domingo, 24 de junio de 2018

La fruta prohibida

Con motivo de que frente a Correos se haya abierto una exposición de Biblias históricas, convendría decir algo sobre el libro más leído del mundo. En el Génesis el Demonio hace una promesa a Adán si come la fruta del saber y deja las de la vida: "Seréis como dioses". Como dioses, no exactamente dioses: parecidos, pero no iguales. Adán piensa, con alocada presunción, que será igual o mejor, no solo una pobre imitación: ese fue su pecado, ya que el Demonio no miente: Adán se miente a sí mismo. Es esa definitiva tentación la que condena al hombre y su linaje: no llegará nunca a ser Dios, sino una pobre imitación, un diosecillo menor gracias a la ciencia y la técnica, con una vida bastante larga gracias a sus medicinas y saberes, pero no eterna y fundamentalmente insatisfactoria. Porque se cree mejor de lo que es. Ese fáustico resentimiento que busca la propia e imposible utopía a cambio de la miseria moral será su condena perpetua.

El mito es en realidad una refundición de la sumeria Epopeya de Gilgamesh, que los hebreos leyeron en el exilio babilónico. En ella el héroe principal, el civilizador Gilgamesh, dos tercios divino y uno humano, se propone ir a los Infiernos por la planta de la inmortalidad para resucitar ("rescatar", para ser exactos) a su amigo Enkidu, que representa la naturaleza y ha muerto víctima de la venganza de Ishtar, la diosa de la sensualidad, por no enfrentarse a Gilgamesh, de quien se ha hecho amigo después de pelear con él; Gilgamesh, por amistad, por amor, no por sensualidad, baja al Infierno y consigue la planta, pero se duerme un momento y una serpiente se la roba. No se conserva el final del poema; los filólogos piensan que Gilgamesh / Adán se suicidó.

El fracaso de la ilustración y la revolución industrial y científica de los siglos XVIII y XIX en las guerras mundiales de la primera mitad del XX, junto a la matanza tecnificada de masas, suscitó la penosa recapitulación de la escuela de Frankfurt sobre sus ambiciosos presupuestos: el hombre que Kant creía tan maduro como para asumir su liberación gracias al saber era más ignorante y más inmaduro de lo que él creía; necesita progresar en lo humano antes que en lo científico y en lo técnico. Necesita escuchar a los demás, sentirse parte insuficiente de un todo. Necesita la verdadera humildad, que está hecha de renuncia y abnegación. En el fondo es una declaración de ese fáustico mito inicial. El olvido de la condición humana por todo tipo de ideales insatisfactorios que acaban en campos de concentración.

En la famosa opereta de Offenbach Los cuentos de Hoffmann el famoso protagonista se enamora de una especie de muñeca cantante, Olimpia, que es una de las manifestaciones de su Musa y en el fondo es un engaño. Porque en el arte late también ese mismo engaño, entre lo jocoso y lo trascendente. No es de extrañar que la mayoría de los dictadores sean artistas frustrados.

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