lunes, 3 de febrero de 2025

Solaris y sus citas al Quijote

 Publicado el domingo 23, febrero 2020 por BarbaRoja898 en Zoonpolitikon

Solaris (1972)

Hoy nos toca analizar la década de los años setenta, que no es otra que la que da comienzo a la edad de plata del cine. Como no podía ser de otra manera, nos encontramos con grandes de la ciencia ficción, entre las que cabe destacar “Alien el octavo pasajero” (1979), “La naranja mecánica” (1971) o “La guerra de las galaxias” (1977) en el plano comercial, y dos de las grandes de Tarkovsky en el cine más intimista: la que hoy nos incumbe y “Stalker” (1979), que ya analizamos en su momento. Sin contar, además, con gran cantidad de obras de referencia: la llegada a la gran pantalla de “Star Trek” (1979), la maltratada serie “Galáctica” (1978), “Westworld” (1973) —peor que la primera temporada de la nueva serie y mejor que el despropósito de la segunda—, “La invasión de los ultracuerpos” (1978) o “Encuentros en la tercera fase” (1977). Existen, a su vez, numerosas películas sobrevaloradas, destacando entre todas ellas la insufrible “El hombre que cayó a la tierra” (1977) o la asquerosa “La montaña sagrada” (1973). Respecto a “El planeta salvaje” (1973), la verdad es que he de reconocer que, puestos a ver animación surrealista, prefiero “Contact (C)” (1978), que resulta ser más interesante, sugerente y corta. Y sí, está pendiente “Doctor Who” (1963-1989)… aunque el problema es un poco como con la ya mencionada “Star Trek”: entre series y películas, da cierta sensación de infinito e, irremediablemente, de pereza; pues el tiempo que implicaría un visionado tranquilo sería de años, y todavía existen obras menos exigentes que merecen más la pena a la hora de analizar. Una vez comentado el contexto, hablemos ya de “Solaris” (1972).

«—No soy partidario de obtener conocimientos a toda costa. La verdadera sabiduría se basa en la moral.

—Del hombre depende que la ciencia sea inmoral».

Lo primero que destaca de esta cinta es su cuidadísima fotografía, la particular obsesión de su director con el agua y su ritmo pausado. Sin olvidar que lo importante son las ideas, cómo se articulan y su relación con la alegoría —que, como ya hemos repetido muchas veces, es algo propio del género; siendo esta película ejemplar en este sentido—. Para esto, se emplean todos los medios cinematográficos disponibles: desde el montaje hasta la música, pasando por el escenario, el vestuario, los movimientos de cámara o los diálogos. El uso del color, el paso al blanco y negro, los sonidos de sintetizador… el soviético es un maestro de la atmósfera. Además, no puede tener mejor guión. Poco más se puede decir de esta película sin entrar a destriparla… por lo tanto, a partir de esta línea, quien no la haya visto que se haga un favor y vaya aquí a verla, sin ignorar la segunda parte, o que tome la opción de dejar el cine.

«—»Sólo una cosa sé, Señor. Cuando yo… Cuando yo duermo, no conozco el miedo, ni las esperanzas, ni los trabajos, ni la dicha… Gracias a quien inventó el sueño, esta es la única balanza, que iguala al pastor y al rey, al tonto y al sabio. Sólo es malo el sueño profundo: se parece demasiado a la muerte.

—Sancho, nunca habías dicho un discurso tan elegante»».

Una de las primeras cosas que llama la atención es que, en una película de dos partes y de algo más de dos horas y media, antes de los primeros diez minutos destaca ya un busto de Sócrates, que veremos varias veces a lo largo de la película al estar uno en la casa —localización recurrente— y otro en la biblioteca de la nave. Nos encontramos ante varias conversaciones que nos ponen en situación sobre los extraños fenómenos en forma de alucinaciones que ocurren cerca del planeta oceánico de Solaris y sobre la problemática de experimentar irradiando el planeta para así intentar conocer sus secretos. Esta primera parte de la película provoca una cierta sensación de sobresalto si uno no viene de hacer un ciclo de cine independiente. En los tiempos en los que nos movemos, el cine cada vez es más rápido y está más programado para contentar a un público que, poco a poco, va siendo menos capaz de concentrar la atención. En mi caso, la última película que he ido a ver al cine fue la actual de “Mujercitas” (2019); que, evidentemente, no es una de “Los vengadores”, pero sí se mueve en el lenguaje audiovisual actual. Choca volverse a encontrar con una película que se toma su tiempo a la hora de generar la atmósfera y que no tiene intención de contentar al gran público. Después de la presentación, pasamos por una escena tremendamente abstracta —al estilo de la llegada a la Zona de “Stalker”— con cambios de colores y unos sonidos electrónicos bastante ominosos. Descubrimos una secuencia donde se están quemando unos papeles, una secuencia que remarca el libro del “Quijote” sobre una mesa y, más tarde, saltamos al viaje hacia Solaris; en el cual, por cierto, si algo destaca es el paso por un agujero de gusano que luego volveremos a ver en “Interestelar” (2014). De hecho, tanto eso como la existencia de un planeta acuático son las únicas semejanzas entre dos películas que, en el fondo, se parecen como un huevo a una castaña. Cerramos la primera parte con muchas preguntas y pocas respuestas. Aparece también el personaje de Hari, que tiene el vestido cosido de tal manera que nunca se lo pudo haber puesto.

«En realidad, no queremos conquistar ningún Cosmos. Queremos ampliar la Tierra hasta sus confines. No necesitamos otros mundos. Queremos un espejo. Buscamos un contacto, pero nunca lo encontraremos. Estamos en la necia situación del hombre que busca la cadena que teme y no necesita. Al ser humano le hace falta otro ser humano».

Comenzamos la segunda parte. Entra nuestro protagonista en pánico —con todo el sentido del mundo— y decide lanzar al espacio exterior a la aparición de su esposa difunta. Descubrimos que Solaris, de alguna manera, conoce los recuerdos de los humanos que se acercan y provoca que aparezcan unos visitantes compuestos de neutrinos en base a ellos. Sí, ni siquiera la premisa de “Horizonte Final” (1997) era original… pero es que también comprobamos que el núcleo de “Blade Runner” (1982) ya está en juego aquí, así como parte de las ideas de “Matrix” (1999). Se plantea la problemática de si algo que parece humano y se comporta como un humano, sabiendo a ciencia a cierta que no es humano, se podría considerar provisto de humanidad y, por lo tanto, también de dignidad. Con esta metáfora nos damos cuenta de que se plantea la pregunta de qué nos hace humanos y de cuál es la característica fundamental de la humanidad: ¿el conocimiento?, ¿el sentimiento?, ¿el amor?, ¿la importancia de la muerte, de la pérdida, de la finitud? Comprobamos que en “Solaris” Tarkovsky está poniendo en juego las cuestiones fundamentales que nos mueven y motivan, y que son al mismo tiempo aquellas que dieron origen propiamente a la civilización y a lo que es Occidente desde el sacrificio de Sócrates. También es cierto que se puede igualmente interpretar como una reflexión sobre el paso del tiempo y sobre si realmente somos los mismos cuando crecemos e, inevitablemente, cambiamos; además de como una meditación acerca de la cuestión del amor, ya en sí misma profundísima y capital.

«Yo sé cuál es mi lugar. La Naturaleza hizo al hombre para que la conozca. Al buscar la verdad, el hombre está condenado a trabar conocimiento. Lo demás es un desatino».

Después de la discusión en la biblioteca, la copia de Hari acaba —como la original— suicidándose (aunque, en este caso, bebiendo oxígeno líquido). Ocurre la escena de resurrección más impactante de la historia del cine, además de ser la secuencia en la que Hari descubre que, a diferencia de su homóloga humana, ella no puede morir tan fácilmente. Después de este suceso, nuestro protagonista enferma y en medio de un estado delirante nos presenta las últimas reflexiones de la película, que versan sobre el dolor, la pérdida, la muerte y el sentido de todo ello para el ser humano. Nos retrotraemos en el tiempo a una visión de su pasado familiar —con uno de esos cambios de color tan característicos de este director—, y comprobamos que nuestro protagonista no amaba a su familia porque no creía que la podía perder, así como igualmente comprendemos —a la vez que él— que no apreció su amor por Hari hasta que ésta se suicidó. Nuestro protagonista se despierta y comprueba que Hari se ha matado por tercera y última vez; y esta vez lo ha hecho por él, ya que no era buena idea el plan de quedarse en Solaris para vivir con su recuerdo.

«—¿Sabes qué? Al mostrar piedad nos vaciamos. Quizás sea cierto que el sufrimiento da a la vida un aire sombrío, lleno de sospechas. Pero yo no reconozco… No, no lo reconozco… ¿Acaso lo que no es una necesidad para nuestra vida la perjudica? No la perjudica. Claro que no. ¿Te acuerdas de los sufrimientos de Tolstoi por no poder amar a toda la humanidad? ¿Cuánto tiempo ha pasado desde entonces? No puedo comprenderlo… Ayúdame. Por ejemplo, yo te amo como ser humano. El amor es un sentimiento que se puede experimentar, pero no hay forma de explicar como si fuera un concepto. Uno ama lo que puede perder: a sí mismo, a la mujer, a la patria… Hasta ahora la humanidad y la Tierra eran inaccesibles para el amor. ¿Me comprendes? ¡Somos tan pocos! ¡Tan sólo varios miles de millones! ¿Quizás estemos aquí sólo para sentir por primera vez al ser humano como motivo de amor?

—Tiene fiebre.

—¿Cómo murió Guibarián? No me lo has contado.

—Te lo diré luego.

—Guibarián no murió de miedo, sino de vergüenza. ¡La vergüenza salvará a la humanidad!»

En estas últimas escenas antes de la recta final, el problema concreto de Kris es un tema importante entre tantos otros que se sugieren; de hecho, de alguna manera, ya estaba insinuado desde el principio. No es otra cosa que una crítica al hombre pragmatista, inevitablemente individualista, subjetivista y egoísta; aquel que, incapaz de tolerar su finitud y la de los otros, cree que todo está por y para él. Por eso, Kris es incapaz de valorar —más allá de la mutua explotación basada en el mero placer— tanto a su familia como a Hari; no es capaz de comprender la delicadeza del ser humano y la facilidad con la que uno puede morir. Está muy claro en la escena con su madre en la que ella le lava las heridas, pero esta idea se encuentra ya también en las primeras secuencias de la cinta —por ejemplo, cuando comentan que se dedica a su informe incansablemente como un contable—, sin olvidar lo clara que es a este respecto la escena del garaje convertido en cuadra. Kris es un hombre que ha vivido postrado a los vientos de su época y que, cuando ya se encuentra en la recta final de su vida, empieza a comprender hasta dónde ha perdido el tiempo y ha despreciado la importancia de vivir acorde al drama característico del ser humano: todos vamos a morir y, como uno se descuide, lo hará sólo; por lo tanto, no debemos despreciar el amor ni emplear el poco tiempo que tenemos en la infinita variedad de banalidades que nos ofrece nuestra época.

«—Tienes mal aspecto. ¿Eres feliz?

—Ahora ese término es un poco anticuado».

Va terminando la película y nos sugiere, muy poco sutilmente, la comparación de Hari con Jesucristo; con todo lo que eso conlleva. Después, reflexiona sobre el hecho de pensar y su relación con la felicidad. La idea de que uno al meditar sobre los temas fundamentales de la humanidad se acerca al día de su muerte es muy poderosa. A su vez, la reflexión sobre la felicidad es aguda y explica muy bien por qué la gran mayoría de la gente prefiere no pensar: hacerlo, inevitablemente, te pone en contacto con la muerte, y todo el mundo prefiere vivir distraído sintiéndose inmortal. La idea de que ciertas cuestiones perviven mejor bajo el misterio y la superstición es una idea que vuelve una y otra vez en la obra de este autor, y tiene mucho sentido, además de ser un tema que hay que pensarse dos veces a la luz de todo lo ocurrido en los últimos dos siglos. Termina la película con un final que no te ves venir y que te vuela la cabeza, pero después de todo lo visto —la segunda venida de Jesucristo en forma de mujer (con resurrección y todo e incluyendo su muerte definitiva) y el descubrir que Snawt no es otro que Sócrates—, no sorprende cómo culmina la historia. ¿Es toda la película una alegoría del hecho de reflexionar? ¿Es Solaris nuestro fuero interno, mente o alma? Da igual cómo lo llamemos en este caso. El póster de la película cobraría un nuevo sentido… de alguna manera, ¿no es en ese lugar donde viven los recuerdos?, ¿o es todo un sueño? Los sueños no son sino alucinaciones mientras dormimos, y el acto de pensar tiene mucho de alucinación —aunque, eso sí, controlada—. También nos podríamos encontrar ante… ¿un paseo practicando el método peripatético?, ¿un paseo por nuestros pensamientos? Referencias a estas ideas a lo largo de la película no faltan; de hecho, al principio nos dicen que el protagonista se pasa horas paseando solo. En cualquiera de los casos, el final no es gratuito y le da una vuelta más a lo que nos están contando de una manera magistral. Es el mejor ejemplo de lo que es la ciencia ficción y el mejor canon para juzgar al resto de películas del género.

«—Últimamente no congeniábamos. Oye, Snawt, ¿por qué él nos atormenta?

—Hemos perdido el sentido de lo cósmico. Los antiguos lo percibían mejor. Ellos no preguntarían por qué… Recuerda el mito de Sísifo».

Es cierto que la primera parte tiene momentos donde se hace un poco lenta y que el final es un poco demasiado, pero, de alguna manera, el tono pausado favorece que se genere el contraste necesario para que emerjan los momentos más brillantes y ayuda, a su vez, a parar un poco al público más acelerado, ayudándole a ponerse, en la medida de lo posible, ante la posibilidad de aburrirse un poco, y dando paso así a la meditación reflexiva que se nos propone. Es una película exigente intelectualmente, de eso no cabe duda, pero tampoco implica necesariamente haber leído ni haberse planteado nada con anterioridad para su disfrute. Es lo bueno de ser todos mortales. Un servidor la vio por primera vez hace más de diez años cuando poco sabía de Platón, del amor, de la muerte o del “Quijote” —cierto es que tenía ya inquietudes, angustias y tiempo para aburrirse, pero era mucho más imbécil e inculto que ahora—, y con todo y aun quedándose en la superficie tuvo claro que “Solaris” era una película valiosa e interesante. Cualquiera con dos dedos de frente, inquietudes y el tiempo para verla sin interrupciones la va a disfrutar; y cuanto más culto e inteligente se sea, más se haya leído y más se haya reflexionado sobre los temas fundamentales, más profundamente se entenderá su sentido, más grato será su disfrute y más fecundo resultará el poso que deje. Es una película que, como los buenos libros, hay que verla muchas veces a lo largo de la vida, para enriquecerse con otras obras y reflexiones entre una vez y otra; y es probable que cada vuelta a ella sea mejor, más profunda y se logren captar nuevos matices. Ocurre como con “Stalker”, pero con más pureza y claridad.

«—Cuando el hombre es feliz, el sentido de la vida y los demás temas eternos le interesan muy poco. Hay que abordarlos al final de la vida.

—Pero no sabemos cuándo llegará ese fin y por eso nos apresuramos.

—Las personas más felices son las que nunca se han interesado por esas malditas cuestiones.

—Preguntar es querer siempre conocer, pero para conservar las simples verdades humanas se necesitan los misterios: el misterio de la felicidad, el de la muerte, el del amor.

—Quizás tengas razón, pero trata de no pensar en todo eso.

—Pensar en esto es lo mismo que conocer el día de tu muerte. El desconocimiento de ese día nos hace inmortales».

Por todo lo dicho, concluimos que “Solaris” es una obra maestra que estaría, sin lugar a dudas, entre las 20 mejores del género y, posiblemente, entre las 20 mejores películas de la historia del cine. También deducimos que el señor Tarkovsky no es sólo un grandísimo director de cine y guionista, sino también un pensador; y, dado que está muerto, le debemos reconocer la autoridad de llegar por méritos propios a la categoría de filósofo —todo un honor teniendo en cuenta que a la altura del siglo XX la mayoría terminaron siendo sofistas—, y el primero en serlo a través del medio cinematográfico. Es un igual en toda regla. No tengáis ninguna duda de que volverá a estar en el foco de nuestras reflexiones.

«—¿Qué hacer después? ¿Volver a la Tierra? Poco a poco todo se normalizará. Surgirán nuevos intereses, conocidos, pero no podré dedicarme a ellos plenamente. ¿Acaso tengo derecho a renunciar, aunque sea a una supuesta posibilidad de contacto con el Océano, al que tantos años trata de tender mi raza hilos de comprensión? ¿Quedarme aquí, entre los objetos que ambos tocamos, que aún recuerdan nuestro aliento? ¿En aras de qué? ¿Con la esperanza de que regrese? Mas no tengo esa esperanza. Lo único que me queda es esperar. ¿Qué esperar? No sé… Nuevos milagros.

—¿No te has cansado?

—No, me siento muy bien.

—Me parece que ya es hora de que retornes a la Tierra.

—¿Así lo crees?

—Parménides fue el primero en tener razón—

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