El primero de estos científicos extravagantes, e inspirador de la famosa novela de Mary Shelley, hija de una pareja de anarquistas de la época y amante del famoso poeta, fue el sobrino del descubridor de la pila eléctrica Luigi Galvani, Giovanni Aldini, que viajaba por toda Europa ofreciendo demostraciones de que la electricidad podía galvanizar, esto es, mover los músculos de animales muertos. El 17 de enero de 1803 realizó su demostración más famosa, aplicando 120 voltios sobre el cuerpo de George Forster, un asesino ejecutado; cuando introdujo los polos en la boca y las orejas del muerto, los músculos de su mandíbula se contrajeron y el rostro adquirió la expresión del dolor; además, los ojos se abrieron de par en par. Después puso un polo en la oreja y otro en el recto y el cuerpo comenzó una danza macabra. El suceso fue documentado por el London Times de la época.
En los años 30, un científico superdotado (se licenció con dieciocho años y se doctoró poco después), Robert E. Cornish (1894-1963) que investigaba para la Universidad de California en Berkeley, ideó un sistema para devolver la vida, o un sucedáneo aproximado de ella, a los muertos sin daños orgánicos graves. Para ello perfeccionó los experimentos anteriores del doctor George W. Crile, creando una máquina de girar y balancear cadáveres mientras se inyectaba a los cuerpos una perfusión de sangre canina, adrenalina y anticoagulantes heparina y fibrina; la máquina fue llamada teeterboard. Funcionó; Cornish probó en 1934 la técnica en cinco foxterriers a los que bautizó como Lázaro I, II, III, IV y V. Primero los asfixió con nitrógeno y éter, esperó a que permaneciesen muertos durante diez minutos y utilizó su máquina de reanimación, el teeterboard. Los dos primeros intentos fueron un fracaso más o menos previsto, porque había que perfeccionar las rutinas del procedimiento y ajustar dosis, movimientos y velocidades, así como examinar las autopsias; el primero no revivió; el segundo lo hizo durante ocho horas y trece minutos tras pasar por un estado de coma inquieto gimiendo y ladrando, con ayuda de una inyección de glucosa, y los tres siguientes resucitaron, aunque ciegos y con importantes daños cerebrales; vivieron, si esto puede llamarse vida, durante meses en casa del científico, inspirando, según cuentan, verdadero terror a otros perros. Caminaban lentamente, con rigidez, los ojos vacíos, arrastrando las patas traseras por hemiplejía, y aunque comían con regularidad, lo hacían sin ganas y no podían quedarse solos. Cornish fue expulsado de la Universidad a causa de la presión de las asociaciones protectoras de animales. Años después, en 1947, había perfeccionado el teeterboard lo bastante como para realizar el experimento con un ser humano. Thomas McMonigle, un prisionero en el corredor de la muerte, se ofreció voluntario, pero el estado de California denegó la petición, porque temían que si tenía éxito habría que ponerlo en libertad. La figura de Cornish inspiró no pocas películas de terror de la época, pero en la actualidad el teeterboard podría perfeccionarse más aún.
Desde hace tiempo se sabe que la hierba loca y la mandrágora, y la datura o estramonio (también llamada túnica de Cristo, trompeta de ángel, burladora, hierba hedionda, del infierno o del diablo y floripondio), así como el veneno del pez globo, sustancias utilizadas por la brujería europea y el vudú antillano, consumidas en dosis apropiadas, pueden causar la muerte aparente y la locura perpetua; estos psicotrópicos son los responsables de los revenants o zombis documentados.
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