Francisco Nieva, "Don Quijote demolido", en La Razón, 8-VII-2015 (lo he copiado, no está en la red):
Corren tiempos extraños. Mientras en una parte del mundo dinamitan monumentos históricos, aquí se "traduce" al castellano moderno y coloquial "El Quijote", ni más ni menos. ¿Para qué? ¿Para que lo conozcan los que apenas comprenden lo que leen? Se trata de descervantizar a Cervantes para que lo entiendan los jayanes y los brutos, dándoselo bien masticado. Siempre ha habido Quijotes para niños y ahora los habrá también para ignorantes. A propósito de esta traducción del Quijote al idioma paleto -o cateto-, me viene a las mientes la que hizo al francés Louis Viardot, que decidió escribir en un francés romance, algo arcaizante, para colorear de extrañeza y exotismo el texto cervantino. Para acometer semejante empeño se leyó completa la obra de Montaigne. Y dio en el clavo, sugestionando seriamente al lector con la sensación de estar descubriendo y comprendiendo una pretérita joya de la literatura universal. Y "El Quijote" se distingue por la constante cita al lenguaje pomposo y arcaico, varios capítulos comienzan ironizando y "pasticheando" aquel mismo lenguaje. Esta es su gracia y su atractivo singular, su vertebración artística, su juego. Nuestro atrevido traductor desnoveliza la novela y le rompe la espina dorsal, la flexibilidad de a lengua; rompe con su motivación principal, que es dar por inútiles los relatos caballerescos que en tiempos fueron inmensamente populares. Tanto, que hasta Teresa de Ahumada, nuestra doctora religiosa y mundialmente celebrada y venerada como Santa Teresa de Jesús, escribió, aun muy jovencita, una novela de caballerías. Cada gran escritor inventa o adopta su lenguaje con le mero propósito de subyugar al lector a favor de su cuento. "El Quijote" es todo un esforzado cálculo embaucador para dotar a su relato de un clima propio y singular, lo que persigue toda novela. Hasta Valle-Inclán en su "Ruedo Ibérico" se despacha con todo un capítulo en caló, el lenguaje propio de los gitanos. Recuerdo que en los años 30 del pasado siglo un gracioso escritor, Diego San José, hacía pastiches cervantinos muy celebrados por el público lector. Lo que hoy sería comparable a la implantación de Alatriste y su caballeresco proceder. Nada suponen para el ignorante estos antecedentes culturales y nunca sabrá el porqué de este magistral texto cervantino ni de su entrañable disposición estética, lírica y filosófica. Es como echar de comer margaritas a los puercos, además de brindarles una ruina literaria sin la menor eficacia, el total destrozo de una obra de arte de lo más ejemplar.
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