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miércoles, 26 de noviembre de 2025

Byung-Chul Han explica por qué el capitalismo necesita líderes idiotas en el poder

¿Por qué el capitalismo siempre coloca líderes idiotas en el poder?  Byung-Chul Han

 [Transcrito y corregido de Youtube]

 El mundo está dirigido por personas que en cualquier otra profesión habrían sido despedidas en su primera semana. Para operar en un quirófano necesitas una década de formación. Para pilotar un avión comercial, miles de horas de práctica supervisada. Para reparar un sistema eléctrico, certificaciones que demuestren que no matarás a nadie por negligencia. Pero, para controlar arsenales nucleares, firmar órdenes de movilización que envían a miles de personas a morir, o decidir qué industrias quiebran y cuáles reciben rescates multimillonarios, solo necesitas una cosa, saber aparecer en una pantalla. 

Un comediante ucraniano que interpretaba a un presidente en una serie de televisión ahora firma decretos que determinan si habrá guerra o paz. Un magnate estadounidense cuya única experiencia administrativa real fue despedir participantes en un reality show controló durante cuatro años los códigos nucleares de la mayor potencia militar del planeta.

No son anomalías, son el estándar. Y lo más inquietante no es que hayan llegado, es que mientras estaban ahí, el mundo siguió funcionando. Las bolsas subieron, los bancos operaron, las corporaciones se expandieron como si la figura en la pantalla fuera completamente prescindible para el funcionamiento real del poder. Hay un sentimiento que recorre las sociedades contemporáneas, una angustia que no siempre se nombra, pero que todos reconocemos.

La sensación de que no hay ningún adulto en la sala; de que las decisiones que determinan si viviremos en paz o en crisis están en manos de personajes que parecen protagonistas de una sátira, no estadistas capacitados para gobernar... ¿Cómo llegamos hasta aquí? Esa es la pregunta equivocada. La pregunta correcta es, ¿para qué los necesitan?

La narrativa oficial es tranquilizadora. Los idiotas llegaron al poder porque las masas fueron manipuladas. Las redes sociales envenenaron el debate público. Los algoritmos crearon burbujas de desinformación. El populismo explotó el resentimiento de los perdedores de la globalización. La democracia, ese experimento frágil, finalmente mostró su defecto fatal: confiar en el criterio de personas no preparadas para tomar decisiones complejas. 

Esta explicación tiene la virtud de ser coherente y la desgracia de ser completamente insuficiente, porque trata el fenómeno como una anomalía, como un virus que infectó un sistema previamente sano, como si antes de Trump, antes de Zelenski, antes del desfile de bufones mediáticos que ocupan los más altos cargos, el poder hubiera estado en manos de mentes brillantes tomando decisiones racionales en favor del bien común, como si este fuera el desvío y no la consolidación de algo que llevaba décadas gestándose. La teoría de la manipulación de masas tiene un problema estructural. Asume que existe un votante ideal, racional, informado, que fue corrompido por fuerzas externas. Pero ese votante nunca existió. Nunca votamos por competencia técnica.

Siempre votamos por narrativa, por identidad, por el líder que nos hace sentir algo. Lo que cambió no fue el electorado, fue que el sistema dejó de necesitar disimular.

Antes, los actores del poder necesitaban mantener la ilusión de que la política importaba. Necesitaban líderes que al menos aparentaran entender economía, geopolítica, administración pública.

Hoy esa pantalla cayó y lo que quedó expuesto no es el caos. Es una máquina funcionando con perfecta eficiencia, pero sin conductor. Estos líderes no son errores del sistema, son el producto final, no son la enfermedad, son el síntoma de un cuerpo que ya aprendió a funcionar sin cerebro. Y la pregunta que deberíamos hacernos no es cómo detener la invasión de los incompetentes, sino por qué un sistema que se jacta de ser meritocrático, eficiente y racional los prefiere exactamente así: visibles, ruidosos y completamente prescindibles para las decisiones que realmente importan. Para entender por qué los prefiere así, necesitamos nombrar lo que está ocurriendo. Los griegos tenían una palabra para esto, caquistocracia, el gobierno de los peores, de los menos calificados, de aquellos cuya única virtud es no tener vergüenza suficiente para rechazar el cargo. Pero caquistocracia suena a decadencia, a colapso, a final de ciclo.

Y lo que estamos presenciando no es el final de nada, es la culminación de un diseño. El capitalismo financiero contemporáneo operó una escisión que pocos advierten. Separó la autoridad escénica del poder administrativo. El líder que aparece en la pantalla y el poder que toma las decisiones reales ya no son la misma entidad. El presidente gesticula, twitea, genera controversia, ocupa todos los titulares. Mientras tanto, la burocracia permanente, los bancos centrales, las corporaciones multinacionales, los fondos de inversión que controlan infraestructuras críticas operan en un silencio absoluto, sin cámaras, sin escrutinio, sin resistencia. El líder mediático funciona como un pararrayos. Atrae toda la electricidad de la indignación popular hacia su figura.

Las marchas, los hashtags, las columnas de opinión, los memes, los debates familiares, todo se consume discutiendo su último escándalo, su última declaración aberrante, su incompetencia evidente. Y mientras esa tormenta descarga su furia sobre él, la estructura de la casa permanece intacta.

Nadie está cuestionando quién redacta las leyes de desregulación financiera. Nadie está vigilando qué corporación acaba de comprar el sistema de agua potable de tu ciudad. Nadie está siguiendo el dinero. Guy Debord escribió en 1967 que, en la sociedad del espectáculo, todo lo que era vivido directamente se ha convertido en representación.

No estaba prediciendo el futuro, estaba describiendo el mecanismo que haría inevitable esta realidad. La política dejó de ser el ejercicio del poder y se convirtió en la representación del poder. El líder dejó de ser quien gobierna y se convirtió en quien aparenta gobernar. El voto dejó de ser un acto cívico y se convirtió en un acto de consumo de imagen. Por eso Trump y Zelenski no son anomalías, son la lógica llevada a su conclusión natural. Trump transformó la Casa Blanca en un plató de televisión porque entendió que eso era exactamente lo que se esperaba de él. No llegó a Washington para cambiar el sistema, llegó para ser su entertainer en jefe. Su función no era gobernar, era mantener el show. Cada tweet polémico, cada declaración escandalosa, cada controversia fabricada cumplía el mismo propósito. Mantener todas las miradas fijas en él, mientras detrás del escenario quienes realmente importaban hacían su trabajo sin interferencias. Desmontó regulaciones ambientales, firmó recortes fiscales para corporaciones, nombró jueces que alterarían leyes por décadas. Pero lo que el público recuerda son sus peleas con celebridades y sus errores ortográficos en redes sociales.

Zelenski es aún más revelador. Interpretaba a un profesor de historia que, harto de la corrupción política, se convertía en presidente de Ucrania en una serie de televisión llamada Servidor del Pueblo.

La serie tuvo tanto éxito que creó un partido político con el mismo nombre y ganó las elecciones. El pueblo no votó por un programa de gobierno; votó por la ficción, esperando que se hiciera realidad. Jean Baudrillard llamó a esto el simulacro, el momento en que la copia sustituye al original, en que la imagen importa más que la sustancia. Zelenski no fue elegido a pesar de ser actor. Fue elegido precisamente porque ya había interpretado el papel. La realidad política había muerto. Lo que quedó fue el casting. Pero aquí está la parte que incomoda: esto funciona. Funciona porque el sistema económico global ya no necesita líderes competentes. Necesita gestores de emociones colectivas.

Necesita a alguien que sepa leer un prompter, que genere engagement, que mantenga a la audiencia entretenida; mientras la economía sigue operando en piloto automático. Los bancos centrales ya tienen sus fórmulas. Las corporaciones ya tienen sus lobbies. Los tratados comerciales ya están negociados por tecnócratas que nunca aparecerán en un debate televisado. El presidente es la mascota del sistema, no su cerebro. Y lo más aterrador es que el mercado financiero no solo tolera esta dinámica, la prefiere. Un líder que gasta toda su energía política en guerras culturales y polémicas de redes sociales es un líder que no está interfiriendo con lo que realmente importa. La acumulación de capital.

Ladra mucho, muerde poco, o mejor dicho, ladra tanto que la audiencia no nota que ya no tiene dientes. La consecuencia de esta dinámica no es el caos, es algo peor, la normalización. Nos acostumbramos a que la política sea entretenimiento, a consumir noticias como quien consume una serie de televisión, esperando el próximo giro argumental, el próximo escándalo, la próxima temporada.

El electorado, entrenado por algoritmos que premian la novedad y el shock, ya no vota por programas de gobierno, vota por arcos narrativos, por el candidato que ofrece la historia más emocionante, no el plan más coherente. Esto ha reconfigurado por completo lo que significa ganar en política. Ya no ganas por tener las mejores ideas, ganas por tener la mejor presencia escénica, por saber cuándo gritar, cuándo susurrar. ¿Cuándo generar indignación y cuándo fingir empatía? La campaña electoral dejó de ser un debate de propuestas y se convirtió en una audición para protagonista de un drama colectivo. Y cuando el líder finalmente llega al poder, el guion sigue escribiéndose con la misma lógica. Cada decisión se mide por su impacto mediático, no por su efectividad administrativa.

Cada crisis se gestiona pensando en cómo se verá en los titulares, no en cómo se resolverá en la práctica. Gobernar se volvió indistinguible de actuar. Frente a esto emergen las soluciones de siempre. Necesitamos líderes más educados, dicen algunos. Debemos regular las redes sociales, proponen otros. La respuesta es más democracia directa, más participación ciudadana, insisten los optimistas.

Todas estas propuestas tienen algo en común: son completamente inútiles, no porque sean malintencionadas, sino porque no atacan la raíz. Puedes exigir que los candidatos tengan doctorados, pero, si el sistema sigue premiando la capacidad de generar titulares por encima de la capacidad de gobernar, solo conseguirás idiotas con diplomas. Puedes regular las redes sociales hasta el autoritarismo, pero, si la televisión, la radio y los periódicos ya llevan décadas convirtiendo la política en espectáculo, solo estarás cerrando una ventana mientras todas las puertas permanecen abiertas.

Puedes multiplicar los referendums y las consultas populares, pero, si el votante sigue consumiendo política como entretenimiento, solo estarás democratizando el circo, no desmontándolo. El problema no es quién está en el escenario, el problema es que exista un escenario. El problema no es que el actor sea malo, es que estemos buscando actores cuando necesitaríamos ingenieros. Y, sobre todo, el problema es que hemos dejado de preguntarnos si acaso necesitamos ese escenario, si el protagonista que tanto miramos tiene algún poder real o si lo que llamamos democracia no es más que el derecho a elegir qué máscara usará el siguiente decorado de un sistema que ya decidió hacia dónde va. Ahora podemos ver lo que estaba oculto a plena luz. La idiotez no es estupidez, es camuflaje. La incompetencia del líder no es un defecto que el sistema tolera, es una funcionalidad que el sistema necesita.

Porque un líder que parece ridículo desarma cualquier crítica seria antes de que llegue a las estructuras reales. Nos pasamos años riéndonos de los errores ortográficos de Trump, de sus exabruptos, de su estética de millonario de telenovela. Mientras tanto, ¿quién estaba revisando los contratos de reconstrucción? ¿Quién seguía el dinero de los rescates bancarios? ¿Quién vigilaba las leyes que permitieron la mayor transferencia de riqueza hacia arriba en décadas? 

Nadie, porque estábamos ocupados compartiendo memes. La futilidad es la armadura perfecta para la impunidad. Cada escándalo del líder histriónico drena toda la energía crítica del público hacia su figura. Mientras nadie pregunta quién escribió la legislación que desreguló las finanzas, qué corporación privatizó un servicio público o dónde están las cuentas offshore de quienes realmente deciden, Zelenski llegó como el outsider que enfrentaría a las élites, pero los oligarcas que controlaban Ucrania antes de su elección siguieron controlándola después. Las mismas redes de poder, los mismos intereses. Solo cambió la cara en la pantalla, solo cambió el actor encargado de absorber la frustración popular mientras el guion permanecíai ntacto. El sistema no necesita líderes brillantes porque los líderes brillantes son peligrosos. Un estadista con visión real puede cuestionar el orden establecido, pero un comediante, un magnate de reality shows, un personaje que solo entiende de trending topics, es perfectamente inofensivo. No puede amenazar lo que no comprende, no puede desmantelar lo que ni siquiera sabe que existe. Por eso, el capitalismo financiero prefiere gobernantes que provengan del entretenimiento, no a pesar de su falta de experiencia política, sino exactamente gracias a ella. Su única función es mantener el espectáculo en marcha, absorber la insatisfacción colectiva y renovar cada 4 años la ilusión de que algo puede cambiar. El sistema no colocó a un payaso en el trono por equivocación: necesitaba un circo para que nadie notara que el trono en realidad está vacío. Entonces, ¿qué hacemos con esta revelación?

La primera respuesta instintiva es buscar un líder mejor, alguien más preparado, más honesto, más capaz. Pero ya vimos que esa solución no toca la raíz. El problema no es la calidad del actor, es la existencia del teatro. La alternativa real no es política en el sentido tradicional, es perceptiva. Es un cambio radical en donde colocamos nuestra atención, llamémoslo el asetismo de la atención; retirar deliberadamente nuestra mirada del escenario y dirigirla hacia los bastidores. Dejar de consumir política como si fuera entretenimiento. Dejar de reaccionar a cada declaración escandalosa, a cada tweet polémico, a cada controversia fabricada. Porque cada segundo que invertimos discutiendo al payaso es un segundo que no estamos vigilando quién está moviendo los hilos, quién financia realmente las campañas, qué corporaciones redactan los proyectos de ley que los legisladores solo firman.

¿Qué fondos de inversión controlan la infraestructura crítica de tu ciudad? ¿Quién se benefició del último rescate financiero? Esas preguntas no generan memes, no se vuelven virales, no alimentan el ciclo del espectáculo y precisamente por eso son las únicas que importan. La solución no es cambiar al líder, es dejar de mirarlo. Tal vez lo más revolucionario que podemos hacer en este momento no sea marchar ni votar diferente, ni compartir el próximo hashtag indignado. Tal vez sea algo mucho más simple y más difícil, negarnos a seguir el guion. Negarnos a consumir el escándalo del día, negarnos a alimentar con nuestra atención el único recurso que el espectáculo necesita para perpetuarse.

Porque, si hay algo que este sistema no soporta, es el silencio. Y nada aterra más al circo que una audiencia que se levanta y se va. Si este análisis cambió tu forma de ver el poder, si ahora puedes nombrar lo que antes solo sentías como malestar difuso, escribe en los comentarios.

Ya no miro el escenario. Es una marca de lucidez compartida, una forma de reconocernos entre quienes dejamos de aplaudir el circo para empezar a vigilar la caja fuerte. 

Volvamos al inicio, pero con otros ojos. El mundo está dirigido por personas que, en cualquier otra profesión, habrían sido despedidas en su primera semana. Esa frase, que al principio sonaba como denuncia, ahora revela su verdadera naturaleza. No es una falla: es el diseño perfecto para un sistema que ya no necesita conductores, porque lo que llamamos incompetencia es, en realidad, la cualificación exacta para el cargo. El líder idiota no está ahí para tomar decisiones, está ahí para simular que alguien las está tomando. No está ahí para gobernar, está ahí para que creamos que todavía existe algo llamado gobierno. Su función no es dirigir la máquina, es distraernos del hecho de que la máquina ya no tiene volante. Esta es la orfandad política que mencionamos, ese terror existencial de descubrir que no hay ningún adulto en la sala. Pero ahora podemos reformular esa angustia. No es que no haya adultos, es que dejamos de necesitarlos.

El capitalismo financiero llegó a un punto de automatización tan completo que el liderazgo humano se volvió decorativo. Los algoritmos de trading mueven mercados. Los bancos centrales aplican fórmulas predeterminadas. Las corporaciones ejecutan planes estratégicos diseñados por consultoras que nadie eligió. El sistema opera en piloto automático, y el líder es simplemente la interfaz humana de un mecanismo que ya decidió su propio rumbo. Trump nunca tuvo el poder que aparentaba tener. Zelenski nunca controló lo que decía controlar, no porque fueran débiles, sino porque elpoder ya no reside donde solía residir.

igró, se dispersó, se volvió difuso, técnico, administrativo, se escondió en cláusulas de tratados comerciales, en decisiones de juntas directivas, en algoritmos que determinan qué ves, qué compras, qué piensas. Y aquí está la gran ironía. Mientras nos obsesionamos con el idiota en el trono, con su incompetencia evidente, con sus declaraciones absurdas, el verdadero poder celebra. Porque cada minuto que dedicamos a indignarnos por lo que el líder dijo, es un minuto que no dedicamos a cuestionar por qué las grandes corporaciones no pagan impuestos. ¿Por qué los salarios no crecen mientras las ganancias corporativas explotan? ¿Por qué cada crisis financiera termina con rescates para los bancos y austeridad para el resto? El idiota es el escudo perfecto.

Mientras exista, mientras ocupe la pantalla, mientras monopolice nuestra atención y nuestra rabia, el sistema real puede operar sin resistencia, sin cuestionamientos, sin amenaza de transformación, pero ahora lo sabemos. Y saber cambia todo, porque una vez que ves el mecanismo, no puedes dejar de verlo.

Una vez que entiendes que el escándalo del día es una cortina de humo, que ell íder ruidoso es una distracción funcional, que tu indignación está siendo administrada como un recurso más, ya no puedes participar del juego con la misma inocencia.

El poder no está donde nos dijeron que estaba. Y esa revelación, por más incómoda que sea, es también liberadora. Porque si el trono está vacío, si el líder es un decorado, entonces nuestra energía política no debería gastarse en cambiar la decoración, debería invertirse en desmantelar el teatro completo. ¿Has sentido esa transformación? ¿Ese momento en que dejas de discutir lo que dijo el político y empiezas a preguntar quién le escribió el discurso? Comparte en los comentarios en qué momento dejaste de mirar el escenario y empezaste a buscar los cables. Esas experiencias de despertar colectivo construyen el mapa que todos necesitamos. Hay una verdad que atraviesa todo lo que hemos analizado. Una verdad tan simple que resulta obscena.

El sistema no se equivocó al colocar a un payaso en el trono. El sistema necesitaba un circo para que nadie notara que el trono en realidad está vacío. Durante décadas nos vendieron la idea de que la democracia era el gobierno del pueblo, que nuestro voto importaba y quizás alguna vez fue verdad. Pero ese tiempo terminó. Lo que tenemos ahora es una simulación tan perfecta que nos cuesta aceptar que es simulación. Un teatro tan bien montado que seguimos comprando entradas, aunque ya sepamos que los actores no escriben el guion, que el decorado es cartón pintado, que la obra se representa para mantenernos en la butaca, mientras en otro edificio, sin cámaras ni audiencia, se toman las decisiones reales. El verdadero poder no necesita aplausos, necesita silencio, y nada genera más ruido que un idiota al mando. Mientras discutimos si el líder es fascista o incompetente, mientras compartimos indignados su última barbaridad, el sistema que lo colocó ahí sigue acumulando,  concentrando, extrayendo, sin freno, sin oposición, sin que siquiera sepamos sus nombres, pero ahora tú lo sabes y eso te convierte en un problema para el espectáculo, porque el espectáculo solo funciona si la audiencia cree en él. El día que dejemos de aplaudir, el día que dejemos de consumir el escándalo del día, el día que dirijamos nuestra atención hacia donde realmente duele, el circo colapsa. Desaprender eso es un acto de resistencia. Negarse a seguir el guion, a consumir la indignación programada, a invertir energía emocional en peleas diseñadas para agotarnos es sabotear el único recurso que el sistema necesita: nuestra atención. Tal vez la revolución no sea tomar el poder. Tal vez sea dejar de mirarlo donde nos dijeron que estaba y empezar a buscarlo donde realmente opera. Tal vez sea entender que el enemigo no es el idiota en el trono, sino el mecanismo que hace que el trono no importe. Tal vez sea aprender a vivir sin esperar al líder correcto, al partido correcto, a la elección correcta. Asumir que, si queremos transformar algo, tendremos que hacerlo sin pedir permiso al espectáculo, porque el espectáculo nunca dará permiso para su propia abolición. Esta no es una conclusión, es una apertura, un punto de partida para mirar de otra forma, para dejar de ser audiencia y empezar a hacer otra cosa. Algo que se reconoce en la lucidez compartida de quienes ya no aplauden. El circo seguirá, pero no necesitas quedarte en la función.

sábado, 15 de noviembre de 2025

Los jóvenes se aproximan a la espiritualidad.

 Por qué los jóvenes vuelven a creer en Dios: "A mí me ha ayudado mucho más la Iglesia que mi psicóloga", en El Mundo, por Rodrigo Terrasa (Madrid) 3 noviembre 2025:

Dios está de moda. Y no sólo lo dice Rosalía... Tras décadas de secularización acelerada, se está produciendo un leve repunte del catolicismo en varios países del mundo. También en España. Y detrás están las nuevas generaciones: "Nos hemos cansado de la sobredosis de superficialidad".

"Yo tenía una vida completamente alejada del Señor... Hacía cosas que para el Señor no se pueden hacer. Salía con chicos, digamos que no era casta antes del matrimonio, me emborrachaba y nunca iba a misa. Vamos, no tenía una vida demasiado tranquila... Hasta que todo cambió".

Cristina Sempere tiene 27 años, es sevillana, trabaja como profesora de inglés y hasta hace unos años tenía una vida tan normal como la de cualquier joven de su edad y una cuenta de TikTok en la que subía bailecitos como los de cualquier otra tiktoker de veintitantos años. Hace algo más de un año los borró todos. Y empezó de nuevo. Su último vídeo en la red social tiene más de 50.000 visualizaciones, pero Cristina ya no repite coreografías infantiles: ahora explica cómo rezar el rosario. "Mi primer vídeo con contenido católico ya fue viral y desde entonces mis seguidores no han dejado de crecer".

Cristina cuenta cómo maquillarse para ir a misa, te ayuda a hacer tu propio altar en casa o a usar agua bendita para perdonar nuestros pecados veniales. Habla de "auténticos influencers" como Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus, o el adolescente italiano Carlo Acutis, el primer santo millennial. Recomienda libros para encontrar la fe, enseña lo que lleva una mujer católica en el bolso y hace unboxing de biblias, reliquias y estampitas. También habla de sus tips para "sobrevivir" siendo joven en castidad.

-¿Ahora tienes pareja, Cristina?

-He conocido a chicos de todas partes, pero nunca he tenido pareja. Ahora estoy conociendo a alguien, pero en castidad. Y nunca he sido más feliz. El hecho de estar con alguien, que me vea y no me quiera tocar un pelo es un descanso y me protege para tener una relación más sana.

Entre su cuenta en castellano y otra que tiene en inglés, Cristina Sempere acumula cerca de 30.000 seguidores, cientos de videos y una homilía infinita de hashtags: #soycatolico, #misa, #pecado, #virgenmaria, #PapaLeón, #JesúsTeAma, #JesusIsKing, #catholictiktok...

El pasado verano, Roma acogió por primera vez un Jubileo al que acudieron cerca de mil influencers católicos como ella y "misioneros digitales" de 46 países de todo el mundo. El objetivo del Vaticano era poner el foco en el entorno virtual en plena crisis global de fe. "La Iglesia no es para solo unos pocos, es para todo el mundo, pero hay que salir a la calle a recoger a la gente, a llamarles y las redes sociales son un modo fantástico de evangelizar", celebra Cristina.

Según las estimaciones de la Iglesia, el número de católicos está aumentando a nivel mundial, pero el crecimiento se debe casi de forma exclusiva a África. En Europa y Estados Unidos, el desplome ha sido constante en las últimas décadas. Y España no es una excepción. El barómetro del CIS dice que algo más de la mitad de los españoles se declaran católicos y sólo un 18,8% son practicantes. En 1978 los creyentes en nuestro país eran un 90,5%. Y en los 47 años que el CIS lleva preguntando por nuestra fe, el porcentaje de ciudadanos que se declaran ateos, agnósticos o no creyentes ha pasado de un pírrico 7,6% a un 40%.

El último Observatorio Demográfico de CEU-CEFAS revela que el porcentaje de bebés bautizados y niños que hacen la Primera Comunión ya es menor del 50%, las bodas por la Iglesia han caído drásticamente desde 2001 y las vocaciones se han hundido sin remedio desde los años 60. El mínimo histórico de nuestra creencia se alcanzó justo hace dos años, cuando sólo el 51% de los españoles se declaraba católico y parecía irremediable que, en cuestión de meses, España dejara de ser mayoritariamente católica por primera vez en más de 16 siglos.

Sin embargo, algo parece haber cambiado.

"El proceso de secularización acelerada que se estaba viviendo en países como Estados Unidos o España se ha detenido y, de repente, estamos viviendo un repunte religioso", explica el sociólogo Luis Miller, científico titular del Instituto de Políticas y Bienes Públicos del CSIC. "Es un repunte muy leve, pero un repunte".

Según sus análisis, por primera vez desde los años 80, las encuestas han detectado un ligero rebrote del catolicismo. En los dos últimos años la proporción de católicos ha subido alrededor de dos puntos. Y el crecimiento es especialmente llamativo entre los jóvenes: el número de católicos menores de 34 años en nuestro país ha pasado de un 34% a un 42,8%.

"No es una reconversión masiva, pero sí un cambio de tendencia", analizaba Miller hace unos días en las páginas de EL MUNDO. "Después de décadas de retirada, la fe parece haber dejado de retroceder".

Y la culpa (o el mérito) parece ser de los más jóvenes.

Dios está de moda. El grupo musical católico Hakuna llena cada recinto en el que actúa. La literatura religiosa registra récords de facturación en España. Los retiros espirituales de Effetá tienen lista de espera. La fe es viral en las redes sociales mientras los reguetoneros le cantan al Señor, Dani Alves se hace predicador, el luchador Ilia Topuria se declara "supercreyente" y Tamara Falcó promociona apps de oración: "Si no voy a misa, me entra ansiedad".

La película de Alauda Ruiz de Azúa Los domingos, que cuenta la historia de una joven que decide ingresar en un convento, se ha convertido en el fenómeno cinematográfico del momento. Y hasta Rosalía, que ya jugaba con toda la iconografía religiosa en El mal querer, se viste ahora de monja para promocionar su nuevo disco: Lux.

"Una motomami sabe que el mejor artista es Dios", decía ya la cantante en la promoción de su último álbum, en 2022. Tres años después, su calculada campaña para anunciar su próximo trabajo ha sabido conectar con un fenómeno que empieza a emerger entre las nuevas generaciones.

"La religión ya no es la chapa de un cura desde un púlpito, ya no es algo aburrido. Ver a jóvenes hablando de su fe en las redes es muy contagioso"

Quique Mira, influencer católico

"Nos hemos cansado de la sobredosis de superficialidad que el mundo nos propone, del mensaje supermán de productividad, eficacia y éxito que nos llena de fiesta, dinero, alcohol y sexo pero al final no nos hace felices", resume Quique Mira. De profesión, evangelizador.

Quique tiene 27 años, 173.000 seguidores en Instagram y otros 68.000 en TikTok. Es, al igual que Mery Lorenzo, su mujer, influencer católico y generador de contenidos religiosos. Además es fundador y director de Aute, una entidad que genera contenido de alta producción para compartir el mensaje del Evangelio entre los jóvenes y que incluso ha desarrollado una aplicación llamada WayUpp, una especie de Airbnb que "digitaliza realidades eclesiales", es decir que geolocaliza parroquias, retiros espirituales y movimientos religiosos para conectar a los jóvenes con la Iglesia.

"La nueva ola de contenido digital ha dado mucha autenticidad a la fe", celebra él. "La religión ya no es la chapa de un cura desde un púlpito, ya no es algo alejado y aburrido. Ver a jóvenes hablando de su fe en las redes sociales sin miedo es muy contagioso".

La historia personal de Quique no es muy diferente a la de Cristina Sempere en Sevilla. Ninguno de los dos venía de una familia especialmente religiosa. "Mis padres están divorciados. Mi padre es ateo y mi madre cree, pero a su forma", cuenta ella. "A mi madre le costó muchísimo entender mi nueva vida porque es cero creyente, cero practicante", cuenta él.

Cristina estudió en las Salesianas, pero creció convencida de que la Iglesia era una institución retrógrada, homófoba y machista. "En la vida me hubiera imaginado que acabaría yendo a misa todos los días", reconoce ahora.

-¿Ya no te parece machista la Iglesia?

-¿Cómo va a ser machista si la segunda persona más importante después de Cristo es la Virgen María?

-¿Y te gusta Rosalía?

-Soy muy fan, tengo todos sus álbumes y siempre ha sido una persona muy espiritual. No creo que su estilo de vida esté en plena coherencia con la Iglesia, pero rezo por su camino. Ojalá verla algún día en misa.

Tras una adolescencia "complicada", la inquietud espiritual acercó a Cristina a la brujería y al new age y después de vivir un tiempo en Italia -ya saben, "completamente alejada del Señor"- sintió lo que ella denomina "un llamado".

"Empecé un proceso de deconstrucción de todo lo que pensaba que era la Iglesia y todos mis tremendos prejuicios y encontré respuestas cuando estaba más perdida", asegura. "La Iglesia ofrece orden, ideas claras y estabilidad, no da lugar a dudas y ofrece respuestas concisas y sentimiento de comunidad justo cuando hay más jóvenes solos o atrapados en la incertidumbre. A mí me ha ayudado mucho más la Iglesia que mi psicóloga".

"La Iglesia ofrece orden, ideas claras y estabilidad, sentimiento de comunidad justo cuando hay más jóvenes solos o atrapados en la incertidumbre", Cristina Sempere, profesora e influencer católica

Quique, desde Valencia, coincide: "Cuando todo va bien es fácil creer que tus elecciones son las buenas, pero cuando empiezas a pasarlo mal, lo superficial desaparece y empiezan a brotar preguntas".

Hasta los 19 años, vivió volcado en el fútbol, los amigos y la fiesta. "Trabajaba gestionando clubes de noche en Barcelona y vivía siguiendo mis instintos y buscando sólo mi placer y el éxito. Disparaba en todas las direcciones, pero no era feliz en ninguna", admite. "Hasta que un día conocí a un sacerdote y me cautivó su forma de ver la vida. Me adentré en el estudio de la Biblia, en la misa, y me enamoré".

-¿A qué has tenido que renunciar?

-No he renunciado a nada, he elegido. Dios ha ordenado muchas horas desordenadas en mi vida. Le ha dado sentido y ahora es mi centro y es hacia donde miro. Es un regalo que ha cambiado mi vida y creo que no tengo que esconderme por ello. Se ha roto un tabú y que cada vez seamos más jóvenes los que nos pronunciemos de forma pública sobre nuestra fe anima a otros a acercarse sin miedo.

Los chavales de su generación empiezan a creer más y además también ejercen más su fe. Entre quienes se definen como católicos en España, la práctica religiosa muestra también un pequeño giro. A comienzos de los 2000, el 40% de los católicos iba a misa al menos una vez al mes. Esa cifra se redujo drásticamente en las dos décadas siguientes hasta caer a un 24%, pero en los últimos cinco años ha subido hasta el 26%. Y otra vez el salto viene impulsado por los más jóvenes. Sólo los creyentes mayores de 65 años van más a misa que los católicos menores de 24: acuden a la iglesia un 35,5%.

"Entre las nuevas generaciones se está produciendo una reivindicación de los valores tradicionales como rechazo a un movimiento cultural muy potente que se venía dando desde hace 15 o 20 años", explica Luis Miller, que lleva un tiempo analizando los efectos secundarios de la polarización salvaje en nuestro país y ha encontrado también razones ideológicas en este nuevo fenómeno.

"Lo que ha pasado tanto en España como en Estados Unidos es que en los últimos años se ha producido un alineamiento entre religión y política que antes no existía", asegura el autor de Polarizados. La política que nos divide (Deusto). "En algún momento de la última gran crisis económica, con el final del Gobierno de Zapatero y el 15-M, la izquierda dejó de identificarse como religiosa de forma mayoritaria. La irrupción de Podemos supuso un cambio ideológico y cultural importantísimo en nuestro país al que no hemos dado el valor suficiente, pero se instauró un anticatolicismo en España ante el que ahora surge una reacción similar a la que puede ocurrir con el feminismo o expresiones culturales como los toros".

"Mi generación ha visto cómo todo lo que parecía seguro se ha desplomado y cuando no hay nada a lo que agarrarte, siempre emerge la religión", Israel Merino, periodista

De repente, jóvenes no necesariamente criados en un entorno religioso están fascinados por la religión, por la Iglesia, el misticismo, la fe y las conexiones con lo sobrenatural y hasta con el nuevo Papa: el "papa Bob", como es conocido Robert Prevost, es tendencia en las redes sociales.

"Igual Dios es el único que puede llenar el vacío", decía hace unos días Rosalía en una entrevista en el pódcast Radio Noia. "Me he pasado toda la vida con esta sensación de vacío. A veces te confundes, pensando que con algo material lo puedes llenar, con una experiencia, un lío en el que te metes o incluso las relaciones románticas en las que pones a la pareja en un pedestal. A lo mejor estamos confundiendo este espacio. Será que este espacio es el espacio de Dios", reflexionaba Rosalía repantigada en una cama junto a la periodista Mar Vallverdú durante la promoción de su nuevo disco.

"Desde la pandemia se ha producido un resurgir espiritual y místico entre los más jóvenes", apunta el escritor y periodista Israel Merino, de 24 años. "El islam también lo está petando y hay un nuevo interés por el mundillo esotérico, el tarot y hasta el zodiaco. Y en ese contexto, la religión católica no tiene rival: tiene mejor marketing que nadie porque su imaginario es potentísimo".

En un artículo titulado Rosalía en la era de Dios, Merino hablaba estos días de la conexión del disco de la artista catalana con una época en la que los jóvenes buscan consuelo desesperadamente. "Ella es tremendamente inteligente y ha sabido ver la ola que viene. Mi generación ha visto cómo todo lo que se consideraba seguro se ha desplomado", asegura el periodista en conversación telefónica. "Nos dijeron que con una carrera y un máster íbamos a tener un trabajo de puta madre. Y si sabías inglés, ya eras la hostia. Pero eso se ha caído. Todo lo establecido se ha ido al garete y cuando no hay nada a lo que agarrarte, siempre emerge la religión".

-¿Hay un componente reaccionario en este auge de la fe?

-Seguro que lo hay y los movimientos más reaccionarios se aprovecharán de él para sus maléficos planes, pero creer que todo lo religioso es reaccionario es absurdo, una payasada que la izquierda perderá por goleada si sigue instalada en los marcos de hace 30 años.

"La gente tiene la imagen del joven que va a misa como un chaval con mocasines y camisa blanca que vota a Vox, pero cuando te adentras en la iglesia te encuentras de todo: desde el empresario al que no llega a fin de mes, de un color y de otro", cuenta Quique Mira. "Y cada vez somos más". Ocurre en España y está ocurriendo en el resto del mundo. 

"Hay una reivindicación de valores tradicionales similar a la que ocurre frente al feminismo o en expresiones culturales como los toros", Luis Miller, sociólogo

El periódico The Guardian hablaba en abril del "resurgimiento" de la religión entre los jóvenes del Reino Unido. En 2018, tan solo el 4% de los británicos de entre 18 y 24 años afirmaban asistir a la iglesia al menos una vez al mes. Hoy, según un estudio titulado The Quiet Revival (El renacimiento silencioso), la cifra ha aumentado al 16%.

"Antes la confirmación se describía, en tono de broma, como el sacramento de despedida, porque ya no volvíamos a ver a los jóvenes hasta que se casaban", sugería en aquel reportaje Georgia Clarke, directora del ministerio juvenil de la iglesia católica de Santa Isabel de Portugal, en Richmond. "Ahora, entre el 80 y el 90% de los adolescentes se mantienen conectados con la Iglesia después de la confirmación mediante encuentros semanales, tutorías y retiros, donde se abordan temas que van desde la ansiedad climática hasta el acceso a la Universidad".

En Francia, país eminentemente laico, el número de bautizos de adultos y adolescentes se ha disparado y sólo durante la última Semana Santa recibieron el primer sacramento un 45% más de adultos que el año pasado. Son los datos más altos registrados por el episcopado francés desde hace más de 20 años.

Y en Estados Unidos ya se habla de "un cambio histórico". Por primera vez en décadas, los adultos millennials o de la generación Z son los feligreses más habituales, superando a las generaciones más mayores. Y el salto se produce especialmente entre los varones y sobre todo a partir de la pandemia del coronavirus.

"Es la primera vez que registramos un interés espiritual de tal magnitud liderado por las generaciones más jóvenes", aseguraba el pasado mes de abril David Kinnaman, director ejecutivo de Barna Group, una organización de investigación cristiana sobre tendencias religiosas. "Sin duda, hay un renovado interés en Jesús".

Un estudio del grupo sostenía entonces que el "compromiso con Jesús" ha aumentado en 15 puntos porcentuales entre los hombres estadounidenses de la generación Z entre 2019 y 2025 y en casi 20 puntos entre los millennials en el mismo periodo.

"Me extrañaría mucho que en España volviera la práctica religiosa o se produzcan conversiones masivas porque la gente sigue sin ir a misa, no da dinero a la Iglesia y cada vez hay menos vocaciones", matiza Luis Miller. "Pero sí vamos hacia un tiempo de mayor identidad religiosa, con cada vez más gente mostrando su fe en público. Antes casi daba vergüenza decir que creías en Dios o ibas a la iglesia y eso se está perdiendo. Ya no penaliza, sino que incluso da réditos y se convierte en producto de marketing".

Hace sólo unas semanas, el modelo e influencer Pablo García, conocido en las redes sociales como Pablo Garna, anunció a sus cerca de 800.000 seguidores en Instagram que lo dejaba todo para ingresar en un seminario.

Sólo unos días después, el empresario sevillano Álvaro Ferrero seguía un camino similar. A sus 30 años ha dejado a su pareja, ha vendido sus negocios y ha ingresado en el seminario de Alcalá de Henares. "He decidido dejarlo todo para seguir a Dios", se confiesa. Sus seguidores en las redes sociales se han multiplicado por cinco desde su anuncio viral.

"Yo crecí en una familia católica y viví la fe en casa y en la escuela. Pero luego me fui a estudiar a Madrid y me alejé mucho de Dios, desconecté", explica él. "He vivido en 10 países diferentes, he salido mucho y le he dado muchas vueltas a la cabeza durante este tiempo, pero sentía que algo me faltaba. Hay gente que lo encuentra haciendo yoga, en la cultura zen, en el misticismo o en otras religiones, pero igual su mensaje no cala tanto como el de Jesucristo".

-¿Y qué buscas tú en el seminario?

-Mi único anhelo es ser santo.

miércoles, 22 de octubre de 2025

Las bonobas impusieron el matriarcado para evitar el infanticidio de la sociedad chimpancé.

 Las cinco bonobas que mataron a un macho desafían el mito de la especie pacifista: “El ataque más violento jamás observado”, en El País, por Javier Salas, 22 de octubre de 2025:

Este linchamiento, grabado en vídeo en plena selva, matiza la realidad de los bonobos. Las hembras ejercen el poder sobre los machos, más grandes y fuertes, gracias a un matriarcado tejido con intensos lazos sociales. Cinco bonobas lincharon hasta la muerte a un macho por agredir a una cría.

Nadie ha vuelto a ver a Hugo desde el 18 de febrero de 2025. Aquel día, a las tres y media de la tarde, se escuchó un griterío en medio de la selva de Salonga, en la República Democrática del Congo. Dos minutos después, llegó el primer testigo humano, que puso a grabar su cámara. Cinco hembras, Polly, Tao, Ngola, Djulie y Bella, estaban vapuleando a este macho de casi veinte años, que yacía boca abajo en el suelo.

El ataque duró veinticinco minutos interminables para Hugo, que se cubría la cabeza como podía mientras todo el clan observaba la escena sin intervenir, incluidos algunos familiares. “Las hembras saltaron alternativamente sobre el cuerpo de Hugo, pisoteándole la espalda y mordiéndole la cabeza, las piernas, el cuello, los dedos de las manos y de los pies. Una de ellas le arrancó de un mordisco parte de la oreja; otras dos practicaron frotamientos genitales entre sí encima de él. Una de las agresoras le mordió el pie y masticó el tejido arrancado, para después morderle los testículos”, describen en detalle los científicos que han publicado ahora el caso.

Hugo tenía el rostro desfigurado, sangraba en los labios y las cejas, una amplia sección de piel arrancada del cuello, sus nudillos mordidos hasta el hueso, y graves heridas en los testículos y el pene. A duras penas logró huir del escenario dos horas después. “Sigue desaparecido y estamos bastante seguros de que no ha sobrevivido”, responde ahora Sonya Pashchevskaya, primatóloga y testigo directo de un ataque que sirve para matizar las complejidades de una especie idealizada como "jipis eróticofestivos": los bonobos.

Su realidad ayuda a leer el mosaico evolutivo que conformamos los grandes simios: humanos, orangutanes, gorilas, chimpancés y bonobos. Estas dos últimas especies, las más cercanas a nosotros, son algo así como un juego de espejos. Los chimpancés machos manejan con mano de hierro la jerarquía social y forman lazos duraderos entre ellos, mientras que son violentos con las hembras para asegurarse la descendencia. Los bonobos viven en un matriarcado: las hembras dominan al grupo mediante alianzas que, entre otros comportamientos, reafirman frotando mutuamente sus vulvas (buscando el placer con su clítoris).

Desde que Jane Goodall observara aterrorizada las crueles guerras entre chimpancés, siempre se ha idealizado a los bonobos como el reverso pacifista, sobre todo tras los populares libros de Frans de Waal. “Aunque es cierto que son mucho más pacíficos”, matiza Pashchevskaya, “la imagen hippie de la sociedad bonoba procede en gran parte de poblaciones en cautividad”. Los silvestres son menos idílicos, como explica esta investigadora del Instituto Max Planck (Alemania). “La pacífica sociedad bonoba, que se mantiene gracias a que las hembras asumen el dominio sobre los machos, puede verse interrumpida ocasionalmente por sucesos extremos como este, que sería la excepción que confirma la regla”.

Los machos son más grandes y fuertes; la violencia, como herramienta de control social, la ejercen ellas. Y quizá por eso ha pasado más desapercibida. “Refleja una visión muy centrada en los machos”, admite Martin Surbeck, que también ha trabajado con los bonobos de LuiKotale, en el parque nacional de Salonga, aunque no en este trabajo. Surberck, de la Universidad de Harvard, publicó en abril un estudio que repasa treinta años de observaciones para entender el poder de las bonobas. El 85 % de las coaliciones violentas las protagonizan hembras que tratan de mantener a raya a los machos, por lo que es una ferocidad claramente funcional: para evitar que se conviertan en chimpancés. En ciertas comunidades, el 100 % de los conflictos los ganan las hembras, mostrando que el dominio es estructural.

Poder social, no físico

“El poder de estas coaliciones de hembras es uno de los principales mecanismos que invierte las dinámicas de poder entre sexos dentro de los grupos de bonobos”, añade Surbeck por email. Cuando las bonobas arman alianzas agresivas para ejercer el control social sobre los machos, demuestran que el poder puede nacer no de la fuerza física, sino del apoyo social.

Ahí es donde empieza a cobrar sentido el ataque de las cinco hembras contra Hugo. Según los primatólogos que siguen a esa comunidad, este macho tuvo un par de días antes un gesto agresivo con la cría de la más joven de las atacantes, Bella (15 años). El infanticidio es una herramienta común de los machos de muchas especies para asegurarse el éxito reproductivo: yo tengo hijos cuando la hembra ya no cuida de los hijos que tuvo con otros. “Las hembras bonobo, sin embargo, han logrado revertir esa tendencia, que los chimpancés sí cumplen, gracias a una cooperación inusual entre ellas”, explica Pashchevskaya, “y llegan a atacar a los machos que se portan mal con los pequeños”. “La violencia extrema se explicaría mejor como respuesta a la amenaza extrema: el infanticidio”, resume la autora principal de este caso detallado en la revista Current Biology. Hace años se dio un caso similar, aunque peor documentado. La primatóloga reconoce que solo pueden especular, explica: “¿Por qué no se producen infanticidios dentro del grupo entre bonobos? Pues porque esto es lo que sucede si un macho lo intenta”. Si las hembras son capaces de ejecutar un acto de violencia de tal magnitud contra un macho adulto, continua la científica, quizá eso sea precisamente lo que mantiene a raya las agresiones masculinas como las de los chimpancés.

Nahoko Tokuyama, otra experta en bonobas, se muestra “muy sorprendida” por el episodio. “Aunque a veces se vuelvan violentas, yo creía que las hembras de bonobo no llegarían a herir a un oponente tan seriamente”, asegura. “Creo que Hugo provocó a las hembras de forma particularmente severa. La agresión contra una cría constituye una violación grave de las normas de la sociedad bonoba y casi siempre provoca represalias por parte de las hembras”, añade Tokuyama, de la Universidad Central de Tokio, autora de varios estudios sobre las coaliciones de bonobas salvajes. “Es seguro que este caso representa el ataque más violento jamás documentado en bonobos”, resume.

Penes heridos y vulvas amigas

En cuanto al simbolismo de los detalles más escabrosos, los expertos en esta especie son cautelosos. Las heridas en los genitales de Hugo, por ejemplo. Los chimpancés que agreden a machos de otros grupos suelen atacar ahí, en parte para eliminar competencia reproductiva. “Son una parte fácil de dañar cuando solo se usan dientes y manos, así que sería prudente no atribuirles un significado simbólico demasiado profundo”, advierte Pashchevskaya. Pero añade: “Quizá comunique algo como ‘no te pases de la raya”.

El frotamiento de genitales de las hembras sobre el cuerpo del agredido sería más normal. Las bonobas lo hacen mucho, para tejer esos lazos de sororidad que a escala social terminan por formar una red matriarcal. “También lo hacen cuando se reencuentran tras un tiempo, como una especie de ‘hola, me alegro de verte”, señala Pashchevskaya. Profundiza Liza Moscovice, autora de varios estudios sobre las bonobas y sus comportamientos sexuales: “Es común en situaciones tensas, como durante ataques en coalición. El frotamiento genital ayuda a las hembras a coordinar su comportamiento, confirmar el apoyo mutuo y posiblemente reducir el estrés en momentos de tensión”. Tokuyama indica que “probablemente intentaban tanto aliviar el estrés como reafirmar su vínculo cooperativo entre ellas”. “En resumen, en este caso”, zanja la autora principal del estudio sobre la muerte de Hugo, “el frotamiento genital facilita la cooperación: ‘Estoy contigo en esto”.

domingo, 5 de octubre de 2025

La crisis de los veinte. Angustia en la generación Z.

 I

 La crisis de los 20: por qué hay jóvenes tan infelices, en El País, por Daniel Soufi, 5 OCT 2025:

La crisis vital se apodera de los jóvenes en una etapa que debería ser de entusiasmo. Son más conscientes de su salud mental, las redes sociales generan depresión y ansiedad, y tienen unas perspectivas de futuro peores que las de sus padres, con una situación económica que hace cada vez más difícil consolidar un proyecto de vida. ¿Qué podemos hacer para cambiar de rumbo?

Los jóvenes están mal, se sienten muy tristes, de bajón absoluto. Lo peor no es la ansiedad, ni estar enganchado al móvil, ni sentirse solo, ni estar sin trabajo, ni siquiera saber que es imposible comprarse una casa; lo peor es que, hasta hace unos pocos años, ninguno de ellos esperaba encontrarse con nada de esto.

En agosto, un artículo publicado en la revista científica estadounidense PLOS One señaló que hoy no hay ningún grupo de edad más insatisfecho que la juventud. Hasta hace poco, la curva de la felicidad seguía un patrón claro: empezaba alta en la infancia y la juventud, se hundía en la mediana edad y repuntaba en la vejez. Los jóvenes, que solían ser el segundo grupo más feliz, son los únicos que han caído. Los más afectados son los adolescentes y los adultos jóvenes, desde los 12 hasta los 24 años. El estudio se basa en encuestas a millones de personas, recogidas en más de 40 países. Y aunque siempre conviene ser prudentes con las conclusiones de las encuestas, la tendencia es difícil de cuestionar.

¿Son los jóvenes demasiado sensibles? La mal llamada generación de cristal recurre más al psicólogo que sus padres o sus abuelos, y maneja con soltura términos como TOC, TDAH, burnout o síndrome del impostor. ¿Ha influido esa mayor conciencia sobre la salud mental en su estado de ánimo? “No necesariamente, pero es evidente que el concepto de felicidad no es el mismo para alguien de 20 años que para su abuela”, responde Alejandro Cencerrado, físico, analista del Instituto de la Felicidad de Copenhague y autor de En defensa de la infelicidad (Ediciones Destino, 2022). “Si a alguien nacido a principios del siglo XX, en algún momento de su vida, le hubieran preguntado si tenía depresión, ni siquiera habría sabido qué contestar. Y eso que vivían situaciones muy duras”.

El mundo cambia y cualidades que hace 20 años se consideraban esenciales para ser inteligente, como tener una memoria enciclopédica, no son las mismas que hoy permiten desenvolverse y superar obstáculos. Del mismo modo, los factores que hace 50 años definían la felicidad, como tener una familia con un formato tradicional o tener una buena relación con Dios, difieren de los que influyen en nuestro bienestar actual. “Es realmente difícil comparar las respuestas de un chaval que pasa el día en TikTok con las de dos personas que vivieron una guerra. Cada uno valora las cosas de manera distinta”.

La felicidad solo empezó a medirse de forma sistemática en los años setenta. En 1972, Bután introdujo el concepto de Felicidad Nacional Bruta y, poco después, encuestas como la World Values Survey incluyeron preguntas sobre satisfacción vital. El gran salto llegó en las dos últimas décadas, con encuestas internacionales de gran escala, lo que refleja que nunca antes habíamos estado tan empeñados en cuantificar nuestro bienestar. “La paradoja es que, cuanto más nos obsesiona medir la felicidad, más sensibles nos volvemos a problemas de salud mental como la depresión”, afirma Cencerrado.

Sin embargo, existen indicadores más objetivos que los cuestionarios sobre felicidad en los que se basan estos estudios. En Estados Unidos, la tasa de suicidio en adolescentes de 12 a 17 años creció un 70% entre 2008 y 2020. En la Unión Europea también se observa un aumento, con España pasando de 1,99 a 2,94 por cada 100.000 jóvenes de 15 a 19 años entre 2011 y 2022. También se han incrementado los ingresos hospitalarios por trastornos mentales en menores y el consumo de psicofármacos. En el Reino Unido, por ejemplo, las prescripciones de antidepresivos en adolescentes de 12 a 17 años se duplicaron entre 2005 y 2017, en un contexto en el que hay médicos que alertan del exceso de medicación, y no solo en jóvenes.

Según el informe de PLOS One, la infelicidad juvenil empieza a crecer claramente desde 2012. ¿Qué ocurrió en ese momento cuyo impacto tuvo un efecto global que no se ha detenido hasta el día de hoy?

La primera hipótesis vincula esta crisis de los 20 con la llegada de las redes sociales y los smartphones. El sociólogo Jonathan Haidt, autor de La generación ansiosa (Deusto, 2024), explica por videollamada que existen demasiados estudios, de muy distintos tipos, como para negar una relación causal entre estas tecnologías y el deterioro de la salud mental de los jóvenes. “Las redes sociales son una causa sustancial —no solo una pequeña correlación— de la depresión y la ansiedad, y por tanto de conductas asociadas a estas enfermedades, incluida la autolesión y el suicidio”.

Lo que plantea Haidt es que el problema no es solo la ansiedad o el aislamiento que puedan causar Instagram o TikTok, sino que lo verdaderamente grave es que estas plataformas han reconfigurado por completo la forma en que los jóvenes socializan. Por eso, advierte, si un adolescente decidiera abandonar las redes para protegerse, su salud mental podría quedar todavía más debilitada al quedar excluido de la vida social de su grupo. Haidt lo define como un efecto de cohorte y de red: toda una generación atrapada en un sistema en el que todos estarían mejor si se desconectaran, pero en el que quien lo hace en solitario acaba aislado.

Algo tan esencial para el bienestar como el descanso también se ha visto trastocado por la llegada de los smartphones. En España, un 83% de los jóvenes de entre 18 y 34 años presenta alguno de los síntomas del trastorno de insomnio, y alrededor de un 13% cumple los criterios para que sea crónico, mientras que solo uno de cada cuatro admite dormir bien y lo suficiente, según el estudio Hábitos y prevalencia de trastornos del sueño en España de 2024. Las dificultades para conciliar y mantener el sueño se han agravado en las dos últimas décadas: hace 20 años, la proporción de personas con insomnio crónico era la mitad. Y son los menores de 35 años quienes más han sufrido este deterioro.

El doctor Javier Albares, experto en sueño y autor de Generación Zombi (Península, 2025), advierte que el abuso de móviles y tabletas está moldeando una “generación atrapada en una espiral de hiperestimulación, adicción y privación crónica del sueño”. Según explica, las pantallas no solo roban horas de descanso, sino que también lo fragmentan: “Aumentan el número de despertares que suceden a lo largo de la noche, y, en consecuencia, disminuyen tanto la calidad como la cantidad del descanso”. Asegura que la mitad de los adolescentes responde mensajes durante la madrugada y un porcentaje similar consulta el teléfono al menos una vez en plena noche. “Esta falta de sueño se traduce en fatiga, menor rendimiento académico, irritabilidad y más riesgo de ansiedad o depresión”.

Haidt reconoce que una tendencia tan global responde a una acumulación de factores. Según el experto, otra de las causas del aumento del malestar juvenil es la “sobreprotección de los niños en el mundo real”. En las últimas décadas, señala, los menores han perdido la posibilidad de jugar libremente en la calle, sin supervisión adulta, en grupos mixtos y con cierto grado de riesgo, algo que antes era habitual y que resultaba crucial para desarrollar resiliencia, autonomía y capacidad de afrontar la incertidumbre. Haidt lo resume con una fórmula clara: hoy existe sobreprotección en el mundo real y desprotección en el mundo virtual. “Se limita cada vez más la libertad de los niños fuera de casa, mientras que se les deja expuestos sin control en internet y en las redes sociales”, advierte.

Los datos de los estudios sobre la felicidad no sorprenden al filósofo y profesor de Literatura Jesús G. Maestro, cuyo canal de YouTube goza de enorme popularidad entre los jóvenes. Maestro se da cuenta de ello cada vez que entra en un aula. Pero rechaza la idea de que los mileniales sean una generación hiperprotegida: “Es falso, es la generación más desprotegida de las últimas décadas”, asegura por teléfono. “No puede estar muy protegida una generación a la que se le ha privado de conocimientos esenciales para enfrentarse a la vida y se la ha expuesto a las redes sociales e internet sin ningún tipo de resguardo, donde la presión psicológica es fortísima y muchos no lo resisten”.

Para el autor de Una filosofía para sobrevivir en el siglo XXI (HarperCollins, 2025), el malestar de los jóvenes tiene una causa muy concreta: el idealismo de sus padres. “Es una generación a la que se le prometió todo y se ha encontrado con nada”. Según Maestro, los boomers educaron a sus hijos para enfrentarse a un mundo que no existe. “La educación debe orientarse a hacer compatible al ser humano con la realidad. Y la realidad es la de un mundo depredador regido por la lógica de mercado”. Maestro critica la dureza con la que a menudo se juzga a esta generación: “De los mileniales se habla muy mal sin saber lo que se dice. Se les presenta como vagos, tontos o inútiles. Se ha vertido contra ellos lo peor. Y no se puede ayudar a una persona malinterpretándola”.

Como dice Maestro, muchos jóvenes crecieron con la promesa de que al hacerse mayores se encontrarían con un mundo mejor que el de sus padres, con oportunidades para realizarse y ser felices. Sin embargo, la realidad que aguarda a quien sale hoy del instituto o de la universidad es desoladora. La situación económica de los jóvenes es mucho peor que la de la generación anterior. Según el INE, en 2004, las personas en edad de jubilarse eran el grupo con mayor riesgo de pobreza (30%); el año pasado esa cifra se redujo a la mitad (16,8%), mientras que golpea con más fuerza a los jóvenes (21%) y a los niños (29%). En paralelo, el patrimonio medio de una familia joven se ha reducido a la mitad entre 2002 y 2022. La tasa de paro juvenil, aunque en mínimos desde 2008, sigue en torno al 25%.

“Hay sensación de desánimo”, dice por teléfono la socióloga Patricia Castro, autora de Tu precariedad y cada día la de más gente (Apostroph, 2023). “La generación de nuestros padres, aunque viniera de un entorno de pobreza, tenía la percepción de un progreso vital, de que si estudiabas tu vida podría mejorar y lograrías un trabajo mejor. En gran medida, esa esperanza se ha perdido”. España es, de hecho, uno de los países donde el ascensor social funciona peor: más de un 35% de la desigualdad de ingresos está determinada por factores de origen —sobre todo, el nivel socioeconómico de los padres—, una de las cifras más altas de la OCDE. De este caldo de cultivo nace el reciente debate entre boomers y jóvenes que constatan vivir peor que sus padres.

Castro afirma que las nuevas generaciones padecen un “nihilismo light”, han perdido la fe en que sea posible luchar por un mundo con mejores condiciones. “Además, la sociedad les hace sentir que la responsabilidad de su precariedad recae sobre ellos mismos. Es una autodestrucción hacia dentro: te culpas a ti mismo de tu situación”. Añade que los jóvenes viven en un mundo cada vez más atomizado, donde se ha perdido el sentido de comunidad. “No sienten que juntos puedan lograr nada”, señala. Coincide con Maestro en que la generación anterior ha juzgado con excesiva dureza a los jóvenes: su adicción a las nuevas tecnologías, su incapacidad para ganarse la vida, incluso el reciente auge conservador. “Se ha culpabilizado a gente que ni siquiera ha tenido la oportunidad de cagarla”.

Las soluciones que proponen los expertos para revertir la infelicidad juvenil y para que la adolescencia vuelva a ser una de las etapas más plenas de la vida son diversas. Una de las más reiteradas es garantizar el acceso de los jóvenes a tratamientos de salud mental. Según el Libro Blanco de la Psiquiatría en España, elaborado por la Sociedad Española de Psiquiatría y Salud Mental (SEPSM), la ratio es de apenas 10 profesionales por cada 100.000 menores de 14 años, una cifra significativamente por debajo de las tasas observadas en otros países.

Jonathan Haidt sugiere retrasar el acceso a las redes sociales hasta los 14 años y advierte de que la irrupción de la inteligencia artificial podría resultar aún más dañina para los jóvenes que las propias redes. Y, aunque sea obvio, seguro que ayuda la mejora de condiciones económicas, en especial, en trabajo y vivienda. Para Patricia Castro, la clave está en reforzar los vínculos: “No todos vamos a tener el trabajo de nuestros sueños ni a vivir en el centro de la ciudad, pero lo que no falta es gente en el mundo”. Jesús G. Maestro, fiel a su oficio de profesor de Literatura, propone una receta muy concreta: “Leer El Quijote. Si algo enseña es que el idealismo conduce al fracaso”. Y advierte: “Si no cuidas a la gente joven, estropeas el futuro de la sociedad”.

II

La crisis de los 20 es la nueva crisis de los 40: los problemas de los jóvenes pulverizan la curva de la infelicidad. En El País, por Enrique Alpañés, Madrid - 27 AGO 2025:

Un estudio señala un cambio de paradigma por la crisis de salud mental de las nuevas generaciones. El malestar, hoy en día, disminuye con los años

La curva de infelicidad está desapareciendo, pero esta no es una buena noticia. Hasta ahora, la satisfacción vital tenía forma de sonrisa. Empezaba alta en la juventud, se hundía en la mediana edad, en lo que en España se ha venido a llamar la crisis de los 40, y después repuntaba. La infelicidad, por el contrario, tenía forma de joroba o sonrisa invertida :-( . Pero un amplio estudio que se publica este miércoles en la revista científica PLOS One muestra cómo se ha erosionado esta curva hasta casi desaparecer. No es que la crisis de los 40 haya remitido, es que se ha empezado a ver algo que podríamos definir como la crisis de los 20. La infelicidad empieza ahora en alto, a edades muy tempranas, y tiende a disminuir a lo largo de la vida.

El estudio ha sido realizado con las respuestas de más de 10 millones de adultos de Estados Unidos (hechas entre 1993 y 2024), con un análisis longitudinal en el que participan 40.000 hogares del Reino Unido, y con dos millones de cuestionarios de la encuesta Global Minds, realizada en 44 países (entre ellos España). Muchos datos, muchos países, pero una conclusión unívoca. “La verdad es que nos sorprendió que los resultados fueran tan globales”, reconoce David G. Blanchflower, economista de la Universidad de Londres y autor principal del estudio.

Los autores no han preguntado por los motivos, pero apuntan a las consecuencias de la pandemia, a la crisis de la vivienda y, sobre todo, al uso masivo de teléfonos inteligentes. Esto explicaría la uniformidad de datos en contextos que son muy diversos. “Lo que tienen en común, por ejemplo, un chico de Alemania y otro de Nueva York es el acceso a internet y a los teléfonos inteligentes”, explica Blanchflower. “En los países en desarrollo, sin embargo, vimos que quienes no tenían acceso a internet no mostraban una salud mental tan deficiente”.

El autor no cree que esto se deba tanto al efecto de los móviles en sí, sino a la forma en la que depredan el tiempo libre, rebañándolo hasta hacerlo desaparecer. “Los móviles han desplazado las actividades beneficiosas. Los niños ya no juegan, no hablan… pasar mucho tiempo en internet aleja a las personas de actividades útiles”.

(En azul, la antigua curva de la infelicidad, con una joroba en la mediana edad. En rojo discontinuo, la nueva gráfica, una línea descendente. Véase el enlace inicial).

Esto podría explicar otro de los datos destacados del estudio. Las mujeres jóvenes presentan niveles de malestar significativamente más altos que los hombres jóvenes en todos los países analizados. Esta es una constante en todos los estudios que analizan el impacto de internet y las redes sociales en el bienestar percibido. El ejemplo más reciente lo ofrecía el estudio HBSC (por sus siglas en inglés Health Behaviour in School-ages Children), publicado por el Ministerio de Sanidad español. Señalaba que esta problemática afecta el doble a las chicas (con una prevalencia del 51,2%) que a los chicos (del 25,2%).

El presente estudio es importante por la gran cantidad de datos en los que se basa. Y porque pone el malestar de las nuevas generaciones en un contexto más amplio, comparando con la satisfacción autopercibida de sus mayores. Sus conclusiones son demoledoras, pero no sorprendentes. Algo se empezó a torcer a partir de 2010 y hay mucha literatura científica que ha dado buena cuenta de ello. Las tasas de depresión y ansiedad entre adolescentes se dispararon un 50%. Las de suicidio lo hicieron en un 32%. Los miembros de la generación Z —nacidos a partir de 1996— empezaron a padecer ansiedad, depresión y otros trastornos mentales, alcanzando niveles más altos que cualquier otra generación en la historia.

La crisis de los 20 ha pulverizado la curva de la infelicidad. Pero hay que tener en cuenta que esta es una foto fija que se tendrá que ir actualizando. Los jóvenes de la generación Z, con más problemas de salud mental que sus mayores, llegarán a los 40 y 50 años. Y nada garantiza que no se enfrenten entonces a los mismos estragos vitales que han afectado a las generaciones anteriores. Mientras tanto, nuevas generaciones se irán añadiendo a la curva, y nada apunta a que tengan menos dependencia del móvil. Dicho de otra forma, la curva de la felicidad ha desaparecido solo de momento. Es esperable que se vuelva a producir en unos años, solo que más extrema. Tocar fondo implicará ir aún más abajo.

“No sé cómo evolucionará la situación”, reconoce Blanchflower. “Cada año se suma una nueva cohorte de 12 años y el resto envejece un año, pero nada cambia, el grupo nacido desde el año 2000 parece tener mala salud mental. Espero que podamos detener esto”. No parece fácil, explica el autor. Las hospitalizaciones entre jóvenes por depresión siguen en aumento, los suicidios, el consumo de antidepresivos… Porque este estudio se basa en la salud mental autopercibida, pero está subrayado por todos estos datos, que han repuntado en los últimos años entre las generaciones más jóvenes. Según el Informe Nacional sobre la Calidad y las Disparidades en la Atención Sanitaria de 2022, en Estados Unidos, entre 2016 y 2019, las tasas de visitas a urgencias con un diagnóstico principal relacionado con la salud mental aumentaron en el grupo de edad de 0 a 17 años, pasando de 784,1 por cada 100.000 habitantes a 869,3 por cada 100.000 habitantes.

La crisis de la mediana edad se empezó a describir en 2008. Desde entonces, se ha constatado en más de 600 estudios en diferentes países. El aumento de la preocupación, el estrés y la depresión con la edad ha sido ampliamente documentado en la sociología en los últimos 20 años. El propio Blanchflower estudió el fenómeno en estudios precedentes. “En toda una serie de artículos defendí que la forma de U era un dato importante, ¡hasta que dejó de serlo! Esos datos eran correctos, pero algo ha cambiado, no parece que estuviera escrito en los genes”, señala.

Maite Garaigordobil Landazabal, catedrática de Evaluación y Diagnóstico Psicológicos de la Universidad del País Vasco, destaca positivamente el actual estudio por la gran base de datos en la que se basa. En declaraciones al portal científico SMC señala que “resulta relevante porque cuestiona un hallazgo empírico muy consolidado: la existencia de la curva en U del bienestar y de la joroba del malestar a lo largo de la vida”. Garaigordobil considera que los resultados son “muy novedosos” y que “rompen con una de las regularidades más citadas en ciencias sociales”. En el mismo portal, Eduard Vieta, catedrático de Psiquiatría de la Universidad de Barcelona, abunda en la calidad de los datos y se muestra de acuerdo con el diagnóstico. Pero añade una posible causa más. “Creo que falta mencionar el contraste entre las expectativas y la realidad. Las generaciones jóvenes de la mayor parte de países incluidos en el trabajo han recibido una educación muy sobreprotectora y han desarrollado una baja tolerancia a la frustración. Creo que este aspecto es también relevante para explicar su malestar emocional”, añade.

El artículo concluye que esta tendencia global exige atención urgente de gobiernos, investigadores y sociedad civil para revertir el declive en el bienestar juvenil. Cuando se le pregunta a Blanchflower por alguna idea o medida concreta, sugiere restringir el acceso al teléfono como una posibilidad. Pero sobre todo ofrecer alternativas. Volver a migrar la vida social, pero en sentido inverso, de la pantalla a la calle. Fomentar el juego, los encuentros sociales y el tiempo al aire libre. “Animar a los niños a que se comporten como niños”, añade.

viernes, 19 de septiembre de 2025

La actitud humana más dañina y menos confiable.

 De Henyke Huryve, en Quora:

Entre todos los seres humanos, la actitud más dañina y menos confiable sería la negación deliberada de la verdad cuando se conoce.

No me refiero a la ignorancia. Esta puede ser inocente y hasta fértil cuando se reconoce. Hablo de esa actitud que, por conveniencia, miedo o poder, elige distorsionar lo evidente, ocultar lo justo, o fingir que no sabe lo que sabe. Es una forma de traición al diálogo, a la memoria, y a la posibilidad de construir juntos.

Esta negación puede manifestarse: como cinismo, cuando se ridiculiza la esperanza o la ética… como ingenuidades. También la Manipulación, cuando se usa el lenguaje para confundir en vez de esclarecer. Y no me olvidaré de mencionar la Indiferencia, que sería cuando se elige no mirar el sufrimiento ajeno, aunque esté frente a los ojos.

Y lo paradójico… es que esta actitud suele disfrazarse de inteligencia o pragmatismo, pero en realidad erosiona la confianza, la empatía y la posibilidad de transformación. Como todos sabemos, la verdad no siempre es cómoda…

lunes, 8 de septiembre de 2025

Principios de guerra psicológica

 Yuri Bezmenov, periodista que estuvo al frente de la desinformación por parte de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, expone los principios psicosociológicos de manipulación política que actualmente atontan a las masas. El texto está transcrito por mi parte desde la entrevista que hizo en 1984 con G. Edward Griffin:

El énfasis principal de la KGB no está en el área de la inteligencia en absoluto. Según mi opinión, y la de muchos desertores de mi calibre, solo alrededor del 15 % del tiempo, dinero y recursos humanos se dedica al espionaje como tal; el otro 85 % es un proceso lento que llamamos "subversión ideológica" o "medidas activas" en el lenguaje de la KGB, o "guerra psicológica".

Básicamente significa cambiar la percepción de la realidad de cada estadounidense hasta tal punto que, a pesar de la abundancia de información, nadie sea capaz de llegar a conclusiones sensatas en interés de defenderse a sí mismo, a su familia, a su comunidad y a su país.

Es un gran proceso de lavado de cerebro, que avanza muy lentamente y se divide en cuatro etapas fundamentales.

1. La primera es la "Desmoralización". Toma entre 15 y 20 años desmoralizar a una nación. ¿Por qué tantos años? Porque este es el número mínimo de años necesarios para educar a una generación de estudiantes en el país enemigo, expuestos a la ideología del enemigo. En otras palabras, la ideología marxista-leninista se introduce en las mentes blandas de al menos tres generaciones de estudiantes estadounidenses sin ser cuestionada o contrarrestada por los valores básicos del americanismo, el patriotismo estadounidense. ¿El resultado? El resultado lo puedes ver: la mayoría de la gente que se graduó en los sesenta, desertores escolares o intelectuales a medio formar, ahora ocupan puestos de poder en el gobierno, la administración pública, los negocios, los medios de comunicación y el sistema educativo. Están ahí y no puedes deshacerte de ellos. Están contaminados, están programados para pensar y reaccionar a ciertos estímulos en un patrón determinado. No puedes cambiar sus mentes, incluso si los expones a información auténtica, incluso si pruebas que lo blanco es blanco y lo negro es negro, incluso así no puedes cambiar la percepción básica ni la lógica de su comportamiento. En otras palabras, en estas personas el proceso de desmoralización es completo y es irreversible. Para librar a la sociedad de estas personas necesitarías otros 20 o 15 años para educar a una nueva generación con mentalidad patriótica y sentido común que actúe en favor y en interés de la sociedad de los Estados Unidos.

Y esas personas que han sido programadas y, como dices, ya están en posiciones de poder y son favorables a una apertura con el concepto soviético, ¿son precisamente las que serían marcadas para el exterminio en este país?

La mayoría, sí. Simplemente porque el choque psicológico que experimentarán cuando vean en el futuro lo que realmente significa en la práctica esa "bella sociedad" de igualdad y justicia social, obviamente les llevará a rebelarse. Serán personas muy infelices y frustradas, y el régimen marxista-leninista no tolera a este tipo de gente. Obviamente se unirán a las filas de los disidentes. A diferencia de los EE. UU. actuales, no habrá lugar para la disidencia en la futura América marxista-leninista. El proceso de desmoralización en los Estados Unidos ya está prácticamente completo. En los últimos 25 años, de hecho, ya está cumplido en exceso, porque la desmoralización ha alcanzado áreas que ni siquiera el camarada Andrópov y todos sus expertos soñaban lograr un éxito tan tremendo. Y la mayoría han sido obra de estadounidenses contra estadounidenses, gracias a la falta de estándares morales. Como mencioné antes, la exposición a la información verdadera ya no importa. Una persona desmoralizada es incapaz de evaluar información veraz. Los hechos no significan nada para ella. Aunque lo bombardees con información, con pruebas auténticas, con documentos, con fotografías. aunque lo lleves por la fuerza a la Unión Soviética y le muestres un campo de concentración, se negará a creerlo, hasta que reciba una patada en su culo gordo. Cuando una bota militar le destroce sus pelotas, entonces entenderá, pero no antes. Esa es la tragedia de la desmoralización. Básicamente, América está atascada con la desmoralización, a menos que... Incluso si se empieza ahora mismo, en este instante, a educar a una generación de estadounidenses, aún tomaría entre 15 y 20 años revertir la percepción ideológica de la realidad hacia la normalidad y el patriotismo.

2. La siguiente etapa es la "Desestabilización". En esta parte al subversor no le importan tus ideas ni tus patrones de consumo, que comas comida basura y engordes ya no importa. En esta etapa, que dura de 2 a 5 años para desestabilizar a una nación, lo que importa es lo esencial: Economía, Relaciones Exteriores y Sistemas de Defensa. Y se puede ver claramente que en algunas áreas tan sensibles como la Defensa y la Economía, la influencia de las ideas marxistas-leninistas en los EE. UU. es absolutamente increíble. Jamás habría creído, hace 14 años, cuando llegué a esta parte del mundo, que el proceso avanzaría tan rápido.

3. La siguiente etapa, por supuesto, es la "Crisis". Puede tomar solo hasta 6 semanas llevar a un país al borde de la crisis. Se puede ver ahora mismo, en Centroamérica. Y, después de la crisis, con un cambio violento de poder, de estructura y de economía, viene el llamado periodo de 

4. "Normalización". Puede durar indefinidamente. Normalización es una expresión cínica tomada de la propaganda soviética. Cuando los tanques soviéticos entraron en Checoslovaquia en 1968, el camarada Brezhnev dijo: "Ahora la situación en la hermana Checoslovaquia está normalizada". Esto es lo que pasará en los EE. UU. si se permite que todos esos idiotas lleven al país a la crisis, prometiendo a la gente todo tipo de beneficios y un Paraíso en la Tierra. Desestabilizando su economía, eliminando el principio de la competencia, del libre mercado, e imponiendo un gobierno del Gran Hermano en Washington D. C. con dictadores "benevolentes" como Walter Mondale que prometerán muchas cosas sin importar si son realizables o no, irán a Moscú a besar el culo de una nueva generación de asesinos soviéticos. No importa. Crearán falsas ilusiones de que la situación está bajo control.

La situación no está bajo control. La situación está asquerosamente fuera de control. La mayoría de los políticos americanos, medios de comunicación y el sistema educativo entrenan a otra generación de personas que piensan que viven en tiempos de paz. Falso. EE. UU. está en estado de guerra. Una guerra total no declarada contra los principios básicos y los fundamentos de este sistema. Y el iniciador de esta guerra no es el camarada Andrópov, por supuesto. Es el sistema. Por ridículo que suene, es el sistema comunista mundial. O la conspiración comunista mundial. Si asusto o no a algunas personas, me importa un pimiento. Si no estás asustado ya, nada podrá asustarte.

sábado, 6 de septiembre de 2025

La mentira del deporte

 Sinner: "Djokovic es un ejemplo de resiliencia. Eso nadie puede negarlo. Pero también nos enseñó que el sistema puede usar tu imagen hasta destruirla si no encajas con lo que esperan de ti. Yo lo he visto. Todos lo hemos visto. Y no quiero que mi carrera dependa de eso. Yo quiero que dependa solo de mi tenis." [Djkovic cargó con la etiqueta de villano frente a Federer y Nadal]

 Pregunta: "¿Está diciendo que el tenis manipula la imagen de los jugadores según convenga?"

 Sinner: "Lo que digo es que el tenis es un espectáculo, y como todo espectáculo tiene guionistas. Pero yo no voy a leer un guion que no escribí"

lunes, 1 de septiembre de 2025

Fabricación de vulnerables al discurso ultra por medio de la enseñanza

 Las chicas sacan cada vez más ventaja a los chicos en educación: “Para algunos, estudiar resta masculinidad”, en El País, por Ignacio Zafra, Valencia - 17 AGO 2025:

Los expertos advierten de que se está creando una “infraclase” social de jóvenes muy poco formados, con un sombrío futuro laboral y especialmente vulnerables a los discursos ultras

Puestos unos detrás de otros, los datos abruman. A pesar de que nacen menos niñas que niños, un desequilibrio que tiene su raíz en la adaptación evolutiva humana y hace que en las etapas de enseñanza obligatorias, Primaria y ESO, haya un poco más de chicos (51,5%) que de chicas (48,5%), pasado ese punto las alumnas superan a los alumnos en casi todos los indicadores educativos. Y lo hacen cada vez más. Repiten menos (6 puntos). Se gradúan más en Secundaria (7 puntos). Cursan más Bachillerato (7 puntos). Van más a la universidad (representan el 56,8% frente al 43,2% de los alumnos, una diferencia 2,5 puntos mayor que 10 años antes). Y, una vez en las facultades, se titulan más (60,9%-39,1%). Los chicos son mayoría en Formación Profesional. Pero su predominio, enorme en el Grado Básico ―un programa pensado para que los chavales que van mal terminen la ESO―, se reduce en el Grado Medio y casi se difumina en el Grado Superior.

[Estadillo con el alumnado matriculado en el sistema educativo, Curso 2022-2023]

[Estadillo con los Resultados del Informe PISA: 2009-2022]

Los alumnos conservan ventaja en el ámbito de las matemáticas (y por extensión, en las titulaciones técnicas). Pero esta es cada vez menor. Entre 2009 y 2022 las alumnas españolas redujeron a casi la mitad los 19 puntos que los chicos les llevaban en el examen de matemáticas del Informe PISA, la gran evaluación internacional que organiza la OCDE. En ese mismo periodo, los estudiantes solo recortaron un 14% los 29 puntos de ventaja que ellas les llevaban en habilidad lectora. Unos y otras han reducido su tasa de abandono escolar temprano ―el porcentaje de la población de 20 a 24 años que tiene, como mucho, el título de la ESO y no está estudiando― en las últimas dos décadas. Pero ellas lo han hecho, proporcionalmente, más. El abandono de las chicas está ahora en el 10% y el de los chicos, en el 15,8%. Los chavales representan, además, el 72% del alumnado diagnosticado oficialmente con Trastorno de atención.

[Estadillo de alumnado diagnosticado con Trastornos de la atención por sexos]

[Estadillo con Estudiantes titulados en estudios de grado en la universidad]

Sin ese vuelco educativo respecto a la situación de hace unas décadas no habría sido posible el cambio que se ha producido en el mercado laboral. La brecha salarial por hora trabajada en España se ha reducido a la mitad desde principios de siglo (hasta el 9,4% en 2022), y virtualmente ha desaparecido en la franja de edad más joven, la de 20 a 30 años. Ello no significa, sin embargo, que las mujeres no sigan sufriendo una fuerte desigualdad.

Si se comparan los salarios de forma ajustada, es decir, con hombres y mujeres de características similares (incluido el nivel educativo), la brecha permanece casi estancada desde 2014 en el 10%, señala Ángel Martínez, de Analistas Financieros Internacionales (AFI), que apunta como motivos al injusto reparto de los cuidados en el ámbito familiar y a la penalización que imponen las empresas al hecho de que ellas concilien más.

[Estadillo con la Evolución de la brecha salarial de género en salario por hora]

El elevado nivel de fracaso escolar masculino ―uno de cada seis jóvenes de 20 a 24 acabó como mucho la secundaria, y ese porcentaje es aún mayor en las franjas de edad inmediatamente superiores― implica el riesgo de que se consolide una especie de “infraclase formativa”, advierte el sociólogo Miquel Àngel Alegre, en un contexto en el que, a diferencia de lo que sucedía hace unas décadas, España ofrece muy pocas oportunidades de trabajo para personas sin cualificación. O las ofrece solo en sus modalidades más precarias.

Además de afrontar un futuro sombrío, estos jóvenes resultan especialmente vulnerables a los “discursos de agravio” de corte neomachista que responsabiliza de su situación al feminismo, arrastrándolos a posiciones políticas de extrema derecha, alerta el politólogo Oriol Bartomeus. Un tipo de mensaje, difundido por influencers ultras a través de las redes sociales, que tienen “una penetración muy fuerte entre los chicos de 14 a 25 años”, añade.

Diferencias biológicas en la adolescencia

¿A qué se debe la disparidad en los resultados académicos de chicas y chicos? ¿Y cómo debería actuar el sistema educativo para reducir el fracaso de los segundos?

Los especialistas señalan, respecto a la primera pregunta, que hay una base biológica, pero que es pequeña, y sobre la misma se erigen grandes estructuras culturales que tienen una influencia mayor. El biólogo y experto en neuroeducación David Bueno destaca que, por término medio, las chicas maduran un poco antes que los chicos. Y que el desarrollo que experimentan ambos durante la adolescencia ―la etapa en la que “ensayan para ser adultos” y en la que se concentra el fracaso escolar― está condicionada por los cambios físicos y cerebrales que experimentan. Las chicas tienen un poco más de oxitocina, una neurohormona que ha sido descrita como “la hormona de la socialización”. “Eso supone que van a tender a ensayar más la socialización que los chicos, porque es lo que les pide el cerebro”, dice Bueno.

Los chicos, por su parte, tienen un poco más de testosterona. Ello, sumado a un mayor desarrollo, en términos generales, de la musculatura, les lleva en mayor medida a “intentar sobresalir respecto a los demás, es algo muy biológico”. Debido a esos cambios, los chavales tienen una mayor propensión “a la actividad física, a moverse” ―lo que no quita que a las chicas también les guste el deporte, ni que los chicos adolescentes no tiendan a la socialización―, y a buscar “juegos competitivos, donde puedan destacar o medirse con sus compañeros y compañeras”.

Un choque de dos grandes estructuras

Las diferencias son sutiles, prosigue Bueno, mucho menos pronunciadas que en otras especies animales. Pero sobre ellas opera una socialización y unas fuerzas culturales que dan lugar a unas divergencias en el comportamiento entre chicos y chicas “que no son en su origen biológicas, pero en cierta forma acaban siéndolo porque quedan implantadas en el cerebro”.

La socióloga de la educación Aina Tarabini señala que el mayor abandono escolar de los chicos ―que no es de todos los chicos, subraya, sino que se da más en clases sociales precarizadas, en chavales de origen migrante y que se distribuye desigualmente según el tipo de centro educativo― debe analizarse en el marco de cómo se construyen las identidades masculinas y femeninas. Y en el choque de dos grandes estructuras de poder: el patriarcado y la cultura escolar. “El patriarcado construye una forma de masculinidad dominante, competitiva, fuerte, individualista, que a menudo tiende a extender la idea de una supuesta mayor inteligencia innata de los chicos, pero al mismo tiempo más perezosa, menos pulcra. Unos discursos que atraviesan los medios de comunicación, la socialización familiar y escolar, los grupos de iguales, y que crean identidades”. Enfrente, por su parte, “la cultura escolar dominante premia la obediencia, la constancia, la pulcritud”. Y ese encontronazo, continúa la profesora de la Universidad de Barcelona, “genera un conflicto de identidades en algunos perfiles de chicos para los que estudiar resta masculinidad”.

La solución, agrega, pasa por transformar la cultura escolar con una mirada feminista, “que genera mayores posibilidades de ser para todos y para todas, y amplía el significado de qué quiere decir ser buen estudiante”.

La cultura escolar premia actitudes prototípicamente femeninas

“La escuela”, prosigue Miquel Àngel Alegre, sociólogo y director de proyectos de la Fundació Bofill, “ha sido tradicionalmente un espacio de valorización de actitudes o aptitudes prototípicamente asignadas al género femenino. La capacidad de planificación, de adaptación, de cuidado, de apoyo, de trabajo en equipo, de autonomía, también de docilidad”. Todas ellas, dice Alegre, están muy alineadas con la cultura escolar y son en cierto sentido opuestas a otra serie de actitudes prototípicamente masculinas: “A las típicas etiquetas con las que nos referimos con frecuencia a los chicos en clase: son más movidos, desafiantes, indisciplinados, competitivos, tienen actitudes inmaduras, etcétera”. “Mi hipótesis es que esto, que siempre ha sido así, cada vez lo es más. Esos roles tradicionalmente femeninos cada vez encajan mejor en la cultura escolar, y se bonifican más. Y lo contrario ocurre con las actitudes prototípicamente masculinas”.

El sociólogo resalta que al hablar de competencias o actitudes prototípicamente femeninas o masculinas no quiere decir que sean algo innatas a ellas o ellos, sino algo “que la sociedad reproduce y que también reproduce el sistema educativo”. “Más allá de los contenidos curriculares o los libros de texto, que se han ido depurando bastante, existe todo un currículo oculto, que es el que se construye a través de la relación cotidiana en el aula, y que de alguna manera va construyendo esas competencias prototípicamente de chicos y de chicas”, afirma.

Desafiar al profesor

A ras de aula, Isabel Saturno, directora del instituto público Sanje, en Alcantarilla (Murcia), ve algo parecido a lo que apuntan los expertos. “En términos generales, las chicas tienen mejor comportamiento y más interés por los estudios, bastante más. No sé a qué se debe. Quizá nosotras tenemos más interiorizado el concepto de autoridad y de respeto. Hacia el padre, la madre, el profesorado…”. Daniel, que está cerca de cumplir 15 años y en septiembre empezará cuarto de la ESO en un instituto público de Valencia, afirma, por su parte, que las chicas “de normal, están más atentas en clase, hablan menos, y si hablan, en cuanto el profesor les dice que paren, suelen parar y no vuelven a hablar. Entre los chicos no es tanto así”. Entre ellos, opina, sacar buenas notas o ser estudioso no es algo que necesariamente dé puntos. Y en cambio, “que un chico desafíe al profesor delante de toda la clase puede generar respeto, porque no todos son capaces de hacerlo; admiración igual no, pero se le reconoce carácter”, añade.

Las soluciones educativas a la masculinización del fracaso escolar no son fáciles, advierten los expertos, porque buena parte de la construcción de los roles de género tienen lugar más allá de las paredes de la escuela. Pero sí hay varias cosas que el sistema puede hacer. Para empezar, señala Lucas Gortazar, director de Educación en EsadeEcPol, no ser tan rígido con el itinerario de la ESO: “Debería haber un sistema de excepciones más claro que los docentes y centros educativos aplicaran con mayor flexibilidad”. Ya existen programas, como la FP Básica y la diversificación curricular ―que adapta los contenidos y agrupa las materias―, que han demostrado su eficacia para evitar el fracaso escolar, y en los que se matriculan, sobre todo, chicos de familias de clase trabajadora, con una sobrerrepresentación de los de origen extranjero. Pero en sus mejores versiones implican un número reducido de chavales por aula y profesorado especialmente motivado para la tarea. En otras palabras, más recursos.

También puede ayudar, sigue Gortazar, un tipo de enseñanza más competencial. Algo que sobre el papel ya prevé la actual legislación educativa, pero que en la práctica, debido a que los cambios en la práctica docente requieren tiempo, y a que los currículos han mantenido una enorme cantidad de contenidos, avanza despacio.

Que el profesorado crea en estos alumnos

Ese enfoque más competencial, que supone que además de contenidos la escuela dedique más esfuerzos a que los estudiantes adquieran otro tipo de habilidades y destrezas, debería aplicarse, plantea Miquel Àngel Alegre, en dos sentidos. Por una parte, reforzando para el conjunto del alumnado las competencias “socioemocionales y metacognitivas en las que, en principio, se puede pensar que las chicas tienen más ventaja que los niños”. Como la capacidad de planificarse, de autorregularse, de ser autónomos, o si se quiere, de autodisciplina. Y por otra, “incorporando competencias más asociadas tradicionalmente a los varones de clase trabajadora, como pueden ser las profesionales”. Es decir, “desacademizar un poco la ESO y profesionalizarla un poco más”, a través de unas competencias relacionadas normalmente con la tecnología, afirma el sociólogo. Y, a la vez, incorporar a la forma de plasmar las clases más actividades que utilicen ejemplos “muy cercanos al día a día y a las vivencias tanto de los chicos como de las chicas”.

Gortazar y Alegre coinciden en un último factor que puede ayudar: elevar las expectativas de los docentes sobre lo que los alumnos que son, de entrada, menos académicos o más disruptivos con la disciplina académica, son capaces de conseguir. “Es decir, que crean más que también los niños movidos, indisciplinados, más liantes, más provocadores, más físicos, pueden tener perspectivas de éxito educativo”, dice Alegre, trabajándolo tanto en la formación inicial (universitaria) del profesorado como en la continua. El fundamento de ello es que la investigación ha mostrado ―en lo que se conoce como efecto Pigmalión, por el mito del rey griego que se enamoró de Galatea, la estatua que había esculpido, y esta acabó cobrando vida― que las altas expectativas de un docente sobre lo que un estudiante puede conseguir influyen positivamente en sus posibilidades de lograrlo.

domingo, 15 de junio de 2025

EE. UU. / Europa

 Hay un proverbio en Suecia que dice: «El dinero es todo lo que tiene un pobre». Un estadounidense no lo entendería. Los europeos pagan más impuestos que los estadounidenses, pero el ciudadano europeo promedio obtiene más ventajas por ellos: buen y extenso transporte público, educación primaria y secundaria de alta calidad, educación superior de bajo costo, atención médica más accesible y menor desigualdad de ingresos, lo que se traduce en una menor delincuencia. Cuentan con leyes laborales y sindicatos más sólidos, lo que facilita la conciliación de la vida laboral y personal. Muchas ciudades europeas se construyeron mucho antes de la invención del automóvil, por lo que hay menos dependencia del coche y barrios de uso mixto, lo que reduce la expansión suburbana.

 Estados Unidos tuvo la oportunidad de crear una nación verdaderamente maravillosa, con abundantes recursos y sin un lastre histórico debilitante. Pero en la obsesiva búsqueda de beneficios a costa de sus ciudadanos, y con una pseudoética fundada en el lucro, solo han logrado crear una protosociedad primitiva basada en la amenaza de la violencia y la indigencia, y en un nivel aberrante y casi intolerable de egoísmo. Cien millones de gordos, 37 millones de pobres, y una prisa tal por hacer todo que ni siquiera le han puesto un nombre al país y en su lengua no existe gentilicio para nuestro estadounidense. Mientras otras naciones industrializadas avanzan lentamente, Estados Unidos no solo ignora resueltamente el progreso de los demás, sino que parece empeñado en regresar a su pasado más oscuro, adoptando ahora ideas del siglo XIX de superioridad racial, misoginia, división social, corrupción política generalizada y servidumbre por deudas (disfrazada de inevitables "préstamos estudiantiles" o deudas por salud) y una legislación laboral prácticamente inexistente. Estados Unidos no solo ha perdido el rumbo, sino que es improbable que recupere el rumbo progresista. Pienso que es posible que Estados Unidos esté en un declive irreversible.

 EE. UU. combina el mayor costo de vida y la inflación, creando una tormenta perfecta. Los precios de los bienes raíces en EE. UU. son una locura. ¡El costo de la educación también es exorbitante! Las escuelas estadounidenses han aumentado drásticamente sus precios. En Europa, puedes obtener una educación decente a un precio razonable, con escuelas reconocidas mundialmente, incluso siendo estudiante estadounidense.

Allí hay mucha confusión e ignorancia terminológica. El socialismo (y otros -ismos como el comunismo y el capitalismo) son sistemas económicos, no sistemas de gobierno como la democracia. Eso lo han entendido muy bien en China.

Europa está hecha para que la colectividad pueda ayudar a sus individuos. Se ocupa de los desafortunados. EE. UU. no está hecha para el individuo, sino para el automóvil, que separa más que une; ni siquiera abundan las aceras. El distanciamiento es esencial en su sistema. El socialismo como sistema económico puede coexistir con la democracia como sistema de gobierno, pero mucha gente los considera allí como si fueran mutuamente excluyentes. Me pregunto si una educación más clara sobre estos conceptos podría cambiar la forma en que se debaten las políticas, pero hay demasiados estigmas. No se puede llamar sociedad desarrollada a una que cuenta con 37 millones de pobres en dinero, y muchos más en ideas.

El propósito inasistido de Marx era expandir la democracia para incluir el control de la producción. Es una pena que muchos supuestos estados socialistas se convirtieran en autocracias.

En Europa hay estado social y democrático de derecho, no en Estados Unidos, que no es realmente una nación. Es un estado fallido y más bien un imperio presiglo XX, como el Imperio austrohúngaro o el Sacro Imperio Romano Germánico. Un conglomerado de culturas y poblaciones aglomeradas por la violencia y que, en el mejor de los casos, se toleran mutuamente. Y, al igual que los imperios que mencioné, está al final de su ciclo.

Hubo una época en que todos querían vivir en Estados Unidos por sus oportunidades. Pero hoy, debido a la política actual, ni siquiera se considera ir de vacaciones a Estados Unidos. Sobre todo si tienes una hija con diabetes tipo 1 u otra que vaya a una escuela de baile y tenga que ir al médico por un dolor de garganta muy fuerte, de forma que el doctor le pida 500 dólares antes siquiera de verla... En Europa ¡en la escuela todavía podemos estudiar latín! Pero, en defensa de los estadounidenses, puedes viajar muy barato y seguir hablando solo inglés, encontrar la misma comida rápida, hoteles y centros comerciales. Es igual en todas partes... Realmente no experimentan las diferencias. En Europa hay equilibrio entre la vida laboral y personal: 8 horas de trabajo, 8 horas de vida, 8 horas de sueño... y un mínimo de 21 días de vacaciones. Algunos empleadores incluso te instan a tomarte al menos 3 semanas seguidas para recargar las pilas. ¡Una semana para descomprimir, otra para recuperarse y la última para simplemente disfrutar de las vacaciones!

Estados Unidos es un país del tercer mundo, gobernado por una plutocracia muy rica y con un ejército descomunal. ¡Y la alimentación! En Europa no se puede usar un ingrediente hasta que se demuestre su seguridad. En EE. UU., sí se puede usar a menos que se demuestre que es inseguro, lo que puede llevar décadas de enfermedades, muertes o deterioro de la salud de las personas para el resto de sus vidas. El impacto en la salud de esta "pequeña diferencia" es asombroso. Compras casi cualquier cosa en un supermercado estadounidense y la lista de ingredientes es básicamente un deseo de muerte, una película de terror. Basta comparar el Fanta naranja de allí con el español.

 Hay una diferencia difícil de definir. En Europa es la disposición de los adultos a sacrificar voluntariamente sus "derechos" individuales si ven los beneficios para todos, especialmente para sus hijos. Esto se considera una fortaleza, mientras que en Estados Unidos, donde el individualismo y los derechos individuales se consideran intocables, podría considerarse una debilidad. En resumen, en Europa existe un mayor sentimiento de responsabilidad colectiva. Un ejemplo: en el Reino Unido, hace casi 29 años, un loco entró en una escuela de Dunblane, Escocia, con armas legales y asesinó a 18 niños y a un profesor. Algo similar ocurrió en Estados Unidos en una escuela de Sandy Hook en 2012, donde 20 niños y seis adultos fueron asesinados. La diferencia es la siguiente: tras el incidente de Dunblane, bajo una enorme presión pública, se endurecieron las leyes sobre armas y se prohibieron ciertos tipos de armas. En el Reino Unido, no ha habido ni una sola muerte en tiroteos escolares en los casi treinta años transcurridos desde entonces, y no existe ningún grupo de presión que presione a favor de la liberalización de las leyes de armas, ni es tema de debate para ningún partido político. Tras el atentado de Sandy Hook, las leyes de armas en Estados Unidos no han cambiado, y gran parte de la población defiende con vehemencia su derecho individual a portar armas, sin estar dispuesta a sacrificarlo ni a comprometerlo. Ha habido unas trescientas muertes en tiroteos escolares en los trece años transcurridos desde Sandy Hook. En resumen, los británicos decidieron sacrificar voluntariamente algunos (no todos) de sus derechos a portar armas para proteger a sus hijos, y lo lograron. Los estadounidenses no están dispuestos a sacrificar esos derechos. Se suele decir que los estadounidenses valoran la libertad de portar armas, mientras que los europeos valoran la libertad de portarlas. Los estadounidenses eligen la libertad de portar armas. Los británicos eligen la libertad de portarlas frente a las consecuencias de las armas. Ningún niño europeo recibe entrenamiento de tiro real en la escuela. Hay un condicionamiento o programación cultural estadounidense, muy calvinista, que implica enorgullecerse de trabajar cincuenta, sesenta o incluso ochenta horas semanales y defender o justificar cosas que benefician principalmente a los empleadores y a los muy ricos. Es como si tuvieran gafas para ver como malo lo que es bueno para los empleados y la gente común.

Europa no necesita el sueño americano porque está despierta. Trump no puede ni sabe despertarse de esa pesadilla americana, ese estado fallido. La realidad europea, con todos su problemática, sí es un sueño; la realidad estadounidense es algo de lo que no te puedes despertar. Nada de infraestructura eficaz y bien mantenida. Nada de atención médica, educación y servicios públicos buenos y asequibles. Nada de seguridad laboral y prestaciones. Nada de vacaciones y bajas por enfermedad pagadas. Nada de alimentos saludables y asequibles. Nada de servicios de emergencia bien capacitados y equipados. Nada de excelentes servicios sociales. Ningún entorno ni escuelas seguros. Nada está en buen estado, ni siquiera el agua potable del grifo, etc. etc.