Creo que nuestro Padre Celestial inventó al hombre porque se quedó un tanto desilusionado con el mono. Creo que siempre que un ser humano, de incluso la más alta inteligencia y cultura, emite una opinión fuera de su línea de interés particular y especial, de su preparación y de su experiencia, será una opinión de un tipo tan necio y de tan poco valor, que uno podrá basarse en ella para sugerir a nuestro Padre Celestial que el ser humano es otra desilusión y que no constituye ninguna mejora considerable respecto al mono. (Mark Twain, Autobiografía, cap. LVII, p. 353).
No es un hombre más que otro si más no hace. (Cervantes)
Quien más quien menos ha padecido a alguna vez a un gilipollas o ha tenido momentos, esperemos que pocos, de gilipollez; pero la situación en los últimos tiempos amenaza bien a las claras con salirse de madre y se ha convertido ya en una auténtica peste. Como un cáncer invisible, ramifica silenciosamente sus metástasis por toda la sociedad en formas individuales como el narcisismo o colectivas como el nacionalismo, o se comercializa en formas tan infumables y molestas como la publicidad. Y lejos de sufrir ya su cantidad (es infinito el número de los gilipollas, dice el Eclesiastés),[1] viene ya a padecerse sustantivamente en cualidad, infiltrándose en ámbitos hasta poco ha vedados para ella y ahora convertidos en auténticos establos de Augías, provocando insufrible tormento a quien sólo desea hacer algo por los demás y no por sí mismo. Como dice la seguidilla popular,
Vivimos en un tiempo / tan miserable /
que si uno no se alaba / no hay quien lo alabe.
Pero ahora que pretendo reflexionar sobre este tema me siento desbordado por la empresa y humildemente entiendo por qué este tema no ha sido tratado con el fundamento que reclama su importancia. Quien pretenda escribir sobre la gilipollez ha de correr el albur de ser llamado gilipollas y ser acusado de hablar sobre sí mismo, que es lo que suelen hacer mejor los gilipollas. Y es que para el gilipollas clásico resulta imposible pensar que alguien pueda escribir de otra cosa que no sea de él mismo.[2] ¿No has pensado tú, lector, que el que está escribiendo es acaso un exponente de lo que lamenta? El monomaniaco, por así llamarlo, piensa que todos son como él, pues siempre acusa a los demás de lo que tiene miedo de que le acusen a él; pero tú, que eres benevolente, fiel lector, te arriesgas leyendo este ensayo a ser considerado como tal y, por tanto, puedes tener la certeza de que no lo eres. El paranoico argumento se deshace con facilidad, pues no pretendo saberlo todo sobre el tema, sino sólo reunir unos cuantos apuntes sueltos sobre algo que muchas personas están padeciendo y procurar ayudar y consolar a quienes, por cualquier circunstancia, han de sufrir cotidianamente a un gilipollas de marca, conducta solidaria y generosa a que es irreductible el gilipollas clásico. Un insufrible gilipollas escribiría por el contrario un tratado, con letras en las que el autor sería más grande que el título, y no lo haría con otro fin que darse lustre y prez él mismo. Por eso este ensayo, que no tratado, será anónimo.
Por otra parte, no siempre es fácil discriminar al gilipollas. El gilipollas suele usar su gilipollez para enmascararse entre la gente valiosa y competente y al averiguar su defecto corremos el riesgo de quedar mal por haber probado a quienes no tienen la necesidad de probar nada. ¿Cómo distinguir a estos farsantes?
Por otra parte, no siempre es fácil discriminar al gilipollas. El gilipollas suele usar su gilipollez para enmascararse entre la gente valiosa y competente y al averiguar su defecto corremos el riesgo de quedar mal por haber probado a quienes no tienen la necesidad de probar nada. ¿Cómo distinguir a estos farsantes?
-Me encanta Neruda, es mi poeta favorito.
-¿Ah, sí? Recíteme algún poema
suyo, por favor.
-“Puedo escribir los versos más tristes esta noche...”
-No, cualquiera menos ese.
-...
Y ¿qué es exactamente un gilipollas? ¿Se le denomina sólo así? No, el gilipollas o vanilocuo posee un gran número de matices que le sirven, como al camaleón, para esconderse entre la gente de mérito, pero se lo reconoce enseguida. No cabe en sí mismo, de grande que se cree que es, es el donjuán impotente, el bienpagado de sí mismo, el encantado de haberse conocido, el monomaníaco, el falso profesional, el divo o figurón endiosado, el metomentodo narcisista, el egotista fanfarrón, el erudito a la violeta, el fantasma o fantasmón, el marmolillo vanidoso, el fatuo y engreído, el vanaglorioso inmodesto, el petulante presumido y presuntuoso, el hueco jactancioso, el vano y pomposo, el soberbio entonado, el hinchado y altanero magnilocuente, el arrogante y altivo, el desdeñoso que tiene sólo facha, el fantoche afectado, el chulo perdonavidas y matasiete, el gallito figurante y bravucón, el bocón y baladrón al que se le va la fuerza por la boca, aquel al que le gusta mandar, mandón o mandamás, habitualmente desconsiderado, incivil y descortés. Es un mal que no respeta edad ni sexo y lo encontramos en el niñato o niñata mimada, malcriada y consentida, de suyo desatenta, insolente o insolentada. Hay gilipollas deportivos, como Maradona o Jesús Gil; gilipollas políticos como Castro, Sharon o Arafat y gilipollas sexuales como Espartaco Santoni y tantos otros.
El Diccionario de la RAE sólo ha recogido el término en su última edición, junto a variantes eufemísticas como gilipuertas, lo que viene a indicar, o bien que el fenómeno es reciente, o que la gilipollez y engreimiento empiezan por fin a salir de la docta casa. Pero en eso no vamos a entrar (plural de modestia), sino sólo en la superficialidad de su definición. Se le antoja a tan necesaria institución que su significado sería equivalente al de gilí, ‘tonto, lelo’, del árabe vulgar sil, que tiene también uso como descalificativo en gran parte del territorio hispánico. En un pasaje poco citado, el satírico Jaime Campmany ha intentado definirlo:
El Diccionario de la RAE sólo ha recogido el término en su última edición, junto a variantes eufemísticas como gilipuertas, lo que viene a indicar, o bien que el fenómeno es reciente, o que la gilipollez y engreimiento empiezan por fin a salir de la docta casa. Pero en eso no vamos a entrar (plural de modestia), sino sólo en la superficialidad de su definición. Se le antoja a tan necesaria institución que su significado sería equivalente al de gilí, ‘tonto, lelo’, del árabe vulgar sil, que tiene también uso como descalificativo en gran parte del territorio hispánico. En un pasaje poco citado, el satírico Jaime Campmany ha intentado definirlo:
El vocablo «gil», tan usado por los argentinos para sustituir el vocablo «tonto», es un tonto especial, es un tonto «intenso», [...] es un tonto con fachada de chaflán y balcones a la calle. De gil se derivan varias voces, como
gilipuertas, giliflautas, gilito, gilimursi y gilipollas.
Pero a mí me parece que ese gil argentino es el equivalente porteño del rudo y castellano gilipollas. En la Edad Media se usaba también como deflagrante, pero con otros matices. El rey Enrique I el Fratricida llamaba poco gentilmente a su querido y asesinado hermanastro Pedro o Pero I Pere-Gil, habida cuenta de que este de poca iglesia monarca se ufanaba de ser el legítimo rey, por lo cual le dio el apellido correspondiente. Actitud típicamente gilipollesca, ya que el que no podía presumir de apellido era él, siendo como era hijo bastardo del rey Alfonso XI.
La interpretación es a todas luces insuficiente, pues no aclara por qué se le agregó al lexema el enigmático “polla”, que matiza a todas luces esa clasificación. El significado de este vocablo, que solamente resulta de mal gusto para los españoles (que designan con él al miembro masculino)[3] es el de cualquier vejiga hueca que puede hincharse. En consecuencia, un gilipollas es un tonto inflado o envanecido, o la persona inflada o envanecida de su tontería y no un vulgar “tonto de la polla”, al modo de otras construcciones del mismo nivel como tonto’lculo o tonto’lhaba que toman por referencia otras partes de la anatomía relacionadas con las conductas involuntarias, asociales o infantiles. El significado de la expresión sería, pues, equivalente a la del “señorito” u “hombre masa” de Ortega y habría que corregir la definición académica así: “Dícese de la persona que es tonta e imbécil por naturaleza, y encima se siente orgullosa de ello”. Los griegos utilizaban el vocablo idiota, pero en su idioma esta voz designaba etimológicamente al ciudadano particular o independiente del estado yque sólo conocía su lengua materna,[4] y de ahí pasó a designar en el castellano hasta más o menos el siglo XVIII a la persona no instruida o ignorante, al autodidacta o demasiado orgulloso o tacaño como para someterse a recibir instrucción de otro. Gonzalo Sobejano afirma que el gilipollas sería el “idiota que se comporta como un cobarde y un tonto”, definición que no me parece en contacto con la realidad, salvo si entendemos que el gilipollas es cobarde por no admitir su ignorancia.
El gilipollas pretendería justificarse diciendo que sigue la máxima del templo de Apolo en Delfos, “conócete a ti mismo”, pero hasta en eso obraría como un gilipollas, es decir, como alguien cuya cultura no es tan extensa como su orgullo, ya que ignora la otra inscripción del templo, “nada con exceso”. El gilipollas se conoce demasiado a sí mismo y no conoce otra cosa; el gilipollas es una persona redundante, dos veces él, y sobrepasa y desborda a sus víctimas, a quienes en el fondo ignora por no formar parte de la iglesia de su fatuidad, y digo iglesia conscientemente, ya que el gilipollas clásico es un mitómano enfermo que se proclama maestro, iniciado, reencarnación de un sí mismo superior a su complejo de inferioridad nunca asumido. El gilipollas como enfermo, es realmente un mitómano que levanta una iglesia esotérica cuyo único mandamiento es admíteme como Dios hecho carne. Es un farsante que ignora que es un farsante.
La historia de la literatura nos suministra un amplio abanico de gilipollas a cual más diferenciado. Desde el miles gloriosus o soldado fanfarrón de Plauto, cuyas rodomontadas imitó Brantôme atribuyéndolas a los tercios españoles, pasando por el pelmazo de Horacio y los fatuos de Marcial, pasamos directamente a los chulescos áureos, entre los que sobresalen Calisto y don Juan, prototipos del gili sexual, al bachiller Sansón Carrasco, un licenciado gilipollas (en La Mancha licenciado es denotación sinónima a la de gilipollas) que es un auténtico mensajero de la muerte y de la desilusión. También tenemos ahí a los arbitristas, entremetidos, hembrilatinas y espadachines de Quevedo, por no hablar de su célebre y espantable profeta Pero Grullo, así como los gilipollas literarios de Saavedra Fajardo. En el siglo XVIII encontramos amplio campo en que cosechar los cadalsianos eruditos a la violeta; son los castizos y típicos sabihondos o sabelotodos, que en italiano llamaríamos dilettanti y en francés connaisseurs. Cadalso los zahiere también, transfigurando a los antiguos arbitristas quevedianos en forma de proyectistas en sus Cartas marruecas, pero entre todos uno se quedaría con el gilipollas oratorio Fray Gerundio de Campazas del padre Isla y el Don Hermógenes de Moratín. En el siglo XIX no se encuentra ya más ejemplo que el cura de Doña Perfecta, algunos personajes de Clarín y de Galdós y en el siglo XX los gilipollas de Unamuno y de Pérez de Ayala. De todos estos ejemplos pueden extaerse algunos rasgos comunes que sirven para reconocer y clasificar al gilipollas, lo que en el fondo no es nada fácil, ya que las grandes figuras del gilipollismo suelen evitar ser reconocidas fácilmente con diversas e ingeniosas estratagemas, aunque se deslinda con facilidad el gilipollas inexperto por varios rasgos que se dan de consuno. Suprimiremos, desde luego, la necedad, por ser el rasgo más patente. En su modalidad más simple, suele aparecer sin cohorte de lameculos, chupamindas y catarriberas [5] más tontos que él (sí, es cierto, los hay) que lo defienden y escoltan, y lo delata, en primer lugar,
1. La extensión: el gilipollas habla más que nadie, más alto que nadie, tarda más que nadie en marcharse, tiene siempre la opinión más extensa, no digo la mejor, sobre cada cosa y está siempre presente en el grupo más numeroso, a fin de hacer más víctimas de su necesidad de protagonismo.
2. También se le reconoce por su mala educación excesiva o por su exceso de educación, pero siempre por pasarse de rosca, nunca por un término medio. Un patrón de gilipollas se pasa siempre quince pueblos, o más, si le dejan.
3. Es, además, una persona a la que su narcisismo hace muy elegante y perfumada y a la que su clasismo imbuye rehuir sistemáticamente la compañía de los feos, los humildes, los enfermos, los solitarios y los que poseen conocimientos más hondos que los suyos, sobre todo.
4. Posee, además, un discurso meramente fonético y tópico, y su diálogo no es en realidad un verdadero diálogo, pues carece de la dimensión humana de la comprensión, sino un intercambio de monólogos con otros gilipollas como él; el gilipollas clásico no escucha porque está demasiado distraído oyéndose a sí mismo.
5. Posee mala memoria y es frecuente, en el gilipollas burgués, que olvide sus orígenes botijeros.
6. Además, es mezquino, es incapaz de deshacerse de su dinero, como es incapaz de deshacerse de sí mismo. En suma, cuenta con los siguientes rasgos:
Extensión, maximalismo.
Monomanía narcicista.
Elegancia externa
Clasismo.
No escuchar.
Miseria con los demás, falta de generosidad.
Conviene aquí hacer una salvedad, pues algunos parecen gilipollas y no lo son. El falso gilipollas suele ser víctima de una pasión que le hace aparecer ante los demás como loco o gilipollas, como un monomaniaco al estilo de Don Quijote o Bob Geldof. A estos cabe llamarlos idealistas y son en general buena gente, aunque excesiva, si bien lo que es más corriente entre los falsos gilipollas es manifestarse como divos. El falso gilipollas es un profesional que ha hecho una religión de su propio conocimiento destacado en una rama del saber o del arte, o incluso, en aspectos más patológicos, una enfermedad, lo que provoca una deshumanización que él es el primero en padecer y reconocer. Es ese reconocimiento lo que separa al divo o al idealista de los gilipollas molestos y dañinos. En el caso del divo o del divismo, una persona incompleta se hace representar por su imagen exterior y vive solamente para ella y nada más que para ella, olvidándose de lo demás; hasta ahí es un gilipollas como los demás, pero el evolucionar a una cierta crisis existencial a causa de la conciencia de esa deshumanización es ya de hecho dejar de ser un gilipollas y supone un regreso a la condición natural.
Otra interesante manifestación de la gilipollez es la colectiva, la que se presenta en manada. Una de las más interesantes y peligrosas es la conocida como nacionalismo, racismo o fascismo. Cuando la gilipollez deja de tomarse en abstracto se corporeíza, pero se corporeíza en cuerpo humano y genes, en forma de racista xenófobo o idiota en sentido griego, también por lo que porculiza. El racista o cabeza rapada, suponiendo que tenga cabeza, pasa a ser la suprema encarnación de la gilipollez en cuanto que asume el cuerpo, entendiendo por tal lo que Schopenhauer llamaba la máxima representación de la voluntad, como un sustituto del espíritu o del pensamiento. Los países encantados de haberse conocido, como Estados Unidos, Francia... suelen tener problemas para reconocer otros países. La fatuidad de un patriota francés, Chauvin, que no en vano era actor, ha dado de hecho uno de los sinónimos de la gilipollez, el chauvinismo. Una variante es la gilipollez vasca, fundada en una mal entendida hidalguía; es una manifestación que tuvo amplio reflejo escrito en el gilipollas literario de nuestro teatro clásico conocido como figurón: la mayoría de los figurones del siglo XVII y XVIII suelen ser vascos. Eso engendró una curiosa reacción castellana, que podríamos llamar gilipollez negativa. Quevedo ya dijo en un romance que es español el que no puede ser otra cosa (la frase se suele atribuir a Cánovas, pero lo que hacía éste en realidad era citar a Quevedo), y esta afirmación viene a ser una exclamación desolada por parte de alguien que se encuentra asediado y rodeado por todo tipo de gilipollas, como Castilla por nacionalismos periféricos (y hay que notar que se habla aquí de Castilla más que de España). Por otra parte, el gilipollas suele encajar en las profesiones más relacionadas con el trato repetido y superficial con la gente, como es el caso de la política. Se trata entonces del gilipollas adelantado, usado como espantajo por los inteligentes o los corruptos, que lo manipulan situándolo como paraguas para esconderse o como ariete para sus negocios de trapacería. Así, es frecuente encontrar gilipollas en el mundo de la política, ya que bajo este señuelo y paraguas los lameculos y catarriberas inteligentes pueden robar y hacer trapacerías mientras el gilipollas político demanda y absorbe la atención general. Su función es pues la del llamado tonto útil o gilipollas distractivo.
El proceso de génesis del gilipollas es el siguiente. En primer lugar, se produce un desajuste entre la personalidad individual y la social. Si la autoestima o autoimagen que un ser humano o un colectivo tiene de sí mismo empieza a no coincidir con la imagen social que se tiene de él, se está incubando un gilipollas. En ese sentido, es muy descriptivo uno de los sinónimos que ha engendrado el lenguaje castellano del gilipollas, el figurón. La comedia de figurón de nuestro teatro clásico ofrece una amplia galería de gilipollas que ejemplifica una época de crisis en la historia de España.
La gilipollez tiene manifestaciones biológicas en una época de nuestras vidas. Así, lo que llamamos adolescencia es en realidad un proceso biológico y transitorio de gilipollez causado por la falta de identidad del joven, ya que no tiene un pasado al que agarrarse y sí por el contrario todo el futuro ante él para angustiarse mientras su cuerpo le pide que cambie de rol, por lo cual se produce la hipóstasis mimética del modelo que tenga más cercano, por lo general muy pobretón y miserable, ya que es suministrado por la sociedad de consumo. Hasta ahí se trata de algo normal y disculpable; pero el proceso puede torcerse hasta incubar el gilipollas juvenil o niñato. En este caso se trata de un adolescente con muy baja autoestima y su falta de habilidades le causa una angustia suplementaria que compensa intentando socializarse pareciendo más gracioso, sin observar que haciendo el payaso se está humillando o faltándose al respeto a sí mismo y sin reparar que la autoestima legítima se consigue sólo mediante el trabajo y el esfuerzo.
Vemos, pues, que el gilipollas clásico suele tener una formación deficiente o un cierto complejo de inferioridad que nace del desajuste entre su personalidad interna y la externa. En el caso del pseudogilipollas divo, más bien es demasiado especializada: sabe mucho sobre un tema y nada más y llega hasta la gilipollez estricta al alcanzar un absoluto divorcio entre su autoimagen real y su imagen social. Su falta de conexión con el medio ambiente le hace reafirmarse continuamente contando batallitas como el abuelo Cebolleta.
En fin, y ya para terminar, es de esperar que este somero bosquejo del fenómeno gilipollístico, fruto de algunos años de observación en las canteras y manaderos más frecuentes de gilipollas pueda servir para prevenirse de los ataques de estos perversos sujetos y para superar nuestros momentos, espero que breves, de gilipollez, y que no sea verdad lo que se decía en Trainspotting: "Dentro de cien años, no habrá hombres y mujeres, sino sólo gilipollas"
[1] Eclesiastés, I, 15.
[2] Cum ipse sit insipiens, omnes stultos aestimat (Santo Tomás de Aquino, II-II 60, 3)
[3] En Chile polla significa ‘lotería’, por lo cual si un español escucha en Chile que “a fulanito le ha tocado la polla” no debe sacar conclusiones apresuradas.
[4] Idiota propie dicitur qui scit tantum linguam in quia natus est (Santo Tomás de Aquino, Super I ad Cor. 11-16, 14, 3)
[5] El catarriberas suele acompañar al gilipollas bien parido o vicario, que ejerce una autoridad falsa por delegación de otro, por lo general un padre o pariente que le ha dado su falso prestigio, su puesto o cualquier prebenda.
La interpretación es a todas luces insuficiente, pues no aclara por qué se le agregó al lexema el enigmático “polla”, que matiza a todas luces esa clasificación. El significado de este vocablo, que solamente resulta de mal gusto para los españoles (que designan con él al miembro masculino)[3] es el de cualquier vejiga hueca que puede hincharse. En consecuencia, un gilipollas es un tonto inflado o envanecido, o la persona inflada o envanecida de su tontería y no un vulgar “tonto de la polla”, al modo de otras construcciones del mismo nivel como tonto’lculo o tonto’lhaba que toman por referencia otras partes de la anatomía relacionadas con las conductas involuntarias, asociales o infantiles. El significado de la expresión sería, pues, equivalente a la del “señorito” u “hombre masa” de Ortega y habría que corregir la definición académica así: “Dícese de la persona que es tonta e imbécil por naturaleza, y encima se siente orgullosa de ello”. Los griegos utilizaban el vocablo idiota, pero en su idioma esta voz designaba etimológicamente al ciudadano particular o independiente del estado yque sólo conocía su lengua materna,[4] y de ahí pasó a designar en el castellano hasta más o menos el siglo XVIII a la persona no instruida o ignorante, al autodidacta o demasiado orgulloso o tacaño como para someterse a recibir instrucción de otro. Gonzalo Sobejano afirma que el gilipollas sería el “idiota que se comporta como un cobarde y un tonto”, definición que no me parece en contacto con la realidad, salvo si entendemos que el gilipollas es cobarde por no admitir su ignorancia.
El gilipollas pretendería justificarse diciendo que sigue la máxima del templo de Apolo en Delfos, “conócete a ti mismo”, pero hasta en eso obraría como un gilipollas, es decir, como alguien cuya cultura no es tan extensa como su orgullo, ya que ignora la otra inscripción del templo, “nada con exceso”. El gilipollas se conoce demasiado a sí mismo y no conoce otra cosa; el gilipollas es una persona redundante, dos veces él, y sobrepasa y desborda a sus víctimas, a quienes en el fondo ignora por no formar parte de la iglesia de su fatuidad, y digo iglesia conscientemente, ya que el gilipollas clásico es un mitómano enfermo que se proclama maestro, iniciado, reencarnación de un sí mismo superior a su complejo de inferioridad nunca asumido. El gilipollas como enfermo, es realmente un mitómano que levanta una iglesia esotérica cuyo único mandamiento es admíteme como Dios hecho carne. Es un farsante que ignora que es un farsante.
La historia de la literatura nos suministra un amplio abanico de gilipollas a cual más diferenciado. Desde el miles gloriosus o soldado fanfarrón de Plauto, cuyas rodomontadas imitó Brantôme atribuyéndolas a los tercios españoles, pasando por el pelmazo de Horacio y los fatuos de Marcial, pasamos directamente a los chulescos áureos, entre los que sobresalen Calisto y don Juan, prototipos del gili sexual, al bachiller Sansón Carrasco, un licenciado gilipollas (en La Mancha licenciado es denotación sinónima a la de gilipollas) que es un auténtico mensajero de la muerte y de la desilusión. También tenemos ahí a los arbitristas, entremetidos, hembrilatinas y espadachines de Quevedo, por no hablar de su célebre y espantable profeta Pero Grullo, así como los gilipollas literarios de Saavedra Fajardo. En el siglo XVIII encontramos amplio campo en que cosechar los cadalsianos eruditos a la violeta; son los castizos y típicos sabihondos o sabelotodos, que en italiano llamaríamos dilettanti y en francés connaisseurs. Cadalso los zahiere también, transfigurando a los antiguos arbitristas quevedianos en forma de proyectistas en sus Cartas marruecas, pero entre todos uno se quedaría con el gilipollas oratorio Fray Gerundio de Campazas del padre Isla y el Don Hermógenes de Moratín. En el siglo XIX no se encuentra ya más ejemplo que el cura de Doña Perfecta, algunos personajes de Clarín y de Galdós y en el siglo XX los gilipollas de Unamuno y de Pérez de Ayala. De todos estos ejemplos pueden extaerse algunos rasgos comunes que sirven para reconocer y clasificar al gilipollas, lo que en el fondo no es nada fácil, ya que las grandes figuras del gilipollismo suelen evitar ser reconocidas fácilmente con diversas e ingeniosas estratagemas, aunque se deslinda con facilidad el gilipollas inexperto por varios rasgos que se dan de consuno. Suprimiremos, desde luego, la necedad, por ser el rasgo más patente. En su modalidad más simple, suele aparecer sin cohorte de lameculos, chupamindas y catarriberas [5] más tontos que él (sí, es cierto, los hay) que lo defienden y escoltan, y lo delata, en primer lugar,
1. La extensión: el gilipollas habla más que nadie, más alto que nadie, tarda más que nadie en marcharse, tiene siempre la opinión más extensa, no digo la mejor, sobre cada cosa y está siempre presente en el grupo más numeroso, a fin de hacer más víctimas de su necesidad de protagonismo.
2. También se le reconoce por su mala educación excesiva o por su exceso de educación, pero siempre por pasarse de rosca, nunca por un término medio. Un patrón de gilipollas se pasa siempre quince pueblos, o más, si le dejan.
3. Es, además, una persona a la que su narcisismo hace muy elegante y perfumada y a la que su clasismo imbuye rehuir sistemáticamente la compañía de los feos, los humildes, los enfermos, los solitarios y los que poseen conocimientos más hondos que los suyos, sobre todo.
4. Posee, además, un discurso meramente fonético y tópico, y su diálogo no es en realidad un verdadero diálogo, pues carece de la dimensión humana de la comprensión, sino un intercambio de monólogos con otros gilipollas como él; el gilipollas clásico no escucha porque está demasiado distraído oyéndose a sí mismo.
5. Posee mala memoria y es frecuente, en el gilipollas burgués, que olvide sus orígenes botijeros.
6. Además, es mezquino, es incapaz de deshacerse de su dinero, como es incapaz de deshacerse de sí mismo. En suma, cuenta con los siguientes rasgos:
Extensión, maximalismo.
Monomanía narcicista.
Elegancia externa
Clasismo.
No escuchar.
Miseria con los demás, falta de generosidad.
Conviene aquí hacer una salvedad, pues algunos parecen gilipollas y no lo son. El falso gilipollas suele ser víctima de una pasión que le hace aparecer ante los demás como loco o gilipollas, como un monomaniaco al estilo de Don Quijote o Bob Geldof. A estos cabe llamarlos idealistas y son en general buena gente, aunque excesiva, si bien lo que es más corriente entre los falsos gilipollas es manifestarse como divos. El falso gilipollas es un profesional que ha hecho una religión de su propio conocimiento destacado en una rama del saber o del arte, o incluso, en aspectos más patológicos, una enfermedad, lo que provoca una deshumanización que él es el primero en padecer y reconocer. Es ese reconocimiento lo que separa al divo o al idealista de los gilipollas molestos y dañinos. En el caso del divo o del divismo, una persona incompleta se hace representar por su imagen exterior y vive solamente para ella y nada más que para ella, olvidándose de lo demás; hasta ahí es un gilipollas como los demás, pero el evolucionar a una cierta crisis existencial a causa de la conciencia de esa deshumanización es ya de hecho dejar de ser un gilipollas y supone un regreso a la condición natural.
Otra interesante manifestación de la gilipollez es la colectiva, la que se presenta en manada. Una de las más interesantes y peligrosas es la conocida como nacionalismo, racismo o fascismo. Cuando la gilipollez deja de tomarse en abstracto se corporeíza, pero se corporeíza en cuerpo humano y genes, en forma de racista xenófobo o idiota en sentido griego, también por lo que porculiza. El racista o cabeza rapada, suponiendo que tenga cabeza, pasa a ser la suprema encarnación de la gilipollez en cuanto que asume el cuerpo, entendiendo por tal lo que Schopenhauer llamaba la máxima representación de la voluntad, como un sustituto del espíritu o del pensamiento. Los países encantados de haberse conocido, como Estados Unidos, Francia... suelen tener problemas para reconocer otros países. La fatuidad de un patriota francés, Chauvin, que no en vano era actor, ha dado de hecho uno de los sinónimos de la gilipollez, el chauvinismo. Una variante es la gilipollez vasca, fundada en una mal entendida hidalguía; es una manifestación que tuvo amplio reflejo escrito en el gilipollas literario de nuestro teatro clásico conocido como figurón: la mayoría de los figurones del siglo XVII y XVIII suelen ser vascos. Eso engendró una curiosa reacción castellana, que podríamos llamar gilipollez negativa. Quevedo ya dijo en un romance que es español el que no puede ser otra cosa (la frase se suele atribuir a Cánovas, pero lo que hacía éste en realidad era citar a Quevedo), y esta afirmación viene a ser una exclamación desolada por parte de alguien que se encuentra asediado y rodeado por todo tipo de gilipollas, como Castilla por nacionalismos periféricos (y hay que notar que se habla aquí de Castilla más que de España). Por otra parte, el gilipollas suele encajar en las profesiones más relacionadas con el trato repetido y superficial con la gente, como es el caso de la política. Se trata entonces del gilipollas adelantado, usado como espantajo por los inteligentes o los corruptos, que lo manipulan situándolo como paraguas para esconderse o como ariete para sus negocios de trapacería. Así, es frecuente encontrar gilipollas en el mundo de la política, ya que bajo este señuelo y paraguas los lameculos y catarriberas inteligentes pueden robar y hacer trapacerías mientras el gilipollas político demanda y absorbe la atención general. Su función es pues la del llamado tonto útil o gilipollas distractivo.
El proceso de génesis del gilipollas es el siguiente. En primer lugar, se produce un desajuste entre la personalidad individual y la social. Si la autoestima o autoimagen que un ser humano o un colectivo tiene de sí mismo empieza a no coincidir con la imagen social que se tiene de él, se está incubando un gilipollas. En ese sentido, es muy descriptivo uno de los sinónimos que ha engendrado el lenguaje castellano del gilipollas, el figurón. La comedia de figurón de nuestro teatro clásico ofrece una amplia galería de gilipollas que ejemplifica una época de crisis en la historia de España.
La gilipollez tiene manifestaciones biológicas en una época de nuestras vidas. Así, lo que llamamos adolescencia es en realidad un proceso biológico y transitorio de gilipollez causado por la falta de identidad del joven, ya que no tiene un pasado al que agarrarse y sí por el contrario todo el futuro ante él para angustiarse mientras su cuerpo le pide que cambie de rol, por lo cual se produce la hipóstasis mimética del modelo que tenga más cercano, por lo general muy pobretón y miserable, ya que es suministrado por la sociedad de consumo. Hasta ahí se trata de algo normal y disculpable; pero el proceso puede torcerse hasta incubar el gilipollas juvenil o niñato. En este caso se trata de un adolescente con muy baja autoestima y su falta de habilidades le causa una angustia suplementaria que compensa intentando socializarse pareciendo más gracioso, sin observar que haciendo el payaso se está humillando o faltándose al respeto a sí mismo y sin reparar que la autoestima legítima se consigue sólo mediante el trabajo y el esfuerzo.
Vemos, pues, que el gilipollas clásico suele tener una formación deficiente o un cierto complejo de inferioridad que nace del desajuste entre su personalidad interna y la externa. En el caso del pseudogilipollas divo, más bien es demasiado especializada: sabe mucho sobre un tema y nada más y llega hasta la gilipollez estricta al alcanzar un absoluto divorcio entre su autoimagen real y su imagen social. Su falta de conexión con el medio ambiente le hace reafirmarse continuamente contando batallitas como el abuelo Cebolleta.
En fin, y ya para terminar, es de esperar que este somero bosquejo del fenómeno gilipollístico, fruto de algunos años de observación en las canteras y manaderos más frecuentes de gilipollas pueda servir para prevenirse de los ataques de estos perversos sujetos y para superar nuestros momentos, espero que breves, de gilipollez, y que no sea verdad lo que se decía en Trainspotting: "Dentro de cien años, no habrá hombres y mujeres, sino sólo gilipollas"
[1] Eclesiastés, I, 15.
[2] Cum ipse sit insipiens, omnes stultos aestimat (Santo Tomás de Aquino, II-II 60, 3)
[3] En Chile polla significa ‘lotería’, por lo cual si un español escucha en Chile que “a fulanito le ha tocado la polla” no debe sacar conclusiones apresuradas.
[4] Idiota propie dicitur qui scit tantum linguam in quia natus est (Santo Tomás de Aquino, Super I ad Cor. 11-16, 14, 3)
[5] El catarriberas suele acompañar al gilipollas bien parido o vicario, que ejerce una autoridad falsa por delegación de otro, por lo general un padre o pariente que le ha dado su falso prestigio, su puesto o cualquier prebenda.
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