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miércoles, 18 de diciembre de 2024

Dossier sobre el principio valla de Chesterton

 Dossier sobre el principio valla de Chesterton, valioso en política y en la toma de decisiones de cualquier tipo en cualquier área (en la pedagogía, magisterio o educación española, por ejemplo, no se ha tenido en cuenta). Consta de cinco artículos seleccionados.

I

Alberto Losada Gamst, "La innovación ante la Valla de Chesterton", en AvantIdeas, Inteligencia & Acción:

Innovar es necesario para evolucionar. Pero cuidado con eso de innovar por innovar, o de empezar a cambiar las cosas porque nos parecen anticuadas o no terminamos de entender por qué alguien, en un momento dado, las hizo así.

Hay muchos ejecutivos recién nombrados que deciden hacer algo de impacto en sus primeros días o semanas. ¿Y qué mejor que empezar borrando proyectos e iniciativas del profesional al que sucede? Esto fuera, aquello fuera, el proyecto que estaba casi listo se congela, despedida o trasladada la gente más cercana al de antes, y así. Fuera fuera que aquí llego yo que soy más listo y estoy más al día que nadie.

LA PARADOJA DE LA VALLA DE CHESTERTON

En 1929, en su libro “The Thing: por qué soy católico” el escritor, filósofo y periodista británico G. K. Chesterton  publicó su famosa Paradoja de la Valla.

Y lo hace en estos términos:

"En lo que se refiere a la reforma de las cosas hay un principio que probablemente será calificado como una paradoja. Se da en casos como en las instituciones o en las leyes; imaginemos, por ejemplo y para simplificar, dos paseantes que se encuentran una valla o una puerta en medio de un camino.

De ambos, el  tipo más moderno de reformador se acerca alegre a la valla y dice: «No veo el uso que pueda tener esto; vamos a deshacernos de ella». El tipo más inteligente de reformador hará bien en responder diciendo: «Si no ves su uso, de ninguna manera te dejaré que lo deshagas. Vete de aquí y reflexiona. Luego, cuando vuelvas y me digas que ya has visto el uso que tiene, tal vez te permita que la destruyas».

Qué nos quiere decir esta parábola? Pues que el que tú no entiendas algo no significa que ese algo sea inútil. Lo único que realmente significa es eso: que eres tú quien no sabe, no que aquello que no entiendes carezca de utilidad. Quien tiene que hacer un esfuerzo previo de comprensión eres tú.

A lo mejor, efectivamente, lo que quieres quitar ya está obsoleto y la razón por la que se creó o instauró ya no tiene sentido. Por ejemplo, las reuniones en una empresa son todos los martes a las 11:30 desde hace 15 años. ¿Por qué es así? A lo mejor había un sistema de información totalmente manual y nada automatizado que exigía mucho trabajo humano para ordenar los datos y presentarlos de una forma útil. Hoy, con todos los recursos informáticos y ofimáticos a nuestro alcance, lo más probable es que la disponibilidad sea inmediata y a tiempo real.

LA VALLA DE CHESTERTON PARA EVITAR LAS CONSECUENCIAS INDESEADAS

Sé de una persona que vivía hace muchos años enfrente de un parque que quitaron para poner un aparcamiento subterráneo. Cuando lo terminaron de construir lo taparon con algo de tierra y, durante un fin de semana, lo estuvieron regando día y noche. Pensó que algún operario habría olvidado cerrar el grifo y que menuda tontería mojar una tierra estéril, así que se acercó y ella misma cerró el grifo para evitar que se siguiera malgastando agua.

Pues bien: más tarde supo que ese “riego” era para mejorar el fraguado del hormigón en la cubierta del nuevo aparcamiento y que su acción supuso una alteración en las fechas de apertura del nuevo aparcamiento.

¿Por qué este error? Porque alguien decidió cambiar una situación que no entendía bien… sin molestarse en averiguar por qué era así antes de hacer nada .

En España tenemos el ejemplo real de las consecuencias indeseadas con la llamada “Ley del Sólo Sí es Sí” (Ley Orgánica 10/2022, de 6 de septiembre, de garantía integral de la libertad sexual). Puesta en marcha para prevenir y perseguir con más contundencia los acosos y delitos sexuales, de momento (septiembre 2023) ha conseguido que más de 1.200 agresores sexuales ya condenados hayan visto reducidas sus penas. El mismo Presidente del Gobierno Pedro Sánchez lo admitía sin rodeos: “ha tenido efectos indeseados. Y me quedo corto."

Moraleja: antes de cambiar algo, entérate de por qué está ahí y estudia bien las consecuencias del cambio que quieres hacer.

II

Binny Sosa D' Meza, "El pensamiento de segundo orden y la valla de G. K. Chesterton", en Acento, 7/06/2023:

Comprender la paradoja de la valla de Chesterton no debe convertirse en una justificación para el castigo, hostigamiento o aislamiento hacia las personas que intentan realizar mejoras continuas en cualquier ámbito del quehacer humano.

En estos tiempos de infantilismo nihilista-posmoderno, donde las convenciones intelectuales, políticas y cotidianas se empeñan en el absoluto de la deconstrucción social e histórica, la disonancia, el negacionismo, el inmediatismo, la sensorialidad y la relativización moral; vivimos en esta obsesión contemporánea, profundizada por los medios de comunicación y las redes sociales, cuyos riesgos y consecuencias para la sociedad actual pueden empeorar situaciones psicosociales, económicas e institucionales de las que G.K. Chesterton en su libro de ensayo The Thing, publicado a principios del siglo XX (1929) ya nos hacía referencia de tales temas en la paradoja de la valla: “En el asunto de reformar las cosas, a diferencia de deformarlas, hay un principio claro y simple; un principio que probablemente puede llamarse una paradoja. Existe en tal caso una cierta institución o ley; digamos en aras de la simplicidad, una valla o puerta erigida a través de un camino. El tipo más moderno de reformador se acerca alegremente a él y dice: "No veo el uso de esto; eliminémoslo". A lo que el tipo más inteligente de reformador hará bien en responder: "Si no ves el uso de eso, ciertamente no dejaré que lo elimines. Vete y piensa. Entonces, cuando puedas volver y decirme que tú ves el uso de esto, puedo permitirte destruirlo. Esta paradoja se basa en el sentido común más elemental. La puerta o cerca no creció allí. No fue montado por sonámbulos que lo construyeron en su sueño. Es muy improbable que se haya puesto allí por lunáticos fugados que por alguna razón andaban sueltos en la calle. Alguna persona tenía alguna razón para pensar que sería una buena cosa para alguien. Y hasta que sepamos cuál fue la razón, realmente no podemos juzgar si la razón era razonable".

Uno de los aspectos más importantes en la toma de decisiones no se circunscribe a gestionar el riesgo, criticar o anular lo que se considera el establishment o status quo; también es importante comprender la lógica de un comportamiento determinado y cuáles son las razones subyacentes en torno a las decisiones que previamente se han tomado, cuál es el origen de determinados acontecimientos y las consecuencias de las consecuencias de esas decisiones.

Comprender la paradoja de la valla de Chesterton no debe convertirse en una justificación para el castigo, hostigamiento o aislamiento hacia las personas que intentan realizar mejoras continuas en cualquier ámbito del quehacer humano; más bien es una alerta para que repensemos y gestionemos el pensamiento de segundo orden, antes de intervenir en cualquier sistema o proceso. Nos prepara para reconsiderar y evaluar las decisiones que otros tomaron antes que nosotros.

Cuando necesitamos intervenir las organizaciones, sistemas, procesos o políticas públicas debemos usar el pensamiento de segundo orden y evaluar las consecuencias a largo plazo de las decisiones que se llevarán a cabo. Aunque, más complejo y profundo el pensamiento de segundo orden nos permitirá analizar las hipotéticas consecuencias de las consecuencias de alguna situación personal u organizacional; permitiéndonos reflexionar y comprender mejor la realidad, resolver conflictos y problemas, tomar decisiones efectivas y generar nuevas ideas. A pesar de su utilidad, es un proceso cognitivo al parecer muy escaso en esta época.

Sin embargo, no podemos menospreciar lo actual y vigente de esta paradoja; muy útil en nuestros días, ya que nos explica la manera en que actúa el pensamiento de segundo orden, y cómo consciente o inconscientemente podemos destruir lo bueno en aras de eliminar lo malo, o de anteponer una razón simplista a través del pensamiento superfluo para solucionar un problema determinado. Veamos un ejemplo: considere un país que, queriendo promover un cambio hacia un régimen democrático en otro país, financia y proporciona armas a un grupo de “rebeldes moderados”, y resulta que esos rebeldes moderados se vuelven poderosos y luego instauran un gobierno de dictadura totalitaria e intentan desestabilizar durante décadas al país que financió al grupo de “rebeldes moderados”.

Para Chesterton, este tipo de perogrullada es propia de “un loco que debe regar cuidadosamente su jardín con una regadera, mientras sostiene un paraguas para protegerse de la lluvia”.

A lo largo de la historia de la humanidad, ha sido una acción repetitiva que políticos e intelectuales converjan en el hecho de no visualizar los efectos e impactos de sus tomas de decisiones, muchas veces con consecuencias negativas a corto, mediano y largo plazo; afectando los cimientos de instituciones históricas, educativas y científicas; incluyendo la desestabilización del tejido económico y social, normas éticas y morales, culturas y tradiciones; con la intención de modificar la sociedad en nombre del desatino, la anarquía universal, el fanatismo y la egolatría.

III

 Dr. Horacio Castellini, "Principio de la Valla de Chesterton" en Big Data and Data Science, 29 mayo 2023:

Los intelectuales contemporáneos están obsesionados con la "deconstrucción". Su mayor pasatiempo es criticar y abolir cualquier cosa que consideren "status quo". Pasan mucho menos tiempo haciendo lo que se supone que deben hacer los intelectuales; que es tratar de entender por qué las cosas son como son y qué consecuencias puede traer a la sociedad cualquier cambio repentino en el orden actual de las cosas.

Pero un componente central para la buena toma de decisiones es comprender la lógica detrás de las decisiones anteriores. Si no entendemos cómo llegamos "aquí", corremos el riesgo de empeorar las cosas. Cuando buscamos intervenir en cualquier sistema creado por alguien, no es suficiente ver sus decisiones y elecciones simplemente como las consecuencias del pensamiento de primer orden porque, sin darnos cuenta, podemos crear problemas graves. Antes de cambiar algo, deberíamos preguntarnos si estaban usando un pensamiento de segundo orden. Sus razones para tomar ciertas decisiones pueden ser más complejas de lo que parecen al principio. Es mejor asumir que sabían cosas que nosotros no sabemos o que tenían experiencias que no podemos entender, por lo que no buscamos soluciones rápidas y terminamos empeorando las cosas.

El pensamiento de segundo orden es la práctica de no solo considerar las consecuencias de nuestras decisiones, sino también las consecuencias de esas consecuencias. Todo el mundo puede gestionar el pensamiento de primer orden, que consiste simplemente en considerar el resultado inmediato previsto de una acción. Es simple y rápido, por lo general requiere poco esfuerzo. En comparación, el pensamiento de segundo orden es más complejo y requiere más tiempo. El hecho de que sea difícil e inusual es lo que hace que la capacidad de hacerlo sea una ventaja tan poderosa. Para entender exactamente por qué este es el caso, consideremos la Valla de Chesterton, descrita por G. K. Chesterton en su libro de 1929 "The Thing: por qué soy católico": Existe en tal caso cierta institución o ley; digamos, en aras de la sencillez, una valla o puerta erigida a través de un camino. El tipo más moderno de reformador se acerca alegremente y dice: “No veo el uso de esto". A lo que el tipo de reformador más inteligente hará bien en responder: “Si no ves el uso de esto, ciertamente no dejaré que lo elimines. Piensa. Entonces, cuando puedas volver y decirme que ves el uso de eso, puedo permitirte destruirlo".

Chesterton continuó explicando por qué este principio es cierto, escribiendo que las cercas no crecen del suelo, ni las personas las construyen mientras duermen o durante un ataque de locura. Explicó que las cercas las construyen personas que las planearon cuidadosamente y “tenían alguna razón para pensar que [la valla] sería algo bueno para alguien”. Hasta que establezcamos esa razón, no tenemos nada que hacer con un hacha. La razón puede no ser buena o relevante; solo tenemos que ser conscientes de cuál es la razón. De lo contrario, podemos terminar con consecuencias no deseadas: efectos de segundo y tercer orden que no queremos, extendiéndose como ondas en un estanque y causando daños durante años.

Chesterton también aludió a la creencia demasiado común de que las generaciones anteriores eran tontos torpes, tropezando, construyendo vallas donde les apetecía. Si no respetamos su juicio y no tratamos de entenderlo, corremos el riesgo de crear nuevos problemas inesperados. En general, la gente no hace las cosas sin motivo y pierden el tiempo y recursos en vallas inútiles. No entender algo no significa que deba ser inútil. La Valla de Chesterton no es una amonestación para cualquiera que intente hacer mejoras; es un llamado a tomar conciencia del pensamiento de segundo orden antes de intervenir. Nos recuerda que no siempre sabemos mejor que quienes tomaron decisiones antes que nosotros, y no podemos ver todos los matices de una situación hasta que nos familiarizamos con ella. A menos que sepamos por qué alguien tomó una decisión, no podemos cambiarla con seguridad ni concluir que se equivocó.

Pero a muchos intelectuales de hoy les importan poco los efectos de la destrucción de las instituciones sociales históricas, normas y tradiciones en su intento de remodelar la sociedad de acuerdo con sus ideales, en su intento de rehacer al hombre a su propia imagen. Si, el cambio es importante pero la estabilidad es crucial. Es primordial no echar a perder lo bueno en el intento de deshacernos de lo malo y para ello es importante seguir el principio de la Valla de Chesterton.

IV

"La cerca de Chesterton, el principio que te obliga a pensar dos veces antes de hacer cambios", en BBC News Mundo, 1 enero 2024:

¡No destruyas lo que no entiendes!

Eso es, en resumen, lo que aconseja una simple regla general llamada la cerca de Chesterton, que sugiere que nunca se debe destruir algo, cambiar una regla o alterar una tradición si no se comprende porqué se creó en primer lugar.

Es, de cierta manera, un llamado a la humildad al criticar y querer reformar desde políticas o instituciones, hasta costumbres familiares, protocolos laborales o líneas de código en programas informáticos.

Señala que sin comprender bien qué está pasando, las consecuencias de una acción apresurada podrían terminar siendo mucho peores que las de lo que se pretende reparar.

Aquello de la cerca quizás suene extraño, pero se llama así por la manera en la que ilustró la idea quien la hizo famosa: el escritor y filósofo inglés Gilbert Keith Chesterton (1874–1936).

Chesterton era un "obeso gigante", como lo describió Jorge Luis Borges en el prólogo de "El ojo de Apolo" de "La Biblioteca de Babel".

El escritor argentino afirmó que era "un hombre bondadoso y afable" que "pudo haber sido Kafka o Poe pero valerosamente optó por la felicidad o fingió haberla hallado".

Calificó de encantadores y penetrantes los escritos críticos de Chesterton, y contó que sus primeras novelas aunaban "lo místico a lo fantástico".

Pero las obras que más hicieron mella fueron unos 50 cuentos cortos sobre un detective que era un sacerdote aparentemente ingenuo pero psicológicamente agudo llamado Padre Brown.

"La literatura es una de las formas de la felicidad; quizá ningún escritor me haya deparado tantas horas felices como Chesterton", escribió Borges.

Cuando no estaba escribiendo o, más tarde, dando charlas por la BBC, le encantaba debatir, y a menudo participaba en disputas públicas amistosas con intelectuales como George Bernard Shaw, H. G. Wells o Bertrand Russell.

O bromeaba con ellos.

En una ocasión le dijo a Shaw: "Al verte, cualquiera pensaría que una hambruna asoló Inglaterra", a lo que Shaw respondió: "Al verte, cualquiera pensaría que tú causaste la hambruna".

Pero algo que se tomaba muy en serio era la religión.

"De la fe anglicana pasó a la católica, que, según él, está basada en el sentido común", contó Borges.

"Arguyó que la rareza de esa fe se ajusta a la rareza del universo, como la extraña forma de una llave se ajusta exactamente a la extraña forma de la cerradura".

Precisa y curiosamente fue de un libro titulado "El asunto: por qué soy católico" (1929) en el que habló de esa cerca que lleva su nombre.

Reformar sin deformar

Declaró que "en materia de reformar cosas, a diferencia de deformarlas, hay un principio claro y simple".

Sugirió imaginar "en aras de la simplicidad, una cerca o puerta erigida a través de un camino".

"El tipo más moderno de reformador se acerca alegremente y dice: 'No veo la utilidad de esto; tumbémosla'.

"A lo que el tipo más inteligente de reformador haría bien en responder: 'Si no le ves la utilidad, ciertamente no dejaré que lo elimines. Vete y piensa. Luego, cuando puedas regresar y decirme que ves su utilidad, puedo permitirte que lo destruyas'.

La idea es que sólo cuando sabes cuál era el propósito de algo, puedes decidir si aún es necesario, si se debe modificar o sencillamente omitir.

Según Chesterton, ese principio se basa en el sentido común más elemental.

"La cerca no creció allí. No fue creada por sonámbulos que la construyeron mientras dormían.

"Alguna persona tuvo alguna razón para pensar que sería algo bueno para alguien. Y hasta que sepamos cuál fue el motivo, realmente no podremos juzgar si fue razonable".

Y advirtió que, de no asegurarnos, "es muy probable que pasemos por alto algún aspecto completo de la cuestión".

La cerca, por ejemplo, así estuviera en mal estado y fuera pequeña, quizás separaba a las vacas de las ovejas, imaginó el filósofo Jonny Thomson en Big Think.

Las ovejas, al comer, arrancan el pasto casi de raíz, mientras que las vacas necesitan pasto alto para comer con sus lenguas prensiles. Poco después de retirar la cerca, las vacas estarían desnutridas y hambrientas.

De refrescos a gorriones

Ahora, a pesar de que Chesterton abogaba por examinar así las decisiones que implicaban cambio pues tendía a ser conservador, el principio sigue haciendo eco en varios campos, desde el personal al político.

Al intentar cambiar malos hábitos, por ejemplo, a menudo fracasamos al no tener en cuenta que no aparecen de la nada: generalmente evolucionan para saciar una necesidad insatisfecha.

Si no se tiene en cuenta ese aspecto, aunque se logre eliminar un hábito, quizás sea reemplazado por otro más nocivo.

A nivel empresarial, en un post considerado clásico, el emprendedor en serie Steve Blank dio un ejemplo que ha visto en las startups cuando crecen y contratan a directores financieros.

Estos, tratando de reducir costos -y de lucirse-, a menudo deciden acabar con detalles de la empresa para los empleados, como los refrescos y pasabocas gratis, pues les parece un gasto inútil.

Según la experiencia de Blank, el resultado es siempre el mismo: a los empleados que ayudaron a la empresa a crecer, aunque se puedan dar el lujo de pagar por sus refrescos, les parece una señal de cambio de cultura de la empresa.

Y eso puede llevar a las personas más talentosas a abandonarla porque, de repente, todo se siente muy coorporativo, ya no es como antes.

Como estos, muchos ejemplos, incluido uno tremendamente trágico: el exterminio de gorriones en China, parte de la Campaña de las cuatro plagas del proyecto Gran Salto Adelante (1958 a 1962) de Mao Zedong.

Se sospechaba que los gorriones robaban granos de los campos así que millones de chinos hicieron todo lo posible para eliminarlos, con éxito: la población de gorriones llegó al borde de la extinción.

La de langostas, en cambio, sin gorriones que la controlara, se disparó y se convirtió en uno de los detonantes de la Gran Hambruna China, uno de los mayores desastres provocados por el hombre en la historia.

Visto así, la cerca de Chesterton parece un mecanismo para evitar la ley de las consecuencias no deseadas. El principio invoca el excesivo entusiasmo de los reformadores y busca frenarlo. Pero puede aprovecharse para lo contrario.

Las reformas, grandes y pequeñas, de por sí siempre suelen tener una fuerza trabajando en su contra: la resistencia al cambio.

Una organización, por ejemplo, puede fácilmente convertirse en un aparato innecesariamente complejo que ya no es adecuado para su propósito. Pero cuanto más sobreviva, menos probable será que sea reformada o abolida.

En esos casos, conviene comportarse como ese "reformador inteligente", y así contar con argumentos firmes para demostrar exactamente por qué se ha vuelto inútil.

Pero a veces, por más que quieras, no te puedes dar el lujo de examinar cada decisión. Entonces, quizás vale más la pena invocar a Alejandro Magno que a Chesterton.

Según la leyenda, cuando Alejandro conquistó Frigia lo retaron a que desatara el nudo gordiano, tan complicado que un oráculo había declarado que quien pudiera deshacerlo estaba destinado a gobernar toda Asia.

Alejandro lo intentó un rato hasta que se hartó. Declaró que no importaba cómo se lograba, sacó su espada y lo cortó de un solo golpe. Lo importante es saber si estás ante una cerca o un nudo. Pero a veces sí, a veces no. Hay ciertas estrategias que pueden usarse como guías.

Quienes trabajan en informática, a lo Alejandro Magno, a veces usan lo que llaman la Prueba del Grito, que aplican a productos, servicios o capacidades que están activos pero nadie usa.

Es sencilla: retíralo y espera a ver si alguien grita. Si sucede, reinstalalo.

Es un caso que se podría encajar en las decisiones de tipo 2 descritas por el fundador de Amazon, Jeff Bezos, en una carta a los accionistas que muchos usan como referencia para discernir entre las opciones cerca o nudo. Sólo que él habló de puertas.

Una es de un sólo sentido: una vez la cruzas, se cierra a tus espaldas para no abrirse más. Otra es de dos sentidos: puedes entrar y salir por ella.

"Algunas decisiones tienen consecuencias y son irreversibles o casi irreversibles (puertas de un solo sentido) y estas decisiones deben tomarse de manera metódica, cuidadosa y lenta, con gran deliberación y consulta. "Si pasas por allí y no te gusta lo que ves al otro lado, no podrás volver a donde estabas antes. Podemos llamar a estas decisiones Tipo 1. "Pero la mayoría de las decisiones no son así: son cambiables, reversibles, son puertas de doble sentido. "Si has tomado una decisión subóptima, no tienes que vivir con las consecuencias por tanto tiempo. Puedes volver a abrir la puerta y volver a cruzar. "Las decisiones de tipo 2 pueden y deben ser tomadas rápidamente por individuos o grupos pequeños con buen juicio".

¿Es la reforma que vas a hacer o la solución que le vas a dar a un problema fácilmente reversible?

Entonces podrías hacer cambios rápidamente con información imperfecta y ver qué pasa.

Si es irreversible, conviene recopilar información, aunque el proceso se ralentice y conlleve un costo.

Chesterton habría estado de acuerdo.

V

 Marco Chavarría, "La valla con la que Chesterton te hará pensar dos veces antes de hacer un cambio", La Razón, 2 de enero de 2024:

El filósofo inglés defendió la necesidad de entender el propósito de una tradición o costumbre antes de adaptarla o abolirla

La regla de la valla del escritor y filósofo británico Gilbert Keith Chesterton plantea una premisa simple: nunca hay que alterar, destruir o modificar una tradición, regla o estructura sin entender el propósito original con el que apareció.

Se trata de una premisa que reivindica la necesidad de tener presente la humildad cuando se cuestiona o plantea la reforma de políticas hasta costumbres familiares, legislaciones o hábitos de la vida diaria del hombre.

Según esta regla, sin que uno comprenda plenamente todas las implicaciones de un acto tradicional, las consecuencias de su modificación o abolición precipitada podrían acabar siendo peores que el supuesto problema que se intenta resolver.

El propio concepto filosófico toma su nombre del intelectual inglés G. K. Chesterton (1874 -1936), quien popularizó esta idea como parte de su sistema filosófico. Se le llegó a llamar cariñosamente el "gigante obeso" y fue descrito por otros autores, como Jorge Luis Borges, como un hombre de carácter afable y bondadoso.

De hecho, el poeta argentino alabó la capacidad crítica que reflejaba Chesterton en sus escritos, particularmente en unas novelas que, consideró, combinaban lo místico y lo fantástico. De entre toda la biblioteca, destacó especialmente la cincuentena de cuentos que dejó escritos sobre un detective sacerdote llamado Padre Brown.

Chesterton era un ferviente creyente que transicionó de la fe anglicana a la católica, algo que siempre defendió como acto de sentido común y que, según él, encajaba perfectamente en la rareza que entraña el universo.

Chesterton defendía lo imprescindible de comprender el propósito detrás de cualquier proyecto de cambio y del elemento a cambiar, antes de llevarlo a cabo y siguiendo el raciocinio más elemental.

Una premisa conservadora, que influye en distintos ámbitos de la realidad, desde el más personal del individuo hasta el político del común de la sociedad. El intelectual, últimamente reivindicado por la derecha como nunca antes, señala que al intentar cambiar hábitos es crucial entender su origen, ya que a menudo evolucionan para satisfacer necesidades específicas.

El principio destaca la importancia de examinar detenidamente decisiones o cambios irreversibles, diferenciándolos de aquellos que no lo son y pueden ser tomados con mayor celeridad teniendo en cuenta una información limitada.

La regla de Chesterton sirve como una estrategia para evitar consecuencias no deseadas al realizar reformas, más en la propia vida, recordando la importancia de entender si una situación requiere un cambio definitivo o uno que puede ser reversible

sábado, 7 de diciembre de 2024

Los diez pensadores más influyentes del mundo

 "Los 10 pensadores más influyentes del mundo", en El País Ideas, 7 de XII de 2024:

Sus ideas, su obra y sus intervenciones en el debate público han determinado el pulso del pensamiento contemporáneo. Nos ayudan a entender qué está pasando, qué podría pasar y qué debería pasar. Son los grandes visionarios de este arranque del siglo XXI

Vivimos tiempos de gran incertidumbre. Necesitamos, más que nunca, faros, mentes preclaras que nos guíen a la hora de entender qué ocurre en el mundo y, sobre todo, por qué. Por eso hemos decidido celebrar el número 500 de Ideas, el espacio de EL PAÍS para la reflexión, con un panorama de los pensadores más relevantes del momento presente. 56 personas (filósofos, historiadores, politólogos, tecnólogos, etcétera) nos han ayudado a configurar una lista con los intelectuales cuya visión ya está dejando huella. Son estos:

Judith Butler

Cleveland (EE UU), 1956. Filósofa que ha cuestionado las ideas tradicionales de género y que ha hecho importantes aportaciones a la teoría queer en obras como El género en disputa (1990) y su libro más reciente, ¿Quién teme al género? (2024, ambos en Paidós).

Por Ana Carrasco-Conde

(Ciudad Real, 1979). Filósofa y autora de La muerte en común (2024, Paidós). Ha escrito el prólogo a la reedición de El clamor de Antígona, de Judith Butler (Machado Libros).

A 451 grados Fahrenheit arden los libros según Bradbury. En un mundo en el que tal cosa fuera posible los de Butler serían los primeros en ser arrojados al fuego. Muchos también se salvarían, escondidos como último reducto de lucha, bajo una baldosa. En 2017 la ultraderecha en Brasil recogió 370.000 firmas para evitar su visita y quemaron una imagen suya. ¿Imaginan qué mensaje tan potente, aunque distorsionado, puede llegar a movilizar tantas fobias y filias? Lo que escribe remueve, mueve o conmueve. Al primer grupo pertenecen El género en disputa (1990), Cuerpos que importan (1993) o ¿Quién teme al género? (2024); al segundo, Mecanismos psíquicos del poder (1997), y al tercero, El grito de Antígona (2000).

De formación hegeliana, con impronta del psicoanálisis e interés en la lingüística, recupera una preocupación según la cual no hay esencias prístinas, sino sujetos que dependen en su desarrollo de dinámicas en las que se inscriben. Existen normas que producimos y reproducimos y que, aunque generan la ficción de una “esencia”, performativamente nos construyen. Parte de su obra quiere entender los efectos del género como parte de una estructura de poder, no porque sea una mera construcción cultural, sino porque se asienta en algo más profundo asociado a nuestro psiquismo. Se entiende como un sistema de organización de las normas que nos constituyen en las instituciones e instancias sociales. Trabaja en otras consecuencias del poder de lo normativo: las vidas no reconocidas como tales o el rechazo a familias no normativas. Piensa la vida atravesada por el poder, donde asoma el estigma, la precariedad o la violencia.

Thomas Piketty

Nacido en Clichy (Francia) en 1971, este economista ha centrado su trabajo en la desigualdad y la redistribución de la renta en el capitalismo actual. Su libro clave es El capital en el siglo XXI (2013, Deusto).

Por Yolanda Díaz

(Fene, A Coruña, 1971). Ministra de Trabajo y Economía Social, y vicepresidenta segunda del Gobierno. Es fundadora de Sumar.

La desigualdad es una construcción social e histórica, una decisión de naturaleza política que solo puede ser combatida con decisiones igualmente políticas. Este es, considero, el gran legado de Thomas Piketty, su principal aportación al pensamiento contemporáneo. El economista francés no es el primero en denunciar el carácter contingente de la desigualdad, por supuesto, pero ha sido capaz de difundir ampliamente sus planteamientos y mostrar la economía como una ciencia social imbricada en la historia y la sociología, alejada de la autorreferencialidad y matematicismo de antaño.

El capital en el siglo XXI, el mastodóntico libro que lo llevó a la fama, demostró una formidable capacidad de llevar lo heterodoxo al mainstream, de sustentar empíricamente ideas transformadoras. Años después, en Capital e ideología, Piketty logró ir más allá de su propia innovación metodológica, apuntando la centralidad de la ideología en la perpetuación de las desigualdades y señalando la responsabilidad de las élites en la erosión de nuestras democracias. En otros libros e informes, se ha volcado en demostrar la necesidad de una revolución fiscal global que aborde, desde la justicia social y climática, la emergencia ecológica, el principal desafío de nuestra época.

Hoy, en pleno shock tras el retorno del trumpismo, cobra especial relevancia su afirmación de que “uno no puede estar en contra del capitalismo o del neoliberalismo: uno debe estar también y sobre todo a favor de otra cosa”. Haríamos bien, pues, en sumergirnos en la batalla de las ideas, en comprender la relevancia y valor de intelectuales públicos como Thomas Piketty, en aplaudir y acompañar sus esfuerzos por construir una “alternativa explicada con claridad”; una nueva forma de socialismo “participativo y descentralizado, federal y democrático, ecológico, multirracial y feminista”, como él mismo dice; un horizonte de certidumbre hacia el que avanzar, poco a poco, paso a paso, desde la permanente tensión entre la ambición de nuestros principios y el pragmatismo de la praxis.

Noam Chomsky

Filadelfia (Estados Unidos), 1928. No solo revolucionó la lingüística, sino que también es una de las figuras políticas más relevantes por su crítica al capitalismo y a la política estadounidense en artículos y libros como Los guardianes de la libertad (1988, Austral).

Por César Rendueles

(Girona, 1975). Sociólogo, ensayista e investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Su último libro es Comuntopía (2024, Akal).

En la película Captain Fantastic (2016), la familia protagonista —una especie de tribu anarquista contracultural— no celebra la Navidad sino que conmemora el Día de Noam Chomsky. La escena es absurda y excesiva pero capta bien el papel que Chomsky ha llegado a desempeñar en nuestra esfera pública. Chomsky representa todo lo que la modernidad imaginó en un intelectual y que en la era de la posverdad nos parece propio de una época salvaje y heroica: un científico que revolucionó su campo de estudio, autor de ensayos políticos de un rigor implacable y, al mismo tiempo, un referente ético global cuya rabiosa independencia nunca se ha confundido con indiferencia o equidistancia. A menudo ha sido acusado —desde Michel Foucault hasta Slavoj Žižek— de ser culturalmente conservador. Seguramente es verdad: tan conservador como esperamos que sea un pilar de hormigón armado.

Antes de cumplir los 30 años, Noam Chomsky ya había hecho saltar por los aires la lingüística de su tiempo. No ha dejado de ser una referencia irremplazable en el campo de las ciencias cognitivas: cambió nuestra manera de entender el lenguaje porque transformó nuestra concepción del innatismo que, gracias a él, dejamos de entender como un automatismo plano y se convirtió en la base de una teoría de la mente activa y vigorosa. Entretanto, ha encontrado tiempo para denunciar infatigablemente los ataques a la democracia en todo el mundo y desarrollar una teoría de los efectos catastróficos para la libertad de expresión de la coalición de intereses empresariales y políticos que dominan los medios de comunicación: una crítica que anticipó en varias décadas la degradación informativa que hoy padecemos.

Jürgen Habermas

Düsseldorf (Alemania), 1929. Ha analizado los mecanismos de los debates públicos y de la democracia en obras como Teoría de la acción comunicativa (1981).

Por Victoria Camps

(Barcelona, 1941). Es catedrática emérita de Filosofía de la Universidad Autónoma de Barcelona. Su último libro es Tiempo de cuidados (Arpa).

Miembro de la segunda generación de la Escuela de Fráncfort, Jürgen Habermas se convierte pronto en un filósofo de referencia por sus libros sobre ética y filosofía política. De la mano de Karl-Otto Apel, elabora una nueva teoría de la racionalidad práctica conocida bajo el nombre de ética discursiva, ética del diálogo o ética de la comunicación. El objetivo es sustituir la filosofía del yo, característica de la modernidad, por una filosofía de la interacción lingüística que concibe la comunicación como el escenario en el que se despliega la discusión racional. Influyen en dicha teoría el método hermenéutico, con su énfasis en la interpretación del texto, y la pragmática del lenguaje de Wittgenstein, para quien los usos del lenguaje en sus distintos contextos son los determinantes del significado.

Cómo seguir haciendo filosofía después de Auschwitz es una de las preocupaciones de los filósofos frankfurtianos. Entienden que, sin renunciar a la especulación que la caracteriza, la filosofía tiene que ser crítica y aportar mecanismos de compromiso con la historia si pretende tener alguna influencia en la práctica. No será el individuo solitario de Kant quien descubra el imperativo de la moralidad, sino la comunidad que dialoga en esa “esfera común” constituida por seres que hablan con el fin de llegar a acuerdos racionales sobre temas que concitan opiniones dispares. La construcción de la opinión pública es otro de los temas que Habermas ha abordado y que ha concitado el interés no solo de los filósofos, sino de los profesionales de la comunicación. Ahora que el objetivo de adquirir “competencias” ha invadido el sistema educativo, convendría saber que la teoría de Habermas presupone una “competencia comunicativa”, una “situación ideal de diálogo”, a la que deberían tender todos los actos de comunicación reales y, como tales, imperfectos. Las reglas de interacción lingüística son morales, y legitiman los acuerdos a los que se llega por el diálogo, una lección que deberíamos recordar si queremos corregir la comunicación distorsionada, caótica y desnortada de nuestro tiempo.

Yuval Noah Harari

Ensayista nacido en Kiryat Atta, Israel (1976), ha explorado nuestra historia, nuestra sociedad y nuestro posible futuro en obras como Sapiens (2011) y la reciente Nexus (2024, Debate).

Por Javier Sampedro

(Madrid, 1960). Periodista y doctor en genética y biología molecular. Escribe sobre ciencia en EL PAÍS y es además autor de libros como El siglo de la ciencia: nuestro mundo al descubierto (2009, Península).

Con la posible excepción de sus estudiantes de Historia en la Universidad Hebrea de Jerusalén, nadie había oído hablar de Yuval Noah Harari hace 10 años. Fue entonces cuando su libro Sapiens: de animales a dioses se propagó por el mundo como fuego por la paja y le convirtió en uno de los intelectuales más influyentes del planeta. Junto a un par de secuelas y una versión para niños, Sapiens ha vendido 45 millones de copias en 65 idiomas, un prodigio para un erudito ensayo de 500 páginas. Al menos desde que Sapiens se encaramó a la lista de superventas de The New York Times durante 96 semanas seguidas y Bill Gates lo aclamó como uno de sus libros favoritos, Harari se convirtió en una especie de oráculo de Delfos de las élites mundiales. Si el jefe de Meta (Facebook), Mark Zuckerberg, organiza una reunión sobre los efectos de la tecnología en la humanidad, invita a Harari. Si la Unesco quiere informarse sobre la pandemia de covid y la ciencia internacional, invita a Harari. No hay un solo medio de referencia en el mundo que no haya entrevistado a Harari varias veces.

Y sin embargo hay científicos que dudan del rigor académico del autor israelí. El mensaje central de Sapiens es que los humanos hemos llegado a dominar el mundo porque somos capaces de creer en cosas que no existen, como el dinero, los dioses, las naciones y los derechos humanos, porque esos relatos ficticios nos permiten formar grandes coaliciones. Sin duda es una idea atractiva, casi magnética, pero no está bien fundamentada en la ciencia actual. Pese a estas críticas académicas, el tecnopesimista Harari sigue siendo un autor muy interesante, y acaba de demostrar su buena forma con Nexus, una exploración profunda de las redes de comunicación y sus efectos dramáticos en las organizaciones humanas. Hay Harari para rato.

Michael J. Sandel

Minneapolis (EE UU, 1953). Filósofo ético que ha escrito sobre cómo ha de ser nuestra democracia y que también ha criticado ideas preconcebidas sobre la meritocracia en libros como Justicia (2010, Debolsillo) y La tiranía del mérito (2020, Debate).

Por Montserrat Domínguez

(Madrid, 1963). Directora de contenidos de la Cadena Ser. Antes fue subdirectora de EL PAÍS, directora de El HuffPost y directora de Hora 25, en la Ser.

Hay dos causas que Michael J. Sandel identifica como la base del descontento democrático que se extiende como un virus entre los ciudadanos: la pérdida de dignidad en el trabajo y el vaciamiento de los espacios públicos de convivencia. Es en estos dos ámbitos donde la globalización y el neoliberalismo de las últimas décadas, aceptados como verdad inapelable incluso por líderes socialdemócratas como Clinton, Blair o Schroeder, han actuado como un ácido corrosivo. Reconozcamos, dice Sandel, que el trabajo no es sólo una manera de ganarse la vida: es también una vía de reconocimiento, de aportación al bien común, de sentirse respetado. Si ves caer tu salario y tu autoestima social, los políticos hipernacionalistas sabrán explotar esa frustración legítima para buscar chivos expiatorios. Porque el malestar es real, tan real como el aumento de la desigualdad, y algunos saben redirigirlo hacia posturas racistas, xenófobas o misóginas.

Hay antídotos, sugiere Sandel: como asumir que la democracia no necesita de una igualdad perfecta, pero sí que haya lugares de encuentro y de interacción donde aprendamos a negociar y a convivir con nuestras diferencias. Los guetos de los ricos y sus cachorros, su desinterés por esos espacios públicos de intercambio de ideas y experiencias, acaban pasando factura al sentimiento de comunidad y de pertenencia, y al compromiso por el bien común que es imprescindible para que las democracias prosperen.

Los libros de Sandel, sus charlas en auditorios abarrotados y sus cursos de Harvard, online y gratuitos, suman audiencias que hacen palidecer de envidia a los youtubers. Resulta que sí nos gusta leer, escuchar y debatir sobre justicia, ética, política y filosofía. En tiempos de polarización, no es un logro menor el de este aspirante a periodista reconvertido en uno de los pensadores más influyentes de nuestro tiempo.

Martha Nussbaum

Nacida en Nueva York (EE UU, 1947), esta filósofa ha escrito sobre valores políticos y ha defendido la importancia de las humanidades en libros como Crear capacidades (2012, Paidós).

Por Daniel Gascón

(Zaragoza, 1981). Periodista y escritor. Tiene una columna semanal en EL PAÍS y dirige la edición española de la revista cultural Letras libres. Es autor de libros como La muerte del hipster (2021, Literatura Random House).

Martha Nussbaum, profesora de Derecho y Ética en la Universidad de Chicago y premio Princesa de Asturias 2012, ha escrito sobre el pensamiento de los griegos y los romanos y lo que podemos aprender de él, sobre el feminismo y sobre la importancia de las emociones en política, sobre el enfoque de las capacidades, sobre la intolerancia religiosa y sobre los derechos de los animales.

Algunas de las cosas que subraya pueden parecer anodinas de pura sensatez, pero no eran populares en su momento. En La fragilidad del bien (1986) hablaba, a partir del estudio de la tragedia griega y de algunas obras filosóficas, de la vulnerabilidad y del desastre. Algunas preocupaciones humanas nos colocan en posiciones vulnerables (el amor implica el miedo a perderlo); como las cosas valiosas son plurales, establecen relaciones variables y conflictivas; esa fragilidad no es un bien en sí mismo ni algo romántico.

Otra aportación importante de Nussbaum es el desarrollo del “enfoque de las capacidades”. Si Amartya Sen había realizado un planteamiento económico del asunto, Nussbaum elaboró la versión filosófica. Ese enfoque considera que para valorar cómo hace las cosas un país, la medida correcta no son solo los indicadores económicos como el PIB per capita, sino “lo que la gente de verdad puede hacer y ser. Las capacidades no son solo destrezas, sino oportunidades sustantivas para elegir cosas que el individuo valora”. Nussbaum, que ha estudiado la influencia de las emociones y ha analizado la tradición cosmopolita, reivindica el valor moral de la nación y defiende un liberalismo de “corte socialdemócrata” y pluralista. El liberalismo, ha dicho en alguna ocasión, también necesita amor.

Slavoj Žižek

Nacido en Liubliana (Eslovenia) en 1949, este filósofo ha analizado la sociedad y la política con referencias al psicoanálisis y a la cultura pop.

Por Marina Garcés

(Barcelona, 1973). Filósofa, su último libro es El tiempo de la promesa (2023, Anagrama)

Corrían los posmodernos años noventa, cuando un extraño filósofo que no era ni francés, ni italiano, ni alemán nos enseñó a pensar que la tolerancia podía ser peligrosa, la comida light poco saludable y el matrimonio un desafío frente al individualismo disfrazado de emancipación. Hablaba de cine, de Hegel y de Lacan. Haciendo crítica de la ideología, nos dio la bienvenida al desierto de lo real.

A Žižek no le ha dado miedo convertirse en un meme. No pretende ser dialogante, ni académico, ni biempensante. Entiende la filosofía como un acto de radicalidad incómodo e inadecuado que no puede contentar a nadie. Por eso dudo que sea una influencia de las izquierdas, si entendemos por izquierdas aquellas organizaciones que establecen un marco de lo posible en el espectro de la representación política. Su filosofía no puede sostenerse en el espacio de la representación: se abre a esa noche del mundo que nos habita. Su obra principal, El espinoso sujeto (Paidós), reivindica al sujeto trascendental frente a la historicidad de las subjetividades posmodernas. No se conforma con reducirlo todo al relativismo de las diferencias y de sus encuentros; nos invita a pensar la negatividad abismal que nos constituye. Sólo ahí podemos entender la potencia de la imaginación y la radicalidad de la revolución.

Nos enseñó a ver que la tolerancia era el problema, cuando el multiculturalismo, las dietas y la flexibilidad de todas las formas de vida eran la coartada para el triunfo del neoliberalismo. Hoy, este ha abrazado un autoritarismo que no necesita ser tolerante. El poder muestra su verdad más oscura y Žižek alerta de que ya es tarde para despertar. Esto no significa quedarnos dormidos, sino adentrarnos en la noche para volver a pensar lo no dicho de la historia de Europa, que no son la razón ni la revolución, sino la guerra.

Byung-Chul Han

Filósofo y ensayista surcoreano, afincado en Alemania (Seúl, 1959). Destaca por sus libros breves que critican el capitalismo, la tecnología y la visión actual del trabajo.

Por Delia Rodríguez

(Logroño, 1978). Periodista especializada en la relación entre tecnología y sociedad. Es autora de Memecracia (2012, Gestión 2000).

Byung-Chul Han no tiene ideas sino axiomas. Pertenece a esa raza de médiums que, como el matemático Ramanujan o la escritora Lispector, capturan voces sobre el papel: “Las [palabras] que están en los libros no son mías. Recibo las que me visitan y las copio”, dijo en una desconcertante entrevista en este periódico. Sabemos que nació en Corea del Sur y se fue a Berlín, tiene 65 años, es profesor, toca el piano, cuida un jardín e intenta trabajar poco. Por tanto, nos cae bien.

También nos gusta porque su obra canaliza las preocupaciones de internet, que son las nuestras, y cuando digo nuestras quiero decir mías: la opresión de la autoexplotación; la salud mental como la patología contemporánea; la importancia de los rituales y objetos analógicos; la trampa de la autooptimización; la narración y su crisis; la emocionalización, el narcisismo, y la aceleración de la sociedad digital. Al leerlo pienso que ya podría dejar de expresarse como un pitagórico del siglo VI antes de Cristo, alargar las frases y explicarse mejor; después me olvido y vuelvo a comprar sus libritos que creo escritos para mí. Le acusan de repetirse, es cierto y me da igual, porque lo dicho me resuena y deseo volver a oírlo. Así funciona el nuevo mundo, por cierto, o lanzas una y otra vez tu mensaje a internet junto a un buen titular o será ignorado.

Supongo que por su conexión con la cultura digital, su extravagancia personal o su falsa sencillez se le llama pensador de moda; algo curioso porque a pesar de los 100.000 ejemplares vendidos en España y Latinoamérica solo de La sociedad del cansancio, no es popular en EE UU. Auguro, pues, que pronto estará de moda de verdad, porque aún hay quien no reconoce sus axiomas.

Peter Singer

Melbourne (Australia), 1946. En obras como Ética práctica (1980, Akal) ha hablado de temas como el altruismo, los derechos de los animales y el medio ambiente.

Por Marta Peirano

(Madrid, 1975) es periodista. En su último libro, Contra el futuro (2022, Debate), reflexiona sobre qué podemos hacer los ciudadanos ante el cambio climático.

El famoso utilitarista australiano sedujo a los tecnócratas proponiendo una fórmula basada en la lógica, los datos y la eficiencia para identificar las causas que benefician al mayor número de personas con la menor cantidad de recursos, en un entorno históricamente caracterizado por la intensidad emocional. Lo llamó altruismo efectivo, y en los últimos años ha sido utilizado como filosofía ética por figuras de Silicon Valley como Sam Bankman-Fried, fundador de FTX, y Sam Altman, CEO de OpenAI, para justificar una extracción masiva de recursos en beneficio de una humanidad que todavía no existe. Pero, si Peter Singer tuviera que votar entre la expansión a Marte y que seamos colonizados por una raza extraterrestre con talento para la felicidad, iría con los segundos. Singer se dedica a la erradicación del sufrimiento. La especie que lo consiga cuenta con su aval, independientemente de su origen.

En Liberación animal, libro que le catapultó a la fama en 1975 y le convirtió en padrino del movimiento por los derechos animales, propone el concepto de especismo, prejuicio moral idéntico al racismo o el sexismo, creado para justificar una cultura de explotación no respaldada por criterios científicos. Además de premios y condecoraciones, acumula doctorados honorarios de universidades como Harvard y Oxford. Es coeditor de la Revista de Ideas Controvertidas, fundada en 2021 para publicar textos sobre temas éticos, políticos y sociales que cumplen estándares de calidad académica pero han sido rechazados por tratar temas sensibles o desafiar las estructuras convencionales de la academia.

¿Y las mujeres? Una lista desigual (aunque no tanto)

Carmen Pérez-Lanzac 

Sí, apenas hay pensadoras en esta clasificación. Los años de ausencia y de arrinconamiento también están presentes en este ranking. En un categórico primer lugar (aventaja en más de 50 puntos al segundo), tenemos a Judith Butler, que nació mujer pero tiene reconocido en su California natal el género no binario (ni hombre ni mujer). Su gran aportación filosófica, defender la subversión de la identidad, claro, le es cercana. Y en el puesto 7º, la filósofa Martha Nussbaum, que apoya la plena realización de todos y cada uno de los individuos. Por lo demás, la lista es un desierto en clave femenina.

Pero los diez primeros son la punta del iceberg. Hasta 288 pensadores han sido seleccionados. Y entre el puesto 11 y el 20 hay 7 mujeres: la ensayista estadounidense Naomi Klein (11º), la economista italiana Mariana Mazzucato (12º), la filósofa estadounidense Donna Haraway (16º), la socióloga francoisraelí Eva Illouz (17º), la feminista francesa Hélène Cixous (18º), la investigadora cordobesa Remedios Zafra (19º) y la filósofa estadounidense Wendy Brown (20º). La cosa mejora algo.

En Ideas estuvimos pendientes del equilibrio de género. El jurado lo conformaron 32 mujeres de un total de 56 personas. Mientras, queremos contribuir al avance hacia un top 10 equilibrado entre género, raza, clase y en el que los pensadores no procedan de una forma tan rotunda (9 de 20) de un solo país occidental, Estados Unidos.

El método y el jurado

Esta encuesta se realizó pidiendo a 56 expertos de diferentes ámbitos (historia, política, tecnología, academia, ciencia, periodismo) que eligieran a los que, a su juicio, son los diez pensadores vivos más influyentes de la actualidad. Los hemos ordenado en función del número de votos obtenidos.

El jurado estuvo compuesto por: Noelia Adánez, Jordi Amat, Irune Ariño, Olga Belmonte, María Blanco, María Blasco, Isabel Burdiel, Eurídice Cabañes, Victoria Camps, David Cano, Olga Cantó, Ana Carrasco-Conde, Ernesto Castro, Xavier Coller, Sonia Contera, Estrella de Diego, Mara Dierssen, Joaquín Estefanía, Lorena Fernández, Soledad Gallego-Díaz, Daniel Gascón, Gutmaro Gómez-Bravo, Pedro Carlos González Cuevas, Mariona Gumpert, Jordi Gracia, Óscar Horta, José María Lassalle, Lucía Lijtmaer, Paloma Llaneza, Laura Llevadot, Ramón López de Mántaras, Chantal Maillard, Carles Manera, Máriam Martínez-Bascuñán, Joan-Carles Melich, Enrique Moradiellos, Javier Moscoso, Paloma de la Nuez, Nuria Oliver, Anna Pagès, Marta Peirano, Ignacio Peyró, Alana S. Portero, Jahel Queralt, Juan Ramón Rallo, Clara Ramas, Joaquín Reyes, Sara de la Rica, Andrea Rizzi, Delia Rodríguez, Carlos Rodríguez Braun, Javier Rodríguez Marcos, Pere Rusiñol, Javier Santamarta, Marta Segarra y Natalia Velilla.

Los diez pensadores fetiche de la derecha

 Sergio C. Fanjul, "Los diez pensadores que más influyen en la derecha", en El País Ideas, 30 de junio de 2024:

La derecha vive en ebullición ideológica. Junto a los liberales y los conservadores de siempre, emergen nuevas derechas. Treinta expertos (políticos, historiadores analistas) eligen a sus intelectuales clave. Friedrich Hayek, Edmund Burke y Carl Schmitt encabezan la lista

Hace un año Ideas realizó una encuesta para dilucidar quienes eran los pensadores más influyentes en la izquierda actual. Las primeras posiciones fueron para Karl Marx y Judith Butler, que venían a representar, respectivamente, la raigambre clásica de la izquierda material y las nuevas tendencias de la izquierda posmaterial. Otros nombres fueron Hannah Arendt, Antonio Gramsci, Michel Foucault o Thomas Piketty.

Ahora llega el turno para la derecha, en la que, en un momento de crisis civilizatoria, se vive cierta ebullición ideológica y movimientos telúricos entre la rama liberal-conservadora tradicional y la emergencia de unas muy diversas nuevas derechas, replicando el modelo tradicional entre moderación y radicalidad.

Ni una ni la misma de siempre: las mil caras de la derecha 

Treinta expertos, entre políticos, académicos, periodistas o editores, de diferentes ámbitos ideológicos, han votado para hallar los treinta pensadores más influyentes en la derecha actual. La lista resume su diversidad ideológica, entre liberales, conservadores o teóricos de la nueva derecha. Los nombres resultantes, por orden de importancia, son estos: Friedrich Hayek, Edmund Burke, Carl Schmitt, Alexis de Tocqueville, Roger Scruton, Michael Oakeshott, José Ortega y Gasset, Ayn Rand, Raymond Aron y Alain de Benoist. Fuera de la lista de los 10 primeros, aunque cerca de sus límites, han resultado otros nombres de peso como Francis Fukuyama, Isaiah Berlin, Murray Rothbard, Milton Friedman, Ludwig Von Mises, Adam Smith, Joseph de Maistre, Joseph Ratzinger o Jordan Peterson.

Friedrich Hayek

(Viena, 1899-Friburgo, 1992). Nobel de Economía en 1974, de la Escuela Austriaca, defendió el liberalismo. Su obra cumbre es Camino de servidumbre, donde dice que el socialismo es un peligro para la libertad individual y conduce al totalitarismo. 

Por Juan Ramón Rallo

Economista, profesor universitario, ex director del Instituto Juan de Mariana y autor de obras como Una revolución liberal para España (Deusto) o Anti-Marx (Deusto).

La relación entre individuo y sociedad constituye el principal objeto de estudio de las ciencias sociales: qué significan ambos conceptos, cómo se entrelazan y cuándo entran en conflicto. La respuesta puede afrontarse desde dos enfoques extremos: colectivista e individualista. El primero entroncaría con la “izquierda” y el segundo, con la llamada “derecha” liberal y parte de la derecha conservadora. De ahí que no sea casualidad que Karl Marx, el intelectual que ha proporcionado una cosmovisión comunal más completa a estas preguntas, sea, según este mismo periódico, el pensador más influyente en la izquierda; y tampoco es casualidad que Friedrich Hayek, el científico que ha ofrecido una cosmovisión individualista más completa a estas preguntas, sea escogido como el pensador más influyente en la derecha.

Hasta cierto punto, Hayek fue el reverso anticolectivista de Marx. Allí donde Marx diagnosticaba alienación deshumanizante por someternos al mercado, Hayek demostraba que el hombre sólo puede ser libre dentro de una sociedad ordenada espontáneamente mediante reglas impersonales (cosmos) y no dentro de una organizada cartesianamente mediante mandatos coactivos (taxis); allí donde Marx denunciaba la naturalización del fetiche mercancía, Hayek celebraba la conquista civilizatoria y cooperativa que supone el intercambio global de bienes; allí donde Marx observaba anarquía productiva capitalista, Hayek descubría una engrasada coordinación productiva derivada de la eficiente transmisión de información por los precios de mercado; allí donde Marx atribuía racionalidad a la planificación colectiva, Hayek denunciaba fatal arrogancia descoordinadora e inconsciente de sus propias limitaciones cognitivas.

Hayek fue el gran teórico moderno de la individualidad: quien mostró por qué la sociedad, tratándose de mucho más que la suma de individuos, no es —ni debe ser— el resultado de la planificación central y teleocrática de un grupo de ingenieros sociales, sino el fruto evolutivo, emergente y no intencionado de las interacciones voluntarias de millones. Cómo la libertad individual sólo florece en el orden espontáneo de la Gran Sociedad y del mercado.

Edmund Burke

(Dublín, 1729-Beaconsfield, Reino Unido, 1797). Padre del liberalismo conservador británico y religioso, fue contrario a los cambios radicales. Lo demostró en Reflexiones sobre la Revolución Francesa.

Por Ignacio Peyró

Escritor y periodista, director del Instituto Cervantes de Roma, colaborador de EL PAÍS y autor de obras como Ya sentarás cabeza. Cuando fuimos periodistas (Libros del Asteroide) o Un aire inglés (Fórcola).

De Tocqueville a Churchill, el elenco de prohombres que ha alabado a Burke es tan abrumador que casi resulta más elocuente que lo criticara Karl Marx. Una primera mirada, en todo caso, alimenta el desconcierto: es un pensador ajeno a toda sistematización, inasequible al resumen, volcado en polémicas de su tiempo. Solo una segunda mirada nos permite ya intuir que con Burke el conservadurismo es más un temperamento, una predisposición, un conjunto de intuiciones, que un corpus o una teoría.

Eso no implica que Burke no dé titulares. Sujeción del poder. Respeto a las instituciones. Primacía de la ley. La política como adecuación de los principios a la medida de la realidad. Crítica de “la ligereza y ferocidad” de los ardores revolucionarios. Parlamentarismo frente a las ilusiones de la democracia directa. Y una dosis de modestia epistemológica —y de recurso al caudal de la experiencia humana— frente a la utopía.

Una serie de azares ha subrayado la lectura conservadora de Burke frente a la liberal. Ese liberalismo es obvio en su tolerancia, su apelación a la virtud o su defensa del libre comercio. Su milagro, en todo caso, es mostrar la viabilidad de la síntesis liberal-conservadora. Sabía que “un Estado sin medios para impulsar cambios es un Estado sin medios para su conservación”. Él mismo había estado toda su vida buscando reformas en la institucionalidad de su país para —tras la Revolución Francesa— ser su defensor más razonado. La mayor obra de Burke será esa: el largo siglo de primacía británica —de Waterloo al Catorce—, herencia de sus ideas.

Melancoliza pensar que Burke ha tenido poco eco estas décadas entre sus destinatarios del centro-derecha: no hay mucho Burke en el programa neocon, ni en los liberalismos meramente economicistas, ni en la marejada populista antitodo. Al menos siempre podemos consolarnos leyendo su extraordinaria prosa inglesa.

Carl Schmitt

(Plettenberg, Alemania, 1888-Plettenberg, 1985). Intelectual tradicionalista, escribió sobre el ejercicio efectivo del poder político. Fue activista nazi de 1933 a 1936. 

Por José María Lassalle

Doctor en Derecho, consultor y profesor de Filosofía del Derecho en la Universidad Pontificia de Comillas. Fue Secretario de Estado de Cultura y de Agenda Digital. Es autor de El liberalismo herido (Arpa).

Nada de lo que nos pasa puede entenderse sin Carl Schmitt. Sobre todo, si tratamos de analizar por qué la derecha sufre un brote extremista en su psique política que le lleva a arrebatos furiosos de populismo que impugnan la aspiración consensual y pactista de la democracia liberal. Para acertar la diagnosis hay que releer a Schmitt. En su obra se explican las causas de la polarización amigo-enemigo, de la inevitabilidad de la geopolítica o el auge del decisionismo. También aborda los motivos que llevan a los liderazgos por aclamación, a la sustitución de la democracia liberal por la populista o la derrota de la racionalidad deliberativa ante la emocionalidad, entre otros factores que concita nuestra realidad cotidiana. En todos ellos, Schmitt tiene algo que decir.

Pero nos equivocaríamos si pensáramos que lo que dice es algo que cae dentro de la dogmática derecha-izquierda. No, Schmitt la trasciende, aunque fue el teórico más importante de la llamada Revolución Conservadora del periodo de entreguerras en Alemania. Su reflexión es revolucionaria. Cuestiona el liberalismo como fundamento de la democracia y la racionalidad como el presupuesto moral de la estructura organizativa de la comunidad política. Para Schmitt, el liberalismo no sirve en momentos de excepción. Es decir, cuando la normalidad del mundo es sacudida por la complejidad de este y se precipita en la ruptura de la paz social. En realidad, Schmitt es el profeta del populismo y de la agitación emocional que arrastra a los pueblos a echarse en brazos de líderes abrasivos que les hablan desde el sentimiento y las vísceras políticas. Por eso, lo invocan todos los críticos de la democracia liberal. No importa el color político ni la latitud geográfica. Él siempre está ahí. Vivo y coleando. No falla cuando alguien dispara contra ella.

Alexis de Tocqueville

(Verneuil-sur-Seine, 1805-Cannes, 1859). Teórico del liberalismo conservador, es autor de La democracia en América, sobre el sistema político de EE UU. 

Por Javier Zarzalejos

Eurodiputado del PP y director de la Fundación Faes. Es autor de No hay ala oeste en la Moncloa (Península) y coordinador de Geografía del populismo (Tecnos).

Pocos clásicos tan contemporáneos. Su pronóstico de las sociedades democráticas vale por el mejor diagnóstico del presente. Sus vaticinios sobre el sentido de la historia, que anticiparon realidades sociales dos siglos antes, son título más que suficiente de bien ganada influencia.

El cotejo entre Marx y Tocqueville es tópico desde que Aron lo propuso. El primero, promotor de un movimiento que llegó a dominar una vasta extensión, una cárcel totalitaria. El segundo, de talante melancólico —un derrotado —, sobrevivirá en su obra y acabará prevaleciendo. La pretensión de Marx consistió en movilizar el prestigio de una ciencia mitificada. En las antípodas, Tocqueville atendió a los hechos, sin deformar la realidad con abstracciones; no idolatró ninguna mayúscula. Supo usar bien la razón: conocía sus límites. Combinó el sentido de la continuidad histórica con la disposición para estimar el futuro. Lúcido e implacable expositor de la obra revolucionaria de 1789, comprendió los valores permanentes de viejas instituciones como la monarquía y la arrolladora fuerza “providencial” del espíritu democrático. Concilió herencia y libertad.

Tras su viaje americano redactó su obra maestra. Escrita para una Francia convaleciente tras la sangría revolucionaria y napoleónica, estudia cómo edificar una democracia en libertad, sin tutelas de la guillotina y el sable. Paz, repudio de convulsiones frenéticas: es su propuesta. Es difícil ser amigo de la democracia, pero necesario. Solo con el principio democrático puede mantenerse la libertad. Moderación en todo, también en el entendimiento de la democracia. Ni con quienes rechazan su principio, la igualdad, por contrario a una desigualdad elevada de hecho a valor. Ni con sus amigos desmedidos, que deducen del principio de igualdad el imperativo de lograrla a martillazos. Tocqueville debería ser un referente de la derecha. Los liberales se reconocen en quien denunció la posibilidad de una “tiranía mayoritaria” sobre multitudes infantilizadas; los conservadores aprecian al teórico de la continuidad; los democristianos ven, en su asociacionismo voluntario, un esbozo de subsidiariedad y descentralización. Conjuga todas las voces de la derecha. No explayaré la salvedad sobre su deformación populista. Basta con leerle.

Roger Scruton

(Buslingthorpe, Reino Unido, 1944-Brinkworth, 2020). Defensor del tradicionalismo político, editó la revista política conservadora The Salisbury Review. 

Por Mariona Gumpert

Doctora en Filosofía por la Universidad de Navarra y columnista en varios medios y autora de Infodemics, posverdad y la sociedad que viene (Ciudadela).

Es el filósofo referente del pensamiento conservador británico y, desde hace unos años, de los conservadores de habla española. Existen otros muy relevantes, como Alasdair MacIntyre (proveniente del marxismo), Robert Spaeman, Joseph Pieper o Alejandro Llano que, por su abordaje más profundo de diferentes cuestiones son conocidos en la academia y no tanto por el público general. Quien desee profundizar en el pensamiento conservador deberá acudir a ellos, pues de este tipo de filósofos beben quienes, como Scruton, saben llegar al público general.

Una de las cosas más destacables de Scruton es su independencia de pensamiento: por sus ideas llegó a ser detestado tanto por los progresistas como por los políticos conservadores ingleses de su tiempo. Casi toda ideología halla puntos de encuentro con este pensador, motivo por el que el poeta y ensayista Enrique García-Máiquez (uno de los mejores conocedores de Scruton en España) lo ha calificado como el “máximo común conservador”. Los pensadores de izquierdas aprobarán su redefinición de la palabra economía. Partiendo de su etimología (oikonomía, donde oikos es casa o nación), hace hincapié en no olvidar que la economía tiene como objetivo el bienestar de la casa, de quienes la habitan.

Scruton se opone a los “conserva-duros”, concepto rescatado hace poco y motivo por el que se prefiere hablar ahora de “conservatismo” en lugar de “conservadurismo”. Como cuenta la fábula de Esopo, para que una persona se quite el abrigo es más sencillo que el sol caliente de forma agradable a que el viento sople sin piedad. El calor que ofrece el pensamiento de Scruton radica en su reivindicación del in medio, virtus, de la responsabilidad moral, de la defensa de la dignidad humana ante todo, las virtudes morales y cívicas y la belleza.

Michael Oakeshott

(Chelsfield, Reino Unido, 1901–Kent, 1990). Filósofo e intelectual conservador heterodoxo británico, es heredero de la tradición escéptica europea. Su obra fundamental es La política de la fe y la política del escepticismo. 

Por María Blanco

Economista, profesora de Historia e Instituciones Económicas en la Universidad CEU-San Pablo y autora de Las tribus liberales (Deusto) o Hacienda somos todos, cariño (Deusto).

Michael Oakeshott fue un filósofo británico que dedicó su trabajo a la filosofía política, la filosofía de la historia y la estética, entre otras cosas. Por definirlo en una sola palabra, era un pensador. Más allá de los temas estrictamente filosóficos, y especialmente a partir de 1940-1950, dedicó sus ensayos a analizar el mundo de la política. Y es aquí el campo en el que la derecha política occidental encuentra en Oakeshott un punto de apoyo, a su pesar.

¿Por qué a su pesar? Por dos razones.

En primer lugar, porque para Oakeshott la visión de lo que es el conservadurismo, etiqueta que se negó a aceptar, y la tradición no se corresponde necesariamente con el pensamiento de derecha. Se trata de una definición basada en el sentido común, y con alguna arista sobre la que reflexionar. La esencia del talante conservador que él propugnaba es la capacidad de disfrutar del presente, de vivir la vida tal y como nos llega día a día y de dedicarnos a actividades intrínsecamente valiosas. Y la tradición es simplemente una conversación con el pasado, para valorar lo bueno de lo heredado y mantenerlo. Es decir, no está en contra de la modernidad sino de la modernidad a toda costa y a cualquier precio.

En segundo lugar, porque para Oakeshott los partidos políticos no deben ser el fin último de la política. Defiende que es necesario ser consciente de los límites de la política y advierte repetidamente del peligro de que la política se imponga a todos los demás ámbitos de la experiencia humana. Lo más valioso en la vida humana no es la influencia, el poder, los logros o la carrera, sino el desarrollo de una sensibilidad personal que llega a través del aprendizaje.

En resumen, Oakeshott es un pensador escéptico que merece la pena ser leído.

José Ortega y Gasset

(Madrid, 1883-1955). Filósofo y catedrático de metafísica, es quizá el intelectual español de referencia del siglo XX. Escribió La rebelión de las masas y La España invertebrada. 

Por Pedro Carlos González Cuevas

Historiador y profesor del Departamento de Historia Social y de Pensamiento Político de la UNED, y autor de Historia de la derecha española (Espasa).

Como ha señalado el historiador israelí Tzvi Medin, la figura de José Ortega y Gasset se ha convertido en un referente identitario de lo español. A ese respecto, la interpretación de su pensamiento político sigue siendo objeto de controversia. En nuestra opinión, el filósofo madrileño fue, sin duda, un liberal conservador, en permanente diálogo intelectual con las nuevas tendencias filosóficas e ideológicas nacidas de la crisis finisecular del racionalismo. En sus escritos se expresa la mayoría de los motivos del pensamiento conservador: el realismo político e histórico, el sentimiento del valor de la continuidad frente a los planteamientos revolucionarios; la crítica al racionalismo político; una teoría de la nación como empresa integradora, abierta a planteamientos europeístas y, finalmente, un sentimiento fuertemente elitista de la sociedad en el que las minorías están llamadas a dirigir a las masas. Sin embargo, su pensamiento tuvo dificultades de difusión entre el conjunto de las derechas por el proclamado agnosticismo religioso del filósofo.

A ojos de las derechas confesionales, que eran la mayoría, Ortega era un conservador heterodoxo, a quien se alababa por sus planteamientos antirrevolucionarios, pero se criticaba su desdén hacia el rol social de la Iglesia católica. No obstante, su influencia en la ideología de Falange Española fue reconocida por el propio Ortega. Durante el régimen de Franco, sufrió críticas de los sectores eclesiásticos y tradicionalistas, pero fue defendido por sus discípulos conservadores: del Corral, Maravall, Julián Marías, Laín Entralgo, o, desde la derecha tradicional, por Fernández de la Mora. Sin embargo, tras el Concilio Vaticano II y la crisis epistemológica y política del nacional-catolicismo, los planteamientos orteguianos pudieron gozar, y gozan, de más influencia en las derechas españolas.

Ayn Rand

(San Petersburgo, 1905-Nueva York, 1982). Filósofa y escritora, defensora de la libertad y del  laissez faire. Considera el egoísmo una virtud y el altruismo un pecado.

Por Antonella Marty

Politóloga y diplomada en Física. Autora de El manual liberal e Ideologías (Deusto).

Abiertamente atea, defensora del aborto como un derecho moral de la persona gestante, partidaria de la eutanasia y de la legalización de las drogas. Si Ayn Rand estuviera viva, los conservadores y la nueva derecha le colocarían el título de “zurda”, “marxista cultural”, “bruja”, “hereje” o “liberprogre”. No me quedan dudas.

El objetivismo, nombre que Rand le puso a su conjunto de ideas, es una filosofía que defiende la realidad objetiva, la razón como forma de conocimiento, el interés individual en la ética y el libre mercado en economía. Tal vez sea solamente por esto último y por sus críticas al comunismo soviético que algunos partidarios confundidos de la nueva derecha la “usen” (y luego la desechen o la excluyan, como hizo su círculo “liberal” en su época).

Por eso para defender su legado creo importante remarcar que Rand fue abiertamente crítica con los conservadores, sosteniendo que estos abogan por el control gubernamental sobre el ser humano, sobre su conciencia, ya que defienden un derecho estatal a determinar unos valores morales “ideales”, a implementar un establishment gubernamental de la moralidad. Rand los llamó “místicos del espíritu”.

En su último discurso, en el año 1981, Ayn Rand hizo una enfática crítica a Ronald Reagan, el gurú de la nueva derecha, y a la llamada “mayoría moral” a la que apelaba el expresidente estadounidense, incluido lo que la autora llamó “el más falso de sus lemas”, que era la afirmación de que son “provida”.

Rand fue crítica no solo con la unión entre la religión y la política (esa relación que hoy obsesiona a Javier Milei), sino también con la religión como tal. Si, como decía Ayn Rand, Estados Unidos es el primer país basado en el concepto de libertad, Donald Trump no lo representa ni lo entiende. Y no cabe duda que hoy sería la primera en levantar la voz contra todos los populistas de derecha que con nacionalismo y religión están brotando en Europa y a lo largo del mundo, al estilo de Santiago Abascal, Marine Le Pen o Giorgia Meloni, comenzando por la frase que plasmó en su obra La virtud del egoísmo (1964): “El racismo es la forma más baja y primitiva del colectivismo”.

Raymond Aron

(París, 1905-1983), Sociólogo, filósofo y comentarista político, sobre todo en la segunda posguerra mundial, es autor de Democracia y totalitarismo (1965).

Por Aurora Nacarino-Brabo

Periodista, politóloga y diputada del Partido Popular, es coautora de Anatomía del Procés (Debate) y El porqué de los populismos (Deusto).

Fue una boutade muy del gusto de la intelligentsia marxista repetir que era mejor equivocarse con Sartre que acertar con Aron. La ideología ya había sido la excusa antes, para eludir el compromiso con una democracia que pedía auxilio en Weimar y que finalmente sucumbió a los fascismos, mientras en los salones de la izquierda burguesa se escuchaba aquella frivolidad, “ni nazismo ni capitalismo”, primero desde esa buena fe protegida por la ignorancia, después ya sin desconocimiento del horror que pudiera eximir de culpa.

Se podría defender que Aron se alejó de la izquierda sin dejar de ser nunca otra cosa que un hombre de izquierdas. Traicionó a los “clérigos” de la militancia, pero no por conservador, sino por liberal. No podía ser su izquierda aquella que gritaba con Sartre: “Las derechas son los salauds (cabrones)”. Prefirió siempre la travesía sin puerto de arribada que impone la persecución de la verdad a esa moral que prefigura una verdad sin búsqueda: una revelación. Groethuysen dijo de él que quería “arrancarle a la Historia el secreto”, y cuánto impresiona hoy, en los días de la posverdad y el relato.

El respeto que guardo por Marx es legatario del respeto con que Aron nos lo explicó: sin los ardores del creyente y sin la aversión del que creyó y ha perdido la fe. Y su democracia sigue siendo la mía: la que exige la constitucionalidad del poder y sabe que la voluntad que no está sometida a un entramado de instituciones y leyes conduce a la tiranía. O dicho de otro modo: la que entiende que democracia y Constitución son inextricables, simbióticas, como el alga y el hongo que forman el organismo único al que llamamos liquen. La democracia no es mejor por el poder con que bendice a los vencedores, sino por la dignidad que brinda a los perdedores.

Qué puedo decirles: Aron me acompaña, en cada titular de prensa, en cada sesión parlamentaria, aunque no me proporciona ningún consuelo; acertar con Aron sigue dando miedo.

Alain de Benoist

(Saint-Symphorien, Francia, 1943), Autor de La nueva derecha, impulsó la derecha francesa siguiendo postulados de Antonio Gramsci, pero contra la izquierda.

Por Antonio Ribera

Catedrático de Historia Contemporánea en la UPV y exdiputado socialista en el Parlamento Vasco, es autor de Historia de las derechas en España (Catarata).

Si la Nueva Izquierda se internacionalizó coincidiendo con la crisis cultural de 1968, algo similar ocurrió con la Nueva Derecha, particularmente en Francia. En ese contexto se destacó la reflexión filosófica de Alain de Benoist (1943), convencido también de la primacía de la parapolítica sobre la política tradicional. Si el poder se disputaba en este segundo ámbito (electoral, partidario, putschista), el influjo permanente sobre la sociedad se resolvía en la capacidad para ser hegemónico en las convicciones cotidianas. Un pensador tradicional, de derechas, abrazaba las viejas tesis del comunista Antonio Gramsci sobre la cuestión. Porque lo que entablaron Benoist y la Nueva Derecha entonces fue un combate por los valores, eso que llamamos hoy “batalla cultural”. Convencidos de que la izquierda jugaba ahí con ventaja, procedieron a cuestionar la unanimidad progresista liberal poniendo en la picota verdades indiscutibles para sus opositores como el progreso, el utilitarismo, el cosmopolitismo, los derechos humanos universales, el liberalismo y el capitalismo. Y todo desde la intención de sustituir argumentalmente a la izquierda, no de compartir criterios con ella, de lo que acusaban al conservadurismo tradicional.

Se trataba de desplegar una estrategia moderna y abierta para sostener el bloque de valores de la derecha histórica. Una corriente difícil de encapsular porque ni era la reacción providencialista y pasiva clásica ni el conservadurismo liberal de siempre, pragmático, poderoso y descreído. Por eso Benoist no ha encajado como intelectual en los partidos franceses (o europeos) de la extrema derecha y algunos de sus postulados les rechinan (su ajenidad religiosa). Sin embargo, no por ello deja de celebrar la crisis de la democracia liberal y la emergencia del populismo iliberal, los soberanismos estato-nacionales y una cólera desde abajo que acabe con la vieja civilización occidental anglosajona.

El método y el jurado

La encuesta de Ideas se realizó pidiendo a 30 expertos de diferentes ámbitos (academia, política, edición, periodismo) que eligieran a los que, a su juicio, son los 10 pensadores (de cualquier época) más influyentes en la derecha hoy en día. Los hemos ordenado en función del número de votos obtenidos.

El jurado estuvo compuesto, en orden alfabético, por: Pablo Batalla, María Blanco, Paloma de la Nuez, Alicia Delibes, Roger Domingo, Joaquín Estefanía, Steven Forti, Pedro Carlos González Cuevas, Cecilia Güemes, Mariona Gumpert, Pedro Herrero, José María Lassalle, Gregorio Luri, Máriam Martínez-Bascuñán, Valentina Martínez Ferro, Antonella Marty, Rocío Monasterio, Aurora Nacarino-Brabo, Macarena Olona, Ignacio Peyró, Elena Postigo, Manuel Quesada, Miguel Ángel Quintana Paz, Juan Ramón Rallo, Antonio Rivera, José Luis Rodríguez Jiménez, Edurne Uriarte, Fernando Vallespín, Jorge Vilches y Javier Zarzalejos.

miércoles, 20 de noviembre de 2024

Entrevista a José Mujica, expresidente de Uruguay

José ‘Pepe’ Mujica: “Le pido a la vida que me permita seguir ladrando un poco”

A los 89 años, el expresidente de Uruguay ha vencido al cáncer. En esta entrevista con EL PAÍS, realizada en su casa rural de Montevideo, donde aún se recupera de las secuelas del tratamiento, habla de la vida y la muerte, el rencor, la felicidad y su legado político

Entrevista con Pepe Mujica

Rincón del Cerro (Montevideo), El País, 17 nov 2024

En una tarde de 1970, José Pepe Mujica conversa con otros hombres en una mesa del bar La Vía de Montevideo. Un parroquiano reconoce que son guerrilleros Tupamaros y los delata. La policía rodea el lugar. Mujica recibe seis disparos. En el Hospital Militar lo atiende un cirujano que “era un compañero, un tupa por abajo”. “Me da un balde de sangre y me salva. Es como para creer en Dios”, dice Mujica. 54 años después, está sentado en el pequeño salón de su casa rural de Rincón del Cerro, a 15 kilómetros de la ciudad, rodeado de libros, pequeñas esculturas, cuadros y fotografías. Hay una estufa a leña, un televisor pequeño y un par de sillas dispares. Una luz blanca cuelga del techo. Sobre una mesilla hay un vaso de agua y pañuelos de papel. Mujica se levanta la camisa celeste y muestra la gasa que cubre el orificio por donde lo alimentan. “Él es tan raro… Tiene nueve tiros. Cuando le pusieron el cañito encontraron el agujero de un viejo balazo y se lo pasaron por ahí”, dice su esposa, Lucía Topolansky, exvicepresidenta, senadora y diputada.

Mujica se recupera de un cáncer de esófago. “Me dieron 31 bombazos [de rayos] a las siete de la mañana todos los días. Lo hicieron mierda [al cáncer], pero me dejaron un agujero así [con los dedos dibuja un círculo grande como una naranja]. Ahora el agujero se tiene que rellenar y yo soy un viejo, tengo 89 años. Hasta que no esté tapado no puedo comer. Hay que mimosearlo hasta que endurezca”.

No oculta su mal humor por las secuelas de la enfermedad, que lo dejan “sin energía”. Pero minutos después será el Mujica de siempre, el político y el filósofo. Un anciano vivaz que mira fijo con sus ojos claros pequeños y a quien es imposible no escuchar con cierto embeleso. Él mismo se define como “un bicho raro” aunque, en tiempos donde abundan los estilos estridentes de los Donald Trump, los Javier Milei y los Jair Bolsonaro, escuchar a Mujica resulta un bálsamo: compone con las palabras, elige los tonos, mide las intensidades.

“En el fondo soy un campesino”; “le di un sentido a mi vida, moriré feliz”; “tengo el destino de la vanguardia”; “la cultura es hija del boludeo”; “me dediqué a cambiar el mundo y no cambié un carajo”. Mujica dispara frases como aforismos durante la conversación; dos horas en las que hablará de las elecciones presidenciales en su país, de los jóvenes, de sus colegas presidentes, de la extrema derecha y la izquierda, del rencor y de la muerte. Y también de la felicidad. “Le vamos a sacar fotografías mientras habla. ¿Le molesta?”, le preguntamos. “Más me sacó la policía”, responde con picardía.

Pregunta. ¿En algún momento de la vida se le pierde el miedo a la muerte?

Respuesta. La muerte es una señora complicada, que no perdona, que está siempre ahí. Pero, si no existiera la muerte, la vida no sería tan sabrosa, sería un aburrimiento. La muerte hace de la vida una aventura. El único milagro que hay en el mundo para cada uno de nosotros es haber nacido. ¿Por qué? Porque había 40 millones de probabilidades de que naciera otro y te tocó a vos. Pero como vivir es cotidiano, no le damos valor. Es la cosa más valiosa, la aventura de estar vivo. La gran pregunta es en qué gastamos el tiempo en nuestra vida. Porque si se nos va... ¿Cuál es el sentido de nuestra vida? Esa es la gran pregunta personal.

P. ¿Encontró el sentido de la suya?

R. Yo me dediqué a cambiar el mundo y no cambié un carajo, pero estuve entretenido. Y he generado muchos amigos y muchos aliados en esa locura de cambiar el mundo para mejorarlo. Y le di un sentido a mi vida. Me voy a morir feliz, no por morirme sino por dejar una barra que me supera con ventaja. Nada más. No tuve una vida al pedo, porque no gasté mi vida solo consumiendo. Gasté soñando, peleando, luchando. Me cagaron a palos y todo lo demás. No importa, no tengo cuentas para cobrar. Con Lucía gastamos nuestra juventud en toda esta aventura de vivir.

La actualidad política es la adrenalina de Mujica. Por eso no puede evitar referirse a las elecciones. Se lanza sobre el asunto casi sin que le pregunten. Uruguay elegirá presidente el 24 de noviembre, en una segunda vuelta entre el conservador Álvaro Delgado, apadrinado por el presidente, Luis Lacalle Pou, y el candidato del Frente Amplio, Yamandú Orsi, el hombre de Mujica que se quedó con la primera vuelta con el 44% de los votos. “Podemos ganar. No es fácil, pero podemos ganar porque tenemos un buen candidato. Hicimos una buena campaña”, dice.

P. ¿Qué piensa de figuras ultras como Trump, Milei o Bolsonaro?

R. Lo de ellos es la culminación de la prédica ultraliberal que se transforma en libertaria. Si el liberalismo es eso, es una mugre. El liberalismo nos trajo el espíritu de relaciones adultas, de respeto a vivir con diferencias; creó una cultura. Ellos reducen el liberalismo a un recetario económico.

P. ¿Se puede frenar el avance de la ultraderecha?

R. La clave está en la moral. El problema es que nos toca vivir una época consumista, donde pensamos que triunfar en la vida es comprar cosas nuevas y pagar cuotas. Con lo cual estamos construyendo sociedades auto explotadas. Porque vos terminás, tenés un trabajo y te inventás otro porque necesitas más plata. Tenés tiempo para trabajar, pero no para vivir. El mundo está muy lejos de una sobriedad que le garantice tiempo libre para vivir. En mi país somos tres millones e importamos 27 millones de pares de zapatos. Ni que fuéramos ciempiés, es de locos. ¿Nacimos para trabajar nomás? Vos sos libre cuando haces con tu vida lo que a vos se te antoja, que de repente es boludear. ¿Entendiste? Porque la cultura es hija del boludeo.

Para llegar a la chacra de Mujica hay que tomar una carretera de cuatro carriles, luego un camino asfaltado estrecho y enseguida uno de tierra. A unos 200 metros, a mano izquierda, está el Quincho de Varela, punto de reunión de los militantes del Movimiento de Participación Popular, el MPP; más adelante, la escuela rural construida con el dinero que Mujica donó de su salario como presidente. Una tranquera de madera oculta entre las plantas abre a un sendero arbolado. A la derecha, el banco de tapitas de gaseosa en el que sentó en 2015 al rey Juan Carlos. “Tuviste la desgracia de ser rey, te pusieron arriba de un florero”, le dijo entonces. A la izquierda, una galería oscura repleta de cajones con maíz protege la puerta de la casa. La sala donde Mujica pasa la mayor parte del día tiene unos dos metros de ancho por cuatro de largo. Una biblioteca atiborrada la separa de una cocina de campo donde hay una mesa grande con cuatro sillas. Topolansky habla allí por teléfono con alguien a quien da indicaciones sobre cuestiones políticas y su conversación se mezcla con la entrevista. Donde ahora está el sillón de Mujica hubo hasta hace unos días una cama de hospital. “En la habitación no entraba”, dirá más tarde Topolansky.

P. Usted encontró la felicidad en vivir con muy poco…

R. En vivir con sobriedad, porque cuanto más tenés, menos feliz sos.

P. Pero el mundo parece ir en sentido contrario.

R. El mundo va hacia el híper consumo, porque está regido por una ley: multiplicar el consumo de la gente, porque eso es lo que asegura la acumulación. Compre esto, compre lo otro. Nos bombardean, el marketing es un veneno. Te domina, compre esto, compre lo otro. Y eso no es vivir.

P. ¿Y qué es vivir?

R. Vivir es amar, es tener el placer de estar al pedo [perdiendo el tiempo] con otro. Vivir es, cuando sos anciano, jugar al truco con los amigos, hablar de recuerdos. En cada edad hay una escala de sentimientos. Cuando sos joven el amor es volcánico. Cuando sos anciano, es una dulce costumbre. Pero todo eso lleva tiempo, hay que cultivarlo. La relación con los hijos lleva tiempo, lo que más precisa un gurí es cariño y no tenemos tiempo para eso. Que se arregle como pueda. Yo soy un estoico, filosóficamente hablando. Mi definición puede ser la de Séneca: ‘Pobre es el que precisa mucho’. O la de los aymara. ¿Sabés qué es un individuo pobre para los aymara? El que no tiene comunidad, el que está solo.

P. Permítanos una imagen para pensar en la soledad: sus años de cautiverio en una celda minúscula, solo durante semanas.

R. Aprendí a caminar legua adentro, para allá y para acá. Y aprendí el oficio de la misantropía, que me quedó hasta hoy. Hablo mucho conmigo mismo, no me lo pude sacar más. Para mantenerme cuerdo, me puse a recordar cosas que había leído, cosas que había pensado cuando joven. Yo cuando era joven leía mucho. Después me dediqué a cambiar el mundo y ahí no leí nada. No pude cambiar el mundo, pero aquello que había leído de joven me sirvió. Porque una cosa es leer y otra cosa es rumiar lo que has leído. Hoy ando por el campo con el tractor y la cabeza me va dando vueltas. Tengo ojos para ver los teros, para ver los horneros, para ver los ciclos de la naturaleza. En el fondo soy un campesino. Hablo con el que llevo adentro y eso me rescató cuando caí preso y estaba en soledad. Entré a recordar y a recordar y a recordar.

P. ¿Hemos perdido la capacidad de hablar con nosotros mismos?

R. Por culpa de la civilización digital, que va avanzando cada vez más. Yo no lo hice por descubrimiento, lo hice por necesidad. Estaba solo, no tenía nada para distraerme. Entonces acudí a lo que tenía adentro y me encontré con un tesoro: con el tesoro de mi juventud.

El MPP se acomodó a la etapa democrática de inmediato. Y encontró en Mujica a un dirigente carismático. Al inicio, dice Mujica, el partido apoyaba desde la calle a candidatos de otros partidos integrantes del Frente Amplio, como el Partido Comunista y la Democracia Cristiana. “Después hubo una voltereta y los compañeros se calentaron, porque los que arrimábamos a la gente éramos nosotros. Decidieron que alguno de nosotros tenía que ir al Parlamento y me eligieron a mí”, cuenta. Mujica se convirtió en diputado en 1994, en el que fue su primer cargo electivo.

P. Fue muy famosa su imagen llegando al Parlamento en moto.

R. En aquella época iban todos de traje y corbata y yo iba con un jean y en mi moto. Recuerdo que el primer día veo que hay como un alero y se me ocurre dejarla ahí. Enseguida se transformó en el garaje de las motos. Y lo sigue siendo hasta hoy. Fue la obra más positiva que hice en el Parlamento. [Risas]. Increíble, increíble. Además, hubo un periodista que inventó que un milico [militar] me había preguntado si me iba a quedar mucho tiempo y que yo le respondí que ‘cinco años, si me dejaban’. Eso no existió, pero desmentirlo fue inútil. En el mundo entero caminó eso, porque era una mentira genial.

P. En 2009 ganó las elecciones generales con el 54,6% de los votos ¿Se aprende a ser presidente?

R. Eso es una cagada, porque llegás y te encontrás con cosas que no tenés ni idea. Es horrible. Yo primero fui ministro de Ganadería [en 2005, con el Gobierno de Tabaré Vázquez]. Y cuando ganamos las elecciones fui a hablar con los que eran ministros. No me dieron ni una hojilla así. Pero en cuanto vos llegás tenés que discutir la ley del presupuesto. Decí que había un contador [contable] de esos que tienen la camiseta del Estado puesta, que nos dio una mano. Si no, estábamos hasta ahora.

Cuando Mujica dejó la cárcel en marzo de 1985, ya en democracia y después de 13 años preso, sabía que quería comprar una finca en el campo, lejos de la ciudad. “Salimos con Lucía en bicicleta a buscar un lugar. Andábamos recorriendo por todos lados y una tarde entramos por ese camino. Estaban regando. Y yo le dije ‘me parece que nos quedamos acá’. Fue ella a hablar”, explica. “Al salir de la cárcel él se puso en un predio a plantar flores y yo me metí a trabajar en una cantina”, dice Topolansky, “así íbamos juntando pesitos y teníamos un poquito de plata. Entregamos eso y después hicimos cuotas”. En enero de 1986, la pareja estaba mudada. No se fueron nunca más, ni cuando Mujica fue presidente.

P. ¿Por qué se quedaron en la chacra?

R. El Estado me daba un palacete que tiene cuatro o cinco pisos, que para tomar un té tenía que hacer una expedición. Entonces decidí quedarme acá. Yo sé que soy un loco en el tiempo de hoy, pero no tengo la culpa del mundo en el que vivo.

P. ¿Se sorprendía durante sus giras internacionales del protocolo de sus pares?

R. Les tomaba el pelo, porque se complicaban la vida al pedo [sin necesidad]. Porque cuanto más cacharros tenés, más líos tenés. Y más lugares donde te van a afanar [robar].

P. ¿Y qué le decían los presidentes?

R. Me respetaron mucho, pero me tenían por un bicho raro. Cuando fui a hablar con el rey de Noruega [en 2011] me estaban esperando con una corbata. Cuando llego le digo a la delegación: ‘Media vuelta y nos vamos”. Y el tipo echó para atrás, se guardó la corbata y yo fui a hablar con el rey. No estoy en contra de la corbata, sino de que te la impongan. Si a vos te gusta ponerte la corbata, ponete la corbata o ponete un calzón colgado del cogote, hacé lo que se te cante. Y después te ponen una alfombra roja y tenés que caminar como cinco cuadras. Y están los tipos que tocan la corneta. Es feudal eso.

P. ¿Qué líder mundial lo cautivó más?

R. [El brasileño] Lula [da Silva], del cual soy amigo hasta hoy. Y curiosamente, de Barack Obama tengo que hablar bien.

P. ¿Por qué “curiosamente”?

R. Porque era un tipo inteligente y hablaba. Yo estuve tres veces con él y tuve conversaciones muy interesantes. Me reconoció cosas. Le digo que tiene que dar una mano para desarrollar Centroamérica, no frenar la inmigración. Y me dice: ‘Usted tiene razón, pero vaya a convencer a los republicanos acá’. El tipo veía los problemas. Recuerdo que le dije ‘vete de Afganistán’, porque Alejandro Magno se tuvo que ir de Afganistán y hay que ver quién era Alejandro Magno. Hay lecciones que son históricas. No se fueron, y cuando se fueron hicieron un papelón. Pero el tipo lo veía. Además, me hicieron una distinción muy grande. Cuando asumí, mandaron a la señora [Hillary] Clinton, que era la jefa del Departamento de Estado. Siempre mandan a un embajador común y chau. Tal vez les llamó la atención que yo era el guerrillero que estuvo preso y llegó a la presidencia. Había ahí un poco de mística.

P. No era lo habitual que un exguerrillero de izquierda mantuviese buenas relaciones con Estados Unidos.

R. Sí, pero me pidieron hasta un favor. Había un prisionero norteamericano en Cuba que estaba enfermo y tenían miedo de que se muriera. Obama quería mejorar la relación con Cuba, pero estaba ese obstáculo. Fui a hablar con Raúl Castro y le planteé el problema, le dije que les convenía sacarse al prisionero ese de encima. Recuerdo otro encuentro en Cartagena, durante una cena de presidentes [en 2012]. Me agarran y me dicen: ‘Usted se tiene que sentar acá'. Una mesita con cuatro sillas. Bueno, ahí vino el presidente de Colombia [Juan Manuel Santos]. Y después vino… ¿Quién vino al lado mío? ¡Obama! Para hablar conmigo. ¡A la flauta esto! Bueno, ahí estuvimos hablando un rato. Después cuando fui a Estados Unidos me recibieron en la sala esa [el salón Oval]… que es una mierda. No sé por qué le hacen tanta fama.

P. En Brasil está su amigo Lula, pero también tenemos a Milei en Argentina y la crisis en Venezuela no deja de escalar. ¿Cómo ve la deriva de América Latina?

R. El panorama es, desgraciadamente, complicado. Porque nos juntamos muy poco y no existimos en el mundo. Tuvimos una oportunidad con Lula, que es una figura de carácter mundial y tiene cierto prestigio, pero no lo usamos a Lula. En la política internacional nosotros no servimos ni el café. Tenemos que juntarnos para defendernos, pero la agenda nacional nos chupa todo el tiempo. Con la pandemia por la covid no tuvimos ni una reunión de presidentes, ni siquiera nos llamamos por teléfono. Y teníamos el problema de defender la vida de la gente. Más estúpidos no se puede ser.

P. Pensemos en Rafael Correa, Cristina Kirchner, Evo Morales, el mismo Lula. ¿Por qué estos líderes no han encontrado herederos?

R. Me aburrí de decir que el mejor dirigente es aquel que cuando desaparece deja una barra que lo supera con ventaja. Porque la vida continúa y la lucha continúa, no termina con nosotros. El dirigente debe sembrar y dar oportunidades para que lo sustituyan. Yo sé que sigo siendo una figura de mucho peso, pero abrí la cancha. Ahora, lo que va a pasar en el futuro, yo qué sé. Yo trataré de que mis compañeros no se sientan coaccionados, que manden y manejen la organización. Por ahora, he tenido éxito con eso. Mi fuerza política fue la más votada en las elecciones.

P. Hace tiempo dijo que a la política le faltaba incorporar el amor. ¿Alguna vez lo tuvo?

R. La política tuvo en el pasado grandes gestualidades de compromiso. Había épica, pero eso ya no existe más. Le planteo la vez pasada al presidente [Luis Lacalle Pou] que tenía que poner parte del sueldo y obligar a la burocracia a que pusiera algo, un 4% o 5 %, para viviendas para los más pobres. Me dijeron de todo. Yo le di más de medio millón de dólares al Plan Juntos [para la construcción de viviendas]. Si estás peleando por la igualdad tenés que tener la delicadeza de sacar algo de tu bolsillo y compartirlo con los que están más jodidos.

P. ¿Cómo definiría la política?

R. La política no es un negocio, es una pasión. O se tiene o no se tiene. Los que estén buscando la ventaja económica que se dediquen al comercio, a la industria. Que ganen, paguen impuestos y que les vaya bien. Pero no entreveren la política con eso, porque no es para hacer plata. Eso es lo que nos está matando.

En su libro José Mujica: La revolución tranquila, Mauricio Rabuffetti describe los años en prisión del expresidente como tiempos de gran sufrimiento. “Fue torturado de forma brutal y sistemática, física y psicológicamente”, escribe Rabuffetti. “Sufrió golpes y humillaciones. Estuvo a media ración de alimentos y agua. Se enfermó de los intestinos y los riñones. Pasó períodos de tiempo imposibles de establecer con exactitud sin contacto con seres humanos. Perdió sus dientes. Su cuerpo llegó al límite de lo soportable. Su psiquis también”. Mujica, sin embargo, nunca buscó desde el poder avanzar sobre sus carceleros, una decisión que le trajo agrias discusiones con las organizaciones de víctimas de la dictadura.

P. ¿Por qué decidió dar vuelta la página?

P. Yo no doy vuelta a la página; no me gasto en cobrar, que es distinto. No se vive de recuerdos y hay cosas que no se pueden cambiar, que son como son. En la vida hay heridas que no tienen cura y hay que aprender a seguir viviendo. Yo sé que hay gente que no me va a acompañar, pero opto por una posición más inteligente y menos sentimental. Por eso no usé el poder para condenar a milicos [militares]. La justicia funcionaba y lo que decidía la justicia estaba bien. Hay gente que hubiera querido más, pero no vamos a cambiar la realidad del pasado, me preocupa lo que viene. Tenemos que buscar que el ayer no nos ponga un obstáculo para el futuro. Yo sé que eso es de una cabeza demasiado inteligente que se pelea con los sentimientos.

P. ¿Hablamos de cerrar heridas?

R. Hay heridas que no cierran y hay que aprender a vivir con ellas.

P. ¿Tiene muchas heridas abiertas?

P. Por supuesto que tengo heridas abiertas, tengo cosas inolvidables, pero no las voy a cobrar. Estuve siete años encerrado en una pieza más chica que esta. Sin un libro, sin nada para leer. Me sacaban una vez al mes, dos veces al mes, a caminar por un patio media hora. Siete años así. Después estuve cinco años más y me dejaban leer ciencias, física, química. Estuve a punto de ponerme loco. Si voy a cobrar las que tengo para cobrar... Dios me libre.

P. ¿Se queda con alguna deuda?

R. ¡Ah! La mente humana sueña mucho más que lo que puede concretar. ¡Ah, hermanito! Hacé memoria en tu cabeza y después me contás. Es así. Logramos algo, pero nos queda mucha cosa en el tintero.

P. ¿Qué les dice a los jóvenes?

R. Que la vida es hermosa, pero que hay que buscar una causa para vivir. No necesariamente la mía, pero hay que tener una causa. Puede ser la música, la ciencia, cualquier cosa. ¿Vivir para pagar cuotas? Eso no es vivir. Porque vivir significa soñar, creer en algo superior, en algo creativo. Que nos irá bien, que nos irá mal, regular.

P. Parece haber una contradicción. En este escenario de desapego que usted plantea es una de las personas más escuchadas.

R. Escuchado, pero no seguido. ‘Es un loco bárbaro, macanudo, pero no sigo la de él’.

P. ¿Por qué cree que se lo escucha, entonces?

R. Porque en el subconsciente saben que tengo razón, pero no pueden. Están prisioneros por el peso de la sociedad consumista en la que vivimos. Hay gente que piensa y dice ‘el viejo tiene razón’, pero ‘marche preso’. Tengo el destino de la vanguardia.

P. ¿Qué le pide hoy a la vida?

R. Que me cure de esta mierda que tengo. Y que pueda seguir ladrando un poco, dando algunas ideas.