He pasado muy buenos ratos con los tebeos e historietas de la Editorial Bruguera. Tal vez, incluso, a ellos debo mi afición a leer. Desarrollaron no sólo mi imaginación, sino la de miles de niños en una época confusa, plana y huérfana como era la de los últimos años de Franco. Fui un auténtico perseguidor de historietas en mi infancia en Puertollano, a través de bibliotecas, amigos o tiendas donde se intercambiaban tebeos a cambio de poquísimo dinero. Ahora no hay cosas así y los jóvenes no tienen ni tebeos ni tiendas de esa clase, y ni siquiera pueden leerse novelitas de a duro: así les va. Ni tienen imaginación, ni afición a leer; al menos unos cuantos. Yo, y muchos otros como yo, pudimos por el contrario acceder a cantidades ingentes de lectura.
Los primeros tebeos que leí fueron los de Pulgarcito, luego DDT, Tiovivo, Mortadelo; los rivales TBO, Strong y Pumby tampoco estaban nada mal; recuerdo en especial las creaciones del genial y llorado Vázquez: su homónimo, el moroso que huía de los sastres, la abuelita Paz, Angelito, Anacleto, agente secreto; la familia Cebolleta, con el abuelo que contaba batallitas. También andaban por ahí Carpanta, Mortadelo y Filemón, el Capitán Trueno (que fue el primer español que se ligó a una sueca), acompañado del inefable Goliath y de Crispín, con guiones de Mora; el Corsario de Hierro, Dani Futuro, que estaba muy bien dibujado y tenía buenos guiones; Supernova etcétera; nunca comulgué con los comics extranjeros franceses: aborrecí a los Pitufos y no terminaban de gustarme del todo los Asterix; prefería los norteamericanos de la Marvel (el Spiderman de la pistola y el de Stan Lee, del que no me resigno a que no sea el viudísimo inconsolable de Gwen; los Cuatro fantásticos, los Vengadores, pese a toda la patriotería de Nick Furia y el Capitán América; la Masa, a quien insisten en llamar Hulk y en Sudamérica llaman La Mole; la Patrulla X, El motorista fantasma, Luke Cage, que hacía de Aquiles negro; Thor, que se las tenía tiesas con el maligno Loki y me hizo aprender mitología escandinava; El doctor Extraño, etc...), pero siempre aborrecí a Supermán y a Batman; también me iban los españoles vanguardistas de Trinca: Ventura y Nieto, Haxtur, el cómico Yago Veloz, etc; Mafaldas las leí todas, con sus inseparables Manolito, gallego emigrado devoto de la Virgen del puño; Miguelito, emigrantillo italiano fantasioso y ególatra; Felipe, acomplejado y timidísimo; Libertad, pequeña y bravucona; Guille, anarquista como un pequeño Guillermo Brown; Susanita, marujita y cotorrona, etcétera; siempre le tuve una especial devoción al belga Tintín y sobre todo al capitán Haddock, de poliédricos insultos, en su castillo del Loira. A Los cuatro ases, también, aunque no sean muy conocidos; me los leí todos en la Biblioteca Municipal de Puertollano. Por leer, incluso leí comics tan raros como los marcianos de Diego Valor, que hallé preguntándole a una ancianita de la Calle Santa Lucía del mismo lugar, si mal no recuerdo, o los del Guerrero del Antifaz y Roberto Alcázar y Pedrín, estos últimos sosísimos, mariconísimos e insoportabilísimos, (más de uno pensaba que la relación que existía entre Roberto Alcázar y Pedrín era la misma que entre Trueno y Crispín y entre Batman y Robin...) los de Flash Gordon -de los que prefería la versión moderna más que la antigua a todo color y en libro-, los del Espectro que camina, los de Mikros, y una lista interminable a que no puede bastar cuenta cierta.
Ya he perdido ese tren, y, por ejemplo, estoy, aunque no del todo, casi medianamente pez de lo que es la novela gráfica y sus autores, los últimos éxitos o hits del cómic (que prefiero llamar historieta) etcétera. No sabía quién coño era el autor de 300 ni de Sin City, ni conocía el comic en que se inspira la nueva y apocalíptica película de Hollywood que se está preparando.
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