Mostrando entradas con la etiqueta Sociología. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Sociología. Mostrar todas las entradas

martes, 31 de diciembre de 2024

Quiero y no puedo. Una historia de los pijos de en España, por Raquel Peláez

 Jordi Gracia, resñea de ‘Quiero y no puedo. Una historia de los pijos en España’: cayetanos, fachalecos y otras especies, en El País, 18 de septiembre de 2018.

La periodista Raquel Peláez traza una documentada genealogía de los pijos españoles a través de testimonios directos e indirectos hasta llegar a su vertiente actual, ultranacionalista y ultramadrileña.

¿Nacen o se hacen? ¿Se lo curran o les viene dado? ¿Les cae encima la etiqueta propinada por otros o llega como llovida del cielo? El pijerío clásico y moderno es un segmento social inequívoco, identificable, instantáneamente distinguible, pero imposible de definir con herramientas racionales porque en sus mismas designaciones —cayetanos, polloperas, fachalecos o los pijos de toda la vida— late una connotación emocional y subjetiva que rehúye el patrón fijo, como el metro de medir, la hora global o la temperatura a la que hierve el agua. Ellos hierven el agua con sus tiempos, miden la hora a su aire y las distancias no son como las de los demás, porque no van en metro, ni en bus, ni en autocar, e incluso está pésimamente mal visto desplazarse en transporte público. A lo máximo que llegan es a hacerlo en bicicleta, pero no bicicleta multiusos de tarjeta, sino las Brompton, que, oye, apenas ocupan espacio en casa cuando las pliegas si la casa tiene más de uno o dos centenares de metros.

Café y abrigos de visón para todos: cómo el socialismo de los ochenta intentó reapropiarse de los códigos de las clases altas

Quizá no sean tantos los que Raquel Peláez, subdirectora de la revista de EL PAÍS Moda, identifica con mordida demagógica “estamentos de las clases disfrutonas”, aunque existan, y la nariz tiende a sospechar que los más vistosos y visibles —no sé, desde los barrios de redes de Tamara Falcó a los de María Pombo— son grotescas caricaturas de lo que de verdad interesa a la autora, y de paso al potencial lector: cómo se urden las relaciones de clase, las afinidades de apellidos, las complicidades mosqueteras y las rutinas ociosas para que resulte inequívoca la existencia de ese segmento social aunque sea imposible definirlos de forma compacta, pero sí diacrónica y algo impresionista, volátil y literaria, que es el mejor recurso de la autora.

El impulso aspiracional, ese afán de alcanzar el paso siguiente en una imaginaria escala social, que tanto gusta a la autora de Quiero y no puedo. Una historia de los pijos en España como argumento, quizá no es propiamente el de los pijos —porque están ya aspirados—, pero sí del segmento que busca la integración en un espacio social que le fascina y nutre de sentido a la propia vida, sin tener que llegar a los extremos del Patrick Bateman de American Psycho. En resumen: dinero contante y sonante o embargado en patrimonio ingente, pero dinero, dinero, dinero, aunque casi siempre cada uno de ellos reaccione perplejo como persona “completamente inconsciente de su posición en la cima del mundo”, dice la periodista.

En este laberinto inescrutable se ha metido Raquel Peláez con gracia de estilo, confesiones directas e indirectas, inquina moderada por la empatía profesional y la buena documentación escrita y oral. No sé si es un encargo de Blackie Books, pero si no lo es, y el libro le sale de natural, ha sido una jabata para enfrentarse a semejante nido de caricaturas, deformaciones y daguerrotipos ancestrales. Pero tira con bala cuando señala el efecto socialmente corrosivo del “capitalismo patrimonial” y la noción sagrada de herencia como “instrumento de transmisión legítimo que no debe ser regulado”… para poder perpetuar y multiplicar felizmente el galope de la desigualdad de la que viven.

Los rejonazos van a diestro y siniestro, de Marta Ortega a Taburete como prototípico ejemplo del programático ‘antiwoke

Le sale mejor todo a medida que el libro se acerca al presente, y entonces crece la perspicacia y la finura, como si la periodista que anduvo 10 años en la redacción de Vanity Fair (“yo, en el fondo, era una pija que iba a un colegio concertado de curas”, aunque es nieta de un sublevado en la Asturias de 1934 y vive en régimen de alquiler, como recuerda al menos dos veces) se nutriese de la persona, y las dos (la periodista y la persona) enriqueciesen a la escritora para sacar lo mejor de su propia experiencia. Los ha visto y los ha visitado, viejos y jóvenes, cultos algunos y otros solo ricos, sin venir ella del arrabal y sin pertenecer tampoco a una familia del papel cuché o del papel moneda. La suntuosidad intuitiva de las descripciones de escenarios e indumentarias, de entornos domésticos y gestos verbales (con el modisto Givenchy o una Romanones o la filosocialista Elena Benarroch) se despliega con una gracia en la que el lector sabe ya que está en casa: en la mullida gasa del pijerío de verdad, vegetativamente conservador, despectivo por vía intravenosa hacia otras tribus (el resto del planeta), celoso de una imagen intachable según sus patrones y orgullosamente encastillado en el sentimiento de clase.

Este último es el ingrediente que más subraya Peláez en relación con los últimos tiempos y la crecida ola de pijerío ultraespañol por ultramadrileño que se siente en su hábitat mordiendo al perrosanchismo y otras formas de wokismo. La nostalgia que detecta de la Restauración por parte de los cayetanos es inducida, desde luego, pero encaja en el “pijo españolista, bon vivant” que ama la Feria y los toros, añora la casposísima y antigua elegancia y se retrotrae según ella a Alfonso XIII y su huida al exilio como “piedra de toque del pijo canónico”.

Diría que la inmensa mayoría de los potenciales lectores no van a ser ni cayetanos, ni fachalecos ni polloperas, así que casi ninguno sentirá reflejada su propia experiencia ni la de su entorno en los testimonios disfrazados que incluye al final del libro. Son gente real, pero con los nombres y los datos de identificación borrados para evitar a la jauría de las redes, y hace bien, pero es una pena. Sería formidable tener la lista de nombres, abolengos, profesiones y parentescos, y hubiese sido la bomba contar con algo más de detalle la subespecie guay del pijerío que es el pijoprogre reticente o autonegado (como yo), o izquierda caviar, es decir, “la bestia negra a la que la ultraderecha tilda de pija en cuanto puede”, y tantas veces con razón.

Los rejonazos van a menudo a diestro y siniestro, de Marta Ortega a Taburete como prototípico ejemplo del cayetano como programático antiwoke que inventó Carolina Durante y su cantante, Diego Ibáñez, en 2018 (como en los ochenta fueron los Hombres G los propaladores oficiales de la nomenclatura pijo). Desde Vanity Fair vivió Peláez la conversión de los hipsters en cayetanos, y a lomos de Instagram normalizaron “el exhibicionismo del privilegio” (o la desprejuiciada afirmación de su propia opulencia) y lo convirtieron en negocio de influencers de un nuevo star system con vocación integradora de varias estéticas hechas un muñón barroco de sincretismo neoespañolista convertido en horizonte aspiracional de quienes quieren y no pueden: “El neoliberalismo les había legitimado para estar enormemente orgullosos de su posición, el capitalismo patrimonial para querer perpetuarla y las industrias que sustentaban las redes sociales para exhibirla”. Negocio redondo: la apoteosis de la pijez.

Quiero y no puedo. Una historia de los pijos en España 

Raquel Peláez  

Blackie Books, 2024

336 páginas, 21,90 euros

sábado, 21 de diciembre de 2024

Judíos

 La mayoría de los grandes maestros de ajedrez son judíos o de origen judío. En 1933, cuando los nazis llegaron al poder en Alemania, un tercio de todos los profesores de matemáticas del país eran judíos, mientras que los judíos constituían menos del uno por ciento de la población. Polonia tuvo un rey que admitió sin tapujos ni restricciones a los judíos, y como resultado de ello gran parte de su población era judía emigrada asquenazí hasta que Hitler los aplastó. Una quinta parte de la población de Polonia pereció en la II Guerra Mundial, uno de cada cinco. Pero en el ínterin los judíos polacos hicieron todo tipo de aportaciones a la ciencia, la cultura y las artes, con la única excepción quizá de la pintura. Los matemáticos judíos hicieron importantes contribuciones a lo largo del siglo XX y del XXI, como lo demuestra su alta representación entre los ganadores de los principales premios de matemáticas : 27% para la Medalla Fields, 30% para el Premio Abel y 40% para el Premio Wolf. Asimismo, la mayor parte de los premios Nobel son judíos o de sangre judía. Hasta los test de inteligencia de Eysenck muestran que los judíos poseen de media 15 puntos más que el promedio. También los orientales destacan sobre los blancos.

Los judíos siempre han tenido una supervivencia difícil a causa de las leyes, las persecuciones y los pogromos. Han sido un pueblo tan nómada como los gitanos, han sido igual de difíciles de integrar y han padecido casi las mismas persecuciones. Sin embargo, sus estadísticas no son comparables. Tal vez es porque los semitas siempre han brindado un exagerado respeto a la escritura, la ciencia y la cultura en general, al contrario que los gitanos, más proclives a la cultura oral. Son discípulos de Salomón. Solo han sobrevivido los más aptos, los más escurridizos, los más desconfiados. Son el pueblo elegido, las raíces de la zarza en llamas, y su Dios de cuatro letras es un dios celoso.

Su forzada endogamia y la tendencia a casarse con primos y primas ha deturpado su salud con numerosas enfermedades genéticas. Y algo parecido pasa también con los musulmanes, quienes también matrimonian frecuentemente con primos y además practican la poligamia. Esos problemas genéticos se han visto también en algunas de las sectas mormonas y en familias reales del antiguo Egipto y Europa.

miércoles, 18 de diciembre de 2024

Dossier sobre el principio valla de Chesterton

 Dossier sobre el principio valla de Chesterton, valioso en política y en la toma de decisiones de cualquier tipo en cualquier área (en la pedagogía, magisterio o educación española, por ejemplo, no se ha tenido en cuenta). Consta de cinco artículos seleccionados.

I

Alberto Losada Gamst, "La innovación ante la Valla de Chesterton", en AvantIdeas, Inteligencia & Acción:

Innovar es necesario para evolucionar. Pero cuidado con eso de innovar por innovar, o de empezar a cambiar las cosas porque nos parecen anticuadas o no terminamos de entender por qué alguien, en un momento dado, las hizo así.

Hay muchos ejecutivos recién nombrados que deciden hacer algo de impacto en sus primeros días o semanas. ¿Y qué mejor que empezar borrando proyectos e iniciativas del profesional al que sucede? Esto fuera, aquello fuera, el proyecto que estaba casi listo se congela, despedida o trasladada la gente más cercana al de antes, y así. Fuera fuera que aquí llego yo que soy más listo y estoy más al día que nadie.

LA PARADOJA DE LA VALLA DE CHESTERTON

En 1929, en su libro “The Thing: por qué soy católico” el escritor, filósofo y periodista británico G. K. Chesterton  publicó su famosa Paradoja de la Valla.

Y lo hace en estos términos:

"En lo que se refiere a la reforma de las cosas hay un principio que probablemente será calificado como una paradoja. Se da en casos como en las instituciones o en las leyes; imaginemos, por ejemplo y para simplificar, dos paseantes que se encuentran una valla o una puerta en medio de un camino.

De ambos, el  tipo más moderno de reformador se acerca alegre a la valla y dice: «No veo el uso que pueda tener esto; vamos a deshacernos de ella». El tipo más inteligente de reformador hará bien en responder diciendo: «Si no ves su uso, de ninguna manera te dejaré que lo deshagas. Vete de aquí y reflexiona. Luego, cuando vuelvas y me digas que ya has visto el uso que tiene, tal vez te permita que la destruyas».

Qué nos quiere decir esta parábola? Pues que el que tú no entiendas algo no significa que ese algo sea inútil. Lo único que realmente significa es eso: que eres tú quien no sabe, no que aquello que no entiendes carezca de utilidad. Quien tiene que hacer un esfuerzo previo de comprensión eres tú.

A lo mejor, efectivamente, lo que quieres quitar ya está obsoleto y la razón por la que se creó o instauró ya no tiene sentido. Por ejemplo, las reuniones en una empresa son todos los martes a las 11:30 desde hace 15 años. ¿Por qué es así? A lo mejor había un sistema de información totalmente manual y nada automatizado que exigía mucho trabajo humano para ordenar los datos y presentarlos de una forma útil. Hoy, con todos los recursos informáticos y ofimáticos a nuestro alcance, lo más probable es que la disponibilidad sea inmediata y a tiempo real.

LA VALLA DE CHESTERTON PARA EVITAR LAS CONSECUENCIAS INDESEADAS

Sé de una persona que vivía hace muchos años enfrente de un parque que quitaron para poner un aparcamiento subterráneo. Cuando lo terminaron de construir lo taparon con algo de tierra y, durante un fin de semana, lo estuvieron regando día y noche. Pensó que algún operario habría olvidado cerrar el grifo y que menuda tontería mojar una tierra estéril, así que se acercó y ella misma cerró el grifo para evitar que se siguiera malgastando agua.

Pues bien: más tarde supo que ese “riego” era para mejorar el fraguado del hormigón en la cubierta del nuevo aparcamiento y que su acción supuso una alteración en las fechas de apertura del nuevo aparcamiento.

¿Por qué este error? Porque alguien decidió cambiar una situación que no entendía bien… sin molestarse en averiguar por qué era así antes de hacer nada .

En España tenemos el ejemplo real de las consecuencias indeseadas con la llamada “Ley del Sólo Sí es Sí” (Ley Orgánica 10/2022, de 6 de septiembre, de garantía integral de la libertad sexual). Puesta en marcha para prevenir y perseguir con más contundencia los acosos y delitos sexuales, de momento (septiembre 2023) ha conseguido que más de 1.200 agresores sexuales ya condenados hayan visto reducidas sus penas. El mismo Presidente del Gobierno Pedro Sánchez lo admitía sin rodeos: “ha tenido efectos indeseados. Y me quedo corto."

Moraleja: antes de cambiar algo, entérate de por qué está ahí y estudia bien las consecuencias del cambio que quieres hacer.

II

Binny Sosa D' Meza, "El pensamiento de segundo orden y la valla de G. K. Chesterton", en Acento, 7/06/2023:

Comprender la paradoja de la valla de Chesterton no debe convertirse en una justificación para el castigo, hostigamiento o aislamiento hacia las personas que intentan realizar mejoras continuas en cualquier ámbito del quehacer humano.

En estos tiempos de infantilismo nihilista-posmoderno, donde las convenciones intelectuales, políticas y cotidianas se empeñan en el absoluto de la deconstrucción social e histórica, la disonancia, el negacionismo, el inmediatismo, la sensorialidad y la relativización moral; vivimos en esta obsesión contemporánea, profundizada por los medios de comunicación y las redes sociales, cuyos riesgos y consecuencias para la sociedad actual pueden empeorar situaciones psicosociales, económicas e institucionales de las que G.K. Chesterton en su libro de ensayo The Thing, publicado a principios del siglo XX (1929) ya nos hacía referencia de tales temas en la paradoja de la valla: “En el asunto de reformar las cosas, a diferencia de deformarlas, hay un principio claro y simple; un principio que probablemente puede llamarse una paradoja. Existe en tal caso una cierta institución o ley; digamos en aras de la simplicidad, una valla o puerta erigida a través de un camino. El tipo más moderno de reformador se acerca alegremente a él y dice: "No veo el uso de esto; eliminémoslo". A lo que el tipo más inteligente de reformador hará bien en responder: "Si no ves el uso de eso, ciertamente no dejaré que lo elimines. Vete y piensa. Entonces, cuando puedas volver y decirme que tú ves el uso de esto, puedo permitirte destruirlo. Esta paradoja se basa en el sentido común más elemental. La puerta o cerca no creció allí. No fue montado por sonámbulos que lo construyeron en su sueño. Es muy improbable que se haya puesto allí por lunáticos fugados que por alguna razón andaban sueltos en la calle. Alguna persona tenía alguna razón para pensar que sería una buena cosa para alguien. Y hasta que sepamos cuál fue la razón, realmente no podemos juzgar si la razón era razonable".

Uno de los aspectos más importantes en la toma de decisiones no se circunscribe a gestionar el riesgo, criticar o anular lo que se considera el establishment o status quo; también es importante comprender la lógica de un comportamiento determinado y cuáles son las razones subyacentes en torno a las decisiones que previamente se han tomado, cuál es el origen de determinados acontecimientos y las consecuencias de las consecuencias de esas decisiones.

Comprender la paradoja de la valla de Chesterton no debe convertirse en una justificación para el castigo, hostigamiento o aislamiento hacia las personas que intentan realizar mejoras continuas en cualquier ámbito del quehacer humano; más bien es una alerta para que repensemos y gestionemos el pensamiento de segundo orden, antes de intervenir en cualquier sistema o proceso. Nos prepara para reconsiderar y evaluar las decisiones que otros tomaron antes que nosotros.

Cuando necesitamos intervenir las organizaciones, sistemas, procesos o políticas públicas debemos usar el pensamiento de segundo orden y evaluar las consecuencias a largo plazo de las decisiones que se llevarán a cabo. Aunque, más complejo y profundo el pensamiento de segundo orden nos permitirá analizar las hipotéticas consecuencias de las consecuencias de alguna situación personal u organizacional; permitiéndonos reflexionar y comprender mejor la realidad, resolver conflictos y problemas, tomar decisiones efectivas y generar nuevas ideas. A pesar de su utilidad, es un proceso cognitivo al parecer muy escaso en esta época.

Sin embargo, no podemos menospreciar lo actual y vigente de esta paradoja; muy útil en nuestros días, ya que nos explica la manera en que actúa el pensamiento de segundo orden, y cómo consciente o inconscientemente podemos destruir lo bueno en aras de eliminar lo malo, o de anteponer una razón simplista a través del pensamiento superfluo para solucionar un problema determinado. Veamos un ejemplo: considere un país que, queriendo promover un cambio hacia un régimen democrático en otro país, financia y proporciona armas a un grupo de “rebeldes moderados”, y resulta que esos rebeldes moderados se vuelven poderosos y luego instauran un gobierno de dictadura totalitaria e intentan desestabilizar durante décadas al país que financió al grupo de “rebeldes moderados”.

Para Chesterton, este tipo de perogrullada es propia de “un loco que debe regar cuidadosamente su jardín con una regadera, mientras sostiene un paraguas para protegerse de la lluvia”.

A lo largo de la historia de la humanidad, ha sido una acción repetitiva que políticos e intelectuales converjan en el hecho de no visualizar los efectos e impactos de sus tomas de decisiones, muchas veces con consecuencias negativas a corto, mediano y largo plazo; afectando los cimientos de instituciones históricas, educativas y científicas; incluyendo la desestabilización del tejido económico y social, normas éticas y morales, culturas y tradiciones; con la intención de modificar la sociedad en nombre del desatino, la anarquía universal, el fanatismo y la egolatría.

III

 Dr. Horacio Castellini, "Principio de la Valla de Chesterton" en Big Data and Data Science, 29 mayo 2023:

Los intelectuales contemporáneos están obsesionados con la "deconstrucción". Su mayor pasatiempo es criticar y abolir cualquier cosa que consideren "status quo". Pasan mucho menos tiempo haciendo lo que se supone que deben hacer los intelectuales; que es tratar de entender por qué las cosas son como son y qué consecuencias puede traer a la sociedad cualquier cambio repentino en el orden actual de las cosas.

Pero un componente central para la buena toma de decisiones es comprender la lógica detrás de las decisiones anteriores. Si no entendemos cómo llegamos "aquí", corremos el riesgo de empeorar las cosas. Cuando buscamos intervenir en cualquier sistema creado por alguien, no es suficiente ver sus decisiones y elecciones simplemente como las consecuencias del pensamiento de primer orden porque, sin darnos cuenta, podemos crear problemas graves. Antes de cambiar algo, deberíamos preguntarnos si estaban usando un pensamiento de segundo orden. Sus razones para tomar ciertas decisiones pueden ser más complejas de lo que parecen al principio. Es mejor asumir que sabían cosas que nosotros no sabemos o que tenían experiencias que no podemos entender, por lo que no buscamos soluciones rápidas y terminamos empeorando las cosas.

El pensamiento de segundo orden es la práctica de no solo considerar las consecuencias de nuestras decisiones, sino también las consecuencias de esas consecuencias. Todo el mundo puede gestionar el pensamiento de primer orden, que consiste simplemente en considerar el resultado inmediato previsto de una acción. Es simple y rápido, por lo general requiere poco esfuerzo. En comparación, el pensamiento de segundo orden es más complejo y requiere más tiempo. El hecho de que sea difícil e inusual es lo que hace que la capacidad de hacerlo sea una ventaja tan poderosa. Para entender exactamente por qué este es el caso, consideremos la Valla de Chesterton, descrita por G. K. Chesterton en su libro de 1929 "The Thing: por qué soy católico": Existe en tal caso cierta institución o ley; digamos, en aras de la sencillez, una valla o puerta erigida a través de un camino. El tipo más moderno de reformador se acerca alegremente y dice: “No veo el uso de esto". A lo que el tipo de reformador más inteligente hará bien en responder: “Si no ves el uso de esto, ciertamente no dejaré que lo elimines. Piensa. Entonces, cuando puedas volver y decirme que ves el uso de eso, puedo permitirte destruirlo".

Chesterton continuó explicando por qué este principio es cierto, escribiendo que las cercas no crecen del suelo, ni las personas las construyen mientras duermen o durante un ataque de locura. Explicó que las cercas las construyen personas que las planearon cuidadosamente y “tenían alguna razón para pensar que [la valla] sería algo bueno para alguien”. Hasta que establezcamos esa razón, no tenemos nada que hacer con un hacha. La razón puede no ser buena o relevante; solo tenemos que ser conscientes de cuál es la razón. De lo contrario, podemos terminar con consecuencias no deseadas: efectos de segundo y tercer orden que no queremos, extendiéndose como ondas en un estanque y causando daños durante años.

Chesterton también aludió a la creencia demasiado común de que las generaciones anteriores eran tontos torpes, tropezando, construyendo vallas donde les apetecía. Si no respetamos su juicio y no tratamos de entenderlo, corremos el riesgo de crear nuevos problemas inesperados. En general, la gente no hace las cosas sin motivo y pierden el tiempo y recursos en vallas inútiles. No entender algo no significa que deba ser inútil. La Valla de Chesterton no es una amonestación para cualquiera que intente hacer mejoras; es un llamado a tomar conciencia del pensamiento de segundo orden antes de intervenir. Nos recuerda que no siempre sabemos mejor que quienes tomaron decisiones antes que nosotros, y no podemos ver todos los matices de una situación hasta que nos familiarizamos con ella. A menos que sepamos por qué alguien tomó una decisión, no podemos cambiarla con seguridad ni concluir que se equivocó.

Pero a muchos intelectuales de hoy les importan poco los efectos de la destrucción de las instituciones sociales históricas, normas y tradiciones en su intento de remodelar la sociedad de acuerdo con sus ideales, en su intento de rehacer al hombre a su propia imagen. Si, el cambio es importante pero la estabilidad es crucial. Es primordial no echar a perder lo bueno en el intento de deshacernos de lo malo y para ello es importante seguir el principio de la Valla de Chesterton.

IV

"La cerca de Chesterton, el principio que te obliga a pensar dos veces antes de hacer cambios", en BBC News Mundo, 1 enero 2024:

¡No destruyas lo que no entiendes!

Eso es, en resumen, lo que aconseja una simple regla general llamada la cerca de Chesterton, que sugiere que nunca se debe destruir algo, cambiar una regla o alterar una tradición si no se comprende porqué se creó en primer lugar.

Es, de cierta manera, un llamado a la humildad al criticar y querer reformar desde políticas o instituciones, hasta costumbres familiares, protocolos laborales o líneas de código en programas informáticos.

Señala que sin comprender bien qué está pasando, las consecuencias de una acción apresurada podrían terminar siendo mucho peores que las de lo que se pretende reparar.

Aquello de la cerca quizás suene extraño, pero se llama así por la manera en la que ilustró la idea quien la hizo famosa: el escritor y filósofo inglés Gilbert Keith Chesterton (1874–1936).

Chesterton era un "obeso gigante", como lo describió Jorge Luis Borges en el prólogo de "El ojo de Apolo" de "La Biblioteca de Babel".

El escritor argentino afirmó que era "un hombre bondadoso y afable" que "pudo haber sido Kafka o Poe pero valerosamente optó por la felicidad o fingió haberla hallado".

Calificó de encantadores y penetrantes los escritos críticos de Chesterton, y contó que sus primeras novelas aunaban "lo místico a lo fantástico".

Pero las obras que más hicieron mella fueron unos 50 cuentos cortos sobre un detective que era un sacerdote aparentemente ingenuo pero psicológicamente agudo llamado Padre Brown.

"La literatura es una de las formas de la felicidad; quizá ningún escritor me haya deparado tantas horas felices como Chesterton", escribió Borges.

Cuando no estaba escribiendo o, más tarde, dando charlas por la BBC, le encantaba debatir, y a menudo participaba en disputas públicas amistosas con intelectuales como George Bernard Shaw, H. G. Wells o Bertrand Russell.

O bromeaba con ellos.

En una ocasión le dijo a Shaw: "Al verte, cualquiera pensaría que una hambruna asoló Inglaterra", a lo que Shaw respondió: "Al verte, cualquiera pensaría que tú causaste la hambruna".

Pero algo que se tomaba muy en serio era la religión.

"De la fe anglicana pasó a la católica, que, según él, está basada en el sentido común", contó Borges.

"Arguyó que la rareza de esa fe se ajusta a la rareza del universo, como la extraña forma de una llave se ajusta exactamente a la extraña forma de la cerradura".

Precisa y curiosamente fue de un libro titulado "El asunto: por qué soy católico" (1929) en el que habló de esa cerca que lleva su nombre.

Reformar sin deformar

Declaró que "en materia de reformar cosas, a diferencia de deformarlas, hay un principio claro y simple".

Sugirió imaginar "en aras de la simplicidad, una cerca o puerta erigida a través de un camino".

"El tipo más moderno de reformador se acerca alegremente y dice: 'No veo la utilidad de esto; tumbémosla'.

"A lo que el tipo más inteligente de reformador haría bien en responder: 'Si no le ves la utilidad, ciertamente no dejaré que lo elimines. Vete y piensa. Luego, cuando puedas regresar y decirme que ves su utilidad, puedo permitirte que lo destruyas'.

La idea es que sólo cuando sabes cuál era el propósito de algo, puedes decidir si aún es necesario, si se debe modificar o sencillamente omitir.

Según Chesterton, ese principio se basa en el sentido común más elemental.

"La cerca no creció allí. No fue creada por sonámbulos que la construyeron mientras dormían.

"Alguna persona tuvo alguna razón para pensar que sería algo bueno para alguien. Y hasta que sepamos cuál fue el motivo, realmente no podremos juzgar si fue razonable".

Y advirtió que, de no asegurarnos, "es muy probable que pasemos por alto algún aspecto completo de la cuestión".

La cerca, por ejemplo, así estuviera en mal estado y fuera pequeña, quizás separaba a las vacas de las ovejas, imaginó el filósofo Jonny Thomson en Big Think.

Las ovejas, al comer, arrancan el pasto casi de raíz, mientras que las vacas necesitan pasto alto para comer con sus lenguas prensiles. Poco después de retirar la cerca, las vacas estarían desnutridas y hambrientas.

De refrescos a gorriones

Ahora, a pesar de que Chesterton abogaba por examinar así las decisiones que implicaban cambio pues tendía a ser conservador, el principio sigue haciendo eco en varios campos, desde el personal al político.

Al intentar cambiar malos hábitos, por ejemplo, a menudo fracasamos al no tener en cuenta que no aparecen de la nada: generalmente evolucionan para saciar una necesidad insatisfecha.

Si no se tiene en cuenta ese aspecto, aunque se logre eliminar un hábito, quizás sea reemplazado por otro más nocivo.

A nivel empresarial, en un post considerado clásico, el emprendedor en serie Steve Blank dio un ejemplo que ha visto en las startups cuando crecen y contratan a directores financieros.

Estos, tratando de reducir costos -y de lucirse-, a menudo deciden acabar con detalles de la empresa para los empleados, como los refrescos y pasabocas gratis, pues les parece un gasto inútil.

Según la experiencia de Blank, el resultado es siempre el mismo: a los empleados que ayudaron a la empresa a crecer, aunque se puedan dar el lujo de pagar por sus refrescos, les parece una señal de cambio de cultura de la empresa.

Y eso puede llevar a las personas más talentosas a abandonarla porque, de repente, todo se siente muy coorporativo, ya no es como antes.

Como estos, muchos ejemplos, incluido uno tremendamente trágico: el exterminio de gorriones en China, parte de la Campaña de las cuatro plagas del proyecto Gran Salto Adelante (1958 a 1962) de Mao Zedong.

Se sospechaba que los gorriones robaban granos de los campos así que millones de chinos hicieron todo lo posible para eliminarlos, con éxito: la población de gorriones llegó al borde de la extinción.

La de langostas, en cambio, sin gorriones que la controlara, se disparó y se convirtió en uno de los detonantes de la Gran Hambruna China, uno de los mayores desastres provocados por el hombre en la historia.

Visto así, la cerca de Chesterton parece un mecanismo para evitar la ley de las consecuencias no deseadas. El principio invoca el excesivo entusiasmo de los reformadores y busca frenarlo. Pero puede aprovecharse para lo contrario.

Las reformas, grandes y pequeñas, de por sí siempre suelen tener una fuerza trabajando en su contra: la resistencia al cambio.

Una organización, por ejemplo, puede fácilmente convertirse en un aparato innecesariamente complejo que ya no es adecuado para su propósito. Pero cuanto más sobreviva, menos probable será que sea reformada o abolida.

En esos casos, conviene comportarse como ese "reformador inteligente", y así contar con argumentos firmes para demostrar exactamente por qué se ha vuelto inútil.

Pero a veces, por más que quieras, no te puedes dar el lujo de examinar cada decisión. Entonces, quizás vale más la pena invocar a Alejandro Magno que a Chesterton.

Según la leyenda, cuando Alejandro conquistó Frigia lo retaron a que desatara el nudo gordiano, tan complicado que un oráculo había declarado que quien pudiera deshacerlo estaba destinado a gobernar toda Asia.

Alejandro lo intentó un rato hasta que se hartó. Declaró que no importaba cómo se lograba, sacó su espada y lo cortó de un solo golpe. Lo importante es saber si estás ante una cerca o un nudo. Pero a veces sí, a veces no. Hay ciertas estrategias que pueden usarse como guías.

Quienes trabajan en informática, a lo Alejandro Magno, a veces usan lo que llaman la Prueba del Grito, que aplican a productos, servicios o capacidades que están activos pero nadie usa.

Es sencilla: retíralo y espera a ver si alguien grita. Si sucede, reinstalalo.

Es un caso que se podría encajar en las decisiones de tipo 2 descritas por el fundador de Amazon, Jeff Bezos, en una carta a los accionistas que muchos usan como referencia para discernir entre las opciones cerca o nudo. Sólo que él habló de puertas.

Una es de un sólo sentido: una vez la cruzas, se cierra a tus espaldas para no abrirse más. Otra es de dos sentidos: puedes entrar y salir por ella.

"Algunas decisiones tienen consecuencias y son irreversibles o casi irreversibles (puertas de un solo sentido) y estas decisiones deben tomarse de manera metódica, cuidadosa y lenta, con gran deliberación y consulta. "Si pasas por allí y no te gusta lo que ves al otro lado, no podrás volver a donde estabas antes. Podemos llamar a estas decisiones Tipo 1. "Pero la mayoría de las decisiones no son así: son cambiables, reversibles, son puertas de doble sentido. "Si has tomado una decisión subóptima, no tienes que vivir con las consecuencias por tanto tiempo. Puedes volver a abrir la puerta y volver a cruzar. "Las decisiones de tipo 2 pueden y deben ser tomadas rápidamente por individuos o grupos pequeños con buen juicio".

¿Es la reforma que vas a hacer o la solución que le vas a dar a un problema fácilmente reversible?

Entonces podrías hacer cambios rápidamente con información imperfecta y ver qué pasa.

Si es irreversible, conviene recopilar información, aunque el proceso se ralentice y conlleve un costo.

Chesterton habría estado de acuerdo.

V

 Marco Chavarría, "La valla con la que Chesterton te hará pensar dos veces antes de hacer un cambio", La Razón, 2 de enero de 2024:

El filósofo inglés defendió la necesidad de entender el propósito de una tradición o costumbre antes de adaptarla o abolirla

La regla de la valla del escritor y filósofo británico Gilbert Keith Chesterton plantea una premisa simple: nunca hay que alterar, destruir o modificar una tradición, regla o estructura sin entender el propósito original con el que apareció.

Se trata de una premisa que reivindica la necesidad de tener presente la humildad cuando se cuestiona o plantea la reforma de políticas hasta costumbres familiares, legislaciones o hábitos de la vida diaria del hombre.

Según esta regla, sin que uno comprenda plenamente todas las implicaciones de un acto tradicional, las consecuencias de su modificación o abolición precipitada podrían acabar siendo peores que el supuesto problema que se intenta resolver.

El propio concepto filosófico toma su nombre del intelectual inglés G. K. Chesterton (1874 -1936), quien popularizó esta idea como parte de su sistema filosófico. Se le llegó a llamar cariñosamente el "gigante obeso" y fue descrito por otros autores, como Jorge Luis Borges, como un hombre de carácter afable y bondadoso.

De hecho, el poeta argentino alabó la capacidad crítica que reflejaba Chesterton en sus escritos, particularmente en unas novelas que, consideró, combinaban lo místico y lo fantástico. De entre toda la biblioteca, destacó especialmente la cincuentena de cuentos que dejó escritos sobre un detective sacerdote llamado Padre Brown.

Chesterton era un ferviente creyente que transicionó de la fe anglicana a la católica, algo que siempre defendió como acto de sentido común y que, según él, encajaba perfectamente en la rareza que entraña el universo.

Chesterton defendía lo imprescindible de comprender el propósito detrás de cualquier proyecto de cambio y del elemento a cambiar, antes de llevarlo a cabo y siguiendo el raciocinio más elemental.

Una premisa conservadora, que influye en distintos ámbitos de la realidad, desde el más personal del individuo hasta el político del común de la sociedad. El intelectual, últimamente reivindicado por la derecha como nunca antes, señala que al intentar cambiar hábitos es crucial entender su origen, ya que a menudo evolucionan para satisfacer necesidades específicas.

El principio destaca la importancia de examinar detenidamente decisiones o cambios irreversibles, diferenciándolos de aquellos que no lo son y pueden ser tomados con mayor celeridad teniendo en cuenta una información limitada.

La regla de Chesterton sirve como una estrategia para evitar consecuencias no deseadas al realizar reformas, más en la propia vida, recordando la importancia de entender si una situación requiere un cambio definitivo o uno que puede ser reversible

martes, 5 de noviembre de 2024

Tierra arrasada. Origen de la guerra

 Alfredo González Ruibal, premio nacional de ensayo: “Las fosas comunes son testimonio del más profundo fracaso humano”, en El País, 4 - XI - 2024:

El arqueólogo gallego ha recibido el reconocimiento por ‘Tierra Arrasada’, un recorrido por la violencia desde el Paleolítico hasta hoy

Afredo González Ruibal (Santiago de Compostela, 48 años) ha escrito una historia de la violencia para decirnos que, en realidad, somos una especie bastante pacífica. La buena noticia de Tierra Arrasada (Crítica, 2024), galardonada con el Premio Nacional de Ensayo de este año, es que, aunque dedica más de 400 páginas a relatar guerras, masacres, torturas y decapitaciones, esto ocuparía, en extensión, mucho menos espacio que una historia de la paz. “Es normal que ciertos episodios de violencia extrema llamen nuestra atención, pero la realidad es que los seres humanos hemos sido capaces de controlar la violencia excesiva de forma exitosa a lo largo de periodos muy largos de tiempo”, dice a EL PAÍS en una cafetería cercana a la Ciudad Universitaria de Madrid.

Ruibal es arqueólogo en el Instituto de Ciencias del Patrimonio del CSIC y está especializado en el estudio del conflicto. Ha realizado trabajo de campo en Italia, Brasil, Sudán, Guinea Ecuatorial, Etiopía, Somalia, India y Yibuti. Tierra arrasada es una historia de la violencia a través de los restos materiales arqueológicos, donde los protagonistas son hombres, mujeres, ancianos y niños, antes que generales, políticos, divisiones o gobiernos. Como la escritora bielorrusa Svetlana Alexiévich, Ruibal no ha querido “escribir sobre la guerra, sino sobre seres humanos en guerra”. Buscaba crear “un libro que haga repulsiva la mera idea de la guerra”. Y parece que lo ha conseguido.

Pregunta: El libro empieza desmontando el cliché de que la prehistoria es el periodo más brutal de la historia humana.

Respuesta: Es una tesis que se ha defendido en libros muy famosos como Los Ángeles que llevamos dentro, de Steven Pinker. Uno de los problemas con estos estudios es que el material etnográfico utilizado para demostrar que las sociedades estatales complejas tienden a controlar la violencia está muy influido por las condiciones históricas en que se recopiló.

P: ¿En qué sentido?

R: Mucha de la documentación que tenemos de sociedades tribales modernas está condicionada por el impacto del colonialismo o con las depredaciones del capitalismo. Pensar que los yanomamö [grupo indígena que habita en las selvas tropicales de la Amazonía] son una cultura inherentemente violenta porque, cuando se les estudió en los sesenta y setenta, mostraban comportamientos violentos, no tiene en cuenta que en esos momentos estaban siendo explotados, masacrados y vivían en un contexto de desestructuración social. No sabemos cómo funcionaban esas culturas antes de tener contacto con sociedades esclavistas o con el capitalismo.

P: ¿Qué tipo de violencia existía entre los primeros grupos humanos?

R: El conflicto era de baja intensidad, no había nada parecido a lo que hoy entendemos por batallas. Había violencia colectiva que involucraba a distintos grupos y, en momentos específicos, podía escalar a formas extremas, como masacres que afectaban a toda una comunidad. Ahí están los ejemplos de Jebel Sahaba o Nataruk, en África. Sin embargo, estos eventos eran puntuales y afectaban a comunidades pequeñas, no existía la idea de exterminar a un grupo entero, como en un genocidio. Lo más habitual era que el conflicto tomara la forma de razias: atacar al vecino, matar a dos o tres personas, robar sus posesiones y luego enfrentar la venganza de ese vecino.

P: Las masacres en el Paleolítico eran excepcionales. ¿Se vivía mejor en la época de cazadores-recolectores?

R: En otros periodos de la prehistoria, es difícil determinar si la vida era mejor o peor que en la actualidad. Sin embargo, la vida de los cazadores-recolectores era bastante buena, la verdad. Numerosos estudios recientes indican que su salud era excelente, su alimentación mejor que la nuestra y que, una vez superada la alta mortalidad infantil, su esperanza de vida no difería significativamente de la del ser humano moderno.

P: Usted defiende que la aparición del pensamiento simbólico fue fundamental para el desarrollo de la violencia.

R: Es probable que la violencia organizada haya surgido al mismo tiempo que otros comportamientos característicos de los seres humanos modernos, como la decoración corporal, hace unos ciento cincuenta mil años. Además, es muy posible que esto se deba a que los humanos anatómicamente modernos tienen una mayor capacidad para el pensamiento simbólico, pueden comunicar mensajes complejos a través del lenguaje y sus formas de sociabilidad y cooperación son más sofisticadas.

P: ¿Qué implica esto en cuanto a la violencia?

R: La cooperación puede utilizarse tanto para objetivos pacíficos como violentos: por ejemplo, pintar en Altamira o organizar una razia. Niveles más altos de pensamiento simbólico también implican un mayor desarrollo de la identidad colectiva, y pocas cosas han causado tantos muertos a lo largo de la historia como la noción de pertenencia a un determinado grupo.

P: Es de suponer que en esta época también nacen las grandes rivalidades entre grupos.

R: Transmitir de generación en generación que los vecinos son nuestros enemigos requiere el desarrollo del lenguaje, fundamental tanto para organizarse en la guerra como para la paz. Los rituales de resolución de conflictos son muy importantes en todas las sociedades tradicionales y, a veces, muy complejos y elaborados. Esto requiere una habilidad cognitiva que seguramente no poseían los presapiens.

P: Está bien documentado que la forma en que se cometen las muertes a menudo busca dejar una impresión duradera.

R: Existen métodos de violencia que son altamente efectivos para dejar una marca en la memoria colectiva y disciplinar a la sociedad. Por ejemplo, en España, la Guerra Civil dejó un legado de miedo que persistió durante décadas, impidiendo que las personas hablaran o se manifestaran políticamente sobre los asesinatos ocurridos hace 80 años. Este fenómeno también se observa en contextos prehistóricos. En el suroeste de Estados Unidos, a comienzos del primer y segundo milenio d.C., se registraron formas de violencia extrema como descuartizamientos, torturas y canibalismo.

P: ¿Qué significan las fosas comunes para el ser humano?

R: Las fosas comunes son quizás el mayor testimonio del más profundo fracaso humano y de la ruptura de la convivencia. En una fosa común no solo se evidencia un asesinato, sino que, como gesto simbólico, representa algo terrible: se elimina la memoria de las víctimas, impidiendo que sean recordadas como individuos y no simplemente como una masa amorfa. De hecho, las fosas comunes se han utilizado como un mecanismo para borrar la memoria desde el Neolítico, y no parece que la situación esté mejorando.

P: Otra cosa que sorprende en el libro es leer que, al igual que la guerra, la decapitación es una invención cultural.

R: Tiene un componente cultural y simbólico muy importante. Muchas sociedades consideran que nuestra cabeza y nuestro rostro es nuestra interfaz con el mundo, la manera en que nos relacionamos con los demás a través de la gestualidad, entre otras cosas. Arrancar la cabeza al enemigo es una forma de arrancarle el alma, de arrebatarle su identidad. Esta costumbre de decapitar cabezas aparece en lugares tan distintos como la Edad del Hierro europea y los Illongotes de Filipinas hasta el siglo XX.

P: ¿Cuál es la relación entre violencia y masculinidad?

R: Están estrechamente relacionadas. En Europa, por ejemplo, la expansión de los indoeuropeos trajo consigo una cultura material y principios culturales centrados en la violencia y la guerra. Además, se desarrolló una cultura muy androcéntrica. Esto se refleja en las lenguas que distinguen entre masculino y femenino, considerando el masculino como género neutro. La relación entre androcentrismo, patriarcado y violencia es muy clara.

P: ¿Por qué se impone este tipo de cultura?

R: Existen lugares donde esto no sucede. No sucede en Siberia, en las tribus de cazadores-recolectores del Amazonas, ni en muchas sociedades matrilineales del oeste de África. Hay numerosas excepciones. Sin embargo, solemos enfocarnos en una historia lineal que va de sociedades más simples a más complejas, de tribus y bandas a estados, dando la impresión de que este proceso es universal. En realidad, existe una enorme diversidad, y la pérdida de esta diversidad es muy reciente.

P: Algo que uno averigua leyendo Tierra Arrasada es que no se mata a los hombres igual que a las mujeres.

R: Eso fue una de las cosas que me sorprendió al escribir el libro: es un patrón casi universal. Se observa en contextos muy diferentes, incluso en la prehistoria. La violencia contra los hombres suele ser de tipo militar, como muertes en combate o ejecuciones. En cambio, en situaciones de conflicto, la violencia contra las mujeres tiende a ser ensañada, con cuerpos despedazados o torturados. Este fenómeno persiste hasta hoy; por ejemplo, la violación sigue siendo un arma de guerra. En la última guerra en Etiopía, se violaron a 200.000 mujeres.

P: Ha escrito un libro en el que recoge todos los horrores producidos a lo largo de la humanidad para demostrar que, en realidad, el ser humano es una especie pacífica.

R: La idea principal del libro no era narrar una historia de la violencia con mayúsculas, sino escribir una historia que permitiera empatizar con las víctimas de la violencia. Sin embargo, al contar estas historias a escala global, uno llega a la conclusión de que nos dejamos llevar por episodios de violencia extrema. Aunque es normal que estos episodios llamen nuestra atención, tienen el problema de ofrecer una visión algo distorsionada y pesimista del ser humano.

P: ¿Es posible imaginar un futuro en el que no exista la guerra?

R: De hecho, ese futuro utópico ya ha existido. Así como surgió la guerra, podría desaparecer.

P: ¿Cuál es el camino?

R: Es crucial identificar los mecanismos culturales que evitan que nos matemos y que, en caso de conflicto, no recurramos a formas aberrantes y descontroladas de violencia. El caso de Europa tras la Segunda Guerra Mundial es un ejemplo exitoso de cómo implementar medidas sociales, económicas y culturales para prevenir la violencia. Un elemento que suele funcionar muy bien, y que sería importante recordar en la actualidad, es la redistribución de la renta y la promoción de la igualdad. A menudo se piensa que la pobreza y la escasez son las principales causas de la violencia y los conflictos, pero en realidad, lo determinante es cómo se distribuyen los recursos, la redistribución equitativa de los recursos.

sábado, 19 de octubre de 2024

La felicidad, jajá

 Anónimo de Internet: 

Un profesor le dio un globo a cada estudiante que tuvo que inflarlo, escribir su nombre en él y tirarlo en el pasillo. El profesor entonces mezcló todos los globos. A los estudiantes se les dio 5 minutos para encontrar su propio globo. A pesar de una agitada búsqueda, nadie encontró su globo. En ese momento, el profesor les dijo a los estudiantes que tomaran el primer globo que encontraran y se lo entregaran a la persona cuyo nombre estaba escrito en él. En 5 minutos cada uno tenía su propio globo.

El profesor dijo a los estudiantes: Estos globos son como “la felicidad”, nunca la encontraremos si todo el mundo está buscando la suya, pero si nos preocupamos por la felicidad de los demás... también encontraremos la nuestra.

miércoles, 2 de octubre de 2024

Anglosajonofobia

 Una Karen (estereotipo universal, pero sobre todo estadounidense, al parecer):

"Cuando estuvimos en España había demasiados españoles allí. La recepcionista hablaba español, la comida era española. Nadie nos dijo que habría tantos extranjeros"

¿Cuánto tiempo hace que España no hace algo para evitar la presencia de españoles en sus fronteras? ¿Qué han hecho en todo este tiempo? Es todo muy desalentador...

Un grupo de grasientos estadounidenses se quejaba porque después de pasar una semana en Austria todavía no habían visto ningún canguro. En China, como fruto del hartazgo, hay letreros como "solo se permiten estadounidenses acompañados de un adulto" o, en los ferris y puentes, "capacidad: 10 personas o 3 estadounidenses". No extraña que en los EE. UU. sean tan brutos, ya que a los que van a la escuela los matan a tiros.

La verdad, no me extraña nada que los británicos, otros anglosajones, quieran ahora reingresar en Europa, con Gibraltar y todo.

lunes, 2 de septiembre de 2024

Bolsa familia, la exitosa idea de Lula que sacó a Brasil de la pobreza y el Tercer mundo

1 de 4:

Naiara Galarraga Gortázar, "Bolsa familia. La exitosa fórmula de Lula para acabar con la miseria heredada". El País, 1 sept 2024:

Dos tercios de la primera generación de niños que recibieron la ayuda del programa brasileño contra la pobreza prosperaron y la mitad logró un empleo formal

Jesiel Viana es un ingeniero de software brasileño de 34 años que no tiene fotos de su infancia. En aquella época no había celulares, su familia era pobrísima y todo quedaba lejos. Creció en Inhuma (Piauí), una pequeña ciudad de interior en el Brasil más árido y necesitado. La electricidad solo llegó este siglo, cuando él tenía 15 años. Hijo de agricultores —una madre que consigue leer y escribir y un padre analfabeto—, Viana pertenece a la primera generación de los hijos de Bolsa Familia, el programa que sacó a 25 millones de brasileños de la miseria, mitigó el hambre, mejoró la salud… Aquella pequeña ayuda mensual —unos 144 reales actuales, 25 dólares o 23 euros— cambió el destino de esta familia con tres hijos que plantaba frijol y mandioca. Malvivían con lo mínimo y con préstamos a precio de usura. Aquel crío que vio su primer ordenador a los 18, logró una maestría en Ingeniería de Software y es profesor. Su caso puede parecer excepcional pero no lo es tanto, según acaba de certificar un estudio académico.

Los investigadores han constatado que el 64% de la primera generación de hijos de Bolsa Familia son adultos que ya no necesitan ayudas públicas, rompieron el ciclo de la pobreza que a menudo atrapó a sus familias durante siglos. Y la mitad logró algún empleo formal, según el estudio Social mobility and CCT programs: The Bolsa Família program in Brazil (Movilidad Social y los programas de transferencia de dinero: el programa Bolsa Familia en Brasil), publicado en la revista World Development Perspectives (Perspectivas del Desarrollo Mundial). Los autores siguieron a los beneficiarios de 7 a 16 años entre 2005 y 2019 para revisar si de adultos aún necesitaban al Estado para lo más básico.

Bolsa Familia, creado por Fernando Henrique Cardoso y expandido por Luiz Inácio Lula da Silva, es conocido como uno de los programas contra la miseria más eficaces y baratos del mundo. Pese a su éxito, todavía 21 millones de hogares necesitan esta paga mensual —emblema de la política social del Partido de los Trabajadores— cuya cuantía se quintuplicó a partir de la pandemia.

“El programa tiene efectos positivos a largo plazo, son efectos no anticipados. Nadie pensó en eso cuando se creó Bolsa Familia”, explicó al diario Valor Econômico uno de los autores del estudio, Paulo Tafner, director del Instituto Mobilidade e Desenvolvimiento Social. El economista sostiene que el éxito está en que Bolsa Familia impone dos contrapartidas: es obligatorio que los hijos vayan a la escuela y que estén vacunados. Gracias a eso, varias generaciones siguieron estudiando sin tener que trabajar para ayudar a la economía familiar.

Con los años, al Estado le ha salido rentable, según el citado estudio. Aquellos niños contribuyen a las arcas públicas con sus impuestos. Se creó un círculo virtuoso que, de todos modos, no venció las desigualdades. Bolsa Familia funcionó mejor entre los hombres, los blancos y las regiones más prósperas.

Como Viana, millones de brasileños conquistaron —gracias a ayudas públicas y a aprovechar cada oportunidad— una vida inimaginable cuando eran niños. Estas son las historias de cuatro de ellos: el ingeniero informático que creció sin luz en Piauí; una psicóloga y próspera empresaria que empezó a trabajar a los 14, más tarde que sus hermanos; un técnico ayudante de cardiólogo que a los 13 compartía un único par de zapatillas con un hermano y una profesora de inglés y portugués criada por una abuela viuda que una vez al mes lograba darle un capricho, unas galletas rellenas pagadas a crédito.

“Mi abuela nos crio a mis dos hermanos y a mí”, arranca al teléfono. “Era una viuda analfabeta con una pensión mínima, pero dentro de todas las dificultades no dejó que nos faltara nada de lo básico. Bolsa Familia para nosotros no fue cuestión de supervivencia, como para otros, pero nos trajo cierta dignidad”, dice esta carioca que enseña idiomas en dos colegios privados. Con la ayuda, pudo brindarles momentos de felicidad en medio de aquella precariedad. Bolsa Familia significaba hacer un plan especial, ir al parque, un juguete. Quizá estrenar ropa en Navidad. Y un pequeño capricho de vez en cuando. “En aquella época había ambulantes que vendían puerta a puerta un kit de galletas rellenas, o yogures, y se pagaba el mes siguiente”.

A los 18 años, Dos Santos tuvo su primer empleo formal. Y a los 24 entró a la universidad gracias a un préstamo del que le quedan solo dos cuotas por pagar.

“Siempre digo que soy hija de políticas públicas”, recalca Barbosa, la pequeña de tres hermanos criados por una madre sola que trabajó toda su vida en servicios generales y durante un par de años necesitó Bolsa Familia. Con eso, en aquella fase difícil, pudieron comprar material escolar o comer carne alguna vez. El destino de la pequeña empezó a cambiar en tercer o cuarto curso, al entrar en un programa de erradicación del trabajo infantil. Surtió efecto. A los 14 años ganaba dinero como niñera y estudiaba de noche, pero supuso una enorme mejora respecto a sus hermanos: el mayor trabajó desde los 9, el mediano a los 11. “Aquel programa se convirtió en un refugio. Hice kárate, teatro, dibujo, refuerzo escolar, literatura… Me amplió las miras, me dio un repertorio para la vida”.

Barbosa da clase en la universidad y trabaja como psicóloga con niños autistas en la próspera consulta que creó. Es una orgullosa contribuyente. Hija de fundadores del Movimiento de los Sin Tierra, apunta: “Si quiero hacer un análisis bien liberal, diré que aporto 20.000 reales mensuales [3.500 dólares] en impuesto de sociedades a las arcas públicas”. Confía en que ese dinero sirva para dar oportunidades a quien las necesita.

Explica que, con la llegada de Lula al poder, en 2003, familias como la suya dejaron de sentirse desamparadas. Sus vidas cambiaron. Su progenitora, casada a los 14, madre a los 16, cumplió su sueño (con ayuda pública) de comprar una casa de ladrillo, tejas y con baño decente. “Y yo tengo una vida que nunca soñé. Casa propia, coche, un doctorado…”.

El mayor de cinco hermanos, las cosas iban lo suficientemente bien en la familia para que todos estudiaran en colegios privados hasta que todo se torció. Su padre se quedó en paro, le embargaron las cuentas. “Fueron unos años muy complicados”, relata. Lo primero, todos a la escuela pública. Luego, la madre y los hermanos mayores hicieron lo que toda familia brasileña cuando pierde los ingresos: vender empanadillas o dulces en la calle. “Bolsa Familia fue fundamental”, un salvavidas, porque, aunque su padre encontró un trabajo, no llegaba para mantener a los siete.

Zanetti, que siempre fue buen estudiante y trabaja como técnico en estimulación cardiaca artificial, apunta un ejemplo muy claro para ilustrar lo que significa ser pobre. “Cuando yo tenía 13 años, mi hermano y yo estudiábamos en turnos separados. A la gente le parecía raro. Es que no teníamos más que un par de zapatillas de deporte para los dos. Y, claro, sientes vergüenza”. A la escasez material se sumaba la marginación por puro desconocimiento. Aunque en casa tenían una pequeña biblioteca, vivieron años sin documentación ni acceso a los bancos. El apoyo de otros evangélicos fue crucial, añade.

Cuando el primogénito consiguió una beca para la universidad y unas prácticas pagadas, empezó la familia a salir del agujero. Tanto él como sus cuatro hermanos construyeron proyectos de vida, se emanciparon del Estado.

Creció lejos de casi todo, con casi nada en una ciudad agrícola. A los 11 años, el chaval que se convirtió en programador de software trabajaba la tierra y cada noche viajaba 30 kilómetros para ir a clase. El mayor de tres, a los 12 años tuvo su primer pantalón largo —unos jeans—. Comían carne a lo sumo una vez por semana o cuando cazaban algún animal silvestre. Bolsa Familia, que su madre recibió durante más de una década, era esencial porque incluso con eso eran muchas las estrecheces. “Vivíamos con lo mínimo, mis padres no gastaban nada, son evangélicos”.

A los 18 Viana se mudó a otra galaxia, a Brasilia, a casa de un tío suyo. Allí vio la primera computadora de su vida. Trabajó en una gasolinera para ahorrar antes de ir a la universidad gracias a una beca. Recuerda que se matriculó en informática porque “el coste del material era cero”. Al principio estaba perdidísimo. “No entendía ni los conceptos más básicos, pero me daba vergüenza preguntar”, pero siempre tuvo la convicción de que saldría adelante y enorme confianza en sí mismo. Tras ganarse muy bien la vida durante unos años en la capital como ingeniero informático, quiso regresar a casa, a Piauí, uno de los Estados donde más familias reciben Bolsa Familia. Opositó y consiguió una plaza de profesor en un instituto federal donde el alumnado se cree que bromea cuando les cuenta que creció allí cerca con enormes estrecheces. Sin luz, ordenador o fotos.

Las carencias persisten. A veces se lleva a algún estudiante a almorzar a casa con su familia porque si no se quedaría sin comer.

2.º de 4:

Naiara Galarraga Gortázar, "El presidente Lula reformula el exitoso programa Bolsa familia para combatir la pobreza en Brasil", en El País, 3 mar 2023:

El izquierdista mantiene la cuantía de 600 euros que aumentó Bolsonaro y más de 20 millones de familias reciben la paga mensual

Bolsa Familia, el programa contra la pobreza más emblemático de los Gobiernos progresistas de Brasil, recupera ese nombre —el original, con el que alcanzó fama internacional— y reinstaura una serie de requisitos que los beneficiarios no necesitaron cumplir mientras gobernó la extrema derecha. Luiz Inácio Lula da Silva ha presentado este jueves en Brasilia los detalles sobre la paga mensual que reciben unos 22 millones de familias pobres. El Bolsa Familia reformulado tiene dos padres: Lula, que ahora vuelve a exigir que los críos vayan a la escuela, estén vacunados y que las embarazadas se sometan a revisiones prenatales y añade un suplemento por cada hijo menor, y el expresidente Jair Bolsonaro, que aumentó a 600 reales por familia (108 euros, 115 dólares) una cuantía que ahora se mantiene.

El presidente Lula ha destacado que Bolsa Familia “no es un programa de un Gobierno, de un presidente de la república, es de la sociedad brasileña. Y solo funcionará si al sociedad lo fiscaliza”. En la ceremonia de presentación, celebrada en Brasilia, el mandatario ha compartido protagonismo con Isamara Mendes, una joven doctorada en la universidad que ha contado cómo la paga ofreció a su familia oportunidades impensables hasta entonces.

Lula ha creado el nuevo Bolsa Familia y dos pagas suplementarias vía un decreto que debe refrendar el Congreso. Las familias recibirán 150 reales más por cada hijo hasta de seis años, y 50 reales por cada uno entre los 7 y los 18 años. Y vuelve a ser obligatorio cumplir una serie de requisitos que contribuyeron a notables mejoras en las tasas de mortalidad infantil y escolarización.

Bolsa Familia revolucionó la vida de los brasileños que no tenían dinero ni para las necesidades más básicas. Fue uno de los instrumentos clave de las políticas públicas que lograron sacar a millones de la pobreza extrema y de la pobreza a secas. Y además con la ventaja de que era eficaz y, al menos hasta la pandemia, también barato. Suponía un 0,5% del PIB. Con esa inversión, una quinta parte de los beneficiados prosperó hasta dejar de necesitar la ayuda, según un estudio del Instituto brasileño de Movilidad y Desarrollo Social publicado por Folha de S. Paulo hace un año.

A medida que Bolsa Familia empezó a dar frutos, se convirtió en la gran marca electoral de Lula y del Partido de los Trabajadores. Por eso, una de las primeras decisiones de Bolsonaro fue rebautizarlo. Auxilio Brasil se llamaba. Pese a los vaivenes con el nombre, la cuantía se consolidó gracias al oportunismo político y a la pandemia.

El modelo de país que Lula y Bolsonaro propusieron a sus compatriotas en la última campaña electoral difícilmente podrían ser más antagónicos. Un único punto en común destacaba entre una maraña de propuestas diametralmente opuestas: los 600 reales de la paga mensual para los brasileños más necesitados, las familias que viven con hasta 218 reales por cabeza (menos de 40 dólares). En su carrera hacia la presidencia, tanto el izquierdista como el ultraderechista prometieron desde el minuto uno mantener una cuantía fruto de un aumento decidido al calor de la pandemia —Bolsonaro y el Congreso triplicaron lo que se pagaba antes del coronavirus— y mantuvo los 600 reales por motivos electoreros con maniobras parlamentarias para ganarse el favor de los votantes más pobres, un electorado tradicionalmente fiel al Partido de los Trabajadores (PT) de Lula.

A Bolsonaro no le funcionó para ganar los comicios. Entre otros motivos porque un breve parón en los pagos, vitales para que millones de familias consigan comer y lo más básico, hizo que la desconfianza de los beneficiarios en él se disparara. Lula en ningún momento sopesó siquiera, al menos en público, volver a la cuantía prepandemia porque hay 33 millones de brasileños que padecen hambre y porque hubiera sido un suicidio político.

El Gobierno lleva dos meses escrutando el listado de beneficiarios que, según denuncia, Bolsonaro engordó en busca de votos. La idea es echar a los usuarios fraudulentos para que entren 700.000 familias que están en lista de espera.

Muestra del inmerso valor político de Bolsa Familia es que Lula decidió dejar la joya de la corona en manos de uno de los suyos, una destacada figura del PT con amplio apoyo en el Brasil más pobre. Wellington Dias, antiguo gobernador de Piauí, uno de los estados más pobres y proporcionalmente con mayor tasa de usuarios del programa, es el actual ministro de Desarrollo Social. La antigua candidata presidencial y hoy ministra de Lula, Simone Tebet, de centro derecha, hubiera deseado la cartera pero el PT lo consideró un escaparate demasiado vistoso que podría impulsar sus opciones en una próxima elección, así que fue enviada a un área con peso pero bastante más gris, el Ministerio de Planificación.

3º de 4:

Naiara Galarraga Gortázar, "Réquiem por Bolsa Familia, el programa de Lula contra la pobreza", El País: 6 nov 2021:

Bolsonaro cancela la ayuda emblema del PT, considerada eficaz y barata, para sustituirla por otra de mayor cuantía pero solo hasta después de las elecciones de 2022

El fin de semana largo en que los brasileños conmemoraron el Día de las Brujas y el de los Difuntos también despidieron a Bolsa Familia, el programa contra la pobreza que revolucionó la vida y sacó de la pobreza a millones de personas necesitadas de lo más básico. 14 millones de familias, incluida la de Rozenilda, están sumidas en la incertidumbre porque ya no recibirán el vital subsidio, que va a ser sustituido por otro rodeado aún de mucha incógnita. Con 28 años y un hijo de dos, es un mar de dudas. “Me han contado que [la nueva ayuda] durará hasta 2022. Me genera inseguridad pensar que tal vez en 2022 ya no la recibamos”, explica desde João Alfredo, en el interior de Pernambuco, en un mensaje telefónico. Ella destina los 170 reales mensuales (26 euros, 30 dólares) que recibe desde hace siete años a pagar las cuentas, como muchos en esa región pobre.

La última transferencia de Bolsa Familia, que fue el gran emblema del Partido de los Trabajadores, entró el viernes 29 en las cuentas bancarias de los beneficiarios, pendientes ahora de unas enrevesadas negociaciones parlamentarias. El plan del Gobierno de Bolsonaro es crear otro programa que ya tiene nombre y promesa de cuantía pero carece de los fondos necesarios. Y algo crucial, duraría solo hasta después de las elecciones presidenciales.

Rozenilda también desconoce si para cobrar tendrá que inscribirse en un registro diferente. La burocracia brasileña está digitalizada hasta niveles insospechados, pero es barroca. Supone un verdadero infierno para quien tiene poca formación y una mala conexión a internet. Rozenilda preferiría que las cosas siguieran como hasta ahora: “Yo creo que Bolsa Familia debería continuar porque está funcionando bien hace años”.

Bolsonaro siempre tuvo la marca Bolsa Familia en el punto de mira; quería cambiarle el nombre como fuera. Antes de la pandemia, cercenó el subsidio. Creado hace 18 años por Lula da Silva al poco de asumir la presidencia, era uno de los mayores programas de transferencia de renta del mundo. Y concita un raro consenso en este Brasil tan polarizado. Los economistas lo consideran eficaz y barato.

Impresiona repasar lo logrado en estas casi dos décadas con un gasto del 0,5% del PIB: sacó a millones la pobreza extrema y de la pobreza a secas (solo en 2017 a 3,4 millones y a 3,2 millones respectivamente, según un estudio), mitigó la inseguridad alimentaria y la desigualdad, aumento la escolarización, redujo los embarazos juveniles, mejoró la salud, creó empleos, etcétera. “Es una maravillosa inversión, la sociedad gana multiplicado lo que invierte con el programa”, escribía estos días el economista Rodrigo Zeidan tras enumerar estudios académicos que avalan esos logros.

Bolsa Familia era un pago directo en dinero pero con requisitos, incluido llevar a los hijos a la escuela y tenerlos vacunados. Y priorizó que las mujeres gestionaran el subsidio familiar. Ese legado ha sobrevivido al lastre que los escándalos de corrupción han supuesto al partido de Lula y de Dilma Rousseff.

Está decidido hace meses que el nuevo subsidio se llamará Auxilio Brasil pero los enormes esfuerzos para conseguir los fondos extras requeridos todavía no han fructificado pese a que los efectos de cualquier parón en los pagos serían devastadores para millones que viven en la miseria.

El plan del presidente es duplicar a 400 reales la cuantía actual (189 reales mensuales de media), pero solo hasta diciembre de 2022. El tinte electoralista es evidente porque para entonces Brasil ya debería haber elegido a su próximo presidente. Lo más probable es que sea un mano a mano entre Lula y él. Se desconoce qué ocurriría entonces con las acuciantes necesidades de los brasileños más miserables.

Durante sus muchos años como diputado, Bolsonaro fue muy crítico con Bolsa Familia. Lo consideraba una máquina formidable de compra de votos. “Tenemos que acabar, hacer una transición [para terminar] con Bolsa Familia porque, cada vez más a menudo, la gente pobre, ignorante, se convierte en un votante comprado por el PT”, proclamó en 2011 en el Congreso. Pese a esa postura y a que llegó al Gobierno con un programa ultraliberal en política económica, su primera reacción ante la pandemia fue implantar un monumental programa de ayudas directas para quienes perdieron su renta, que también benefició a quienes recibían Bolsa Familia. Para los extremadamente pobres, supuso un dineral. Disparó la popularidad de Bolsonaro y por unos meses la pobreza disminuyó, pero ha vuelto con fuerza. También el hambre.

En pleno año electoral, y para animar su menguante popularidad, Bolsonaro asume algo que era anatema hasta hace nada. Para financiar el Auxilio Brasil, el Ejecutivo tendrá que saltarse temporalmente el techo de gasto, paso que su ministro de Economía, Paulo Guedes, respalda. Pero ahora falta que el Ejecutivo y los grupos parlamentarios que lo apoyan den con la fórmula exacta. Todo parece indicar que será filigrana. La subsistencia de millones de familias desde Amazonia, hasta el interior del nordeste o las periferias de las grandes capitales depende en los próximos días y semanas de lo que decidan en Brasilia.

4.º de 4:

Marina Rossi y Afonso Benites: "Bolsonaro cercena el programa Bolsa Familia que redujo la miseria en Brasil", El País, 2 de feb. de 2020:

El Gobierno ha cortado los subsidios del programa emblema de Lula y la lista de espera oficial es de medio millón de familias, aunque las estimaciones indican que es el triple

Ermanda Maria de Sena, de 51 años, tardó 20 minutos en encontrar los carnés con los que recibió las prestaciones sociales durante más de 15 años. “¡Aquí están!”, gritó desde su habitación, antes de salir corriendo y posar para la foto. Fue la primera en inscribirse en el programa Bolsa-Escuela, el precursor del Bolsa Familia, el proyecto estrella de los años en los que el Partido de los Trabajadores (PT) estaba en el poder y que ayudó a reducir la miseria en Brasil.

Ermanda muestra el carné número 01 con orgullo al recordar el día que lo recibió de manos del entonces presidente Fernando Henrique Cardoso (Partido de la Social Democracia Brasileña), que gobernó entre 1994 y 2002. “Estaba embarazada de mi chico”, dice. “Cuando [Cardoso] me dio el carné, lloré”. Era 2001. El mandatario  acudió hasta São José da Tapera, en el noreste de Brasil, para lanzar el programa que les pagaba 15 reales (3,15 euros) al mes —el 8% de un salario mínimo— a las familias que tuvieran niños de hasta seis años y a las mujeres embarazadas o en fase de lactancia identificadas como desfavorecidas.

Han pasado casi 20 años y el programa Bolsa Familia, lanzado en 2003 durante el primer año del Gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva, se enfrenta ahora a la incertidumbre. Pese a que, por primera vez, sus beneficiarios recibieron un pago adicional a finales de 2019 por una promesa de campaña del  ultraderechista Jair Bolsonaro, la subvención va poco a poco perdiendo aliento. Entre julio y octubre del año pasado —último mes con datos oficiales de las nuevas concesiones—, la cantidad de nuevas familias que accedieron al programa, que paga 89 reales per capita (unos 18 euros) se desplomó. A partir de mitad de año, el promedio de las nuevas concesiones, que antes era de 220.000 familias al mes, cayó a menos de 10.000.

El Gobierno promete cambios en el programa, que se convirtió en una marca social y una conquista política vinculada al PT, especialmente en el noreste de Brasil, la zona más pobre del país, donde Lula aún conserva la simpatía de gran parte de la población. Ernanda, la beneficiaria número 01 de la transferencia de renta en Brasil, crió sola —con ayuda de las subvenciones— a sus seis hijos en Alagoas, una región semiárida. Después se casó, sufrió la muerte de su esposo, que era militar, y ahora cobra una pensión de viudedad de casi 3.000 reales (630 euros). Ya no pide ayuda.

Su familia, sin embargo, que ahora vive en la ciudad de Teotônio Vilela, a unos 160 kilómetros de su casa, no ha logrado escapar de la necesidad de la Bolsa Familia. Pero los fondos se hacen esperar. “Son cinco meses ya los que estoy esperando [a que llegue la ayuda], y nada”, afirma uno de sus hijos, Carleandro de Sena, de 27 años. “Todos los meses voy a la secretaría [de Desarrollo Social] y me dicen que vuelva al mes siguiente”, apunta su esposa, Beatriz da Silva, de 22 años. Desempleados y con tres niños, viven con la ayuda de Ermanda y con lo que Carleandro gana como mototaxista.

Ambos están entre el medio millón de familias en la lista de espera para poder recibir esta ayuda social —ese es el número oficial, pero la lista podría ser mucho más alta—. Según el Ministerio de Ciudadanía, en la actualidad existen 494.229 familias inscritas en este registro y que están habilitadas para cobrar la subvención del programa Bolsa Familia.

El ministerio reconoce los recortes de los últimos meses, pero afirma que la inclusión de nuevas familias se normalizará “con la conclusión de los estudios de reformulación de la Bolsa Familia”. Sin embargo, los datos oficiales también podrían estar por debajo de la realidad.

Cálculos realizados por EL PAÍS, a partir de datos públicos, con ayuda de especialistas, arrojan que 1,7 millones de familias, o unas 5 millones de personas, estarían actualmente aptas para acceder al programa de ayuda antimiseria. Son tres veces más de lo que el Gobierno Federal ha anunciado – 494.229 familias —, sin detalles de como llegó a ese número.

El escenario es inédito en la historia del programa. A finales de 2018, Brasil contaba con 13,5 millones de personas en condiciones de miseria, en una tendencia ascendente desde 2015.

“Desde mayo no autorizan el acceso de nuevos beneficiarios”, dice Delmiro Augusto Oliveira Filho, gestor del Bolsa Familia en Inhapi, municipio de 18.000 habitantes en Alagoas, noreste de Brasil. Oliveira Filho explica que los recortes siempre han existido porque, para seguir cobrando la ayuda el interesado tiene que actualizar el registro. Si no lo actualiza, lo pierde. “Lo que no es normal es cerrarles las puertas a los nuevos [necesitados]”, completa Filho, que ve la misma situación en toda la región. En su grupo de WhatsApp con otros gestores del mismo programa en decenas de ciudades, la queja es la misma.

domingo, 1 de septiembre de 2024

El efecto cobra

 El efecto cobra: cuando un intento de solución a un problema en realidad lo empeora

El término proviene de una anécdota en los tiempos de la dominación británica en la India.

El gobierno británico estaba preocupado por el número de cobras venenosas en Delhi. Por tanto, el gobierno ofreció una recompensa por cada cobra muerta.

Al principio, fue una estrategia exitosa y un gran número de serpientes fueron matadas por su recompensa. Sin embargo, personas emprendedoras comenzaron a criar cobras por su recompensa muertas. Cuando el gobierno se percató de ello, el programa de recompensas fue cancelado,  y eso motivó que los criadores liberaran a las (ya sin valor) cobras.

Como resultado la población de cobras salvajes aumentó: la aparente solución al problema lo hizo aún peor. Actualmente, el término se utiliza para ilustrar las causas de una estimulación incorrecta en economía y política.

jueves, 8 de agosto de 2024

Herbert Marcuse

Jaime Rubio Hancock, ‘El hombre unidimensional’ cumple 60 años sin pensar en jubilarse (ni dejar de consumir) en El País, 5 ago 2024:

La obra que convirtió a Herbert Marcuse en un referente de crítica al consumismo, el conformismo político y los nuevos fascismos sigue vigente más de medio siglo después de su publicación

Herbert Marcuse (1898-1979) puede parecer un pensador casi olvidado, pero muchas de sus ideas, en especial las que popularizó en su libro El hombre unidimensional, aún son útiles para entender nuestra sociedad, desde el consumismo hasta el ascenso de los políticos populistas.

Este libro, que cumple 60 años, le convirtió en un referente de la nueva izquierda y de los estudiantes que protestaban a favor de los derechos civiles y en contra de la guerra de Vietnam. Era una lectura casi obligada por su crítica de una sociedad en la que se imponían ideas y valores, y en la que se asfixiaba toda disidencia.

¿Por qué ya no planeamos la revolución?

Marcuse nació en Berlín en 1898. En los años treinta empezó a colaborar con el Instituto de Investigación Social, donde coincidió con otros pensadores judíos interesados en el marxismo y en el psicoanálisis, la llamada Escuela de Fráncfort. Muchos de ellos emigraron a Estados Unidos tras el ascenso al poder de Adolf Hitler. Algunos, como Max Horkheimer y Theodor Adorno, regresaron a Alemania tras la guerra, pero Marcuse se quedó y dio clases en las universidades de Columbia, Harvard y Brandeis, además de publicar libros como Razón y revolución, y Eros y civilización.

Ideas que inspiran, desafían y cambian, no te pierdas nada

Su momento de mayor popularidad llegó en los años sesenta, con la publicación de El hombre unidimensional. En el libro, Marcuse parte de una evidencia: vivimos bastante bien. No todos y no siempre, claro, pero una gran parte de la población disfruta de la comodidad suficiente como para no pensar en revoluciones. Además, estamos demasiado ocupados intentando satisfacer las necesidades que ha creado el progreso tecnológico y a través de las cuales nos acabamos identificando con el sistema. Podemos reconocer este proceso hoy en día: todos vemos las mismas películas o series, nos conectamos a las mismas redes sociales, leemos las mismas noticias y, en definitiva, nos venden y compramos los mismos valores culturales, incluso aunque sea a través de centenares de plataformas.

El resultado es que el sistema puede absorber cualquier crítica, sin que haga falta ninguna represión autoritaria. Como explica por correo electrónico María Carmen López Sáenz, catedrática de Filosofía de la UNED y autora de Marcuse (Ediciones del Orto), la sociedad “es capaz de integrar todo antagonismo y de convertir a sus miembros en seres de una sola dimensión”. Creemos ser libres, pero no lo somos, porque no hay posibilidad real de cambio. Ni siquiera conocemos nuestras necesidades: las confundimos con las que nos vienen impuestas, como el penúltimo modelo de móvil o esa serie de la que habla todo el mundo.

Marcuse extendía su análisis a los países comunistas. Como explica al teléfono John Abromeit, profesor de Historia del Pensamiento Político en la Universidad de Búfalo, en ambos contextos “se había perdido la esperanza de una sociedad cualitativamente diferente y más emancipada”.

Espacios de resistencia y reflexión

¿Y qué podemos hacer para cambiar las cosas? Marcuse apunta que la sociedad capitalista tiene brechas y contradicciones a partir de las que se pueden crear espacios de reflexión y fraguar alternativas, como explica López Sáenz. Marcuse buscaba en el arte, en la política o en la filosofía estos rincones de conciencia crítica que no habían quedado sepultados por un capitalismo que consideraba opresor y represor.

Pero otra pregunta es por qué querríamos liberarnos. ¿No estamos bien así, viendo series y esperando paquetes de Amazon? Como escribe López Sáenz en el capítulo dedicado a Marcuse de Totalitarismos: la resistencia filosófica (Tecnos), nuestras sociedades no son tan bonitas como parecen en los vídeos de Instagram: las contradicciones del sistema se manifiestan “en las guerras innecesarias, en la creciente productividad unida a la creciente destructividad de la naturaleza y en la preservación de la miseria junto al despilfarro sin precedentes”. Marcuse cree que es posible una sociedad más justa, más creativa y más pacífica.

Sin embargo, también es pesimista. De una sociedad como la nuestra es imposible escapar, precisamente porque lo ocupa todo. En su libro apenas encuentra algo de esperanza en los “proscritos y los extraños, los explotados y perseguidos de otras razas y de otros colores, los parados y los que no pueden ser empleados”. Como están fuera del sistema, son los únicos que pueden encontrar esos espacios de resistencia en los que liberar su imaginación.

Pero a lo mejor ni eso: Marcuse cree que el sistema es capaz de ofrecer “ajustes y concesiones”, además de contar con el ejército y la policía para frenar a los disidentes en caso necesario. Y podríamos añadir que muchos de quienes están fuera de esta sociedad de consumo quieren acceder a ella, no cambiarla. No buscan cortar la cabeza de los reyes o acabar con la burguesía: quieren ser un noble o un propietario más.

Se podría decir que eso es lo que pasó con el movimiento estudiantil de finales de los años sesenta, que él apoyó. Las protestas vinieron de grupos al margen: el pacifismo, la segunda ola del feminismo, el antirracismo… Como explican Abromeit y López Sáenz, Marcuse mostró a los pensadores y activistas jóvenes cómo todos estos problemas no eran independientes, sino que tenían la misma raíz: el sistema capitalista y sus técnicas de control de la disidencia.

Pero, como auguraba Marcuse, estos movimientos fueron reprimidos y muchos de sus protagonistas acabaron formando parte del establishment, aunque fuera de un modo crítico… Y aunque muchas de sus ideas hayan contribuido a avances notables (que quizás el filósofo vería solo como concesiones).

El populismo neofascista

Las ideas de Marcuse quedaron eclipsadas durante muchos años por la nueva generación de teóricos críticos, con Jürgen Habermas a la cabeza, por el liberalismo de John Rawls y por el posmodernismo. Pero ya en 1999, en su Historia de la filosofía en el siglo XX, el filósofo Christian Delacampagne preveía que, en un mundo aún más unidimensional, sus críticas podrían volver a convertirse en muy actuales: “La tecnocracia capitalista no ha evolucionado en lo fundamental. Continúa siendo igual de autoritaria, igual de impotente para asegurar la felicidad de la mayor parte de la humanidad. Aquí o allá, sus crisis favorecen el retorno del fascismo, incluso de ciertas formas —apenas disimuladas— de nacionalsocialismo”.

De hecho y como explica Abromeit, el análisis de Marcuse es útil para entender el ascenso de los populismos. El filósofo ya anticipó en un ensayo de los años setenta, “El destino histórico de la democracia burguesa”, el resurgimiento de estos movimientos de extrema derecha, que no dudaba en llamar neofascistas. Los consideraba una amenaza para la democracia por sus ideas totalitaristas y por su alianza con los grandes poderes económicos, como ya pasó con el nazismo.

Abromeit pone el ejemplo del candidato republicano a la vicepresidencia de Estados Unidos, J. D. Vance: en su carrera política se ha presentado como un protector de las clases populares, pero depende del poder de “elites conservadoras poderosas”, como el millonario de extrema derecha Peter Thiel, “que también apoyó la campaña de Donald Trump en 2016″. Las sociedades modernas capitalistas “reproducen las condiciones políticas y sociales que llevan al fascismo. Así que el fascismo no es una casualidad”.

De nuevo, Marcuse nos ofrece claves para entender y analizar nuestra cultura, nuestra economía y nuestra política, aunque no estemos de acuerdo con él. Y, sobre todo, nos ayuda a buscar espacios de resistencia y de crítica, con el objetivo de alcanzar una vida más plena y más justa. Es decir, con más de una dimensión.

lunes, 1 de julio de 2024

El humor judío

De Mauricio Bach, "Humor judío, una historia de Nueva York", en La Vanguardia, 29 de abril de 2023:

La publicación de las memorias de Mel Brooks o el rescate y reedición de las obras de Nora Ephron renueva la actualidad e interés de una forma de humor que pervive también en series y películas

Empecemos con un par de chistes. El primero: “Llevo con mucho orgullo el reloj de mi abuelo. Me lo vendió en su lecho de muerte”. El segundo: “Si un libro sobre el fracaso no se vende, ¿es un éxito?”. ¿Qué tienen en común, más allá de jugar con el absurdo y la paradoja para crear el efecto cómico? En ambos casos sus autores son judíos neoyorquinos, empezaron en el mundo de la stand-up comedy y triunfaron después en la pantalla. El primer chiste es de Woody Allen; el segundo, de Jerry Seinfeld. Ahora se publican en castellano las memorias de otro peso pesado del humor judío neoyorquino, Mel Brooks. ¡Todo sobre mí! ( Libros del Kultrum) es un libro amenísimo y repleto de anécdotas, que además ayuda a entender qué es esto del humor judío, por qué se ha desarrollado con tanta fuerza en Nueva York a lo largo del siglo XX y desde allí ha conquistado el mundo.

Vamos a los orígenes: entre el gran flujo migratorio que llegó desde Europa a EE.UU. en el siglo XIX y las primeras décadas del XX, uno de los grupos más nutridos fueron los judíos procedentes del centro y el este del continente, que huían de los pogromos y del hambre. La mayoría eran asquenazíes y trajeron con ellos un idioma –el yiddish–, una religión, unas costumbres, una gastronomía y también un sentido del humor propio. Una de sus principales características es la autoparodia y cuando esto se entremezcla con las neurosis de la gran ciudad, surgen personajes como el que ha ido perfilando Woody Allen en sus películas o el que Jerry Seinfeld cinceló en su serie televisiva. Apunto algunos otros elementos significativos de esta particular comicidad: el personaje de la madre posesiva y con mucho carácter, las familias no siempre bien avenidas, las dudas religiosas, las inseguridades vitales, la combinación de una ironía con tintes muy intelectuales y hasta metafísicos con la sal gorda propia del chiste popular…

Uno de los sectores en los que esta comunidad dejó huella es el del espectáculo y las variedades, de donde saltaron al cine y la televisión. Hay una pionera muy relevante, Fanny Brice, actriz y cantante de madre judía que triunfó a partir de la década de 1910 en las revistas musicales del empresario Florenz Ziegfeld, las Ziegfeld Follies, que son uno de los antecedentes de un género genuinamente americano: el musical de Broadway. Precisamente uno de esos musicales, Funny Girl, la inmortalizó, interpretada sobre las tablas y después en la pantalla por Barbra Streisand, que retomó al personaje en Funny Lady.

También empezaron sobre los escenarios los hermanos Marx, cuyo éxito en Broadway llegó en los años veinte y a finales de esa década dieron el salto a las películas. Por esa misma época, se constituyó otro grupo con inicios en el vodevil y posterior carrera en el cine: Los tres chiflados, menos conocidos fuera de EE.UU. y con una comicidad menos sofisticada que la de los Marx. Ambos casos ejemplifican cómo este humor conquistó Hollywood, cuyos primeros magnates, por cierto, fueron también en su mayoría descendientes de judíos procedentes de la inmigración del este y el centro de Europa.

En la posguerra, la práctica totalidad de los cómicos judíos neoyorquinos seguían un idéntico periplo iniciático. Daban sus primeros pasos en el llamado Borscht Belt (el cinturón del Borscht) en las montañas Catskill, también conocidas como los Alpes judíos. En unos años en que esta comunidad no era bien recibida en muchos hoteles, esa zona concentraba resorts de veraneo para familias judías pudientes de Nueva York. Y contaban, como parte de su oferta de ocio, con actuaciones de humoristas (este mundo está muy bien retratado en la segunda temporada de la deliciosa serie de Amazon La maravillosa señora Maisel).

En las Catskill se foguearon futuras leyendas como Sid Caesar, George Burns, Milton Berle, Don Rickles, Danny Kaye, Red Buttons, Rodney Dangerfield, Joan Rivers, Jean Carroll, Phyllis Diller, Mel Brooks, Carl Reiner, Jerry Lewis, Lenny Bruce, Woody Allen… Estos complejos estivales entraron en decadencia a partir de los años sesenta, cuando por un lado se atemperó el antisemitismo y por otro se popularizó la aviación comercial, que permitía optar por destinos más lejanos.

Tras probar que eran capaces de provocar la carcajada de los veraneantes, los cómicos daban el salto a los clubs de comedia de la ciudad y desde ahí al medio que entonces se estaba expandiendo por todo el país: la televisión. Hay un programa de gags de especial relevancia a principios de los años cincuenta: Your Show of Shows de Sid Caesar, en el que formaba pareja con Imogene Coca. El departamento de guionistas fue una cantera de humoristas judíos de Nueva York. Allí se reunían, con Mel Tolkin al mando, Carl Reiner (que también actuaba), Mel Brooks, Neil Simon y su hermano Danny, y en la última etapa un jovencísimo Woody Allen. Esta legendaria sala de guionistas inspiró a Neil Simon una de sus comedias tardías, Laughther on the 23rd floor, cuyos personajes son retratos apenas velados de las figuras reales.

Buena parte de los competidores de Caesar eran también judíos: George Burns y Gracie Allen por un lado y Jack Benny por otro tuvieron su programa televisivo de gags. Y en 1955 llegó The Phil Silvers Show, comandado por un cómico procaz procedente del vodevil al que llamaban The King of Chutzpah, una palabra de origen yiddish que quiere decir descarado, insolente.

Judíos del centro y el este de Europa llegaron a Estados Unidos huyendo de los pogromos y del hambre. Trajeron con ellos un idioma, el yiddish, una religión, costumbres, gastronomía y un sentido del humor propio.

Uno de los guionistas de Caesar, Neil Simon, se convirtió en el rey de las comedias de Broadway y sus piezas más populares tuvieron exitosas adaptaciones al cine: Descalzos en el parque, La extraña pareja, La pareja chiflada, El prisionero de la Segunda Avenida… Mirado en ocasiones por encima del hombro como un mero autor de teatro comercial, Simon manejó con eficacia los resortes de la comicidad. Abordó también sus raíces judías en obras de corte autobiográfico como Memorias de Brighton Beach o Biloxi Blues.

Otros dos guionistas del equipo, Mel Brooks y Carl Reiner, hicieron buenas migas y les divertía actuar juntos para los amigos. De esas improvisaciones humorísticas nació El hombre de 2000 años. Brooks interpretaba a un tipo que había vivido todo ese tiempo y Reiner le daba la réplica. En 1961 grabaron un disco –al que seguirían otros dos– que vendió más de un millón de ejemplares. A principios de los sesenta surgió otro dúo cómico legendario, el formado por Mike Nichols (futuro director de ¿Quién teme a Virginia Woolf? y El graduado) y Elaine May (que se inició en el teatro ambulante en yiddish).

Mel Brooks triunfó en la televisión como cocreador con Buck Henry de El superagente 86 (el del celebérrimo zapatófono) y debutó en el cine en 1967 con un auténtico hito: Los productores, con dos soberbios cómicos judíos: Zero Mostel y Gene Wilder. Mostel ya era entonces una leyenda de Broadway. Había tenido problemas de trabajo al ser investigado por el Comité de Actividades Antiamericanas por sus simpatías comunistas. Renació a lo grande en 1957 interpretando al Leopold Bloom de Joyce en Ulysses in Night­town y participó después en el histórico musical El violinista en el tejado. Wilder era un principiante con aspiraciones a actor dramático en el que Brooks descubrió una vena cómica arrolladora. Mezcla sin complejos de sofisticación y astracanada, Los productores tuvo la osadía de bromear con un chiflado autor teatral nazi y su musical sobre Hitler, por lo que recibió críticas y presiones. Brooks siguió en racha en sus siguientes películas y tuvo otro exitazo con El jovencito Frankenstein. En sus memorias cuenta la anécdota de que tuvo que comprar pañuelos para que todo el equipo se los metiera en la boca y evitar así las carcajadas en el plató porque fastidiaban las tomas.

Menos conocido por el gran público que Brooks, Carl Reiner fue otra figura muy relevante del humor americano: como actor protagonizó la gran comedia ¡Que vienen los rusos! ¡Que vienen los rusos! y alcanzó tardía fama con sus apariciones en la serie Ocean’s Eleven. Como director tiene una notable película sobre un comediante en decadencia, El cómico, con Dick Van Dyke. Su hijo Rob Reiner fue el director de una de las grandes comedias de los ochenta: Cuando Harry encontró a Sally, escrita por Norah Ephron. Hija de guionistas judíos neoyorquinos, nació en Nueva York pero creció en Los Ángeles porque sus padres fueron a trabajar a Hollywood. Después regresó a la costa este y se convirtió en una figura del periodismo. El actor principal era Billy Crys­tal, cómico judío criado en el Bronx. Y una curiosidad, si me lo permiten: la señora que en la famosísima escena del orgasmo simulado de Meg Ryan le dice al camarero que quiere que le sirvan lo mismo que está tomando ella era la actriz y cantante Estelle Lebost, madre de Rob y esposa de Carl.

En un ámbito menos comercial y confortable se movieron dos grandes humoristas subversivos que basaban sus actuaciones en la provocación. Hablamos por un lado de Lenny Bruce, cuya madre, Sally Marr, fue una relevante stand-up comedian que ejerció una enorme influencia en su hijo. Bruce, cuya carrera se desarrolló en los años cincuenta y sesenta, jugaba a provocar al público, hacía chistes impropios sobre judíos y negros y fue detenido por obscenidad en varias ocasiones. El otro, Andy Kaufman, llegó un poco más tarde, en los setenta, y llevó el humor al límite más como performer que como simple comediante. Buscaba desconcertar al espectador, que muchas veces no sabía si lo que veía era parte del espectáculo o algo estaba saliendo mal. Uno de los personajes que creó fue el casposo y repulsivo cantante Tony Clifton, que encadenaba comentarios impropios hasta provocar la reacción indignada del público.

Ambos artistas han tenido su biopic: Lenny de Bob Fosse en el caso del primero y Man in the Moon de Milos Forman el segundo. Bruce, por cierto, aparece como personaje en La maravillosa Miss Maisel, que es un retrato muy fiel del mundo de la stand-up comedy neoyorquina. La creadora, Amy Sherman-Palladino, lo conoce bien porque su padre, Don Sherman, fue un cómico criado en el Bronx que después tuvo una larga carrera actuando en cruceros.

Si hay un personaje que representa el paradigma del tema de este artículo es Woody Allen. Sus películas están plagadas de madres posesivas, hermanas ortodoxas, histriónicas reuniones familiares, pesadillas con rabinos, detalles sobre las costumbres de la comunidad… Algunas obras son especialmente significativas: Annie Hall fue la primera en que abordó su identidad judía de forma explícita, Días de radio es un emotivo retrato familiar a partir de sus recuerdos, en Broadway Danny Rose interpreta a un inepto agente de artistas de variedades, en su episodio de Historias de Nueva York trazó el retrato definitivo de la madre judía dominadora, y películas como Hannah y sus hermanas, Delitos y faltas y Desmontando a Harry rebosan de referencias.

A la misma altura, pero en el ámbito televisivo, habría que situar Seinfeld, que revolucionó en los años noventa los planteamientos clásicos y acaso adocenados de la sitcom televisiva. En palabras de sus creadores, Jerry Seinfeld y Larry David, se trataba de “un show sobre nada”, que partía de las situaciones cotidianas más anodinas para convertirlas en puro disparate. El protagonista, proveniente de la stand-up comedy, se interpretaba a sí mismo y la propuesta era neoyorquina hasta el tuétano y contenía abundantes referencias a la identidad judía de la mayoría de los personajes. En este aspecto, eran especialmente relevantes los padres de Seinfeld y de George Constanza, adjudicados a grandes cómicos históricos: Liz Sheridan, Estelle Harris, Barney Martin y, en el caso del padre de Constanza, nada menos que Jerry Stiller, padre de Ben Stiller.

Larry David creó y protagonizó después Curb Your Enthusiasm (HBO), en la que un personaje neurótico y puñetero que es una versión exagerada de él se trasladaba a Los Ángeles, donde desarrolla situaciones de un humor provocador, que puede llegar a incomodar al espectador. También son judíos neoyorquinos los creadores de otros dos hitos de la sitcom : Martha Kauffman y Daniel Crane de Friends y Chuck Lorre de The Big Bang Theory, aunque esta última está ambientada en la costa oeste.

Sin dejar el ámbito de la televisión, la ya mencionada La maravillosa señora Maisel (se acaba de estrenar la quinta y última temporada) retrata este mundo neoyorquino en la posguerra y de nuevo los padres de la protagonista y de su marido son personajes muy jugosos, interpretados por los veteranos Tony Shalhoub, Marin Hinkle, Caroline Aaron, Kevin Pollak. El cruce de ambas parejas permite mostrar dos capas muy diferentes de la comunidad judía neoyorquina. Por su parte, la recién estrenada tragicomedia Fleishman está en apuros (Disney+), protagonizada por Jesse Eisenberg, demuestra que el humor sobre el que hemos hablado aquí sigue en plena vitalidad. Por último, mencionar que el actual rey de la comedia, Judd Apatow, viene también de estos orígenes, aunque se trasladó de joven a Los Ángeles, donde triunfó primero como stand-up comedian y después como director y productor de televisión y cine. Acabaremos con una cita de las memorias de Mel Brooks: “Aunque parezca absurda, idiota y disparatada, la comedia dice mucho sobre la condición humana. Porque si puedes reír, puedes sobrevivir”.

Estampas de la ciudad judía

Georges Perec, escritor francés descendiente de judíos polacos, es autor de una de las piezas más hermosas sobre la emigración, el desarraigo y el exilio: Ellis Island, que es un libro (Seix Barral en castellano) y una película que él mismo dirigió. A Ellis Island llegaban quienes tenían el sueño de empezar una nueva vida en EE.UU. Esta pequeña isla frente a Nueva York era la puerta que daba o no acceso al paraíso soñado, porque allí se hacía la selección de quién entraba en el país y quién era rechazado. La película El sueño de Ellis (The Inmigrant) de James Gray, con Marion Cotillard y Joaquin Phoenix, es un buen retrato de esa dura realidad.

Por allí pasaron miles de judíos y muchos de los aceptados se instalaron en Nueva York, donde creció una importante comunidad. Hoy, cualquiera que visite la ciudad puede hacer una escapada al barrio de Williamsburg , poblado por ortodoxos jasídicos, y tendrá la sensación de viajar en el tiempo por sus vestimentas de otra época. Y puede pasear por el llamado Diamond District, en la calle 47 de Manhattan, una sucesión de joyerías regentadas por judíos. Es un entorno muy cinematográfico, allí se desarrollaba una escena de gran dramatismo de Marathon Man y allí arranca el thriller de los hermanos Safdie Diamantes en bruto, con Adam Sandler.

Otra muestra de la relevancia de esta cultura en la ciudad es el exitoso musical de Broadway de 1964 El violinista en el tejado, después convertido en película. Está inspirado en los cuentos del escritor humorístico ruso en yiddish Sholem Aleijem, que retrataban la vida de las comunidades judías en la Rusia de principios del siglo XX. En yiddish escribió también Isaac Bashevis Singer, polaco, hijo de rabino, que llegó a EE.UU. con treinta y pocos años huyendo de Hitler, se instaló en Nueva York, consiguió la ciudadanía en 1943 y ganó el Nobel en 1978. Su literatura se centra sobre todo en el mundo centroeuropeo del que procedía, pero traza un excelente retrato de los inmigrantes en Sombras sobre el Hudson. La comunidad neoyorquina era tan numerosa que en los años treinta se hacía teatro en yiddish (Clifford Odets estrenó Levántate y canta en esta lengua con el Group Theatre) y también cine (Edgar G. Ullmer rodó cuatro melodramas en yiddish).

Chaim Potok, escritor y rabino del Bronx, retrató el mundo de la comunidad ortodoxa en obras como Los elegidos (1967), su más célebre novela. La literatura ha dejado grandes retratos judíos de Nueva York en la obra de autores como Henry Roth, Bernard Malamud, Philip Roth, Cynthia Ozick, Norman Mailer…

También nació en Nueva York, hijo de judíos rusos inmigrantes, Ben Hetch, que después se trasladó a Chicago y a Los Ángeles, donde lo llamaban el Shakespeare de Hollywood por sus espléndidos guiones. Es también judío neoyorquino el dramaturgo Tony Kushner, que retrató la crisis del sida en la que tal vez sea la obra más importante del teatro americano contemporáneo, Ángeles en América. Desde hace tiempo es colaborador asiduo de Spielberg en los guiones de películas como Múnich y Los Fabelman. En el ámbito de la novela gráfica son muy relevantes las aportaciones de Will Eisner con Contrato con Dios y Art Spiegelman con Maus.

El humor tiene un representante histórico en S. J. Perelman, periodista y guionista de los hermanos Marx, cuyos relatos y textos periodísticos están recopilados en Perelmanía (Contra). Hay que destacar también la obra literaria de Woody Allen y los artículos cargados de ironía de Nora Ephron. También hay que mencionar a la novelista Laurie Colwin, de la que Asteroide publica un jugoso libro gastronómico: Una escritora en la cocina. Merecen destacarse los divertidísimos relatos del actor Jesse Eisenberg (El besugo me da hipo, Reservoir Books) y la novela de Taffie Brodesser-Akner Fleishman está en apuros (Umbriel). M.B.

"Estos son mis principios, y si no le gustan… tengo otros” Groucho Marx

"Si a Jesucristo lo hubieran matado hace veinte años, los niños de los colegios católicos llevarían colgadas del cuello sillas eléctricas en miniatura en lugar de cruces" Lenny Bruce

"Una cita es una experiencia que tienes con otra persona que te hace apreciar la soledad” Larry David

"No creo en una vida más allá, pero, por si acaso, me he cambiado de ropa interior” Woody Allen

"El deseo de casarse es un instinto primario de las mujeres. Seguido por otro instinto primario: el deseo de volver a estar soltera” Nora Ephron

"Mientras el mundo siga girando, te vas a sentir mareado y vas a ir cometiendo errores” Mel Brooks

"El tío que inventó la primera rueda era un idiota; el tío que inventó las otras tres era un genio” Sid Caesar

BIBLIOGRAFÍA

Mel Brooks, Todo sobre mí mismo, Libros del Kultrum

Nora Ephron, No me acuerdo de nada, Libros del Asteroide

Ensalada loca: algunas cosas sobre las mujeres, Anagrama

Taffy Brodesser-Akner, Fleishman está en apuros, Umbriel

Laurie Colwin, Una escritora en la cocina, Libros del Asteroide

Woody Allen, Gravedad cero, Alianza Editorial