 7.000 se podrían hacer. Y aquí estamos”. El detalle de lanzarse a por el récord dice mucho de la personalidad de Moreno. “Intenté frenarlo por todos mis medios, porque es algo que no se había hecho jamás en nuestra editorial, pero Eloy consigue llevar sus metas mucho más allá y que tú también lo hagas”, afirma Melca Pérez, responsable de comunicación de la División Infantil, Juvenil y Cómic en Penguin Random House. Pero la decisión de buscar la marca histórica también explica el ascenso del escritor, uno de esos milagros editoriales que son como el cometa Halley: solo se ven una vez cada muchos años.

Eloy Moreno, ingeniero informático, se animó a escribir su primera novela, El bolígrafo de gel verde —para adultos, sobre un hombre cualquiera atrapado en su vida cotidiana—, tras ganar varios concursos literarios para aficionados. Por la mañana trabajaba como funcionario en el Ayuntamiento de Castellón. Por la tarde, escribía. Cuando tuvo el libro acabado renunció a buscar editorial. “Pensé: ‘He tardado un año y medio en escribirlo, como tenga que esperar otro año y medio a que un sello me conteste…. Al final ya se me habría olvidado el libro y la ilusión la tenía entonces, cuando acababa de terminarlo. Así que me lancé a publicarlo por mi cuenta”, rememora. Empezó a vender los ejemplares él mismo, uno a uno, en las puertas de diferentes librerías. Llegó a despachar 3.000, más que la inmensa mayoría de los libros publicados en España. El éxito de la novela, que empezó a ocupar conversaciones en redes como Facebook, llegó a una gran editorial, Espasa, que compró los derechos de El bolígrafo de gel verde y lo volvió a publicar.

El resto es historia del mercado editorial. Una tras otra empezaron a llegar las novelas Lo que encontré bajo el sofá (Espasa, 2013), El regalo (Ediciones B, 2015), Invisible (Nube de tinta, 2018), Tierra (Ediciones B, 2019), Diferente (Ediciones B, 2021), Cuando era divertido (Ediciones B, 2022) y Redes (Nube de tinta, 2024), además de varios álbumes ilustrados infantiles y libros de cuentos. Entre todos suman más de 2,5 millones de ejemplares vendidos. Moreno ha logrado crear un fenómeno pocas veces visto, una inmensa comunidad de lectores fieles que no tiene edad y que acude a sus eventos en masa desde todos los rincones de España. Por la firma en Madrid desfilaron familias completas, parejas, grupos de amigas, adultos, jóvenes, adolescentes que temblaban y lloraban mientras esperaban su turno, niños y niñas cargados con sus álbumes ilustrados.

“Muy pocos escritores pueden decir que escriben de verdad para todas las personas”, concede Laia Zamarrón, editora de Eloy Moreno. La directora literaria de Nube de Tinta destaca varios factores que explican su éxito. Por un lado, que siempre toca temas importantes y cotidianos, con los que se puede sentir identificado cualquiera. Por otro, el elemento mágico, presente en casi todas sus novelas, y la carga emocional: “Son libros que se quedan muy dentro y generan una impronta importante”. Por último, la sencillez en el estilo de Moreno. “En los libros de Eloy nunca sobra ni falta una palabra. Eloy tiene un don de escritura clara y bella. No da rodeos. Todo lo que dice es necesario e imprescindible”, apunta.

Esta última apreciación se puede aplicar al propio Moreno. Viste con sencillez —pantalón vaquero, camiseta blanca básica de manga corta, zapatillas deportivas Adidas—, transmite sencillez y en sus respuestas es directo. Sus reflexiones en voz alta son como los capítulos de sus libros: breves. La sencillez, sin embargo, podría verse también como un lastre. No le faltan críticos, lectores que apuntan a la simplicidad de su escritura, a la poca hondura de sus textos. Él no le da mayor trascendencia. Escribe, dice, lo que le gusta leer. “Me agobian los libros con capítulos muy largos y las novelas con demasiadas descripciones. Siento que es un aburrimiento y no deja lugar para la imaginación del lector”. Esa corriente explica en parte que, pese a su triunfo comercial, sea difícil encontrar una entrevista suya en los suplementos culturales. También que nadie parezca esperar su nombre en las galas de los premios más prestigiosos. “Me da absolutamente igual”, afirma. Nuevamente su risa franca. “Cuando escribo un libro pienso en que entre 12 y 100 años lo pueda leer cualquiera. Obras que en principio podrían ser para adultos, como Tierra o El regalo, se leen también en institutos. Y, sin embargo, en el caso de Invisible, que puede parecer más destinado al público juvenil, la mitad de los lectores son adultos”, asegura.

El fenómeno ‘Invisible

Invisible es el título estrella de Eloy Moreno. Esta novela, que centra su atención en el acoso escolar, ha vendido más de un millón de ejemplares —su continuación, Redes, ha superado los 130.000 tras apenas tres meses en las librerías—. “Si el poder de la lectura es transformar personas y transformar sociedades, Invisible y Redes son el mayor exponente de esto”, apunta Laia Zamarrón. Cientos de profesores de Educación Secundaria en España, convertidos en los mejores prescriptores del libro, ya recomiendan a sus alumnos la lectura de Invisible. A su modo, la novela se ha transformado en una especie de medicamento. ¿Le duele la garganta? Tómese paracetamol. ¿Tiene que hablar de bullying? Léase Invisible. “Permite abordar un tema que a un profesor seguramente le costaría hablar directamente. Y a través del libro pueden salir muchas conversaciones. Desde su publicación me ha escrito mucha gente que ha sufrido bullying para darme las gracias porque refleja lo mucho que sufren las víctimas”, señala Moreno.

La novela está conquistando ahora a miles de nuevos lectores gracias a la adaptación a miniserie, realizada por Paco Caballero y disponible en Disney+, donde lleva semanas entre lo más visto de la plataforma. El impacto se pudo apreciar en la firma de libros. Invisible fue, sin lugar a duda, el título más firmado. “La calidad de la serie es brutal. Y sé que es muy raro que un autor te diga eso. Yo creo que no conozco a ninguno”, bromea Moreno, que se involucró en el rodaje e incluso tiene un cameo a modo Alfred Hitchcock en el último capítulo.

La serie ha lanzado al estrellato a sus jóvenes protagonistas, que desataron la histeria colectiva al aparecer por sorpresa en la carpa de Callao, y ha provocado que la fama de Moreno alcance nuevas cotas. Él parece asimilarla con naturalidad. “Si esto me pasa con 20 años, igual me explota un poco la cabeza, lo mismo que si esto hubiese llegado de golpe, pero por suerte ha sido un proceso muy lento, de más de 12 años, así que no me ha afectado demasiado. Hago la misma vida de siempre con la misma gente de siempre”, reflexiona.

Tras batir el récord, se abraza con su mujer y sus dos hijas. También con el equipo de Penguin que le ha acompañado en la aventura, y con los actores y las actrices de la serie. Lo hace en mitad de un ruido ensordecedor, con cientos de personas haciendo retumbar su nombre en pleno epicentro de Madrid ante el desconcierto de los viandantes que pasean ajenos a lo que acaba de ocurrir. “Jo, qué suerte ser la hija de Eloy Moreno”, se escucha comentar a una fan. La piña familiar es la viva imagen de la felicidad. Y Eloy Moreno es la viva imagen de un hombre sencillo que, sin grandes pretensiones, ha sido capaz de enganchar a la lectura a miles y miles de personas, difuminando con su escritura las barreras de la edad.

viernes, 7 de febrero de 2025

Tsundoku: la acumulación inútil de libros

 El fenómeno ‘tsundoku’ o cómo hemos normalizado acumular libros que no leeremos, por Jorge Marzo Arauzo, en El País 6 feb 2025: 

Esta palabra japonesa describe un hábito que, sin saberlo, realizan muchos lectores cada vez que adquieren nuevos ejemplares cuando tienen títulos aún pendientes

Uno, dos, tres… y así hasta más de 30 libros. Este es el número de ejemplares que tiene Andrea Aragón en las estanterías de su casa sin leer. Una extraña colección que, para esta lectora, no parece ser suficiente. Va a seguir comprándolos en las librerías, independientemente de si lo hace de manera impulsiva o de un modo planificado. Como ella, muchas personas almacenan en su biblioteca personal tomos que ni siquiera han empezado ni ojeado la primera página. A este fenómeno ya le dieron un término en Japón en el siglo XIX: tsundoku. O, en otras palabras, el hábito de comprar libros y acumularlos sin llegar a leerlos, aunque con intención de hacerlo.

“A mí me gusta verlos apilados. Uno encima de otro, al lado, compartir ese espacio. No es que sienta alegría, pero sí que me da un poquito de emoción interna saber que tengo una colección que va a ser como mi propia biblioteca”, afirma con orgullo la lectora. Sus visitas a librerías siempre suelen saldarse con alguna nueva adquisición: “Me ha pasado alguna vez de acercarme a una, enamorarme de una portada y de una sinopsis, y decir: ‘Me lo llevo”. Esta vivencia también la ha sentido Beatriz Marín, o bea_lalectora en redes sociales —tiene más de 30.000 seguidores solo en su cuenta de TikTok—. “Hoy por hoy, con el capitalismo, con tantas novedades que hay y cosas que salen, vas a comprar y encuentras tres ejemplares que te llaman la atención, los coges y luego tienes el tiempo que tienes. Esto es una cuestión de que los libros no caducan, y tampoco lo hace la literatura”, explica en conversación con este periódico.

Hay dos variables que pueden llegar a definir este fenómeno, según explica Montserrat Lacalle, profesora colaboradora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC). “El primero es cuando las personas hacen una conducta. En este caso, es el hecho de comprar una obra. Hay una parte en la que la persona siente la emoción, una sensación como si ya lo hubiese leído o si ya tuviese el conocimiento. Y esa experimentación es muy placentera”. El otro aspecto es el de la procrastinación. “A veces, pensamos en ella como una conducta que se hace desde el desinterés o la poca motivación, y no necesariamente es así. Hay personas que, como ese momento de lectura tiene que ser tan plácido o ideal, no lo encuentran y, conductualmente, acaban procrastinando. En el fondo, es ir encadenando un día tras otro y ver que nunca llega el momento de realizar esa conducta”.

La Federación de Gremios de Editores (FGEE) recoge, según el Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros en España 2024, presentado en enero, que algo más de la mitad de la población de 14 o más años lee con frecuencia, un 14,3% de manera ocasional y poco más de un tercio casi nunca o nunca lo hace. De este último grupo, un 46,8% admite que es por la falta de tiempo. “Sigue habiendo mucha gente que acumula libros, porque cada mes salen muchas novedades, y te los compras pensando que llegarás, y si no es este mes, será el que viene, y entonces saldrán otras tantas más”, apunta la tiktoker Marín.

Pero, ¿por qué dejamos obras sin leer, aunque la intención inicial haya sido hacerlo? “Las personas somos así a veces. Ponemos el foco de atención o la solución donde no es. Entonces se convierte en una especie de círculo vicioso. ¿Puede haber alguien que se sienta culpable? Sí: ‘Tengo que hacerlo, tengo que leer’. Pero, curiosamente, esta persona va a comprar otro tomo”, comienza a explicar Lacalle. “Cuando nuestro pensamiento y nuestra conducta no van alineados en el mismo sentido, uno pensaría que lo que hay que hacer es cambiar la conducta para ser consecuente. Pues no. A este fenómeno lo llamamos disonancia cognitiva. Lo que hacen la mayoría de personas es cambiar el pensamiento y desarrollar un relato que vaya de acuerdo a su conducta”, sostiene la experta.

Los volúmenes se amontonan uno encima de otro en la estantería de Andrea Aragón. Sabe que no tiene tiempo para leer todos los títulos pendientes, pero también que su intención es hacerlo en algún momento. “Soy consciente de que tengo demasiados, pero quiero leérmelos todos. Mi deseo es que esa pila interminable vaya bajando, aunque siempre acabo comprando. ¡Es inevitable!”, reconoce.

Y ¿qué pasa con las redes sociales? Desde el punto de vista de Marín, creadora de contenido especializada en literatura, estas fomentan el consumo, aunque depende de cada persona. En esa línea, como lectora individual, Aragón cree que influyen más las relaciones personales que posibles prescriptores de la comunidad virtual: “Me gusta intercambiar con mis amigas opiniones de libros, títulos de autores o autoras... Y que decidan compartir eso conmigo me parece muy bonito, por eso la mayoría de las veces me inclino a seguir esas recomendaciones”.

En TikTok, la tendencia #BookTok reúne más de 44 millones de publicaciones, mientras que, en Instagram, #Bookstagrammer suma más de 21 millones. ¿Indican estas cifras algún tipo de presión social por tener ejemplares de los que muchos hablan? Para Aragón, no es el caso: “Como el mundo va tan rápido, no te da tiempo a seguir el ritmo a toda esa gente que te dice: ‘Tienes que leer esto o ver tal película’. Es imposible. Entonces, yo tiendo a ir un poco más por mis gustos, recomendaciones o flechazos en la propia librería”.

Desde hace varios años, y con la llegada de la tecnología, la presencia de las obras en digital ha ido tomando peso entre los lectores españoles. Tanto es así que, según Statista, en 2023 las ventas de estos formatos de texto en España alcanzaron una facturación de 144 millones de euros, lo que supuso un incremento del 181,6% respecto a 2009. Aun así, en 2023 algo más de un tercio de los encuestados todavía leía solo en papel, casi un 20% de ambas maneras y solo un 8,5% en digital. “Con la cantidad de novelas que salen, sí que hay mucha tendencia de gente de decir: ‘Es que no tengo espacio’, ‘no tengo dinero’, ‘no puedo mantener el ritmo’. Con lo cual, últimamente, hay bastante conciencia. Se fomenta una compra y un consumo un poco más responsables”, argumenta Marín sobre cómo pueden cambiar nuestros hábitos de consumo. Aunque también matiza que hay mucha gente que descarga libros y luego “nunca los lee”.

La psicóloga Lacalle, por su parte, compara el almacenamiento de ejemplares en digital con otros casos similares. “La persona que acumula en un ebook, igual que la que lo hace con fotos, experimenta el mismo proceso de gratificación: el simple hecho de pensar ‘esto lo tengo’. A lo mejor no lo consultaré, pero ya me produce tranquilidad o satisfacción saber que es mío. El estímulo visual no es el mismo que al observar una biblioteca, pero el sistema de gratificación es muy parecido”, confirma.

En algunos casos, lo que se vende no es el texto en sí, sino la edición. Y más si se realiza de una manera exclusiva. La existencia de ediciones limitadas, según Marín, afecta a que los consumidores sean más impulsivos a la hora de comprar algo que no necesitan, pero que se agotará. “Se fomenta que la gente deba comprarlo ahora, porque es el momento, entonces sí que se anima a que acumulen, aunque no sepan si lo van a leer o no. Se lo compran con muchas ganas, pero luego no saben si tienen tiempo”, destaca la creadora de contenido. Este fenómeno, conocido como bibliomanía, dista del tsundoku en cuanto a que se hace acopio de volúmenes para coleccionar y no para leer.

La tenencia de volúmenes también puede ir vinculada emocionalmente a un lugar o a una persona, lo que dificulta darle una segunda vida. “Siempre que voy de viaje a un sitio me llevo uno o dos ejemplares. A la vuelta, me suelo traer otro par: mis amigas a las que voy a visitar son lectoras y me suelen regalar. Yo no puedo resistirme y algo siempre cae”, expone Aragón. Según Lacalle, las personas les damos un significado a todo tipo de objetos: “Si a ti, quien sea, te regala algo, ¿qué significado le atribuyes? Desde el punto de vista emocional, no te quieres separar de lo que representa, no del objeto en sí. Por eso es tan difícil para algunas personas desprenderse de los libros y acumulan y acumulan”.

Con este afán de posesión, es inevitable que el espacio físico se vuelva limitado o que el interés por algunas obras ya adquiridas disminuya. Esto lleva a muchos a considerar deshacerse de ciertos ejemplares, ya sea a través de donaciones o ventas. Aragón destaca lo significativo de llevarlos a librerías con fines sociales cuando ocupan demasiado espacio o sabe que no se leerán. Una postura que comparte Marín: “Si son en castellano, los dono y si son en inglés, los vendo por internet. Soy una firme partidaria de que deben tener una segunda vida y solo me quedo aquellos que vaya a querer releer”.

domingo, 26 de enero de 2025

5 libros para empezar en Filosofía según Enric F. Gel

 Seleccionados por Enric con tres criterios: que no sean los de siempre, tampoco que sean clásicos de la filosofía, y, por último, que sean apasionantes.

1. Una buena guía de viaje o manual. Frederick Copleston, Historia de la Filosofía, 9 vols. Más sintético, en un volumen, Julián Marías, Historia de la Filosofía.

2. Para familiarizarse con el barco de la Filosofía. José Ortega y Gasset, ¿Qué es la Filosofía? Otros: Gilles Deleuze y Felix Guattari, ¿Qué es la Filosofía? y Martin Heidegger, ¿Qué es la Filosofía?

3. Carta para sortear los peligros del océano. Mortimer J. Adler, 10 Philosophical MistakesDiez errores filosóficos.

4. Modelo inspirador. James Miller, Vidas sujetas a escrutinio. De Sócrates a Nietzsche. También Platón, Apología de Sócrates. Robin Waterfield, Platón de Atenas. Una vida en la Filosofía. Gilbert K. Chesterton, Santo Tomás de Aquino. Lou Andreas Salomé, Nietzsche en sus obras. Ray Monk, Ludwig Wittgenstein.

5. Misión o propósito en el mundo de la Filosofía y qué podría pasar sin ella. Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalén.

Otros seguidores de su canal señalan

En Chile el manual de Breve historia de la filosofía de Humberto Gianinni y también muchos recomiendan Historia sencilla de la filosofía de Rafael Gambra. El Honor de los Filósofos, de Víctor Gómez Pin. Walden, de Henry D. Thoreau. Cuánta verdad necesita el hombre, de Rüdiger Safranski. Principios de la filosofía. Una introducción a su problemática, de Adolfo Carpio. En el tercero, para evitar escollos donde encallar, y sistematizar los grandes conceptos de la filosofía, Lecciones preliminares de Filosofía de Manuel García Morente. Un buen diccionario filosófico como el de Nicola Abbagnano. El conocimiento del amor: ensayos de filosofía y literatura, de Martha C. Nussbaum. Su tesis es que las historias pueden analizarse como planteamientos de problemas éticos. DK The Philosophy Book - Big Ideas Simply Explained de Will Buckingham. Explica con esquemas y extractos, los principales pensamientos de varios filósofos. También hay una lista que propuso Oscar Chao (Filosofía de película) que consta de unos 24 libros, todos de primera mano. Dogmática reformada de Herman Bavinck. Del citado Mortimer J. Adler Cómo leer un libro. Pero, si vais a comprar "Cómo leer un libro" os daréis cuenta de que tenéis que leerlo primero para poderlo leer. Schopenhauer y los años salvajes de la filosofía, de Safranski. Historia de la Filosofía de A. C. Grayling. "La filosofía de la filosofía" de Timothy Williamson. "La filosofía de la redención" de Philipp Mainlander. Historia de la filosofía sin temor ni temblor - Fernando Savater. Historia de la filosofía occidental - Bertrand Russell. El conocimiento humano - Bertrand Russell. Soy dinamita, Una vida de Nietzche - Sue Predaux. Los caminos de la libertad - Bertrand Russell / El mito de Sísifo - Albert Camus / La voluntad de poder - F. Nietzsche. Y, claro, Enric F. Gel, ¿Hay filosofía en tu nevera?

martes, 31 de diciembre de 2024

Javier Marías, editor

 Esta absurda aventura, por Javier Marías, en El País, 23 de agosto de 2008:

Los sinsabores de la edición aumentan cuando los medios de comunicación se muestran ajenos. Y más si son editoriales pequeñas como Reino de Redonda, con un catálogo exquisito de poca repercusión.

Así como cae dentro de lo muy previsible que un editor acabe desesperándose al ver durante años cómo sus autores se llevan la mayor porción de gloria y de fama -que no de dinero-, y se lance a escribir, preferentemente memorias ensimismadas o viñetas de los escritores que lo hicieron rico, es mucho más raro que un novelista se meta a editor, y supongo que es por eso por lo que se me pide que hable aquí un poco de Reino de Redonda, seguramente la editorial más pequeña y pausada del Reino de España, ya que publica tan solo dos títulos al año, o a lo sumo tres. Además, no tiene sede más que nominal, ni plantilla, ni equipo, ni colaboradores externos, ni encargado de prensa ni nada por el estilo. La formamos dos personas, una en Madrid, que soy yo, y otra en Barcelona, Carme López Mercader, que es la encargada de las ediciones, es decir, de que los libros existan. La distribuidora Ítaca me hace el favor de colocar algunos ejemplares en las librerías, y mi agente literaria Mercedes Casanovas me echa una generosa mano en la contratación de derechos (cuando los hay). Y sin duda ha de ser la única editorial que no hace cuentas: sé que es deficitaria, porque sus volúmenes están cuidados, llevan muy buen papel y encuadernación, y a los ocasionales traductores les pago el máximo y, si lo desean, la mitad por adelantado, pues no en balde fui yo traductor en su día y habría deseado ese trato para mí. Aun así ponemos a los libros precios razonables, y aun así no se venden mucho. La única forma de no deprimirse en exceso y arrojar la toalla consiste en ignorar a cuánto ascienden las pérdidas anuales y generales (siempre he odiado saber cuánto gano y cuánto gasto). Me basta con comprobar que el Reino no se arruina por ello y sigo adelante, hasta que me canse, me aburra, o la excesiva indiferencia de los suplementos literarios me obligue a echar el cierre: si ni siquiera los lectores se enteran de la aparición de un título, qué sentido tiene.

Da lo mismo que uno lance a las librerías rescates fundamentales de autores fundamentales o textos desconocidos

Hasta la fecha Reino de Redonda ha publicado dieciséis. El Cultural de El Mundo, por ejemplo, no se ha dignado -cuesta creer que no haya deliberación- sacar reseña de ninguno de ellos, a lo largo de ocho años. El único suplemento que les suele hacer caso es Babelia, tal vez por la proximidad de mi firma, domingo tras domingo, en El País Semanal (sea como sea, gracias mil). Los demás acostumbran a ser rácanos. Habituado a no incurrir en el mal gusto de solicitar críticas y atención para las obras que publico como autor, me cuesta hacerlo para las que saco como editor, y empiezo a pensar que si uno no da la lata, llama, promociona, ruega, amenaza e insiste, mal lo tiene para que su catálogo suscite interés en los medios especializados. Da lo mismo que uno lance a las librerías rescates fundamentales de autores fundamentales (Isak Dinesen, Conrad, Hardy, Yeats, Sir Thomas Browne, el Capitán Alonso de Contreras o el gran Sir Steven Runciman) o que suelte textos interesantísimos desconocidos en español (Viaje de Londres a Génova de Baretti, los cuentos de Vernon Lee o los recuerdos del fusilero Harris que combatió en la Guerra de la Independencia). Si uno no hace relaciones públicas ni pide favores, será difícil que alguien, en las redacciones, se moleste ni en echarles un vistazo.

Por todo ello, y por la parsimonia del proyecto, en realidad no me atrevo a llamarme "editor". Me limito a recuperar maravillosos libros olvidados y a ofrecer algunos nuevos que en mi opinión deberían ser conocidos en mi lengua o en mi país -es el caso de los artículos de Jorge Ibargüengoitia, el extraordinario autor mexicano muerto en Barajas hace ya muchos años, que aparecerán con prólogo y selección de Juan Villoro-. Todos los volúmenes, eso sí, llevan su prólogo o presentación: algunos míos -qué remedio-, otros de gente afectuosa como Mendoza, Savater, Pérez-Reverte, Antony Beevor, Rodríguez Rivero o el Profesor Rico -bueno, éste aún me lo ha de escribir-. Todos ellos forman parte del jurado del Premio Reino de Redonda, que concede cada año a un escritor o cineasta extranjeros la editorial, añadiéndose déficit, para variar. Pese a que son también miembros del jurado George Steiner, Almodóvar, Coetzee, Rohmer, Alice Munro, William Boyd, Ashbery, a veces Coppola, Villena, Magris, Sir John Elliott, Lobo Antunes o Gimferrer, la cosmopolita prensa española apenas si se hace eco de él, mientras llena páginas con cualquier merienda de negros de cualquier editorial poderosa o institución oficial.

¿Y las ventas? A diferencia de los editores de verdad, no tengo reparo en hablar de ellas. Nuestro best seller es La caída de Constantinopla 1453, que ha vendido cerca de cinco mil ejemplares, seguido a distancia por El espejo del mar de Conrad, Ehrengard de Dinesen y Vida de este capitán de Contreras, que van por la mitad. Los menos vendidos no llegan ni a mil ejemplares, y son, inexplicablemente, el mencionado Viaje de Londres a Génova, un divertido e inteligentísimo paseo por la España de Carlos III, La nube púrpura de M P Shiel -primer Rey de Redonda-, la novela que inauguró el subgénero "último hombre sobre la Tierra" que luego han copiado tantos, incluido el hoy famoso Richard Matheson de Soy leyenda, y los magníficos cuentos de El brazo marchito, de Hardy, que fueron mi primera traducción, allá por 1974. Tampoco los de Vernon Lee han alcanzado los mil lectores, quizá por ser tan extraña mujer como fue.

Solo dos libros al año, a lo sumo tres, como he dicho. Y sin embargo cada uno lleva tanto trabajo -sobre todo a la encargada de la edición- que ahora admiro a los editores mucho más que antes de iniciar esta absurda aventura, que desde luego trae más sinsabores que ser autor. ¿Cómo es posible que algunos saquen ochenta o cien títulos anuales, si aspiran a hacerlo bien? Claro está que la mayoría cuentan con equipos nutridos, plantilla fija y numerosos colaboradores externos a los que suelen explotar a fondo. Pero aun así. Quizá es que demasiados -por lo que leo últimamente publicado en nuestro país- han renunciado a hacerlo bien: textos lunáticos o pésimamente escritos que nadie parece haber corregido, traducciones desastrosas o demenciales hechas por gente que no sabe la lengua de la que traduce ni la suya propia, erratas sin fin... "Productos podridos", los llamé una vez, ante los que sin embargo nadie protesta en esta época de defensa de los consumidores. Ni siquiera los críticos, que pocas veces ya distinguen cuándo un libro está agriado. Lo que sale de Reino de Redonda es muy lento y modesto, pero al menos se puede tener la certeza de que está en buenas condiciones. Supongo que el verdadero destino de estas publicaciones es convertirse, de aquí a unos años, en objeto de coleccionistas, los cuales acaso busquen desesperadamente el título que les falte para completar su colección. "Doy lo que sea por Browne", dirán. "O por Bruma de Crompton, o por La mujer de Huguenin". A eso quizá se le llama trabajar para la posteridad. Les aseguro que en modo alguno era esa mi intención.

lunes, 30 de septiembre de 2024

¿Por qué el cerebro prefiere los libros en papel?

De Pedro Pizarro, en Quora, y, a su vez, tomado de Ivonne María Valdez en Tribuna Económica, 2024:

 ¿Por qué el cerebro prefiere los libros en papel?

Porque el cerebro humano es capaz de percibir un texto en su totalidad, como si se tratara de una especie de paisaje físico. Y es que cuando leemos, no solo estamos recreando un mundo con las palabras del relato, sino que construimos una representación mental del mismo texto.

Al pasar las páginas de un libro de papel, realizamos una actividad similar a dejar una huella tras otra por un sendero, hay un ritmo, una cadencia y un registro visible en el transcurrir de las hojas impresas.

La prestigiosa revista Scientific American publicó un artículo con el que se busca dar una explicación a esta paradoja: en la época de la hiperconectividad, cuando cada vez tenemos más equipos que nos permiten leer con mayor facilidad y contamos con acceso a bibliotecas enteras en formato electrónico, muchos siguen prefiriendo al formado de papel.

El libro tradicional, la revista, el diario, siguen siendo los favoritos del público en general. Aunque resulte difícil de creer, siendo que los formatos digitales nos abren las puertas a muchas libertades.

Papel versus píxeles Muchos trabajos hablan de que en pantalla se lee más lentamente y, además, se recuerda menos. Hay “fisicabilidad” en la lectura, dice Maryanne Wolf de la Universidad de Tufts. Las personas necesitan sentir el papel al leer, el cerebro lo pide inconscientemente.

Nosotros no hemos nacido con circuitos cerebrales dedicados a la lectura, porque la escritura se inventó hace relativamente poco tiempo en nuestra evolución: alrededor de cuatro milenios antes de Cristo.

En la niñez, el cerebro improvisa nuevos circuitos para leer y para ello usa parte de otros dedicados al habla, a cuya habilidad se suma la coordinación motora y la visión.

El cerebro comienza a reconocer las letras con base en líneas curvas y espacios y utiliza procesos táctiles que requieren los ojos y las manos. Los circuitos de lectura de los niños de 5 años muestran actividad cuando practican la escritura a mano, pero no cuando se escriben las letras en un teclado.

Más allá de tratar a las letras individuales como objetos físicos, el cerebro humano puede percibir un texto en su totalidad como una especie de paisaje físico. Cuando leemos, construimos una representación mental del texto.

La naturaleza exacta de tales representaciones permanece clara, pero algunos investigadores creen que son similares a un mapa mental que creamos de un terreno, como montañas y ciudades, y de espacios físicos de interior, tales como departamentos y oficinas.

En paralelo, en la mayoría de los casos, los libros de papel tienen una topografía más evidente que el texto en pantalla. Un libro de papel abierto presenta dos dominios claramente definidos: páginas de izquierda y derecha y un total de ocho esquinas en las que uno se orienta.

Al pasar las páginas de un libro de papel se realiza una actividad similar a dejar una huella tras otra por un sendero, hay un ritmo y un registro visible del transcurrir de las hojas. Todas estas características permiten formar un mapa mental, coherente, del texto.

En contraste, la mayoría de los dispositivos digitales interfieren con la navegación intuitiva de un texto y a pesar de que los e-readers (libros electrónicos) y tabletas replican el modelo de páginas, estas son efímeras. Una vez leídas, esas páginas se desvanecen.

“La sensación implícita de dónde usted está en un libro físico se vuelve más importante de lo que creíamos”, dice el artículo de la Scientific American.

También pone en cuestión que los fabricantes de libros electrónicos hayan pensado lo suficiente sobre cómo es posible visualizar dónde está el lector en un libro.

En un trabajo sobre comprensión de texto, al comparar alumnos que leyeron en papel con otros que leyeron un texto en versión PDF en la pantalla, se concluyó que los primeros tuvieron mejor rendimiento.

Otros investigadores están de acuerdo con que la lectura basada en pantallas puede empeorar la comprensión, ya que es mentalmente más exigente e incluso físicamente más cansadora que la lectura en papel.

La tinta electrónica refleja la luz ambiental al igual que la tinta de un libro de papel, pero las pantallas de ordenadores, teléfonos inteligentes y tabletas hacen brillar la luz directamente en los rostros de las personas y la lectura puede causar fatiga visual, dolores de cabeza y visión borrosa.

En un experimento realizado por Erik Wästlund, de la Universidad de Karlstad en Suecia, las personas que tomaron una prueba de lectura comprensiva en un equipo electrónico obtuvieron calificaciones más bajas e informaron mayores niveles de estrés y cansancio que las personas que completaron en papel.

Las investigaciones más recientes sugieren que la sustitución del papel por pantallas a una edad temprana tiene desventajas. En 2012, un estudio en el Joan Ganz Cooney Center en la ciudad de Nueva York reclutó 32 parejas de padres e hijos de 3 a 6 años de edad.

Los niños recordaron más detalles de las historias que leyeron en el papel, pese a que las digitales estaban complementadas con animaciones interactivas, videos y juegos, que en realidad desviaban la atención lejos de la narrativa.

Como resultado de un trabajo que involucró el seguimiento de una encuesta de 1.226 padres, se informó que, al leer juntos, la mayoría de ellos y sus niños prefirieron libros impresos sobre los libros electrónicos.

Al leer los libros de papel a sus niños de 3 a 5 años de edad, los niños podían relatar la historia de nuevo a sus padres, pero al leer un libro electrónico con efectos de sonido, los padres con frecuencia tuvieron que interrumpir su lectura para pedir al niño que dejara de jugar con los botones y recuperara la concentración en la narración. Tales distracciones finalmente impidieron comprender incluso la esencia de las historias.

Muchas personas aseguran que cuando realmente quieren centrarse en un texto, lo leen en papel. Por ejemplo, en una encuesta realizada en 2011 entre estudiantes de posgrado en la Universidad Nacional de Taiwán, la mayoría aseguró que navegaba algunos párrafos de un artículo en línea antes de imprimir todo el texto para una lectura más a fondo.

Y en una encuesta realizada en 2003 en la Universidad Nacional Autónoma de México, cerca del 80 por ciento de los 687 estudiantes dijo preferir leer el texto impreso.

Encuestas e informes sobre los consumidores sugieren que los aspectos sensoriales de la lectura en papel importan a la gente más de lo que cabría suponer: la sensación de papel y tinta; la opción de suavizar o doblar una página con los dedos, el sonido distintivo de pasar una página, la posibilidad de subrayar, de detenerse y tomar nota, hacen que se elija más el papel.

Para compensar este déficit sensorial, muchos diseñadores digitales tratan de hacer que la experiencia de los lectores electrónicos –en inglés, e-reader– esté tan cerca de la lectura en formato de papel como sea posible.

La composición de la tinta electrónica se asemeja a la química típica de la tinta, y el diseño sencillo de la pantalla del Kindle (una marca de libro electrónico) se parece mucho a una página en un libro de papel. Sin embargo, estos esfuerzos –que fueron replicados por su competidora Apple iBooks– hasta ahora tienen más efectos estéticos que prácticos.

El desplazamiento vertical puede no ser la forma ideal de navegar un texto tan largo y denso como en los libros de muchas páginas, pero medios como el New York Times, el Washington Post y ESPN crearon atractivos artículos, altamente visuales, que no pueden aparecer en la impresión, ya que combinan texto con películas y archivos de sonido.

Es probable que el organismo de los nuevos nativos digitales cree otras redes neuronales que les permitan preferir lo electrónico al papel, pero mientras tanto, hoy el resto de la población sigue prefiriendo el contacto con las históricas hojas.

viernes, 19 de abril de 2024

Reseña de las cartas del Petrarca

Reseña de Ignacio Peyró, "Petrarca en el eje de los mundos", Babelia, 11 de noviembre de 2023:

La traducción del Epistolario completo del poeta es una proeza filológica que revela su magnitud como fundador del Humanismo e “intelectual de los tiempos modernos”

“Su gloria había sobrevivido las edades oscuras”, escribe Georgina Masson, e incluso en el siglo XII, cuando el Capitolio no era sino “un lugar pobre, de pastoría para las cabras”, “todavía el alma de las gentes lo asociaba a ideales de libertad cívica”. En las llanuras centrales del Medievo, las Mirabilia urbis Romae —primerísima guía para peregrinos— aún se exaltaban, en efecto, al describir la colina que ejerció en tiempos antiguos como “cabeza del mundo, donde cónsules y senadores gobernaban la tierra”. Montaigne no nos sorprende al afirmar que estaba más familiarizado con los palacios capitolinos que con los de sus propios reyes. Y en octubre de 1764, un viajero inglés, sentado entre sus ruinas, “mientras los frailes descalzos cantaban vísperas en el templo de Júpiter”, sintió el arrebato de la inspiración: su nombre era Edward Gibbon y en ese mismo momento resolvió dedicarse a escribir la Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano. No es de extrañar, en fin, que —de acuerdo con las evocaciones del nombre—, las revoluciones nacidas del viejo ideal republicano bautizaran como Capitolio los lugares más reverentes de su institucionalidad. A modo de gozne intelectual entre la Antigua Roma, el humanismo de un Montaigne y las luces ilustradas de Gibbon, el día de Pascua de 1341, Francesco Petrarca (Arezzo, 1304-Arquà, 1374), bajo el manto real de Roberto de Anjou, asciende al Capitolio para recibir la corona de poeta laureado.

Tales solemnidades parecen cohonestarse de modo difícil con el hombre que se definió como “amante del silencio y la soledad, enemigo del foro, desdeñoso del dinero”, y que no ignoraba que la fama “es viento, es humo, es sombra, es nada”. Haríamos mal, con todo, en atenuar en mera vanidad la preocupación por un concepto, la gloria, que, con intermitencias, lleva siéndonos incómodo desde tiempos barrocos, pero que para Petrarca tendrá una dimensión que abraza la teología, la literatura y la propia posteridad mundana. Primer renacentista, como nos recuerda Antonio Prieto, frente a la síntesis medieval de Dante, Petrarca encarna una conciencia aguda de su arte y de la responsabilidad y proyección de su labor. Pero la coronación rebosa con mucho su figura para servir a un designio intelectual más ambicioso. Celebrar una ceremonia “interrumpida”, según escribe el propio Petrarca, “a lo largo de numerosos siglos” implicaba poner en acto la voluntad visionaria, tantas veces explicitada en su obra, de volver “al puro resplandor del siglo antiguo”. Él mismo conocía como nadie la centralidad espiritual y política del lugar: había rechazado recibir el laurel, de manos del propio Roberto, en Nápoles. La coronación se alzaba así como un manifiesto visible en pro de la restauración de la cultura antigua frente a las insufiencias intelectuales y políticas —del papado en Aviñón al desgaste del paradigma escolástico— de su presente. Y rodearse de las manifestaciones del poder era no solo un modo de dignificar tal programa y hacerlo apetecible a los grandes de la tierra, encargados en última instancia de prestigiarlo: también era una ostensión de la legitimación moral y del optimismo de futuro que encarnaba su causa. Es decir, el ideal que Francisco Rico ha llamado hermosamente “el sueño del humanismo”, ese mercado común de simbolos e ideas, según definición de Gombrich, que conciliaba ley natural, lección clásica y revelación divina y que podía redirigirse, con provecho moral y gozo intelectual, “ad vitam”, hacia la vida. Un saber que, en efecto, era capaz —según Cicerón, manantial primero de Petrarca—, puertas adentro, de “embellecer los momentos felices y ofrecer refugio y consuelo en los momentos difíciles”, pero que también tenía una dimensión ulterior: “poner guía, orden y gobierno (…) en nuestra sociedad”, como escribe Guarino de Verona. Al final de sus días, en una carta a su íntimo Bocaccio, Petrarca se adjudicará con justicia el mérito de haber desempolvado “estudios olvidados durante muchos siglos”.

Cercano a los cuarenta años, sus trabajos eruditos sobre, entre otros, Tito Livio, ya le hubiesen convertido en padre del Humanismo: de hecho, al coronarse como poeta, Petrarca no olvida añadir la coletilla “e historiador”. La propia coronación puede leerse a modo de cifra de su papel como “intelectual de los tiempos modernos”, según lo define Ugo Dotti: las liturgias de ese día nos dan in nuce a un Petrarca que se hace una voz necesaria en los conflictos —y entre los poderosos— de su tiempo, con el suficiente cuajo como maître à penser como para merecer tal tributo público. Aun antes de escribir la mayor parte de su obra, en efecto, Petrarca ya postula un propósito de regeneración cultural que, escenificado en el Capitolio, iba a manifestarse en su propia obra en dos direcciones complementarias y llamadas a una gran influencia. Por una parte, el arte del poeta del Canzionere, que carga de intimidad y artificio conceptual la herencia de la lírica provenzal, y cuya retórica surtirá de un fondo de armario poético —el petrarquismo— a escritores de toda Europa durante siglos, en todo lo que va de Ronsard a Lope o la melancolía isabelina, y que incluso, en lo que tiene de dietario sentimental, va a pervivir como modelo en Umberto Saba o nuestro Unamuno. Por otra parte, las cartas, surgidas como proyecto tras inspirarse en el hallazgo de unas epístolas de Cicerón hacia 1345, y que constituirán “una suerte de autobiografía intelectual”, con rasgos efectivamente diarísticos en las Familiares, mayor énfasis memorialístico en las Cartas de Senectud —escritas a partir de 1361— y afán polémico, como clamor de justicia ante los poderes de la tierra, en las Cartas sin nombre. En su Epistolario, Petrarca aporta la nueva sensibilidad de un presente que se ilumina en el diálogo con el pasado.

Bien prologadas en cada uno de sus libros —lo cual no solo enriquece sino que orienta la lectura—, Petrarca escribe las cartas sobre la plantilla moral de Séneca y el propio Cicerón, en adición a sus propias querencias agustinianas. Es muestra de afán autoral que no haya “operación quirúrgica”, a decir del editor, “que no haya empleado” en sus textos: muchas cartas —por ejemplo, hasta el libro VI de las Familiares— son recreaciones posteriores a la datación, artificio que, por lo demás, solo habla de la firmeza de una voluntad literaria que busca ofrecer al propio Petrarca en calidad de “exemplum”, con la proyección de una intimidad intelectual como “un monumento de miles de páginas erigido a sí mismo”. Hay que añadir, no obstante, que el epistolario petrarquiano dista de ser un tratado de egocentrismos: está la enciclopedia de su época y la polémica de su tiempo, entregadas ambas en textos ágiles, que “salen al encuentro de la vida diaria”, y que lo mismo “polemizan con los aristotélicos que discurren sobre las más modestas realidades cotidianas”. Algunos pasajes han ganado una fama fundamental: la Carta nueve del segundo libro de las Familiares es una tan extraordinaria como ambigua confesión con claves interpretativas del Cancionero, en tanto que la subida al monte Ventoso o Ventoux (primera carta del libro cuarto) es por sí misma un hito en la historia de la cultura occidental. Subiera o no subiera al monte, es congruente que la excursión viniera impulsada por un noble precedente: leer sobre el ascenso de Filipo V al monte Hemo en Tesalia. Las Cartas sin nombre tendrán un punto más especiado en sus tensas invectivas contra la curia de Aviñón, los lamentos por una Roma “viuda” sin papado y los denuestos contra un gremio teológico que ha fosilizado cuanto de bueno y vivo pudiera haber en la escolástica.

Tanto en el Epistolario como en los poemas queda constancia de su magna empresa intelectual de conciliación de la herencia clásica y la evangélica

Por tradición lectora y filológica, el Petrarca en verso ha sido mucho más cercano al mundo hispánico que el Petrarca en prosa. De hecho, las cuatro mil páginas de este epistolario son más que un matiz contundente a esa imagen arraigada de Petrarca “dedicado (…) a cantar sobre Laura y suspirar de amor”. Como fuere, tanto en el Cancionero como en su Epistolario, Petrarca revela —corregirá ambos hasta el mismo final de su vida— una exigencia de autor que a su vez nos habla de un mundo interior en necesidad de expresión literaria y de un escritor sabedor de que la gloria no le espera en el lugar de la ardua filología. Asimismo, tanto en el Epistolario como en los poemas queda constancia de su magna empresa intelectual de conciliación de la herencia clásica y la evangélica. A este respecto, no es ocioso recordar, como hace el hispanista Matteo Lefèvre, cómo, frente al amor pagano de un Garcilaso, “las razones profundas” que animan su Cancionero, no en vano cerrado con un largo poema a la Virgen, “se centran en la palinodia del sentimiento amoroso”, en lo que también se ha llamado “un recorrido espiritual del pecado a la santificación”.

En su Epistolario esta voluntad de concierto es, más que evidente, fundacional: si los poemas —no muy cariñosamente titulados Rerum vulgarium fragmenta— están escritos en vernáculo, Petrarca escribe sus cartas en latín, en la consideración de que esta lengua era “vehículo apropiado de una cultura integral”. Así, desde “la ciudadela de la razón” ciceroniana, postula que “no hay que desdeñar ningún guía que nos muestre el camino de la salvación”: al mismo Cicerón lo asimila a un apóstol, y se pregunta en qué pueden dañar Platón o el propio Arpinate al estudio de la verdad. “El legado antiguo”, escribe Rico, es para Petrarca “la cultura humana que mejor acompaña las enseñanzas de la religión”. En nuestras miradas a Roma, en definitiva, hemos buscado, a lo largo del tiempo, en todo lo que va de Maquiavelo a Winckelmann o el cardenal Wiseman, extraer verdades políticas a través del estudio de las instituciones, entroncar con una idea de belleza a través del arte o —a través de la arqueología— probar verdades de una religión o, más modestamente, decorar nuestros interiores. Para Petrarca, pionero absoluto de esa mirada, la verdad de la lección antigua está en la dignidad y las posibilidades del lenguaje tanto para la intimidad como para la cosa pública.

Si las cartas de Petrarca siguen vivas no es solo por su vocación de tener por interlocutora a la posteridad, sino por transparentar un estilo intelectual gestado por los humanistas y que aún nos resulta seductor. Dotti dice que “no nos cuesta ver en ellas a Montaigne”. Como “nuevo sabio de los tiempos modernos”, lo vemos abominar de la babilónica Aviñón, disfrutar del campo en Vaucluse (“transalpina solitudo mea iocundissima”), reñir por la política que cree justa y extraer todo el consuelo de la complicidad intelectual de la amistad con los Colonna o los Bocaccio. Quedamos a deberle lo que sus cartas nos enseñan como filtrado de los clásicos, pero si las admiramos es —ante todo— por constituir uno de estos libros que, por así decirlo, son un hombre: un hombre “solo e pensoso”, vuelto a sí mismo, cuya vida se transforma en testimonio por el arte. En cualquier caso, conviene subrayar cómo el genio de Petrarca —ya visto en su faceta propagandística con ocasión de la coronación de 1341— trasciende intimidades y repercute en el ennoblecimiento de los studia humanitatis, que serán ya “elemento propio del vivir aristocrático” y, por tanto, ideal apetecible.

La traducción del Epistolario petrarquiano completo a cargo de Francisco Socas es una de esas gestas que se merece nuestra lengua: no son tan frecuentes —pienso en las obras completas de Ramón, Ortega o Chaves Nogales—, aunque Acantilado reincide ahora tras la edición de otra de las “tres coronas florentinas”, el Dante de la Comedia, en traducción de José María Micó. Por supuesto, el paginado infinito de estas cartas también representa otra de esas gestas lectoras en las que uno —de Proust a la Anatomía de la melancolía, del Port-Royal al duque de Saint-Simon— puede emplear la vida. No cabe duda de que disponer de este Epistolario ajustará a una realidad mayor nuestra mirada sobre Petrarca y su huella, como es propósito del proemio del finado Ugo Dotti. Pero es una belleza particular que aquello que nació como invitación al aprecio de la alta literatura pueda ahora entrar, sin dejar las facultades de Filología, en la biblioteca de cualquier lector que tal vez también espera “una edad más dichosa”.

Epistolario. Cartas familiares. Cartas de Senectud. Cartas sin nombre. Cartas dispersas. Francesco Petrarca. Traducción de Francisco Socas. Madrid: Acantilado, 2023, 4.336 páginas. 148 euros.

sábado, 16 de marzo de 2024

Se ha descubierto en el Tibet una biblioteca secreta, emparedada, sobre budismo tibetano, con obras de hace mil años.

"Monasterio Sakya, la biblioteca de oro del budismo tibetano", Rodrigo Lastreto, 2 de marzo de 2021

Allí encontraron 84.000 sutras y pergaminos escritos a mano en tibetano, sánscrito, chino y mongol; y que cuentan la historia del Tíbet a través del prisma de la filosofía, la ópera, la poesía, la medicina y la geología, entre otras disciplinas.  

Cuando en el año 2003 se encontraron más de 84.000 rollos tras una pared de 60 metros de largo y 10 de alto en el templo budista del monasterio de Sakya nadie podía creerlo. Era una enorme biblioteca de más de 84.000 rollos de escrituras budistas, obras de literatura, filosofía, astronomía y otras ciencias que habían permanecido ocultas e intactas durante cientos de años en el principal santuario sagrado de la secta Sakyapa, una de las últimas sectas de viejas escuelas no reformada de origen indio. Estábamos en presencia de la biblioteca de oro del budismo tibetano.

Estas maravillas se hallaron escondidas detrás de una pared de 600 metros cuadrados en el gran salón de rezos, en una habitación fría, oscura y, sin embargo, extremadamente notable. Allí se encontró una única estantería que albergaba alrededor de 84.000 sutras y pergaminos escritos a mano en tibetano, sánscrito, chino y mongol; y que cuentan la historia del Tíbet a través del prisma de la filosofía, la ópera, la poesía, la medicina y la geología, entre otras disciplinas. Los ejemplares más antiguos tienen más de 1.000 años y cuenta la leyenda que esta estantería podría sostener todo el monasterio por sí sola incluso si los otros muros se derrumbaran.

El Monasterio Sakya (también conocido como Pel Sakya; “Tierra Blanca”) es un monasterio budista situado a 25 km al sureste de un puente que está a unos 127 km al oeste de Shigatse en la carretera a Tingri en el Tíbet; así que llegar allí no es fácil (pero sin duda que valdría la pena el esfuerzo). Es la sede de la escuela Sakya (o Sakyapa) de budismo tibetano y fue fundado en 1073 por Konchok Gyelpo. Después del levantamiento de Lhasa del 10 de marzo de 1959 para proteger al 14º Dalai Lama del Ejército de Liberación del Pueblo Chino Comunista, la mayoría de los monjes del Monasterio Sakya se vieron obligados a irse. Dice Dawa Norbu (politólogo y Profesor de Estudios Asiáticos): “Anteriormente había unos quinientos monjes en el Gran Monasterio Sakya, pero a finales de 1959 sólo quedaban 36 monjes ancianos”. La mayoría de los edificios del monasterio están en ruinas , porque fueron destruidos durante la Revolución Cultural.

Todos los libros de la biblioteca sobrevivieron ilesos a la Revolución Cultural comunista en la última década del gobierno de Mao Zedong de 1966 a 1976 (aunque la mayoría de los monjes del monasterio se vieron obligados a irse) ya que la entrada estuvo sellada y sin tocar durante varios cientos de años. En la actualidad, los textos todavía están siendo descifrados por científicos de la Academia Tibetana de Ciencias Sociales.

Los libros están envueltos parcialmente en pañuelos de seda. Solo el clima frío, a una altitud de 4.280 metros, protege las obras de la descomposición. Pero un libro muy especial se guarda en una vitrina: contiene las enseñanzas de Buda, así como los registros de su vida. El libro tiene 700 años y unas dimensiones impresionantes: dos metros de largo, un metro de ancho y ochenta centímetros de grosor. Por lo tanto, sus páginas deben pasarse con ocho personas. También se necesitan ocho personas para llevarlo ya que es considerado el libro budista más grande del mundo con un peso asombroso de 500 kg. Y todas sus páginas están escritas a mano con letra dorada.

viernes, 1 de diciembre de 2023

Análisis de libros, portales en Internet

¿Dónde puedo encontrar crítica literaria y análisis crítico detallado de libros premiados, orientados a adultos instruidos?

Estos son algunos entre los mejores:

Crítica de libros (contiene reseñas y recensiones de libros clásicos de todas las culturas y épocas)

Revista de Libros (Contiene reseñas y recensiones de libros más actuales)

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jueves, 31 de agosto de 2023

Sam Vaknin, El futuro del libro

Sam Vaknin, El futuro del libro

Uno de los primeros actos de la Asamblea Nacional francesa en 1789 fue emitir esta declaración: “La libre comunicación del pensamiento y de la opinión es uno de los derechos más preciosos del hombre; por tanto, todo ciudadano puede hablar, escribir e imprimir libremente”. La UNESCO todavía define "libro" como "una publicación impresa no periódica de al menos 49 páginas sin incluir las portadas".

Sin embargo, ¿las innovaciones de los últimos veinte años han transformado irreversiblemente el concepto de “libro”?

Los libros electrónicos no son una idea novedosa. Vannevar Bush escribió en 1945 en The Atlantic:

“Aparecerán formas totalmente nuevas de enciclopedias, ya preparadas con una malla de senderos asociativos que las atraviesan, listas para ser lanzadas al memex y allí amplificadas”.

Cuando Alan Kay creó el Dynabook, un prototipo de cartón de un lector de libros electrónicos similar a una tableta, en 1968, declaró:

“Creamos un nuevo tipo de medio para impulsar el pensamiento humano, para amplificar el esfuerzo intelectual humano. Pensamos que podría ser tan importante como la invención de la imprenta por parte de Gutenberg hace 500 años”.

Robert Coover, de la Universidad de Brown, opinó en el New York Times en 1992 que el “fin de los libros” está cerca:

“Fluidez, contingencia, indeterminación, pluralidad, discontinuidad son las palabras de moda del hipertexto de hoy en día, y parecen convertirse rápidamente en principios, de la misma manera que la relatividad desplazó no hace mucho a la manzana que cae... El medio impreso es un medio condenado y obsoleto. tecnología, una mera curiosidad de tiempos pasados ​​destinada pronto a ser consignada para siempre a esos museos polvorientos y desatendidos que ahora llamamos bibliotecas”.

Las empresas comerciales entraron en acción y publicaron enciclopedias en CD-ROM (Encarta de Microsoft , luego Enciclopedia Británica ). Voyager Company publicó varios títulos en su plataforma hipermedia de libros ampliados Hypercard. Rocket eBook (1998), e-ink Librie de Sony (2004), iPhone y Kindle (2007), iPad (2010) no lograron iniciar la revolución largamente anunciada.

Dejando a un lado Amazon KDP , miles de otras empresas emergentes, editores, plataformas tecnológicas de autoedición y distribuidores fracasaron entre 201 y 2018. Los capitalistas de riesgo como Kleiner Perkins (iFund) perdieron una pequeña fortuna apostando a la próxima revolución editorial. En 2018, Amazon terminó controlando alrededor de la mitad de todas las ventas impresas y cuatro quintas partes de todas las ventas de contenido digital. Los iBooks de Apple controlan el resto (aprox. 10% del mercado).

La ahora desaparecida BookTailor solía vender su software de personalización de libros principalmente a agentes de viajes. Los suscriptores crearon su propia edición privada a partir de una biblioteca de contenido electrónico. La antología idiosincrásica emergente se imprimió y encuadernó a pedido o se empaquetó como un libro electrónico.

Consideremos lo que este simple modelo de negocio afecta a nociones antiguas y arraigadas como “original” y “copias”, derechos de autor e identificadores de libros. ¿Es el “original” el libro final, personalizado por el usuario, o sus fuentes? ¿Deberían dichas tiradas de una sola copia ser elegibles para identificadores únicos (por ejemplo, ISBN únicos)? ¿Posee el usuario algún derecho sobre el producto final elaborado por él? ¿Se siguen aplicando los derechos de autor de los autores originales?

Los miembros de la comunidad BookCrossing.com registran sus libros en una base de datos central, obtienen un BCID (Número de identificación de BookCrossing) y luego le dan el libro a alguien, o simplemente lo dejan tirado para que lo encuentren. Los sucesivos propietarios del volumen proporcionan a BookCrossing sus coordenadas. Este modelo inocuo subvierte el concepto legal de propiedad y transforma el libro de un objeto pasivo e inerte a un catalizador de interacciones humanas. En otras palabras, devuelve el libro a sus orígenes: una cápsula del tiempo que invita al diálogo.

Sus defensores protestan diciendo que los libros electrónicos no son simplemente una interpretación efímera de sus predecesores impresos: son un nuevo medio, una experiencia de lectura completamente diferente. Se suponía que cada elemento del libro electrónico, desde la trama hasta los garabatos, era animado, responsivo, interactivo y basado en elecciones.

Los libros electrónicos se programarán para reaccionar al estado de ánimo del lector, su ubicación (realidad aumentada) e incorporar información en tiempo real (cumpleaños, nombres de restaurantes y museos que visitó el lector). Las comunidades de lectores resaltarán, compartirán y comentarán y sus aportes se convertirán en una parte integral del libro electrónico, se pensó.

Se promocionaron estas opciones: hipervínculos dentro del libro electrónico a contenido web y herramientas de referencia; compras y pedidos instantáneos integrados; tramas divergentes, interactivas para el usuario y basadas en decisiones; interacción con otros libros electrónicos mediante Bluetooth o algún otro estándar inalámbrico; autoría colaborativa, juegos y actividades comunitarias; contenido actualizado automática o periódicamente; capacidades multimedia; bases de datos de marcadores, registros de hábitos de lectura, hábitos de compra, interacción con otros lectores y decisiones relacionadas con la trama; capacidades de traducción y conversión de audio automáticas e integradas; capacidades completas de picoredes inalámbricas y redes de dispersión; y más.

En un ensayo titulado “El libro procesado”, Joseph Esposito expone cinco capacidades importantes de los libros electrónicos: como portales o interfaces hacia otras fuentes de información, como textos autorreferenciados, como plataformas “tocadas” por otros recursos, como entradas procesadas por máquinas y libros electrónicos que sirven como nodos en redes.

Los libros electrónicos, contrariamente a sus oponentes, han cambiado poco más allá del formato y el medio. Los audiolibros son más revolucionarios que los libros electrónicos porque ya no utilizan símbolos visuales. Considere los protocolos de desplazamiento: lateral y vertical. El papiro, el periódico de gran formato y la pantalla de la computadora son tres ejemplos del tipo vertical. El libro electrónico, el microfilme, la vitela y el libro impreso son ejemplos del rollo lateral. Nada nuevo aquí.

Los libros electrónicos son un retroceso a los días del papiro. El texto se coloca a un lado de una serie de “hojas” conectadas. El pergamino, en comparación, tenía varias páginas, era fácil de navegar y estaba impreso en ambos lados de la hoja. Condujo a una revolución en la edición y, en última instancia, en el libro impreso. Todos estos avances ahora están siendo revertidos por el libro electrónico, lamentan los antagonistas.

La verdad, como siempre, se encuentra a medio camino entre la burla y la adulación.

El libro electrónico conserva una innovación del pergamino: el hipertexto. Los primeros textos judíos y cristianos, así como los estudios jurídicos romanos, fueron inscritos o, más tarde, impresos, con numerosos enlaces intertextuales. El Talmud, por ejemplo, comprende un texto principal (la Mishná) rodeado de referencias a interpretaciones académicas (exégesis).

Ya sea en papiro, pergamino, papel o PDA, todos los libros son portátiles. El libro es como un perpetuum mobile. Difunde su contenido de forma viral, haciéndose circular, y no es disminuido ni alterado en el proceso. Aunque físicamente erosionado, se puede copiar fielmente. Es permanente y, sujeto a fiel replicación, inmutable.

Es cierto que los textos electrónicos dependen del dispositivo (lectores de libros electrónicos o unidades de ordenador). Son específicos del formato. Los cambios en la tecnología (tanto en hardware como en software) hacen que muchos libros electrónicos sean ilegibles. Y la portabilidad se ve obstaculizada por la duración de la batería, las condiciones de iluminación o la disponibilidad de infraestructura adecuada (por ejemplo, de electricidad).

La tecnología de la imprenta acabó con el monopolio de contenidos. En cincuenta años (1450-1500), el número de libros en Europa aumentó de unos pocos miles a más de nueve millones. Y, como señaló McLuhan, cambió el énfasis del modo oral de distribución de contenido (es decir, “comunicación”) al modo visual.

Los libros electrónicos son sólo la última aplicación de principios antiguos a nuevos "contenedores de contenido". Cada una de estas transmutaciones produce un aumento en la creación y difusión de contenidos. Los incunables –los primeros libros impresos– hicieron accesible el conocimiento (a veces en lengua vernácula) tanto a eruditos como a profanos y liberaron a los libros de la tiranía de los scriptoria y las “bibliotecas” monásticas.

Los libros electrónicos prometen hacer lo mismo.

En el futuro previsible, los “cajeros automáticos de libros” ubicados en rincones remotos de la Tierra podrán imprimir bajo demanda (POD) cualquier libro seleccionado de listas editoriales anteriores y anteriores que comprendan millones de títulos. Las editoriales personalizadas y la autoedición permiten a los autores superar las barreras editoriales de entrada y publicar su trabajo a un precio asequible.

Internet es el canal ideal de distribución de libros electrónicos. Amenaza el monopolio de las grandes editoriales. Irónicamente, los primeros editores se rebelaron contra el monopolio del conocimiento de la Iglesia. La industria floreció en sociedades no teocráticas como los Países Bajos e Inglaterra, y languideció donde reinaba la religión (el mundo islámico y la Europa medieval).

Con los libros electrónicos, el contenido vuelve a ser un esfuerzo colaborativo, como lo fue hasta bien entrada la Edad Media. El conocimiento, la información y las narrativas alguna vez se generaron a través de las interacciones entre los autores y la audiencia (recuerde a Sócrates). Los libros electrónicos interactivos, los multimedia, las listas de discusión y los esfuerzos de autoría colectiva restauran esta gran tradición.

Los autores vuelven a ser los editores y comercializadores de su trabajo, como lo fueron hasta bien entrado el siglo XIX, cuando muchos libros debutaron como folletos serializados en periódicos o revistas o se vendieron mediante suscripción. Los libros electrónicos serializados se remontan a estas tradiciones interválicas. Los libros electrónicos también pueden ayudar a restablecer el equilibrio entre los más vendidos y los autores intermedios y entre la ficción y la no ficción. Los libros electrónicos son los más adecuados para atender a nichos de mercado desatendidos.

Los libros electrónicos, más baratos incluso que los de bolsillo, son la “literatura para millones” por excelencia. Tanto las antiguas bibliotecas de reimpresiones como los actuales editores de libros electrónicos se especializan en libros baratos de dominio público (es decir, cuyos derechos de autor han expirado). John Bell (compitiendo con el Dr. Johnson) publicó “Los poetas de Gran Bretaña” en 1777-83. Cada uno de los 109 volúmenes costó seis chelines (en comparación con la guinea habitual o más). La Biblioteca Ferroviaria de novelas (1.300 volúmenes) cuesta 1 chelín cada una sólo ocho décadas después. El precio siguió cayendo a lo largo del siguiente siglo y medio. Los libros electrónicos y POD retoman esta tendencia.

La caída de los precios de los libros, la reducción de las barreras de entrada ayudadas por las nuevas tecnologías y el crédito abundante, la proliferación de editoriales y la competencia despiadada entre los libreros fue tal que hubo que introducir una regulación de precios (cártel). Los precios netos de las editoriales, los descuentos comerciales y los precios de lista son prácticas anticompetitivas de la Europa del siglo XIX. Aún así, este lamentable período también dio origen a asociaciones comerciales, organizaciones editoriales, agentes literarios, contratos de autor, acuerdos de regalías, marketing masivo y derechos de autor estandarizados.

A menudo se percibe que Internet no es más que un catálogo glorificado (aunque digitalizado) de pedidos por correo. Pero los libros electrónicos son diferentes. Los legisladores y los tribunales aún tienen que establecer si los libros electrónicos son libros. Los contratos existentes entre autores y editores pueden no cubrir la interpretación electrónica de textos. Los libros electrónicos también ofrecen una seria competencia de precios a las formas más tradicionales de publicación y, por lo tanto, es probable que provoquen una realineación de toda la industria.

Es posible que sea necesario reasignar derechos, redistribuir ingresos y reconsiderar las relaciones contractuales. Hasta ahora, los libros electrónicos equivalían a poco más que versiones reformateadas de las ediciones impresas. Pero los autores publican cada vez más sus libros principal o exclusivamente como libros electrónicos, socavando así tanto los libros de tapa dura como los de bolsillo.

Los impresores y editores luditas resistieron –a menudo violentamente– a cada fase de la evolución del oficio: los estereotipos, la prensa de hierro, la aplicación de la fuerza del vapor, la encasillación y composición tipográfica mecánica, los nuevos métodos de reproducción de ilustraciones, las encuadernaciones en tela, el papel hecho a máquina, Libros encuadernados, libros de bolsillo, clubes de lectura y fichas de libros.

Sin excepción, finalmente cedieron y adoptaron las nuevas tecnologías con considerable ventaja comercial. De manera similar, los editores se mostraron inicialmente vacilantes y reacios a adoptar Internet, POD y la publicación electrónica. No es de extrañar que se dieran cuenta.

Los libros impresos de los siglos XVII y XVIII fueron ridiculizados por sus contemporáneos por ser inferiores a sus antecedentes laboriosamente hechos a mano y a los incunables. Estas quejas recuerdan las críticas actuales a los nuevos medios (Internet, libros electrónicos): mala calidad de fabricación, apariencia lamentable y piratería desenfrenada.

Las primeras décadas que siguieron a la invención de la imprenta fueron, como dice la Enciclopedia Británica, “un periodo inquieto y altamente competitivo libre para todos... (con) enorme vitalidad y variedad (que a menudo conduce a) un trabajo descuidado”. Hubo actos atroces de piratería, por ejemplo, la copia ilícita de los “libros de bolsillo” latinos de Aldo Manuzio, o el omnipresente contrabando de libros en Inglaterra en el siglo XVII, resultado directo de la sobrerregulación y los monopolios coercitivos de derechos de autor.

La obra de Shakespeare fue replicada repetidamente por infractores de derechos de propiedad intelectual emergentes. Más tarde, las colonias americanas se convirtieron en el centro mundial de la piratería de libros industrializada y sistemática. Enfrentados a libros extranjeros pirateados, abundantes y baratos, los autores locales recurrieron al trabajo independiente en revistas y a giras de conferencias en un vano esfuerzo por llegar a fin de mes.

Los piratas y los editores sin licencia (y, por lo tanto, subversivos) fueron procesados ​​bajo una variedad de leyes de monopolio y difamación y, más tarde, bajo leyes de seguridad nacional y obscenidad. Tanto los gobiernos reales como los “democráticos” actuaron despiadadamente para preservar su control sobre las publicaciones.

John Milton escribió su apasionado alegato contra la censura, Areopagitica, en respuesta a la ordenanza de concesión de licencias de 1643 aprobada por el Parlamento británico. La revolucionaria Ley de Derechos de Autor de 1709 en Inglaterra decretó que los autores y editores tienen derecho a cosechar exclusivamente los beneficios comerciales de sus esfuerzos, aunque sólo durante un período de tiempo prescrito.

La batalla incesante entre los editores industriales y comerciales con su arsenal tecnológico y legal cada vez más potente y la multitud de artes y artesanías de espíritu libre se libra ahora más ferozmente que nunca en numerosas listas de discusión, foros, tomos y conferencias.

William Morris inició el movimiento de la “prensa privada” en Inglaterra en el siglo XIX para contrarrestar lo que consideraba la cruel comercialización de la edición de libros. Cuando se inventó la imprenta, los empresarios privados (comerciantes) de la época la utilizaron comercialmente. Los “editores” establecidos (monasterios), con algunas excepciones (por ejemplo, en Augsburgo, Alemania y en Subiaco, Italia), lo rechazaron como una amenaza importante para la cultura y la civilización. Sus ataques a la imprenta se leen como las letanías actuales contra la autoedición o las publicaciones controladas por corporaciones.

Pero, a medida que el número de lectores aumentó (las mujeres y los pobres se volvieron cada vez más alfabetizados), el número de editores se multiplicó. A principios del siglo XIX, los innovadores procesos litográficos y offset permitieron a los editores occidentales agregar ilustraciones (al principio, en blanco y negro y luego en color), tablas, mapas detallados, diagramas anatómicos y otros gráficos a sus libros.

Editores y bibliotecarios se peleaban por los formatos (tamaños de los libros) y las fuentes (góticas versus romanas), pero prevalecían las preferencias de los consumidores. Nació el libro multimedia. Los libros electrónicos probablemente experimentarán una transición similar desde versiones digitales estáticas de una edición impresa a objetos vivos, coloridos, interactivos y comerciales.

La biblioteca de préstamo comercial y, más tarde, la biblioteca gratuita fueron dos reacciones adicionales a la creciente demanda. Ya en el siglo XVIII, editores y libreros expresaron el temor (infundado) de que las bibliotecas canibalizaran su comercio. Sin embargo, las bibliotecas han mejorado las ventas de libros y se han convertido en un mercado importante por derecho propio. Es probable que hagan lo mismo con los libros electrónicos.

La edición siempre ha sido una actividad social, muy dependiente de los avances sociales, como la expansión de la alfabetización y la liberación de las minorías (especialmente de las mujeres). A medida que cada nuevo formato madura, está sujeto a regulación interna y externa. Los libros electrónicos y otros contenidos digitales no son una excepción. De ahí los intentos recurrentes y actuales de regulación restrictiva y las escaramuzas legales que les siguen.

En sus inicios, cada nueva variante de empaquetado de contenidos se consideraba "peligrosa". La Iglesia, anteriormente la mayor editorial de biblias y otros textos religiosos y “terrenales” y defensora y protectora de la lectura en la Edad Media, castigó y censuró la impresión de libros “heréticos”, especialmente las biblias vernáculas de la Reforma.

Incluso restauró la Inquisición con el propósito específico de controlar la publicación de libros. En 1559 publicó el Index Librorum Prohibitorum (“Índice de libros prohibidos”). Unos pocos editores, principalmente holandeses, terminaron en juego. Los gobernantes europeos emitieron proclamas contra los “libros impresos traviesos” de herejía y sedición.

La impresión de libros estaba sujeta a una licencia del Privy Council de Inglaterra. El concepto mismo de copyright surgió de la inscripción forzada de títulos en el registro de la English Stationer's Company, un instrumento real de influencia e intriga. Ese registro obligatorio otorgaba al editor el derecho a copiar exclusivamente el libro registrado –o, más frecuentemente, una clase de libros– durante varios años, pero restringía políticamente el contenido imprimible, a menudo por la fuerza.

La libertad de prensa y la libertad de expresión son todavía sueños lejanos en la mayor parte del mundo. Incluso en Estados Unidos, la Ley de Copyright del Milenio Digital (DMCA), el V-chip y otras medidas que invaden la privacidad, inhiben la difusión y imponen censura perpetúan una tradición veterana aunque no tan venerable.

Para 2018, la función de financiación, edición, diseño, impresión, distribución, cumplimiento, marketing y creación de comunidades de los editores tradicionales se ha mercantilizado, democratizado, desintermediado y se ha vuelto asequible y accesible para los creadores de contenido individuales (“autores”). Las empresas POD ( Blurb , Amazon , Lulu , Lightning Source e Ingram Spark ) también ofrecen servicios relacionados con marketing y ventas, envío y procesamiento de pagos. Los libros publicados de forma independiente ofrecen tres veces las regalías pagadas por los Cinco Grandes (70% frente a 25%) y constituyen aproximadamente la mitad de todas las ganancias de los autores.

El crowdfunding ahora proporciona una fuente alternativa de capital para los escritores en ciernes. Irónicamente, la mayor parte del dinero recaudado se destina a libros impresos y campañas promocionales de boletines informativos por correo electrónico en Substack, Mailchimp y servicios similares que se lanzaron a partir de 2017. Los boletines informativos cualitativos equivalen a minitomos de prosa tipo libro. Las redes sociales, por otro lado, están perdiendo fuerza debido a la excesiva comercialización.

Los audiolibros y los podcasts también están aumentando y generaron casi 3 mil millones de dólares en 2018. Esto se debe a que la tecnología ha mejorado dramáticamente: mayor duración de la batería, auriculares Bluetooth baratos, sincronización en la nube de múltiples dispositivos. Un estudio de locución casero decente ahora cuesta menos de 800 dólares. Los canales de distribución proliferaron.

Cuanto más cambia, más permanece igual. Si algo nos enseña la historia del libro es que no hay límites al ingenio con el que editores, autores y libreros reinventan viejas prácticas. Las innovaciones tecnológicas y de marketing se perciben invariablemente como amenazas, para luego ser consideradas artículos de fe. La edición enfrenta los mismos problemas y desafíos que enfrentó hace quinientos años y responde a ellos de manera muy similar.

lunes, 7 de agosto de 2023

¿Qué libros ya no existen en el mundo?

 ¿Qué libros ya no existen en el mundo?

1.Los que se inventan escritores de ficción como Lovecraft y seguidores.

2.Los que desaparecieron por las escasas copias que existían de ellos

3.Los que se destruyeron en diversos bibliocaustos desde que el primer emperador de China empezó la costumbre.

4.Los que perecieron en expurgos de bibliotecas o resquebrajó y quemó la lignina ácida de su papel.

5.Aquellos que exponían materias tan vergonzosas, secretas, peligrosas o esotéricas que quien los leía luego los quemaba.

,6. Los que eran tan malos, aburridos o breves o eran de material tan deleznable y degradable que se leían y se tiraban a la basuras.

7.Los que se comieron los xilófagos.

8. Los que se escondieron tanto que ya nadie sabe donde están.

9. Los que están tan mal catalogados que nunca han sido identificados correctamente y por tanto no han sido retirados de una biblioteca y leídos.

10. Los que aguardan en algún sótano de una casa abandonada mientras los devoran las ratas y el olvido o los que cuyo papel sirve para ser reciclado en otro libro.

11.Algunos que escribieron los hebreos y cita la Biblia, u hombres y mujeres que nunca salieron de casa y nunca importaron a nadie, de modo que sus herederos tiraron sus obras a la basura o las dieron al trapero.

12. Aquellos que reseñaban Stanislaw Lem o Borges.

13. Los libros que consultamos en las estanterías de los sueños

14. Los del cementerio de los libros olvidados de Ruiz Zafón.

15. Los que fueron censurados tan a fondo por el Index librorum prohibitorum que ya no queda ni un renglón.

16. Los que por carecer de título, autor o partes y muchas páginas esenciales ni siquiera sabemos nombrar y están reducidos a los harapos de unos cortos fragmentos, citas o escuetos epítomes.

17. Los que están escritos en una lengua desaparecida, desconocida o con una clave indescifrable, o se encuentran en la Biblioteca de Babel de Borges.

18. Los que hay en los llamados '"infiernos" de las bibliotecas y en los archivos secretos del Vaticano.

19. Los que quemó Pepe Carvalho.

20. Los que no salvó del olvido el gran libro de Fernando Báez.

21. Los manuscritos únicos que quemaban los escritores y artistas bohemios de Henri Murger a la fuerza para calentarse del frío en su ático-buhardilla parisino expuesto a los cuatro vientos.

22. Los que fueron tan refundidos, adaptados, resumidos, ampliados, corregidos, interpolados, deturpados, traducidos, censurados, reelaborados y reescritos en la India, China y Egipto que ya nadie sabe quién o quiénes los escribieron, donde empiezan o acaban, qué les sobra o falta y de qué trataban al menos en algunas de sus versiones.

23. Las caras ediciones únicas y manuscritos robados que no pueden enseñarse por razones obvias o que poseen coleccionistas chalados como algunos que yo me sé.

24. Los que perecieron en Bagdad, Alejandría y Córdoba.

25. Los borradores que se quemaron en la torre china de Changshá.

26. Los que rechazan todas las editoriales.

27. Los que no llegaron a publicar los heterónimos de Fernando Pessoa.

28. Todo aquel que alguien escribió para sí mismo.

29. Aquellos a los que se cambió el título y ya nadie sabe identificar.

30. Los que Cervantes dijo que quería escribir en la dedicatoria del Persiles, poco antes de morir: Las semanas del jardín, el Bernardo, la Segunda parte de la Galatea.

31. Las copias únicas de piezas teatrales que se quemaron en el teatro del Globo, en Londres.