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viernes, 13 de diciembre de 2024

Micaela

 Micaela estaba a punto de entrar en el único ascensor funcional de la vieja estación de metro cuando un desconocido la detuvo en seco. ¿A dónde cree que va, abuela? ¿No ve que este ascensor no es para gente como usted?, la interpeló un hombre airado, cortándole el paso.

La anciana, pese al cansancio, intentó sonreír. Voy abajo, por supuesto. ¿Ustedes no?, respondió sencillamente con una tímida sonrisa en los labios. Después, viendo que en el ascensor aún había sitio de sobra, añadió: Además, yo ocupo poquito, ni siquiera notarán que estoy aquí.

El desconocido se la devolvió. ¿Con esa suciedad y ese olor a sudor que trae después de trabajar todo el día? Ni en broma se va a subir.

Por primera vez, la mujer se fijó en que en el ascensor, además del hombre que le había hablado, había un pequeño grupo de políticos de mirada torva que miraban sus relojes con impaciencia, tres o cuatro ejecutivos que se reían sin disimulo de la situación mientras uno de ellos grababa todo con su teléfono y dos mujeres que parecían discutir ajenas a la escena que se estaba desarrollando ante sus narices.

Es verdad que la pobre Micaela, después de pasarse el día recogiendo la basura y limpiando los baños públicos a cambio de unas pocas monedas, olía mal, pero eso, según ella, no era motivo para que la tratasen así... Por favor, señor, suplicó Micaela con voz temblorosa.

Estoy cansada, mis huesos ya no son lo que eran. Solo quiero llegar a casa.


El hombre frunció el ceño, su rostro endureciéndose aún más. He dicho que no, gruñó, y sin previo aviso, empujó a Micaela con fuerza. La anciana trastabilló hacia atrás, casi perdiendo el equilibrio.

Las puertas del ascensor comenzaron a cerrarse con un chirrido metálico, dejando al hombre fuera junto a Micaela. ¿Por qué?, sollozó Micaela, con lágrimas rodando por sus mejillas arrugadas. ¿Por qué es tan horrible conmigo? El hombre se giró hacia ella.

¿Horrible?, preguntó con voz suave.

Lo he hecho por ti, Micaela. Las personas como tú deben morir en su cama, rodeadas de sus seres queridos, y no en un accidente de ascensor como esos desgraciados de ahí dentro. En ese instante, desde el interior del ascensor comenzaron a escucharse gritos aterrados, cada vez más fuertes.

El sonido de metal retorciéndose y cables rompiéndose llenó la estación.

Micaela se quedó paralizada, viendo cómo los números del panel sobre las puertas del ascensor comenzaban a descender a una velocidad vertiginosa. 5... 4... 3... 2... 1...

Un estruendo ensordecedor sacudió todo el edificio. Luego, silencio. Se giró lentamente hacia el desconocido, temblando, y mientras este se alejaba, a Micaela le pareció ver que, en su mano, portaba una guadaña…

Publicado en la red. Créditos a quien corresponda.

martes, 10 de diciembre de 2024

Julio Cortázar, Amor 77

 Amor 77

Julio Cortázar

Y después de hacer todo lo que hacen, se levantan, se bañan, se entalcan, se perfuman, se visten y, así progresivamente, van volviendo a ser lo que no son.

FIN

Jorge Luis Borges, Abel y Caín

 Abel y Caín

Jorge Luis Borges

Abel y Caín se encontraron después de la muerte de Abel. Caminaban por el desierto y se reconocieron desde lejos, porque los dos eran muy altos. Los hermanos se sentaron en la tierra, hicieron un fuego y comieron. Guardaban silencio, a la manera de la gente cansada cuando declina el día. En el cielo asomaba alguna estrella, que aún no había recibido su nombre. A la luz de las llamas, Caín advirtió en la frente de Abel la marca de la piedra y dejó caer el pan que estaba por llevarse a la boca y pidió que le fuera perdonado su crimen.

Abel contestó:

—¿Tú me has matado o yo te he matado? Ya no recuerdo; aquí estamos juntos como antes.

—Ahora sé que en verdad me has perdonado —dijo Caín—, porque olvidar es perdonar. Yo trataré también de olvidar.

Abel dijo despacio:

—Así es. Mientras dura el remordimiento dura la culpa.

FIN

Karel Capek, Equivocación

 Equivocación

Karel Capek

Nos embarcamos en el Mediterráneo. Es tan bellamente azul que uno no sabe cuál es el cielo y cuál el mar, por lo que en todas partes de la costa y de los barcos hay letreros que indican en dónde es arriba y en dónde abajo; de otro modo uno puede confundirse. Para no ir más lejos, el otro día, nos contó el capitán que un barco se equivocó, y en lugar de seguir por el mar puso rumbo al cielo; y como el cielo es infinito no ha regresado aún, y nadie sabe en dónde está.

FIN

Robert W. Chambers, Destino

 Destino

Robert W. Chambers


Llegué al puente que muy pocos logran cruzar.

-¡Pasa! -exclamó el guardián, pero me reí y le dije:

-Hay tiempo.

Entonces él sonrió y cerró los portones.

Al puente que muy pocos logran cruzar llegaron jóvenes y viejos. A todos ellos se les denegó la entrada. Yo estaba ahí cerca, holgazaneando, y fui contándolos, uno a uno, hasta que, cansado ya de sus ruidos y protestas, volví al puente que muy pocos logran cruzar.

La muchedumbre cerca del portón chilló:

-¡Este hombre llega tarde!

Pero me reí y les dije:

-Hay tiempo.

-¡Pasa! -exclamó el guardián mientras yo ingresaba; luego sonrió y cerró los portones.


Salvador Elizondo, El grafógrafo

 El grafógrafo

Salvador Elizondo

Escribo. Escribo que escribo. Mentalmente me veo escribir que escribo y también puedo verme ver que escribo. Me recuerdo escribiendo ya y también viéndome que escribía. Y me veo recordando que me veo escribir y me recuerdo viéndome recordar que escribía y escribo viéndome escribir que recuerdo haberme visto escribir que me veía escribir que me veía escribir que recordaba haberme visto escribir que escribía y que escribía que escribo que escribía. También puedo imaginarme escribiendo que ya había escrito que me imaginaría escribiendo que había escrito que me imaginaba escribiendo que me veo escribir que escribo.

FIN

lunes, 9 de diciembre de 2024

Jean Cocteau, El gesto de la muerte

 El gesto de la muerte

Jean Cocteau

Un joven jardinero persa dice a su príncipe:

-¡Sálvame! Encontré a la Muerte esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza. Esta noche, por milagro, quisiera estar en Ispahán.

El bondadoso príncipe le presta sus caballos. Por la tarde, el príncipe encuentra a la Muerte y le pregunta:

-Esta mañana ¿por qué hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza?

-No fue un gesto de amenaza -le responde- sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahán esta mañana y debo tomarlo esta noche en Ispahán.

FIN

Un teólogo en la muerte, Swedenborg

 Un teólogo en la muerte

Minicuento

Manuel Swedenborg

Los ángeles me comunicaron que cuando falleció Melanchton le fue suministrada en el otro mundo una casa ilusoriamente igual a la que había tenido en la tierra. (A casi todos los recién venidos a la eternidad les ocurre lo mismo y por eso creen que no han muerto.) Los objetos domésticos eran iguales: la mesa, el escritorio con sus cajones, la biblioteca. En cuanto Melanchton se despertó en ese domicilio, reanudó sus tareas literarias como si no fuera un cadáver y escribió durante unos días sobre la justificación por la fe. Como era su costumbre, no dijo una palabra sobre la caridad. Los ángeles notaron esa omisión y mandaron personas a interrogarlo. Melanchton les dijo:

-He demostrado irrefutablemente que el alma puede prescindir de la caridad y que para ingresar en el cielo basta la fe.

Esas cosas las decía con soberbia y no sabía que ya estaba muerto y que su lugar no era el cielo. Cuando los ángeles oyeron este discurso, lo abandonaron. A las pocas semanas, los muebles empezaron a afantasmarse hasta ser invisibles, salvo el sillón, la mesa, las hojas de papel y el tintero. Además, las paredes del aposento se mancharon de cal, y el piso, de un barniz amarillo. Su misma ropa ya era mucho más ordinaria. Seguía, sin embargo, escribiendo, pero como persistía en la negación de la caridad, lo trasladaron a un taller subterráneo, donde había otros teólogos como él. Ahí estuvo unos días y empezó a dudar de su tesis y le permitieron volver. Su ropa era de cuero sin curtir, pero trató de imaginarse que lo anterior había sido una mera alucinación y prosiguió elevando la fe y denigrando la caridad. Un atardecer, sintió frío. Entonces recorrió la casa y comprobó que los demás aposentos ya no correspondían a los de su habitación en la tierra. Alguno contenía instrumentos desconocidos; otro se había achicado tanto que era imposible entrar; otro no había cambiado, pero sus ventanas y puertas daban a grandes médanos. La pieza del fondo estaba llena de personas que lo adoraban y que le repetían que ningún teólogo era tan sapiente como él. Esa adoración le agradó, pero como alguna de esas personas no tenía cara y otras parecían muertas, acabó por aborrecerlas y desconfiar. Entonces determinó escribir un elogio de la caridad, pero las páginas escritas hoy aparecían mañana borradas. Eso le aconteció porque las componía sin convicción.

Recibía muchas visitas de gente recién muerta, pero sentía vergüenza de mostrarse en un alojamiento tan sórdido. Para hacerles creer que estaba en el cielo, se arregló con un brujo de los de la pieza del fondo, y este los engañaba con simulacros de esplendor y de serenidad. Apenas las visitas se retiraban reaparecían la pobreza y la cal, y a veces un poco antes.

Las últimas noticias de Melanchton dicen que el brujo y uno de los hombres sin cara lo llevaron hacia los médanos y que ahora es como un sirviente de los demonios.

FIN

martes, 2 de enero de 2024

Microrrelatos sobre el aburrimiento del concurso de El Cultural

Gpm

Su vida le parecía insulsa. Intentó suicidarse varias veces, pero, al final, siempre abría el paracaídas.

Bite

El aburrimiento, compañero inseparable los últimos años, se esfumó cuando le comunicaron la fecha de su ejecución.

RamónJ

Tras toda una vida entre cabras, vacas, cerdos y burros, tuvo que llegar a la gran ciudad para descubrir el aburrimiento.

Tono

Te seré sincero, te he abducido porque estoy aburrido, ¿sabes jugar al §`¥∞‡←₹¥?

gpm

Sus padres lo apuntaron a tantas actividades que no tenía tiempo para aburrirse. La humanidad perdió a un gran filósofo.

Bite

Temía el momento en que completara su puzzle en blanco y negro de 10.000 piezas y su vida volviera a ser monótona.

Walton

Antes de su expedición espacial de dos años, el astronauta le pidió a su abuela que le enseñara a hacer ganchillo.

RamónJ

"Uf, qué aburrimiento. Otro día igual", y el chimpancé le dio la espalda a toda la muchedumbre apostada tras la valla.

Lobarcio

Estrangulaba y soltaba el tubo, en mortal aburrimiento, del que solo le sacaban los pitidos y carreras de las enfermeras.

Jara

Se aburría mucho en su casa. Su vida cambió cuando se compró unos prismáticos.

Amanita

Al entierro del aburrido no faltó ninguna de sus cinco exesposas ni ninguno de sus diecisiete hijos.

PilarAlejos

El náufrago se aburre cuando llueve. No puede jugar al escondite con su sombra.

Jeff

Atracó el banco. Huyó en un coche robado. Disparó al rehén y lo mató. El policía bostezó mientras redactaba la declaración del testigo.

Lachica

Todos dicen que hacen una gran pareja cuando los ven juntos: ella charla sin parar y él la mira atentamente, pensando en lo aburrida que es.

Marta

El límite de nuestras conquistas es el horizonte, afirmó el emperador; ¿cuándo llegamos?, preguntó aburrido su hijo al cabo de media hora.

DevaPrada

Tras días frustrado por la sensación de aburrimiento, volvió feliz al trabajo. Enseguida entendió que no se estaba tan mal sin hacer nada.

Jara

Después de atravesar un periodo de absoluto aburrimiento, el escritor creó su obra maestra.

Pilar Alejos

Rompía su monotonía contando las olas del mar.

MikaNibal

El abuelo veía al nieto aburrirse y pensaba: “Pues anda que no te queda”.

MikaNibal

En el reformatorio, le preguntaban porque maltrató a todos sus compañeros de clase; él solo decía: “Me aburro”.

MikaNibal

Desde el islote, el náufrago extrañaba con nostalgia aquellas aburridas tardes de domingo.

DevaPrada

Leyendo microrrelatos sobre el aburrimiento, el escritor se entretuvo tres días.

martes, 14 de septiembre de 2021

Fantasma

De Eliana:

Era una noche calurosa, no podía dormir. Me levanté a tomar agua y miré por la ventana, cuando me sobresaltó la imagen de algo que parecía una sábana agitándose extrañamente. Sentí el miedo, la taquicardia, el horror de la idea de acercarme a ver sabiendo el peligro que implicaba; sentí también la impaciencia por tener una respuesta firme que me quitara las dudas, para bien o para mal. Me quedé petrificada, respirando un aire súbitamente helado. La sábana se agitaba con más y más violencia. Finalmente junté valor y fui corriendo a atacarla para finalmente comprobar, con absoluto alivio, que no era una sábana lo que se agitaba sino solamente un fantasma.