Los libros te crïaron en tu infancia
y juventud, cuando palabras no hubo
que en tu oído anidaran, ni sonaba
un beso porque a alguien le importaras.
Con ellos se olvidaba la amargura;
marchabas con Guillermo y sus amigos
o seguías a Holmes como Watson
o viajabas con Nemo bajo piélagos
de noche, o invadías otros mundos
con los longevos héroes de Heinlein,
y armaste una sonrisa ante las lágrimas:
sin los libros te habrías vuelto loco,
al contrario que aquel gran caballero.
Y aunque torpe verdad venía luego
ya habías descubierto su gran truco:
lo simple siempre oculta un gran misterio,
y la vida se hacía soportable
a pesar del dolor que granjeaba
el triste narrador de lo que existe:
personaje quizá entre otros muchos
que en una confundía las historias
contándolas sin gracia y sin secreto.
Las fuiste desvelando con el tiempo,
mas ni siquiera este consuelo dieron
a tu madre encerrada en su castillo
de silencio y espinas que impedía
alumbrar con su voz adonde estabas.
Como un tango salido del infierno
escuchaba otras voces de sí misma
que buscaban llegara a la ribera
del guion que le escribieron en los genes.
En su propia ruina era un fantasma,
una niebla de harapos de recuerdos,
su sueño era su vida e ignoraba
que se puede volver la pesadilla
en algo que merezca ser soñado,
y pudiera haberle dicho el Caballero
que no es la vida sueño, sino magia.
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