Son las vísperas de algo y, como siempre, se me carga el subconsciente. Hace unos días tuve unos sueños complejos, maravillosos, creo que a consecuencia de la agradecida digestión de dos litros de té con limón, que me gustaría ahora poder recordar... Esperemos que se repitan, como suele suceder con mis sueños, algo que creo es muy común; muchos son unos auténticos obcecados y siguen rondando la nocturna luz de mis neuronas durante años.
A fin de dar mulé al gandul que llevo dentro voy a cambiar mis rutinas para oxigenar algo mis ideas; no quiero volverme un apéndice del sofá y creo que un mero cambio de posición GPS hará milagros: iré a instalarme todos los días de seis y media a siete y media más o menos al Guridi. Aprovecharé esos momentos para, con ayuda de esos cuadernos de canutillo que me gustan tanto, ordenar mis ideas y tomar notas y apuntes para mi trabajo y escritos; creo que me vendrá bien este cambio de contexto para agitar mis estrecheces. Además, ya no se fuma en ese garito tan frecuentado por los ultraicos. Para animarme, vi la película Buried... , sobre un tema de comedia ya tratado por Poe, ese genio. Lo que más me hizo gracia fue la llamada del abogado de la compañía de seguros; yo la recomendaría a cualquiera que abuse del móvil, para ver si se desengancha, pero no me animé, la verdad, y aconsejo a Zapatero que la vea, a ver si se cura, arsa pilili, de la alegría sevillana de la que goza. Hubiera preferido ver El gran Vázquez, pero su actor protagonista me causa urticaria; la mítica biografía de Manolo, de quien tantas historietas he leído, que viene a ser como el último pícaro del Siglo de Oro, merece los cinco eurazos que vale la entrada, aunque la crítica no dice ni fu ni fa. A mí me gustaba sobre todo su mendaz y autobiográfico Vázquez perpetuamente perseguido por una banda de sastres letales y tramposos, su Angelito, el bebé gitano abandonado y anarquista, siempre dando botes por el campo en su orinal, el decimonónico Abuelo Cebolleta (ya por entonces me identificaba con el XIX) y la abuelita Paz, que repartía su descomunal bondad a todo el mundo dividiendo su minúscula pensión en moneditas de diez céntimos, recibiendo en pago el desprecio universal de todo ese mundo; sin embargo, no lograba entrar en el mundo de las hermanas Gilda -he vuelto a revisar Gilda, y maravillosa película, donde se dice aquello de "el mundo es un lugar muy grande, lleno de gente muy pequeña". Vázquez, que conoció de chico a uno de los discípulos de Ramón, el absurdista Jardiel Poncela, como Fernando Fernán Gómez, otro anarquista, era tan vago que solía llevar a su agente secreto, Anacleto, de misión al desierto para así no tener que pintar tantos paisajes de fondos de viñeta... ¿Se cree que se me pasaba el ardid? Ni por un momento, tío.
Mi sexto sentido me advierte de algo y sin saber muy bien por qué, leo El Mundo. Sé que entre sus redactores hay varios ciudarrealeños, como bien me canta el archivo de periodistas que llevo para mi Historia de la literatura manchega; trae un reportaje en las páginas de economía sobre diversos manchegos del gremio de la manganza. La fuente es el informe inédito del Banco de España sobre la intervención de CCM, que descubre, como afirma el editorial, la sustracción, o "impropio manejo incontrolado", si hemos de ser políticamente correctos, de 60 millones de euritos por el miguelturreño Antoñito Barco, el hermano de Ignacio y casi ahijado de Sacomán, el balomaniaco posesor del galardonado club entrenado por Tálant, el Bárbaro, y arrimado a los bonos para ser uno de ellos ("no sigas a ningún líder...").
De qué cosas se entera uno, qué escándalos, por Dios; si yo hablara de todo lo que me cuentan... No quiero ser venenosillo, así que callaré y dejaré en paz a los reductores de cabezas, para que sigan haciendo su estéril tarea abonando la paz de los cementerios y predicando la palabra del Mercado, el Clemente, el Misericordioso. Jeffry Lane ha adaptado Women on the verge of a nervous breakdown de Amodólar y la estrena en Broadway con canciones de David Yazbek y una dirección y plantel de actores atiborrado de premios Tony... La espectación es mucha salvo aquí, en La Mancha, donde eso no cunde. Pero como yo me entero de todo lo pongo aquí.
El Tea party está recaudando una cantidad espectacular de dinero para combatir a Obama: el negro ha tocado los cigotos de la América más profunda con las dos tremendas reformas que ya lleva: la de la seguridad social y la de política energética; ahora, además, quiere sacar a los americanos del mundo árabe. El que llaman Anticristo, que extrañamente no ha sido asesinado todavía, lo va a tener crudo para poder lavar algo la deturpada conciencia del paleto americano medio.
He visto el blog de Paquito Chaves, que sigue aprendiendo cosas todavía a sus sesenta añitos de edad, por ejemplo a escribir blogs. He aquí alguien entregado a la escritura, al que más de una vez le he pedido que redacte unas memorias, pero se niega pertinazmente a ello e insiste en escribir, y bien, sus artículos y ensayos en el Lanza.
Se discute en mi casa la compra de un can como regalo navideño colectivo; Paloma prefiere un pastor alemán, o un siberiano, pero eso no se puede tener en un piso; yo quiero un amigo pequeño y lo más bastardo e hideputa posible, a más de salvado de la perrera municipal, como un nuevo Boudu sauvé des eaux, quien creo recordar perdía un perro lanudo antes de caer al agua y que lo rescatara el bouquiniste. Es la única que me gusta del muy plasta de Jean Renoir. El pedigree de los perros de raza casi siempre es fruto de consanguinidad e incesto y acaban, como las estirpes de faranones egipcios, siendo físicamente víctimas de malformaciones genómicas, como la misma Duquesa de Alba, que tiene más sangre azul que el mismo rey y es creo que veintiséis veces grande de España. Que tenga un hoyo por boca y unos pelos dignos de la Medusa, además de una jeta industrial y una piel de momia a medio resucitar no dice mucho en favor de los genes de postín, aunque hay que reconocer que la fertilidad es un carácter nobiliario muy potenciado, como cualquiera puede ver en las fotos en bolas del rey publicadas en Italia o de uno de los de la línea de sucesión, el conde Lecquio, que también fue pillado en esas, aunque esta vez por dinero.
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