No se llevaban muy bien, desde luego, pero andando el tiempo Lope de Vega, que fue uno de los pocos que fue a rezar cuando murió el gran alcalaíno, rectificó dedicándole unos versos de recuerdo en su Laurel de Apolo (1630):
En la batalla donde el rayo austrino,
hijo inmortal del Águila famosa,
ganó las hojas del laurel divino
al rey del Asia, en la campaña undosa,
la fortuna envidiosa
hirió la mano de Miguel Cervantes,
no su ingenio, que en versos de diamantes,
los de plomo volvió con tanta gloria,
que por dulces, sonoros y elegantes
dieron eternidad a su memoria,
porque se diga que una mano herida
pudo dar a su dueño eterna vida.
Ambos, Lope y Cervantes, habían luchado en batallas navales; eso tenían en común. El primero en las de las islas Terceiras, el segundo en Lepanto. Pero resulta muy curioso que lo alabe como poeta, algo de lo que Cervantes siempre estuvo inseguro, sin que mencione la prosa que fue donde precisamente más vino a destacar... por encima del propio Lope de Vega.
No hay comentarios:
Publicar un comentario