Micaela estaba a punto de entrar en el único ascensor funcional de la vieja estación de metro cuando un desconocido la detuvo en seco. ¿A dónde cree que va, abuela? ¿No ve que este ascensor no es para gente como usted?, la interpeló un hombre airado, cortándole el paso.
La anciana, pese al cansancio, intentó sonreír. Voy abajo, por supuesto. ¿Ustedes no?, respondió sencillamente con una tímida sonrisa en los labios. Después, viendo que en el ascensor aún había sitio de sobra, añadió: Además, yo ocupo poquito, ni siquiera notarán que estoy aquí.
El desconocido se la devolvió. ¿Con esa suciedad y ese olor a sudor que trae después de trabajar todo el día? Ni en broma se va a subir.
Por primera vez, la mujer se fijó en que en el ascensor, además del hombre que le había hablado, había un pequeño grupo de políticos de mirada torva que miraban sus relojes con impaciencia, tres o cuatro ejecutivos que se reían sin disimulo de la situación mientras uno de ellos grababa todo con su teléfono y dos mujeres que parecían discutir ajenas a la escena que se estaba desarrollando ante sus narices.
Es verdad que la pobre Micaela, después de pasarse el día recogiendo la basura y limpiando los baños públicos a cambio de unas pocas monedas, olía mal, pero eso, según ella, no era motivo para que la tratasen así... Por favor, señor, suplicó Micaela con voz temblorosa.
Estoy cansada, mis huesos ya no son lo que eran. Solo quiero llegar a casa.
El hombre frunció el ceño, su rostro endureciéndose aún más. He dicho que no, gruñó, y sin previo aviso, empujó a Micaela con fuerza. La anciana trastabilló hacia atrás, casi perdiendo el equilibrio.
Las puertas del ascensor comenzaron a cerrarse con un chirrido metálico, dejando al hombre fuera junto a Micaela. ¿Por qué?, sollozó Micaela, con lágrimas rodando por sus mejillas arrugadas. ¿Por qué es tan horrible conmigo? El hombre se giró hacia ella.
¿Horrible?, preguntó con voz suave.
Lo he hecho por ti, Micaela. Las personas como tú deben morir en su cama, rodeadas de sus seres queridos, y no en un accidente de ascensor como esos desgraciados de ahí dentro. En ese instante, desde el interior del ascensor comenzaron a escucharse gritos aterrados, cada vez más fuertes.
El sonido de metal retorciéndose y cables rompiéndose llenó la estación.
Micaela se quedó paralizada, viendo cómo los números del panel sobre las puertas del ascensor comenzaban a descender a una velocidad vertiginosa. 5... 4... 3... 2... 1...
Un estruendo ensordecedor sacudió todo el edificio. Luego, silencio. Se giró lentamente hacia el desconocido, temblando, y mientras este se alejaba, a Micaela le pareció ver que, en su mano, portaba una guadaña…
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