Veamos si hay democracia en España mediante la prueba del escandinavo. Hay motivos suficientes para estar preocupados por la corrupción, pero en España no se puede ejecutar lo que cabría llamar la “prueba del escandinavo”: imaginar un hecho en el que ponemos a un político sueco en el lugar de nuestros responsables políticos y a un ciudadano danés en el del ciudadano español para ver si sus comportamientos son homólogos. ¿Cómo reaccionaría cada uno de ellos ante la corrupción? Es algo parecido a lo que hizo Woody Allen en Annie Hall cuando sacó al M. McLuhan real para verificar si lo que decía su pedante personaje de ficción sobre él se correspondía con la auténtica opinión del profesor. Así vemos que, si los casos de corrupción que nos acechan ocurrieran en países escandinavos, las dimisiones serían inmediatas y los ciudadanos no volverían a votar a políticos corruptos. Y, sin embargo, nos decimos tener una democracia homologable a la escandinava
¿Qué harían nuestros McLuhans de una democracia de calidad? Ya saben la respuesta. El ciudadano danés exigirá responsabilidades políticas inmediatas, y el político sueco cortará por lo sano ofreciendo alguna cabeza y convocará al instante una comisión de investigación. Lo que no ocurrirá en España y, si ocurre, ya se sabe qué juez juzgará la cosa antes de que ocurra y cuál será su sentencia, o se hará una ley ad hoc, o se recurrirá a una puerta giratoria, o se le dará una patada hacia arriba, o se dejarán las cosas para mañana, sine die y ad calendas graecas hasta que prescriban, o no se hablará de ello, o se ocultará, o se formatearán hasta setenta veces siete los discos duros, que todo eso es democracia en España.
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