miércoles, 3 de mayo de 2017

Nada

Uno llega al final del trayecto y antevé, como el aviador de Yeats, que no hay ya tiempo para hacer nada, ni siquiera para forjarse ilusiones, antes de estrellarse. Aunque desde las alturas de la edad empiecen a verse, por lo menos, algunas trazas de lo que uno y los demás han hecho y dejado de hacer.

Kant preguntaba a fines del XVIII: ¿Qué puedo saber? ¿Qué debo hacer? ¿Qué me cabe esperar? Y las resumía en una sola: ¿Qué es el hombre? Y Giacomo Leopardi respondía a comienzos del XIX:

El género humano no creerá nunca no saber nada, no ser nada, no poder llegar a alcanzar nada. Ningún filósofo que enseñase una de estas tres cosas habría fortuna ni haría secta, especialmente entre el pueblo, porque, fuera de que todas estas tres cosas son poco a propósito para quien quiera vivir, las dos primeras ofenden la soberbia de los hombres, la tercera, aunque después de las otras, requiere coraje y fortaleza de ánimo para ser creída

Y de ahí viene la desgana, el spleen que decían los ingleses a fines del XVIII; Tomás de Iriarte lo llamaba esplín:

Es el esplín, señora, una dolencia / que de Inglaterra dicen que nos vino. / Es mal humor, manía, displicencia, / es amar la aflicción, perder el tino, / aborrecer un hombre su existencia, / renegar de su genio y su destino...

Ciertamente en el quicio que va del siglo XVIII al siglo XIX cambiaron muchas cosas. La idea preconcebida de lo que era el ser humano, la primera. Luego va Baudelaire y pone el spleen de moda. Con lo antiguo que es. Los antiguos cristianos lo llamaban acidia, uno de los ocho pecados capitales que había antes de que los redujeran a siete, y sus demonólogos hasta conocían el nombre del demonio que lo provocaba, el demonio Meridiano. Sin saber cómo escarbar en su propia tradición, los modernistas del siglo XIX copiaron a Baudelaire, en especial ese vago metafísico, Manuel Machado: "Nada sé, / nada quiero, / nada espero, / nada".  Y lo repetía como un loro sin plumas Luis Cernuda:  “No sé nada, no quiero nada, no espero nada. Y si aún pudiera esperar algo, sólo sería morir allí donde no hubiese penetrado aún esa grotesca civilización que envanece a los hombres". Flaubert, más práctico, había utilizado la frase para caracterizar al soso de Charles Bovary ante los ojos de Emma: "Il n'enseignait rien, celui‑là, ne savait rien, ne souhaitait rien".

¡Cuanta repetición! Y hasta esto está repetido, pues ya lo dijo Virgilio: "Todo está dicho" (he intentado infructuosamente localizar la cita, que leí hace muchos años, pero he fatigado la selva en vano). Y sin embargo siempre hay narcisistas que salvan su yo de pasar a los anales de la insignificancia, como el ebúrneo Juan Ramón Jiménez, amante de que la belleza hiciera strip-tease ante sus ojos antaño lujuriosos, en su soneto a la Nada: "A tu abandono opongo la elevada / torre de mi divino pensamiento..." La Nada de nada de esa cantautora que me enamoró de niño, Cecilia: "Nada de nada, nada de nadie". El "Soy tuya" de Alfonsina Storni y el "Después de todo" de José Hierro. El Nunca llegarás a nada de Juan Benet.

El itinerario educativo de La Mancha te hace escoger entre la Religión y la Nada. Eso de la Nada es muy metafísico, demasiado como para habérsele ocurrido a unas mentes vacías y más huecas que la Nada como las de la Junta de Calamidades (hasta los cosmólogos dicen que en la Nada hay algo, aunque no hayan contestado a la esencial pregunta de que por qué hay algo en vez de Mariano Rajoy). Aunque, bien pensado, sólo a las Calamidades, vacías como están, podría habérseles ocurrido. O sea, que quien no sea cristiano, tiene que escoger Existencialismo y ser arrojado a las entradas de la Néant, al No-ser parmenideo, al No-yo fichteano, o agarrarse al borde del abismo, al compromiso o engagément de Sartre. Jolines. Nada, o el puro aburrimiento de Carmen Laforet, nada, conjunto vacío en Matemáticas, ausencia de cualquier ente en filosofía. Ángel Crespo ha escrito un hermoso poema de título Sobre la nada, que ya es algo:

La nada: ese inmenso cajón, alacena o lago del que Dios ha exiliado a todas las cosas; bosque en el que se escucha el balido de todos los pájaros habidos y por no haber.

Desgraciado de aquel que no tiene su nada, habrá de conformarse con lo que le den los demás, sacando de sus bolsillos o de sus temibles armarios; vivirá como nuncio, como vicario, como ministro, pero jamás con soberanía, porque no tendrá nada.

La mía es el recuerdo, las escamas de los pescados que platean en los mares de medianoche -y del mediodía en que el sol nada-; la nada por crear.

O bien el largo olor a vida de la nada.

Si no tuviéramos la nada no tendríamos nada que hacer. De nada.

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